jueves, 24 de febrero de 2022

“Saca primero la viga de tu ojo”. (Lucas 6,39-45). Domingo VIII durante el año.

Ver la pelusa o la paja en el ojo ajeno y no ver la viga en el propio es hoy casi un refrán, que viene del evangelio que leemos este domingo. Se dice esto cuando alguien le señala a otros sus defectos, a veces no tan grandes y, en cambio, no ve los propios, a veces muy graves.
El consejo de Jesús, “saca primero la viga de tu ojo” es un llamado a tomar conciencia de los propios defectos, errores, fragilidades y a corregir la hipocresía. No para quedarnos ahí, sino a partir de ahí, humildemente, ayudar al hermano en sus propias dificultades. Dice Jesús:

¿Por qué miras la paja que hay en el ojo de tu hermano y no ves la viga que está en el tuyo? ¿Cómo puedes decir a tu hermano: «Hermano, deja que te saque la paja de tu ojo», tú, que no ves la viga que tienes en el tuyo? ¡Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la paja del ojo de tu hermano!
Creo que todos entendemos esto, aunque a veces nos cueste practicarlo; nos cuesta reconocer nuestras faltas. Nos cuesta asumir que la fragilidad es la condición humana y que muchas veces nos dejamos arrastrar por aquello que nos lleva a actuar mal: a ofender, dañar o herir a los demás o hacerme daño a mí mismo; en suma, todo lo que podemos llamar pecado. Todos somos pecadores. San Pablo describe esa fragilidad como “el pecado que vive en mí”. Dice Pablo:
No soy yo quien hace eso, sino el pecado que reside en mí.
Y así, no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero. (Romanos 7,17.19)
Pablo no dice eso para justificarse por haber obrado mal. Al contrario; el tomar conciencia de su propia fragilidad es lo que le ha permitido abrirse a la fuerza de Dios y a la vida en el Espíritu, por medio de Jesucristo. Frente a esto, brota su acción de gracias:
¡Gracias a Dios, por Jesucristo, nuestro Señor! (Romanos 7,25)
En nuestro mundo de hoy, se da otro fenómeno, que podemos relacionar con éste. Algo más serio, porque ya no se trata de “ver la paja (o la pelusa) en el ojo ajeno”, es decir, fijarnos en pequeños defectos de los demás, sino que cuando alguien comete una notoria mala acción, un delito muy grave, de pronto se convierte en algo así como “el eje del mal”, “la encarnación de Satanás” y hacia esa persona se dirige el enojo y la ira de la sociedad, por todos los medios posibles.
Sobre ella se cargan todas las culpas, las que tiene y las que no tiene, sin atenuante ninguno y se reclama un linchamiento, una justicia expeditiva que lo castigue con la máxima sanción posible. Es verdad, hay personas que han cometido y cometen crímenes realmente execrables y corresponde que sean detenidos, procesados con todas las garantías del derecho y sentenciados a una pena proporcionada a la gravedad de lo que han hecho.
Lo que me preocupa es esa actitud de focalizarnos en esa persona que ha hecho algo terriblemente malo, como si allí estuviera concentrado todo el mal y los demás, cada uno de nosotros, no tuviéramos nada que nos pudiera ser reprochado ni por acción ni por omisión.
Esa persona individual o, a veces, un grupo humano determinado, se convierte en lo que se ha dado en llamar “el chivo emisario” o “chivo expiatorio”.
Esta expresión viene de un rito que describe el libro del Levítico, según el cual, el sacerdote
impondrá sus dos manos sobre la cabeza del animal y confesará sobre él todas las iniquidades y transgresiones de los israelitas, cualesquiera sean los pecados que hayan cometido, cargándolas sobre la cabeza del chivo. Entonces lo enviará al desierto (…) El chivo llevará sobre sí, hacia una región inaccesible, todas las iniquidades que ellos hayan cometido. (Levítico 16,21-22)
Eso es lo que veo ocurrir con frecuencia en la sociedad o en un grupo humano: elegir, no a un chivo, sino a una persona sobre la que se carga toda la maldad y toda la culpa. Y con eso, ya está todo resuelto. Ahí está la maldad encarnada: nada de eso hay en nuestro corazón.
Por eso, necesitamos todos volver a la enseñanza de Jesús… Sí, tal vez lo que estamos viendo en el ojo del otro no es una paja o pelusa, sino una viga, una gran viga… pero también tenemos que ver la que está en nuestro propio ojo. El tiempo de cuaresma que se inicia esta semana con el miércoles de ceniza es precisamente el tiempo oportuno de volver el corazón a Dios. No solo de ir a las enseñanzas de Jesús, sino de ir al mismo Jesús, encontrándolo en el sacramento de la Reconciliación, por el cual recibimos el perdón de nuestros pecados y la fortaleza para caminar siguiendo a Jesús y viviendo en conformidad con Él.

Bodas de Plata sacerdotales

El P. Jorge Jaurena, párroco de Santa Lucía y administrador parroquial de Los Cerrillos celebrará el próximo martes los 25 años de su ordenación sacerdotal. Lo felicitamos y damos gracias al Señor por su servicio y entrega. Pedimos también a Jesús Buen Pastor que siga consolidando su corazón sacerdotal.

Comienza la Cuaresma

El próximo 2 de marzo es miércoles de ceniza, comienzo de la cuaresma. Ese día nos invita a realizar, como comunidad eclesial, tres gestos distintos. Uno de ellos se hace públicamente, dentro de la celebración de la Eucaristía y es la imposición de las cenizas. Es un tradicional gesto penitencial, que todos podemos recibir.
¿Cuál es el sentido de ese gesto? Nos lo recuerdan las dos oraciones que el ritual pone a elección para la bendición de las cenizas. Allí se habla de reconocer que somos polvo y al polvo hemos de volver; pedimos vivir con fidelidad las prácticas cuaresmales (oración, ayuno, limosna); recibir el perdón de nuestros pecados y llegar, con el corazón purificado a la celebración de la Pascua de Cristo.
Los otros dos gestos son el ayuno y la abstinencia. Destaco que son gestos comunitarios, aunque, como lo pide Jesús, no se hagan ante los demás, para ser vistos. Son comunitarios porque todos los fieles los hacemos en ese mismo día. La Iglesia nos pone algunos mínimos para que todos los observemos, haciendo excepción con los más pequeños, los ancianos y los enfermos. 

La abstinencia, que también guardaremos los viernes de cuaresma, consiste en privarse de comer carne. También podemos pensar en privarnos de otras comidas o de algunos hábitos de ocio. Hay quienes deciden guardar lo que hubieran gastado en una buena comida para ayudar a otros. Hay quienes se abstienen de tiempos largos ante la pantalla para dedicar más tiempo a la oración.

El ayuno se nos propone el miércoles de ceniza y el viernes santo. No es un ayuno total; se nos pide tomar solo una de las comidas principales, o sea, dejar el almuerzo o la cena.
Ése es el mínimo: quien pueda y quiera puede ir más lejos, hacerlo más riguroso. Lo importante es que cada uno de estos gestos lo vivamos como un desprendimiento de nosotros mismos que nos ayude a crecer en el amor a Dios y al prójimo.
Nos puede ayudar también meditar el mensaje del Papa Francisco para esta cuaresma. Su título es una cita de la carta a los Gálatas:

«No nos cansemos de hacer el bien, porque, si no desfallecemos, cosecharemos los frutos a su debido tiempo. Por tanto, mientras tenemos la oportunidad, hagamos el bien a todos» (Gálatas 6,9-10a)
Y esto es todo por hoy… gracias, amigas y amigos por su atención. Sigamos cuidando unos de otros. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

«No nos cansemos de hacer el bien» (Gálatas 6,9-10a). Mensaje del Papa Francisco para la Cuaresma 2022.

«No nos cansemos de hacer el bien, porque, si no desfallecemos,
cosecharemos los frutos a su debido tiempo.
Por tanto, mientras tenemos la oportunidad,
hagamos el bien a todos» (Gálatas 6,9-10a)

Queridos hermanos y hermanas:

La Cuaresma es un tiempo favorable para la renovación personal y comunitaria que nos conduce hacia la Pascua de Jesucristo muerto y resucitado. Para nuestro camino cuaresmal de 2022 nos hará bien reflexionar sobre la exhortación de san Pablo a los gálatas: «No nos cansemos de hacer el bien, porque, si no desfallecemos, cosecharemos los frutos a su debido tiempo. Por tanto, mientras tenemos la oportunidad (kairós), hagamos el bien a todos» (Ga 6,9-10a).

1. SIEMBRA Y COSECHA

En este pasaje el Apóstol evoca la imagen de la siembra y la cosecha, que a Jesús tanto le gustaba (cf. Mt 13). San Pablo nos habla de un kairós, un tiempo propicio para sembrar el bien con vistas a la cosecha. ¿Qué es para nosotros este tiempo favorable? Ciertamente, la Cuaresma es un tiempo favorable, pero también lo es toda nuestra existencia terrena, de la cual la Cuaresma es de alguna manera una imagen. [1]  Con demasiada frecuencia prevalecen en nuestra vida la avidez y la soberbia, el deseo de tener, de acumular y de consumir, como muestra la parábola evangélica del hombre necio, que consideraba que su vida era segura y feliz porque había acumulado una gran cosecha en sus graneros (cf. Lc 12,16-21). La Cuaresma nos invita a la conversión, a cambiar de mentalidad, para que la verdad y la belleza de nuestra vida no radiquen tanto en el poseer cuanto en el dar, no estén tanto en el acumular cuanto en sembrar el bien y compartir.

El primer agricultor es Dios mismo, que generosamente «sigue derramando en la humanidad semillas de bien» (Carta enc. Fratelli tutti, 54). Durante la Cuaresma estamos llamados a responder al don de Dios acogiendo su Palabra «viva y eficaz» (Hb 4,12). La escucha asidua de la Palabra de Dios nos hace madurar una docilidad que nos dispone a acoger su obra en nosotros (cf. St 1,21), que hace fecunda nuestra vida. Si esto ya es un motivo de alegría, aún más grande es la llamada a ser «colaboradores de Dios» (1 Co 3,9), utilizando bien el tiempo presente (cf. Ef 5,16) para sembrar también nosotros obrando el bien. Esta llamada a sembrar el bien no tenemos que verla como un peso, sino como una gracia con la que el Creador quiere que estemos activamente unidos a su magnanimidad fecunda.

¿Y la cosecha? ¿Acaso la siembra no se hace toda con vistas a la cosecha? Claro que sí. El vínculo estrecho entre la siembra y la cosecha lo corrobora el propio san Pablo cuando afirma: «A sembrador mezquino, cosecha mezquina; a sembrador generoso, cosecha generosa» (2 Co 9,6). Pero, ¿de qué cosecha se trata? Un primer fruto del bien que sembramos lo tenemos en nosotros mismos y en nuestras relaciones cotidianas, incluso en los más pequeños gestos de bondad. En Dios no se pierde ningún acto de amor, por más pequeño que sea, no se pierde ningún «cansancio generoso» (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 279). Al igual que el árbol se conoce por sus frutos (cf. Mt 7,16.20), una vida llena de obras buenas es luminosa (cf. Mt 5,14-16) y lleva el perfume de Cristo al mundo (cf. 2 Co 2,15). Servir a Dios, liberados del pecado, hace madurar frutos de santificación para la salvación de todos (cf. Rm 6,22). En realidad, sólo vemos una pequeña parte del fruto de lo que sembramos, ya que según el proverbio evangélico «uno siembra y otro cosecha» (Jn 4,37). Precisamente sembrando para el bien de los demás participamos en la magnanimidad de Dios: «Una gran nobleza es ser capaz de desatar procesos cuyos frutos serán recogidos por otros, con la esperanza puesta en las fuerzas secretas del bien que se siembra» (Carta enc. Fratelli tutti, 196). Sembrar el bien para los demás nos libera de las estrechas lógicas del beneficio personal y da a nuestras acciones el amplio alcance de la gratuidad, introduciéndonos en el maravilloso horizonte de los benévolos designios de Dios. La Palabra de Dios ensancha y eleva aún más nuestra mirada, nos anuncia que la siega más verdadera es la escatológica, la del último día, el día sin ocaso. El fruto completo de nuestra vida y nuestras acciones es el «fruto para la vida eterna» (Jn 4,36), que será nuestro «tesoro en el cielo» (Lc 18,22; cf. 12,33). El propio Jesús usa la imagen de la semilla que muere al caer en la tierra y que da fruto para expresar el misterio de su muerte y resurrección (cf. Jn 12,24); y san Pablo la retoma para hablar de la resurrección de nuestro cuerpo: «Se siembra lo corruptible y resucita incorruptible; se siembra lo deshonroso y resucita glorioso; se siembra lo débil y resucita lleno de fortaleza; en fin, se siembra un cuerpo material y resucita un cuerpo espiritual» (1 Co 15,42-44). Esta esperanza es la gran luz que Cristo resucitado trae al mundo: «Si lo que esperamos de Cristo se reduce sólo a esta vida, somos los más desdichados de todos los seres humanos. Lo cierto es que Cristo ha resucitado de entre los muertos como fruto primero de los que murieron» (1 Co 15,19-20), para que aquellos que están íntimamente unidos a Él en el amor, en una muerte como la suya (cf. Rm 6,5), estemos también unidos a su resurrección para la vida eterna (cf. Jn 5,29). «Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre» (Mt 13,43).

2. «NO NOS CANSEMOS DE HACER EL BIEN»

La resurrección de Cristo anima las esperanzas terrenas con la «gran esperanza» de la vida eterna e introduce ya en el tiempo presente la semilla de la salvación (cf. BENEDICTO XVI, Carta enc. Spe salvi, 3; 7). Frente a la amarga desilusión por tantos sueños rotos, frente a la preocupación por los retos que nos conciernen, frente al desaliento por la pobreza de nuestros medios, tenemos la tentación de encerrarnos en el propio egoísmo individualista y refugiarnos en la indiferencia ante el sufrimiento de
los demás. Efectivamente, incluso los mejores recursos son limitados, «los jóvenes se cansan y se fatigan, los muchachos tropiezan y caen» (Is 40,30). Sin embargo, Dios «da fuerzas a quien está cansado, acrecienta el vigor del que está exhausto. […] Los que esperan en el Señor renuevan sus fuerzas, vuelan como las águilas; corren y no se fatigan, caminan y no se cansan» (Is 40,29.31). La Cuaresma nos llama a poner nuestra fe y nuestra esperanza en el Señor (cf. 1 P 1,21), porque sólo con los ojos fijos en Cristo resucitado (cf. Hb 12,2) podemos acoger la exhortación del Apóstol: «No nos cansemos de hacer el bien» (Ga 6,9).

No nos cansemos de orar. Jesús nos ha enseñado que es necesario «orar siempre sin desanimarse» (Lc 18,1). Necesitamos orar porque necesitamos a Dios. Pensar que nos bastamos a nosotros mismos es una ilusión peligrosa. Con la pandemia hemos palpado nuestra fragilidad personal y social. Que la Cuaresma nos permita ahora experimentar el consuelo de la fe en Dios, sin el cual no podemos tener estabilidad (cf. Is 7,9). Nadie se salva solo, porque estamos todos en la misma barca en medio de las tempestades de la historia; [2] pero, sobre todo, nadie se salva sin Dios, porque sólo el misterio pascual de Jesucristo nos concede vencer las oscuras aguas de la muerte. La fe no nos exime de las tribulaciones de la vida, pero nos permite atravesarlas unidos a Dios en Cristo, con la gran esperanza que no defrauda y cuya prenda es el amor que Dios ha derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo (cf. Rm 5,1-5).

No nos cansemos de extirpar el mal de nuestra vida. Que el ayuno corporal que la Iglesia nos pide en Cuaresma fortalezca nuestro espíritu para la lucha contra el pecado. No nos cansemos de pedir perdón en el sacramento de la Penitencia y la Reconciliación, sabiendo que Dios nunca se cansa de perdonar. [3]

No nos cansemos de luchar contra la concupiscencia, esa fragilidad que nos impulsa hacia el egoísmo y a toda clase de mal, y que a lo largo de los siglos ha encontrado modos distintos para hundir al hombre en el pecado (cf. Carta enc. Fratelli tutti, 166). Uno de estos modos es el riesgo de dependencia de los medios de comunicación digitales, que empobrece las relaciones humanas. La Cuaresma es un tiempo propicio para contrarrestar estas insidias y cultivar, en cambio, una comunicación humana más integral (cf. ibíd., 43) hecha de «encuentros reales» (ibíd., 50), cara a cara.

No nos cansemos de hacer el bien en la caridad activa hacia el prójimo. Durante esta Cuaresma practiquemos la limosna, dando con alegría (cf. 2 Co 9,7). Dios, «quien provee semilla al sembrador y pan para comer» (2 Co 9,10), nos proporciona a cada uno no sólo lo que necesitamos para subsistir, sino también para que podamos ser generosos en el hacer el bien a los demás. Si es verdad que toda nuestra vida es un tiempo para sembrar el bien, aprovechemos especialmente esta Cuaresma para cuidar a quienes tenemos cerca, para hacernos prójimos de aquellos hermanos y hermanas que están heridos en el camino de la vida (cf. Lc 10,25-37). La Cuaresma es un tiempo propicio para buscar —y no evitar— a quien está necesitado; para llamar —y no ignorar— a quien desea ser escuchado y recibir una buena palabra; para visitar —y no abandonar— a quien sufre la soledad. Pongamos en práctica el llamado a hacer el bien a todos, tomándonos tiempo para amar a los más pequeños e indefensos, a los abandonados y despreciados, a quienes son discriminados y marginados (cf. Carta enc. Fratelli tutti, 193).

3. «SI NO DESFALLECEMOS, A SU TIEMPO COSECHAREMOS»

La Cuaresma nos recuerda cada año que «el bien, como también el amor, la justicia y la solidaridad, no se alcanzan de una vez para siempre; han de ser conquistados cada día» (ibíd., 11). Por tanto, pidamos a Dios la paciente constancia del agricultor (cf. St 5,7) para no desistir en hacer el bien, un paso tras otro. Quien caiga tienda la mano al Padre, que siempre nos vuelve a levantar. Quien se encuentre perdido, engañado por las seducciones del maligno, que no tarde en volver a Él, que «es rico en perdón» (Is 55,7). En este tiempo de conversión, apoyándonos en la gracia de Dios y en la comunión de la Iglesia, no nos cansemos de sembrar el bien. El ayuno prepara el terreno, la oración riega, la caridad fecunda. Tenemos la certeza en la fe de que «si no desfallecemos, a su tiempo cosecharemos» y de que, con el don de la perseverancia, alcanzaremos los bienes prometidos (cf. Hb 10,36) para nuestra salvación y la de los demás (cf. 1 Tm 4,16). Practicando el amor fraterno con todos nos unimos a Cristo, que dio su vida por nosotros (cf. 2 Co 5,14-15), y empezamos a saborear la alegría del Reino de los cielos, cuando Dios será «todo en todos» (1 Co 15,28).

Que la Virgen María, en cuyo seno brotó el Salvador y que «conservaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón» (Lc 2,19) nos obtenga el don de la paciencia y permanezca a nuestro lado con su presencia maternal, para que este tiempo de conversión dé frutos de salvación eterna.

Roma, San Juan de Letrán, 11 de noviembre de 2021, Memoria de san Martín de Tours, obispo.

Francisco

[1] Cf. S. Agustín, Sermo, 243, 9,8; 270, 3; Enarrationes in Psalmos, 110, 1.

[2] Cf. Momento extraordinario de oración en tiempos de epidemia (27 de marzo de 2020).

[3] Cf. Ángelus del 17 de marzo de 2013.

Ayuno y oración por la Paz. Llamamiento del Papa Francisco.


 

sábado, 19 de febrero de 2022

Fe, esperanza y caridad: tres estrellas en el cielo de los navegantes. Comisión Nacional de Pastoral Juvenil.

Homilía de Mons. Heriberto Bodeant en la Misa de la reunión de la Comisión Nacional de Pastoral Juvenil. Seminario Interdiocesano "Cristo Rey", sábado 19 de febrero de 2022.

Esta reunión de la Comisión Nacional de Pastoral Juvenil tiene para mí un significado especial, porque siento que es el cierre de una etapa. Tengo 66 años y, si bien todavía es “matemáticamente posible” que pueda volver a ser presidente de esta Comisión, espero que tomen la posta obispos más jóvenes que ya vienen o vendrán haciendo camino.
Por otro lado, no me despido de la pastoral juvenil que, gracias a Dios, tiene lugar y presencia en la diócesis de Canelones. Tal vez en alguno de estos años que me quedan como obispo diocesano podamos también recibir allí una Jornada Nacional.

Quiero, en primer lugar, expresar mi agradecimiento a Leonel Altesor, quien, como secretario ejecutivo, especialmente en estos tres últimos años, se puso al hombro y cargó el trabajo de la Comisión, con una gran generosidad y entrega y, cabe destacarlo, buscando siempre mantener la participación de los jóvenes en la Mesa Permanente y, por supuesto, en la Comisión.

En segundo lugar, quiero dar la bienvenida a Mons. Milton Tróccoli, que aceptó este encargo que le dimos los demás obispos. Estoy seguro de que él hará camino con la Comisión en esta experiencia que hoy podemos llamar sinodal que ha sido la Pastoral Juvenil en el Uruguay, desde el año 75 en que comenzó a conformarse, con asesores como el P. Jorge Techera, aquí presente y al que algunos consideran un “monumento histórico”... tal vez quede mejor decir un "monumento viviente".

Estrellas que ayudan a mantener la dirección

Escuchando las cosas que fuimos compartiendo a lo largo de la jornada, fui pensando qué decir, qué dejar como un mensaje final. Siento que me toca hablar como “anciano”, de los que van mirando las estrellas para que la barca no pierda el rumbo, como dijo en el sínodo de 2018 aquel joven de Samoa (cf. Papa Francisco, Christus Vivit, 201).

El camino o la navegación, para seguir con la imagen de la barca, tiene una meta. Desde nuestra fe, nosotros podemos expresarla, por ejemplo, con palabras de san Pablo: “recapitular (o reunir) todas las cosas en Cristo” (Efesios 1,10) y “que Dios sea todo en todos” (1 Corintios 15,28). Caminamos, navegamos hacia un encuentro pleno y definitivo de la humanidad con Dios, Padre de Misericordia. Esa es la meta.

Entonces, quiero invitarlos, a cada uno y cada una de ustedes, no como miembros de la Comisión, sino simplemente como fieles cristianos, como hermanos y hermanas, invitarlos a mirar a tres estrellas, que, como las tres Marías, son una referencia fundamental en nuestra vida cristiana. Nada novedoso, pero nada que podamos decir que ya lo tenemos resuelto… Las tres estrellas de la fe, la esperanza y la caridad.

Profundizar la fe

Mi primera invitación, entonces, es a profundizar la fe, nuestra fe cristiana. Empezar por abrirnos más y más al misterio de Dios, al misterio de Cristo, al misterio del ser humano, imagen y semejanza de Dios. Entrar en el misterio de la mano de la fe. Entrar por la oración, la adoración, la meditación de la Palabra de Dios.

Entrar también por el conocimiento de lo que la Iglesia enseña… cuando leemos a Francisco, tomémonos el trabajo de ver lo que cita, ver cómo él conoce y nos recuerda la enseñanza de sus predecesores, la enseñanza del Concilio Vaticano II y también el magisterio de las Iglesias en los distintos continentes… América Latina, especialmente, recordándonos el mensaje de Aparecida, pero también mensajes de las Iglesias de África, de Asia, de Oceanía, no solamente del mundo europeo. La fe no es solo un profundo sentimiento de confianza en Dios, de creerle a Él; la fe tiene también un contenido.

No podemos perder el Evangelio como referencia crítica, no solo para nuestra vida personal o la vida de la Iglesia, sino para discernir frente a todos los mensajes, discursos y proyectos que nos llegan y que a veces asumimos y tomamos por buenos, sin más. Recordemos de nuevo a san Pablo: “Examínenlo todo y quédense con lo bueno” (1 Tesalonicenses 5,21). Lo bueno, lo realmente bueno, muchas veces está escondido, está en el valor que en el fondo se está jugando y que tiene que ver con la dignidad y con la finalidad de la persona humana.

Cuando queremos compartir la fe hay un problema de lenguaje. San Juan Pablo II nos decía que la evangelización tenía que hacerse nueva, no en su contenido, porque “Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre” (Hebreos 13,8) sino nueva en su expresión, para que el mensaje pueda ser entendido hoy.

“Pascua”: una palabra que expresa lo que está en el centro de nuestra fe. Para muchos, totalmente extraña; no tiene ningún significado, no interesa… pero cuando, de repente, unos jóvenes se encuentran ante la muerte de otro joven, la Pascua de Cristo tiene mucho para decir.

¿Cuál es nuestro testimonio? ¿Qué es lo que hemos vivido? ¿Cuál es la experiencia de vida que podemos compartir, en la que comunicamos nuestra fe?

Ser y dar esperanza

Mi segunda invitación es vivir la esperanza. Ser esperanza. Dar esperanza.
La frecuencia del suicidio de los jóvenes ha sido llamada “la otra pandemia”.
Escribiendo sobre depresión y causas de suicidio, decía un psicólogo que lo que lleva a la depresión es el juntar tres visiones negativas: una visión negativa de sí mismo, una visión negativa del ambiente, y una visión negativa del futuro. No valgo nada, no sirvo para nada; nadie me ayuda, no puedo contar con nadie, todos me rechazan… no hay futuro… entrar en ese pozo de negatividad y de dolor lleva a no ver otra manera de terminar con el sufrimiento que terminar con la propia vida.

Vivir, ser y dar esperanza es poder descubrir y transmitir el amor de Dios por cada uno de nosotros; descubrir y transmitir su presencia en este mundo; levantar la esperanza de que hay la promesa de una plenitud de vida, de una vida más allá, como bandera… una bandera que no sostenemos, sino que nos sostiene, nos anima y fortalece en el camino de esta vida, en medio de todas las contradicciones y adversidades.

Vivir la caridad

Finalmente, y nada menos, la invitación a vivir la caridad, a vivir el amor.
“En todo amar y servir” (San Ignacio de Loyola, Ejercicios Espirituales, 233). 
El amor es el que da sentido al servicio, el amor es el que hace la diferencia en las cosas buenas que hagamos. Engrandece el gesto más pequeño.

Y si no está el amor, aún los gestos más impresionantes, más heroicos pierden su valor. “Si no tengo amor, no soy nada” (1 Corintios 13,2)
El amor no es un sentimiento que se queda en lo que siento, sino que se pone en obra, que se lleva a la práctica cada día.
Es desprendimiento y donación. Jesús lo lleva hasta el extremo: dar la vida por los amigos (cf. Juan 15,13). Jesús se desprende, se desapega de su propia vida y la entrega para dar vida a los que ama.
Amar con desprendimiento y entrega de nosotros mismos es participar del amor de Jesús.

En su himno de la caridad, capítulo 13 de la primera carta a los corintios, san Pablo nos habla de las tres estrellas. Dice Pablo:
“Ahora existen tres cosas: la fe, la esperanza y el amor, pero la más grande todas es el amor.” (1 Co 13,13). “El amor no pasará jamás” (1 Co 13,8).
Las tres estrellas nos guían… pero el amor será finalmente la estrella única, la que envuelve y recibe todo, porque es el mismo amor de Dios, que se hará todo en todos.

La Estrella del Mar

Y en este camino, en esta navegación, hay una persona a quien también se le ha comparado con una estrella, Stella Maris, la estrella del Mar, la Virgen María. 

Miramos hacia ella como modelo de discípula, modelo de creyente, modelo de la Iglesia y a ella le encomendamos nuestro caminar y el de la Pastoral Juvenil.

viernes, 18 de febrero de 2022

“Amen a sus enemigos”. (Lucas 6,27-38). Domingo VII durante el año.

Después del evangelio de las bienaventuranzas, Jesús desarrolla más profundamente lo que significa seguirlo como discípulo. Creo que todos estamos de acuerdo en que el amor a Dios y el amor al prójimo están en el corazón del Evangelio. Jesús ha señalado esos dos mandamientos, poniéndolos en total relación uno con otro, como camino para entrar en el Reino de Dios.
En el pasaje de hoy, Jesús lleva su propuesta al extremo. Es fácil amar a nuestro prójimo cuando es una persona amable y benévola… pero ¿qué sucede con aquellas personas que no nos caen simpáticas? Más aún ¿cómo amar a aquéllos que han intentado -y a veces lo han logrado- hacernos daño?

La primera lectura nos prepara para escuchar esas palabras de Jesús, presentándonos un particular momento de la vida de David, quien llegaría a ser luego rey de Israel.
Nos cuenta el primer libro del profeta Samuel que el Pueblo de Dios pidió un rey. Dios ungió a Saúl, que fue el primero de los reyes de Israel. La unción con óleo, realizada por Samuel, significaba para el Ungido la ayuda del Espíritu Santo en su misión. Al principio, todo iba bien… pero Saúl se apartó pronto del querer de Dios y comenzó a hacer las cosas a su propio arbitrio. Es en ese momento que Dios elige un sucesor, que será el joven David. Saúl continuará como rey, pero la presencia e influencia de David, especialmente después de que el joven diera muerte al gigante Goliat, irá creciendo. En la misma medida, la popularidad de Saúl irá bajando. Dándose cuenta de lo que sucedía, Saúl comenzó a perseguir a David, llegando a atentar contra su vida. David se alejó de la ciudad y de la corte del rey, viviendo un exilio dentro de su propia tierra. La primera lectura de hoy nos cuenta un episodio que se da en ese contexto: Saúl persigue a David para matarlo. Pero, en un momento dado, la situación se invierte y Saúl queda a merced de David.

Saúl bajó al desierto de Zif con tres mil hombres, lo más selecto de Israel, para buscar a David en el desierto.
David y Abisai llegaron de noche, mientras Saúl estaba acostado, durmiendo en el centro del campamento. Su lanza estaba clavada en tierra, a su cabecera, y Abner y la tropa estaban acostados alrededor de él.
Abisai dijo a David: «Dios ha puesto a tu enemigo en tus manos. Déjame clavarlo en tierra con la lanza, de una sola vez; no tendré que repetir el golpe». (1 Samuel 26, 2. 7-9. 12-14. 22-23)

David se encuentra ante una decisión. Saúl lo buscaba para matarlo y ahora está ante él completamente indefenso, dormido. Uno de los hombres de David ofrece matar a Saúl de inmediato. Sin embargo, no es eso lo que hará el futuro rey.
Pero David replicó a Abisai: «¡No, no lo mates! ¿Quién podría atentar impunemente contra el ungido del Señor?».
Entonces David recoge dos pruebas de su presencia en el campamento: la lanza de Saúl con la que podría haberlo matado y el jarro que el rey usaba para beber. Más tarde, desde un lugar apartado pero visible, David se hizo oír:
«¡Aquí está la lanza del rey! Que cruce uno de los muchachos y la recoja. El Señor le pagará a cada uno según su justicia y su lealtad. Porque hoy el Señor te entregó en mis manos, pero yo no quise atentar contra el ungido del Señor».
No era la primera vez que David perdonaba la vida de Saúl. Ya se le había dado otra oportunidad y tampoco allí había querido matarlo (1 Samuel 24,1-23). Pese a que las dos veces Saúl mostró su arrepentimiento, David no confió en él y continuó viviendo al margen, con un grupo de hombres armados. El conflicto entre Saúl y David terminó a la muerte del primero, derrotado en combate con los filisteos.

En el Evangelio, Jesús nos dice:
Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian.
Bendigan a los que los maldicen, rueguen por los que los difaman.
Estos versículos “son cuatro mandamientos” dice el Papa Francisco.
No puedo odiar a los que me odian: la palabra de Jesús es clara: “amen a sus enemigos”
No puedo devolverles mal por mal: si alguien me odia y está en necesidad o atraviesa una dificultad, la palabra de Jesús es “hagan el bien a los que los odian”.
No puedo maldecir al que me maldice; al contrario, “bendigan a los que los maldicen”, dice Jesús.
El cuarto mandamiento parece el más fácil: “rueguen -o sea, recen- por los que los difaman”.
Sin embargo, Francisco señala que éste es el más difícil y nos propone hacer un examen de conciencia: 

«¿Cuánto tiempo de oración dedico a pedirle al Señor por las personas que me molestan, o incluso me tratan mal?» (Homilía en Santa Marta, 13 de septiembre de 2018)
Estos cuatro preceptos que entrega aquí Jesús los entendemos mejor a la luz de algo que dice más adelante:

Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso.
Misericordiosos, como el Padre: ahí está la clave de la vida de Jesús y ahí está la clave de la vida del cristiano, del discípulo de Jesús. Sigue diciendo Francisco, a propósito de este texto:
Se trata de «llegar a comportarse como hijos, hijos de nuestro Padre, que siempre hace el bien, que es “misericordioso”: esta es la palabra clave» (Homilía ya citada)
Le pedimos al Señor poder experimentar cada día la misericordia del Padre, pidiéndole perdón por todas nuestras miserias, para poder así ser, como él, misericordiosos.

Peregrinos de la Esperanza


El pasado 11 de febrero, memoria de Nuestra Señora de Lourdes, el Papa Francisco anunció la celebración de un Año Jubilar en 2025, siguiendo la tradición de celebrar estos años cada cuarto de siglo. El Santo Padre nos dice que este Jubileo “puede ayudar mucho a restablecer un clima de esperanza y confianza, como signo de un nuevo renacimiento que todos percibimos como urgente”. Esa es la razón por la que eligió como lema de ese año santo: “Peregrinos de la Esperanza”.

En esta semana


En esta semana destaca la fiesta de LA CÁTEDRA DEL APÓSTOL SAN PEDRO, que celebramos el 22 de febrero. Pedro es el apóstol al que Jesús dijo: Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Esta fecha se eligió por ser el día en que los romanos acostumbraban a recordar a sus difuntos. Pedro está sepultado en el lugar donde se construyó la basílica a él dedicada, en el Vaticano.

El 23 de febrero recordamos a San Policarpo, obispo y mártir. Fue discípulo del apóstol san Juan y el último de los testigos de los tiempos apostólicos. En tiempo de los emperadores Marco Antonino y Lucio Aurelio Cómodo, hacia el año 155, cuando contaba ya casi noventa años, fue quemado vivo en el anfiteatro de Esmirna, en Asia, en presencia del procónsul y del pueblo, mientras daba gracias a Dios Padre por haberle contado entre los mártires y dejado participar del cáliz de Cristo.

Gracias, amigas y amigos por su atención. Sigamos cuidándonos. Que los bendiga Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

domingo, 13 de febrero de 2022

"Peregrinos de la Esperanza": 2025, Año Jubilar en toda la Iglesia Católica.

 

CARTA DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A S.E. MONS. RINO FISICHELLA PARA EL JUBILEO 2025


Al querido hermano
Monseñor Rino Fisichella
Presidente del Pontificio Consejo
para la Promoción de la Nueva Evangelización

El Jubileo ha sido siempre un acontecimiento de gran importancia espiritual, eclesial y social en la vida de la Iglesia.  Desde que Bonifacio VIII instituyó el primer Año Santo en 1300 —con cadencia de cien años, que después pasó a ser según el modelo bíblico, de cincuenta años y ulteriormente fijado en veinticinco—, el pueblo fiel de Dios ha vivido esta celebración como un don especial de gracia, caracterizado por el perdón de los pecados y, en particular, por la indulgencia, expresión plena de la misericordia de Dios.  Los fieles, generalmente al final de una larga peregrinación, acceden al tesoro espiritual de la Iglesia atravesando la Puerta Santa y venerando las reliquias de los Apóstoles Pedro y Pablo conservadas en las basílicas romanas.  Millones y millones de peregrinos han acudido a estos lugares santos a lo largo de los siglos, dando testimonio vivo de su fe perdurable.

El Gran Jubileo del año 2000 introdujo la Iglesia en el tercer milenio de su historia.  San Juan Pablo II lo había esperado y deseado tanto, con la esperanza de que todos los cristianos, superadas sus divisiones históricas, pudieran celebrar juntos los dos mil años del nacimiento de Jesucristo, Salvador de la humanidad.  Ahora que nos acercamos a los primeros veinticinco años del siglo XXI, estamos llamados a poner en marcha una preparación que permita al pueblo cristiano vivir el Año Santo en todo su significado pastoral.  En este sentido una etapa importante ha sido el Jubileo Extraordinario de la Misericordia, que nos ha permitido redescubrir toda la fuerza y la ternura del amor misericordioso del Padre, para que a su vez podamos ser sus testigos.

Sin embargo, en los dos últimos años no ha habido país que no haya sido afectado por la inesperada epidemia que, además de hacernos ver el drama de morir en soledad, la incertidumbre y la fugacidad de la existencia, ha cambiado también nuestro estilo de vida.  Como cristianos, hemos pasado juntos con nuestros hermanos y hermanas los mismos sufrimientos y limitaciones.  Nuestras iglesias han sido cerradas, así como las escuelas, fábricas, oficinas, tiendas y espacios recreativos.  Todos hemos visto limitadas algunas libertades y la pandemia, además del dolor, ha despertado a veces la duda, el miedo y el desconcierto en nuestras almas.  Los hombres y mujeres de ciencia, con gran rapidez, han encontrado un primer remedio que permite poco a poco volver a la vida cotidiana.  Confiamos plenamente en que la epidemia pueda ser superada y el mundo recupere sus ritmos de relaciones personales y de vida social.  Esto será más fácil de alcanzar en la medida en que se actúe de forma solidaria, para que las poblaciones más desfavorecidas no queden desatendidas, sino que se pueda compartir con todos los descubrimientos de la ciencia y los medicamentos necesarios.

Debemos mantener encendida la llama de la esperanza que nos ha sido dada, y hacer todo lo posible para que cada uno recupere la fuerza y la certeza de mirar al futuro con mente abierta, corazón confiado y amplitud de miras.  El próximo Jubileo puede ayudar mucho a restablecer un clima de esperanza y confianza, como signo de un nuevo renacimiento que todos percibimos como urgente.  Por esa razón elegí el lema Peregrinos de la Esperanza.  Todo esto será posible si somos capaces de recuperar el sentido de la fraternidad universal, si no cerramos los ojos ante la tragedia de la pobreza galopante que impide a millones de hombres, mujeres, jóvenes y niños vivir de manera humanamente digna.  Pienso especialmente en los numerosos refugiados que se ven obligados a abandonar sus tierras.  Ojalá que las voces de los pobres sean escuchadas en este tiempo de preparación al Jubileo que, según el mandato bíblico, devuelve a cada uno el acceso a los frutos de la tierra: «podrán comer todo lo que la tierra produzca durante su descanso, tú, tu esclavo, tu esclava y tu jornalero, así como el huésped que resida contigo; y también el ganado y los animales que estén en la tierra, podrán comer todos sus productos» (Lv 25,6-7).

Por lo tanto, la dimensión espiritual del Jubileo, que nos invita a la conversión, debe unirse a estos aspectos fundamentales de la vida social, para formar un conjunto coherente.  Sintiéndonos todos peregrinos en la tierra en la que el Señor nos ha puesto para que la cultivemos y la cuidemos (cf. Gn 2,15), no descuidemos, a lo largo del camino, la contemplación de la belleza de la creación y el cuidado de nuestra casa común.  Espero que el próximo Año Jubilar se celebre y se viva también con esta intención.  De hecho, un número cada vez mayor de personas, incluidos muchos jóvenes y adolescentes, reconocen que el cuidado de la creación es expresión esencial de la fe en Dios y de la obediencia a su voluntad.

Le confío a Usted, querido hermano, la responsabilidad de encontrar las maneras apropiadas para que el Año Santo se prepare y se celebre con fe intensa, esperanza viva y caridad operante. El Dicasterio que promueve la nueva evangelización sabrá hacer de este momento de gracia una etapa significativa para la pastoral de las Iglesias particulares, tanto latinas como orientales, que en estos años están llamadas a intensificar su compromiso sinodal.  En esta perspectiva, la peregrinación hacia el Jubileo podrá fortificar y manifestar el camino común que la Iglesia está llamada a recorrer para ser cada vez más claramente signo e instrumento de unidad en la armonía de la diversidad.  Será importante ayudar a redescubrir las exigencias de la llamada universal a la participación responsable, con la valorización de los carismas y ministerios que el Espíritu Santo no cesa de conceder para la edificación de la única Iglesia.  Las cuatro Constituciones del Concilio Ecuménico Vaticano II, junto con el Magisterio de estos decenios, seguirán orientando y guiando al santo pueblo de Dios, para que progrese en la misión de llevar el gozoso anuncio del Evangelio a todos.

Según la costumbre, la Bula de convocación, que será publicada en su momento, contendrá las indicaciones necesarias para la celebración del Jubileo de 2025.  En este tiempo de preparación, me alegra pensar que el año 2024, que precede al acontecimiento del Jubileo, pueda dedicarse a una gran “sinfonía” de oración; ante todo, para recuperar el deseo de estar en la presencia del Señor, de escucharlo y adorarlo.  Oración, para agradecer a Dios los múltiples dones de su amor por nosotros y alabar su obra en la creación, que nos compromete a respetarla y a actuar de forma concreta y responsable para salvaguardarla.  Oración como voz “de un solo corazón y una sola alma” (cf. Hch 4,32) que se traduce en ser solidarios y en compartir el pan de cada día.  Oración que permite a cada hombre y mujer de este mundo dirigirse al único Dios, para expresarle lo que tienen en el secreto del corazón.  Oración como vía maestra hacia la santidad, que nos lleva a vivir la contemplación en la acción.  En definitiva, un año intenso de oración, en el que los corazones se puedan abrir para recibir la abundancia de la gracia, haciendo del “Padre Nuestro”, la oración que Jesús nos enseñó, el programa de vida de cada uno de sus discípulos.

Pido a la Virgen María que acompañe a la Iglesia en el camino de preparación al acontecimiento de gracia del Jubileo, y con gratitud le envío cordialmente, a Usted y a sus colaboradores, mi Bendición .

Roma, Basílica de San Juan de Letrán, 11 de febrero de 2022, Memoria de la Bienaventurada Virgen María de Lourdes.

Francisco

¡La recompensa de ustedes será grande en el cielo! (Lucas 6,17-26). Domingo VI durante el año.

 Este domingo nos encontramos con un pasaje del evangelio muy conocido, muy comentado y aún muy discutido: las bienaventuranzas. Lo llamamos así, porque de ese modo se solía traducir el comienzo de cada frase: “bienaventurados, ustedes…”.
En un lenguaje más directo y cercano a nosotros, hoy se traduce como “felices, ustedes…”; porque se trata precisamente de eso: proponer un camino que lleva a la más profunda y auténtica felicidad, la felicidad para la que ha sido creado el ser humano, la vida eterna.
De las bienaventuranzas tal vez conocemos mejor la versión del evangelista Mateo, que las ubica al comienzo del capítulo 5. Así inicia Jesús el llamado “sermón del monte”, porque habla desde una elevación. Las bienaventuranzas que presenta Mateo son ocho.
En cambio, aquí estamos en el evangelio de Lucas, donde Jesús está en una llanura y nos presenta cuatro bienaventuranzas. El número de ocho se completa con cuatro lamentaciones, lo que nos invita a poner en relación unas y otras.

Si comparamos los textos de Lucas y Mateo, vemos que el primero plantea situaciones crudas y duras, mientras que el segundo las abre a una dimensión espiritual.
Lucas dice: “Felices ustedes, los pobres” (Lc 6,20); Mateo, “Felices los que tienen alma de pobres” (Mt 5,3);
Dice Lucas: “Felices ustedes, los que ahora tienen hambre” (Lc 6,21); Mateo: “Felices los que tienen hambre y sed de justicia” (Mt 5,6)
Lucas: “Felices ustedes, los que ahora lloran” (Lc 6,21); Mateo “Felices los afligidos” (Mt 5,5)
La cuarta bienaventuranza de Lucas y octava de Mateo hace referencia al odio y la persecución. Aquí los dos evangelistas presentan como causa el seguimiento de Jesús:
Mateo dice: “a causa de mí” (Mt 5,11); Lucas, “a causa del Hijo del hombre” (Lc 6,22). Mateo agrega una línea que hay que entender en el contexto de su evangelio: “perseguidos por practicar la justicia” (Mt 5,10). Para Mateo “practicar la justicia”, “ser justo” es la manera de vivir propia de quien hace la voluntad de Dios, expresada en la Ley que Jesús lleva a su perfección.

La forma en que aparecen las bienaventuranzas en Lucas nos hace recordar, ante todo, que Dios mira con especial compasión al pobre y al afligido.
Numerosos pasajes del Antiguo Testamento muestran la atención de Dios hacia quienes se encuentran en desamparo; por ejemplo, en el libro del Deuteronomio:

El Señor hace justicia al huérfano y a la viuda, ama al extranjero y le da ropa y alimento. (Deuteronomio 10,18)
Esa preferencia de Dios por el pobre se manifiesta de manera radical con la encarnación del Hijo de Dios. Así lo resume san Pablo:
Ya conocen la generosidad de nuestro Señor Jesucristo que, siendo rico, se hizo pobre por nosotros, a fin de enriquecernos con su pobreza. (2 Corintios 8,9)
Y el mismo Jesús se identifica con el pobre y desamparado y nos recuerda que
[lo que] hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo (Mateo 25,40)
Sin embargo, no pensemos que las bienaventuranzas de Lucas se quedan en la situación material, como si todo se resolviera con la práctica de las obras de misericordia corporales.
¿Cuál es el reproche que hace Jesús a los ricos en sus cuatro ayes? No es el de no haber socorrido al pobre, reproche que encontramos en otros pasajes de Lucas y de Mateo.
El reproche fundamental está en su relación o, tal vez, en su NO RELACIÓN con Dios. Su consuelo, su satisfacción, su risa, los elogios que reciben no vienen de Dios. Vienen de un mundo impío, un mundo sin Dios, donde cada uno mira egoístamente para sí y no le importa pisotear la dignidad del otro o aún quitarle la vida, con tal de aumentar su riqueza y su dominio sobre los demás.

Aquí vale la pena ir a la primera lectura, del profeta Jeremías, que contrapone dos actitudes: la del hombre que confía en el Señor y la del hombre que CONFÍA EN EL HOMBRE. Esta última expresión puede sonarnos extraña; pero no se refiere a la confianza necesaria en las relaciones humanas, sino a la autosuficiencia: prescindir totalmente de Dios llevando una vida en la que el Señor no tiene nada que decir ni que hacer.
El “hombre rico” del que habla Jesús es aquel que no necesita ni de Dios ni de nadie. Aquel al que nadie puede decirle que no. Aquel que piensa que “todo hombre tiene su precio” y que no hay cosa alguna que no pueda tener por medio de su dinero o su poder.

Jeremías compara los logros finales de esos dos hombres con dos árboles.
El hombre que confía en el hombre
es como un matorral en la estepa que no ve llegar la felicidad;
habita en la aridez del desierto, en una tierra salobre e inhóspita.
En cambio, el que pone su confianza en Dios
es como un árbol plantado al borde de las aguas,
que extiende sus raíces hacia la corriente;
no teme cuando llega el calor
y su follaje se mantiene frondoso;
no se inquieta en un año de sequía
y nunca deja de dar fruto.
Esto nos lleva a un tercer tema de las bienaventuranzas: la promesa que va unida a cada una de ellas. Lucas las resume diciendo:
¡Alégrense y llénense de gozo en ese día,
porque la recompensa de ustedes será grande en el cielo!
La recompensa no se debe a las situaciones de aflicción vividas, sino a la FIDELIDAD A DIOS vivida en cada una de ellas. Esa es la esencia. Es lo que nos presenta Lucas.
Mateo desarrolla el programa: la pobreza espiritual, la paciencia, el hambre y sed de justicia, la misericordia, la pureza, el trabajo por la paz, la práctica de la justicia. Ese es el camino de Jesús.
Por allí debe caminar quien quiera seguirlo, poniendo su confianza en Él. Ese camino lo hará bienaventurado, feliz.

Intención del Papa para el mes de febrero

En el mes de febrero, el Papa Francisco nos invita a rezar especialmente por las mujeres religiosas y consagradas, agradeciéndoles su misión y valentía, para que sigan encontrando nuevas respuestas a los desafíos de nuestro tiempo.

Santos de esta semana

El día 14 recordamos a los santos Cirilo y Metodio, hermanos de sangre. Uno monje y el otro obispo, fueron grandes evangelizadores de los pueblos eslavos del este de Europa en el siglo IX. San Cirilo inventó el alfabeto que lleva su nombre, que aún se utiliza en la lengua rusa y otras. San Juan Pablo II los nombró copatronos de Europa.

San Claudio La Colombière fue un sacerdote jesuita que acompañó espiritualmente a Santa Margarita María Alacoque, se convenció de la validez de sus visiones y se convirtió en un apóstol de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús. Lo recordamos el día 15.

jueves, 10 de febrero de 2022

“¡Aquí estoy, envíame!” (Isaías 6,8). Movimientos en la Diócesis de Canelones


Queridos diocesanos:

En el mes de diciembre fui comunicando a algunas de las comunidades parroquiales los cambios de sacerdotes que se habían ido resolviendo. Me parece oportuno dar ahora a toda la diócesis una información completa y actualizada de ésos y otros movimientos en nuestra Iglesia diocesana.

Sacerdotes diocesanos

El P. Renzo Siri, hasta ahora en Sauce, será el nuevo párroco de la Catedral, Parroquia Nuestra Señora de Guadalupe de Canelones y rector del Santuario diocesano Gruta de Lourdes en Etcheverría.
El P. Luis Eduardo Ríos, hasta ahora en Catedral, irá como párroco a Inmaculada Concepción de Pando.
El P. Marcelo De León, vicario parroquial en Pando, pasará a ser el nuevo párroco de Sagrada Familia en Sauce.
El P. Adolfo Esquivel, de la Diócesis de Fréjus-Toulon, Francia, hasta ahora en Toledo, será el nuevo párroco de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, en Barros Blancos.
El P. Leonardo Rodríguez, que tenía a su cargo las parroquias de Salinas y Empalme Olmos, comenzará una experiencia de vida eremítica en nuestra diócesis, en la forma que se detallará más adelante.
El P. Williams Villarino, asesor de Pastoral Vocacional y hasta ahora párroco de Pando, se integrará al equipo de formadores del Seminario Interdiocesano Cristo Rey, en el que se preparan al sacerdocio tres seminaristas de nuestra diócesis. En los fines de semana atenderá, como administrador parroquial, las parroquias Santa Isabel de Hungría, en Salinas y Santa Rosa de Lima en Empalme Olmos, en las que contará con la colaboración de los diáconos Rubén Darío Gómez y Francisco Ferraro, respectivamente.
El P. Lucio Escolar, después de 15 años como párroco de Los Cerrillos, con 48 años como sacerdote, ha renunciado a la parroquia por motivos de salud. Ha viajado a España para encontrarse con su familia y es su deseo regresar luego a Uruguay.
El P. Jorge Jaurena, párroco de Santa Lucía, se hará también cargo de la parroquia San Miguel de Los Cerrillos como administrador parroquial.
El P. Fabián Róvere, párroco de San Francisco en Joaquín Suárez, atenderá también, como administrador parroquial, Nuestra Señora del Carmen, en Toledo.

Salesianos de Don Bosco

El P. Mateo Méndez SDB ha dejado Las Piedras para prestar servicio en el Movimiento Tacurú, en Montevideo, pero continuará acompañando la Obra Minga.
El P. Andrés Boone SDB, hasta ahora director del Colegio salesiano de las Piedras, es el nuevo párroco de la parroquia San Isidro.
El P. Carlos Sanabria SDB se despidió también de nuestra diócesis para hacerse cargo de la parroquia María Auxiliadora en Montevideo. El P. Sanabria fue hasta ahora administrador parroquial en San Adolfo y colaboró en Medalla Milagrosa, parroquias de 18 de Mayo.
El P. Rafael García SDB, llegado este año desde Mercedes, será el sacerdote que acompañe la comunidad de San Adolfo como administrador parroquial.
El P. José Correa SDB colaborará en las celebraciones de la parroquia Medalla Milagrosa.

Cargos diocesanos

Dos laicos están asumiendo dos importantes responsabilidades diocesanas:
El Cr. Marcelo Aizcorbe es el nuevo Ecónomo Diocesano, servicio que prestaba el P. Luis Eduardo Ríos. La Dra. Amanda Hernández es la nueva Secretaria Canciller, cargo que tenía el P. Jorge Jaurena.
El P. Walter Piñeyro, párroco de Juanicó, es el nuevo asesor del Oficio Catequístico Diocesano.
El P. Renzo Siri, hasta ahora encargado de la catequesis, asume la Pastoral de Adolescentes.

Incorporaciones

Un sacerdote dehoniano, el P. Ubirajara Da Silva Salazar SCJ, se incorporó a la comunidad de Santa Rosa de Lima, en El Pinar, colaborando con el P. Adriano Marques SCJ.
El Diácono Permanente José Lima, originalmente de la arquidiócesis de Montevideo, ha pasado a prestar servicios en nuestra diócesis, adscripto a la Parroquia Santa Teresita del Niño Jesús, en Juanicó, colaborando con el P. Walter Piñeyro.

Práctica pastoral de los Seminaristas

Como parte de su formación, los seminaristas de nuestra diócesis que, durante la semana, están en el Seminario Interdiocesano Cristo Rey, en Montevideo, vienen a parroquias en las que realizan su práctica pastoral durante los fines de semana.
Néstor Rosano, que inicia su último año en el Seminario, estará en la parroquia Catedral.
Sergio Genta, en su penúltimo año, continuará en la parroquia San Juan Bautista de Santa Lucía.
Tomás Fernández, que iniciará los estudios de Teología, irá a la parroquia Santísimo Salvador, en Tala.

Demos gracias al Señor por todo el bien que cada uno de los nombrados ha podido realizar en las comunidades en las que hasta ahora prestaban sus servicios. A quienes asumen nuevas responsabilidades agradezco su disponibilidad para redoblar esfuerzos al servicio de la evangelización.

Invito a las comunidades parroquiales a recibir a sus nuevos párrocos o encargados con afecto, apertura y espíritu de colaboración. En este tiempo de preparación al Sínodo de 2023, recordemos que la sinodalidad es, precisamente, hacer camino juntos, con “los ojos fijos en Jesús, el que inicia y consuma la fe” (Hebreos 12,2). Dispongámonos pues, todos, a caminar unidos en el Señor.

Ruego a Jesús Buen Pastor que derrame su bendición sobre todos nosotros y a Nuestra Señora de Guadalupe que continúe guardándonos bajo su manto de Madre amorosa.

+ Heriberto A. Bodeant, Obispo de Canelones.
11 de febrero de 2022, memoria de Nuestra Señora de Lourdes

viernes, 4 de febrero de 2022

“Si Tú lo dices, echaré las redes” (Lucas 5,1-11). V Domingo durante el año.

 
“hemos trabajado la noche entera y no hemos sacado nada”
Es siempre frustrante hacer un enorme esfuerzo para encontrar que, al final de la jornada o, incluso, al término de largos períodos de tiempo, los frutos, los resultados, han sido escasos o nulos. Uno se pregunta qué es lo que ha hecho mal y qué sentido tiene todo ese esfuerzo infructuoso.
Simón, pescador experimentado, había estado lanzando las redes junto con sus compañeros, durante toda la noche. Llegaba el día, que no es el momento más oportuno para seguir esforzándose. Más difícil aún, con el cansancio que tenían.
Sin embargo, Jesús le dijo a Simón:
«Navega mar adentro, y echen las redes»
Jesús dice que hay que volver a intentarlo.
No es una sugerencia “¿por qué no lo intentas otra vez?”. Es un mandato: haz esto.
Simón considera, por un lado, su conocimiento del oficio que le dice que no, que no vale la pena y, por otro lado, la palabra imperiosa del Maestro que le dice “hazlo de nuevo”.
Simón toma su decisión y responde:
“Si Tú lo dices, echaré las redes”.
Así lo hicieron, y sacaron tal cantidad de peces, que las redes estaban a punto de romperse. Entonces hicieron señas a los compañeros de la otra barca para que fueran a ayudarlos. Ellos acudieron, y llenaron tanto las dos barcas, que casi se hundían.
¿Qué es lo que cambió esa situación?
Podríamos simplemente decir “Jesús hizo el milagro”. Sí, hay un milagro. Este pasaje del evangelio es conocido como “la pesca milagrosa”. Pero este milagro, como todos los que Jesús realiza, no se hace sin participación de quien lo recibe.
Las barcas no aparecen, de pronto, mágicamente llenas de peces, como lo habría hecho el genio de la lámpara de Aladino.
Dos cosas han sido necesarias. Lo primero, ha sido el asentimiento de la fe, la fe de Simón Pedro, que queda expresada en sus palabras: “Si Tú lo dices, echaré las redes”. Lo segundo, es la acción: “así lo hicieron”. Volvieron a echar las redes.

En su carta Novo Millennio Inneunte, san Juan Pablo II citaba este pasaje del evangelio para hablarnos de la “primacía de la Gracia”. Decía el Papa que hay una tentación que asecha todo camino espiritual y la vida pastoral misma: “pensar que los resultados dependen de nuestra capacidad de hacer y programar”.
Eso es creer que todo depende de nuestras fuerzas. Si tomamos las decisiones correctas, si realizamos las tareas necesarias, la pesca tiene que ser exitosa; las redes tendrán que llenarse.
Dios no menosprecia nuestro trabajo, dice Juan Pablo II:
Ciertamente, Dios nos pide una colaboración real a su gracia y, por tanto, nos invita a utilizar todos los recursos de nuestra inteligencia y capacidad operativa en nuestro servicio a la causa del Reino.
Entonces, poner inteligencia, poner esfuerzo… pero… siempre teniendo muy presente lo que agrega a continuación el Papa:
no se ha de olvidar que, sin Cristo, «no podemos hacer nada» (cf. Juan 15,5).
Esto no vale solamente para la vida espiritual o la actividad pastoral de la Iglesia. Vale para toda nuestra vida. Hace unas semanas, me impresionó el relato de una joven que me contó cómo había rezado para tomar una decisión importante de su vida, para buscar qué era realmente lo que Dios quería para ella. Esto me impresionó porque no se trataba de una decisión como casarse o consagrarse, sino un cambio de trabajo. Para ella no era simplemente cuestión de comparar horas, esfuerzos y sueldos, sino de buscar el querer de Dios para ella en esa circunstancia.
En ese sentido, dice también Juan Pablo II:
La oración nos hace vivir precisamente en esta verdad. Nos recuerda constantemente la primacía de Cristo y, en relación con él, la primacía de la vida interior y de la santidad.
Este es el momento de la fe, de la oración, del diálogo con Dios, para abrir el corazón a la acción de la gracia y permitir a la palabra de Cristo que pase por nosotros con toda su fuerza.

En esta semana

En esta semana queremos recordar especialmente tres fechas.

Martes 8: memoria de la Santa africana Josefina Bakhita. Siendo niña fue raptada y vendida en diversos mercados de esclavos, sufriendo dura cautividad. Al obtener la libertad abrazó la fe cristiana e ingresó en el Instituto de las Hijas de la Caridad (Hermanas Canosianas), pasando el resto de su vida entregada a Cristo y al servicio de los demás. Murió en 1947.

El jueves 10 celebramos la memoria de Santa Escolástica, virgen, hermana de San Benito, monja benedictina. Desde su infancia estuvo consagrada a Dios y mantuvo una profunda unión espiritual con su hermano. Una vez al año lo visitaba en el monasterio de Montecasino, para pasar juntos una jornada de conversaciones espirituales y oración en común. La recordaremos este día en el Monasterio de las Benedictinas en el barrio El Palmar de El Pinar.

El viernes 11, Nuestra Señora de Lourdes; una devoción especialmente querida en nuestra Diócesis. En el año 1858, cuatro años después de la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción de María, la Santísima Virgen se apareció en repetidas ocasiones a santa Bernardita Soubirous, una joven perteneciente a una familia en graves dificultades. Esto sucedió en la gruta de Massabielle, junto al río Gave, en Lourdes. Desde entonces, millones y millones de peregrinos han frecuentado cada año este santuario y son muchos los milagros realizados por la intercesión de Nuestra Señora de Lourdes que se encuentran debidamente acreditados.
En nuestra diócesis hay varias capillas dedicadas a esta advocación mariana, pero hay dos lugares donde este día se celebra muy especialmente: la gruta de Lourdes, en Etcheverría, cerca de la ciudad de Canelones y, en estación Atlántida, la parroquia Cristo Obrero y Nuestra Señora de Lourdes, cuya Iglesia fue construida por el ingeniero Eladio Dieste y es, desde el año pasado, Patrimonio Mundial de la Humanidad.

Y esto es todo por hoy, amigas y amigos. Cuídense mucho y que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.