lunes, 30 de marzo de 2020

Homilía del Papa Francisco - 27 de marzo - Oración en tiempos de epidemia.


MOMENTO EXTRAORDINARIO DE ORACIÓN
EN TIEMPOS DE EPIDEMIA
PRESIDIDO POR EL SANTO PADRE FRANCISCO
Atrio de la Baslica de San Pedro
Viernes, 27 de marzo de 2020


Texto del Evangelio, homilía del Papa y comentario de la teóloga Dra. María García de Fleury

Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según san Marcos (4,35-41)

Al atardecer de ese mismo día, les dijo: "Crucemos a la otra orilla". 
Ellos, dejando a la multitud, lo llevaron a la barca, así como estaba. Había otras barcas junto a la suya.

Entonces se desató un fuerte vendaval, y las olas entraban en la barca, que se iba llenando de agua. 
Jesús estaba en la popa, durmiendo sobre el cabezal.
Lo despertaron y le dijeron: "¡Maestro! ¿No te importa que nos ahoguemos?" 
Despertándose, él increpó al viento y dijo al mar: "¡Silencio! ¡Cállate!" El viento se aplacó y sobrevino una gran calma.
Después les dijo: "¿Por qué tienen miedo? ¿Cómo no tienen fe?"
Entonces quedaron atemorizados y se decían unos a otros: "¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen?"

Homilía del Papa Francisco

«Al atardecer» (Mc 4,35). Así comienza el Evangelio que hemos escuchado. Desde hace algunas semanas parece que todo se ha oscurecido. Densas tinieblas han cubierto nuestras plazas, calles y ciudades; se fueron adueñando de nuestras vidas llenando todo de un silencio que ensordece y un vacío desolador que paraliza todo a su paso: se palpita en el aire, se siente en los gestos, lo dicen las miradas. Nos encontramos asustados y perdidos. Al igual que a los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente. En esta barca, estamos todos. Como esos discípulos, que hablan con una única voz y con angustia dicen: “perecemos” (cf. v. 38), también nosotros descubrimos que no podemos seguir cada uno por nuestra cuenta, sino sólo juntos.

Es fácil identificarnos con esta historia, lo difícil es entender la actitud de Jesús. Mientras los discípulos, lógicamente, estaban alarmados y desesperados, Él permanecía en popa, en la parte de la barca que primero se hunde. Y, ¿qué hace? A pesar del ajetreo y el bullicio, dormía tranquilo, confiado en el Padre —es la única vez en el Evangelio que Jesús aparece durmiendo—. Después de que lo despertaran y que calmara el viento y las aguas, se dirigió a los discípulos con un tono de reproche: «¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?» (v. 40).

Tratemos de entenderlo. ¿En qué consiste la falta de fe de los discípulos que se contrapone a la confianza de Jesús? Ellos no habían dejado de creer en Él; de hecho, lo invocaron. Pero veamos cómo lo invocan: «Maestro, ¿no te importa que perezcamos?» (v. 38). No te importa: pensaron que Jesús se desinteresaba de ellos, que no les prestaba atención. Entre nosotros, en nuestras familias, lo que más duele es cuando escuchamos decir: “¿Es que no te importo?”. Es una frase que lastima y desata tormentas en el corazón. También habrá sacudido a Jesús, porque a Él le importamos más que a nadie. De hecho, una vez invocado, salva a sus discípulos desconfiados.

La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades. Nos muestra cómo habíamos dejado dormido y abandonado lo que alimenta, sostiene y da fuerza a nuestra vida y a nuestra comunidad. La tempestad pone al descubierto todos los intentos de encajonar y olvidar lo que nutrió el alma de nuestros pueblos; todas esas tentativas de anestesiar con aparentes rutinas “salvadoras”, incapaces de apelar a nuestras raíces y evocar la memoria de nuestros ancianos, privándonos así de la inmunidad necesaria para hacerle frente a la adversidad.

Con la tempestad, se cayó el maquillaje de esos estereotipos con los que disfrazábamos nuestros egos siempre pretenciosos de querer aparentar; y dejó al descubierto, una vez más, esa (bendita) pertenencia común de la que no podemos ni queremos evadirnos; esa pertenencia de hermanos.

«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Señor, esta tarde tu Palabra nos interpela se dirige a todos. En nuestro mundo, que Tú amas más que nosotros, hemos avanzado rápidamente, sintiéndonos fuertes y capaces de todo. Codiciosos de ganancias, nos hemos dejado absorber por lo material y trastornar por la prisa. No nos hemos detenido ante tus llamadas, no nos hemos despertado ante guerras e injusticias del mundo, no hemos escuchado el grito de los pobres y de nuestro planeta gravemente enfermo. Hemos continuado imperturbables, pensando en mantenernos siempre sanos en un mundo enfermo. Ahora, mientras estamos en mares agitados, te suplicamos: “Despierta, Señor”.

«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Señor, nos diriges una llamada, una llamada a la fe. Que no es tanto creer que Tú existes, sino ir hacia ti y confiar en ti. En esta Cuaresma resuena tu llamada urgente: “Convertíos”, «volved a mí de todo corazón» (Jl 2,12). Nos llamas a tomar este tiempo de prueba como un momento de elección. No es el momento de tu juicio, sino de nuestro juicio: el tiempo para elegir entre lo que cuenta verdaderamente y lo que pasa, para separar lo que es necesario de lo que no lo es. Es el tiempo de restablecer el rumbo de la vida hacia ti, Señor, y hacia los demás. Y podemos mirar a tantos compañeros de viaje que son ejemplares, pues, ante el miedo, han reaccionado dando la propia vida. Es la fuerza operante del Espíritu derramada y plasmada en valientes y generosas entregas. Es la vida del Espíritu capaz de rescatar, valorar y mostrar cómo nuestras vidas están tejidas y sostenidas por personas comunes —corrientemente olvidadas— que no aparecen en portadas de diarios y de revistas, ni en las grandes pasarelas del último show pero, sin lugar a dudas, están escribiendo hoy los acontecimientos decisivos de nuestra historia: médicos, enfermeros y enfermeras, encargados de reponer los productos en los supermercados, limpiadoras, cuidadoras, transportistas, fuerzas de seguridad, voluntarios, sacerdotes, religiosas y tantos pero tantos otros que comprendieron que nadie se salva solo. Frente al sufrimiento, donde se mide el verdadero desarrollo de nuestros pueblos, descubrimos y experimentamos la oración sacerdotal de Jesús: «Que todos sean uno» (Jn 17,21). Cuánta gente cada día demuestra paciencia e infunde esperanza, cuidándose de no sembrar pánico sino corresponsabilidad. Cuántos padres, madres, abuelos y abuelas, docentes muestran a nuestros niños, con gestos pequeños y cotidianos, cómo enfrentar y transitar una crisis readaptando rutinas, levantando miradas e impulsando la oración. Cuántas personas rezan, ofrecen e interceden por el bien de todos. La oración y el servicio silencioso son nuestras armas vencedoras.

«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». El comienzo de la fe es saber que necesitamos la salvación. No somos autosuficientes; solos nos hundimos. Necesitamos al Señor como los antiguos marineros las estrellas. Invitemos a Jesús a la barca de nuestra vida. Entreguémosle nuestros temores, para que los venza. Al igual que los discípulos, experimentaremos que, con Él a bordo, no se naufraga. Porque esta es la fuerza de Dios: convertir en algo bueno todo lo que nos sucede, incluso lo malo. Él trae serenidad en nuestras tormentas, porque con Dios la vida nunca muere.

El Señor nos interpela y, en medio de nuestra tormenta, nos invita a despertar y a activar esa solidaridad y esperanza capaz de dar solidez, contención y sentido a estas horas donde todo parece naufragar. El Señor se despierta para despertar y avivar nuestra fe pascual. Tenemos un ancla: en su Cruz hemos sido salvados. Tenemos un timón: en su Cruz hemos sido rescatados. Tenemos una esperanza: en su Cruz hemos sido sanados y abrazados para que nadie ni nada nos separe de su amor redentor. En medio del aislamiento donde estamos sufriendo la falta de los afectos y de los encuentros, experimentando la carencia de tantas cosas, escuchemos una vez más el anuncio que nos salva: ha resucitado y vive a nuestro lado. El Señor nos interpela desde su Cruz a reencontrar la vida que nos espera, a mirar a aquellos que nos reclaman, a potenciar, reconocer e incentivar la gracia que nos habita. No apaguemos la llama humeante (cf. Is 42,3), que nunca enferma, y dejemos que reavive la esperanza.

Abrazar su Cruz es animarse a abrazar todas las contrariedades del tiempo presente, abandonando por un instante nuestro afán de omnipotencia y posesión para darle espacio a la creatividad que sólo el Espíritu es capaz de suscitar. Es animarse a motivar espacios donde todos puedan sentirse convocados y permitir nuevas formas de hospitalidad, de fraternidad y de solidaridad. En su Cruz hemos sido salvados para hospedar la esperanza y dejar que sea ella quien fortalezca y sostenga todas las medidas y caminos posibles que nos ayuden a cuidarnos y a cuidar. Abrazar al Señor para abrazar la esperanza. Esta es la fuerza de la fe, que libera del miedo y da esperanza.

«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Queridos hermanos y hermanas: Desde este lugar, que narra la fe pétrea de Pedro, esta tarde me gustaría confiarlos a todos al Señor, a través de la intercesión de la Virgen, salud de su pueblo, estrella del mar tempestuoso. Desde esta columnata que abraza a Roma y al mundo, descienda sobre vosotros, como un abrazo consolador, la bendición de Dios. Señor, bendice al mundo, da salud a los cuerpos y consuela los corazones. Nos pides que no sintamos temor. Pero nuestra fe es débil y tenemos miedo. Mas tú, Señor, no nos abandones a merced de la tormenta. Repites de nuevo: «No tengáis miedo» (Mt 28,5). Y nosotros, junto con Pedro, “descargamos en ti todo nuestro agobio, porque Tú nos cuidas” (cf. 1 P 5,7).


Reflexión de la Profesora María García de Fleury, Teóloga y Académico de Número de la Academia Internacional de Hagiografía, sobre la Bendición Urbi et Orbi del Papa Francisco, desde "Il Sacrato" de la Plaza de la Basílica de San Pedro, el viernes 27 de marzo de 2020.

viernes, 27 de marzo de 2020

“Tu hermano resucitará” (Juan 11,1-45). V Domingo de Cuaresma.






La pequeña iglesia estaba llena. La comunidad despedía a uno de los suyos. En el centro se había colocado el ataúd, todavía abierto. Se veía el rostro de un hombre aún joven. Había luchado contra la enfermedad, pero había sido vencido. Sus hijos, todavía chicos, estaban allí, llorando a su padre. Se entonó un canto. Alguien leyó un pasaje bíblico… no recuerdo cuál. El ministro tomó la palabra:
“La sentencia de la muerte pesa sobre la raza humana”,
empezó diciendo. No me animo a decir que esas fueran exactamente sus palabras, pero ése era el concepto: estamos sentenciados a morir. "No, no, no”, pensé yo… “somos cristianos, creemos en la resurrección, creemos en la vida”. Seguramente todo eso el predicador lo explicó después, pero no lo recuerdo. Me quedó grabado ese comienzo fuerte, poniendo a toda la congregación de cara a la cruda realidad de la muerte. Una realidad que se hace más patente, más presente, en las noticias de estos tiempos de pandemia.

De muerte y de regreso a la vida trata el evangelio de este quinto domingo de cuaresma, que narra la resurrección de Lázaro.

«Señor, tu amigo está enfermo» 
fue el mensaje que Marta y María de Betania, hermanas de Lázaro, le hicieron llegar a Jesús.
Ellas no le piden nada. Entre amigos, las palabras sobran. Sin embargo, Él no se apresura. Se queda todavía dos días, hasta que dice a sus discípulos:
«Volvamos a Judea».
Parece una decisión simple, pero no lo es. Volver a Judea, donde está Betania, a tres kilómetros de Jerusalén, es ponerse en peligro. Sus discípulos se lo recuerdan:
«Maestro, hace poco los judíos querían apedrearte, ¿y quieres volver allá?»
Jesús da a entender que Lázaro ha muerto, pero que esa muerte no será definitiva, por la intervención de Jesús:
«Nuestro amigo Lázaro duerme, pero yo voy a despertarlo»
No es solo “mi” amigo, amigo de Jesús. Es “nuestro amigo”, un miembro de la comunidad. Por Él correrá Jesús el riesgo, y la comunidad de sus discípulos lo correrá también. Asumiendo el peligro, dice Tomás:
«Vayamos también nosotros a morir con él»

Es conocido el episodio de Marta y María que nos cuenta Lucas. Las dos hermanas reciben a Jesús en su casa. Marta se enfrasca en las tareas domésticas para atender a su invitado. María, en cambio, está pendiente de las palabras de Jesús y se gana su elogio. En este episodio las vemos asumir otras actitudes con respecto al Maestro.

Al enterarse de que Jesús llegaba, Marta salió a su encuentro, mientras María permanecía en la casa.
Marta le manifiesta a Jesús su confianza:
«yo sé que aun ahora, Dios te concederá todo lo que le pidas»
Marta tiene fe en Jesús como un mediador infalible ante Dios. Lo que Jesús pide, Dios lo hace. Para ella, Él es el sanador capaz de obtener cualquier milagro.

Muchas veces nosotros pensamos así también, cuando le pedimos a otro: “vos que estás más cerca de Dios rezá por mí”. Así actuamos también en otras cosas de la vida. Cuando algo no nos resulta posible, buscamos a alguien que nos pueda ayudar: un pariente, un amigo, un padrino, alguien que pueda hacer con más éxito esa gestión que está trabada para nosotros.

Pero Jesús es mucho más que eso. No es simplemente alguien a quien recurrir en momentos de extrema necesidad. Por eso Jesús le va a pedir a Marta dar otro paso en la fe. Después de asegurarle que su hermano resucitará, Jesús le dice a Marta:
«Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?»
La pregunta de Jesús ¿crees esto? se la hace a Marta y nos la hace a cada uno de nosotros.
Si respondemos “sí”, estamos diciéndole a Jesús que creemos y esperamos de Él mucho más que una ayuda en un momento difícil. Estamos abriéndole a Jesús las puertas del corazón, estamos dejándolo entrar en nuestra vida.

Pero ¿qué es lo que creemos? Esto mismo, y no otra cosa: creemos que Jesús es la resurrección y la vida y que todos los que creen en Él, aunque hayan muerto vivirán.

En los últimos años del siglo XX y lo que va del XXI hemos podido ver cómo ha aumentado la esperanza de vida; cuántas personas llegan a edades muy avanzadas, extraordinariamente bien para sus años. Pero la fe en la resurrección no es la creencia en la prolongación indefinida de una vida como esta. Tampoco es una fe en “la otra vida” como un corte total con la vida que llevamos en este mundo.

Ninguna de esas formas de entenderlo es la Vida que anuncia Jesús cuando manifiesta:
“yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Juan 10,10)
Y también cuando dice:
“esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en él, tenga vida eterna y que yo lo resucite el último día” (Juan 6.40)
“En verdad, en verdad les digo: el que cree, tiene vida eterna” (Juan 6,47)
Jesús habla en presente, no en futuro. La vida en plenitud, la vida eterna que Jesús promete comienza aquí y ahora, cuando empezamos a creer en Él, cuando dejamos que entre en nosotros su amor transformador.

La cuaresma, este tiempo que vivimos en la Iglesia, apunta a que renovemos nuestra fe y nuestro encuentro con Jesucristo. San Óscar Romero, el arzobispo mártir de San Salvador, a quien recordamos el pasado martes 24, explicaba el sentido de la cuaresma diciendo así:
“cada año la Iglesia va celebrando una Cuaresma para que yo tome conciencia de mi bautismo (...) ¿Qué significa para mí ese bautismo?”
Es una pregunta importante… muchos fuimos bautizados de niños; hoy somos adultos. Mons. Romero no hacía esa pregunta en cualquier lugar ni en cualquier momento. La hacía en su país desgarrado por la violencia. Podemos hacernos la misma pregunta en este tiempo de calamidad.
“¿Qué significa para mí ese bautismo?”.
El bautismo es el comienzo de la vida nueva en Cristo. La resurrección de Lázaro es una imagen dramática del bautizado, que al recibir el agua muere a su vida vieja y es sepultado con Cristo y que, a través del agua, nace de nuevo, empieza su vida nueva, una vida en Cristo.

Toda la cuaresma apunta hacia la Vigilia Pascual, la noche del Sábado Santo, la noche que desemboca en el domingo de Pascua, domingo de Resurrección. En esa celebración, que este año se hará sin la presencia de fieles, la comunidad renueva su bautismo. Entonces, allí donde esté, cada bautizado está llamado a renovar su compromiso con Cristo, a dejar atrás la vida vieja con sus pecados y su egoísmo individualista y a continuar y profundizar la vida nueva en comunidad, con una generosa entrega de amor a Dios y al prójimo.

Mons. Romero recordaba en su homilía los primeros tiempos del cristianismo, cuando la cuaresma comenzaba con una procesión en la que iban tres grupos: los catecúmenos, que hacían su preparación final para el bautismo que recibirían en la noche de Pascua; los penitentes, que pedían el perdón por pecados muy graves y que esa noche iban a volver a participar plenamente en la comunidad; los fieles, que, dentro de la fragilidad humana, habían permanecido firmes y que iban a pedir el don de la perseverancia. Con ellos los sacerdotes y el obispo; todos en actitud de penitencia.

Sin esa ceremonia de otros tiempos, aquí, en la Diócesis de Melo, solemos hacer cada año, en el V domingo de Cuaresma, que sería este domingo, nuestra peregrinación penitencial al Cerro Largo. No la haremos esta vez, por las razones que todos conocemos. La cuarentena nos da a los creyentes la oportunidad de hacer una procesión interior, de volver a ese momento lejano de nuestro bautismo y de prepararnos para renovar y profundizar nuestro encuentro con Jesucristo, Verdad y Vida.
Pidamos que, como a Lázaro, el Señor nos devuelva a la vida y nos desate para caminar con Él.

Gracias, amigas y amigos por su atención. Que el Señor los bendiga. Cuídense mucho y hasta la próxima semana si Dios quiere.

Comunicado de los Obispos del Uruguay a los fieles católicos sobre las celebraciones de Semana Santa


Queridos hermanos y hermanas:

En este tiempo de Cuaresma renovamos toda nuestra confianza en Dios.

La pandemia que golpea nuestro país, como a tantos países del mundo, nos ha llevado a cambiar nuestro estilo de vida, a transformar nuestros hábitos y costum-bres y a vivir con márgenes de incertidumbre crecientes en el día a día. Estamos viviendo también tiempos de solidaridad y de empatía, que nos hacen sentir orgu-llosos de nuestra gente y nos animan a seguir enfrentando esta situación con fe, creatividad y compromiso.

El pasado 18 de marzo compartíamos una reflexión con ustedes y señalábamos algunos puntos para vivir este tiempo especial, invitando a la humildad, la con-fianza, el amor al prójimo, la oración, la gratitud y el amor a la Eucaristía.

Les decíamos: “Los Obispos del Uruguay, en sintonía con lo que han hecho el Papa y otros obispos y acompañando las decisiones del gobierno, hemos tomado medi-das que son inéditas y muy dolorosas para los hombres y mujeres que tenemos fe. Suspender por dos semanas las misas con asistencia de fieles causa un profundo dolor”.

Compartimos las exhortaciones a quedarnos en casa, a cuidarnos y cuidar a los demás.

Dado que las circunstancias no han cambiado, entendemos que debemos dar con-tinuidad a lo comunicado anteriormente. Esto es: celebrar la Santa Misa sin pre-sencia física de fieles, evitando reunión o aglomeración de personas.

Para Semana Santa seguiremos las normas dictadas por la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos en estas circunstancias.Allí se señala: 
“Dado que la fecha de la Pascua no puede ser trasladada, en los países afec-tados por la enfermedad, donde se han previsto restricciones sobre las reuniones y la movilidad de las personas, los obispos y los presbíteros celebren los ritos de la Semana Santa sin la presencia del pueblo y en un lugar adecuado, evitando la concelebración y omitiendo el saludo de paz.
Los fieles sean avisados de la hora del inicio de las celebraciones, de modo que puedan unirse en oración desde sus propias casas. Podrán ser de gran ayuda los medios de comunicación telemática en directo, no grabados”. (En tiempo de COVID-19 II, 3 y 4)

Animamos a las comunidades a vivir esta Semana Santa con intenso espíritu de oración, centrados en la Palabra de Dios de todos los días, meditando la pasión, muerte y resurrección del Señor y practicando las obras de misericordia.

En la Vigilia Pascual, unámonos con especial atención al momento de la renova-ción de las promesas del Bautismo, el sacramento que nos ha unido con un sello indeleble al misterio pascual de Cristo. Recordar nuestro Bautismo es volver a la profunda raíz de nuestra fe y abrir al Señor nuestros corazones para que, en cada circunstancia, vivamos fielmente nuestra realidad de hijos de Dios.
Acompañemos especialmente a los catecúmenos elegidos, que ven postergado el momento de recibir los sacramentos de la iniciación cristiana.

Proclamamos nuestra fe en que la Liturgia de la Iglesia y particularmente la cele-bración de la Eucaristía no son meros actos públicos para manifestar una creencia, sino que son actos de Jesucristo, que está siempre ante el Padre intercediendo por nosotros. Él está presente en la celebración litúrgica, que es ejercicio de su sacer-docio en el cielo y en la tierra. Con Cristo obra el Espíritu Santo enviado desde el Padre.

Instrumento, sacramento, de esta presencia actuante de Jesucristo por el Espíritu Santo es el sacerdocio que Él mismo comunicó a sus Apóstoles y sigue presente en los obispos, del que participan los presbíteros.

Realmente, en esta obra tan grande por la que Dios es perfectamente glorificado y los hombres santificados, Cristo asocia siempre consigo a su amada Esposa la Iglesia, que invoca a su Señor y por El tributa culto al Padre Eterno. De este modo la Cabeza y sus miembros – los bautizados, ungidos por el Espíritu – ejercen el culto público íntegro (cfr. SC 7).

Por eso exhortamos a los fieles a que, aún uniéndose a la celebración a distancia, lo hagan con una verdadera participación en la fe y la oración, en comunión con Cristo y la Iglesia.

Tenemos la certeza de que Dios camina con su pueblo peregrino y que, precisa-mente en la dificultad y en el dolor, Él tiene Palabras de Vida para todos los hom-bres y mujeres de nuestro querido Uruguay.

Expresamos nuestra gratitud y cercanía a los médicos y a todo el personal sanita-rio. Extendemos este agradecimiento a todos los que día a día sostienen los servi-cios esenciales para el funcionamiento de nuestra sociedad.

De modo especial agradecemos y alentamos a los sacerdotes, diáconos, religiosas y laicos que acompañan las personas y las comunidades, no dejando solos a los que sufren y proporcionándoles el auxilio de la caridad de Dios en la fe, la oración y la celebración de los santos misterios.

Continuamos dirigiendo nuestra mirada a María, Virgen de los Treinta y Tres, Patrona de nuestra patria y renovamos nuestra súplica confiada por todo nuestro pueblo.

Montevideo, 27 de marzo de 2020

Los Obispos del Uruguay

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NOTA

Al participar de las Celebraciones por medio de la radio, la televisión o de las redes sociales, no debemos olvidarnos de que estamos realizando un acto de culto y de oración. Nos unimos espiritualmente a la celebración.
Por eso los invitamos a tener en cuenta algunas actitudes:
-    elegir una celebración que se esté celebrando en vivo en ese momento, en lo posible en el ámbito de su propia Iglesia local.
No se trata de mirar un espectáculo – aún religioso – que sucedió, sino de unirse a la celebración, orando junto con los ministros y fieles y participan-do del acontecimiento del acto litúrgico de Jesucristo y la Iglesia.
-    acondicionar el lugar donde estamos para que nos ayude a rezar.
-    ponerse en actitud de oración, dejando de lado lo que pueda distraernos de lo que vamos a vivir. 
-    acompañar los gestos de la celebración (haciendo la señal de la cruz, respondiendo en las oraciones, poniéndonos de pie o con algún gesto que corresponda).
-    en el momento de la comunión hacer la oración de la comunión espiri-tual, para unirse íntimamente a Cristo desde el corazón.

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ANEXO
CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO
Y LA DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS

DECRETO

En tiempo de Covid-19 (II)
Considerado la rápida evolución de la pandemia del Covid-19 y teniendo en cuenta las observaciones recibidas de las Conferencias Episcopales, esta Congregación ofrece una actualización de las indicaciones generales y de las sugerencias ya da-das a los Obispos en el anterior decreto del 19 de marzo de 2020.
Dado que la fecha de la Pascua no puede ser trasladada, en los países afectados por la enfermedad, donde se han previsto restricciones sobre las reuniones y la movilidad de las personas, los Obispos y los presbíteros celebren los ritos de la Semana Santa sin la presencia del pueblo y en un lugar adecuado, evitando la concelebración y omitiendo el saludo de paz.
Los fieles sean avisados de la hora del inicio de las celebraciones, de modo que puedan unirse en oración desde sus propias casas. Podrán ser de gran ayuda los medios de comunicación telemática en directo, no grabados. En todo caso, es importante dedicar un tiempo oportuno a la oración, valorando, sobre todo, la Litur-gia Horarum.
Las Conferencias Episcopales y cada una de las diócesis no dejen de ofrecer subsidios para ayudar en la oración familiar y personal.
1.- Domingo de Ramos. La Conmemoración de la Entrada del Señor en Jerusa-lén se celebre en el interior del edificio sagrado; en las iglesias catedrales se adopte la segunda forma prevista del Misal Romano; en las iglesias parroquiales y en los demás lugares, la tercera.
2.- Misa crismal. Valorando la situación concreta en los diversos países, las Conferencias Episcopales podrán dar indicaciones sobre un posible traslado a otra fecha.
3.- Jueves Santo. Se omita el lavatorio de los pies, que ya es facultativo. Al final de la Misa en la Cena del Señor, se omita también la procesión y el Santísimo Sacramento se reserve en el sagrario. En este día, se concede excepcionalmente a los presbíteros la facultad de celebrar la Misa, sin la presencia del pueblo, en lugar adecuado.
4.- Viernes Santo. En la oración universal, los Obispos se encargarán de prepa-rar una especial intención por los que se encuentran en situación de peligro, los enfermos, los difuntos (cf. Missale Romanum). La adoración de la Cruz con el beso se limite solo al celebrante.
5.- Vigilia Pascual. Se celebre solo en las iglesias catedrales y parroquiales. Para la liturgia bautismal, se mantenga solo la renovación de las promesas bautismales (cf. Missale Romanum).
Para los seminarios, las residencias sacerdotales, los monasterios y las comunidades religiosas se atengan a las indicaciones del presente Decreto.
Las expresiones de piedad popular y las procesiones que enriquecen los días de la Semana Santa y del Triduo Pascual, a juicio del Obispo diocesano podrán ser trasladadas a otros días convenientes, por ejemplo, el 14 y 15 de septiembre.
De mandato Summi Pontificis pro hoc tantum anno 2020.
En la Sede de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, a 25 de marzo de 2020, solemnidad de la Anunciación del Señor.

Robert Card. Sarah
Prefecto

+ Arthur Roche
Arzobispo Secretario

martes, 24 de marzo de 2020

San Óscar Arnulfo Romero. "¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo? (Romanos 8,31-39)


Hoy la Iglesia celebra la memoria de San Óscar Romero, mártir, arzobispo de San Salvador. Este año se cumplen 40 años de su martirio, en la capilla del Hospital Divina Providencia. En el momento mismo en que se disponía a presentar las ofrendas de pan y vino hizo la ofrenda de su propia vida.

Homilía de Mons. Heriberto en la Misa trasmitida por Facebook.

“¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo?” se pregunta San Pablo en su carta a los Romanos. Y se sigue preguntando sobre algunas de las cosas que podrían (podrían…) separarnos del amor de Jesús.

Pablo menciona primero dos sentimientos, dos sentimientos fuertes que no se sienten porque sí, sino porque algo los provoca: la aflicción y la angustia. Nos afligimos y nos angustiamos cuando nos encontramos sumergidos en situaciones desesperantes, cuando no vemos salida… son sentimientos que pueden ahogar nuestra esperanza.
En El Salvador, a fines de los 70, la opresión y la violencia estaban por todas partes. Las personas vivían angustiadas por lo que le podía pasar a sus seres queridos y a ellos mismos, porque la muerte estaba a la vuelta de la esquina. Hoy podemos también sentirnos así frente a esta pandemia y a todas las consecuencias que vendrán después. Mons. Romero es esa voz profética que sigue llamando a vencer el miedo y en las horas más oscuras sigue anunciando la esperanza.

Recuerda a continuación san Pablo otro peligro: la persecución y, más adelante va a agregar la espada… y no olvidemos que él murió por la espada, le cortaron la cabeza. Ya los primeros cristianos fueron perseguidos. San Pablo, antes de su conversión, fue testigo y hasta cómplice del primer martirio, el de san Esteban, al que mataron arrojándole piedras. Los Hechos de los Apóstoles nos cuentan que Pablo cuidó los mantos que se habían sacado los que lapidaron a Esteban, vio cómo lo mataban y aprobó esa muerte (Hch 7,58 y 8,1).
Mons. Romero se conmovió especialmente por la muerte de tres personas que lo precedieron en el martirio: el P. Rutilio Grande y dos campesinos que iban con él para la celebración de una Misa, el día en que fueron asesinados, 12 de marzo de 1977. Los dos compañeros se llamaban Manuel Solórzano, de 72 años y Nelson Rutilio Lemus de apenas 15. Los quiero nombrar y recordar especialmente porque eran dos laicos, dos miembros de la comunidad que acompañaban al sacerdote, junto con otras personas que sobrevivieron. Manuel era el encargado de cuidar la parroquia y Nelson el campanero.
En la misa con los tres cuerpos presentes, Mons. Romero manifestó: “El amor verdadero es el que trae a Rutilio Grande en su muerte, con dos campesinos de la mano. (…) Murió amando, y sin duda que cuando sintió los primeros impactos que le traían la muerte, pudo decir como Cristo también: "Perdónalos, Padre, no saben, no han comprendido, mi mensaje de amor". “Somos una Iglesia peregrina, expuesta a la incomprensión, a la persecución; pero una Iglesia que camina serena porque lleva esa fuerza del amor”, concluyó diciendo el santo obispo.

Finalmente, Pablo menciona el hambre, la desnudez, el peligro… Uno no puede menos que pensar en todos aquellos que hoy, en nuestro Uruguay en cuarentena, “hacen la diaria”, es decir, no tienen un trabajo estable, viven de changas, pero también se tienen que cuidar, lo que significaría no salir. Gente que no tiene seguro de paro. Entonces… todos ellos están acechados, de nuevo, por la aflicción y la angustia. Pero al mismo tiempo se ve cómo se van implementando ayudas desde los comedores de las escuelas y de las obras sociales, que siguen distribuyendo comida; desde la sociedad civil, donde van apareciendo iniciativas solidarias con el mismo fin.
Se ha comparado esta crisis con una guerra, pero tiene una particularidad: mientras que las guerras tradicionales movilizaban a todo un país, el primer esfuerzo que se nos pide para ganar esta guerra anti virus es desmovilizarnos. Pero eso no quiere decir que nos quedemos tranquilos y no busquemos la forma de ayudar al que nos necesita.
Yo me imagino muy bien a Mons. Romero diciéndole a su pueblo todo eso y animándolo a la solidaridad. San Óscar Romero supo acompañar con amor a su pueblo en medio de una violenta crisis. Ahora sigue acompañándonos a todos e intercediendo por los pueblos de nuestra América Latina. Él creyó firmemente en las palabras que el Espíritu Santo inspiró a san Pablo. Con él nosotros también creemos que “En todo esto vencemos fácilmente por aquel que nos ha amado. Pues estoy convencido de que ni muerte, ni vida… ni presente ni futuro… ni creatura alguna podrá apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro”. Amén.



Los tres mártires precursores de Mons. Romero

El 12 de marzo de 1977 fue ametrallado el vehículo en el que el P. Rutilio Grande SJ y varias personas más se dirigían a la celebración de una Misa.
Junto con el P. Rutilio fallecieron Manuel Solórzano, de 72 años, guardián de su parroquia y Nelson Rutilio Lemus de 15.

Manuel Solórzano nació en 1905. Era un fiel colaborador del P. Grande, uno de los más activos miembros de la parroquia. Su fidelidad resaltó en los últimos momentos de su vida, ya que trató de cubrir al P. Grande y a Nelson durante la balacera, absorbiendo diez impactos de bala sobre su propio cuerpo. Las balas le habían descuajado un brazo.

Nelson Rutilio Lemus nació en 1961. Tenía 15 años. Estaba en el séptimo grado. Su familia ya había sido amenazada por su participación en el movimiento de Delegados de la Palabra en la parroquia. Nelson se ofrecía para ayudar en la iglesia, repicando las campanas y colaborando en el convento y el templo. Nelson también llevó su propia cruz desde su infancia, era epiléptico.

jueves, 19 de marzo de 2020

«Lo que sé es que antes yo era ciego y ahora veo» (Juan 9,1-41). IV Domingo de Cuaresma.






El próximo 29 de abril cumplirá 70 años la Unión Nacional de Ciegos del Uruguay (UNCU). Esta asociación, al igual que otras similares que existen en diferentes países, promueve la rehabilitación de las personas con discapacidad visual, es decir, ciegas o con baja visión. Se procura que cada una de ellas alcance el máximo posible de autonomía y de participación en la vida social, educativa y laboral.
¿Cuántas personas hay en el Uruguay con ceguera total? En el censo de 2011 se registraron cuatro mil doscientas diecinueve. Por otra parte, la Organización Mundial de la Salud nos daba en 2010 un número de 39 millones de ciegos.
Las causas de la ceguera son diversas y algunas personas pueden recuperar la visión. Para quienes no es posible, queda la posibilidad de la rehabilitación, que será más eficaz cuanto más temprano comience.
La OMS da también un dato preocupante: el 90% de las personas con discapacidad visual vive en países de ingresos bajos. Para ellas, el acceso a servicios de prevención, educación y tratamiento, así como de rehabilitación, aún no es universal. Para esos ciegos pobres, la realidad no es muy diferente de la que podía vivir un ciego hace dos mil años.

El evangelio de este cuarto domingo de cuaresma nos presenta a un hombre ciego al que Jesús devuelve la vista. El relato nos va dando algunos datos acerca de la situación de este hombre.
Jesús, al pasar, vio a un hombre ciego de nacimiento.
Nació ciego, pues: primer dato. La visión le ha sido totalmente ajena desde siempre.
Poco después de que recupera la vista, los vecinos comentan:
«¿No es este el que se sentaba a pedir limosna?»
Segunda información, que no nos sorprende: vive de la caridad de los demás. Más adelante se menciona a sus padres… posiblemente ellos mismos lo llevaban y lo sentaban en el lugar donde mendigaba.
Sin embargo, hay algo más, algo terrible, que aparece en la pregunta que hacen los discípulos a Jesús:
«Maestro, ¿quién ha pecado, él o sus padres, para que haya nacido ciego?»
La forma de preguntar parte de una afirmación: esa ceguera es castigo de un pecado. Un pecado de sus padres o del propio ciego. Esa última suposición tiene una dificultad ¿se puede pecar antes de nacer? Las autoridades con las que se va a confrontar el hombre curado por Jesús le van a repetir lo que todos piensan:
«Tú naciste lleno de pecado, y ¿quieres darnos lecciones?»
Tenemos, entonces, una persona que parece juntar todas las desgracias… ciego de nacimiento, pobre, dependiente y considerado un castigo o un castigado por Dios.

Sin embargo, Jesús va a presentar las cosas de otra manera. A la pregunta de sus discípulos, responde:
«Ni él ni sus padres han pecado; nació así para que se manifiesten en él las obras de Dios.»
Para la gente de aquel tiempo, la obra de Dios parece ser repartir castigos. Jesús presenta algo muy diferente. Él ha venido a manifestar la voluntad de Dios, a través de sus obras:
«Debemos trabajar en las obras de Aquel que me envió, mientras es de día;
llega la noche, cuando nadie puede trabajar.
Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo.»
Después que dijo esto, escupió en la tierra, hizo barro con la saliva y lo puso sobre los ojos del ciego, diciéndole: «Ve a lavarte a la piscina de Siloé», que significa «Enviado.»
El ciego fue, se lavó y, al regresar, ya veía.
Y aquí podría terminar la historia, con un final feliz; pero, en realidad, recién comienza. Este hombre que había sido ciego, llevado y traído, sentado todo el día a pedir limosna, ha sido puesto de pie por Jesús. A diferencia de otros ciegos a los que Jesús ha devuelto la vista, este hombre no ha pedido nada. La curación ha sido totalmente iniciativa de Jesús.
Además, esto no ha sido un día cualquiera:
Era sábado cuando Jesús hizo barro y le abrió los ojos.
Recordémoslo una vez más: el sábado era el día del gran reposo. Pocas actividades eran permitidas. La curación de un ciego de nacimiento no presentaba particular urgencia ¿Qué diferencia hubiera hecho esperar al día siguiente?
El que había sido ciego fue llevado ante los fariseos.
El hombre comienza a ser interrogado sobre su ceguera y sobre Jesús.
«Ese hombre no viene de Dios, porque no observa el sábado.»
Decían algunos; pero otros se preguntaban:
«¿Cómo un pecador puede hacer semejantes signos?»
Los fariseos razonaban así: Jesús no respeta el sábado, por lo tanto, es un pecador. Si es un pecador ¿será verdad que hubo un milagro? Llaman a los padres, que confirman que sí, que su hijo nació ciego y que no saben por qué ahora ve. Entonces, los fariseos presionan al hombre:
«Glorifica a Dios. Nosotros sabemos que ese hombre es un pecador.»
«¿Qué te ha hecho? ¿Cómo te abrió los ojos?»
El hombre se aferra a la verdad que él conoce mejor que nadie:
«Lo que sé es que antes yo era ciego y ahora veo.»
“Ahora veo”. El hombre que había sido ciego ve mucho más de lo que parece. No sólo se han abierto sus ojos, no solo percibe ahora la luz que nunca había conocido. Se abren también sus ojos interiores: los ojos de la fe. A lo largo del relato vamos escuchando la forma en que se refiere a Jesús. La primera vez habla de él como
«Ese hombre que se llama Jesús»
Más adelante, cuando le preguntan «Y tú, ¿qué dices del que te abrió los ojos?» responde:
«Es un profeta.»
Finalmente, cuando termina de pasar por todos los interrogatorios y peripecias, incluida la expulsión de la sinagoga, se encuentra con Jesús, que le pregunta:
«¿Crees en el Hijo del hombre?»
El respondió: «¿Quién es, Señor, para que crea en él?»
Jesús le dijo: «Tú lo has visto: es el que te está hablando.»
Entonces él exclamó: «Creo, Señor», y se postró ante él.
Del hombre al profeta, del profeta al Señor. Ese es el camino de fe del que había sido ciego y que ahora ve. En cambio, aquellos que siguen negando la obra de Dios van encerrándose en su propia ceguera: no quieren ver.

En este mismo domingo, San Pablo, en su carta a los Efesios, nos ofrece lo que podrían ser versos de un himno que se cantaba en la celebración del bautismo:
«Despiértate, tú que duermes,
levántate de entre los muertos,
y Cristo te iluminará».
La curación del ciego de nacimiento ha sido interpretada como una catequesis bautismal, es decir, una preparación al bautismo. Recordemos que, en los primeros tiempos del cristianismo, la mayor parte de los nuevos bautizados no eran niños pequeños, sino adultos, que se preparaban para ese momento. Muchos de ellos vivieron así su bautismo: como iluminación, como un progresivo abrir los ojos del espíritu.

Todos padecemos en algún momento de cierta forma de ceguera espiritual. Pidamos al Señor que nos ilumine, que nos abra los ojos del corazón. En estos días de pandemia, que podamos abrir los ojos para no minimizar lo que está sucediendo ni eludir nuestra responsabilidad. Abrir los ojos para ver más allá de mi propia seguridad y de mis necesidades y pensar en los demás. Que comprenda que cuidarme es también cuidar de los otros, especialmente de los más vulnerables. Que pueda encontrar en el Señor la paz y ofrecerla a quienes se sienten desbordados y angustiados. Vivamos como hijos de la luz.

Gracias, amigas y amigos, por su atención. Que el Señor los bendiga y hasta la próxima semana si Dios quiere.

Ver también:

miércoles, 18 de marzo de 2020

En esta Cuaresma tan especial. Reflexión de los Obispos del Uruguay.


Queridos amigos y hermanos:

La Cuaresma es siempre, para todos los miembros de la Iglesia, un tiempo de conversión. Esta cuaresma tan especial, con el “corona virus” afectando a tantas personas en el mundo entero y a nosotros mismos, la queremos vivir desde nuestra fe y nuestro corazón creyente.

Los Obispos del Uruguay, en sintonía con lo que han hecho el Papa y otros obispos y acompañando las decisiones del gobierno, hemos tomado medidas que son inéditas y muy dolorosas para los hombres y mujeres que tenemos fe. Suspender por dos semanas las misas con asistencia de fieles causa un profundo dolor. Nos consuela saber que los sacerdotes las celebran en forma privada, teniendo bien presentes a sus fieles, y que nos podemos unir de corazón al sacrificio de Cristo, haciendo la comunión espiritual, es decir, manifestándole al Señor, realmente presente en la Eucaristía, el deseo de recibirlo sacramentalmente: la Comunión espiritual es una gran fuente de gracias.

En estas circunstancias, compartimos con ustedes algunas reflexiones.  La experiencia que estamos atravesando puede ser recibida como:

Un llamado a la humildad. Un virus, un organismo microscópico, aparece de pronto y hace tambalear a la humanidad; hace colapsar sistemas de salud de países desarrollados; pone en jaque la economía; hace temblar a las bolsas y nos coloca a todos ante la fragilidad que padecemos frente a la enfermedad y ante la posibilidad de la muerte. ¿Verdad que pocas veces, como ahora, tenemos tan presente esta realidad, la más humana y, paradójicamente, aquella en la que muchas veces preferimos no pensar? No deja de ser todo esto un fuerte llamado a la humildad de nuestra condición humana limitada.

Un llamado a la confianza. Para los hombres y mujeres de fe, tomar conciencia de nuestra fragilidad no nos desasosiega. Por el contrario, nos anima a confiar más en Dios. En la Biblia encontramos infinidad de pasajes donde se nos repite: “No tengan miedo”... La respuesta creyente está maravillosamente expresada en numerosos salmos que invitan a la confianza en Dios: “El Señor es mi pastor, nada me falta… aunque cruce por cañadas oscuras ningún mal temeré” (Salmo 22,1.4). “Yo pongo mi esperanza en Ti, Señor, y confío en tu palabra” (Salmo 129,5).

Un llamado a la oración. Reza el que espera, el que se sabe necesitado. Y tiene esperanza el que reza. La oración es intérprete de la esperanza. En este momento de fragilidad y de confianza volvemos el corazón a Dios Todopoderoso. Pedimos que venga en nuestro auxilio. Confiamos que en todas las circunstancias de nuestra vida la providencia de Dios está presente y actuante. Es tiempo para meditar en su Palabra, alimentarnos de ella. Los invitamos a escuchar, meditar y hacer oración con la Palabra de Dios de todos los días. A frecuentar la oración de los salmos que reza la Iglesia y a dejar que la Palabra vaya evangelizando nuestra forma de sentir y de pensar, ayudándonos a discernir lo que Dios nos pide en este momento concreto de nuestra historia.

Un llamado al amor. Hay numerosos testimonios de amor al prójimo en estos días y sin duda la necesidad de muchos nos alienta a todos a dar una mano, a ser generosos. De un modo especial, es un llamado para los que tienen responsabilidades de gobierno, para los médicos y personal de salud. Pero este llamado es para todos. Llamado a no caer en actitudes egoístas de acopiar para mí sin tener en cuenta al otro, sino a compartir lo que tengo con el hermano más afectado por esta situación. Llamado a sembrar esperanza y confianza a través de tantos medios que hoy tenemos para expresarnos y comunicarnos. Queremos ver en el otro a un hermano, ver en el que sufre al mismo Cristo.

Un llamado a renovar el amor a la Eucaristía. Precisamente en el año de nuestro V Congreso Eucarístico Nacional, nos toca vivir estas semanas en las que, como sucede en otros países por el mismo motivo, no hay misas con participación de los fieles. La ausencia de la celebración comunitaria nos llama a valorar más la vida fraterna de nuestras comunidades. Esta situación dolorosa nos invita a redoblar nuestro amor a la Eucaristía, sacrificio de Cristo que renueva el mundo, “remedio de inmortalidad, antídoto para no morir, sino para vivir en Jesucristo para siempre". Esta abstinencia nos puede hacer sentir hambre de Eucaristía y aumentar nuestro deseo de volver a encontrarnos en la celebración comunitaria con Jesús sacramentado, don al que nunca podemos acostumbrarnos.

Un llamado a la gratitud. Muchas personas están haciendo un enorme esfuerzo para aportar soluciones, para atender a los enfermos, para prestar diversos servicios a quienes lo necesitan. Es una oportunidad para ser agradecidos. La lista sería interminable, empezando por el personal de la salud hasta el familiar o amigo que nos alienta en la circunstancia en que nos encontramos. El “gracias” termina dirigiéndose a Dios en la certeza de que, junto a Él, podremos cosechar dulces frutos de este tiempo doloroso.  

Queridos amigos y hermanos: el camino cuaresmal culmina en la Pascua, victoria definitiva de Cristo sobre el pecado y la muerte. Él es el Señor de la historia, en Él fijamos nuestra mirada dolorida pero llena de esperanza. Dice la Palabra de Dios que los apóstoles, después de la resurrección, perseveraban en la oración junto con María, en la espera del Espíritu Santo prometido. Los invitamos a encontrarnos en la oración constante e insistente de la mano de María.

María es “vida, dulzura y esperanza nuestra”. En estos momentos de dolor y ansiedad Ella, como buena madre, pone alivio y calma. San Bernardo dice en una hermosa oración:  “tú, quien quiera que seas, que te sientes lejos de tierra firme … si no quieres zozobrar, no quites los ojos de la luz de esta estrella, invoca a María… En los peligros, en las angustias, en las dudas, piensa en María, invoca a María.”

Hacia Ella dirigimos nuestra mirada y la invocamos: Purísima Virgen de los Treinta y Tres, ruega por nosotros.

Los Obispos del Uruguay
19 de marzo de 2020
Solemnidad de San José

domingo, 15 de marzo de 2020

Iglesia en el Uruguay: Misas públicas suspendidas.



Los obispos del Uruguay nos hemos reunido esta tarde del domingo 15 de marzo de 2020 en Maldonado. Ante la situación creada por la epidemia que estamos padeciendo, hemos  resuelto suspender por dos semanas toda actividad pública con fieles, inclusive la Santa Misa.

La Eucaristía es el centro de la vida cristiana. Exhortamos a los sacerdotes  a celebrar en forma privada la Santa Misa rezando a Dios por el pueblo que les ha sido confiado y por todo el mundo. Pedimos a los fieles que se unan espiritualmente en algunos de los modos posibles.

Por lo tanto, en estos dos domingos siguientes, no rige el precepto de la misa dominical. Las iglesias podrán seguir abiertas en los horarios habituales. Debemos evitar la aglomeración de personas.

En estos días les haremos llegar una reflexión para acompañar esta cuaresma tan especial que estamos viviendo.

Los bendecimos de corazón y nos encomendamos a la Purísima Virgen de los Treinta y Tres, Patrona de nuestra Patria.

viernes, 13 de marzo de 2020

Iglesia en el Uruguay: medidas preventivas ante avance del corona virus en la región.

A los sacerdotes, diáconos, religiosos y fieles de la Iglesia Católica ante el avance del coronavirus en la región.

Estamos viviendo una cuaresma muy especial a causa de esta pandemia y sin embargo nos estamos preparando para la Pascua, donde renovamos nuestra esperanza en el Señor resucitado.

Ante la situación creada por la extensión del coronavirus, creemos conveniente dar algunas orientaciones de acuerdo con la fe, la prudencia y el sentido común, teniendo presente que son también expresiones del amor al prójimo y de su cuidado. 

Invitamos a todos a orar por los enfermos y a ofrecer la Santa Misa por los afectados, rogando a Dios que, en su misericordia, nos auxilie y consuele.

A la vez, teniendo en cuenta las pautas dadas por las autoridades sanitarias, recomendamos estas cautelas:

-    Omitir el saludo de la paz.
-    No poner agua bendita en las pilas situadas en los templos.
-    En la distribución de la Comunión, sugerimos que se reciba en la mano.
-    Será conveniente también que laven sus manos, antes y después de distribuir la Sagrada comunión, tanto el sacerdote como los ministros que participan en la distribución de la misma. 

Pedimos que se explique oportunamente a los fieles este modo de proceder.

Roguemos para que el virus del miedo y la desconfianza no cierre el corazón, sino que confiemos en Dios, Señor de la vida, pues en sus manos estamos. Nos encomendamos a la Virgen de los Treinta y Tres, Patrona del Uruguay.

Mons. Arturo Fajardo
Obispo de San José de Mayo
Presidente de la CEU

Mons. Carlos María Collazzi
Obispo de Mercedes
Vicepresidente de la CEU

Mons. Milton Tróccoli
Obispo Electo de Maldonado - Punta del Este - Minas
Secretario General de la CEU

Montevideo, 13 de marzo de 2020

jueves, 12 de marzo de 2020

Nombramientos en la Diócesis de Melo

La Diócesis de Melo (departamentos de Cerro Largo y Treinta y Tres) viene trabajando desde el año pasado en la elaboración de un Proyecto Pastoral Diocesano que, partiendo de la realidad del cambio de época que el mundo está viviendo, dé una respuesta desde el Evangelio, invitando al encuentro con Jesucristo vivo.

El proceso comenzó con tres asambleas realizadas a lo largo de 2019, en las que participaron laicos, religiosas, diáconos y presbíteros. Continúa ahora con encuentros zonales para definir la identidad y visión de la Iglesia diocesana y el objetivo del proyecto.

La diócesis de Melo cuenta actualmente con 13 presbíteros, 4 diáconos permanentes y 27 personas consagradas pertenecientes a 10 congregaciones religiosas o asociaciones de fieles.

Parroquia San Juan Bautista, Río Branco

Parroquia Sagrado Corazón, Cerro Chato

Parroquia Santísimo Sacramento, Vergara

Mons. Heriberto nombró recientemente cuatro párrocos: en la Catedral, el P. Reinaldo Medina, colombiano, incardinado en la Diócesis; en la parroquia de Cerro Chato, el P. Luis Carlos Pontes, brasileño, perteneciente a la “Familia de la Esperanza”; en Vergara, el P. Wilson Díaz, uruguayo, incardinado en la diócesis de Chascomús, Argentina y en Río Branco, el P. Iván Roberto López, de la arquidiócesis de Cali, Colombia.

El Obispo también nombró coordinadora del Oficio Catequístico Diocesano a la Sra. Verónica Mederos. La catequesis sigue siendo una actividad muy importante en la vida de la Iglesia y el Oficio tiene como especial misión la formación de los catequistas.

Con el Consejo de Presbiterio, el Obispo viene estudiando también una reestructuración de la diócesis que va a llevar a la fusión de parroquias, que son actualmente 16 y guardan entre ellas mucha desproporción en territorio y población. La primera de estas fusiones se realizará el próximo domingo, reuniendo a la actual parroquia Jesús Buen Pastor, de la ciudad de Melo, con el territorio de la parroquia Catedral, del cual fue desprendida en 1997. Por medio de esta reorganización se busca una mejor atención pastoral a las distintas comunidades o capillas, ubicadas tanto en la ciudad de Melo como en pequeñas poblaciones del departamento. Junto al párroco de Catedral habrá otro sacerdote y un diácono permanente.

Domingo, 9:30, Jesús Buen Pastor.
Misa en acción de gracias por los años de vida parroquial (1997-2020)
Fusión con la Parroquia Catedral de Melo

miércoles, 11 de marzo de 2020

“Te habría dado agua viva” (Juan 4,5-42) III Domingo de Cuaresma.






“El Agua”… así se llamaba un librito que alguien me regaló allá por los años setenta. Era un libro realmente pequeño… a lo más siete centímetros de altura por cinco de base y no mucho espesor. No me extrañaría que un día lo reencuentre ordenando cajas de papeles. “El Agua” tenía un subtítulo, muy importante: “Evangelio según San Juan”. Todo estaba bien pensado para hacerme pensar. ¿Por qué titular “el agua” al evangelio de Juan?
Me puse a leerlo y no tardé en encontrar el agua por todas partes, siempre llena de significado, empezando por el agua cambiada en vino en las bodas de Caná, el agua del bautismo de Jesús, el agua de la piscina a la que quiere y no puede entrar el paralítico que espera un milagro, el agua de otra piscina donde se lava los ojos el ciego de nacimiento… y el agua que Jesús pide y luego ofrece a la mujer samaritana.
Jesús llegó a una ciudad de Samaría llamada Sicar, cerca de las tierras que Jacob había dado a su hijo José. Allí se encuentra el pozo de Jacob. Jesús, fatigado del camino, se había sentado junto al pozo. Era la hora del mediodía.
Una mujer de Samaría fue a sacar agua, y Jesús le dijo: «Dame de beber.»
Sus discípulos habían ido a la ciudad a comprar alimentos.
La samaritana le respondió:
«¡Cómo! ¿Tú, que eres judío, me pides a mí de beber, que soy samaritana?»
Los judíos, en efecto, no se trataban con los samaritanos.
Jesús pide de beber a una mujer y ésta se sorprende. Podríamos decir “un vaso de agua no se le niega a nadie” … pero Jesús ha cruzado dos barreras: le dirige la palabra a esa persona que ha llegado al pozo que es una samaritana y además una mujer. Uno puede imaginar dejos de picardía e ironía en la voz de la mujer: «¡Cómo! ¿Tú, que eres judío…», como diciendo “ah, sí, ahora que tienes sed hablas conmigo…”

Pero Jesús la va a sorprender más todavía:
«Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: "Dame de beber", tú misma se lo hubieras pedido, y él te habría dado agua viva.»
“Si conocieras…” dice Jesús. Esta mujer va todos los días a buscar agua, pero hay en ella una sed profunda que no está saciada. Jesús le ofrece “el don de Dios” como “agua viva”. Detrás de esta expresión de Jesús resuena la queja de Dios expresada por el profeta Jeremías:
“Me dejaron a mí, manantial de agua viva” (Jeremías 2,13)
“serán avergonzados … por haber abandonado a Yahveh, manantial de agua viva” (Jeremías 17,13)
¿A quién le está ofreciendo Jesús el agua viva rechazada por algunos de su propio pueblo?  ¿Quién es esta samaritana? Su presencia en el pozo al mediodía, a la hora de más calor, hace pensar que no quiere encontrarse con otras mujeres… tal vez por lo que nos enteramos más adelante, cuando Jesús le pide que venga con su marido y ella dice: «No tengo marido.» A esa declaración, Jesús le responde:
«Tienes razón al decir que no tienes marido, porque has tenido cinco y el que ahora tienes no es tu marido; en eso has dicho la verdad.»
Por otra parte, la samaritana es una mujer religiosa, que vive en la fe de su pueblo. La fe de los samaritanos -que aún existen, como pequeña comunidad en Israel- tiene la misma raíz que la de los judíos; se declaran hijos del patriarca Jacob, pero mantienen sus propias formas. Dice la mujer:
«Señor, veo que eres un profeta.
Nuestros padres adoraron en esta montaña,
y ustedes dicen que es en Jerusalén donde se debe adorar.»
Reconociendo a Jesús como un profeta, la mujer vuelve a la contraposición judíos – samaritanos, pero ahora se trata de algo más profundo: ¿Dónde encontrar a Dios, dónde adorarlo? La respuesta de Jesús supera la contradicción y abre para la mujer un horizonte nuevo:
“… llega la hora en que ni en esta montaña ni en Jerusalén se adorará al Padre … la hora se acerca, y ya ha llegado, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad…”
El anuncio de Jesús hace que la mujer manifieste una profunda convicción de fe.
Ella también está entre quienes esperan un salvador enviado por Dios:
«Yo sé que el Mesías, llamado Cristo, debe venir.
Cuando él venga, nos lo explicará todo.»
Todo está maduro entonces para que Jesús se manifieste:
«Soy yo, el que habla contigo.»
Esta revelación de Jesús es decisiva. ¿Qué hará la mujer? ¿Está realmente preparada para recibir esto, o mirará a Jesús en forma escéptica y se marchará caminando lentamente con su cántaro lleno, pensando “será o no será”?
El primer indicio de su respuesta está en un detalle: deja allí el cántaro. Deja ahí el agua que había ido a buscar, el motivo de su salida de casa a la hora del mediodía. Y sale corriendo. De prisa va al encuentro de su gente, a compartir lo que ha vivido junto al pozo y a invitarla a hacer su propia experiencia:
«Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que hice. ¿No será el Mesías?»
Los samaritanos acudieron al encuentro de Jesús y creyeron en Él. Jesús permaneció con ellos dos días. Los que se acercaron a causa del testimonio de la mujer, le dicen ahora a ella:
«Ya no creemos por lo que tú has dicho; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es verdaderamente el Salvador del mundo.»
Como conclusión, les dejo estas palabras de Francisco:
En este Evangelio hallamos también nosotros el estímulo para «dejar nuestro cántaro», símbolo de todo lo que aparentemente es importante, pero que pierde valor ante el «amor de Dios». ¡Todos tenemos uno o más de uno!
Yo les pregunto a ustedes, también a mí:
¿cuál es tu cántaro interior, ese que te pesa, el que te aleja de Dios?
Dejémoslo un poco aparte y con el corazón escuchemos la voz de Jesús, que nos ofrece otra agua, otra agua que nos acerca al Señor.
Estamos llamados a redescubrir la importancia y el sentido de nuestra vida cristiana, iniciada en el bautismo y, como la samaritana, a dar testimonio a nuestros hermanos. ¿De qué? De la alegría. Testimoniar la alegría del encuentro con Jesús, porque (…) todo encuentro con Jesús nos cambia la vida, y también todo encuentro con Jesús nos llena de alegría, esa alegría que viene de dentro. Así es el Señor. Y contar cuántas cosas maravillosas sabe hacer el Señor en nuestro corazón, cuando tenemos el valor de dejar aparte nuestro cántaro.
Gracias, amigas y amigos por su atención. Que el Señor los bendiga y hasta la próxima semana si Dios quiere.

Ver también:

viernes, 6 de marzo de 2020

“Los llevó aparte, a un monte elevado. Allí se transfiguró…” (Mateo 17, 1-9). II Domingo de Cuaresma.





“Camino de mis recuerdos,
tierra roja y pedregal,
bordea'o de cerros parejos
que se empinan al pasar.”
"De Corrales a Tranqueras" - Osiris Rodríguez Castillo
Un camino bordeado de cerros. Los montes están allí, al costado. No cortan el paso, pero llaman la atención del viajero que los contempla desde la ruta. Puede ser el Cerro Largo, que da nombre a nuestra comarca… o el Batoví, cerca de Tacuarembó, con su llamativa corona de piedra… el “Rincón de los Tres Cerros” en Rivera… o el Verdún, o el Arequita cerca de Minas. Ante los hermosos paisajes el transeúnte sueña: “sería lindo subir a ese cerro” … pero no se detiene. Tiene que continuar su camino.

Un día el viajero se decide y se regala el tiempo para llegar hasta el cerro. Un viaje diferente: no va hacia delante sino hacia arriba. Subir es un esfuerzo importante: hay que llevar el peso del propio cuerpo… pero también lo es bajar: hay que soportar ese peso sobre las rodillas. No es únicamente un ejercicio físico… subida y bajada, en silencio, pueden hacerse un viaje al propio interior. La cumbre permite contemplar el mundo con un poco de distancia. Desde el templete de la Virgen del Verdún se observa la ciudad de Minas en su ritmo cotidiano. Desde la Cruz del Cerro Largo se divisa el campo de la batalla de Arbolito (19 de marzo de 1897). Presente y memoria invitan a meditar sobre historia y vida bajo la mirada de Dios.
Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte a un monte elevado.
Así comienza el pasaje del evangelio que leemos este domingo. El evangelista Mateo nos presenta muchas veces a Jesús en lo alto de un monte. El primero es el de las tentaciones, que recordamos el domingo pasado. Sigue luego otro, donde Jesús pronunció su primer largo discurso, conocido como “el sermón de la montaña”.

El “monte elevado” donde Jesús lleva ahora a sus discípulos ha sido tradicionalmente identificado con el Tabor, aunque hay otras posibilidades. Sin embargo, lo que nos ayuda a comprender mejor este relato, es recordar lo que sucedió, mucho antes, en el monte Sinaí, y lo que sucederá, poco después, en el Gólgota.

El Sinaí es la montaña donde Dios entregó a Moisés la Ley de la Alianza, los diez mandamientos. Hasta allí subió Moisés, como lo hará Jesús, acompañado por tres hombres: su hermano Aarón, Nadab y Abihú (Éxodo, 14,1) Había también setenta ancianos, tal vez a más distancia.
Muchos detalles del evangelista Mateo, como éste, quieren mostrarnos a Jesús como el nuevo Moisés, que trae la nueva y definitiva Ley de Dios.
Allí se transfiguró en presencia de ellos: su rostro resplandecía como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz.
Jesús y los discípulos llegan, e inmediatamente ocurre este acontecimiento asombroso. Otra vez, hay un paralelo con Moisés, cuando baja de la montaña con las tablas de la ley. Dice el libro del Éxodo:
la piel de su rostro se había vuelto radiante, por haber hablado con Dios (Éxodo 34,29).
De pronto se les aparecieron Moisés y Elías, hablando con Jesús.
La presencia de Moisés refuerza lo que ya venimos señalando. Moisés presentó los Diez Mandamientos; Jesús presenta la Ley del Reino, expresada en las ocho bienaventuranzas. Elías, que representa a los profetas, tuvo su encuentro con Dios en el monte Horeb (1 Reyes 19,13). Ambos hacen visible “la Ley y los Profetas”, es decir, el conjunto de la Palabra dirigida por Dios a su Pueblo.

Falta todavía un acontecimiento que completa esta manifestación a la que asisten los tres discípulos:
Una nube luminosa los cubrió con su sombra y se oyó una voz que decía desde la nube:
«Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección: escúchenlo.»
La nube nos lleva de nuevo al libro del Éxodo, donde a menudo Dios aparecía en una nube (Éxodo 13,21-22; 34,5; 40,34). Dios hace oír su voz para manifestar que Jesús es su Hijo y llama a escucharlo. El Hijo de Dios ha venido para llevar a su cumplimiento pleno, según el Espíritu de Dios, todo lo que contienen la Ley y los Profetas.

Jesús es el hijo de Dios que se ha hecho hombre. Como rezamos en el credo, es
“Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero”. 
Pero la divinidad de Jesús está escondida debajo de la humanidad que ha asumido. Es la luz divina la que se manifiesta a través del resplandor de su rostro y de sus vestiduras.

Jesús ya ha anunciado su pasión y su muerte. Allí se va a manifestar plenamente su realidad humana. Como hombre de carne y hueso, sufrirá y morirá. En el Gólgota, el rostro no irradiará ninguna luz, sino que estará cubierto de sangre y polvo, como el resto de su piel, que ya no estará vestida con la túnica. En vez de Moisés y Elías, sus compañeros serán dos criminales. En lugar de la nube luminosa y la voz del Padre, sobrevendrá la oscuridad y solo se escuchará el fuerte grito con el que Jesús exhaló el espíritu.

La transfiguración prepara a los discípulos para la dura prueba que sobrevendrá, animándolos en la esperanza de la resurrección. En esa preparación, es esencial que reconozcan a Jesús como Hijo y enviado del Padre y que escuchen su voz.

Pasada la prueba, Jesús resucitado, vencedor de la muerte, volverá a reunirlos:
Los once discípulos fueron a Galilea, al monte donde Jesús los había citado. (Mateo 28,16)
Desde allí Jesús los enviará en misión:
Vayan, pues, y hagan discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo les he mandado. (Mateo 28,19-20)
Esa sigue siendo la misión de la Iglesia, la misión de todos los bautizados: presentar a Jesús, presentar su Evangelio, invitar a encontrarlo, a conocerlo, a seguirlo, a vivir según su Palabra.

El próximo 29 de marzo, V domingo de Cuaresma, la Diócesis de Melo (Cerro Largo y Treinta y Tres) peregrina hasta la Cruz del Cerro Largo. Rezando el Vía Crucis iremos acompañando a Jesús en su subida al Gólgota. Recordando ese camino doloroso, iremos reconociéndolo en los crucificados y abandonados de hoy… a veces nos reconoceremos nosotros mismos, llevando nuestra propia cruz. Acompañándonos unos a otros nos animaremos a seguir a Jesús, a escuchar y a vivir su Palabra y a compartir con otros nuestro camino de fe.

Gracias, amigas y amigos por su atención. Que tengan todos ustedes un fecundo tiempo de Cuaresma. El Señor los bendiga y hasta la próxima semana, si Dios quiere.