viernes, 27 de junio de 2025

León XIV a jóvenes y participantes en el Día Internacional de Lucha contra las Drogas: "El mal se vence juntos... Dios nos creó para estar juntos."


Comencemos con la Señal de la Cruz: en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. 
¡La paz sea con ustedes! Bienvenidos a todos y espero que el sol no sea demasiado fuerte… 
Pero Dios es grande y nos acompañará. ¡Gracias por su presencia!

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días y bienvenidos! 

Agradezco a quienes hicieron posible este encuentro, que de muchas maneras nos lleva al corazón del Jubileo, un año de gracia en el que a cada persona se le reconoce su dignidad, a menudo menoscabada o negada. La esperanza es para ustedes una palabra rica en historia: no es un eslogan, sino la luz redescubierta a través del gran trabajo. Quisiera repetirles, pues, ese saludo que transforma el corazón: ¡La paz sea con ustedes! En la tarde de Pascua, Jesús saludó así a los discípulos encerrados en el cenáculo. Lo habían abandonado, creían haberlo perdido para siempre, tenían miedo y estaban decepcionados; algunos ya se habían ido. Pero es Jesús quien los encuentra, quien viene a buscarlos de nuevo. Entra tras las puertas cerradas, donde están como enterrados vivos. Les trae paz, los recrea con el perdón, les infunde: es decir, infunde el Espíritu Santo, que es el aliento de Dios en nosotros. Cuando falta el aire, cuando no hay horizonte, nuestra dignidad se marchita. ¡No olvidemos que Jesús resucitado sigue viniendo y trayendo su aliento! A menudo lo hace a través de las personas que van más allá de nuestras puertas cerradas y que, a pesar de todo lo sucedido, ven la dignidad que hemos olvidado o que se nos ha negado.

Queridos amigos, su presencia aquí es un testimonio de libertad. Recuerdo que cuando el Papa Francisco entraba en una cárcel, incluso en su último Jueves Santo, siempre se hacía esta pregunta: «¿Por qué ellos y no yo?». Las drogas y las adicciones son una prisión invisible que ustedes, de diferentes maneras, han conocido y combatido, pero todos estamos llamados a la libertad. Al encontrarme con ustedes, pienso en el abismo de mi corazón y de todo corazón humano. Es un salmo, es decir, la Biblia, que llama «abismo» al misterio que habita en nosotros (cf. Salmo 63,7). San Agustín confesó que solo en Cristo la inquietud de su corazón encontró paz. Buscamos la paz y la alegría, tenemos sed de ellas. Y muchas decepciones pueden decepcionarnos e incluso aprisionarnos en esta búsqueda. Miremos a nuestro alrededor, sin embargo. Y leamos en los rostros de los demás una palabra que nunca traiciona: juntos. El mal se vence juntos. La alegría se encuentra juntos. La injusticia se combate juntos. El Dios que nos creó y nos conoce a cada uno de nosotros —y es más íntimo de mí que yo mismo— nos creó para estar juntos. Por supuesto, también hay vínculos que hieren y grupos humanos en los que falta libertad. Sin embargo, incluso estas dificultades solo pueden superarse juntos, confiando en quienes no se benefician a nuestra costa, en quienes podemos encontrarnos y nos brindan una atención desinteresada.

Hoy, hermanos y hermanas, libramos una lucha que no puede abandonarse mientras a nuestro alrededor haya alguien preso en diversas formas de adicción. Nuestra lucha es contra quienes hacen de las drogas y cualquier otra adicción —pensemos en el alcohol o el juego— su inmenso negocio. Existen enormes concentraciones de intereses y organizaciones criminales ramificadas que los Estados tienen el deber de desmantelar. Es más fácil luchar contra sus víctimas. Con demasiada frecuencia, en nombre de la seguridad, se ha librado y se libra una guerra contra los pobres, llenando las cárceles con quienes son solo el último eslabón de una cadena de muerte. Quienes sostienen la cadena, en cambio, logran tener influencia e impunidad. Nuestras ciudades no deben liberarse de los marginados, sino de la marginación; no deben limpiarse de los desesperados, sino de la desesperación. ¡Qué hermosas son las ciudades que superan la desconfianza malsana e integran a quienes son diferentes, y que hacen de esta integración un nuevo factor de desarrollo! ¡Qué hermosas son las ciudades que, incluso en su diseño arquitectónico, están llenas de espacios que conectan, relacionan y fomentan el reconocimiento del otro! (Francisco, Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, 210).

El Jubileo nos muestra la cultura del encuentro como camino hacia la seguridad, nos invita a restituir y redistribuir la riqueza acumulada injustamente, como camino hacia la reconciliación personal y civil. «En la tierra como en el cielo»: la ciudad de Dios nos compromete a profetizar en la ciudad de los hombres. Y esto —lo sabemos— también puede conducir al martirio hoy. La lucha contra el narcotráfico, el compromiso educativo con los pobres, la defensa de las comunidades indígenas y migrantes, la fidelidad a la doctrina social de la Iglesia se consideran subversivos en muchos lugares.

Queridos jóvenes, no son espectadores de la renovación que nuestra Tierra tanto necesita: son protagonistas. Dios obra grandes cosas con quienes libera del mal. Otro salmo, tan querido por los primeros cristianos, dice: «La piedra desechada por los constructores se ha convertido en piedra angular» (Sal 117,22). Jesús fue rechazado y crucificado a las puertas de su ciudad. Sobre él, piedra angular sobre la que Dios reconstruye el mundo, ustedes también son piedras de gran valor en la construcción de una nueva humanidad. Jesús, el rechazado, los invita a todos, y si se sentían rechazados y acabados, ya no lo están. Los errores, el sufrimiento, pero sobre todo el deseo de vida que traen, los convierten en testigos de que el cambio es posible.

La Iglesia los necesita. La humanidad los necesita. La educación y la política los necesitan. Juntos, por encima de toda dependencia que nos degrade, haremos prevalecer la infinita dignidad impresa en cada uno de nosotros. Esa dignidad, por desgracia, a veces solo brilla cuando se pierde casi por completo. Entonces llega una sacudida y queda claro que levantarse es cuestión de vida o muerte. Pues bien, hoy toda la sociedad necesita esa sacudida, necesita su testimonio y la gran labor que realizan. De hecho, todos tenemos la vocación de ser más libres y humanos, la vocación a la paz. Esta es la vocación más divina. Avancemos juntos, pues, multiplicando los espacios de sanación, encuentro y educación: caminos pastorales y políticas sociales que empiezan en la calle y nunca dan a nadie por perdido. Y recen también para que mi ministerio esté al servicio de la esperanza de las personas y de los pueblos, al servicio de todos. Los encomiendo a la guía maternal de María Santísima. Y los bendigo de corazón. ¡Gracias!

Tomado de: Las palabras del Papa León XIV que todo drogadicto, ex drogadicto y personas que les tratan deben leer | ZENIT - Español. Traducción del original en lengua italiana realizado por el director editorial de ZENIT.


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