viernes, 28 de marzo de 2014

Asamblea de la CEU - Comunicado de Prensa


La Conferencia Episcopal del Uruguay se reunió esta semana en la Casa Buen Pastor, de Florida, en su primera asamblea de este año.

Los Obispos iniciaron su encuentro con un retiro predicado por el P. Francisco Arrondo SJ sobre la exhortación La alegría del Evangelio del Papa Francisco. Compartieron luego algunas de sus alegrías y preocupaciones pastorales. Se dio también lectura a un mensaje dejado por el Sr. Nuncio Apostólico, quien no se encuentra en este momento en el país.

Se dedicó una jornada al encuentro con los Vicarios Pastorales de las Diócesis y los Secretarios Ejecutivos de los organismos de la CEU, para programar las actividades de este año en el marco de las nuevas Orientaciones Pastorales 2014-2019. Las Orientaciones recogen los desafíos señalados por el Papa Francisco a los Obispos latinoamericanos: la conversión pastoral de la Iglesia hacia la misión y el diálogo con el mundo. Las Orientaciones señalan como prioridades transversales para todo el quehacer pastoral de la Iglesia la familia y la educación.

El Departamento de Laicos está preparando el 33er. Encuentro nacional de Laicos, con el tema “El laico en misión: salir a la periferia” que se realizará el sábado 17 de mayo en Montevideo.
Cáritas Uruguay presentó su programa para este año, en el marco de la campaña mundial “Una sola familia humana, alimentos para todos” y otras actividades: pastoral de prevención y rehabilitación de adicciones, pastoral de la infancia y “Escuelas de convivencia sin violencia”.
Otros de los temas tratados por los Obispos fueron las Comunidades Eclesiales de Base, el Diaconado Permanente, acompañamiento pastoral a los Sacerdotes en las diferentes etapas de su vida.
El Departamento de Educación Católica presentó los nuevos textos para formación religiosa en los centros católicos de enseñanza. Los mismos, de la editorial SM, han sido elaborados especialmente para Uruguay. Su título: “Hablemos de Dios. Enseñanza religiosa escolar”.
Se inició la elaboración de un documento sobre la cremación y disposición de restos mortales que se dará a conocer más adelante.

Los Obispos recibieron a miembros del Movimiento pro-plebiscito nacional Uruguay libre de minería metalífera a cielo abierto (Uruguay Libre).

La Diócesis de Minas anuncia que el Santuario de la Virgen del Verdún se prepara para recibir el próximo 19 a los peregrinos que acudan, inaugurando las mejoras que se han realizado en la cumbre del cerro, en torno al templete de la Virgen. El programa tendrá características diferentes a las habituales por coincidir con el Sábado Santo.

La asamblea aprobó un mensaje que ofrece algunos elementos de reflexión con relación al tiempo electoral en que el país se encuentra.

Finalmente, los Obispos comunican su alegría por la canonización de los Papas Juan XXIII y Juan Pablo II que tendrá lugar en Roma el domingo 27 de abril. Está vivo el recuerdo de las dos visitas de Juan Pablo II al Uruguay; Juan XXIII, el Papa que convocó el Concilio Vaticano II, creó las Diócesis de Minas, Tacuarembó, Mercedes (1960), Canelones (1961) y proclamó a la Virgen de los Treinta y Tres como patrona del Uruguay (1962). Una peregrinación a Roma con ese motivo es organizada por la Arquidiócesis de Montevideo y será encabezada por Mons. Milton Tróccoli, Obispo auxiliar de Montevideo.

Florida, 28 de marzo de 2014

miércoles, 26 de marzo de 2014

Reunión del Secretariado de la CEU. Homilía de Mons. Heriberto



En el día de hoy, la asamblea de los Obispos, reunida en la Casa Buen Pastor, en Florida, recibió a los Vicarios Pastorales de las Diócesis y a los Secretarios Ejecutivos de los Departamentos y Comisiones de la CEU. En la jornada Mons. Heriberto Bodeant, Coordinador Pastoral de la CEU presentó las nuevas Orientaciones Pastorales 2014-2019 y los Obispos y colaboradores trabajaron en la programación de las actividades para este año en el marco de las mismas. Mons. Heriberto presidió a mediodía la Eucaristía, y ésta fue su homilía.

Homilía


“Presta atención y ten cuidado, para no olvidar las cosas que has visto con tus propios ojos, ni dejar que se aparten de tu corazón un solo instante. Enséñalas a tus hijos y a tus nietos.”

Así termina la primera lectura que hemos escuchado, tomada del libro del Deuteronomio (4,1.5-9).  Es el discurso de despedida de Moisés al Pueblo de Dios. El Pueblo entrará en la Tierra Prometida. En cambio, Moisés no cruzará el Jordán, aunque Dios le concede contemplar la Tierra hacia la cual se dirigirá el pueblo.

Las palabras de Moisés hablan de preceptos y leyes; es la ley que surge de la Alianza, del pacto de Dios con su Pueblo. Pero en su discurso van apareciendo otros elementos: un Dios cercano; “nuestro Dios está cerca de nosotros siempre que lo invocamos”, dice Moisés. Y al final de nuestro pasaje, estas palabras que aluden a la experiencia que ha vivido el Pueblo de Dios en el desierto, invitándolos a atesorar la memoria de ese tiempo de Gracia. El discurso continúa, recordando algunos de los momentos de esa experiencia de encuentro con Dios en el Horeb: “El Señor les habló desde el fuego, y ustedes escuchaban el sonido de sus palabras, pero no percibían ninguna figura: sólo se oía la voz” (4,12).

El Pueblo no está solo llamado a guardar ese recuerdo en el corazón, sino también a transmitirlo. Enseña estas cosas a tus hijos y a tus nietos.

Nuestro camino para llegar a estas Orientaciones no fue de 40 años, ni siquiera de 40 meses. Tampoco hemos llegado a un conjunto de normas y leyes como para que se diga “¿Y qué gran nación [o qué otra conferencia episcopal] tiene preceptos y costumbres tan justas como esta Ley que hoy promulgo [o promulgamos]?

Sin embargo, Moisés señala a sus oyentes que “serán sabios y prudentes a los ojos de los pueblos” si realmente observan y ponen en práctica esos preceptos.

Y de aquí podemos sacar tres puntos que pueden animarnos a nosotros en el camino de este quinquenio.
- La entrada en un tiempo nuevo
- La memoria de lo vivido
- Unas Orientaciones para llevar a la práctica

La entrada en un tiempo nuevo. No estamos entrando en una tierra, sino en un tiempo, pero el Papa Francisco nos dice que “el tiempo es superior al espacio”, porque el tiempo es el horizonte que nos abre hacia la plenitud, que nos abre “al futuro como causa final que atrae”. Y nos dice también que “este principio permite trabajar a largo plazo, sin obsesionarse por resultados inmediatos. Ayuda a soportar con paciencia situaciones difíciles y adversas, o los cambios de planes que impone el dinamismo de la realidad. (…) Darle prioridad al tiempo es ocuparse de iniciar procesos más que de poseer espacios. (…) Generar procesos que construyan pueblo (…) Este criterio también es muy propio de la evangelización, que requiere tener presente el horizonte, asumir los procesos posibles y el camino largo” (EG 222-225). ¡Entremos con alegría y esperanza en este tiempo nuevo!

La memoria de lo vivido. Estas Orientaciones son resultado de un camino de más o menos un año, desde noviembre de 2012, con algún trabajo previo, a noviembre de 2013, cuando la asamblea de la CEU las aprobó. A lo largo de este camino nos fuimos encontrando -en distintas formas y momentos- secretarios ejecutivos, delegados de CONFRU, vicarías pastorales y obispos, compartiendo momentos de oración, de lectura orante y de mucho trabajo. Es verdad, no nos planteamos una forma de mayor participación del Pueblo de Dios, más allá de lo que cada diócesis haya podido hacer por su lado en sus reuniones de clero o sus diferentes instancias diocesanas; pero creo que hemos recorrido un buen camino entre quienes hemos sido llamados a diferentes responsabilidades de servicio y animación pastoral, como obispos o como colaboradores muy cercanos de los pastores. ¡No dejemos que se aparten de nuestros corazones los muchos momentos de comunión, de sentir al Señor “cerca de nosotros siempre que lo invocamos”, porque ese espíritu de unidad en Él es lo único que puede darnos las fuerzas necesarias para seguir adelante!

Es que necesitamos todas las fuerzas, porque se trata de, tercero: Unas Orientaciones para llevar a la práctica. En la introducción que hemos firmado todos los Obispos, decimos que las Orientaciones “no se identifican con un Plan Nacional de Pastoral, ni tratan de serlo”. Así, “Más que un programa de acciones o actividades, las orientaciones pastorales presentan actitudes, criterios, modalidades, para que toda la vida de la Iglesia, sus mismas acciones cotidianas, se realicen empapadas del espíritu misionero: «poner en clave misionera la actividad habitual de las Iglesias particulares» como decía Francisco a los Obispos del CELAM en Río. Pero sabemos que los criterios pueden ser muy bonitos, pero de nada sirven si no los ponemos en práctica. Y eso es lo que estamos intentando implementar hoy: ver cómo convertir estas “orientaciones” en programas, en acciones, en los diferentes departamentos de la CEU; y cómo impregnar de ellas la vida pastoral de nuestras iglesias locales, respetando el camino que es propio a cada diócesis. ¡Dejémonos empapar por el Agua Viva, de modo que se convierta en cada uno de nosotros en manantial que brote hasta la Vida eterna!

María, Virgen de los Treinta y Tres, guardiana de la memoria y madre de nuestro pueblo, nos ayude a imitar su actitud de primera evangelizada y primera evangelizadora, de primera discípula misionera, para que, con su ayuda, hagamos resplandecer la maternalidad de la Iglesia, “con la vivencia y testimonio de la misericordia, buscando la forma de atender a los heridos del camino, promoviendo la pastoral de la escucha, repensando los lenguajes para el diálogo”. Así sea.

domingo, 16 de marzo de 2014

"Alegres caminamos con Cristo" - Mensaje para la Cuaresma 2014


“Alegres caminamos con Cristo”
Mensaje para la Cuaresma 2014


¡Peregrinemos juntos a la Cruz del Cerro Largo!


Como es tradición en nuestra Diócesis, el V Domingo de Cuaresma, este año el 6 de abril, peregrinamos a la Cruz del Cerro Largo.

La peregrinación de este año tiene un carácter especial, ya que será nuestro único gran encuentro diocesano. Estamos en un año electoral, en el que todos los ciudadanos deberemos tomar nuestra decisión a conciencia y depositar nuestros votos procurando el Bien común. El penúltimo domingo de octubre, donde hubiera sido nuestra fiesta diocesana, será un día de cierre de campañas electorales. Un momento poco oportuno para que todos nos desplacemos para nuestra fiesta.

El domingo 12 de octubre, en cambio, celebraremos en Melo un envío de la imagen de Nuestra Señora del Pilar que saldrá durante el año a visitar la Diócesis, como lo hizo la Cruz del Año de la Fe. En ese día también, en todas nuestras celebraciones, los Obispos del Uruguay convocamos a rezar especialmente por la Patria, frente a las decisiones que todos los ciudadanos tenemos que tomar.

Por todo esto, les invito muy especialmente a participar en nuestra Peregrinación Cuaresmal de este año a la Cruz del Cerro Largo.

Lo hacemos con el lema “Alegres, caminamos con Cristo”, haciéndonos eco de las palabras del Papa Francisco en el comienzo de su exhortación Evangelii Gaudium, La alegría del Evangelio: “Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría”.

En nuestra vida cotidiana, todos experimentamos dolores, problemas, sucesos desafortunados, contratiempos… pero la fe hace posible que no quedemos encerrados en el sufrimiento. En él nos unimos a Jesús crucificado. Nos unimos a Jesús que experimenta la soledad en el dolor, hasta gritar “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”

Pero en esa unión con el Señor sufriente, participamos también de su obra redentora, como testimonia San Pablo: “completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia”.

Porque recibiendo el dolor bajo esta luz, amando al Señor crucificado en cada hermano sufriente o abandonado, o en nosotros mismos que somos pecadores, encontramos una profunda alegría que brota del corazón.

En el crucificado está, misteriosamente, la llave de la alegría. Por su entrega libre, fruto de su Amor Mayor, dar la vida por los amigos, Jesús vence al pecado, al demonio, a la muerte y a todas las fuerzas destructoras y opresoras. Resucitando abre para todos las puertas de la Vida. Su cruz es el lugar de encuentro entre nuestra miseria y su obra redentora, su gloria, su luz, su resurrección.

Por eso, “alegres, caminamos con Cristo” hacia la Cruz, hacia el signo de su Amor. No es un camino de un solo día: es el camino de toda nuestra vida; pero el domingo 6 de abril, al encontrarnos, al caminar juntos, sentiremos, una vez más, que “quien cree nunca está solo”, que nos acompañamos, que nos ayudamos “a llevar las cargas, unos a otros” (Gálatas 6,2).

Tu Padre te busca.
¿Buscas tú a tu Padre?


El tiempo de Cuaresma es un tiempo de Gracia, en que el Amor de Dios sale a buscarnos, sale a nuestro encuentro…

Como el padre misericordioso de la conocida parábola (Lucas 15,1-32), Dios Padre sale al camino, escudriñando en la distancia, buscando a cada uno de sus hijos e hijas que vuelve a la Casa. Y vuelve a salir para invitar al que se ha quedado a la puerta y no ha querido entrar, porque le molesta la fiesta con motivo del regreso del pecador a la comunidad. “La Iglesia está llamada a ser siempre la casa abierta del Padre”, nos dice el Papa Francisco (EG 47).

Tu Padre te busca. ¿Buscas tú a tu Padre? Búscalo en la oración, en la escucha de la Palabra, en la celebración de la Misa con tu comunidad, en el Sacramento de la Reconciliación, en el encuentro con los hermanos, en el rostro del pobre…

“No apartes el rostro de ningún pobre y Dios no lo apartará de ti”


Ese es el consejo del anciano Tobit a su hijo Tobías (Libro de Tobías 4,7), animándolo a ser generoso con sus bienes ante el hermano necesitado.

El Papa Francisco en su Mensaje de Cuaresma para este año, nos recuerda que “A imitación de nuestro Maestro, los cristianos estamos llamados a mirar las miserias de los hermanos, a tocarlas, a hacernos cargo de ellas y a realizar obras concretas a fin de aliviarlas” y luego nos señala tres tipos de miseria: material, moral y espiritual.

“La miseria material es la que habitualmente llamamos pobreza y toca a cuantos viven en una condición que no es digna de la persona humana: privados de sus derechos fundamentales y de los bienes de primera necesidad como la comida, el agua, las condiciones higiénicas, el trabajo, la posibilidad de desarrollo y de crecimiento cultural. Frente a esta miseria la Iglesia ofrece su servicio, su diakonia, para responder a las necesidades y curar estas heridas que desfiguran el rostro de la humanidad. En los pobres y en los últimos vemos el rostro de Cristo; amando y ayudando a los pobres amamos y servimos a Cristo.”

“No es menos preocupante la miseria moral, que consiste en convertirse en es-clavos del vicio y del pecado. ¡Cuántas familias viven angustiadas porque alguno de sus miembros —a menudo joven— tiene dependencia del alcohol, las drogas, el juego o la pornografía! ¡Cuántas personas han perdido el sentido de la vida, están privadas de perspectivas para el futuro y han perdido la esperanza! Y cuántas personas se ven obligadas a vivir esta miseria por condiciones sociales injustas, por falta de un trabajo, lo cual les priva de la dignidad que da llevar el pan a casa, por falta de igualdad respecto de los derechos a la educación y la salud.”

“Esta forma de miseria, que también es causa de ruina económica, siempre va unida a la miseria espiritual, que nos golpea cuando nos alejamos de Dios y rechazamos su amor.”

“El Evangelio es el verdadero antídoto contra la miseria espiritual: en cada ambiente el cristiano está llamado a llevar el anuncio liberador de que existe el perdón del mal cometido, que Dios es más grande que nuestro pecado y nos ama gratuitamente, siempre, y que estamos hechos para la comunión y para la vida eterna.”

Limosna, oración y ayuno:
tres pilares para nuestra Cuaresma


El Mensaje del Papa Francisco nos asegura que “nos hará bien preguntarnos de qué podemos privarnos a fin de ayudar y enriquecer a otros con nuestra pobreza”.

De este modo nos acerca a los tres pilares que Jesús nos propone para vivir este tiempo: la limosna, la oración y el ayuno (Mateo 6,24-34).

En nuestro tiempo, a menudo esas tres palabras aparecen vaciadas de su sentido profundo. La limosna aparece reducida a la moneda que se entrega a quien mendiga; la oración, a la repetición mecánica de una fórmula; el ayuno, a algo que podría venir bien para mejorar la figura… Sin embargo, para nosotros son palabras del mismo Jesús, el Señor. Y sólo es en relación a él que esas tres acciones pueden recuperar su sentido más profundo y constituirse en tres verdaderos pilares para nuestra Cuaresma.

Limosna. La palabra castellana “limosna” viene del griego eleemosyne, que en la traducción griega del Antiguo Testamento se usa para expresar tanto la misericordia de Dios como la misericordia del hombre hacia sus semejantes. Ese origen de la palabra importa, porque nos ayuda, antes de que lleguemos a dar un poco, a descubrir que ya hemos recibido mucho. Y lo que hemos recibido es nada menos que la misericordia de Dios, es decir, su amor entrañable, su amor que nos dice: “¿Se olvida una madre de su criatura, no se compadece del hijo de sus entrañas? ¡Pero aunque ella se olvide, yo no te olvidaré!” (Isaías 49,14-15).

Ese amor entrañable de Dios lo lleva a darnos a su propio hijo, el cual se hace uno de nosotros despojándose, empobreciéndose: “Pues ustedes conocen la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, se hizo pobre por ustedes para enriquecerlos con su pobreza” (2 Corintios 8, 9). La misericordia con el hermano sólo es auténtica si se traduce en actos, entre los cuales tiene un puesto importante la ayuda material a los que se hallan en necesidad.

Oración. La oración puede tener muchísimas formas. El mismo Jesús nos dijo “Ustedes, pues, oren así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu Nombre…” (Mateo 6,9) dándonos un modelo de oración. Aquí volvemos a la pregunta que nos hacíamos al principio: “¿Buscas tú a tu Padre?”. Porque la oración es un camino privilegiado para buscarlo, siempre que nos pongamos en la actitud adecuada: es levantar el corazón a Dios, ponernos en sintonía con la voluntad del Padre. Esa es la oración de Jesús: su comunicación con el Padre. El Padrenuestro no es una fórmula que alcanza con repetir para que ya sea oración. Se hace oración cuando lo decimos con el corazón puesto en el Padre, en su voluntad, en su Plan de salvación. Y levantando el corazón al Padre, más fácilmente podremos abrir el corazón al hermano.

Ayuno. A muchos les cuesta ver hoy el sentido del ayuno. Con esta práctica, la Iglesia nos propone un gesto a la vez personal y comunitario. Personal, porque necesariamente lo tiene que hacer cada uno de nosotros. Comunitario, porque nos unimos a todos los hermanos en la fe, en todo el mundo, en ese gesto común. La Iglesia nos señala un mínimo a realizar en determinados días: en el Miércoles de Ceniza y en el Viernes Santo, reducir la cantidad de alimentos, suprimiendo una de las comidas principales; en esos días y en los viernes de cuaresma, absteniéndonos del consumo de carnes rojas. Cada uno puede ver si quiere hacer algo más.

Pero volvamos al sentido del ayuno. Los humanos no somos seres únicamente espirituales: somos alma y cuerpo, y por eso no podemos imaginar una religión puramente espiritual. El alma, el “corazón” que quiere levantarse hacia Dios, tiene necesidad de los actos y de las actitudes del cuerpo. El ayuno, acompañado de la oración suplicante, sirve para presentarnos en humildad ante Dios. El que ayuna con ese sentido se vuelve hacia el Señor confiándose a su misericordia.

En nuestra sociedad de consumo, que nos hace pensar que la vida es una carrera para llenarse de cosas, el ayuno nos ayuda a descubrir cuántas cosas no necesitamos. Como decía aquel monje cuando le hicieron escuchar música en un reproductor de exquisita calidad de sonido: “¡Qué bueno! Me gusta muchísimo… ¡y lo que más me gusta es que no lo necesito!”. O como dice Jesús: “te preocupas y te agitas por muchas cosas; pero solo una cosa es necesaria” (Lucas 10,41-42).

“Tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará”


Cada una de las indicaciones de Jesús sobre el modo de dar limosna, orar y ayunar, apuntan a que estas acciones se realicen sin ningún tipo de exhibición:

•    “que tu limosna quede en secreto”
•    “ora a tu Padre en lo secreto”
•    “que tu ayuno no sea conocido por los hombres, sino por tu Padre que está en lo secreto”

A su vez, a cada una de estas acciones, realizadas en esta forma de total discreción, le acompaña una promesa de Jesús: “Tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará”.

Jesús no dice cuál es esa recompensa, pero el mayor don de Dios es Él mismo, que se nos da en Jesucristo. Nuestra recompensa es la vida en Cristo, la vida en Dios.

A todos deseo un fuerte Tiempo de Cuaresma, una buena peregrinación y les doy mi bendición.

Melo, 16 de marzo de 2014, II Domingo de Cuaresma



+ Heriberto, Obispo de Melo
(Cerro Largo y Treinta y Tres)

martes, 4 de marzo de 2014

Mensaje del Papa Francisco para la Cuaresma 2014


Se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza (cfr. 2 Cor 8, 9)

Queridos hermanos y hermanas:

Con ocasión de la Cuaresma os propongo algunas reflexiones, a fin de que os sirvan para el camino personal y comunitario de conversión. Comienzo recordando las palabras de san Pablo: «Pues conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, se hizo pobre por vosotros para enriqueceros con su pobreza» (2 Cor 8, 9). El Apóstol se dirige a los cristianos de Corinto para alentarlos a ser generosos y ayudar a los fieles de Jerusalén que pasan necesidad. ¿Qué nos dicen, a los cristianos de hoy, estas palabras de san Pablo? ¿Qué nos dice hoy, a nosotros, la invitación a la pobreza, a una vida pobre en sentido evangélico?

La gracia de Cristo

Ante todo, nos dicen cuál es el estilo de Dios. Dios no se revela mediante el poder y la riqueza del mundo, sino mediante la debilidad y la pobreza: «Siendo rico, se hizo pobre por vosotros…». Cristo, el Hijo eterno de Dios, igual al Padre en poder y gloria, se hizo pobre; descendió en medio de nosotros, se acercó a cada uno de nosotros; se desnudó, se “vació”, para ser en todo semejante a nosotros (cfr. Flp 2, 7; Heb 4, 15). ¡Qué gran misterio la encarnación de Dios! La razón de todo esto es el amor divino, un amor que es gracia, generosidad, deseo de proximidad, y que no duda en darse y sacrificarse por las criaturas a las que ama. La caridad, el amor es compartir en todo la suerte del amado. El amor nos hace semejantes, crea igualdad, derriba los muros y las distancias. Y Dios hizo esto con nosotros. Jesús, en efecto, «trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de nosotros, en todo semejante a nosotros excepto en el pecado» (Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, 22).

La finalidad de Jesús al hacerse pobre no es la pobreza en sí misma, sino —dice san Pablo— «...para enriqueceros con su pobreza». No se trata de un juego de palabras ni de una expresión para causar sensación. Al contrario, es una síntesis de la lógica de Dios, la lógica del amor, la lógica de la Encarnación y la Cruz. Dios no hizo caer sobre nosotros la salvación desde lo alto, como la limosna de quien da parte de lo que para él es superfluo con aparente piedad filantrópica. ¡El amor de Cristo no es esto! Cuando Jesús entra en las aguas del Jordán y se hace bautizar por Juan el Bautista, no lo hace porque necesita penitencia, conversión; lo hace para estar en medio de la gente, necesitada de perdón, entre nosotros, pecadores, y cargar con el peso de nuestros pecados. Este es el camino que ha elegido para consolarnos, salvarnos, liberarnos de nuestra miseria. Nos sorprende que el Apóstol diga que fuimos liberados no por medio de la riqueza de Cristo, sino por medio de su pobreza. Y, sin embargo, san Pablo conoce bien la «riqueza insondable de Cristo» (Ef 3, 8), «heredero de todo» (Heb 1, 2).

¿Qué es, pues, esta pobreza con la que Jesús nos libera y nos enriquece? Es precisamente su modo de amarnos, de estar cerca de nosotros, como el buen samaritano que se acerca a ese hombre que todos habían abandonado medio muerto al borde del camino (cfr. Lc 10, 25ss). Lo que nos da verdadera libertad, verdadera salvación y verdadera felicidad es su amor lleno de compasión, de ternura, que quiere compartir con nosotros. La pobreza de Cristo que nos enriquece consiste en el hecho que se hizo carne, cargó con nuestras debilidades y nuestros pecados, comunicándonos la misericordia infinita de Dios. La pobreza de Cristo es la mayor riqueza: la riqueza de Jesús es su confianza ilimitada en Dios Padre, es encomendarse a Él en todo momento, buscando siempre y solamente su voluntad y su gloria. Es rico como lo es un niño que se siente amado por sus padres y los ama, sin dudar ni un instante de su amor y su ternura. La riqueza de Jesús radica en el hecho de ser el Hijo, su relación única con el Padre es la prerrogativa soberana de este Mesías pobre. Cuando Jesús nos invita a tomar su “yugo llevadero”, nos invita a enriquecernos con esta “rica pobreza” y “pobre riqueza” suyas, a compartir con Él su espíritu filial y fraterno, a convertirnos en hijos en el Hijo, hermanos en el Hermano Primogénito (cfr Rom 8, 29).

Se ha dicho que la única verdadera tristeza es no ser santos (L. Bloy); podríamos decir también que hay una única verdadera miseria: no vivir como hijos de Dios y hermanos de Cristo.

Nuestro testimonio

Podríamos pensar que este “camino” de la pobreza fue el de Jesús, mientras que nosotros, que venimos después de Él, podemos salvar el mundo con los medios humanos adecuados. No es así. En toda época y en todo lugar, Dios sigue salvando a los hombres y salvando el mundo mediante la pobreza de Cristo, el cual se hace pobre en los Sacramentos, en la Palabra y en su Iglesia, que es un pueblo de pobres. La riqueza de Dios no puede pasar a través de nuestra riqueza, sino siempre y solamente a través de nuestra pobreza, personal y comunitaria, animada por el Espíritu de Cristo.

A imitación de nuestro Maestro, los cristianos estamos llamados a mirar las miserias de los hermanos, a tocarlas, a hacernos cargo de ellas y a realizar obras concretas a fin de aliviarlas. La miseria no coincide con la pobreza; la miseria es la pobreza sin confianza, sin solidaridad, sin esperanza. Podemos distinguir tres tipos de miseria: la miseria material, la miseria moral y la miseria espiritual.

La miseria material es la que habitualmente llamamos pobreza y toca a cuantos viven en una condición que no es digna de la persona humana: privados de sus derechos fundamentales y de los bienes de primera necesidad como la comida, el agua, las condiciones higiénicas, el trabajo, la posibilidad de desarrollo y de crecimiento cultural. Frente a esta miseria la Iglesia ofrece su servicio, su diakonia, para responder a las necesidades y curar estas heridas que desfiguran el rostro de la humanidad. En los pobres y en los últimos vemos el rostro de Cristo; amando y ayudando a los pobres amamos y servimos a Cristo. Nuestros esfuerzos se orientan asimismo a encontrar el modo de que cesen en el mundo las violaciones de la dignidad humana, las discriminaciones y los abusos, que, en tantos casos, son el origen de la miseria. Cuando el poder, el lujo y el dinero se convierten en ídolos, se anteponen a la exigencia de una distribución justa de las riquezas. Por tanto, es necesario que las conciencias se conviertan a la justicia, a la igualdad, a la sobriedad y al compartir.

No es menos preocupante la miseria moral, que consiste en convertirse en esclavos del vicio y del pecado. ¡Cuántas familias viven angustiadas porque alguno de sus miembros —a menudo joven— tiene dependencia del alcohol, las drogas, el juego o la pornografía! ¡Cuántas personas han perdido el sentido de la vida, están privadas de perspectivas para el futuro y han perdido la esperanza! Y cuántas personas se ven obligadas a vivir esta miseria por condiciones sociales injustas, por falta de un trabajo, lo cual les priva de la dignidad que da llevar el pan a casa, por falta de igualdad respecto de los derechos a la educación y la salud. En estos casos la miseria moral bien podría llamarse casi suicidio incipiente. Esta forma de miseria, que también es causa de ruina económica, siempre va unida a la miseria espiritual, que nos golpea cuando nos alejamos de Dios y rechazamos su amor. Si consideramos que no necesitamos a Dios, que en Cristo nos tiende la mano, porque pensamos que nos bastamos a nosotros mismos, nos encaminamos por un camino de fracaso. Dios es el único que verdaderamente salva y libera.

El Evangelio es el verdadero antídoto contra la miseria espiritual: en cada ambiente el cristiano está llamado a llevar el anuncio liberador de que existe el perdón del mal cometido, que Dios es más grande que nuestro pecado y nos ama gratuitamente, siempre, y que estamos hechos para la comunión y para la vida eterna. ¡El Señor nos invita a anunciar con gozo este mensaje de misericordia y de esperanza! Es hermoso experimentar la alegría de extender esta buena nueva, de compartir el tesoro que se nos ha confiado, para consolar los corazones afligidos y dar esperanza a tantos hermanos y hermanas sumidos en el vacío. Se trata de seguir e imitar a Jesús, que fue en busca de los pobres y los pecadores como el pastor con la oveja perdida, y lo hizo lleno de amor. Unidos a Él, podemos abrir con valentía nuevos caminos de evangelización y promoción humana.

Queridos hermanos y hermanas, que este tiempo de Cuaresma encuentre a toda la Iglesia dispuesta y solícita a la hora de testimoniar a cuantos viven en la miseria material, moral y espiritual el mensaje evangélico, que se resume en el anuncio del amor del Padre misericordioso, listo para abrazar en Cristo a cada persona. Podremos hacerlo en la medida en que nos conformemos a Cristo, que se hizo pobre y nos enriqueció con su pobreza. La Cuaresma es un tiempo adecuado para despojarse; y nos hará bien preguntarnos de qué podemos privarnos a fin de ayudar y enriquecer a otros con nuestra pobreza. No olvidemos que la verdadera pobreza duele: no sería válido un despojo sin esta dimensión penitencial. Desconfío de la limosna que no cuesta y no duele.

Que el Espíritu Santo, gracias al cual «[somos] como pobres, pero que enriquecen a muchos; como necesitados, pero poseyéndolo todo» (2 Cor 6, 10), sostenga nuestros propósitos y fortalezca en nosotros la atención y la responsabilidad ante la miseria humana, para que seamos misericordiosos y agentes de misericordia. Con este deseo, aseguro mi oración por todos los creyentes. Que cada comunidad eclesial recorra provechosamente el camino cuaresmal. Os pido que recéis por mí. Que el Señor os bendiga y la Virgen os guarde.

Vaticano, 26 de diciembre de 2013

Fiesta de San Esteban, diácono y protomártir

FRANCISCO