“Alegres caminamos con Cristo”
Mensaje para la Cuaresma 2014
¡Peregrinemos juntos a la Cruz del Cerro Largo!
Como es tradición en nuestra Diócesis, el V Domingo de Cuaresma, este año el 6 de abril, peregrinamos a la Cruz del Cerro Largo.
La peregrinación de este año tiene un carácter especial, ya que será nuestro único gran encuentro diocesano. Estamos en un año electoral, en el que todos los ciudadanos deberemos tomar nuestra decisión a conciencia y depositar nuestros votos procurando el Bien común. El penúltimo domingo de octubre, donde hubiera sido nuestra fiesta diocesana, será un día de cierre de campañas electorales. Un momento poco oportuno para que todos nos desplacemos para nuestra fiesta.
El domingo 12 de octubre, en cambio, celebraremos en Melo un envío de la imagen de Nuestra Señora del Pilar que saldrá durante el año a visitar la Diócesis, como lo hizo la Cruz del Año de la Fe. En ese día también, en todas nuestras celebraciones, los Obispos del Uruguay convocamos a rezar especialmente por la Patria, frente a las decisiones que todos los ciudadanos tenemos que tomar.
Por todo esto, les invito muy especialmente a participar en nuestra Peregrinación Cuaresmal de este año a la Cruz del Cerro Largo.
Lo hacemos con el lema “Alegres, caminamos con Cristo”, haciéndonos eco de las palabras del Papa Francisco en el comienzo de su exhortación Evangelii Gaudium, La alegría del Evangelio: “Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría”.
En nuestra vida cotidiana, todos experimentamos dolores, problemas, sucesos desafortunados, contratiempos… pero la fe hace posible que no quedemos encerrados en el sufrimiento. En él nos unimos a Jesús crucificado. Nos unimos a Jesús que experimenta la soledad en el dolor, hasta gritar “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”
Pero en esa unión con el Señor sufriente, participamos también de su obra redentora, como testimonia San Pablo: “completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia”.
Porque recibiendo el dolor bajo esta luz, amando al Señor crucificado en cada hermano sufriente o abandonado, o en nosotros mismos que somos pecadores, encontramos una profunda alegría que brota del corazón.
En el crucificado está, misteriosamente, la llave de la alegría. Por su entrega libre, fruto de su Amor Mayor, dar la vida por los amigos, Jesús vence al pecado, al demonio, a la muerte y a todas las fuerzas destructoras y opresoras. Resucitando abre para todos las puertas de la Vida. Su cruz es el lugar de encuentro entre nuestra miseria y su obra redentora, su gloria, su luz, su resurrección.
Por eso, “alegres, caminamos con Cristo” hacia la Cruz, hacia el signo de su Amor. No es un camino de un solo día: es el camino de toda nuestra vida; pero el domingo 6 de abril, al encontrarnos, al caminar juntos, sentiremos, una vez más, que “quien cree nunca está solo”, que nos acompañamos, que nos ayudamos “a llevar las cargas, unos a otros” (Gálatas 6,2).
Tu Padre te busca.
¿Buscas tú a tu Padre?
El tiempo de Cuaresma es un tiempo de Gracia, en que el Amor de Dios sale a buscarnos, sale a nuestro encuentro…
Como el padre misericordioso de la conocida parábola (Lucas 15,1-32), Dios Padre sale al camino, escudriñando en la distancia, buscando a cada uno de sus hijos e hijas que vuelve a la Casa. Y vuelve a salir para invitar al que se ha quedado a la puerta y no ha querido entrar, porque le molesta la fiesta con motivo del regreso del pecador a la comunidad. “La Iglesia está llamada a ser siempre la casa abierta del Padre”, nos dice el Papa Francisco (EG 47).
Tu Padre te busca. ¿Buscas tú a tu Padre? Búscalo en la oración, en la escucha de la Palabra, en la celebración de la Misa con tu comunidad, en el Sacramento de la Reconciliación, en el encuentro con los hermanos, en el rostro del pobre…
“No apartes el rostro de ningún pobre y Dios no lo apartará de ti”
Ese es el consejo del anciano Tobit a su hijo Tobías (Libro de Tobías 4,7), animándolo a ser generoso con sus bienes ante el hermano necesitado.
El Papa Francisco en su Mensaje de Cuaresma para este año, nos recuerda que “A imitación de nuestro Maestro, los cristianos estamos llamados a mirar las miserias de los hermanos, a tocarlas, a hacernos cargo de ellas y a realizar obras concretas a fin de aliviarlas” y luego nos señala tres tipos de miseria: material, moral y espiritual.
“La miseria material es la que habitualmente llamamos pobreza y toca a cuantos viven en una condición que no es digna de la persona humana: privados de sus derechos fundamentales y de los bienes de primera necesidad como la comida, el agua, las condiciones higiénicas, el trabajo, la posibilidad de desarrollo y de crecimiento cultural. Frente a esta miseria la Iglesia ofrece su servicio, su diakonia, para responder a las necesidades y curar estas heridas que desfiguran el rostro de la humanidad. En los pobres y en los últimos vemos el rostro de Cristo; amando y ayudando a los pobres amamos y servimos a Cristo.”
“No es menos preocupante la miseria moral, que consiste en convertirse en es-clavos del vicio y del pecado. ¡Cuántas familias viven angustiadas porque alguno de sus miembros —a menudo joven— tiene dependencia del alcohol, las drogas, el juego o la pornografía! ¡Cuántas personas han perdido el sentido de la vida, están privadas de perspectivas para el futuro y han perdido la esperanza! Y cuántas personas se ven obligadas a vivir esta miseria por condiciones sociales injustas, por falta de un trabajo, lo cual les priva de la dignidad que da llevar el pan a casa, por falta de igualdad respecto de los derechos a la educación y la salud.”
“Esta forma de miseria, que también es causa de ruina económica, siempre va unida a la miseria espiritual, que nos golpea cuando nos alejamos de Dios y rechazamos su amor.”
“El Evangelio es el verdadero antídoto contra la miseria espiritual: en cada ambiente el cristiano está llamado a llevar el anuncio liberador de que existe el perdón del mal cometido, que Dios es más grande que nuestro pecado y nos ama gratuitamente, siempre, y que estamos hechos para la comunión y para la vida eterna.”
Limosna, oración y ayuno:
tres pilares para nuestra Cuaresma
El Mensaje del Papa Francisco nos asegura que “nos hará bien preguntarnos de qué podemos privarnos a fin de ayudar y enriquecer a otros con nuestra pobreza”.
De este modo nos acerca a los tres pilares que Jesús nos propone para vivir este tiempo: la limosna, la oración y el ayuno (Mateo 6,24-34).
En nuestro tiempo, a menudo esas tres palabras aparecen vaciadas de su sentido profundo. La limosna aparece reducida a la moneda que se entrega a quien mendiga; la oración, a la repetición mecánica de una fórmula; el ayuno, a algo que podría venir bien para mejorar la figura… Sin embargo, para nosotros son palabras del mismo Jesús, el Señor. Y sólo es en relación a él que esas tres acciones pueden recuperar su sentido más profundo y constituirse en tres verdaderos pilares para nuestra Cuaresma.
Limosna. La palabra castellana “limosna” viene del griego eleemosyne, que en la traducción griega del Antiguo Testamento se usa para expresar tanto la misericordia de Dios como la misericordia del hombre hacia sus semejantes. Ese origen de la palabra importa, porque nos ayuda, antes de que lleguemos a dar un poco, a descubrir que ya hemos recibido mucho. Y lo que hemos recibido es nada menos que la misericordia de Dios, es decir, su amor entrañable, su amor que nos dice: “¿Se olvida una madre de su criatura, no se compadece del hijo de sus entrañas? ¡Pero aunque ella se olvide, yo no te olvidaré!” (Isaías 49,14-15).
Ese amor entrañable de Dios lo lleva a darnos a su propio hijo, el cual se hace uno de nosotros despojándose, empobreciéndose: “Pues ustedes conocen la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, se hizo pobre por ustedes para enriquecerlos con su pobreza” (2 Corintios 8, 9). La misericordia con el hermano sólo es auténtica si se traduce en actos, entre los cuales tiene un puesto importante la ayuda material a los que se hallan en necesidad.
Oración. La oración puede tener muchísimas formas. El mismo Jesús nos dijo “Ustedes, pues, oren así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu Nombre…” (Mateo 6,9) dándonos un modelo de oración. Aquí volvemos a la pregunta que nos hacíamos al principio: “¿Buscas tú a tu Padre?”. Porque la oración es un camino privilegiado para buscarlo, siempre que nos pongamos en la actitud adecuada: es levantar el corazón a Dios, ponernos en sintonía con la voluntad del Padre. Esa es la oración de Jesús: su comunicación con el Padre. El Padrenuestro no es una fórmula que alcanza con repetir para que ya sea oración. Se hace oración cuando lo decimos con el corazón puesto en el Padre, en su voluntad, en su Plan de salvación. Y levantando el corazón al Padre, más fácilmente podremos abrir el corazón al hermano.
Ayuno. A muchos les cuesta ver hoy el sentido del ayuno. Con esta práctica, la Iglesia nos propone un gesto a la vez personal y comunitario. Personal, porque necesariamente lo tiene que hacer cada uno de nosotros. Comunitario, porque nos unimos a todos los hermanos en la fe, en todo el mundo, en ese gesto común. La Iglesia nos señala un mínimo a realizar en determinados días: en el Miércoles de Ceniza y en el Viernes Santo, reducir la cantidad de alimentos, suprimiendo una de las comidas principales; en esos días y en los viernes de cuaresma, absteniéndonos del consumo de carnes rojas. Cada uno puede ver si quiere hacer algo más.
Pero volvamos al sentido del ayuno. Los humanos no somos seres únicamente espirituales: somos alma y cuerpo, y por eso no podemos imaginar una religión puramente espiritual. El alma, el “corazón” que quiere levantarse hacia Dios, tiene necesidad de los actos y de las actitudes del cuerpo. El ayuno, acompañado de la oración suplicante, sirve para presentarnos en humildad ante Dios. El que ayuna con ese sentido se vuelve hacia el Señor confiándose a su misericordia.
En nuestra sociedad de consumo, que nos hace pensar que la vida es una carrera para llenarse de cosas, el ayuno nos ayuda a descubrir cuántas cosas no necesitamos. Como decía aquel monje cuando le hicieron escuchar música en un reproductor de exquisita calidad de sonido: “¡Qué bueno! Me gusta muchísimo… ¡y lo que más me gusta es que no lo necesito!”. O como dice Jesús: “te preocupas y te agitas por muchas cosas; pero solo una cosa es necesaria” (Lucas 10,41-42).
“Tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará”
Cada una de las indicaciones de Jesús sobre el modo de dar limosna, orar y ayunar, apuntan a que estas acciones se realicen sin ningún tipo de exhibición:
• “que tu limosna quede en secreto”
• “ora a tu Padre en lo secreto”
• “que tu ayuno no sea conocido por los hombres, sino por tu Padre que está en lo secreto”
A su vez, a cada una de estas acciones, realizadas en esta forma de total discreción, le acompaña una promesa de Jesús: “Tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará”.
Jesús no dice cuál es esa recompensa, pero el mayor don de Dios es Él mismo, que se nos da en Jesucristo. Nuestra recompensa es la vida en Cristo, la vida en Dios.
A todos deseo un fuerte Tiempo de Cuaresma, una buena peregrinación y les doy mi bendición.
Melo, 16 de marzo de 2014, II Domingo de Cuaresma
+ Heriberto, Obispo de Melo
(Cerro Largo y Treinta y Tres)
No hay comentarios:
Publicar un comentario