domingo, 22 de marzo de 2009

Bodas de Plata episcopales de Mons. Pablo Galimberti, Obispo de Salto, Uruguay



Aquí puedes escuchar la homilía:



Homilía de Mons. Pablo Galimberti

18 de marzo de 2009, Basílica Catedral de Salto

Bodas de Plata Episcopales

Una tarde como hoy, vísperas de la solemnidad de San José, esposo de la Virgen María, hace 25 años, ingresaba a la Diócesis de San José. Llegué a esa Diócesis cuya Catedral es, desde 1956, santuario nacional de San José: el templo de mayor dignidad dedicado a la figura de este hombre justo, el esposo de María, padre adoptivo de Jesucristo.

Y como en la vida no hay casualidades, y mucho más para el creyente, me fui como aproximando a la figura de este hombre, de este creyente que es José, en todo lo que esto significa como esposo y padre, aquel que cuida la familia, que arriesga, que vive la fe en las situaciones fáciles y en las complicadas, tal como está en el Evangelio de hoy.

Encontré bueno y oportuno destacar esta figura y que hoy le dedique unos momentos para pensar y recorrer estos 25 años en mi misión de Obispo.

Sin duda que han sido muchos los acontecimientos y uno se siente en la dificultad de poder sintetizar, ante hermanos que me conocen desde que nací, ante sacerdotes u obispos que me conocen desde los primeros pasos en la Iglesia en el despertar de mi vocación, gente de San José que me conoció en mi tarea de obispo y los fieles de aquí, de la Diócesis de Salto, peregrina en los departamentos de Artigas, Salto, Paysandú y Río Negro donde hoy estoy y digo ‘este es mi pueblo, esta es mi gente’.

De modo que hay una cantidad de vivencias y cada uno sería capaz de abrir una serie de recuerdos y situaciones; pero no lo hago con el ánimo de volver hacia atrás, porque lo pasado, pisado. Ya no volverá; pero entre recordar y celebrar hay una intima relación.

Los judíos tienen una misma palabra para decir “recordar” y “celebrar”. Uno recuerda y trae al presente y dice “¡cuántas cosas me ha regalado Dios, realmente! Cuántos acontecimientos, en momentos distintos del país Eran los años ’84, ’85… circunstancias sociales, políticas muy diversas a las actuales, pero siempre estuvo la misión de despertar y acompañar la fe del pueblo, de proponerla, de llevarla al corazón y a la boca de las distintas comunidades. Misión que continúa, misión que es la tarea de José, de introducir y acompañar a Jesús, socialmente hablando, en la sociedad, en la cultura, en los rituales religiosos, sociales, políticos. Aceptar que ese Niño, no habiendo sido concebido por Él, por su intervención, era sin embargo su misión y él tenía que estar, y no eludió. No dijo “no me encargo de esto, yo me encargo de lo que yo hago”. Dejó ese machismo que a veces distancia diciendo “yo no intervengo” por lo tanto “no me hago cargo, no me responsabilizo”, y entendió que María tenia un designio particular, y que él no podía ser el poseedor, el dueño, adueñarse de su prometida y pensó que debía retirarse, tomar distancia. Cuando Dios entra en los caminos y uno ve que hay un camino que uno no comprende, él aceptó. Tuvo esta manifestación de Dios que en los momentos oscuros también se manifiesta y le dijo, tal como está en el Evangelio de hoy, “José no temas, no tengas miedo de recibir a María tu esposa, porque lo que hay engendrado en Ella proviene de la fuerza del Espíritu Santo”, es el Espíritu de vida, que crea y genera vida de todas las formas, vida en todo el universo, Dios es generador de vida, por definición y el Espíritu Santo es aquel que genera, introduce, mueve, de distintas formas. Por lo tanto, allí estaba la respuesta y José, dice el Evangelio, “al despertar hizo lo que Dios le había dicho y aceptó a Maria, su mujer”.

De modo que es el hombre creyente que no elude, sino que acepta que en la vida hay tramos, etapas, días, horas difíciles, oscuras, pero que Dios también habla, ilumina. Descubre como uno debe caminar, tomar, dejar, elegir, pero no sentirse ajeno a lo que está ocurriendo. Figura entonces de José, hombre creyente, hombre que pone su fe al servicio de la venida de Jesucristo, luz del mundo. Así que es una figura que nos ilumina, nos anima a acompañar pasos pequeños del pueblo, de la gente, de las comunidades. Uno a veces piensa que la fe tiene que ser ya grande, robusta como un árbol, y a veces es una semilla, un pensamiento, una sugerencia, una duda, una pregunta, un dolor, una queja, una interpelación, una ausencia, un fallecimiento, una boda, lo que sea. Allí hay gérmenes de fe en nuestro pueblo uruguayo que también, como todo pueblo, como toda familia humana busca no sólo ser eficaces, tener un buen nivel económico y de bienestar, sino también tener espacios de re-creación, espacios donde la vida tiene significación y sentido y un para qué. No somos animales de trabajo, sino que el trabajo está en función de la familia, de nosotros, para que pueda educar y establecerse, generar futuro para sus hijos.

La fe está siempre presente en un modo o de otro, y el pastor, sacerdotes, fieles, comunidades a lo largo de nuestra Diócesis y en nuestro país y en donde estén, están presentes como una luz que hace crecer las semillas de fe, de confianza, de valentía, de ánimo, de coraje, porque la fe hay que tomarla como lo hace José, con fuerza, no solamente vibrando en los momentos de triunfo y gozo, cuando hay motivos que nos elevan y entusiasman momentos de jolgorio, hay también momentos de tristeza en que uno sabe por dónde encaminarse.

Recuerdo que cuando éramos chicos mi padre nos contaba como había pasado momentos difíciles navegando en los años en que yo nací, en el año 1941, 1942, teniendo que navegar a Estados Unidos en época de guerra. Realmente no sabía si iba a volver. Nos dejaba escritas recomendaciones por si no volvía. En esos momentos uno veía como en los momentos de angustia, el hombre creyente pone su fe y no los vive con cobardía, huyendo, diciendo “que no me toque a mí” sino afrontado, escribiendo las cosas que nosotros en caso de que no hubiera vuelto, debíamos asumir, leer, conservar.

Uno ve - y lo vemos todos en nuestras familias y comunidades - gente que no solamente tiene fe, sino que la vive y la transmite y desea ardientemente que esa fe no se apague en el corazón y en la vida de su familia, en la vida del pueblo, de un barrio, de una familia, de los que están alejados. Uno escucha el clamor, la preocupación de madres, de padres cuando van naciendo nuevas generaciones y siempre atentos para que junto al mínimo de bienestar para llevar una vida digna, también tengan esa apertura, esa serenidad esa tranquilidad y ese horizonte grande que ensancha y que dice que por acá hay que avanzar y seguir, no podemos asustarnos, en un momento de miedo e incertidumbre.

Esta fe valiente de José, nos inspira, nos guía, y nos anima a descubrir a veces donde parece que hay cenizas, a buscar, remover y descubrir que hay una fe que es una riqueza humana. Un pueblo con fe tiene mas ánimo, más fortaleza afrontar para momentos de dificultades, para que existan propuestas positivas a las autoridades para que puedan generar, entre todos, espacios, posibilidades y derechos. Esta fe en que José educó pacientemente a Jesús, es también inspiradora para todos nosotros.

Muchas veces el Obispo recibe iniciativas, propuestas, sugerencias, y todo eso hay que estudiarlo, procesarlo, definir si realmente algo de esto es bueno, no importa de dónde, de qué lugar… sin embargo, José es el que acepta y da un aval a aquellas propuestas que han venido de Dios, aquel camino de Dios que se ha planteado en su esposa. De modo que también nos hace generosos para ver lo bueno también en los adversarios, lo bueno en los que están distantes, lo bueno, lo positivo para el pueblo, la familia, para el bienestar general en aquellos que de pronto no están afiliados a mi club, partido o iglesia, pero nos muestra esa amplitud de José para estar presente en las coyunturas que hoy que se viven con mucha frecuencia en este mundo pluricultural y plurireligioso. Saber compartir momentos donde hay que poner una palabra pacificadora, un criterio que sirva para ayudar a una buena convivencia, pacífica, en libertad, en verdad, con valores humanos compartidos.

José también es este hombre que vive su fe, la comunica, la enseña, la trasmite, la cultiva y sirve a Jesucristo en esta crianza que el niño Dios necesitaba. Esto es maravilloso. Ver que el Dios todopoderoso nos necesita a nosotros. Necesita los pequeños gestos de nuestra vida. No pensar que Dios está lejos y nosotros armamos el mundo según nuestro antojo y nuestras herramientas de que disponemos en un momento. Todo vale: el mínimo gesto, si lo hacemos con amor, si lo hacemos con entrega, generosidad y solidaridad.

Tantos gestos pequeños… Cuando le decían a la Madre Teresa “¿Ud. qué hace? Está perdiendo el tiempo… le está dando de comer a un chiquilín, cuando en el mundo hay millones ¿Ud. se da cuenta?”. Y ella decía: “Yo sé que lo mío es pequeño, que mi gesto no lo ven, no sale en los medios de comunicación; sin embargo, si falta este gesto, es como si le faltara a un océano una gota de agua, que es la mía”.

Así que nuestra fe se va construyendo también con pequeños hechos que van mostrando una fortaleza y nuestro pueblo tiene esas convicciones, esa fortaleza. Salto tiene esos ejemplos: la represa o la Universidad que son como baluartes de lo que significa una fuerza colectiva que se une para exponer, proponer y defender. Lo que implica armar un legajo y defenderlo, viajar a Montevideo y dar las razones y conseguir lo que se propone, aunque no sea de inmediato. Saber luchar para que las cosas salgan.

La fe es en Jesús, se transmite, se traduce también en iniciativas, en formas para que nuestro pueblo llegue a niveles de cultura, de fe, de espiritualidad, que le den el sentido cabal, por qué estamos en el mundo. Por qué tenemos que afrontar dolores, desafíos, superar barreras e ir a veces más allá de lo que nuestras lógicas humanas nos permiten ver. La fe de José es una fe valerosa, porque está apoyada en Dios que es Padre de todos. Esa es la gran ventaja del creyente que escucha la Palabra de Dios que hace llover sobre buenos y malos, sobre los míos y los otros, sobre los que están aquí y allí. Quien mira a Dios tiene esa gran posibilidad de ver un mundo ensanchado, más grande con una perspectiva que tenemos que ofrecer, que tenemos que aportar.

En el día de hoy, es bueno y ¡que lindo! celebrar a un hombre que fue un hombre protector, y hoy quisiéramos que nuestras familias y que la gran familia de la Iglesia extendida por el mundo lo tuviera como el protector, como el padre. Ese padre hoy tan ausente de muchas familias, tan ajeno. El padre que fuera el inspirador de esas conductas que acompañan, fortalecen, apoyan, ponen límites cuando hay que ponerlos, pero al mismo tiempo abren puertas, un futuro. El padre es el que abre las puertas del futuro para formarse, estudiar, avanzar, crear algo, dejar algo antes de irse de este mundo. Plantar un árbol, engendrar a otros, de alguna manera, espiritualmente, en la familia, adoptar... cómo sea.

Dejar algo en este mundo cuando nos vayamos. La vida de José fue vida fecunda y nos inspira a ser responsables de los talentos que Dios nos ha regalado.

Yo quiero agradecer a todos los que están aquí, que representan etapas de mi vida: sacerdotes, obispos, comunidades, los que hoy me han llamado, que son muchos. Que también Dios los bendiga a todos, que esa mano de Dios llegue a sus corazones, a sus hogares, vidas, sueños, proyectos y a sus noches y dificultades, que con esta alegría podamos renovarnos en este servicio y bueno… que Dios me conceda, fe, salud, ganas, deseos de seguir sirviéndolo en esta tierra, en el Litoral Norte, en esta tierra donde estamos celebrando este aniversario.

Que la virgen Santísima que fortaleció a José con su fe, nos fortalezca también a nosotros. Ella es la mujer creyente y servidora: “aquí está la servidora del Señor”. Que nos haga también servidores, no de nosotros mismos, de nuestros intereses, de nuestros títulos, de nuestras cosas, sino servidores de los caminos de Dios en el mundo. Caminos de dignidad, de verdad, de justicia, de nobleza y caminos de fe como hijas e hijos de Dios.

Así sea.

miércoles, 18 de marzo de 2009

19 de marzo - San José, esposo de María

San José (detalle), óleo de José Luis Zorrilla de San Martín, Catedral de Salto.

Joseph (José)
Letra y música: Georges Moustaki
© 1969 Éditions Musicales Continentales Intersong
1
Voilà c'que c'est, mon vieux Joseph
Ya ves lo que es, mi viejo José
Que d'avoir pris la plus jolie
Esto de haberte casado con la más linda
Parmi les filles de Galilée
de las hijas de Galilea
Celle qu'on appelait Marie
esa que llaman María
2
Tu aurais pu, mon vieux Joseph
Mi viejo José, habrías podido
Prendre Sarah ou Déborah
casarte con Sara o con Débora
Et rien ne serait arrivé
Y no hubiera pasado nada
Mais tu as préféré Marie
Pero elegiste a María.
3
Tu aurais pu, mon vieux Joseph
Habrías podido, mi viejo José
Rester chez toi, tailler ton bois
quedarte en tu casa, trabajar tu madera
Plutôt que d'aller t'exiler
en vez de marchar al exilio
Et te cacher avec Marie
y tener que esconderte con María.
4
Tu aurais pu, mon vieux Joseph
Tu podrías, mi viejo José
Faire des petits avec Marie
haber tenido tus hijos con María
Et leur apprendre ton métier
y haberles enseñado tu oficio
Comme ton père te l'avait appris
como tu padre te lo enseñó a ti.
5
Pourquoi a-t-il fallu, Joseph
¿Por qué tenía que ser, José
Que ton enfant, cet innocent
Que tu niño, ese inocente
Ait eu ces étranges idées
haya tenido esas extrañas ideas
Qui ont tant fait pleurer Marie
que han hecho llorar tanto a María.
6
Parfois je pense à toi, Joseph
A veces pienso en ti, José
Mon pauvre ami, lorsque l'on rit
mi pobre amigo, cuando se ríen
De toi qui n'avais demandé
de ti que no habías pedido más
Qu'à vivre heureux avec Marie
que vivir feliz con María.

(Traducción +HAB)

Georges Moustaki se pone en el lugar de un amigo de José, que no entiende del todo sus opciones. ¿Por qué tenía que ser así? José tenía a su alcance una felicidad legítima: casarse con alguna otra linda hija de Galilea, tener hijos, enseñarles su oficio... ¿por qué no ha sucedido así? ¿Por qué María? ¿Por qué ese hijo con "extrañas ideas"? Las preguntas no son irónicas... creo que la música de la canción, dulce, apacible, expresa mucho del cariño del amigo que no comprende.

En el camino de una vocación cristiana, no sólo de una vocación "de especial consagración", sino también la de los esposos cristianos que toman un rumbo diferente al común, se encuentra a veces esta incomprensión agridulce de aquellos que nos quieren, que desean nuestra felicidad, pero no entienden... Lo bueno es que preguntan. ¿Encontrarán las respuestas? ¿Querrán oírlas? Esperemos que sí.

Georges Moustaki nació en Alejandría, Egipto, en 1934, en una familia griega. Se cría en un ambiente multicultural (judío, griego, italiano, árabe y francés). Atraído por la cultura francesa se instala en París en 1951, donde desarrolla una importante carrera como compositor e intérprete, que le han dado un lugar destacado en la Chanson Française.

Puedes también escuchar esta canción con un bonito montaje de vide en You Tube, haciendo click aquí.

viernes, 13 de marzo de 2009

Daniel Gil - Reflexiones sobre la alabanza

Catedral de Salto, Uruguay. Foto: Mons. Daniel Gil. 24/Set/2004

Reflexiones sobre la alabanza

1-Introducción
El hombre es creado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor, como nos lo enseña el catecismo y el principio y fundamento de San Ignacio, y aún antes de nuestra creación, hemos sido elegidos “para alabanza de la gloria de su gracia” como nos repite San Pablo, (Ef.1-6.12.14)
¿Por qué, pues, nuestra generación experimenta dificultad en vivir esta grande y noble palabra de alabanza? ¿Qué es lo que en nuestra actitud interior habitual nos hace extranjeros al dinamismo espiritual de la alabanza? La dificultad viene de muy adentro de nosotros mismos y de nuestro tiempo, va más lejos en consecuencias de lo que a primera vista podría parecer.

¿De donde viene esta molestia y esta sorda repugnancia a la alabanza?

Alabar es inútil, en primer lugar veamos el aspecto más aparente y superficial del problema; en nuestro mundo actual da la impresión de algo gratuito y superfluo.
Se admite más fácilmente el servicio, palabra que gusta a todos y encuentra cierto favor. El servicio supone un resultado constatable, visible. El resultado del servicio se escribe positivamente en las cuentas del mundo. El servicio deja una huella patente y positiva en la figura de las cosas, en la Historia, en el sentido del bienestar y crecimiento humano.
Por lo contrario, con el telón de fondo de esa exaltación del servicio práctico, la alabanza aparece como algo vacío, vano, inútil... en otras palabras: la alabanza suena a algo que no tiene ya razón de existir, e incluso parece que no tiene justificación moral posible en un mundo todo el esforzado, según dicen (¡pero no es verdad!), en construir una tierra más acogedora y una sociedad más humanista. En este colosal esfuerzo del servicio, la alabanza es tiempo perdido, gasto indebido...

Alabar es irritante. En segundo lugar podemos profundizar lo que hay por debajo de ese primer estridente reproche contra la alabanza.
El reproche supone que se está mirando a la alabanza como algo separado de todo un conjunto. Y entonces sí, se hace aparecer como un gesto incoherente, como “una canción divertida”, pero fuera de oportunidad, como la ocupación del desocupado, en consecuencia como un lujo inútil, como el decorado barroco de la nulidad.
Por eso cuando escuchamos que el hombre es creado para alabar a DIOS, inmediatamente aparece el temor. La imagen de una humanidad cantando tonterías como arrorró en torno a un Dios somnoliento pero que quiere estar en el centro de la atención, como un antiguo monarca en su corte. Pensamos vagamente que esa vocación para la alabanza es “cosa de carmelitas descalzas” o gente mística.

El problema del malestar que nos produce la alabanza a Dios, como vemos, no es sólo un choque con la mentalidad de servicio: hay por debajo también, una concepción de Dios y de la vida, del sentido de nuestra vocación terrena / eterna. Pero es preciso todavía profundizar más.

¿Por qué alabar?. En tercer lugar llegamos al corazón del problema: ¿es que acaso hemos tomado real y absolutamente en serio la consistencia personal de Aquél a quién la alabanza se dirige y para quien estamos viviendo?
Si a mis ojos no tiene sentido ya alabar a Dios ¿es que tiene sentido entonces Dios mismo para mí?
La desaparición de la alabanza divina de mis labios ¿no manifiesta claramente que Dios no es ya el Dios viviente que me acompaña cada día y me salva a través de las maravillosas hazañas de su misericordia?
La mudez de mi lengua, paralizada e imposibilitada para la alabanza ¿no muestra a las claras que mi corazón no escucha ya la palabra de Dios?

El sentido de la alabanza a Dios. Las dificultades en alabar a Dios nos llevan a vislumbrar el resultado final; el vacío y la ausencia de alabanza. Esta ausencia nos dibuja, como un molde hueco el significado de la alabanza a Dios ¿por qué alabarlo? Porque la alabanza expresa, manifiesta, y es la celebración justa de un acontecimiento: el reconocimiento personal.
Es por eso la afirmación de una existencia: ¡Él existe junto a mí y vive su existencia apuntando hacia mí! El es Yahveh, es decir, ¡el que está acá ahora existiendo al lado mío y para ayudarme en todo!

La confesión es una deuda: yo soy un pecador, me olvido de Él, tiendo a la idolatría y a esperar mi felicidad de manos lejanas; por eso en su presencia aparece mi vergonzosa falta de amor hacia Él.
Finalmente la alegría de su amor; porque a pesar de mi pecado, ¡¡Él me ama!! Y me ofrece convertir mi corazón estúpido en un corazón sabio y lleno de amor perdurable... ¡Qué alegría no estar entregado a mi taradez, sino contemplar su deseo de darme amor para amar sin medida y sin fin!
En otras palabras: la alabanza que brota de la lengua y el corazón manifiesta que la Buena Noticia y la Realidad Nueva han sido recibidas en nosotros, y por eso brota la alabanza, porque ¿quién no alaba cuando tiene la fuerza que hará cantar a las piedras?

Conclusión: vayamos terminando esta profundización en las raíces cancerosas de nuestra dificultad para la alabanza, que nos ha mostrado también las raíces vivificantes de la alabanza misma. Raíz del pecado y raíz de Dios en nuestro corazón. Raíces entrelazadas también, como las de la cizaña y el trigo. ¿Ha llegado para cada uno la hora de poder arrancar la cizaña sin perjudicar el trigo?
Quizás vamos ahora por el camino a recorrer, quizás vemos también la urgencia de decidirme a caminarlo. ¡Nada más útil que esa ocupación aparentemente inútil! Y el esfuerzo que exige de nosotros, no es diverso en absoluto del esfuerzo de recibir nuestra propia salvación.

2- El movimiento de la alabanza

Es el momento ahora de presentar algunos puntos sobre la realidad de la alabanza que debe ir creciendo en nuestra vida. Superadas, o al menos descubiertas las inhibiciones que nos paralizan ¿qué pasos dar hacia el crecimiento del encuentro con el Dios vivo?

Hablar, cantar y “hacer” silencio. En primer lugar comprendamos que la alabanza está hecha esencialmente de PALABRA. Es imposible que una persona llena de alabanza hacia Dios no experimente la irresistible necesidad de decir, proclamar, incluso cantar esa alabanza que la posee como una ola interior levantada por el soplo del Espíritu. Es lo que sucede a la comunidad reunida por el Padre: “¡Gloria a Dios en el cielo!.... ¡Santo! ¡Santo! Santo, es el Señor...”

Sin embargo cuando la proximidad de Dios se hace culminante y pura, y la admiración llega al colmo, al éxtasis, entonces la palabra culmina también sus posibilidades de alabanza y de transforma en silencio “silencio sonoro”, “silencio viviente”.
Vida laudatoria: comprendemos también que la alabanza supera totalmente el ejercicio de oración explícita, litúrgica o no y se derrama en toda la vida. La oración explícita es una forma de irrupción de la alabanza, que al mismo tiempo que la expresa, la mantiene, la cultiva, la educa, la hace crecer desde el centro viviente de toda alabanza cristiana, que es Cristo, el principal celebrante y el principal orante de toda reunión eucarística. Pero para quien Dios existe, toda la vida se irá impregnando de alabanza, como una oración implícita.

Sacrificio de alabanza, sacrificio fecundo.
No deberíamos sorprendernos, por lo tanto, de que aquellos que han hecho de la alabanza el núcleo irradiante de sus vidas hayan edificado en la historia, más que otros que aparentemente trabajaron más. La “acción inútil” del servicio ¿No fue este el caso de San Francisco de Asís?, poco produjo, poco construyó, poco escribió. Pero en torno de su alabanza de Dios se fue construyendo una reforma radical. Contaba la mitología que al sonido de la flauta de Orfeo se iría construyendo una ciudad. ¿No ha ocurrido eso al sonido de la alabanza que San Francisco cantaba a Dios? El mundo y la Iglesia tenían necesidad de eso. Y siguen teniendo esa necesidad.

3. Dejémosle la palabra a la liturgia.

Un cristiano, un religioso, un sacerdote, debe inquietarse santamente cuando no siente ya más necesidad de alabar o, lo que es más grave, cuando se da cuenta que de hecho no alaba ya más a Dios y sus grandezas.
Para reencontrar el sentido de la alabanza será necesario volver a la escuela de toda oración cristiana: la santa liturgia, donde orando con nuestros hermanos y con quienes oran en todos el Espíritu y el único Sacerdote, podremos nuevamente intentar “arrojar como una flecha” nuestro corazón hacia Dios Padre, desde la cuerda del “Gloria”, el “Sanctus” y esos “Laudamus”, “Laudate” y “Te alabamos Señor ¡Aleluya!”, que a cada momento sacuden de alegría a los pecadores esperanzados.

P. Daniel Gil SJ

Agradecemos a Betel por digitalizar estos viejos pero valiosos apuntes, de cuando Mons. Gil atendía el Centro de Espiritualidad Ignaciano, en Montevideo, hace ...ta y tantos años...

viernes, 6 de marzo de 2009

Atahualpa Yupanqui - El promesante

Salta, Argentina: procesión del Señor de los Milagros




Sigo compartiendo estas canciones que vienen de los músicos populares, de la canción de proyección folklórica latinoamericana. Son canciones que expresan una "experiencia de Dios". Le toca ahora a esta canción de y por Atahualpa Yupanqui, quien, en primera persona, ofrece el testimonio de quien ha hecho una promesa: el Señor ha cumplido, y ahora le toca cumplir a él. Pero aquí no se trata de un simple "do ut des" (doy para que me des). Al cumplir su promesa, el hombre descubre algo que va más allá de su intención inicial, la curación de su hijo: ha encontrado que él también ha sido sanado.


El promesante


Letra y música: Atahualpa Yupanqui.
Del álbum "Quisiera tener un monte", 1981


Señor de los Cielos, Tatacita Dios,
toditos mis rezos, toditos mis rezos
los traigo pa vos:
se ha sanao mi chango... casi que lo pierdo, Señor,
Todito el milagro, todito el milagro
te lo debo a vos.

Andando y andando me vine hasta aquí
golpeándome el pecho como un tamboril
Mesmo de alegría traigo un lagrimón
Mesmo de alegría lo lloro, Señor.

Yo te he promesau no macharme más,
no peliar con naides, no peliar con naides
siempre trabajar.
Lo que puede el Cielo cuando quiere Dios
se ha sanao mi chango, se ha sanao mi chango,
me he compuesto yo.

Andando y andando me vine hasta aquí
golpeándome el pecho como un tamboril.
Mesmo de alegría traigo un lagrimón
Mesmo de alegría lo lloro, Señor.

lunes, 2 de marzo de 2009

Una Cuaresma en clave de Alianza (ciclo B)

Una Cuaresma en clave de Alianza

El Primer Domingo de Cuaresma, en la oración “Colecta” de la Misa (la primera que reza el sacerdote después de decir “oremos…”), pedíamos al Padre Dios:

“avanzar en la inteligencia del misterio de Cristo
y vivirlo en su plenitud”

Tal vez la palabra “inteligencia”, colocada allí, haga parecer que es una cuestión “intelectual”, pero cuando pedimos luego “vivirlo en su plenitud” vemos que no se trata simplemente de entender algo en sí mismo, sino, sobre todo, que toque profundamente nuestra vida.

También nos puede plantear un poco de dificultad eso de “entender” un misterio.
Cuando yo era niño y preguntaba algún punto para mí complicado de la fe, la catequista me respondía “eso es un misterio”. Algo así como “no preguntes más, no vas a entender y yo no te sé explicar”. El misterio quedaba como en una nebulosa, lejano y confuso.

Sin embargo, los misterios de la fe son algo mucho más interesante. Tal como pide la oración, se puede “avanzar en la inteligencia del misterio”, es decir, comprenderlo un poco más, sin agotarlo del todo. El misterio no es una realidad que no podamos conocer, sino que nunca terminamos de conocer totalmente. O, dicho más positivamente, una realidad que siempre podemos conocer un poco más.

En este ciclo B de lecturas para la Cuaresma (hay tres ciclos: A, siguiendo el Evangelio de Mateo; B con Marcos, y C con Lucas) vale la pena prestar especial atención a la primera lectura de cada domingo. Allí aparece una de las claves más importantes para avanzar en ese entender y vivir el misterio de Cristo. Esa clave es la Alianza.

El desarrollo es así:

1er. domingo (1º de marzo): Dios toma la iniciativa para hacer Alianza con Noé y sus hijos, sus descendientes y todas las criaturas vivientes. (Génesis 9, 8-15: “Yo establezco mi Alianza con ustedes, con sus descendientes, y con todos los seres vivientes…”).
¿En qué medida me siento parte de esta Alianza? ¿Cómo crecer en esa conciencia?

2do. domingo (8 de marzo): Dios no toma la vida de Isaac, el hijo de Abraham. Llegado el momento, “Dios proveerá” su propio hijo para el sacrificio que obrará la Reconciliación. Pero la respuesta fiel de Abraham hace que en él avance la Alianza entre Dios y los hombres: “por tu descendencia serán bendecidas todas las naciones de la tierra, porque has obedecido mi voz”. (Génesis 22,1-18. El texto litúrgico deja fuera varios versículos, por brevedad).
Como creyente, soy hijo de Abraham y portador de la bendición de Dios. ¿En qué se hace mi vida bendición para los demás?

3er. domingo (15 de marzo): Dios hace Alianza con su pueblo elegido, y le entrega la Ley por medio de Moisés. (Éxodo 20,1-17) “Yo soy tu Dios, que te ha sacado de Egipto…”. Los Mandamientos no son una imposición del Todopoderoso. En la Alianza hay un compromiso mutuo. El Dios de Israel ha liberado a su pueblo, y seguirá acompañándolo. Ese es su compromiso. El pueblo se compromete a guardar la Ley.
¿Como vivo los Mandamientos? ¿Puedo vivirlos como un compromiso con el Dios fiel?

4to. domingo (22 de marzo): La lectura nos recuerda una de las muchas infidelidades del pueblo a la Alianza y las consecuencias que sufre por ello: el exilio. Pero Dios es fiel y le abre nuevas posibilidades. (2 Crónicas 36, 14-16.19-23). El rey persa Ciro abre la posibilidad del regreso. “Si alguno de ustedes pertenece a ese pueblo ¡que el Señor, su Dios, lo acompañe y que suba!”. El llamado supone para cada miembro del pueblo de Dios una decisión personal: reclamar su identidad, su pertenencia.
¡Sí, yo pertenezco a ese pueblo, el pueblo de la Alianza! ¿Cómo vivo y manifiesto esa identidad?


5to. domingo (29 de marzo): Dios anuncia una nueva Alianza con su pueblo (Jeremías 31,31-34). Uno de los más hermosos pasajes proféticos: “Pondré mi Ley dentro de ellos, y la escribiré en sus corazones. Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo”. La ley escrita en las tablas de piedra no ha alcanzado. Esa ley no sólo ha sido violada en innumerables ocasiones, sino que a veces se ha cumplido su letra sin vivir su espíritu. La ley escrita en el corazón abrirá para el pueblo una posibilidad de crecimiento, pero ¿cómo se escribirá la ley en los corazones? Para ello tendrá que acontecer la Pascua y el don del Espíritu Santo entregado por Jesús resucitado.
Por el Bautismo y la Confirmación he recibido el Espíritu... ¿Busco escuchar su voz en mi interior?

Los cinco episodios no son alianzas sucesivas: es la Alianza de Dios con la humanidad, que se va desarrollando hasta culminar en la Alianza sellada por medio de su Hijo.

Esta Alianza es la que celebramos y recordamos en cada Eucaristía:

“Tomad y bebed todos de él,
porque este es el cáliz de mi sangre
sangre de la nueva y eterna alianza…”

La nueva alianza ha sido sellada por la sangre de Jesús. Es un gran regalo, por el que el Padre ha pagado un precio muy alto: nada menos que la sangre de su Hijo.

Ahora bien, ¿qué significa todo esto de la Alianza? Alianza es la forma de relación que Dios quiere establecer con la humanidad y con cada uno y cada una de nosotros.

Ofreciéndonos entrar en Alianza con él, Dios nos muestra el muy especial lugar que nos ha dado en su Creación. No somos un bichito más. Nos ha dado la capacidad de entender, de elegir y de amar. Nos abre un lugar en su pueblo, en su gran familia. Y esto, para toda la eternidad.

Cada una de estas lecturas nos ofrece la posibilidad de mirar nuestra vida, personalmente o en grupo, como miembros del Pueblo de la Alianza.

Que a través de la meditación de la Palabra de Dios y de la participación en la Eucaristía de estos domingos podamos recibir la Gracia que hemos pedido:

“avanzar en la inteligencia del misterio de Cristo
y vivirlo en su plenitud”

+HAB