lunes, 30 de abril de 2018

CEU: En el día de los trabajadores

SALUDO DEL CONSEJO PERMANENTE DE LA CEU CON MOTIVO DEL DÍA DE LOS TRABAJADORES

El Consejo Permanente de la CEU saluda a los trabajadores en este nuevo 1 de Mayo.

La fiesta del trabajo siempre nos trae a la memoria el esfuerzo y compromiso de quienes quieren ser constructores de un futuro de esperanza, justicia y solidaridad, para los que habitamos en esta querida patria.

Sabemos que el modo de organizar el trabajo no siempre respeta la dignidad de la persona humana, y que no se tiene debidamente en cuenta el destino universal de los recursos.
Como expresamos en nuestro último documento:
“El mercado laboral presenta hoy desafíos nuevos, que afectan a la vida de nuestra gente.
El tipo de tareas y formas de inserción laboral están cambiando aceleradamente, planteando la necesidad de desarrollar nuevas capacidades y vínculos.  Hay empleos que están dejando de existir y surgen otros con requerimientos diversos, que por lo general implican mayor calificación.
Se ha debilitado la ‘carrera ocupacional’.  Ya no es frecuente que una persona ingrese a una empresa y trabaje en ella a  lo  largo  de  toda  su  vida,  logrando  aprendizajes  y  mejoras  a  partir  de  un  buen desempeño. La inserción laboral no tiene el mismo peso en la definición de la identidad de las personas, y se han debilitado los vínculos laborales como elementos centrales para asegurar la protección social y para generar una red de vínculos y de apoyos en momentos de necesidad. Como ha sido señalado por diversos actores de este sector, algunos de estos factores han contribuido a que se hayan ido perdiendo elementos de una cultura del trabajo “. (Construyamos puentes de fraternidad en una sociedad fragmentada, pág. 9)
Todos tenemos que luchar para que el trabajo sea una instancia de humanización y brinde posibilidades de futuro; que sea un espacio para construir sociedad y ciudadanía. Esta actitud no sólo genera una mejora inmediata, sino que a la larga va transformándose en una cultura capaz de promover espacios dignos para todos. Esta cultura, nacida muchas veces de tensiones, va gestando un nuevo estilo de relaciones.

Asimismo, tenemos presentes a tantos hermanos de otras geografías, que llegan a nuestro país buscando nuevas oportunidades, una tierra donde vivir y trabajar. A ellos queremos que llegue también nuestra solidaridad y cercanía.

Auguramos a todos los trabajadores, de la ciudad y el campo, por intercesión de S. José obrero, que se vean cumplidos sus mejores anhelos, a fin de alcanzar una vida digna y llena de sentido, para todos los que habitamos en esta querida tierra uruguaya.

Montevideo, 1 de mayo de 2018

+ Carlos Ma. Collazzi sdb, Obispo de Mercedes, Presidente
+ Arturo Fajardo, Obispo de San José de Mayo, Vice-Presidente
+ Milton Tróccoli, Obispo Auxiliar de Montevideo, Secretario

viernes, 27 de abril de 2018

Permanezcan en mi amor (Juan 15, 1-8) V Domingo de Pascua.








Una vez me puse a enseñarle a un grupito de niños de nuestro norte uruguayo una canción muy fácil, de letra muy sencilla: “yo tengo un amigo que me ama”. Todo iba bien, hasta que llegamos a una parte que dice

“y estaremos en su viña trabajando, en la viña del Señor”.

Entonces se me ocurrió preguntarles si ellos sabían qué es una viña. Me miraron como quien no tiene ni idea. Les seguí preguntando: ¿un viñedo, una vid? … esas palabras no les sonaban… pero entonces les pregunté si sabían qué es una parra… ahí sí. Más de uno tenía un parral en su casa.

Sí, los niños conocían la vid, la parra, que da las uvas. La que forma el parral, con esos tallos gruesos, de corteza áspera, retorcidos, que suben apoyados en columnas, de los que salen las ramitas, los “sarmientos” que se van enrollando entre los alambres llenándose de hojas y en el verano cargándose de racimos. 

Si una parra no ha sido bien cuidada, hay muchas ramitas ya secas, sin hojas ni frutos. Una persona entendida me ha dicho que es bueno hacer una primera poda, a fines de otoño o comienzos de invierno, para limpiar la parra, cortando las ramas más débiles y dañadas, que ya no darán fruto. Después, en primavera, cuando la vid está sacando sus primeros brotes se hace una segunda poda para eliminar aquellos que no van a prosperar por estar mal ubicados y para no recargar demasiado la parra, de modo de obtener mejores frutos.

En el evangelio de este domingo, escuchamos a Jesús compararse con la parra o vid.

Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador. El corta todos mis sarmientos que no dan fruto; al que da fruto, lo poda para que dé más todavía. Ustedes ya están limpios por la palabra que yo les anuncié.

Yo soy la verdadera vid, dice Jesús. ¿por qué verdadera? Jesús quiere llevar hasta el fondo su comparación. Las ramas de la vid dan fruto si reciben la savia a través del tronco. Nosotros, unidos a Jesús, recibimos de Él algo más que savia, algo más que esta vida: recibimos vida plena, vida eterna, una vida que no caduca… vida verdadera.

Después de presentarse como vid, Jesús agrega que su Padre es el viñador. El viñador cuida de la vid. Corta las ramas que no dan fruto. Esas ramas, de hecho, ya han perdido el contacto fundamental con el tronco de la vid. No reciben más savia. Apenas se mantienen adheridas al tronco, pero están secas.

Dice Jesús en este mismo evangelio de Juan:

El que me rechaza y no recibe mis palabras, ya tiene quien lo juzgue: la Palabra que yo he hablado, ésa lo juzgará el último día (Jn 12:48)

Pero las ramas que sí dan fruto también son podadas. No son separadas del trono, no se secarán: en cambio producirán más. Toda poda es dolorosa… pero aún el discípulo fiel sufre la poda. El dolor es parte de nuestra vida; pero ese dolor no es necesariamente señal de que Dios esté enojado con nosotros. Al contrario, ese dolor puede ser la señal de que Dios está trabajando en nosotros, ayudándonos a ser lo mejor que podríamos ser. 

Así dice la carta a los Hebreos:

Es cierto que ninguna corrección es de momento agradable, sino penosa; pero luego produce fruto apacible de justicia a los ejercitados en ella. (Heb 12,11)

Por eso, las palabras de Jesús que siguen son especialmente consoladoras:
Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes.Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer.
Pero el que no permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca; después se recoge, se arroja al fuego y arde. Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán. La gloria de mi Padre consiste en que ustedes den fruto abundante, y así sean mis discípulos.
Permanecer: ocho veces aparece este verbo en este corto pasaje del Evangelio. Permanecer unidos a la vid, permanecer unidos a Jesús. A través de esa unión con Jesús-Vid, yo, rama, no vivo solamente una relación individual con Jesús. Esa unión me hace parte de algo más grande. La Iglesia se forma en esa unión de los discípulos con Jesucristo.

San Pablo nos ofrece una comparación parecida, al decirnos que la Iglesia es el cuerpo de Cristo, donde cada miembro tiene su misión, al servicio de todo el cuerpo y en unión con la cabeza, que es Cristo. Pero en la comparación de la vid no se trata tanto de señalar los diversos aportes que cada uno puede hacer a la comunidad, sino de marcar que todos estamos llamados a producir fruto abundante.

En la Iglesia, en todas sus expresiones, un grupo bíblico o la comunidad de una capilla, una obra social o un colegio, una gran parroquia o una diócesis, una conferencia episcopal, estamos siempre buscando recursos para poder sostener lo que hacemos. Es una tarea necesaria y una actitud realista… sin embargo, Jesús nos dice que la falta de frutos no comienza en la falta de recursos materiales, económicos o aún de personal calificado: comienza cuando nos olvidamos de permanecer en Él.

Hablándonos de sí mismo como Pan de Vida, Jesús nos recuerda que nos ha dejado una forma de que permanezcamos en Él y Él en nosotros:
El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él.  (Juan 6,56)

jueves, 19 de abril de 2018

“Construyamos puentes de fraternidad en una sociedad fragmentada”: Documento de los obispos del Uruguay.


El documento “Construyamos puentes de fraternidad en una sociedad fragmentada” es una palabra de los obispos del Uruguay sobre la cuestión de la fragmentación social, dirigido en primer lugar a los católicos pero también a todos los uruguayos de buena voluntad, como un aporte de la Iglesia, en el marco de nuestra sociedad plural, al imprescindible diálogo sobre el tema.

Este se estructura en tres grandes secciones: la mirada sobre la realidad, el discernimiento a la luz de la fe y las propuestas de algunos caminos para recorrer.

En la primera sección, los obispos plantean un acercamiento a la problemática de la fragmentación en nuestra sociedad desde una mirada pastoral: con una mirada creyente,  tomando elementos que surgen de las distintas ciencias sociales, y desde la perspectiva que ofrece el contacto directo con nuestra gente. Con esta mirada se van planteando distintos aspectos de la realidad: el trabajo, la familia, el desbalance generacional, la relación entre el campo y la ciudad, la cuestión del territorio, de la educación y de la convivencia ciudadana.

Compartimos el Documento completo:

Culminó la asamblea de la CEU en Florida


Los obispos de la Conferencia Episcopal del Uruguay  celebraron del 11 al 17 de abril la primera Asamblea Plenaria de este año, en la Casa de Retiros “Jesus Buen Pastor” de Florida. Compartimos el texto del comunicado en el que comparten los temas medulares abordados durante la Asamblea.

        COMUNICADO 

Los obispos de la Conferencia Episcopal del Uruguay hemos estado reunidos desde el miércoles 11 hasta el martes 17 de abril, en la Casa de Retiros Jesús Buen Pastor de Florida.

Comenzamos la Asamblea con un tiempo de retiro y de oración.

Dedicamos un tiempo para evaluar la Visita ad limina que realizamos los obispos en noviembre del año pasado, donde nos encontramos con el Papa y sus colaboradores. Instancia que ha sido muy positiva y enriquecedora para nuestra Iglesia.

Finalizamos la redacción del documento, que ahora presentamos, titulado: “Construyamos puentes de fraternidad en una sociedad fragmentada”. Este documento quiere ser una palabra de los obispos del Uruguay sobre la cuestión de la fragmentación social, dirigido en primer lugar a los católicos pero también a todos los uruguayos de buena voluntad, como un aporte de la Iglesia, en el marco de nuestra sociedad plural, al imprescindible diálogo sobre el tema.

Personas y grupos recibidos:
  • Nos visitó la Sra. Margit Wichelmann, delegada de Acción Episcopal Adveniat para el Uruguay. Desde 1961 los católicos de Alemania unidos a sus obispos acompañan espiritualmente a la Iglesia en América Latina y el Caribe a través de Adveniat, y la secundan materialmente en sus proyectos y necesidades pastorales y de evangelización. Esta institución financia desde 1961 proyectos pastorales y edilicios de nuestra Iglesia en Uruguay.
  • Estuvo presente una representación de la Comisión directiva de Cáritas Uruguay, que nos  transmitió todos los esfuerzos y reflexiones que a nivel de América Latina se están realizando para tomar conciencia de la problemática de la ecología y de los pueblos originarios. Para esto es una referencia fundamental la Carta del Papa Francisco “Laudato Sii”.
  • El Administrador de la CEU presentó el balance anual 2017.
  • Los obispos recibieron a los Vicarios Pastorales y Secretarios Ejecutivos de los Departamentos y Comisiones de la CEU, para reflexionar sobre la marcha pastoral y las iniciativas evangelizadoras que se están realizando. Continuando con la aplicación de las actuales Orientaciones Pastorales se profundizó el tema para este año: Cómo realizar el primer anuncio del evangelio.
  • Hemos recibido también a los delegados de la Pastoral Juvenil Nacional, que nos informó de las distintas iniciativas que se están llevando adelante, y de la preparación para la próxima Jornada Mundial de la Juventud que tendrá lugar en Panamá en enero del año próximo.
  • También estuvieron presentes los responsables de la Comisión Nacional de Liturgia P. Rafael Costa sdb y Hno. Hugo D´Angelo sdb. Informaron sobre la renovación del subsidio litúrgico para las celebraciones (CLAM), y los proyectos de futuro de dicha Comisión.
  • Los obispos hemos recibido a la Dra. Patricia Bozzo, que nos ha informado sobre los aspectos científicos concernientes al proyecto de Ley Integral para personas trans.
De acuerdo a la decisión del año pasado de convocar el V Congreso Eucarístico Nacional, a realizarse en Montevideo en octubre del 2020, hemos visto pasos a dar en la preparación del mismo.

miércoles, 18 de abril de 2018

Reportaje a Mons. Roberto Cáceres con motivo de sus 97 años (Radio Oriental)

Conozco a mis ovejas y mis ovejas me conocen a mí (Juan 10, 11-18). IV Domingo de Pascua: el Buen Pastor.







A 12 km de Melo se encuentra la Posta del Chuy, una construcción del siglo XIX recuperada por el esfuerzo del historiador Horacio Arredondo, el mismo que impulsó la reconstrucción de otros monumentos históricos del Uruguay. Junto a la posta hay un corral circular de piedra. Ese corral se parece mucho a los corrales comunes de los pueblos de Palestina en tiempos de Jesús. Allí, en la noche, cada pastor dejaba su pequeño rebaño. Uno de ellos quedaba como cuidador y, a la mañana, solo dejaba entrar por la puerta del redil a quienes tenían allí sus ovejas. Cada pastor entraba y se llevaba a sus ovejas. Él sabía bien cuáles eran las suyas… y las suyas sabían bien cuál era su pastor. Un visitante de Israel, hace pocos años, contaba que vio a un pastor guiando a sus ovejas en medio del barullo del tránsito de Jerusalén, cantando y silbando para mantener el rebaño unido. Las ovejas lo oían y lo seguían.

Todo esto lo describe claramente Jesús, al comienzo del capítulo 10 del evangelio de Juan, el capítulo que conocemos como “el buen pastor”:
“el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A éste le abre el portero, y las ovejas escuchan su voz; y a sus ovejas las llama una por una y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas, va delante de ellas, y las ovejas le siguen, porque conocen su voz. Pero no seguirán a un extraño, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños” (Jn 10,2-5).
Pero el pasaje que leemos este domingo no comienza allí. Comienza más adelante, con una solemne declaración de Jesús:
“Yo soy el buen Pastor. El buen Pastor da su vida por las ovejas.”
Detengámonos un poco en las dos primeras palabras de Jesús: “Yo soy”. A lo largo del Evangelio de Juan, muchas veces utiliza Jesús esa expresión:
“Yo soy el pan de vida” (6:35)
“Yo soy la luz del mundo” (8:12; 9:5)
“Yo soy la puerta” (10:9)
“Yo soy la resurrección y la vida” (11:25)
“Yo soy el camino, y la verdad, y la vida” (14:6)“Yo soy la vid verdadera” (15:1).
“Yo soy” es el nombre con que Dios se manifestó a Moisés (Éxodo 3:14). Cuando Jesús utiliza ese “Yo soy”, sutilmente se está identificando con Dios.

Nuestro “yo soy” de hoy es “yo soy el buen pastor”. ¿Qué quiere decir aquí que Jesús es el “buen” pastor? En su tiempo los pastores de ovejas no eran considerados buena gente… como la experiencia probaba, la mayoría de las veces eran tramposos y ladrones; conducían sus rebaños por propiedades ajenas y robaban parte de los productos: lana, leche, cabritos. Esos son los que Jesús llama “los asalariados”, que no son dueños de las ovejas y huyen cuando hay peligro.
“El asalariado, en cambio, que no es el pastor y al que no pertenecen las ovejas, cuando ve venir al lobo las abandona y huye, y el lobo las arrebata y las dispersa. Como es asalariado, no se preocupa por las ovejas.”
El buen pastor que es Jesús es el pastor noble, el pastor modelo… el pastor capaz de dar la vida por sus ovejas.

Encontramos en la Biblia ejemplos de pastores que arriesgan su vida por proteger sus ovejas. Del rey David se cuenta que, cuando era un joven pastor, mató un león y un oso por defender sus ovejas (1 Samuel 17:35-36). Pero arriesgar la vida no es lo mismo que darla. El pastor que se arriesga no espera morir, sino vivir. Si muere, no solo perderá su vida, sino que sus ovejas quedarán desamparadas e indefensas. Entonces, parecería que el buen pastor no es aquel que da su vida, sino el que queda vivo, para poder seguir guiando las ovejas. Sin embargo, Jesús no muere por haberse arriesgado, sino que fue hacia la muerte. Curiosamente, yendo a la muerte, el pastor se convirtió en oveja, en cordero…
“Como un cordero al degüello era llevado, y como oveja que está muda ante los que la trasquilan, tampoco él abrió la boca.” (Isaías 53,7)
Pero es a través de la muerte y la resurrección de Jesús, a través del triunfo del cordero de Dios sobre la muerte, que nos llega a nosotros la resurrección y la vida. Jesús insiste en que él da la vida: “Nadie me la quita, sino que la doy por mí mismo”.

De nuevo declara Jesús:
“Yo soy el buen Pastor: conozco a mis ovejas, y mis ovejas me conocen a mí -como el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre- y doy mi vida por las ovejas.”
¿Qué significa hoy conocer a alguien? ¿Hasta que punto conocemos a los demás? Cada persona es un misterio, incluso para sí misma. Muchas veces creemos conocer a alguien y, en realidad, lo que hacemos es proyectar sobre esa persona nuestra idea o, peor, nuestro ideal de lo que ella debe o debería ser. Así vienen las desilusiones cuando nos encontramos con la realidad: simplemente la persona real no se corresponde con la idea que nos hicimos.

Jesús habla de un conocimiento profundo, muy íntimo. “Conozco a mis ovejas y mis ovejas me conocen a mí, como el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre”. La manera en que el Padre y el Hijo se conocen uno a otro es total. No hay ningún secreto. Hay total comunión en el amor. De esa manera nos conoce Jesús a cada uno de nosotros. En Él se cumple lo que dice el salmo:
Señor, tú me sondeas y me conoces;
sabes cuando me siento o me levanto,
de lejos penetras mis pensamientos;
esté yo en camino o acostado, tú lo adviertes;
todas mis sendas te son familiares. (S. 139,1-3)
Pero Jesús dice también “mis ovejas me conocen a mí”… y aquí sentimos que hay una gran asimetría… ¿conocemos a Jesús tanto como Él a nosotros? ¿Cómo podemos conocerlo más?

Podríamos recurrir a todas las formas que tenemos para encontrarnos con Él… la Sagrada Escritura, los Sacramentos, la oración, la comunidad de discípulos reunidos en su nombre, el hermano pobre y necesitado… pero todo eso sirve si nos acercamos a Jesús desde la fe y con el corazón.

Si nos acercamos a Jesús desde la fe, si buscamos su amistad, lo conoceremos como lo conocieron sus discípulos, como lo conoció después san Pablo: con el corazón. Hay personas que pueden haber estudiado mucho, que conocen a Jesús en detalle. Hay también personas sencillas que no conocen esos detalles, pero que conocen a Jesús en su verdad, porque lo conocen de corazón a corazón. Esa es la verdadera forma de conocer a Jesús y de recibir lo que podemos aprender sobre él. No como una persona del pasado, sino como nuestro Señor, nuestro Hermano, nuestro Amigo, que está hoy con nosotros y nos muestra cómo vivir y aún cómo morir para entrar en la Vida plena que Él quiere dar a sus ovejas.

martes, 17 de abril de 2018

Escuchar, discernir, vivir la llamada del Señor. Mensaje del Papa para Jornada de oración por las vocaciones.


MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
PARA LA 55 JORNADA MUNDIAL
DE ORACIÓN POR LAS VOCACIONES
Escuchar, discernir, vivir la llamada del Señor
IV Domingo de Pascua 22 de abril de 2018


Queridos hermanos y hermanas:

El próximo mes de octubre se celebrará la XV Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, que estará dedicada a los jóvenes, en particular a la relación entre los jóvenes, la fe y la vocación. En dicha ocasión tendremos la oportunidad de profundizar sobre cómo la llamada a la alegría que Dios nos dirige es el centro de nuestra vida y cómo esto es el «proyecto de Dios para los hombres y mujeres de todo tiempo» (Sínodo de los Obispos, XV Asamblea General Ordinaria, Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional, introducción).

Esta es la buena noticia, que la 55ª Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones nos anuncia nuevamente con fuerza: no vivimos inmersos en la casualidad, ni somos arrastrados por una serie de acontecimientos desordenados, sino que nuestra vida y nuestra presencia en el mundo son fruto de una vocación divina.

También en estos tiempos inquietos en que vivimos, el misterio de la Encarnación nos recuerda que Dios siempre nos sale al encuentro y es el Dios-con-nosotros, que pasa por los caminos a veces polvorientos de nuestra vida y, conociendo nuestra ardiente nostalgia de amor y felicidad, nos llama a la alegría. En la diversidad y la especificidad de cada vocación, personal y eclesial, se necesita escuchar, discernir y vivir esta palabra que nos llama desde lo alto y que, a la vez que nos permite hacer fructificar nuestros talentos, nos hace también instrumentos de salvación en el mundo y nos orienta a la plena felicidad.

Estos tres aspectos —escucha, discernimiento y vida— encuadran también el comienzo de la misión de Jesús, quien, después de los días de oración y de lucha en el desierto, va a su sinagoga de Nazaret, y allí se pone a la escucha de la Palabra, discierne el contenido de la misión que el Padre le ha confiado y anuncia que ha venido a realizarla «hoy» (cf. Lc 4,16-21).

Escuchar

La llamada del Señor —cabe decir— no es tan evidente como todo aquello que podemos oír, ver o tocar en nuestra experiencia cotidiana. Dios viene de modo silencioso y discreto, sin imponerse a nuestra libertad. Así puede ocurrir que su voz quede silenciada por las numerosas preocupaciones y tensiones que llenan nuestra mente y nuestro corazón.

Es necesario entonces prepararse para escuchar con profundidad su Palabra y la vida, prestar atención a los detalles de nuestra vida diaria, aprender a leer los acontecimientos con los ojos de la fe, y mantenerse abiertos a las sorpresas del Espíritu.

Si permanecemos encerrados en nosotros mismos, en nuestras costumbres y en la apatía de quien desperdicia su vida en el círculo restringido del propio yo, no podremos descubrir la llamada especial y personal que Dios ha pensado para nosotros, perderemos la oportunidad de soñar a lo grande y de convertirnos en protagonistas de la historia única y original que Dios quiere escribir con nosotros.

También Jesús fue llamado y enviado; para ello tuvo que, en silencio, escuchar y leer la Palabra en la sinagoga y así, con la luz y la fuerza del Espíritu Santo, pudo descubrir plenamente su significado, referido a su propia persona y a la historia del pueblo de Israel.

Esta actitud es hoy cada vez más difícil, inmersos como estamos en una sociedad ruidosa, en el delirio de la abundancia de estímulos y de información que llenan nuestras jornadas. Al ruido exterior, que a veces domina nuestras ciudades y nuestros barrios, corresponde a menudo una dispersión y confusión interior, que no nos permite detenernos, saborear el gusto de la contemplación, reflexionar con serenidad sobre los acontecimientos de nuestra vida y llevar a cabo un fecundo discernimiento, confiados en el diligente designio de Dios para nosotros.

Como sabemos, el Reino de Dios llega sin hacer ruido y sin llamar la atención (cf. Lc 17,21), y sólo podemos percibir sus signos cuando, al igual que el profeta Elías, sabemos entrar en las profundidades de nuestro espíritu, dejando que se abra al imperceptible soplo de la brisa divina (cf. 1 R 19,11-13).

Discernir

Jesús, leyendo en la sinagoga de Nazaret el pasaje del profeta Isaías, discierne el contenido de la misión para la que fue enviado y lo anuncia a los que esperaban al Mesías: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor» (Lc 4,18-19).

Del mismo modo, cada uno de nosotros puede descubrir su propia vocación sólo mediante el discernimiento espiritual, un «proceso por el cual la persona llega a realizar, en el diálogo con el Señor y escuchando la voz del Espíritu, las elecciones fundamentales, empezando por la del estado de vida» (Sínodo de los Obispos, XV Asamblea General Ordinaria, Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional, II, 2).

Descubrimos, en particular, que la vocación cristiana siempre tiene una dimensión profética. Como nos enseña la Escritura, los profetas son enviados al pueblo en situaciones de gran precariedad material y de crisis espiritual y moral, para dirigir palabras de conversión, de esperanza y de consuelo en nombre de Dios. Como un viento que levanta el polvo, el profeta sacude la falsa tranquilidad de la conciencia que ha olvidado la Palabra del Señor, discierne los acontecimientos a la luz de la promesa de Dios y ayuda al pueblo a distinguir las señales de la aurora en las tinieblas de la historia.

También hoy tenemos mucha necesidad del discernimiento y de la profecía; de superar las tentaciones de la ideología y del fatalismo y descubrir, en la relación con el Señor, los lugares, los instrumentos y las situaciones a través de las cuales él nos llama. Todo cristiano debería desarrollar la capacidad de «leer desde dentro» la vida e intuir hacia dónde y qué es lo que el Señor le pide para ser continuador de su misión.

Vivir

Por último, Jesús anuncia la novedad del momento presente, que entusiasmará a muchos y endurecerá a otros: el tiempo se ha cumplido y el Mesías anunciado por Isaías es él, ungido para liberar a los prisioneros, devolver la vista a los ciegos y proclamar el amor misericordioso de Dios a toda criatura. Precisamente «hoy —afirma Jesús— se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír» (Lc 4,20).

La alegría del Evangelio, que nos abre al encuentro con Dios y con los hermanos, no puede esperar nuestras lentitudes y desidias; no llega a nosotros si permanecemos asomados a la ventana, con la excusa de esperar siempre un tiempo más adecuado; tampoco se realiza en nosotros si no asumimos hoy mismo el riesgo de hacer una elección. ¡La vocación es hoy! ¡La misión cristiana es para el presente! Y cada uno de nosotros está llamado —a la vida laical, en el matrimonio; a la sacerdotal, en el ministerio ordenado, o a la de especial consagración— a convertirse en testigo del Señor, aquí y ahora.

Este «hoy» proclamado por Jesús nos da la seguridad de que Dios, en efecto, sigue «bajando» para salvar a esta humanidad nuestra y hacernos partícipes de su misión. El Señor nos sigue llamando a vivir con él y a seguirlo en una relación de especial cercanía, directamente a su servicio. Y si nos hace entender que nos llama a consagrarnos totalmente a su Reino, no debemos tener miedo. Es hermoso —y es una gracia inmensa— estar consagrados a Dios y al servicio de los hermanos, totalmente y para siempre.

El Señor sigue llamando hoy para que le sigan. No podemos esperar a ser perfectos para responder con nuestro generoso «aquí estoy», ni asustarnos de nuestros límites y de nuestros pecados, sino escuchar su voz con corazón abierto, discernir nuestra misión personal en la Iglesia y en el mundo, y vivirla en el hoy que Dios nos da.

María Santísima, la joven muchacha de periferia que escuchó, acogió y vivió la Palabra de Dios hecha carne, nos proteja y nos acompañe siempre en nuestro camino.

Vaticano, 3 de diciembre de 2017.
Primer Domingo de Adviento.


Francisco

lunes, 16 de abril de 2018

Los 97 años de Mons. Roberto Cáceres

Mons. Roberto Cáceres en el Concilio Vaticano II
Mons. Roberto Cáceres, Obispo emérito de Melo, cumple hoy 97 años de edad. En el año 1962, a pocos meses de haber sido ordenado Obispo y haber asumido su servicio pastoral en la Diócesis de Melo, se inició el Concilio Vaticano II. Mons. Roberto asistió a las cuatro sesiones (1962-1965) y, como el suele puntualizar, a todas las instancias de las cuatro sesiones. Aquí transcribimos un pasaje del libro Levadura, fuego y sal, donde él valora las primeras repercusiones del Concilio y su recepción en la Diócesis de Melo.

-¿Podemos analizar la aplicación del Concilio en la Diócesis de Melo?

-Cuando llegué a Melo en abril de 1962, unos meses antes de iniciarse el Concilio, el P. Félix Ugarte (Lateranense, Párroco de la Catedral) se había adelantado, con la reforma que estaba haciendo del presbiterio: el altar mayor de mármol ya lo había previsto de cara al pueblo. Fue el primer altar de la República que se hizo en ese estilo, anticipándose al Concilio. El de la Catedral no es un altar postconciliar, es preconciliar, porque ya se visualizaban las transformaciones litúrgicas que luego el Concilio determinó. El lucernario, que estuvo durante años sobre el altar, fue un trabajo en bronce muy fino. Se hizo en Montevideo, y se grabó en él: “Concilio Vaticano II. Juan XXIII”, como un exvoto, un preanuncio del Concilio, ya convocado pero aún no iniciado.

-¿Quiere decir que había un ambiente favorable para los cambios?

-Sí, la gente en general recibió muy bien los cambios, porque se concretaron en cosas muy sencillas pero significativas: la comunión en la mano, comulgar de pie, la utilización del idioma de cada país, la lectura de los laicos en el ambón. Y, sobre todo, el altar de cara al pueblo.

Todo se fue simplificando. Comenzamos a usar ornamentos más sencillos; fueron apareciendo las nuevas formas de revestirse del sacerdote… La sotana fue lo primero que se dejó. La gente lo fue asumiendo, salvo casos excepcionales, con alegría y pleno apoyo.

-¿Esos fueron los principales frutos?

-Hubo otros. Cuando iba a las sesiones no pensaba exclusivamente en cómo aplicaría las renovaciones que se estaban produciendo, sino, además, quería lograr cosas positivas para la Diócesis. Iba con la intención de establecer contactos, relacionamientos que nos proporcionaran, especialmente, sacerdotes y comunidades religiosas. Uno de los logros más importantes fue el Fidei donum con la Diócesis de Brescia. Y también ayudas económicas de instituciones como Adveniat de Alemania.

-¿En qué consistió el convenio Fidei donum con la Diócesis de Brescia?
-El Fidei donum (“Don de la fe”) fue una propuesta de Pío XII, para que las diócesis de Europa más provistas en clero ayudaran a las diócesis más empobrecidas, a través de un contrato.

En el Concilio conocí a Mons. Luigi Mostabilini, que era el Obispo de Brescia. Con él suscribimos el Fidei Donum, por el cual la Diócesis de Brescia enviaría sacerdotes a la Diócesis de Melo, en forma periódica y continua. Hicimos un convenio que se firmó en pleno Concilio. Se efectivizó en 1968 con la llegada de los Padres Javier Mori y Pierluigi Murgioni. Vinieron con un espíritu de renovación muy decidido, que no prescindía ni siquiera de la política, para sacar a los pueblos de su pobreza y postración.

Me llamó la atención que el P. Pierluigi, apenas llegado, comenzara a trabajar de taxista. Hoy no impresionaría tanto, pero en aquel momento sorprendió. De todos modos, se fue asumiendo como uno de los tantos cambios que se iban produciendo: en parte por el tiempo post-conciliar que se vivía y también por un poco de esnobismo. Habían pasado por el Seminario de Verona, donde tal vez se les fueron planteando estas posibilidades. En Verona se había creado un Seminario para las misiones, en especial, para América Latina. Allí se preparaban los sacerdotes y religiosas destinadas a la misión. Aprendían la lengua y las características culturales de los pueblos a los que habían sido destinados, con el fin de consustanciarse con la gente y, desde la base, irlas evangelizando.

-¿Cómo se procesaron los cambios a nivel pastoral?
-Había quedado de lado la Acción Católica, que era nuestro caballito de batalla preconciliar. El postconcilio nos encontró sin una organización similar a la AC, y hubo como un desconcierto pastoral sobre el rumbo a tomar para darle vida a la Parroquia.

Los cambios, por aquellos tiempos, fueron propiciados por la Conferencia Episcopal del Uruguay. Entre ellos se destacó la Pastoral de Conjunto.

Se invitó al Canónigo francés Boulard, bajo cuya orientación nos reunimos en Tacuarembó. Fue un encuentro en el que participaron las diócesis del norte, con el propósito de profundizar la Pastoral de Conjunto. A partir de entonces, las reuniones de la CEU y de los Presbiterios se fueron regulando. Se acuñó la expresión: “La luz viene del Norte”, porque a partir de allí partieron las primeras reuniones pro Pastoral de Conjunto.

En nuestra Diócesis se propició la “Misión Popular”, con el propósito de que las reuniones se realizaran en las propias casas de familia. En lugar de llamar a un misionero, la gente del barrio se reunía en la casa de un vecino, guiados y siguiendo un libreto, que lo hacía Javier Mori. Se había arraigado la idea de no realizar actividades masivas, sino encuentros en los que todos participaran. Exponían sus problemas en grupos pequeños, lo que facilitaba el intercambio de opiniones.

viernes, 13 de abril de 2018

Jesús, mi personaje inolvidable (Lucas 24,35-48)








“Mi personaje inolvidable”. Así se llamaba -o se sigue llamando- la sección de una conocida revista en la cual alguien cuenta de una persona que marcó mucho su vida. Ese personaje inolvidable puede ser una gran figura pública… un presidente, un primer ministro -pero visto, no tanto desde su cargo, sino desde una relación personal, cercana-. O, en cambio, podía ser una persona humilde, discreta, pero capaz de dejar una enseñanza o un buen ejemplo de vida; algo que imprime una huella en el alma. Cada autor escribe desde esa marca, desde esa huella que el otro ha dejado en su corazón. El autor de cada artículo es un testigo y su escrito es un testimonio; no de un hecho que ha visto, sino acerca de una persona que ha entrado y se ha quedado en su vida, profundamente arraigada. Para sus discípulos, Jesús es el “personaje inolvidable” … pero aún mucho más que eso.

El Evangelio que escuchamos este domingo concluye con estas palabras de Jesús a sus discípulos: “Ustedes son testigos de todo esto”. En griego -el idioma en que se pusieron por escrito los evangelios- la palabra para “testigo” es mártir. En castellano, “mártir” es alguien capaz de dar su vida por sus creencias o convicciones, pero ése es el significado que irá tomando de a poco la palabra. En su origen, como decíamos, “mártir” significa “testigo”, aquel que puede dar testimonio, aquel que puede contar, como dice san Juan:

“…lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida [es decir, de Jesús] (…) se lo anunciamos” (cfr. 1 Juan 1,1-3)

Después de la resurrección de Jesús, no pasará mucho tiempo antes de que ese testimonio empiece a ser firmado con la sangre de los testigos. Entonces, la palabra “mártir” tomará el significado que tiene ahora. El libro de los Hechos de los Apóstoles nos cuenta la historia del primer mártir, san Esteban, al que mataron arrojándole grandes piedras. Antes de morir, Esteban invoca a Jesús: «Señor Jesús, recibe mi espíritu» y reza por sus verdugos: «Señor, no les tengas en cuenta este pecado» (cfr. Hch 6,8 - 8,2). Para Esteban y para todos los testigos de sangre que vendrían después, Aquel que da sentido a sus vidas, es decir, Jesucristo muerto y resucitado, es también quien da sentido a la muerte de cada uno de ellos como paso a una vida nueva en Cristo.

Pero volvamos al Evangelio: “Ustedes son testigos de todo esto”, les había dicho Jesús a sus discípulos. ¿Y qué es “todo esto”? Dice Jesús:

«Así estaba escrito: el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día, y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados.»

Vamos de a poco… “así estaba escrito”. Antes de esto, Jesús había dicho: 

«Cuando todavía estaba con ustedes, yo les decía: Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito de mí en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos.»

“La Ley y los profetas” era una manera habitual en tiempos de Jesús de referirse a la primera parte de la Biblia, lo que suele llamarse “antiguo testamento”, que hoy podemos nombrar como “primera alianza”. Todo el antiguo testamento o primera alianza está atravesado por la promesa de un Mesías, un salvador que Dios enviaría a su tiempo. Todas esas promesas tienen su cumplimiento en Jesús.
Pero además de “la Ley y los profetas”, Jesús menciona especialmente los Salmos. Algunos de ellos presentan situaciones que anticipan la pasión de Jesús: el salmo 22, grito de Jesús en la cruz: “Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?” (22,2). Otros hablan de la entronización del Mesías. Se deja también entrever su resurrección, salmo 16: “no me entregarás a la muerte, ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción” (16,10). Especialmente, el salmo 118, que cantamos en tiempo de Pascua: “Este es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo” (118,24).

El cumplimiento de lo que dicen la Ley y los profetas -y los salmos- está en esto: “el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día”. La muerte del Mesías y su resurrección es el acontecimiento que está en el centro de la fe cristiana. Su muerte no es una muerte más: es una muerte que identifica a Jesús con el “servidor sufriente” anunciado por el profeta Isaías: 

“indefenso se entregó a la muerte y con los rebeldes fue contado, cuando él llevó el pecado de muchos, e intercedió por los rebeldes” (Isaías 53,12).

La resurrección no es la “reanimación” de un cuerpo muerto. No es una prolongación de esta vida en la que se sigue envejeciendo para finalmente, ahora sí, morir… la resurrección es la entrada en una nueva forma de vida, una vida en Dios… Jesús es el Hijo de Dios que se ha hecho hombre; ha muerto como hombre, y como hombre ha sido resucitado por el Padre y vuelve al Padre llevando su humanidad, nuestra humanidad… por eso, a partir de la resurrección podemos decir “hay un hombre en el seno de Dios”.

Jesús sigue diciendo a sus discípulos: “comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las naciones”. Antes de Jesús, Jerusalén era presentada como el lugar donde las naciones, los pueblos de la tierra, debían llegar para conocer a Dios. A partir de Jesús, Jerusalén es el punto de partida. Allí se ha manifestado Dios resucitando a su Hijo. Desde allí parte el anuncio de la buena noticia a todo el mundo. Desde el comienzo, la Iglesia es “la Iglesia en salida” de la que hoy habla el papa Francisco.

Junto a la buena noticia de la muerte y resurrección de Jesús, va el llamado a “la conversión para el perdón de los pecados”. La palabra griega que traducimos como “conversión” es metanoia. La metanoia es un “cambio de mentalidad”. Es poner la mente “más allá”: es dejar el modo humano de pensar y entrar en el modo de pensar de Dios. Es mirar la historia del mundo, la vida de los hombres y la propia vida desde el proyecto de Dios, manifestado en la muerte y resurrección de Jesús. Contemplando a Jesús crucificado y resucitado es como podemos descubrir nuestro pecado como resistencia, como contradicción al Plan de Dios, al amor de Dios. Desde ese profundo cambio de mentalidad podemos llegar al arrepentimiento y al cambio de vida por el que cada persona humana, cada uno de nosotros puede entrar al camino de Jesús, el Cristo, muerto y resucitado por nosotros. El camino de la vida en Dios.