Una vez me puse a enseñarle a un grupito de niños de nuestro
norte uruguayo una canción muy fácil, de letra muy sencilla: “yo tengo un amigo
que me ama”. Todo iba bien, hasta que llegamos a una parte que dice
“y estaremos en su viña trabajando, en la viña del Señor”.
Entonces se me ocurrió preguntarles si ellos sabían qué es
una viña. Me miraron como quien no tiene ni idea. Les seguí preguntando: ¿un
viñedo, una vid? … esas palabras no les sonaban… pero entonces les pregunté si
sabían qué es una parra… ahí sí. Más de uno tenía un parral en su casa.
Sí, los niños conocían la vid, la parra, que da las uvas. La
que forma el parral, con esos tallos gruesos, de corteza áspera, retorcidos,
que suben apoyados en columnas, de los que salen las ramitas, los “sarmientos”
que se van enrollando entre los alambres llenándose de hojas y en el verano
cargándose de racimos.
Si una parra no ha sido bien cuidada, hay muchas ramitas ya
secas, sin hojas ni frutos. Una persona entendida me ha dicho que es bueno
hacer una primera poda, a fines de otoño o comienzos de invierno, para limpiar
la parra, cortando las ramas más débiles y dañadas, que ya no darán fruto. Después,
en primavera, cuando la vid está sacando sus primeros brotes se hace una
segunda poda para eliminar aquellos que no van a prosperar por estar mal
ubicados y para no recargar demasiado la parra, de modo de obtener mejores
frutos.
En el evangelio de este domingo, escuchamos a Jesús
compararse con la parra o vid.
Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador. El corta todos mis sarmientos que no dan fruto; al que da fruto, lo poda para que dé más todavía. Ustedes ya están limpios por la palabra que yo les anuncié.
Yo soy la verdadera vid, dice Jesús. ¿por qué verdadera?
Jesús quiere llevar hasta el fondo su comparación. Las ramas de la vid dan
fruto si reciben la savia a través del tronco. Nosotros, unidos a Jesús,
recibimos de Él algo más que savia, algo más que esta vida: recibimos
vida plena, vida eterna, una vida que no caduca… vida verdadera.
Después de presentarse como vid, Jesús agrega que su Padre
es el viñador. El viñador cuida de la vid. Corta las ramas que no dan fruto.
Esas ramas, de hecho, ya han perdido el contacto fundamental con el tronco de
la vid. No reciben más savia. Apenas se mantienen adheridas al tronco, pero
están secas.
Dice Jesús en este mismo evangelio de Juan:
El que me rechaza y no recibe mis palabras, ya tiene quien lo juzgue: la Palabra que yo he hablado, ésa lo juzgará el último día (Jn 12:48)
Pero las ramas que sí dan fruto también son podadas. No son
separadas del trono, no se secarán: en cambio producirán más. Toda poda es
dolorosa… pero aún el discípulo fiel sufre la poda. El dolor es parte de nuestra
vida; pero ese dolor no es necesariamente señal de que Dios esté enojado con nosotros.
Al contrario, ese dolor puede ser la señal de que Dios está trabajando en
nosotros, ayudándonos a ser lo mejor que podríamos ser.
Así dice la carta a los Hebreos:
Es cierto que ninguna corrección es de momento agradable, sino penosa; pero luego produce fruto apacible de justicia a los ejercitados en ella. (Heb 12,11)
Por eso, las palabras de Jesús que siguen son especialmente
consoladoras:
Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes.Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer.Pero el que no permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca; después se recoge, se arroja al fuego y arde. Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán. La gloria de mi Padre consiste en que ustedes den fruto abundante, y así sean mis discípulos.
Permanecer: ocho veces aparece este verbo en este corto
pasaje del Evangelio. Permanecer unidos a la vid, permanecer unidos a Jesús. A
través de esa unión con Jesús-Vid, yo, rama, no vivo solamente una relación
individual con Jesús. Esa unión me hace parte de algo más grande. La Iglesia se
forma en esa unión de los discípulos con Jesucristo.
San Pablo nos ofrece una comparación parecida, al decirnos
que la Iglesia es el cuerpo de Cristo, donde cada miembro tiene su misión, al
servicio de todo el cuerpo y en unión con la cabeza, que es Cristo. Pero en la
comparación de la vid no se trata tanto de señalar los diversos aportes que
cada uno puede hacer a la comunidad, sino de marcar que todos estamos llamados
a producir fruto abundante.
En la Iglesia, en todas sus expresiones, un grupo bíblico o
la comunidad de una capilla, una obra social o un colegio, una gran parroquia o
una diócesis, una conferencia episcopal, estamos siempre buscando recursos para
poder sostener lo que hacemos. Es una tarea necesaria y una actitud realista…
sin embargo, Jesús nos dice que la falta de frutos no comienza en la falta de
recursos materiales, económicos o aún de personal calificado: comienza cuando
nos olvidamos de permanecer en Él.
Hablándonos de sí mismo como Pan de Vida, Jesús nos recuerda
que nos ha dejado una forma de que permanezcamos en Él y Él en nosotros:
El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él. (Juan 6,56)
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