jueves, 28 de julio de 2022

“La vida de un hombre no está asegurada por sus riquezas” (Lucas 12,13-21). XVIII domingo durante el año.

La herencia es el conjunto de bienes, derechos y obligaciones que, al morir alguien, son transmisibles a sus herederos. Hay herencias que son recibidas con gratitud y paz. En otros casos, son causa de enojo y división en las familias, cuando la forma en que se han distribuido los bienes parece injusta… ¡cuántas veces ha habido un distanciamiento entre hermanos a causa de una herencia!
El evangelio de hoy parte de esa realidad, tan antigua como el ser humano.
El domingo pasado dejamos a Jesús animándonos a pedir nada menos que el don del Espíritu Santo. En ese momento, alguien se acerca y cambia bruscamente el tema, diciéndole:

«Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia» (Lucas 12,13-21)
Jesús responde inmediatamente:
«Amigo, ¿quién me ha constituido juez o árbitro entre ustedes?» (Lucas 12,13-21)
Jesús rehúsa ser el mediador en disputas por bienes de este mundo. No ha venido a ser juez de causas familiares, empresariales o sociales. Esas leyes de herencia, impuestos, o salarios justos, se establecen a otros niveles. Eso no quiere decir que en las leyes del Reino no importe la justicia, especialmente para los pobres y oprimidos.
Y bien, a partir de este pedido, Jesús va a dejar una enseñanza:
«Cuídense de toda avaricia, porque aún en medio de la abundancia, la vida de un hombre no está asegurada por sus riquezas». (Lucas 12,13-21)
Para explicar esto, Jesús cuenta una parábola.
Se trata de un hombre que recogió una cosecha, tan grande, que no tenía lugar dónde depositarla. Preguntándose qué podía hacer, el hombre se dijo:
“Voy a hacer esto: demoleré mis graneros, construiré otros más grandes y amontonaré allí todo mi trigo y mis bienes, y diré a mi alma: Alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe y date buena vida”. (Lucas 12,13-21)
Prestemos atención a esto. ¡Cuántos “mi” hay en las palabras de este hombre rico! Mis graneros, mi trigo, mis bienes… mi alma. El alma. La dimensión espiritual del ser humano, el soplo de Dios en nosotros, la semilla de nuestra vida inmortal… ¿qué le dice este hombre a su alma? “tienes bienes almacenados… descansa, bebe, date buena vida”. 

Es muy curioso que esas palabras estén dirigidas por el hombre a su espíritu. Más bien parece que habla con su cuerpo, no con su alma. Toda la vida de este hombre está en el horizonte de lo material y toda su riqueza material está referida a él y solo a él. No hay ninguna expresión de gratitud ni de generosidad, como podría haber sido “he sido bendecido por Dios con esta cosecha… tengo la posibilidad de dar trabajo y de ayudar a muchos”. No. Su palabra final es “date buena vida”. Una vida perecedera, asentada sobre lo perecedero, como descubrirá de inmediato, a partir de lo que Dios le va a decir:

"Insensato, esta misma noche vas a morir. ¿Y para quién será lo que has amontonado?"
(Lucas 12,13-21)
Jesús concluye la parábola con esta sentencia:
“Esto es lo que sucede al que acumula riquezas para sí, y no es rico a los ojos de Dios”.
(Lucas 12,13-21)
Escuchemos el consejo de san Pablo en su carta a los Colosenses, que encontramos en la segunda lectura:
Busquen los bienes del cielo donde Cristo está sentado a la derecha de Dios. Tengan el pensamiento puesto en las cosas celestiales y no en las de la tierra. (Colosenses 3, 1-5.9-11)
Recemos juntos:
Dios nuestro, que has preparado bienes invisibles para los que te aman,
infunde en nuestros corazones la ternura de tu amor
para que, amándote en todas y sobre todas las cosas,
alcancemos tus promesas que superan todo deseo.
Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

En esta semana

Este domingo 31 de julio recordamos a San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús. Entre los jesuitas que estuvieron en nuestra diócesis ¿cómo no recordar al Padre Novoa, en la parroquia San Adolfo, en El Dorado, hoy municipio 18 de Mayo? También al Padre Perico Pérez Aguirre, con su comunidad de La Huella, que continúa su obra de otra forma. También está vinculada a los Jesuitas Fe y Alegría, en el mundo de la educación católica presente en Canelones.

El lunes 1 de agosto hacemos memoria de San Alfonso María de Ligorio, fundador de los Redentoristas, siempre recordados en la parroquia de Barros Blancos, una de cuyas capillas está dedicada a este santo obispo y doctor de la Iglesia. San Alfonso fue un gran maestro de la teología moral y un gran trabajador y animador de la evangelización, tanto en forma personal como por medio de la Congregación del Santísimo Redentor.

El martes 2, una fiesta muy franciscana: Santa María de los Ángeles y el Perdón de Asís. Es fiesta patronal de la parroquia de San José de Carrasco y también una memoria celebrada por las Clarisas y las Clarisas Capuchinas, presencia franciscana en nuestra diócesis. El perdón de Asís tiene su origen en la oración de San Francisco durante una visión, en la que imploró el perdón para todos aquellos que, arrepentidos y confesados, visitaran la pequeña iglesia que hoy se ubica en el interior de la Basílica de Santa María de los Ángeles, en Asís.

La Conferencia Episcopal del Uruguay se reúne este miércoles en el Seminario Interdiocesano. El jueves, 4 de agosto, junto a los seminaristas y a todos los sacerdotes que concurran, celebrarán la memoria de San Juan María Vianney, el Santo Cura de Ars. Durante 40 años este santo sacerdote se entregó totalmente al servicio de la parroquia que le fue encomendada. Su predicación, su espíritu de penitencia y su disponibilidad como confesor atrajeron pronto a numerosos peregrinos que deseaban ser escuchados por él y recibir el perdón de sus pecados.

El 5 de agosto de 1872, en Mornés, en el Piamonte italiano, nació la congregación de las Hijas de María Auxiliadora, fundadas por San Juan Bosco y Santa María Mazzarello.
Las salesianas celebran, pues, el sesquicentenario de su fundación. Nos unimos a ellas con nuestra oración agradecida.

Finalmente, el sábado 6 es la fiesta de la Transfiguración del Señor, en la que Jesús, ante tres de sus discípulos, Pedro, Santiago y Juan, dio una anticipación de lo que sería su resurrección, manifestándose en su gloria. Esta luminosa visión, cuyo alcance los tres no comprendieron en su momento, sería luego recordada y explicada en la segunda carta de Pedro (1,16-18): “Nosotros oímos esta voz [la voz del Padre] que venía del cielo, mientras estábamos con él en la montaña santa”. Esa visión los preparó para afrontar el escándalo de la cruz.

Y hasta aquí llegamos hoy. Gracias, amigas y amigos, por su atención. Que tengan un muy feliz domingo y los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

sábado, 23 de julio de 2022

"En la vejez seguirán dando fruto" (Sal 92,15). II Jornada mundial de los abuelos y de los mayores (24 de julio de 2022). Mensaje del Papa Francisco.

Querida hermana, querido hermano:

El versículo del salmo 92 

«en la vejez seguirán dando frutos» (v. 15) 

es una buena noticia, un verdadero “evangelio”, que podemos anunciar al mundo con ocasión de la segunda Jornada Mundial de los Abuelos y de los Mayores. Esto va a contracorriente respecto a lo que el mundo piensa de esta edad de la vida; y también con respecto a la actitud resignada de algunos de nosotros, ancianos, que siguen adelante con poca esperanza y sin aguardar ya nada del futuro.

La ancianidad a muchos les da miedo. La consideran una especie de enfermedad con la que es mejor no entrar en contacto. Los ancianos no nos conciernen —piensan— y es mejor que estén lo más lejos posible, quizá juntos entre ellos, en instalaciones donde los cuiden y que nos eviten tener que hacernos cargo de sus preocupaciones. Es la “cultura del descarte”, esa mentalidad que, mientras nos hace sentir diferentes de los más débiles y ajenos a sus fragilidades, autoriza a imaginar caminos separados entre “nosotros” y “ellos”. Pero, en realidad, una larga vida —así enseña la Escritura— es una bendición, y los ancianos no son parias de los que hay que tomar distancia, sino signos vivientes de la bondad de Dios que concede vida en abundancia. ¡Bendita la casa que cuida a un anciano! ¡Bendita la familia que honra a sus abuelos!

La ancianidad, en efecto, no es una estación fácil de comprender, tampoco para nosotros que ya la estamos viviendo. A pesar de que llega después de un largo camino, ninguno nos ha preparado para afrontarla, y casi parece que nos tomara por sorpresa. Las sociedades más desarrolladas invierten mucho en esta edad de la vida, pero no ayudan a interpretarla; ofrecen planes de asistencia, pero no proyectos de existencia [1].  Por eso es difícil mirar al futuro y vislumbrar un horizonte hacia el cual dirigirse. Por una parte, estamos tentados de exorcizar la vejez escondiendo las arrugas y fingiendo que somos siempre jóvenes, por otra, parece que no nos quedaría más que vivir sin ilusión, resignados a no tener ya “frutos para dar”.

El final de la actividad laboral y los hijos ya autónomos hacen disminuir los motivos por los que hemos gastado muchas de nuestras energías. La consciencia de que las fuerzas declinan o la aparición de una enfermedad pueden poner en crisis nuestras certezas. El mundo —con sus tiempos acelerados, ante los cuales nos cuesta mantener el paso— parece que no nos deja alternativa y nos lleva a interiorizar la idea del descarte. Esto es lo que lleva al orante del salmo a exclamar: 

«No me rechaces en mi ancianidad; no me abandones cuando me falten las fuerzas» (71,9).

Pero el mismo salmo —que descubre la presencia del Señor en las diferentes estaciones de la existencia— nos invita a seguir esperando. Al llegar la vejez y las canas, Él seguirá dándonos vida y no dejará que seamos derrotados por el mal. Confiando en Él, encontraremos la fuerza para alabarlo cada vez más (cf. vv. 14-20) y descubriremos que envejecer no implica solamente el deterioro natural del cuerpo o el ineludible pasar del tiempo, sino el don de una larga vida. ¡Envejecer no es una condena, es una bendición!

Por ello, debemos vigilar sobre nosotros mismos y aprender a llevar una ancianidad activa también desde el punto de vista espiritual, cultivando nuestra vida interior por medio de la lectura asidua de la Palabra de Dios, la oración cotidiana, la práctica de los sacramentos y la participación en la liturgia. Y, junto a la relación con Dios, las relaciones con los demás, sobre todo con la familia, los hijos, los nietos, a los que podemos ofrecer nuestro afecto lleno de atenciones; pero también con las personas pobres y afligidas, a las que podemos acercarnos con la ayuda concreta y con la oración. Todo esto nos ayudará a no sentirnos meros espectadores en el teatro del mundo, a no limitarnos a “balconear”, a mirar desde la ventana. Afinando, en cambio, nuestros sentidos para reconocer la presencia del Señor [2],  seremos como 

“verdes olivos en la casa de Dios” (cf. Sal 52,10), 

y podremos ser una bendición para quienes viven a nuestro lado.

La ancianidad no es un tiempo inútil en el que nos hacemos a un lado, abandonando los remos en la barca, sino que es una estación para seguir dando frutos. Hay una nueva misión que nos espera y nos invita a dirigir la mirada hacia el futuro. 

«La sensibilidad especial de nosotros ancianos, de la edad anciana por las atenciones, los pensamientos y los afectos que nos hacen más humanos, debería volver a ser una vocación para muchos. Y será una elección de amor de los ancianos hacia las nuevas generaciones» [3].  

Es nuestro aporte a la revolución de la ternura [4],  una revolución espiritual y pacífica a la que los invito a ustedes, queridos abuelos y personas mayores, a ser protagonistas.

El mundo vive un tiempo de dura prueba, marcado primero por la tempestad inesperada y furiosa de la pandemia, luego, por una guerra que afecta la paz y el desarrollo a escala mundial. No es casual que la guerra haya vuelto en Europa en el momento en que la generación que la vivió en el siglo pasado está desapareciendo. Y estas grandes crisis pueden volvernos insensibles al hecho de que hay otras “epidemias” y otras formas extendidas de violencia que amenazan a la familia humana y a nuestra casa común.

Frente a todo esto, necesitamos un cambio profundo, una conversión que desmilitarice los corazones, permitiendo que cada uno reconozca en el otro a un hermano. Y nosotros, abuelos y mayores, tenemos una gran responsabilidad: enseñar a las mujeres y a los hombres de nuestro tiempo a ver a los demás con la misma mirada comprensiva y tierna que dirigimos a nuestros nietos. Hemos afinado nuestra humanidad haciéndonos cargo de los demás, y hoy podemos ser maestros de una forma de vivir pacífica y atenta con los más débiles. Nuestra actitud tal vez pueda ser confundida con debilidad o sumisión, pero serán los mansos, no los agresivos ni los prevaricadores, los que heredarán la tierra (cf. Mt 5,5).

Uno de los frutos que estamos llamados a dar es el de proteger el mundo. 

«Todos hemos pasado por las rodillas de los abuelos, que nos han llevado en brazos» [5];  

pero hoy es el tiempo de tener sobre nuestras rodillas —con la ayuda concreta o al menos con la oración—, junto con los nuestros, a todos aquellos nietos atemorizados que aún no hemos conocido y que quizá huyen de la guerra o sufren por su causa. Llevemos en nuestro corazón —como hacía san José, padre tierno y solícito— a los pequeños de Ucrania, de Afganistán, de Sudán del Sur.

Muchos de nosotros hemos madurado una sabia y humilde conciencia, que el mundo tanto necesita. No nos salvamos solos, la felicidad es un pan que se come juntos. Testimoniémoslo a aquellos que se engañan pensando encontrar realización personal y éxito en el enfrentamiento. Todos, también los más débiles, pueden hacerlo. Incluso dejar que nos cuiden —a menudo personas que provienen de otros países— es un modo para decir que vivir juntos no sólo es posible, sino necesario.

Queridas abuelas y queridos abuelos, queridas ancianas y queridos ancianos, en este mundo nuestro estamos llamados a ser artífices de la revolución de la ternura. Hagámoslo, aprendiendo a utilizar cada vez más y mejor el instrumento más valioso que tenemos, y que es el más apropiado para nuestra edad: el de la oración. 

«Convirtámonos también nosotros un poco en poetas de la oración: cultivemos el gusto de buscar palabras nuestras, volvamos a apropiarnos de las que nos enseña la Palabra de Dios» [6].  Nuestra invocación confiada puede hacer mucho, puede acompañar el grito de dolor del que sufre y puede contribuir a cambiar los corazones. Podemos ser «el “coro” permanente de un gran santuario espiritual, donde la oración de súplica y el canto de alabanza sostienen a la comunidad que trabaja y lucha en el campo de la vida» [7].

Es por eso que la Jornada Mundial de los Abuelos y de los Mayores es una ocasión para decir una vez más, con alegría, que la Iglesia quiere festejar con aquellos a los que el Señor —como dice la Biblia— les ha concedido “una edad avanzada”. ¡Celebrémosla juntos! Los invito a anunciar esta Jornada en sus parroquias y comunidades, a ir a visitar a los ancianos que están más solos, en sus casas o en las residencias donde viven. Tratemos que nadie viva este día en soledad. Tener alguien a quien esperar puede cambiar el sentido de los días de quien ya no aguarda nada bueno del futuro; y de un primer encuentro puede nacer una nueva amistad. La visita a los ancianos que están solos es una obra de misericordia de nuestro tiempo.

Pidamos a la Virgen, Madre de la Ternura, que nos haga a todos artífices de la revolución de la ternura, para liberar juntos al mundo de la sombra de la soledad y del demonio de la guerra.

Que mi Bendición, con la seguridad de mi cercanía afectuosa, llegue a todos ustedes y a sus seres queridos. Y ustedes, por favor, no se olviden de rezar por mí.

Roma, San Juan de Letrán, 3 de mayo de 2022, fiesta de los santos apóstoles Felipe y Santiago.

FRANCISCO

____________________________

[1]  Catequesis sobre la vejez, 1: “La gracia del tiempo y la alianza de las edades de la vida” (23 febrero 2022).

[2]  Ibíd., 5: “La fidelidad a la visita de Dios para la generación que viene” (30 marzo 2022).

[3]  Ibíd., 3: “La ancianidad, recurso para la juventud despreocupada” (16 marzo 2022).

[4]  Catequesis sobre san José, 8: “San José padre en la ternura” (19 enero 2022).

[5]  Homilía durante la Santa Misa, I Jornada Mundial de los Abuelos y de los Mayores (25 julio 2021).

[6]  Catequesis sobre la familia, 7: “Los abuelos” (11 marzo 2015).

[7]  Ibíd.

jueves, 21 de julio de 2022

“Señor, enséñanos a orar”. (Lucas 11,1-13). Domingo XVII durante el año.

Un grupo de personas está reunido. Una voz se eleva y comienza el rezo: “Padre nuestro que estás en el Cielo…” y otras voces, prontamente, se van uniendo. Ese grupo puede ser una familia creyente que tiene la práctica de rezar o que, en ese momento, por algo que están viviendo sienten la necesidad de hacerlo. Puede ser un grupo que esté empezando uno de los misterios del Rosario, que se inicia con el padrenuestro para, después, desgranar diez avemarías… Puede ser la asamblea de los fieles en la Misa, al comenzar el rito de comunión. Puede ser, también, y tantas veces, una voz solitaria que eleva su oración al comenzar o al finalizar el día o en cualquier otro momento…

El padrenuestro es la oración que Jesús nos enseñó, y lo hizo a pedido de sus discípulos:

Un día, Jesús estaba orando en cierto lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: «Señor, enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos». (Lucas 11, 1-13)

El evangelista Lucas, en distintas ocasiones, nos presenta a Jesús orando. Los discípulos lo ven y perciben que en su oración hay algo profundo, auténtico. Jesús está en comunicación, más aún, en comunión, con su Padre. Los judíos tenían oraciones que rezaban habitualmente. La más conocida es el Shemah Israel, “escucha, Israel”. Los discípulos de Juan tenían una que el Bautista les había enseñado. Respondiendo al pedido que le han hecho, Jesús entrega la oración propia de los discípulos y discípulas de Jesús.

El padrenuestro que encontramos en Lucas es más breve que el que nos presenta el evangelio de Mateo. Es la versión de éste último la que rezamos normalmente. Sin embargo, junto a esta fórmula, Lucas nos presenta una enseñanza de Jesús sobre la oración, invitándonos a hacerlo con constancia y confianza. Constancia y hasta insistencia:

“Pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá. Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá.” (Lucas 11, 1-13)

Para invitar a la confianza, Jesús pone un curioso ejemplo:

¿Hay entre ustedes algún padre que da a su hijo una piedra cuando le pide pan? ¿Y si le pide un pescado, le dará en su lugar una serpiente? ¿Y si le pide un huevo, le dará un escorpión? Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan! (Lucas 11, 1-13)

El ejemplo es curioso, porque hay una enorme desproporción entre lo que pueden dar los padres de la tierra y lo que puede llegar a dar el Padre del Cielo. Eso es evidente, pero no deja de haber un gran salto en la forma en que Jesús lo plantea. Los padres de la tierra dan a sus hijos simples alimentos: pescado, huevo… el Padre del Cielo, Padre providente, podría dar -y nos da, también- esos y otros muchos bienes materiales necesarios... pero Jesús va directamente al bien más grande que podemos pedir y que el Padre quiere darnos: el Espíritu Santo.

Ahora bien, leyendo un poco más de la Palabra de Dios, y poniéndonos a pensar, podemos relacionar ese pedido del Espíritu Santo con la enseñanza del Padrenuestro. Escuchemos lo que dice san Pablo:

Dios infundió en nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama a Dios llamándolo “¡Abba!”, es decir, “¡Padre!”. (Gálatas 4,6)

Eso está en la carta a los Gálatas. Y en la carta a los Romanos leemos:

Ustedes no han recibido un espíritu de esclavos para volver a caer en el temor, sino el espíritu de hijos adoptivos, que nos hace llamar a Dios “¡Abba, Padre!” (Romanos 8,15)

¿Qué es eso de “Abba”? Esa es la palabra aramea, la lengua que hablaba Jesús, para nombrar al Padre; pero no solemnemente, sino de manera familiar, cariñosa, como lo hacen los niños. La podríamos traducir como “papá”. Pero, para llamar a Dios “Abba”, san Pablo nos enseña que necesitamos la ayuda del Espíritu Santo. Con esa ayuda comprendemos más profundamente qué significa ser hijos e hijas de Dios. Así podemos sentirnos pequeños y entrar, junto con Jesús, en intimidad con el Padre que nos ama y al que amamos. Pablo nos dice, también, que el Espíritu Santo nos ayuda a rezar adecuadamente, a pedir lo que de verdad necesitamos:

Igualmente, el mismo Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad porque no sabemos orar como es debido; pero el Espíritu intercede por nosotros con gemidos inefables. (Romanos 8,26)

El Padrenuestro no es una fórmula mágica, o sea, no basta con decirla para que algo se produzca. Rezar el Padrenuestro nos compromete. Si reconocemos a Dios como Padre, no podemos menos que buscar vivir como hijos e hijas suyos. Jesús no sólo nos enseña cómo y qué rezar, sino que, al mismo tiempo, nos está enseñando cómo deberíamos ser y cómo deberíamos vivir, para que nuestra oración sea cada vez más verdadera. Tal vez muchos de ustedes hayan leído aquello que dice «No digas “Padre” si cada día no te comportas como su hijo; no digas “Nuestro” si vives aislado en tu egoísmo» y así, sucesivamente, con cada palabra de la oración que nos enseñó Jesús. La advertencia está bien, para que nos tomemos muy en serio lo que rezamos; pero no todo se resuelve con un poco más de voluntad de parte nuestra. Más bien necesitamos seguir rezando y pidiendo que el Espíritu venga en ayuda de nuestra debilidad, para fortalecernos y confortarnos mutuamente en el seguimiento de Jesús.

En esta semana

Hoy, 24, se celebra la II jornada mundial de los abuelos y mayores. Se hace el domingo cercano a la memoria de san Joaquín y santa Ana, padres de la Virgen María, abuelos de Jesús, que es el martes 26. El lema de esta jornada está tomado del salmo 92 y es "En la vejez seguirán dando fruto".

El lunes 25 es la fiesta de Santiago apóstol. Se trata del hijo de Zebedeo y hermano de Juan. Se le llama “el mayor” para distinguirlo del otro Santiago, “el menor”, hijo de Alfeo. Los Hechos de los Apóstoles dan referencia de su martirio: el rey Herodes Agripa “hizo arrestar a algunos miembros de la Iglesia para maltratarlos. Mandó ejecutar a Santiago, hermano de Juan” (Hechos 12,1-2). Según una antigua tradición, su cuerpo fue llevado a Galicia y enterrado en el “Campo de las Estrellas”, es decir “Compostela”. Las peregrinaciones a la tumba dieron origen al “camino de Santiago”.

El viernes 29 recordamos a los tres hermanos amigos de Jesús: Marta, María y Lázaro, que lo recibieron junto con sus discípulos en su casa de Betania. Pidamos su intercesión para crecer cada día en amistad con el Señor. Gracias, amigas y amigos, y que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén. 

jueves, 14 de julio de 2022

Culminó la Asamblea del CELAM: Mensaje final.

En la asamblea del CELAM participan habitualmente las 22 Conferencias Episcopales de América Latina y el Caribe. Cada una de las conferencias está representada por su presidente y el delegado al CELAM que, a veces, como sucede en Uruguay, es también el Secretario General.

Más allá de los temas abordados, la asamblea nos da a los Obispos la ocasión de encontrarnos fraternalmente, rezar y celebrar juntos la Eucaristía, en fin, vivir un momento de comunión, compartiendo nuestras alegrías y esperanzas, así como tristezas y agobios, que son muchas veces los de nuestros propios pueblos con sus diversas dificultades.

Esa comunión en Cristo nos anima y fortalece y nos hace sentir unidos al Maestro que, de nuevo, como a los apóstoles, nos envía a anunciar su Evangelio de Amor y Misericordia.

+ Heriberto

 

MENSAJE AL PUEBLO DE DIOS QUE PEREGRINA EN AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE

Yo he venido para que tengan Vida, y vida en abundancia (Jn 10,10)
Al concluir la Asamblea Extraordinaria del CELAM, valoramos la experiencia inédita del proceso de Asamblea Eclesial que nos conduce a un futuro sinodal y hemos reflexionado sobre el espíritu que impulsa la reforma de la Curia Vaticana. Hoy el Consejo Episcopal Latinoamericano “CELAM” renueva su compromiso de servicio a toda la Iglesia latinoamericana y caribeña y desea enviar este mensaje a todo el pueblo de Dios.

VIVIMOS TIEMPOS NUEVOS QUE REQUIEREN RESPUESTAS NUEVAS

(Homilía del Papa Francisco, 29 de junio de 2021)

Este presente es un tiempo propicio para fortalecer nuestro encuentro personal con Jesucristo en la realidad del continente y en el corazón de la Iglesia.

Necesitamos una espiritualidad de ojos abiertos para tener una mirada contemplativa. Esta mirada descubre a Dios en la hondura de la realidad humana e histórica, no se trata de una contemplación aséptica o distante sino de una sensibilidad abierta al dolor y a las alegrías de nuestros pueblos.

ES TIEMPO DE SALIDA, UNA IGLESIA “LIVIANA DE EQUIPAJE”

“No lleven para el camino dinero, ni alforja, ni calzado” (Lc. 10,4)
Deseamos ser una Iglesia que anuncie con audacia y creatividad el Evangelio de la Vida, especialmente en los ambientes más difíciles y olvidados.
“Predicar el Evangelio es la tarea que el Señor encomendó a sus discípulos. Este
mandato constituye el primer servicio que la Iglesia puede prestar a cada hombre y a
la humanidad entera en el mundo actual” (Constitución Praedicate Evangelium 1).

ES TIEMPO DE CAMINAR JUNTOS

Tiempo de crecer en la vida fraterna y terminar con el clericalismo y con toda clase de abusos.
 
Necesitamos escuchar incluso las voces que nos incomodan y generar espacios y estructuras eclesiales que fomenten la participación, en particular de las mujeres y de los jóvenes.
 
Queremos incentivar la consulta y discernimiento comunitario, abriéndonos cada vez más a la participación del laicado y a su incidencia en la toma de decisiones.
“La sinodalidad expresa la naturaleza de la Iglesia, su forma, su estilo, su misión” (Papa Francisco a los fieles de Roma, septiembre de 2021).

ES TIEMPO DE MARTIRIO Y PROFECÍA SIENDO LA VOZ DE LOS EXCLUIDOS.

Pedimos que la sangre de San Oscar Romero y de nuestros mártireslatinoamericanos nos anime en la valentía y el compromiso con la justicia para la construcción de un continente fraterno.
 
Reafirmamos nuestra opción preferencial por los pobres y denunciamos todo aquello que afecta su dignidad. En este sentido, el Papa Francisco en Querida Amazonía advierte que la economía globalizada puede dañar sin pudor el medio ambiente y nuestra riqueza humana, social y cultural sin que se puedan escuchar las voces de los pueblos originarios, sus culturas y sus visiones del mundo.
 
Esto nos ayuda a ser una “Iglesia pobre para los pobres”, replanteando nuestro modo de vida, nuestro lenguaje y nuestras estructuras eclesiales, que muchas veces nos impiden salir de nosotros mismos, para entrar en comunión con nuestros hermanos y hermanas más pobres.

ES TIEMPO DE SERVIR A LA CULTURA DEL ENCUENTRO

Una Iglesia capaz de dialogar con todos, sin perder nuestra identidad cristiana y católica, tendiendo puentes para construir una auténtica fraternidad entre los seres humanos.
 
Alentamos una cultura del encuentro para que en tiempos de guerra nuestra región sea un espacio de paz.
 
Ponemos este mensaje en manos de Nuestra Señora de Guadalupe, patrona de nuestro continente, ella sabrá acompañarnos como Madre en esta nueva etapa de la Iglesia de Latinoamérica y El Caribe.
 
Bogotá, 14 de julio de 2022
Asamblea Extraordinaria del CELAM
12 al 14 de julio de 2022



martes, 12 de julio de 2022

“Una sola cosa es necesaria” (Lucas 10,38-42). Domingo XVI del tiempo durante el año.

Cuando todos los miembros de una familia se encuentran enfrascados en una tarea que les concierne a todos, como una limpieza a fondo de la casa o la preparación de una fiesta, no es nada lindo que alguno de ellos se instale tranquilamente a hablar por teléfono o a hacer algo que no signifique mucho esfuerzo y, sobre todo, que no hay ninguna necesidad de que se haga en ese momento, mientras hay tareas urgentes que encarar.
Algo así parece… ¡cuidado! … parece suceder en el evangelio que escuchamos este domingo, con la historia de Marta y María.

El evangelio de Lucas nos presenta desde el principio a Marta como dueña de casa:

Jesús entró en un pueblo, y una mujer que se llamaba Marta lo recibió en su casa. (Lucas 10,38-42)
En la familia hay también un hermano, Lázaro, que no aparece en este relato. De él nos habla el evangelio de Juan, pero esa es otra historia. Aquí aparece enseguida la hermana menor:
Tenía una hermana llamada María, que sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra. (Lucas 10,38-42)
Inmediatamente se plantea un contraste, una contraposición entre las dos hermanas:
Marta, que estaba muy ocupada con los quehaceres de la casa, dijo a Jesús: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola con todo el trabajo? Dile que me ayude». (Lucas 10,38-42)
María, sentada. Marta, ocupada con los quehaceres. ¿Estamos frente a lo que decíamos al principio, cuando alguno de los miembros de la familia se acomoda o se entretiene, mientras los demás están corriendo y agitándose en múltiples tareas?
Prestemos atención a los detalles. María no está simplemente “sentada”: está sentada a los pies de Jesús y escucha su Palabra. Sentarse a los pies del maestro es la posición del discípulo. María ha tomado ese lugar y esa actitud. El Maestro está presente, está dispuesto a enseñar y ella, como discípula, se dispone a escuchar.
Por eso, Marta recibe de Jesús una respuesta que busca hacerle ver que se está perdiendo algo importante:
«Marta, Marta, te inquietas y te agitas por muchas cosas y, sin embargo, pocas cosas, o más bien, una sola es necesaria. María eligió la mejor parte, que no le será quitada». (Lucas 10,38-42)
Muchas veces se ha interpretado este pasaje del evangelio como una contraposición entre la vida contemplativa, que estaría representada por María y la vida activa, representada por Marta. Nuestra diócesis tiene cuatro monasterios femeninos, cuatro comunidades de vida contemplativa. Por cierto, en esas comunidades, dedicadas principalmente a la oración, cada una de las hermanas, según sus capacidades y fuerzas, tiene también su tarea práctica, necesaria para la vida en común… Una gran contemplativa, santa Teresa de Ávila, cuando encontraba alguna de sus hijas desconsolada al ver que tenía que ocuparse de las cosas de la casa, le decía:
“en la cocina, entre los pucheros, anda el Señor ayudándoles en lo interior y en lo exterior”
(Libro de las Fundaciones, capítulo V, 8).
Entonces, no se trata de oponer la actividad a la oración, sino de ver cómo se armonizan bien. Decía san Juan Pablo II:
La íntima unión entre contemplación y acción permitirá, hoy como ayer, acometer las misiones más difíciles. (Exhortación Vita Consecrata, 74)
Como algunos han hecho notar, san Lucas colocó este episodio entre la parábola del buen samaritano y la enseñanza del Padre Nuestro. El buen samaritano, que comentamos la semana pasada, nos muestra a un hombre que se pone en acción para ayudar al herido que ha encontrado en su camino. Jesús pone al samaritano como modelo de amor al prójimo. Por otro lado, la oración del Padre Nuestro expresa nuestra relación con Dios Padre, como hijas e hijos que nos confiamos a él y nos disponemos a realizar su voluntad. La oración es una expresión de nuestro amor a Dios.

Ahora bien, como veíamos la semana pesada, si Jesús no separa el amor al prójimo del amor a Dios, ¿por qué una sola cosa es necesaria? ¿No serían necesarias las dos, por decir, la escucha de la Palabra y la práctica de la Palabra?

La sola cosa necesaria es la escucha. Escuchar la Palabra de Jesús “es lo más necesario en la vida”, decía Chiara Lubich, fundadora del movimiento de los Focolares. Y agregaba: 

“escuchar la Palabra significa también vivirla. Por eso debes hacerlo también tú: recibir la palabra, dejar que ella te transforme… permanecer fiel, conservándola en el corazón para que plasme tu vida”.
Sí, se puede decir que no necesitamos la Palabra para hacer cosas. Es mucho lo que podemos hacer y lo que, efectivamente, se hace sin escuchar la Palabra. Necesitamos escuchar la Palabra de Dios para que lo que hacemos encuentre su sentido más profundo. El samaritano no se detuvo a ayudar al herido porque temiera cometer una falta, lo que hoy sería una “omisión de asistencia”. Se detuvo, actuó y aún asumió una responsabilidad haciendo previsiones para los días siguientes, porque vio más allá de lo puntual, de las circunstancias. Seguramente era un hombre creyente. Los samaritanos creían en el mismo Dios que los judíos, aunque a su manera. Pero no se trata de eso. Él supo contemplar, supo reconocer el llamado silencioso de Dios en el prójimo herido. Y porque supo contemplar, no se quedó contemplando la escena, sino que puso manos a la obra.

Pidámosle al Señor la capacidad de hacer un alto en la jornada, de apagar los ruidos exteriores e interiores y permanecer en silencio algunos minutos, dándole espacio al Señor que pasa y quedándonos en un aparte con Él, para después, sí, retornar con serenidad y eficacia, a nuestro servicio en las cosas de cada día.

22 de julio: Santa María Magdalena

El próximo viernes es la fiesta de santa María Magdalena, la mujer que fue liberada por el Señor de siete demonios y, convertida en su discípula, lo siguió hasta el monte Calvario y mereció ser la primera que lo vio resucitado en la mañana de Pascua y la que se lo comunicó a los demás discípulos. San Gregorio Magno la llamó “testigo de la divina misericordia” y Santo Tomás de Aquino la reconoció como “apóstol de los apóstoles”

Y esto es todo por hoy. Amigas y amigos, muchas gracias por su atención. Hasta la próxima semana y que descienda sobre ustedes la bendición de Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.
 

Asamblea extraordinaria del CELAM (Consejo Episcopal Latinoamericano y Caribeño). Inaguración de la nueva sede.

Acto inaugural en el gran auditorio.
 
Corte de cinta: Mons. Cabrejos, presidente del
CELAM y el Nuncio Apostólico en Colombia.

Uruguay presente: Collazzi, Fajardo,
Nuin, Bodeant (más detalles en el
último párrafo).

En sesión.

El CELAM

En 1955, los obispos de América Latina se reunieron en lo que fue la Primera Conferencia General del Episcopado de América Latina, en la ciudad de Río de Janeiro. Fue una iniciativa alentada por el Papa Pío XII, que veía en esta América una gran esperanza, por su fe católica. De esa reunión nació el CELAM, con el objetivo de ayudar a los obispos latinoamericanos a aunar esfuerzos y compartir recursos en la misión de toda la Iglesia en el continente.

Durante el desarrollo del Concilio Vaticano II (1962-1965) los obispos latinoamericanos se encontraron con frecuencia y vieron más claramente la necesidad y utilidad del organismo que habían creado.

En 1968 el CELAM organizó la II Conferencia General del Episcopado de América Latina en la ciudad de Medellín, Colombia. Fue una importante instancia para la asimilación de los documentos del Concilio en Latinoamérica.

En 1979, ya en el episcopado de san Juan Pablo II, el CELAM volvió a organizar una Conferencia General, la tercera, que se desarrolló en la ciudad de Puebla, México. El tema: "La evangelización en el presente y en el futuro de América Latina", tema inspirado en la exhortación apostólica Evangelii Nuntiandi de san Pablo VI, del 8 de diciembre de 1975.

Poco a poco la realidad del Caribe fue logrando que se reconociera su identidad particular, formada por un sinnúmero de grandes y pequeñas islas, por lo que se comenzó a hablar del Episcopado de América Latina y el Caribe.

Fue precisamente en el Caribe, en Santo Domingo, capital de la República Dominicana, donde se realizó en 1992 la IV Conferencia General del Episcopado de América Latina y el Caribe, todavía bajo el pontificado de san Juan Pablo II. La asamblea fue organizada por el CELAM y la Pontificia Comisión para América Latina (CAL). El tema fue "Nueva Evangelización, promoción humana, cultura cristiana. 'Jesucristo ayer, hoy y siempre' (Hebreos 13,8)".

En 2007, fue Benedicto XVI quien convocó a la V Conferencia General, en el santuario de Nuestra Señora Aparecida, patrona de Brasil. El tema de esta convocatoria fue "Discípulos y misioneros de Jesucristo, para que nuestros pueblos en Él tengan vida". En la redacción del documento final tuvo importante participación el Cardenal Jorge Mario Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires, hoy Papa Francisco.

Han pasado ya 15 años de la Conferencia de Aparecida. El año pasado (2021) se realizó la primera Asamblea Eclesial de América Latina y el Caribe, con carácter híbrido, es decir, con participación presencial y virtual de los distintos delegados de las Conferencias Episcopales. En este caso no fueron únicamente obispos, sino también laicos y laicas, personas consagradas, diáconos permanentes y presbíteros. También el CELAM tuvo un papel fundamental en la preparación y realización de la asamblea.

El papel del CELAM no se redujo a la organización de estos importantes eventos que fueron marcando el rumbo de la pastoral de la Iglesia en América Latina y el Caribe. A través de sus distintos organismos y departamentos, el CELAM ha dado apoyo a las 22 Conferencias Episcopales de la región, con diversos tipos de encuentros e instancias de formación sobre diversos temas.

Desde muy temprano el Consejo creó un instituto de formación teológico-pastoral, el ITEPAL, al que luego se agregó un importante área bíblica, pasando a llamarse CEBITEPAL (Centro Bíblico Teológica Pastoral Latinoamericano). El Centro ofrece cursos para agentes pastorales de todo el continente. Muchos uruguayos han sido allí tanto docentes como estudiantes.

Las sedes y la nueva sede

En Bogotá, el CELAM contaba con dos sedes: una ubicada en la Avda. Boyacá, donde funcionaba el CEBITEPAL y la otra en el sector de Usaquén, donde se encontraban las oficinas y residían los secretarios ejecutivos y otras personas dedicadas a tiempo completo al servicio.

Hace algunos años, la presidencia del CELAM fue considerando la conveniencia de unificar las sedes. La sede de Boyacá había sido construída sin cumplir las actuales normas antisísmicas. Su estructura presentaba algunos daños. Se decidió entonces construir una nueva y única sede, en el emplazamiento de Av. Boyacá.

La asamblea extraordinaria de este año

Terminada la construcción, con la finalidad de inaugurar la nueva sede, fue convocada esta asamblea que, en cierto modo, llena la falta de una de las asambleas ordinarias que no pudo hacerse en forma presencial, debido a la pandemia.

En esta asamblea están presentes cuatro uruguayos. Por estatuto, participan el Presidente y el Secretario General de la Conferencia Episcopal: Mons. Arturo Fajardo, Obispo de Salto y Mons. Heriberto Bodeant, Obispo de Canelones. Como invitado especial, se encuentra Mons. Collazzi, Obispo de Mercedes, que fue integrante del anterior Equipo Económico del CELAM, que comenzó a reunir los fondos para la obra. Finalmente, la Dra. Susana Nuin es una focolarina que desde hace tiempo viene trabajando en distintas reparticiones del CELAM.


viernes, 8 de julio de 2022

“Un samaritano lo vio y se conmovió” (Lucas 10,25-37). XV Domingo durante el año.

Un hombre está tendido al costado del camino. Otros hombres pasan a su lado, lo ven, pero siguen de largo. Por fin, uno se conmueve y detiene su marcha. Cura las heridas del caído y lo lleva a un lugar seguro, donde será cuidado hasta que él pase de nuevo, dispuesto a asumir los gastos que puedan presentarse.

Esa es una síntesis de la parábola del buen samaritano que narra Jesús este domingo. Él agrega otros detalles que le dan un color particular, que los oyentes de su tiempo captan en seguida; pero, en definitiva, esto es lo esencial: un hombre que reconoce al anónimo herido del camino como su prójimo y le da socorro y ayuda.

Nuestras leyes penalizan a quien, como dice el Código Penal: “por negligencia, dejare de prestar asistencia, dando cuenta a la autoridad, a un hombre desvanecido o herido, sepultado o en situación en que corra peligro su vida o su integridad física” (Art. 332). La ley está bien y es necesaria; pero nuestro primer motivo para actuar en una situación así debería ser siempre la compasión, la humanidad; en definitiva, la vieja regla de oro: «Trata a los demás como querrías que te trataran a ti».

El ejemplo que pone Jesús responde a una pregunta que le hace un doctor de la Ley, es decir, un estudioso de la Palabra de Dios, un hombre que conoce la Ley de Dios:

«Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la Vida eterna?» (Lucas 10, 25-37)
Jesús no le responde directamente, sino que le invita a buscar la respuesta dentro de lo que el doctor tan bien conoce:
«¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?» (Lucas 10, 25-37)
El doctor de la Ley responde:
«Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo» (Lucas 10, 25-37)
La respuesta es acertada. En esos mandamientos está contenida toda la Ley. Jesús se lo asegura:
«Has respondido exactamente; obra así y alcanzarás la vida» (Lucas 10, 25-37)
A continuación, el doctor de la Ley hace otra pregunta, porque quiere una respuesta más detallada; una respuesta que tal vez delimite con claridad hasta dónde hay que cumplir esa ley:
«¿Y quién es mi prójimo?» (Lucas 10, 25-37)
Jesús responde con la parábola del buen samaritano, poniendo en el centro a ese extranjero que se compadece del hombre herido. Toda persona humana es mi prójimo: esa es la conclusión. La compasión ante la persona herida no puede ser selectiva: si es de mi grupo o de mis simpatías, sí, y si no, no… o según como venga.

¿Qué tan difícil es esto? La primera lectura nos anima. Dios dice:
Este mandamiento que hoy te prescribo no es superior a tus fuerzas ni está fuera de tu alcance. (…) No, la palabra está muy cerca de ti, en tu boca y en tu corazón, para que la practiques. (Deuteronomio 30,9-14)
A pesar de lo que aparenta la forma de hablar, esas palabras no están dirigidas a una persona sola; están dirigidas al conjunto del Pueblo de Dios y a cada uno de sus miembros. El cumplimiento del mandamiento es personal, pero también colectivo. Unir solidariamente las fuerzas para ayudar al prójimo… pero alguien tiene que empezar y esa persona puedo ser yo, puedes ser tú, y así puede convertirse en un “nosotros”.

La ley, los mandamientos, son parte del Plan de Dios, Plan de amor, Plan de Salvación para toda la humanidad. La segunda lectura nos presenta a Jesús como aquel en el que se realiza y también por quien se realiza el Plan de Salvación de Dios. La entrega de amor de Jesús es el cumplimiento total de la Ley como Plan de amor de Dios:
Él es el Principio,
el Primero que resucitó de entre los muertos,
a fin de que Él tuviera la primacía en todo,
porque Dios quiso que en Él residiera toda la Plenitud.
Por Él quiso reconciliar consigo
todo lo que existe en la tierra y en el cielo,
restableciendo la paz por la sangre de su cruz.
(Colosenses 1,15-20)
Por esa obra salvadora de Dios en Cristo, la Iglesia, leyendo la parábola del buen samaritano, más allá de la realidad humana de un hombre solidario con su prójimo, la Iglesia ha visto a Cristo, que sigue haciéndose presente en el mundo. Así lo expresa la liturgia en un hermoso prefacio de la Misa, especialmente adecuado para este domingo:
También hoy, como buen samaritano,
se acerca a todo hombre
que sufre en su cuerpo o en su espíritu,
y cura sus heridas con el aceite del consuelo
y el vino de la esperanza.
(Prefacio común VIII: Jesús, buen samaritano.)
Que Jesús inunde con su amor nuestro corazón para que superemos la indiferencia y los miedos y sepamos brindarnos a quienes necesitan nuestra ayuda.

En esta semana

El lunes 11 recordamos a San Benito, abad, fundador de los monjes benedictinos. Los monjes ya no están en nuestra diócesis, como en otro tiempo, pero saludamos a sus hermanas, las benedictinas, que celebran al fundador.

El viernes 15 hacemos memoria de San Buenaventura, obispo y doctor de la Iglesia. Fue un gran teólogo franciscano, superior general de la Orden, a la que acertadamente condujo a la paz en tiempos de serias tensiones internas.

Finalmente, el sábado 16 celebramos la fiesta de Nuestra Señora del Carmen, patrona de dos parroquias de Nuestra Diócesis. En Migues será el mismo sábado, a las 15 horas y en Toledo el domingo 17, también a las tres de la tarde.
Pidamos al Señor que, de la mano de María, reina y madre del Carmelo, lleguemos hasta la cima del monte de la perfección que es Cristo, nuestro Señor.

Gracias, amigas y amigos por su atención. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

domingo, 3 de julio de 2022

“Una sola cosa es necesaria.” (Lucas 10, 42). Palabra de Vida, julio 2022.

Palabra de Vida es una meditación mensual propuesta por el Movimiento de los Focolares. Como viene siendo habitual, la que ofrecemos hoy ha sido preparada por Letizia Magri.

Jesús se encuentra en camino hacia Jerusalén, donde estaba por cumplirse su misión, y se detiene en un pueblo, en la casa de Marta y María. El evangelista Lucas describe de esta manera como recibieron a Jesús las dos hermanas: Marta, en su papel de dueña de casa, “estaba muy ocupada con los quehaceres” [1] propios de la hospitalidad, mientras María, “sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra” (v. 39). A la atención de María se opone la agitación de Marta y, en efecto, a sus quejas por haber sido dejada sola para servir, Jesús le responde: 

“Marta, Marta, te inquietas y te agitas por muchas cosas, y, sin embargo, pocas cosas, o más bien, una sola es necesaria. María eligió la mejor parte, que no le será quitada” (vv. 41-42).

Este fragmento se ubica entre la parábola del buen samaritano, acaso la página más alta en función de la caridad hacia el prójimo, y la otra en que Jesús enseña a los discípulos cómo rezar, seguramente el pasaje más alto en la relación con Dios-Padre, constituyendo casi el fiel de la balanza entre el amor al hermano y el amor a Dios.

“Una sola cosa es necesaria.”

Las protagonistas de este pasaje del Evangelio son dos mujeres. El diálogo que tiene lugar entre Jesús y Marta describe la relación de amistad que le permite a ella lamentarse con el Maestro. ¿Pero cuál es el servicio que Jesús quiere? A él le importa que Marta no se agite, que emerja del papel tradicional asignado a las mujeres y que se quede también ella a escuchar su Palabra, como María, que asume un nuevo rol: el de la discípula. El mensaje de este texto fue reducido con frecuencia a una contraposición entre la “vida activa” y la “contemplativa”, como si fueran casi dos aproximaciones religiosas alternativas. Pero tanto Marta como María aman a Jesús y quieren servirlo. En efecto, en el Evangelio no está dicho que la oración y la escucha de la Palabra sean más importantes que la caridad; en todo caso, es necesario encontrar la manera de relacionar estos dos amores de manera indisoluble. Dos amores, el debido a Dios y el debido al prójimo, que no se contraponen, sino que son complementarios, porque el Amor es uno.

“Una sola cosa es necesaria.”

Queda por comprender bien qué es lo único necesario. Puede ayudarnos el comienzo de la frase: “Marta, Marta…” (v. 41). En la repetición del nombre, que puede parecer casi como el anuncio de un reproche, en realidad se encuentra el modo propio de las “llamadas o vocaciones”. Por lo tanto, pareciera que Jesús llamara a Marta a una nueva forma de relación, a establecer una correspondencia que no sea la de un servidor, sino la de un amigo (o una amiga) que se relaciona profundamente con él. Escribía a este propósito Chiara Lubich: 

“Jesús se sirvió de esta circunstancia para explicar qué es lo más necesario en la vida: escuchar la Palabra de Jesús. Y para Lucas, que refiere este pasaje, escuchar la Palabra significa también vivirla.Por ello debes hacerlo también tú: recibir la palabra, dejar que ella te transforme. No solo eso, sino también permanecer fiel, conservándola en el corazón para que plasme tu vida, como la tierra tiene en su seno la semilla para que germine y dé fruto. Dar frutos, entonces, de vida nueva, efectos de la Palabra” [2].

“Una sola cosa es necesaria.”

Quién sabe cuántas ocasiones tenemos también nosotros de recibir al Maestro en la intimidad de nuestra casa, como Marta y María, y ponernos a sus pies en la escucha como verdaderos discípulos. A menudo, las preocupaciones, los malestares, las responsabilidades y también las alegrías y las satisfacciones nos confunden en el apuro de las cosas por hacer, y no nos dejan tiempo para detenernos, reconocer al Señor y escucharlo.

Esta Palabra es una ocasión preciosa para ejercitarnos en elegir la parte mejor, es decir: en escuchar su Palabra para ganar la libertad interior que nos permite actuar en consecuencia en nuestra vida cotidiana, acción que es fruto de una relación de amor que da sentido al servicio y a la escucha.

Letizia Magri.

NOTAS
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[1]  Lucas 10, 40. El verbo griego perispaomai tiene un doble valor: puede significar tanto “estar completamente ocupado, lleno de tareas”, como “estar desatento, distraído”.
[2]  C. Lubich, Palabra de Vida, julio de 1980.