jueves, 21 de julio de 2022

“Señor, enséñanos a orar”. (Lucas 11,1-13). Domingo XVII durante el año.

Un grupo de personas está reunido. Una voz se eleva y comienza el rezo: “Padre nuestro que estás en el Cielo…” y otras voces, prontamente, se van uniendo. Ese grupo puede ser una familia creyente que tiene la práctica de rezar o que, en ese momento, por algo que están viviendo sienten la necesidad de hacerlo. Puede ser un grupo que esté empezando uno de los misterios del Rosario, que se inicia con el padrenuestro para, después, desgranar diez avemarías… Puede ser la asamblea de los fieles en la Misa, al comenzar el rito de comunión. Puede ser, también, y tantas veces, una voz solitaria que eleva su oración al comenzar o al finalizar el día o en cualquier otro momento…

El padrenuestro es la oración que Jesús nos enseñó, y lo hizo a pedido de sus discípulos:

Un día, Jesús estaba orando en cierto lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: «Señor, enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos». (Lucas 11, 1-13)

El evangelista Lucas, en distintas ocasiones, nos presenta a Jesús orando. Los discípulos lo ven y perciben que en su oración hay algo profundo, auténtico. Jesús está en comunicación, más aún, en comunión, con su Padre. Los judíos tenían oraciones que rezaban habitualmente. La más conocida es el Shemah Israel, “escucha, Israel”. Los discípulos de Juan tenían una que el Bautista les había enseñado. Respondiendo al pedido que le han hecho, Jesús entrega la oración propia de los discípulos y discípulas de Jesús.

El padrenuestro que encontramos en Lucas es más breve que el que nos presenta el evangelio de Mateo. Es la versión de éste último la que rezamos normalmente. Sin embargo, junto a esta fórmula, Lucas nos presenta una enseñanza de Jesús sobre la oración, invitándonos a hacerlo con constancia y confianza. Constancia y hasta insistencia:

“Pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá. Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá.” (Lucas 11, 1-13)

Para invitar a la confianza, Jesús pone un curioso ejemplo:

¿Hay entre ustedes algún padre que da a su hijo una piedra cuando le pide pan? ¿Y si le pide un pescado, le dará en su lugar una serpiente? ¿Y si le pide un huevo, le dará un escorpión? Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan! (Lucas 11, 1-13)

El ejemplo es curioso, porque hay una enorme desproporción entre lo que pueden dar los padres de la tierra y lo que puede llegar a dar el Padre del Cielo. Eso es evidente, pero no deja de haber un gran salto en la forma en que Jesús lo plantea. Los padres de la tierra dan a sus hijos simples alimentos: pescado, huevo… el Padre del Cielo, Padre providente, podría dar -y nos da, también- esos y otros muchos bienes materiales necesarios... pero Jesús va directamente al bien más grande que podemos pedir y que el Padre quiere darnos: el Espíritu Santo.

Ahora bien, leyendo un poco más de la Palabra de Dios, y poniéndonos a pensar, podemos relacionar ese pedido del Espíritu Santo con la enseñanza del Padrenuestro. Escuchemos lo que dice san Pablo:

Dios infundió en nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama a Dios llamándolo “¡Abba!”, es decir, “¡Padre!”. (Gálatas 4,6)

Eso está en la carta a los Gálatas. Y en la carta a los Romanos leemos:

Ustedes no han recibido un espíritu de esclavos para volver a caer en el temor, sino el espíritu de hijos adoptivos, que nos hace llamar a Dios “¡Abba, Padre!” (Romanos 8,15)

¿Qué es eso de “Abba”? Esa es la palabra aramea, la lengua que hablaba Jesús, para nombrar al Padre; pero no solemnemente, sino de manera familiar, cariñosa, como lo hacen los niños. La podríamos traducir como “papá”. Pero, para llamar a Dios “Abba”, san Pablo nos enseña que necesitamos la ayuda del Espíritu Santo. Con esa ayuda comprendemos más profundamente qué significa ser hijos e hijas de Dios. Así podemos sentirnos pequeños y entrar, junto con Jesús, en intimidad con el Padre que nos ama y al que amamos. Pablo nos dice, también, que el Espíritu Santo nos ayuda a rezar adecuadamente, a pedir lo que de verdad necesitamos:

Igualmente, el mismo Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad porque no sabemos orar como es debido; pero el Espíritu intercede por nosotros con gemidos inefables. (Romanos 8,26)

El Padrenuestro no es una fórmula mágica, o sea, no basta con decirla para que algo se produzca. Rezar el Padrenuestro nos compromete. Si reconocemos a Dios como Padre, no podemos menos que buscar vivir como hijos e hijas suyos. Jesús no sólo nos enseña cómo y qué rezar, sino que, al mismo tiempo, nos está enseñando cómo deberíamos ser y cómo deberíamos vivir, para que nuestra oración sea cada vez más verdadera. Tal vez muchos de ustedes hayan leído aquello que dice «No digas “Padre” si cada día no te comportas como su hijo; no digas “Nuestro” si vives aislado en tu egoísmo» y así, sucesivamente, con cada palabra de la oración que nos enseñó Jesús. La advertencia está bien, para que nos tomemos muy en serio lo que rezamos; pero no todo se resuelve con un poco más de voluntad de parte nuestra. Más bien necesitamos seguir rezando y pidiendo que el Espíritu venga en ayuda de nuestra debilidad, para fortalecernos y confortarnos mutuamente en el seguimiento de Jesús.

En esta semana

Hoy, 24, se celebra la II jornada mundial de los abuelos y mayores. Se hace el domingo cercano a la memoria de san Joaquín y santa Ana, padres de la Virgen María, abuelos de Jesús, que es el martes 26. El lema de esta jornada está tomado del salmo 92 y es "En la vejez seguirán dando fruto".

El lunes 25 es la fiesta de Santiago apóstol. Se trata del hijo de Zebedeo y hermano de Juan. Se le llama “el mayor” para distinguirlo del otro Santiago, “el menor”, hijo de Alfeo. Los Hechos de los Apóstoles dan referencia de su martirio: el rey Herodes Agripa “hizo arrestar a algunos miembros de la Iglesia para maltratarlos. Mandó ejecutar a Santiago, hermano de Juan” (Hechos 12,1-2). Según una antigua tradición, su cuerpo fue llevado a Galicia y enterrado en el “Campo de las Estrellas”, es decir “Compostela”. Las peregrinaciones a la tumba dieron origen al “camino de Santiago”.

El viernes 29 recordamos a los tres hermanos amigos de Jesús: Marta, María y Lázaro, que lo recibieron junto con sus discípulos en su casa de Betania. Pidamos su intercesión para crecer cada día en amistad con el Señor. Gracias, amigas y amigos, y que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén. 

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