miércoles, 17 de enero de 2018

Conviértanse y crean en el Evangelio (Marcos 1,14-20)





Silbato final. “Tiempo cumplido”. El partido ha terminado. El plazo se ha acabado. Hay que entregar la hoja del examen. Hay que pagar la factura vencida. Hay que llegar a la sala de partos. “Tiempo cumplido”. Una puerta se cierra, otra se abre. Una etapa terminó; otra se inicia. Algo queda definitivamente en el retrovisor, pero adelante el horizonte sigue abierto.
«El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en el Evangelio»
Con estas palabras, nos dice el evangelista Marcos, comenzó Jesús a realizar su misión.

“El tiempo se ha cumplido:”

El tiempo cumplido está formado por un tiempo largo y un tiempo corto. Tiempos de Dios.
Un tiempo largo que Dios inicia con la Creación; que continúa con la elección de un pueblo, el Pueblo de Dios, un pequeño grupo humano que se distingue en la antigüedad por su fe en un único Dios. Un pueblo que hace un largo y sinuoso camino, con alegrías y pesares, con fidelidades e infidelidades, pero siempre transitado en la esperanza.
Un tiempo corto: es el del último de los profetas de ese pueblo, Juan el Bautista, al que le toca señalar entre los hombres al “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”, es decir, al mismo Jesús.
Con Jesús comienza una nueva era. No hay que esperar más. Ha llegado el momento, el momento decisivo, de revelar a la humanidad algo importante. Algo que exige la mayor atención.

“El Reino de Dios está cerca”.

Esa es la noticia que trae Jesús. Ningún profeta había anunciado algo como esto. Dios no quiere dejarnos solos ante nuestros problemas, sufrimientos y desafíos. Dios quiere intervenir en la vida de las personas. Dios es un Padre que quiere la vida, la felicidad y la salvación de toda su creación, empezando por cada uno de los hombres y cada una de las mujeres; sus hijos e hijas que forman esta humanidad a la que Él ha llamado a la vida. El Reino de Dios es la fuerza, la presencia, la voluntad salvadora de Dios… presencia que está, como concentrada, manifestándose en la persona misma de Jesús, en sus palabras y en sus acciones.

“Conviértanse”

Si eso es así, ya no se puede vivir como si nada estuviera sucediendo. Por eso Jesús dice: “conviértanse”. Dios no hará nada sin nosotros. Hay que cambiar de manera de pensar y de actuar. Confiar en la bondad de Dios, creer en el amor que Dios nos ofrece y corresponder a ese amor. A partir de allí, orientar nuestra vida de acuerdo con la voluntad de Dios, que quiere lo mejor para todos. Mirar a cada persona como a un hermano o a una hermana. Tratar mejor a mi prójimo, ese hermano o esa hermana que Dios me ha dado.

“Crean en el Evangelio”

Todo se resume en el último llamado que hace Jesús: “crean en el Evangelio”. Evangelio significa literalmente “buena noticia”, “buen anuncio”. Pero no se trata solamente de eso. No se trata de creer o no creer una noticia, dar por cierta una información que se nos proporciona.

Se trata de creer en Jesús mismo, porque Él es el Evangelio. Jesús es la fuerza, el poder de Dios actuando. El primero que lo explicó así fue San Pablo:
«No me avergüenzo del Evangelio, que es fuerza de Dios para salvación de todo el que cree» (Rom 1,16)
El Evangelio es fuerza de Dios. Esa es la fuerza con la que Jesús actúa. Es la que se manifiesta en sus milagros. Esa fuerza de Dios alcanza su punto culminante en la cruz, como dice otra vez san Pablo:
«La predicación de la cruz es una necedad para los que se pierden; mas para los que se salvan -para nosotros- es fuerza de Dios» (1Cor 1,18)
El Evangelio, en último término, se identifica con Cristo crucificado:
«Nosotros predicamos a Cristo crucificado... fuerza de Dios y sabiduría de Dios» (1Cor 1,23.24).
Cristo crucificado es el Evangelio, porque es la prueba del amor de Dios:
«La prueba de que Dios nos ama es que, siendo nosotros pecadores, Cristo murió por nosotros» (Rom 5,8).
Entonces… el Evangelio es mucho más que un texto… Marcos llama a su texto “Evangelio” porque por medio de ese escrito Marcos quiere anunciar el amor de Dios que se ha manifestado en Jesús crucificado. Eso es lo que reconoce el Centurión romano que, contemplando a Jesús que acaba de morir, exclama “verdaderamente éste era el Hijo de Dios”.

Para algunos el Evangelio puede ser una necedad… para los que se salvan, es fuerza de Dios. A lo largo de este año iremos escuchando y reflexionando cada domingo las páginas del evangelio de Marcos. Desde allí, Jesús nos seguirá diciendo: “conviértanse y crean en el Evangelio”.

Creer en el Evangelio no es, entonces, simplemente creer que es verdad, aceptar como verdad lo que dice. Creer en el Evangelio es dejar que esa verdad se haga parte de mi vida. Una parte central, no un accesorio. Una columna vertebral, un pilar sobre el cual mi vida se construye. Una verdad que me vincula a otros hermanos y hermanas que han creído y tienen fe en Jesús de Nazaret.

“Conviértete y cree en el Evangelio”. El mensaje sigue vigente, porque el tiempo que Jesús inició sigue abierto. Dios sigue llamando a los hombres, hasta que Él decida hacer sonar el silbato final. Mientras tanto, seguimos en la cancha y todo es posible.

No hay comentarios: