domingo, 26 de febrero de 2017

Hna. Sarita: 25 años de vida consagrada

Hnas. Doroteas en la celebración de sus 25 años en Uruguay (2010)
La Hna. Sarita es la quinta desde la izquierda

Melo, Domingo 26 de febrero de 2017
Hna. Sarita Rocha ISDC
Parroquia Jesús Buen Pastor, Melo

Querida Hermana Sarita:

El próximo miércoles 1 de marzo, Miércoles de Cenizas, cumples tus veinticinco años de vida consagrada. El comienzo de la Cuaresma no es precisamente el mejor día para una celebración como ésta, y se ha previsto festejarlo este domingo. Sé que la comunidad parroquial te ha preparado muchas expresiones de cariño, incluyendo algunas sorpresas.

Mi salud, aunque sensiblemente mejor, me impide estar presente físicamente, como mucho me gustaría. De todos modos, no puedo dejar de enviarte este saludo.

Providencialmente, el Evangelio de hoy tiene un mensaje que, si bien nos cabe a todos los bautizados que queremos seguir a Jesucristo en los diferentes estados de vida, toca de manera muy especial a quienes, como tú y tus hermanas de Santa Dorotea de Cemmo, quieren seguirlo en la vida consagrada.

Jesús nos dice, muy claramente “busquen primero el Reino de Dios y su justicia y todo lo demás les será dado por añadidura” (Mateo 6,33). Nos llama a desprendernos de preocupaciones y apegos innecesarios para poner nuestra confianza en el que nos llamado, creyendo que si buscamos sinceramente su Reino, nada nos faltará, porque “una sola cosa es necesaria” (Lucas 10,42).

En otro pasaje del Evangelio, Jesús dice: “quien haya dejado casas, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o hijos o tierras por mi nombre, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna” (Mateo 19,29). El Señor te ha concedido la gracia de celebrar estos veinticinco años aquí en Melo, donde está tu familia de sangre, pero también con los hermanos y hermanas de la comunidad a la que estás sirviendo.

Finalizo con las palabras de una joven mujer, que a sus dieciocho años escribía: “Amaré a Dios con todo el corazón porque Él fue el primero en amarme y procuraré que mi amor sea de obras”. Esa mujer joven se llamaba Annunciata Cocchetti, a quien hoy veneramos como beata. Mucho después vendría la fundación de las Hermanas de Santa Dorotea, pero ya estaba en ella el amor que animaría siempre su camino, especialmente hacia los jóvenes pobres y sin escuela.

Ése, Hermana Sarita, es el camino por el que Jesús te ha llamado y te ha seguido llevando. En la Diócesis de Melo estamos felices de haber compartido contigo una parte de ese peregrinar y esperamos seguirla compartiendo, aquí o dondequiera que el Señor te llame mañana.

A ti, a tu familia y a todos los presentes: Que nuestro Señor Jesucristo permanezca con ustedes para defenderlos, que vaya delante de ustedes para guiarlos y detrás de ustedes para protegerlos, que el cuide de ustedes, los conserve y los bendiga. Y la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre ustedes y permanezca siempre. AMEN.

+ Heriberto, Obispo de Melo

viernes, 24 de febrero de 2017

Enfoques Dominicales. Vale más la vida que la comida (Mt 6, 24-34). Audio.

Enfoques dominicales. Vale más la vida que la comida. Mt 6, 24-34

Padre Mamerto Menapace
Reflexión a partir del Evangelio correspondiente al VIII Domingo del Tiempo Ordinario, ciclo A, 26 de febrero de 2017.

Voy a empezar esta vez con un cuento que le escuché al Padre Mamerto Menapace en la grabación de una visita que él hizo a la Universidad Católica del Uruguay allá por marzo de 1997.

Mamerto Menapace, para quienes no lo conozcan, es un monje benedictino argentino. En Uruguay sabemos muy poco de los benedictinos. Fueron fundados por San Benito en el siglo VI, al comienzo de la Edad Media. Desde entonces, los benedictinos viven en monasterios, comunidades dirigidas por un abad, donde se sostienen con su trabajo. Su regla se resume en “ora et labora”, es decir, “reza y trabaja”. Su tiempo está organizado para que las dos cosas tengan un lugar importante a lo largo de la jornada, sin olvidar el alimento y el descanso.
El Padre Mamerto, que tiene hoy 75 años, ha sido abad en el monasterio de Los Toldos, en la provincia de Buenos Aires. Allí estuve una semana con él, en el año 2003, haciendo un retiro, preparándome para mi ordenación episcopal.

Es un hombre de Dios y, por eso mismo, un hombre con gran sabiduría y gran sentido del humor. Ha escrito muchos libros, con cuentos muy graciosos, pero que siempre dejan una enseñanza. Muchos de esos cuentos han sido grabados en video y los podemos buscar y escuchar. Uno de esos cuentos (que no encontré en esos videos) viene a propósito del Evangelio de hoy.

Monjes trapenses. Azul, Provinicia de Buenos Aires
Contaba Mamerto que una vez, un sacerdote joven se sentía en crisis. Sentía que estaba aflojando en su servicio a Dios y a los hermanos, que estaba siendo débil frente a muchas tentaciones. Entonces le pidió a Mamerto ir a pasar unos días al monasterio para serenarse, rezar y buscar reordenar su vida. Pero Mamerto no estaba en la fecha que él quería, y le propuso ir a otro monasterio. El monasterio de los monjes trapenses, donde hay un voto de silencio. Mamerto le dijo “lo que vos necesitás es silencio”.

El joven sacerdote se asustó un poco ante esa perspectiva de tanto silencio, pero aceptó. Pero se fue preparado por las dudas.
Al segundo día, uno de los monjes lo visitó y lo encontró escuchando música. No en el celular, como haría mucha gente hoy, sino en un aparato que, en aquel momento, era lo último en el mercado: un discman. ¿Se acuerdan los mayores? Yo también tuve uno.
Servía para escuchar CDs, discos compactos. Pero este discman, además, venía con unos auriculares impresionantes, de gran fidelidad, totalmente aislados al ruido exterior.

El joven sacerdote tenía la puerta del cuarto abierta. El monje golpeó a la puerta y entró, pero el curita no lo oyó, y se sorprendió… Al ver al monje, vestido con su sencillo hábito, casi un delantal de trabajo, se avergonzó un poco de haber introducido ese despliegue tecnológico en el monasterio. Se había ido con varios discos, con música para distintos momentos… música de Bach para poner de fondo mientras rezaba, folklore para el mate de la mañana, tango para la noche… Un poco avergonzado, como decíamos, le mostró al monje su aparato. El monje, que vivía en aquel mundo silencioso, miró todo eso con mucha curiosidad y le preguntó cómo funcionaba. Al ver su interés, el curita se entusiasmó y le hizo escuchar alguna pista de cada disco, le mostró como se podía programar el aparato, como manejar el ecualizador de los auriculares. El monje disfrutaba como un niño, manipulando el discman, poniéndolo en modo aleatorio, en modo sample, en orden programado a gusto. Más graves, más agudos… El cura sonreía, feliz. Pero entonces el monje se sacó los auriculares y se los devolvió diciendo: “Es fantástico. Increíble. Se escucha de una manera como no había escuchado nunca la música.”
“¿Le gusta?” preguntó el sacerdote.
“Sí, me gusta. Muchísimo” dijo el monje y con una gran sonrisa agregó: “y lo que más me gusta… es que no lo necesito”.
Entonces, sin haber leído todavía el evangelio, la primera reflexión ya sale de este cuento. ¿Qué es lo que realmente necesito?

En el Evangelio para este domingo Jesús nos dice “no se inquieten por su vida, pensando qué van a comer o qué van a beber; ni por su cuerpo, pensando con qué se van a vestir. ¿No vale acaso más la vida que la comida y el cuerpo más que el vestido?” (Mateo 6,25).

Ciertamente, comida y vestido son dos necesidades básicas, fundamentales. Sin agua, en primer lugar, sin alimentos, no podemos subsistir. Dar de beber al sediento, dar comer al hambriento, vestir al desnudo, son obras de misericordia corporales que Jesús mismo indica, diciendo incluso que vamos a ser juzgados por cómo actuemos frente a esas necesidades de los demás.

Sin embargo, muchas veces esto deja de ser una necesidad básica, para convertirse en una necesidad de otro tipo. Ya no se trata de tener qué comer o con qué vestirse cada día. Cuando la vida empieza a girar alrededor de la comida, buscando una delicia nueva, un nuevo sabor a experimentar; cuando la vida gira alrededor de la ropa y el vestido ya no vuelve a ser usado porque ya todos lo vieron, se entra en una forma de apetito, de deseo, que nada puede colmar. Ni hablemos de todo lo que nos va presentando la tecnología, como decimos ahora. El aparato nuevo llamará nuestra atención, nos encantará… pero luego cada cosa se hará tediosa y reclamará la búsqueda de algo nuevo que provea de una satisfacción pasajera, que vuelve a dejar insatisfecho.

Jesús va más lejos y señala otra realidad que puede apoderarse de nuestra vida. “Nadie puede servir a dos señores porque aborrecerá a uno y amará al otro, o bien, se interesará por el primero y menospreciará al segundo. No se puede servir a Dios y al dinero.” (Mateo 6,24).

Cada cosa que se convierte en el centro de nuestra vida, de todas nuestras preocupaciones y de toda nuestra atención, se convierte en un falso dios, en un ídolo. El ídolo es un “dios” (entre comillas) que permanentemente pide sacrificios, dándonos la ilusión de que nos concederá la felicidad, pero no nos entrega nada.

Por eso, este pasaje del Evangelio concluye con estas palabras de Jesús: “Busquen primero el Reino de Dios y su Justicia, y todo lo demás se les dará por añadidura. No se inquieten por el día de mañana: el mañana se inquietará por sí mismo. A cada día le basta su propio afán”. (Mateo 6,33-34).

Escuchemos bien lo que Jesús dice. El acento no está puesto sobre las palabras “no se inquieten”. Lo primero que Jesús dice es: “busquen primero el Reino de Dios y su Justicia”. No nos tendremos que inquietar por lo demás, porque, Jesús promete “todo lo demás se les dará por añadidura”.

¿Qué significa “buscar primero el Reino de Dios”? Para explicarlo de la manera más sintética posible, yo diría que el Reino de Dios es el cumplimiento de la voluntad de Dios. San Pablo, en una de sus cartas resume así la voluntad de Dios: “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tim 2,4). La voluntad de Dios es una voluntad de salvación para toda la familia humana, a través de la reconciliación con Dios de cada uno de nosotros y entre nosotros. La salvación es una comunidad humana reconciliada con Dios y entre sí. Cuando ayudo a una persona o a un grupo humano a encontrarse con Dios para superar o liberarse de todo aquello que los destruye, los esclaviza, los denigra y reconciliarse con Dios y con los demás, estoy buscando primero el Reino de Dios.

Padre Cacho
En estos días se ha anunciado el inicio del proceso con el que se busca que un sacerdote uruguayo, Ruben Isidro Alonso, el Padre Cacho, sea reconocido por la Iglesia como santo. Cacho fue un hombre que vivió buscando el Reino de Dios y se fue a vivir entre los más pobres, los más despreciados, los más marginados. No se trata de que todos hagamos lo que él hizo, en esa forma radical; pero si ponemos primero en nuestra vida la búsqueda del Reino de Dios, en lugar de cosas que nunca nos van a llenar, descubriremos que lo mejor que podemos hacer es “amontonen tesoros en el Cielo, donde ni la polilla ni la herrumbre echan a perder las cosas y donde los ladrones no perforan los muros y roban” (Mateo 6,20).

domingo, 19 de febrero de 2017

Como conocí al Padre Cacho.


Carta del Padre Cacho al joven maestro Beto Bodeant, 27 de octubre de 1975


Prolegómenos

En 1969 yo estaba cursando el tercer año de Liceo en Young y cumplí mis 14 años. Ese año el locutor Rubén Castillo presentó en su programa de Radio Sarandí un disco (de vinilo, claro), recién aparecido: Poetas Andaluces, del grupo español Agua Viva. La música del grupo me produjo una fuerte impresión por su originalidad, su calidad y su mensaje. En un viaje a Fray Bentos lo encontré en una librería, vi que me alcanzaba la plata… y lo compré. Lo escuché muchas veces, me aprendí de memoria las letras de muchas canciones. Me gustó mucho.

Un año después, yo estaba terminando mi último año de Liceo, cuando se presentó en el Club Social y Deportivo de Young el grupo Viva la Gente. Por esos tiempos yo arañaba la guitarra e intentaba cantar en medio del cambio de voz de la adolescencia. Ya había participado en “orquestitas” formadas con amigos que estaban, como yo, en sus muy precarios comienzos. El recital de Viva la Gente me entusiasmó mucho. Era algo completamente distinto. Una pequeña orquesta (los jóvenes de hoy dirían una banda) de dos guitarras, bajo y batería, pero un grupo de cantantes y bailarines (algo como lo que podría ser hoy un grupo de parodistas) dejando el alma en el escenario y cantando unas letras que trasmitían un mensaje positivo y entusiasmante: Viva la Gente, ¿De qué color es la piel de Dios? son las dos más recordadas.

Yo no tenía idea de dónde venía el grupo que había visitado Young, pero me sorprendí y alegré al saber que eran de Paysandú. Ahí al lado, apenas a 60 km. Escuchándolos pensé que una canción como La unión del mundo de mi admirado Agua Viva encajaría muy bien en el repertorio de Viva la Gente.

El asesor

Al año siguiente, 1971, me traslado a Paysandú para estudiar magisterio. No sé cómo averigüé dónde se reunía Viva la Gente, y caí por allá, sin saber exactamente qué era lo que me proponía, salvo decirles algo como “yo conozco una canción que ustedes podrían cantar”… pero también ganas de sumarme al grupo, cantar con ellos.

El grupo se reunía en uno de los salones del complejo que forman la iglesia de la Parroquia San Benito (la basílica, como la llaman habitualmente los sanduceros) y el Colegio Nuestra Señora del Rosario, todo a cargo de los Padres Salesianos. Llegué a una hora de reunión o ensayo, me presenté, dije que me interesaba el grupo y los que me recibieron me llevaron a hablar con el asesor, un flaco alto; pantalón gris, camisa blanca, pelo un poco largo: el salesiano Rubén Isidro Alonso, el “Padre Cacho”.

Mi primer encuentro con Cacho no fue muy estimulante para mí. Me explicó que Viva la Gente no era simplemente un grupo de canto. Que el mensaje que llevaban venía de un trabajo de reflexión en el grupo, de buscar vivir los ideales que después querían transmitir con el canto. Me invitó a venir a las reuniones, pero me quedó claro que llegar a cantar no iba a ser algo muy cercano… y allí terminó para mí la cosa. No volví.

Sin embargo, Cacho retuvo la cara de ese jovencito que había venido de Young a estudiar magisterio. No sé hasta dónde me siguió el rastro hasta la siguiente vez que volvimos a vernos, uno o dos años después; pero tal vez supo que yo era pensionista en el Colegio Don Bosco, al lado de la Parroquia de San Ramón, en el barrio del Puerto de Paysandú, donde había otra comunidad salesiana. El caso es que por allí nos volvimos a cruzar con Cacho y me tiró de nuevo y de pasada una invitación: “tenés que venir por acá con tus compañeros de Magisterio”. Pero yo no me sentía llamado a ser un joven apóstol de otros jóvenes y no le di bolilla. Sin embargo, no dejé de darme cuenta de que Cacho me había “fichado”.

Un servicio en la Iglesia

Como suele decirse, la tercera es la vencida. Esta vez Cacho me encontró en mis propios pagos, en la Parroquia de Young. Era el año 75. Yo había terminado magisterio en diciembre del 74 y había vuelto a mi pueblo. En enero ya estaba en el grupo de jóvenes de la Parroquia participando en una misión en Sauce. En Semana Santa había estado en un encuentro nacional de Pastoral Juvenil en San José. O sea, ya estaba metido adentro. Es así que cuando Cacho planteó que buscaba en cada parroquia jóvenes que “estén dispuestos a prestar un servicio en la Iglesia” yo agarré viaje. Recuerdo esas palabras de Cacho, porque no dejaban de ser un poco misteriosas. ¿Qué quería decir “prestar un servicio en la Iglesia”? Todavía me lo sigo preguntando, porque a lo largo de mi vida eso ha tenido mil respuestas, y estoy seguro de que me quedan aún muchas por descubrir. Pero en aquel momento se trataba de participar en lo que se llamó el “Primer Seminario Diocesano de Pastoral Juvenil”, una reunión en la Casa Diocesana de Salto de delegados jóvenes de las parroquias de la Diócesis.

Por aquel tiempo, Cacho era el asesor diocesano de Pastoral Juvenil, pero estaba en un proceso de cambio. Iba a salir de la Diócesis para, con otros dos salesianos, formar una comunidad que iba a vivir en un ranchito en uno de los barrios pobres de Rivera. Antes de irse, Cacho quería que quedara organizada la Pastoral Juvenil diocesana.

A mediados de los años 70, la acción pastoral de la Iglesia en el mundo juvenil venía de la Acción Católica, con sus ramas juveniles, algunas más desarrolladas, otras menos: Juventud Estudiantil Católica (JEC), Obrera (JOC), Agraria (JAC). La reunión nacional de Pastoral Juvenil en la que yo había estado en Semana Santa en San José había estado precedida por otra, en los días previos, que había marcado el final de esas organizaciones “ambientales” para privilegiar el agrupamiento de los jóvenes en las parroquias: lo que hoy en el Uruguay llamamos Pastoral Juvenil.

El Seminario al que había convocado Cacho era una reunión de estudio (por eso lo de Seminario) y reflexión. Había gente de Artigas, Salto, Paysandú, Young y de algunos otros lados. Unos ocho o diez. Estudiamos pasajes del decreto del Concilio Vaticano II sobre el Apostolado de los Laicos, Apostolicam Actuositatem y la parte de las conclusiones de la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano (Medellín, 1968) dedicada a Juventud.

De allí surgieron unas conclusiones que buscaban dar una orientación a la Pastoral Juvenil diocesana marcando un fuerte protagonismo de los jóvenes, con las características de un movimiento laical.

Algún tiempo después, Cacho marchó a Rivera, el Obispo nombró como asesor al P. Víctor Couto, hubo una nueva convocatoria diocesana, más participación, más reflexión, y aquellas conclusiones quedaron un poco de lado. Sin embargo, para varios de los que estuvimos con Cacho aquellos días, ese encuentro fue una “experiencia fundante” para nuestro compromiso con la Iglesia.

¿Qué quedó de estos encuentros con Cacho en los ’70? Un pastor que conoce a sus ovejas, que las tiene presentes, las recuerda, las busca con cariño. Un pastor con una gran confianza en los jóvenes, en sus posibilidades y capacidades. Un formador (al igual que después lo fue Víctor Couto) que no tenía ningún reparo en poner en manos de los jóvenes los documentos de la Iglesia y hacerlos leer, reflexionar y buscar la forma de ponerlos en práctica.

Nueva Esperanza

En 1980, tal vez entendiendo un poco más aquello de “prestar un servicio en la Iglesia” entré en Montevideo al Seminario Interdiocesano, como seminarista de la Diócesis de Salto.

Uno de los cuatro pilares de la formación sacerdotal (junto a la vida espiritual, la vida comunitaria y la formación intelectual) es la práctica pastoral. Yo fui enviado a la Parroquia de Paso Carrasco, en Canelones (nada que ver con Carrasco de Montevideo, salvo por el arroyo que los separa). Allí, entre otras actividades, trabajé mucho en el boletín parroquial, unas páginas impresas a mimeógrafo bajo el título de La Voz de Todos, que pretendían recoger no sólo la vida parroquial, sino también la vida del barrio.

Esa experiencia llevó a que uno de mis formadores, el P. Pablo Bonavía, me sugiriera que podía dar una mano al Padre Cacho, que había empezado a hacer un boletín con esas características en la zona de Aparicio Saravia y Timbúes.

Fue así que volví a encontrarme con Cacho. Yo había cambiado mucho desde aquel para mí lejano ‘71 en el que nos conocimos, pero él era el mismo flaco… salvo por su impresionante barba de profeta.

La cuestión de la barba no me llamó mucho la atención. Cuando fui conociendo a algunos de los vecinos del barrio que participaban en la obra y que colaboraban en el boletín, tampoco me llamó la atención verlos de barba. No sabía todavía que esa barba estaba motivada por una promesa.
Cacho vivía en un ranchito de lata que le habían ayudado a construir los vecinos… un ranchito igual al de muchos de ellos (más chico, porque Cacho vivía solo).

El ranchito estaba al lado de un salón comunal, en el que había además duchas y lavaderos. Cacho contaba que eso era lo que había pedido la gente, después de varias reuniones bajo la sombra de un ombú: un lugar para reunirse, donde además fuera posible lavar la ropa y bañarse, “porque si vas a pedir trabajo, mugriento y jediento y encima ‘del cante’ no llegas ni a entrar”. Cacho me explicó también que no siempre las necesidades que veíamos desde afuera son las que más sienten y sufren quienes viven en el cantegrill.

En el salón comunal se hacían reuniones semanales. La gente del barrio se organizaba para construir viviendas por ayuda mutua. Y allí apareció el tema de la barba: la promesa era no afeitarse la barba hasta que el último de los vecinos que participaba en el proyecto entrara en su casita.

Y ese día llegó, efectivamente… De pronto, todos los hombres parecían más jóvenes. Recuerdo al herrero, el “Manco” Telman, con el pelo corto, bien peinado para atrás y unos bigotes recortados, tipo actor de película de los ’40. Cacho apareció con ese rostro que es el que todos más recordamos, en el que se lee al mismo tiempo el agobio de la cruz y la luz de una esperanza irreductible.

Las paradojas del Evangelio


Las palabras de Jesús que conocemos como las “bienaventuranzas” aparecen en los evangelios de San Lucas y de San Mateo. Mientras que en Mateo aparece en forma explícita una dimensión espiritual (“pobres de espíritu”, “hambre y sed de justicia”), en Lucas son proclamados felices (bienaventurados) los pobres, los que tienen hambre, los que lloran, los perseguidos. Felices… ¡en esas situaciones! Desde luego, hay un porqué de ese anuncio, hay una promesa para todos los que sufren: el Reino de Dios. Pero la lectura de las primeras líneas choca, golpea: “felices los pobres…”, “felices los que tienen hambre…”

Cacho tenía ese sentido de la paradoja evangélica. Uno quisiera haber atesorado algunas de las frases que expresaban esa fina sensibilidad. Afortunadamente, me llegó la que sería tal vez una de las últimas.

Cuando estaba ya en la etapa terminal de su enfermedad, internado en el Hogar Sacerdotal, Cacho recibió a una de las señoras que solía colaborar con él en el barrio. Ella llegó y le preguntó “¿Cómo estás, Cacho?”.

A esa pregunta, los uruguayos a veces damos una respuesta desafiante: “¿te digo ‘bien’ o te cuento?”. No puedo imaginarme que el tono de la pregunta de la persona amiga mereciera esa respuesta. La imagino preguntando desde el fondo de su corazón, esperando también una respuesta que brotara desde lo más íntimo. Y su pregunta auténtica, halló auténtica respuesta, expresada con el sentido de la paradoja evangélica que tenía Cacho: “estoy curado”.
+ Heriberto, Obispo de Melo.

Una canción de aquellos años ‘80:


Estrofa inicial: versos del “Manco” Telman, el herrero del barrio.
La canción nació una noche en que tomé el ómnibus 155 para ir a una reunión en el centro San Vicente. En una de sus vueltas, después del Cementerio del Norte y antes de tomar Bvar. Aparicio Saravia, se pasaba por una zona muy oscura y, desde allí, se veían, con todo su brillo, las luces del centro de Montevideo. La lluvia, dándonos un cielo totalmente cubierto, acrecentaba la oscuridad. Me acordé también de lo que decía la gente: “el frío no es nada: te abrigás o hacés un fuego, y ya está. Pero la lluvia se te mete por todos lados en el rancho”.

Recitado:
La pobreza rumia el alma
del pobre que desespera.
Lucha de cualquier manera
con tal de sobrevivir.
No nació para sufrir
ni pa’aguantar tantos males
Si yo estoy en mis cabales
digo desde lo profundo:
cuando Dios nos trajo al mundo
nos trajo a todos iguales.

Dos mundos me mostrás vos,
Montevideo ciudad:
uno que está allá en la luz
y este otro en la oscuridad.

Por Aparicio Saravia el 155
apura sus ruedas lentas para no ver los ranchitos.
La lluvia cae sin lástima entre basuras y latas;
la noche tragó a los niños
y sin embargo ahí están.

Y en medio de tanta noche tiembla el brillo de un farol:
la casa del Manco Telman guarda un poco de calor.
Es el herrero del barrio, es su poeta y su voz:
armando ruedas de carro, canta un mañana mejor.

Sueña con casitas blancas, vecinos en unidad;
no se afeitará la barba hasta verlo realidad.
Dos mundos me mostrás vos, Montevideo ciudad:
ese que está allá en la luz
y este que la alcanzará.

El Cardenal Daniel Sturla anunció que el Padre “Cacho” es Siervo de Dios y comienza su proceso de beatificación y canonización

(NOTICEU, Montevideo, 19 de febrero de 2017)

La Santa Sede autorizó el comienzo de la causa formal de canonización del Padre Ruben Isidro Alonso, Padre “Cacho” y a partir de ahora es “Siervo de Dios”. En marzo comenzará oficialmente su proceso de canonización y beatificación.

El Arzobispo de Montevideo, Cardenal Daniel Sturla, lo anunció esta mañana en su programa radial “La Alegría del Evangelio”, en Oriental 770 AM, señalando que se trata de una Buena Noticia que “nos llega de alegría”, referida a “una figura entrañable para la Iglesia uruguaya y la Iglesia de Montevideo” e invitó a pedir su intercesión con vistas a su beatificación y canonización.
El Arzobispo de Montevideo informó que el postulador de la causa, Pbro. Daniel Bazzano, realizó “un trabajo muy bien hecho” de acuerdo al procedimiento, que incluyó una breve biografía, el relevamiento de testimonios de personas que conocieron al Padre Cacho para saber si en verdad su vida fue ejemplar y virtuosa.
Hace unos días, la Congregación para la Causa de los Santos en la Santa Sede dio el llamado “nihil obstat” es decir, la autorización para que comience el proceso con vistas a la beatificación y posterior canonización.
Ya se mandaron a imprimir estampitas con la imagen del Padre Cacho y una oración para que se pueda orar pidiendo su intercesión.
“Siento la imperiosa necesidad de vivir en un barrio de pobres y hacer como hacen ellos. Necesito encontrar a Dios entre los que más sufren… Sé que vive allí, que habla su idioma, que se sienta a su mesa, que participa de sus angustias y esperanzas”. Con esta certeza llegó en 1977 el Padre Cacho a Montevideo, luego de prestar su servicio ministerial en Salto, Paysandú y Rivera y se la plantea al entonces Arzobispo de Montevideo, Mons. Carlos Parteli Se instala, entonces, en el barrio las Acacias, al norte de la ciudad, a pocas cuadras del “cantegril” de Aparicio Saravia. Murió el 4 de setiembre de 1992 y sus restos fueron transportados por un carrito de clasificadores hasta el Cementerio del Norte.
Desde entonces fueron varias las voces que coincidieron en otorgarle “fama de santidad”.

BREVE BIOGRAFÍA
Ruben Isidro Alonso nació el 15 de mayo de 1929. Hijo de los primos Dámaso Alonso, panadero, y María Alonso, lavandera. A los 12 años ingresó a la casa de formación de la congregación salesiana. Se ordenó sacerdote en noviembre de 1959. El Concilio Vaticano II, el despertar de la voz de la Iglesia latinoamericana con Medellín y Puebla, la Teología de la Liberación y la Educación Popular constituyeron un escenario donde se proyectó desde su vocación.
Trabajó como catequista en Montevideo y Paysandú;  en 1973 lo nombraron primer Asesor Diocesano de la naciente Pastoral Juvenil de la Diócesis de Salto.  En 1975, con dos compañeros salesianos, inspirados en la experiencia de los curas obreros, se fue a vivir a un barrio en los márgenes de la ciudad de Rivera. En el año 1977 llegó a Montevideo deseoso de profundizar en esa manera de vivir su sacerdocio: ser un vecino más. Así descubre la zona de Aparicio Saravia, el lugar de sus amores, donde plantó su tienda para no marcharse jamás. El 4 de setiembre de 1992 parte su cuerpo  en un carrito tirado por un caballo blanco. Una caravana silenciosa de hombres, mujeres, niños y perros lo acompañan.

EL CAMINO A LA SANTIDAD
El camino hacia la santidad tiene varios escalones: El título “Siervo de Dios” se otorga cuando comienza oficialmente la causa de un “candidato a la santidad”, después que la Santa Sede autoriza la apertura del proceso, ya que comprueba que el candidato tiene “fama de santidad”.
Luego, se estudia en profundidad su vida para comprobar que ha vivido heroicamente las virtudes humanas y cristianas. Si esto se comprueba, y después de pasar por dos tribunales, el Santo Padre firma el decreto que declara al siervo de Dios como venerable. Seguidamente pasa a ser beato y, finalmente, santo. Para que un venerable sea beatificado es necesario que se haya obtenido y comprobado un milagro debido a su intercesión y para que sea canonizado es necesario un segundo milagro. Ese segundo milagro debe ocurrir después de ser proclamado beato.

¿Qué son las virtudes heroicas?
En el estudio de la vida de las personas que tienen fama de santidad se trata de investigar si han vivido las virtudes humanas y cristianas en grado heroico, es decir con una fidelidad que va más allá de lo común y que supone una repuesta generosa a la Gracia de Dios. Estas virtudes “humanas” son las clásicas del mundo griego: prudencia, fortaleza, justicia y templanza. A ellas se suman las virtudes cristianas de la fe, la esperanza y el amor.

Padre Juan Masnou (1931-2017). Peregrino en busca de una Patria.

Barcelona, 30 de enero de 2016
“Los que tal dicen, claramente dan a entender que van en busca de una patria; pues si hubiesen pensado en la tierra de la que habían salido, habrían tenido ocasión de retornar a ella. Más bien aspiran a una mejor, a la celestial. Por eso Dios no se avergüenza de ellos, de ser llamado Dios suyo, pues les tiene preparada una ciudad...”
(Hebreos 11,14-16)
El P. Juan Masnou ha terminado su peregrinación por los caminos y ciudades de este mundo y ha partido a la Ciudad que el Padre ha preparado. Falleció en la mañana de hoy, domingo 19 de Febrero de 2017, en la residencia sacerdotal de Barcelona donde vivió este último tiempo. Había nacido el 12 de noviembre de 1931. Tenía 85 años.

Como buen peregrino, viajó siempre “ligero de equipaje”. Así llegó al Uruguay, poco después de ser ordenado sacerdote para la Arquidiócesis de Barcelona. Era una “vocación tardía”: entró al Seminario con su título de abogado, pero cumplió con lo que la Iglesia pedía y ofrecía como formación para sus ministros.

Pasó un breve tiempo en la Diócesis de Canelones, en tiempos de Mons. Nutti.
En 1970 vivió una experiencia como “cura obrero” en Las Piedras que terminó en un conflicto que determinó su alejamiento de la Iglesia canaria. Mons. Mendiharat lo recibió en la Diócesis de Salto. El Obispo preguntó a los sacerdotes de Fray Bentos, los Padres Sanchis y Pertusatti, si estaban dispuestos a recibir un sacerdote que podía ser “problemático”… Cuenta el P. Sanchis que los dos lo pensaron bien, pero discernieron: “¿qué clase de curas seríamos si fuéramos capaces de dejar en banda a un compañero en apuros? Aunque nos dé trabajo, lo recibimos”. Poco después, recuerda Sanchis, llegó por tren, antes que Masnou, su bicicleta. Los sacerdotes no se arrepintieron de su decisión.

En Fray Bentos estuvo muchos años, repartidos en diferentes períodos. Fue también párroco en Bella Unión y vicario parroquial en San José Obrero de Paysandú. Iba donde el Obispo le pidiera… siempre que no fuera lejos del Río Uruguay, donde iba a nadar un rato todos los días que fuera posible. Su último servicio para la Iglesia en el Uruguay estuvo en el Seminario Interdiocesano. Quienes pasaron por el Seminario en aquellos días recuerdan su enfático llamado a “poner toda la carne en el asador”: es decir, poner toda la vida en manos del Señor para servirlo en los hermanos y, si no, mejor irse para la casa.

El particular don del P. Juan estaba en sus charlas bíblicas. Era un estudioso de la Biblia que se sentaba largas horas, leyendo los textos, subrayando con diferentes colores, anotando al costado comentarios y referencias. Leía el Evangelio en griego buscando desentrañar el sentido original de las palabras y no dejaba de presentar alguna de ellas, oportunamente elegidas, en sus charlas en las parroquias. Estudiando se olvidaba de comer, pero cuando llegaba el hambre ponía algo en el fuego y seguía estudiando, hasta que le llegaba el olor a quemado del huevo que había quedado sin agua en la cacerola.

La atención de los enfermos lo preocupaba; tanto para hacerlo personalmente, como para organizar y movilizar a la comunidad para que llegara al lado de quien estuviera sufriendo. En mis primeros tiempos de sacerdote, precisamente en Fray Bentos, estuve un año con él y recibí en herencia su “pastoral de la salud”, con equipos de laicos que se dividían las distintas zonas que él había trazado en el plano de Fray Bentos para mantener visitas regulares a enfermos y ancianos, muchas veces acompañados por él.

Las anécdotas de Juan son innumerables… no vacila en decirle a un hombre angustiado que estaba a punto de ser operado que a él lo habían “operado de lo mismo y había quedado muy bien”. Tiempo después, se encuentran ambos en la playa y el hombre le agradece el ánimo que le había dado en aquel trance, pero se queda mirándolo un momento y agrega “sin embargo, Padre, a usted no le quedó ninguna marca de la operación”.

Muchas veces regresó “definitivamente” a España, pero siempre volvía al Uruguay, donde había iniciado su ministerio sacerdotal y donde reencontraba a la gente que lo quería y esperaba. Un día su regreso se hizo, esa vez sí, definitivo y se quedó en Barcelona, en la parroquia San Ildefonso, en Cornellá de Llobregat.

No era fácil encajar en la pastoral de una gran ciudad. Hablaba el catalán, pero estaba más a gusto en esa parroquia con gente de otros lugares de España que escuchaban con gusto la Misa en castellano. Encontró interesados en formar un grupo bíblico y los acompañó fielmente. Deseando seguir cerca de los enfermos, pero sin entrar en la estructura de la Pastoral de la Salud de la Arquidiócesis, se hizo voluntario de la Cruz Roja. Seguía nadando, en piscina… se cayó y se fracturó el omoplato: allí estuvieron sus compañeros de Cruz Roja para asistirlo.

En Cornellá tuvo como párroco al P. Toni Casas, que le tenía un gran cariño y respeto. Fue él quien nos comunicó su fallecimiento esta mañana. El año pasado, acompañado por el P. Toni, visité al P. Juan en la residencia sacerdotal a donde se había trasladado. Aunque pensé que podía serlo, no deseaba que esa fuera nuestra despedida y esperaba volver a verlo en otra oportunidad. Pero sí, esa fue nuestra despedida.

Yo ya lo había escuchado más de una vez, cuando en el año 1979 pasó por la parroquia de Young, mi pueblo, con una serie de charlas que él titulaba “El Dios de los Padres”. Los Padres eran los grandes patriarcas bíblicos. Así se presentaba Dios cuando hablaba a su Pueblo: «Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob» (Éxodo 3,6). En ese tiempo yo estaba en mi búsqueda vocacional, que me llevaría a ingresar al Seminario el año siguiente. Me marcó profundamente, y sigue siendo para mí una referencia hasta hoy, la presentación de Abraham que nos hizo el P. Masnou. Lo mostró como el peregrino que, respondiendo al llamado de Dios, “salió sin saber a dónde iba” (Hebreos 11,8). Guiados por Juan, fuimos recorriendo el camino de Abraham por la Tierra Prometida, presenciando como, en cada sitio al que llegaba, desplegaba su tienda y edificaba un altar a Yahveh, invocando su nombre, para luego enrollar de nuevo la carpa y partir (ver Génesis, capítulo 12). Abraham, padre de los creyentes, es el hombre que vive su fe en una relación de amistad y familiaridad con Dios, confiando en él sin vacilar, aunque le pida que le entregue el hijo de la Promesa. Abraham es el peregrino que va en busca de la Patria definitiva, la Patria Celestial y es modelo de todo creyente. Cada tienda plantada, cada altar construido, son apenas etapas en el camino que hay que saber dejar atrás para seguir caminando. Como sacerdote y hoy como Obispo, aprendí en aquellas charlas del P. Juan a vivir a sabiendas de que no tenemos aquí morada permanente, sino que somos peregrinos de la Eternidad.

Pero el P. Juan tenía muy claras las enseñanzas del Concilio Vaticano II: “Se equivocan los cristianos que, pretextando que no tenemos aquí ciudad permanente, pues buscamos la futura, consideran que pueden descuidar las tareas temporales, sin darse cuanta que la propia fe es un motivo que les obliga al más perfecto cumplimiento de todas ellas según la vocación personal de cada uno. Pero no es menos grave el error de quienes, por el contrario, piensan que pueden entregarse totalmente del todo a la vida religiosa, pensando que ésta se reduce meramente a ciertos actos de culto y al cumplimiento de determinadas obligaciones morales. El divorcio entre la fe y la vida diaria de muchos debe ser considerado como uno de los más graves errores de nuestra época.” (Gaudium et Spes, 43). En sus charlas, de una profunda espiritualidad y hondas raíces bíblicas, nunca estaba ausente la exhortación a unir coherentemente la fe y la vida, en todos los aspectos, sin descuidar el social.

Me uno al recuerdo, a la acción de gracias por su vida y a la oración de todos los que lo conocimos para que encuentre la Paz del Señor. Doy gracias especialmente por todo lo aprendido y vivido con él. Comencé con una cita de la carta a los Hebreos, y concluyo con otra: “Acuérdense de sus dirigentes, que les anunciaron la Palabra de Dios y, considerando el final de su vida, imiten su fe” (13,7).

+ Heriberto, Obispo de Melo

jueves, 16 de febrero de 2017

Enfoques Dominicales. Amen a sus enemigos (Mateo 5,38-48). VII domingo durante el año, ciclo A.

Soldados alemanes e ingleses en la tregua de Nochebuena, Ypres, 1914



En la Nochebuena de 1914 Europa estaba en guerra. Una guerra que había estallado el 28 de julio, con el asesinato del heredero del Imperio Austrohúngaro. “Va a ser una guerra corta” creyeron muchos. Europa estaba en medio del verano y los soldados creyeron que volverían a casa para Navidad.

Sin embargo, la Nochebuena los encontró en las trincheras. En Ypres, Bélgica, los soldados ingleses vieron a los alemanes armar los arbolitos de Navidad y luego los oyeron cantar “Noche de Paz”.

Desde sus trincheras, los ingleses les respondieron con otro villancico. De a poco, de un lado y del otro algunos se animaron a abandonar sus puestos y se encontraron en la tierra de nadie. Hubo saludos y se compartió algo de lo que algunos habían recibido de sus casas para esa Navidad tan dura que los esperaba. Los hombres se encontraron como personas, más allá de su uniforme. Se reconocieron como gente de familia, de trabajo, de fe. (1)

La guerra continuó y se extendió por tres años más, volviéndose mundial y dejando un saldo de nueve millones de combatientes muertos. La tregua de Navidad, aunque breve, dejó encendida la esperanza de que finalmente "los enemigos vuelvan a la amistad, los adversarios se den la mano y los pueblos busquen la unión". (2)

La guerra es la situación donde aparece más claro quién es el enemigo. Es el que está enfrente, el que tiene por misión matarme, así como yo tengo la misión de matarlo a él. Es terriblemente simple.

Hoy Jesús nos dice
“Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores, así serán hijos del Padre que está en el Cielo (…) Si ustedes aman solamente a quienes los aman ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen lo mismo los publicanos?”.

Los procesos de paz, de reconciliación, son difíciles. Difíciles entre los pueblos y difíciles entre las personas. La paz significa convivir con el otro, escucharlo, entenderlo, llegar a construir una confianza mutua. Y Jesús nos pide más: nos pide llegar a amar al enemigo.

Hay gente que piensa que no tiene enemigos, al menos en sus relaciones personales; otros en cambio, están en guerra con todo el mundo (tal vez, porque, en primer lugar, ya están en guerra consigo mismos).

En nuestro mundo de relaciones personales, amistad y enemistad se mezclan. En Estados Unidos se inventó la palabra “frienemy”, una mezcla de friend (amigo) y enemy (enemigo) para describir a las personas que viven esa complicada relación. Nosotros, latinos, más pasionales, hablamos, en esos casos, de una relación de amor y odio. Pero Jesús nos llama a desterrar el odio y hacer prevalecer el amor en cualquiera de nuestras relaciones con los demás.

Vamos ahora a mirar nuestro mundo más cercano de relaciones. Voy a seguir en esto lo que nos propone una persona que tiene una larga experiencia de vida en comunidad. Se trata de Jean Vanier, un católico suizo que fundó las comunidades llamadas El Arca, donde conviven personas con diversas discapacidades ayudándose mutuamente. (3)

Jean Vanier con miembros de El Arca
Desde su experiencia de comunidad, Jean Vanier nos invita a mirar nuestro pequeño mundo y preguntarnos quiénes son nuestros amigos y quiénes son nuestros enemigos. Muchas veces, las personas que consideramos amigas son aquellas que nos gustan, que tienen nuestras mismas ideas, la misma manera de concebir la vida, el mismo sentido del humor. Sin duda, son esas las personas que inmediatamente percibimos como amigas. Nos sentimos bien juntos… pero a veces, esas amistades se convierten en un círculo cerrado, donde las personas ya no cambian, porque se consideran maravillosos, inteligentes, listos, así como son… y entonces, no se crece; el círculo cerrado se vuelve un círculo de mediocres. Esos amigos pueden volverse, sin quererlo, enemigos de mi desarrollo como persona.

En nuestro mundo de relaciones hay también antipatías. Allí aparecen los que podríamos llamar “enemigos”:
  • Por un lado, personas que no me entienden, que me bloquean, que me contradicen y ahogan el impulso de mi vida y de mi libertad. Su presencia parece amenazarme. Me hacen poner nervioso y hasta agresivo. En su presencia no soy capaz de expresarme y vivir.
  • Otras personas hacen nacer en mí sentimientos de envidia y celos. Son lo que yo quisiera ser, y su presencia me recuerda que no lo soy. Su inteligencia, su capacidad hacen que me sienta pobre e incapaz.
  • De otros, siento que me piden demasiado. Son muy demandantes. No puedo responder a su búsqueda de respuestas, de afecto, porque parecen insaciables; nada parece ser suficiente y me reprochan que no les dé más atención. Me veo obligado a rechazarlos.
Todas estas personas son mis “enemigos”: me ponen en peligro y, aunque no quiera admitirlo o no quiera ponerle ese nombre, el sentimiento que tengo por ellas es una forma de odio. No quisiera que existieran. Si no los viera más, si se fueran lejos, si se murieran, sería para mí una liberación.

El enemigo hace aparecer la oscuridad que hay en mi corazón: agresividad, celos, miedo, dependencia, apegos… odio.

¿Cómo pasar de ese “odio al enemigo” que tengo cerca, con quien me veo todos o casi todos los días, a una relación de amor, de amistad?

El primer paso es tomar conciencia de mi propia fragilidad, de mi falta de madurez, de una pobreza en mi interior. Eso es lo que me niego a entender. Los defectos que critico en los demás son a menudo mis propios defectos, esos que no quiero reconocer. Si no los veo, si no me entiendo a mí mismo, viviré en la falsa ilusión de pertenecer a “los mejores” (bueno… los que se creen mejores) y me quedaré en mi inmadurez, sin crecer.

Mientras no acepte que soy una mezcla de luz y tinieblas, de cualidades y defectos, de amor y odio, de altruismo y egocentrismo, de madurez e inmadurez, seguiré dividiendo el mundo en enemigos y amigos, en malos y buenos. Seguiré encerrándome, construyendo muros a mi alrededor.

Cuando acepte, por fin, que tengo debilidades y defectos y también que puedo progresar hacia la libertad interior y un amor más verdadero, entonces podré aceptar los defectos y debilidades de los demás. Podré aceptar que tanto yo como ellos podemos crecer, podemos desarrollarnos espiritualmente, podemos caminar hacia la verdadera libertad y el verdadero amor.

Así podré mirar a cada persona con realismo y amor. Así podré llegar a “amar a mi enemigo”, como me pide Jesús. Así llegaré a comprender que todos somos personas mortales y frágiles, pero con esperanza, porque podemos crecer. 

1. Una película francesa de 2005 recuerda este episodio: Joyeux Noël (Feliz Navidad), de Christian Carlon. También se puede escuchar aquí un programa de 40 minutos sobre La Tregua de Navidad.
2.  Prefacio de la Plegaria Eucarística Eucarística “de la Reconciliación” II.
3.  Jean Vanier, “Comunidad: lugar de perdón y fiesta”, Narcea, Madrid 1981, p. 19. Simpatías y antipatías.

viernes, 10 de febrero de 2017

No matarás (Mateo 5,17-37). VI Domingo durante el año, ciclo A.

Rembrandt: Moisés con las tablas de la Ley



“No matarás” (Éxodo 20,13). Así dice el quinto mandamiento. Breve y sin matices, porque se trata del bien fundamental de cada persona: la propia vida. Es el primero de los derechos humanos, junto con la libertad y la seguridad personal. Como todo derecho, tiene también su correspondiente deber: respetar y cuidar la propia vida y la vida de los demás.

Tarde o temprano, esta vida, la vida que conocemos, termina con la muerte. No tengo los datos de 2016, pero en 2015 fallecieron en Uruguay, según los datos del Ministerio de Salud Pública –que no sé si incluyen a todos los fallecidos– 32.967 personas. En ese mismo año, hubo 48.926 niños nacidos vivos. Son casi 16.000 más que los muertos: un triunfo de la vida; pero la vida de un recién nacido es frágil y necesita de mucho amor, muchos cuidados y, naturalmente, varios años para que llegue a ser un adulto que se integra plenamente a la sociedad formando una familia y ganando su sustento.
Por otra parte, muchas de esas muertes no deberían haber sucedido, y muchos más niños deberían haber nacido.

Veamos qué sucedió. Según los datos de Salud Pública, poco más de un 7% de los uruguayos fallecidos en 2015 lo hizo por lo que llaman “causas externas”. Aquí entra la violencia y los más diversos accidentes.

Homicidios. En 2015 fueron 293 los homicidios. El año pasado, menos: 265. En dos años, 558 uruguayos y uruguayas perdieron la vida por manos de un semejante. Alguien los mató.
En 2016, la mayoría de esas personas asesinadas eran hombres, pero hubo 42 mujeres asesinadas, 24 por su pareja, expareja o por algún familiar.
En lo que va de este 2017, cinco mujeres han sido asesinadas por su ex pareja, incluyendo al que mató a la mujer delante de sus hijos. Oímos también de una mujer que contrató a un sicario para que asesinara a su respectivo ex. La violencia doméstica se cruza con la violencia criminal. Y demos gracias a Dios que no somos hoy un país en guerra ni asolado por el terrorismo.

Accidentes. En 2015 murieron 529 personas en accidentes; 506 en accidentes de tránsito y 23 en accidentes de trabajo. Muchas más personas murieron en diferentes tipos de accidentes, incluso en su propio hogar. Detrás de los accidentes hay muchas veces conducta imprudente: a veces ajena, a veces propia, poniendo en riesgo la propia vida y la vida de los demás. Exceder los límites de velocidad, conducir bajo los efectos del alcohol o de drogas, dejar el uso de elementos de seguridad como el cinturón o el casco… En otros casos, el descuido en el manejo de la electricidad, de los combustibles, de materiales inflamables… inadecuadas medidas de seguridad…

Homicidios y accidentes ¿Cuántas de todas esas muertes podrían haber sido evitadas? ¿Cuántas vidas quedaron golpeadas para siempre por esas pérdidas? ¿Cuántas personas perdieron un padre, una madre, un hijo, un amigo, un ser querido?

Los nacimientos nos alegran, y los hemos celebrado como triunfo de la vida; pero desde la despenalización del aborto, el número de uruguayos que no llega a nacer viene creciendo. No en decenas o cientos, sino en miles. Al lado de los 48.926 nacidos vivos de 2015, se registraron 9.362 abortos. Y los uruguayos seguimos siendo pocos, una población que envejece…

Los científicos que estudian desde distintos ángulos el comportamiento humano se preguntan porqué un ser humano llega a matar a otro. ¿Es el ambiente, es el instinto? Algunos hablan de una pulsión, un impulso, una fuerza; un sentimiento de odio, que se canaliza en violencia, que a veces llega a ser mortal.

Desgraciadamente, esta realidad está presente en la vida de la humanidad desde el comienzo. En el libro del Génesis encontramos el relato del primer homicidio: Caín mata a Abel. El hermano mayor ultima al menor. Violencia familiar.

Este antiguo relato de la Biblia nos muestra cómo la violencia va anidando en Caín. Dios ve dentro del corazón de Caín y le dice: “a la puerta está el pecado acechando como fiera que te codicia, y a quien tienes que dominar” (Génesis 4,7). Dios hace un llamado a la conciencia de Caín. Caín puede cambiar su actitud… pero deja que su creciente odio lo domine y mata a su hermano. Desde entonces, la envida y los celos, la  ambición o la venganza han sido –como dicen los criminólogos– los “móviles” detrás de muchas muertes.

Por eso, el 5° mandamiento: “No matarás”. En el Evangelio de hoy, Jesús lleva este mandamiento mucho más lejos.

Jesús dice: “Ustedes han oído que se dijo a los antepasados: «No matarás, y el que mata, debe ser llevado ante el tribunal». Pero Yo les digo que todo aquel que se irrita contra su hermano, merece ser condenado por un tribunal. Y todo aquél que lo insulta, merece ser castigado por el Tribunal. Y el que lo maldice, merece el infierno.” (Mateo 5,21-22)

Jesús quiere hacernos ver que aunque no lleguemos a matar realmente a nadie, muchas veces deseamos la muerte del otro, lo matamos en nuestro corazón. Nos dejamos llevar por la ira, nos enojamos, insultamos, maldecimos…

Más de una vez Jesús ha enseñado, cito el Evangelio, que “de adentro, (…) del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, la inmoralidad sexual, los robos, los asesinatos, los adulterios, la codicia, las maldades, el engaño, los vicios, la envidia, los chismes, el orgullo y la falta de juicio. Todas estas cosas malas salen de adentro y hacen impuro al hombre”. Hasta ahí la palabra de Jesús (cfr. Marcos 7, 20-23). Cuando Jesús dice “Felices los que tienen el corazón puro”, como recordábamos hace quince días, nos está hablando también de esto. Purificar el corazón es sacarnos todas las malas intenciones, los malos pensamientos, los sentimientos de odio, de rencor…

Entonces, dos cosas que podemos hacer:

- Cuidar nuestro corazón. El mal está dentro de nosotros. Hay que ser consciente de ello. No podemos dejar que nos arrastre. Y si lo hace, no sólo hay que pedir perdón, sino sentir verdadero arrepentimiento y buscar sinceramente cambiar, con toda la ayuda que necesitamos y que podamos conseguir.

- Cuidar de los demás. Ayudar a generar en nuestro entorno un ambiente de seguridad, de confianza. En Montevideo, cuando he tenido que tomar un taxi de noche, aprecio mucho que el taxista espere a que yo entre a la casa antes de irse. Cuidar a los demás es salir de mi burbuja; estar atentos a quienes van alrededor. También me cuido a mí mismo de esa forma. Es verdad, nos cuesta intervenir en algunas situaciones. Sentimos miedo a lo que pueda pasar, a las consecuencias o, a veces, a ser inoportunos. Pero no podemos quedarnos indiferentes si la vida de otra persona está en peligro. Mañana podría ser nuestra propia vida.

miércoles, 8 de febrero de 2017

Papa Francisco. Mensaje jornada del Enfermo 2017 (audio, voz humana)

Papa Francisco en la jornada del enfermo: asombro ante las obras que Dios realiza.

Santa Bernardita Soubirous
Desde hace algunos años, la Iglesia Católica celebra el 11 de febrero, memoria de Nuestra Señora de Lourdes, la Jornada mundial del Enfermo. Con ese motivo, el Papa entrega un mensaje. Les ofrecemos el correpondiente a esta jornada de 2017. En el mismo, Francisco hace referencia a Santa Bernardita, la joven que vio a la Virgen y recibió sus mensajes en la gruta de Lourdes en 1858.

MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
PARA LA XXV JORNADA MUNDIAL DEL ENFERMO 2017
El asombro ante las obras que Dios realiza:
«El Poderoso ha hecho obras grandes por mí…» (Lc 1,49)

Queridos hermanos y hermanas:

El próximo 11 de febrero se celebrará en toda la Iglesia y, especialmente, en Lourdes, la XXV Jornada Mundial del Enfermo, con el tema: El asombro ante las obras que Dios realiza: «El Poderoso ha hecho obras grandes por mí…» (Lc 1,49). Esta Jornada, instituida por mi predecesor san Juan Pablo II, en 1992, y celebrada por primera vez precisamente en Lourdes el 11 de febrero de 1993, constituye una ocasión para prestar especial atención a la situación de los enfermos y de todos los que sufren en general; y, al mismo tiempo, es una llamada dirigida a los que se entregan en su favor, comenzando por sus familiares, los agentes sanitarios y voluntarios, para que den gracias por la vocación que el Señor les ha dado de acompañar a los hermanos enfermos. Además, esta celebración renueva en la Iglesia la fuerza espiritual para realizar de la mejor manera posible esa parte esencial de su misión que incluye el servicio a los últimos, a los enfermos, a los que sufren, a los excluidos y marginados (cf. Juan Pablo II, Motu proprio Dolentium hominum, 11 febrero 1985, 1). Los encuentros de oración, las liturgias eucarísticas y la unción de los enfermos, la convivencia con los enfermos y las reflexiones sobre temas de bioética y teológico-pastorales que se celebrarán en aquellos días en Lourdes, darán una aportación nueva e importante a ese servicio.

Situándome ya desde ahora espiritualmente junto a la Gruta de Massabielle, ante la imagen de la Virgen Inmaculada, en la que el Poderoso ha hecho obras grandes para la redención de la humanidad, deseo expresar mi cercanía a todos vosotros, hermanos y hermanas, que vivís la experiencia del sufrimiento, y a vuestras familias; así como mi agradecimiento a todos los que, según sus distintas ocupaciones y en todos los centros de salud repartidos por todo el mundo, trabajan con competencia, responsabilidad y dedicación para vuestro alivio, vuestra salud y vuestro bienestar diario. Me gustaría animar a todos los enfermos, a las personas que sufren, a los médicos, enfermeras, familiares y a los voluntarios a que vean en María, Salud de los enfermos, a aquella que es para todos los seres humanos garante de la ternura del amor de Dios y modelo de abandono a su voluntad; y a que siempre encuentren en la fe, alimentada por la Palabra y los Sacramentos, la fuerza para amar a Dios y a los hermanos en la experiencia también de la enfermedad.

Como santa Bernadette estamos bajo la mirada de María. La humilde muchacha de Lourdes cuenta que la Virgen, a la que llamaba «la hermosa Señora», la miraba como se mira a una persona. Estas sencillas palabras describen la plenitud de una relación. Bernadette, pobre, analfabeta y enferma, se siente mirada por María como persona. La hermosa Señora le habla con gran respeto, sin lástima. Esto nos recuerda que cada paciente es y será siempre un ser humano, y debe ser tratado en consecuencia. Los enfermos, como las personas que tienen una discapacidad incluso muy grave, tienen una dignidad inalienable y una misión en la vida y nunca se convierten en simples objetos, aunque a veces puedan parecer meramente pasivos, pero en realidad nunca es así.

Bernadette, después de haber estado en la Gruta y gracias a la oración, transforma su fragilidad en apoyo para los demás, gracias al amor se hace capaz de enriquecer a su prójimo y, sobre todo, de ofrecer su vida por la salvación de la humanidad. El hecho de que la hermosa Señora le pida que rece por los pecadores, nos recuerda que los enfermos, los que sufren, no sólo llevan consigo el deseo de curarse, sino también el de vivir la propia vida de modo cristiano, llegando a darla como verdaderos discípulos misioneros de Cristo. A Bernadette, María le dio la vocación de servir a los enfermos y la llamó para que se hiciera Hermana de la Caridad, una misión que ella cumplió de una manera tan alta que se convirtió en un modelo para todos los agentes sanitarios. Pidamos pues a la Inmaculada Concepción la gracia de saber siempre ver al enfermo como a una persona que, ciertamente, necesita ayuda, a veces incluso para las cosas más básicas, pero que también lleva consigo un don que compartir con los demás.

La mirada de María, Consoladora de los afligidos, ilumina el rostro de la Iglesia en su compromiso diario en favor de los necesitados y los que sufren. Los frutos maravillosos de esta solicitud de la Iglesia hacia el mundo del sufrimiento y la enfermedad son motivo de agradecimiento al Señor Jesús, que se hizo solidario con nosotros, en obediencia a la voluntad del Padre y hasta la muerte en la cruz, para que la humanidad fuera redimida. La solidaridad de Cristo, Hijo de Dios nacido de María, es la expresión de la omnipotencia misericordiosa de Dios que se manifiesta en nuestras vidas ―especialmente cuando es frágil, herida, humillada, marginada, sufriente―, infundiendo en ella la fuerza de la esperanza que nos ayuda a levantarnos y nos sostiene.

Tanta riqueza de humanidad y de fe no debe perderse, sino que nos ha de ayudar a hacer frente a nuestras debilidades humanas y, al mismo tiempo, a los retos actuales en el ámbito sanitario y tecnológico. En la Jornada Mundial del Enfermo podemos encontrar una nueva motivación para colaborar en la difusión de una cultura respetuosa de la vida, la salud y el medio ambiente; un nuevo impulso para luchar en favor del respeto de la integridad y dignidad de las personas, incluso a través de un enfoque correcto de las cuestiones de bioética, la protección de los más débiles y el cuidado del medio ambiente.

Con motivo de la XXV Jornada Mundial del Enfermo, renuevo, con mi oración y mi aliento, mi cercanía a los médicos, a los enfermeros, a los voluntarios y a todos los consagrados y consagradas que se dedican a servir a los enfermos y necesitados; a las instituciones eclesiales y civiles que trabajan en este ámbito; y a las familias que cuidan con amor a sus familiares enfermos. Deseo que todos sean siempre signos gozosos de la presencia y el amor de Dios, imitando el testimonio resplandeciente de tantos amigos y amigas de Dios, entre los que menciono a san Juan de Dios y a san Camilo de Lelis, patronos de los hospitales y de los agentes sanitarios, y a la santa Madre Teresa de Calcuta, misionera de la ternura de Dios.

Hermanos y hermanas, enfermos, agentes sanitarios y voluntarios, elevemos juntos nuestra oración a María, para que su materna intercesión sostenga y acompañe nuestra fe y nos obtenga de Cristo su Hijo la esperanza en el camino de la curación y de la salud, el sentido de la fraternidad y de la responsabilidad, el compromiso con el desarrollo humano integral y la alegría de la gratitud cada vez que nos sorprenda con su fidelidad y su misericordia.

María, Madre nuestra,
que en Cristo nos acoges como hijos,
fortalece en nuestros corazones la espera confiada,
auxílianos en nuestras enfermedades y sufrimientos,
guíanos hasta Cristo, hijo tuyo y hermano nuestro,
y ayúdanos a encomendarnos al Padre que realiza obras grandes.
Os aseguro mi constante recuerdo en la oración y os imparto de corazón la Bendición Apostólica.
8 de diciembre de 2016, Fiesta de la Inmaculada Concepción

Francisco

viernes, 3 de febrero de 2017

Ser luz del mundo (Mateo 5,13-16). V Domingo del Tiempo ordinario.




Hoy en día ya no es tan frecuente un corte de luz, un apagón. A veces se da por algún accidente, la caída de alguna línea de alta tensión, o una tormenta eléctrica muy intensa.
Pero si tenemos el celular a mano, ya tenemos una linterna y, alumbrándonos así, vemos cómo nos arreglamos mientras dura el corte, que a veces es muy breve.
La luz nos da seguridad. Dentro de nuestra casa, no andamos tropezando con las cosas… por la calle, nos sentimos más seguros en una calle iluminada que en un callejón oscuro. En la ruta, por la noche, una luna llena es algo que se agradece, ya que permite ver un poco más a la distancia.

La luz y la oscuridad son también imágenes con las que a veces expresamos el estado de nuestra mente y de nuestro corazón… Cuando nos sentimos perdidos, desorientados en nuestra vida, ese estado se identifica con la oscuridad. Realmente “no vemos” por dónde ir, cuál puede ser el camino, la salida… En cambio, cuando por fin nos damos cuenta de lo que podemos hacer o encontramos la solución, sentimos que hemos visto una luz.

Muchas veces esa luz para nuestra vida no la encontramos solos. Esa luz aparece en el encuentro con una persona que nos escucha, que nos comprende, que nos da ideas, que nos propone alternativas… Cuando encontramos a alguien así, decimos que esa persona ha sido “como una luz” en nuestra vida.

Eso puede ocurrir una vez, ocasionalmente, o puede seguir ocurriendo en una relación que se continúa y profundiza a lo largo del tiempo. Esa persona luminosa puede ser alguien de nuestra familia, un amigo, la pareja o aún una persona con la que no tenemos una particular amistad pero que tiene una gran capacidad de empatía y un gran don para escuchar y aconsejar. Luces en la oscuridad.

Las lecturas bíblicas de la Misa de este domingo nos hablan de luz, de ser luz para los demás. El profeta Isaías nos señala una serie de actitudes y acciones que hacen que una persona se vuelva luminosa: “tu luz despuntará como la aurora”, ¿Qué actitudes, qué acciones? Son aquellas que constituyen obras de misericordia: compartir tu pan con el hambriento, albergar a los pobres sin techo, cubrir al que ves desnudo. También habla de liberarse de actitudes amenazadoras hacia los otros: “Si eliminas de ti (…) el gesto amenazador y la palabra maligna (…)”, así, nos dice, “tu luz se alzará en las tinieblas”.

En el Evangelio, Jesús va aún más lejos. Jesús le dice a sus discípulos (y nos dice también a nosotros, sus discípulos de hoy): “Ustedes son la luz del mundo”.

No podemos menos que recordar que en el Evangelio de San Juan, Jesús se presenta como “la luz del mundo” (capítulo 9, curación del ciego de nacimiento). Ese relato, que en las primeras comunidades cristianas era una catequesis bautismal, nos ayuda a entender el bautismo como “iluminación”, proceso interior representado en el rito bautismal por la entrega del cirio encendido, “luz de Cristo”.

Cuando Jesús les dice a sus discípulos “ustedes son la luz del mundo”, agrega “Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes”. La luz que hay en ustedes. Es la luz que el discípulo ha recibido de Jesús, luz del mundo. El discípulo –como la Iglesia– tiene la luz de la luna, que no es una luz propia, sino el reflejo de la luz del sol. El discípulo refleja la luz de Cristo. La luz del discípulo no es otra que la luz de Cristo.

Esa luz no es una aureola misteriosa que rodea al discípulo. Jesús lo dice claramente: “que [los hombres] vean sus buenas obras y glorifiquen a su Padre que está en el Cielo”. La luz aparece en las obras de los discípulos, que manifiestan así la presencia de Cristo en ellos.

Beata Chiara Luce Badano

Para terminar, recordemos a una beata de nuestro tiempo, que recibió el nombre de “Luz”. Era una jovencita llamada Chiara Badano, que falleció en 1990, a los 18 años.
Desde niña se acercó al Movimiento de los Focolares. La fundadora del Movimiento, Chiara Lubich, daba un nombre nuevo a todos aquellos que, en el Movimiento, querían empezar una vida nueva en Cristo. El nombre que recibió Chiara Badano es “Luce”, o sea “Luz”. Chiara Luce, o sea Clara Luz, Luz Clara. Al darle ese nombre, Chiara Lubich le dijo «tu rostro lleno de luz muestra tu amor por Jesús».

Pidamos al Señor que nos llene de su luz. Que esa luz ahuyente toda oscuridad, toda tiniebla de nuestra vida. Que la luz de Cristo guíe nuestros pasos en el camino de la vida y con nuestras obras seamos para los demás luz de Cristo.