Padre Mamerto Menapace |
Voy a empezar esta vez con un cuento que le escuché al Padre Mamerto Menapace en la grabación de una visita que él hizo a la Universidad Católica del Uruguay allá por marzo de 1997.
Mamerto Menapace, para quienes no lo conozcan, es un monje benedictino argentino. En Uruguay sabemos muy poco de los benedictinos. Fueron fundados por San Benito en el siglo VI, al comienzo de la Edad Media. Desde entonces, los benedictinos viven en monasterios, comunidades dirigidas por un abad, donde se sostienen con su trabajo. Su regla se resume en “ora et labora”, es decir, “reza y trabaja”. Su tiempo está organizado para que las dos cosas tengan un lugar importante a lo largo de la jornada, sin olvidar el alimento y el descanso.
El Padre Mamerto, que tiene hoy 75 años, ha sido abad en el monasterio de Los Toldos, en la provincia de Buenos Aires. Allí estuve una semana con él, en el año 2003, haciendo un retiro, preparándome para mi ordenación episcopal.
Es un hombre de Dios y, por eso mismo, un hombre con gran sabiduría y gran sentido del humor. Ha escrito muchos libros, con cuentos muy graciosos, pero que siempre dejan una enseñanza. Muchos de esos cuentos han sido grabados en video y los podemos buscar y escuchar. Uno de esos cuentos (que no encontré en esos videos) viene a propósito del Evangelio de hoy.
Monjes trapenses. Azul, Provinicia de Buenos Aires |
El joven sacerdote se asustó un poco ante esa perspectiva de tanto silencio, pero aceptó. Pero se fue preparado por las dudas.
Al segundo día, uno de los monjes lo visitó y lo encontró escuchando música. No en el celular, como haría mucha gente hoy, sino en un aparato que, en aquel momento, era lo último en el mercado: un discman. ¿Se acuerdan los mayores? Yo también tuve uno.
Servía para escuchar CDs, discos compactos. Pero este discman, además, venía con unos auriculares impresionantes, de gran fidelidad, totalmente aislados al ruido exterior.
“¿Le gusta?” preguntó el sacerdote.
“Sí, me gusta. Muchísimo” dijo el monje y con una gran sonrisa agregó: “y lo que más me gusta… es que no lo necesito”.
Entonces, sin haber leído todavía el evangelio, la primera reflexión ya sale de este cuento. ¿Qué es lo que realmente necesito?
En el Evangelio para este domingo Jesús nos dice “no se inquieten por su vida, pensando qué van a comer o qué van a beber; ni por su cuerpo, pensando con qué se van a vestir. ¿No vale acaso más la vida que la comida y el cuerpo más que el vestido?” (Mateo 6,25).
Ciertamente, comida y vestido son dos necesidades básicas, fundamentales. Sin agua, en primer lugar, sin alimentos, no podemos subsistir. Dar de beber al sediento, dar comer al hambriento, vestir al desnudo, son obras de misericordia corporales que Jesús mismo indica, diciendo incluso que vamos a ser juzgados por cómo actuemos frente a esas necesidades de los demás.
Sin embargo, muchas veces esto deja de ser una necesidad básica, para convertirse en una necesidad de otro tipo. Ya no se trata de tener qué comer o con qué vestirse cada día. Cuando la vida empieza a girar alrededor de la comida, buscando una delicia nueva, un nuevo sabor a experimentar; cuando la vida gira alrededor de la ropa y el vestido ya no vuelve a ser usado porque ya todos lo vieron, se entra en una forma de apetito, de deseo, que nada puede colmar. Ni hablemos de todo lo que nos va presentando la tecnología, como decimos ahora. El aparato nuevo llamará nuestra atención, nos encantará… pero luego cada cosa se hará tediosa y reclamará la búsqueda de algo nuevo que provea de una satisfacción pasajera, que vuelve a dejar insatisfecho.
Jesús va más lejos y señala otra realidad que puede apoderarse de nuestra vida. “Nadie puede servir a dos señores porque aborrecerá a uno y amará al otro, o bien, se interesará por el primero y menospreciará al segundo. No se puede servir a Dios y al dinero.” (Mateo 6,24).
Cada cosa que se convierte en el centro de nuestra vida, de todas nuestras preocupaciones y de toda nuestra atención, se convierte en un falso dios, en un ídolo. El ídolo es un “dios” (entre comillas) que permanentemente pide sacrificios, dándonos la ilusión de que nos concederá la felicidad, pero no nos entrega nada.
Por eso, este pasaje del Evangelio concluye con estas palabras de Jesús: “Busquen primero el Reino de Dios y su Justicia, y todo lo demás se les dará por añadidura. No se inquieten por el día de mañana: el mañana se inquietará por sí mismo. A cada día le basta su propio afán”. (Mateo 6,33-34).
Escuchemos bien lo que Jesús dice. El acento no está puesto sobre las palabras “no se inquieten”. Lo primero que Jesús dice es: “busquen primero el Reino de Dios y su Justicia”. No nos tendremos que inquietar por lo demás, porque, Jesús promete “todo lo demás se les dará por añadidura”.
¿Qué significa “buscar primero el Reino de Dios”? Para explicarlo de la manera más sintética posible, yo diría que el Reino de Dios es el cumplimiento de la voluntad de Dios. San Pablo, en una de sus cartas resume así la voluntad de Dios: “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tim 2,4). La voluntad de Dios es una voluntad de salvación para toda la familia humana, a través de la reconciliación con Dios de cada uno de nosotros y entre nosotros. La salvación es una comunidad humana reconciliada con Dios y entre sí. Cuando ayudo a una persona o a un grupo humano a encontrarse con Dios para superar o liberarse de todo aquello que los destruye, los esclaviza, los denigra y reconciliarse con Dios y con los demás, estoy buscando primero el Reino de Dios.
Padre Cacho |
No hay comentarios:
Publicar un comentario