miércoles, 24 de junio de 2009

"Anda a la tierra que yo te mostraré..."

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Queridos amigos:
Desde hace días tengo empezada una carta para compartir lo que estoy viviendo al ser nombrado Obispo de Melo.... los días van pasando, he comenzado a visitar la diócesis, y el momento para asumir esta nueva misión ya está fijado.
Este blog que comenzó como un homenaje a Mons. Daniel Gil Zorrilla, que luego se convirtió en un espacio más personal y al mismo tiempo con noticias de la Diócesis de Salto se irá reformulando poco a poco... al menos eso espero.
Un cordial saludo a todos y todas,
+ Heriberto, Obispo electo de la Diócesis de Melo, Uruguay

lunes, 1 de junio de 2009

"Laberintos" de Mario Benedetti


La muerte del poeta, novelista y ensayista uruguayo Mario Benedetti ha motivado un comentario de Mons. Pablo Galimberti en su columna semanal de diario Cambio de Salto.
Transcribo en primer lugar el poema de Benedetti y luego el comentario de Mons. Galimberti.

LABERINTOS
De todos los laberintos el mejor
es el que no conduce a nada
y ni siquiera va sembrando indicios
ya que aquellos otros
esos pocos que llevan a alguna parte
siempre terminan en la fosa común

así que lo mejor es continuar vagando
entre ángulos rectos y mixtilíneos
pasadizos curvos o sinuosos
meandros existenciales / doctrinas en zigzag
remansos del amor / veredas del desquite
en obstinada búsqueda de lo inhallable

y si en algún momento se avizora
la salida prevista o imprevista
lo más aconsejable es retroceder
y meterse de nuevo y de lleno
en el dédalo que es nuestro refugio

después de todo el laberinto es
una forma relativamente amena
de aplazar cualquier postrimería

el laberinto / además de trillada metáfora
frecuentada por borges y otros aventajados
discípulos y acólitos del rey minos
es simplemente eso / un laberinto /
cortázar se quejaba / entre otras cosas /
de que ya no hubiera laberintos
pero qué sino un laberinto
es su rayuela descreída y fértil

forzado a elegir entre los más renombrados
digamos los laberintos de creta samos y fayum
me quedo con el de los cuentos de mi abuela
que no dejaba vislumbrar ninguna escapatoria

en verdad en verdad os digo que la única fórmula
para arrendar la esquiva eternidad
es no salir jamás del laberinto
o sea seguir dudando y bifurcándose y titubeando

o más bien simulando dudas bifurcaciones y titubeos
a fin de que los leviatanes se confundan

así y todo el laberinto es tabla de salvación
para aquellos que tienen vocación de inmortales
el único inconveniente es que la eternidad /
como bien deben saberlo el padre eterno
y su cohorte de canonizados /
suele ser mortalmente aburrida
Mario Benedetti

BENEDETTI
La vida y sus laberintos

  • Columna de Mons. Pablo Galimberti, publicada en el Diario “Cambio”, del 22 de mayo de 2009
Mario Benedetti ha escrito su última página. Los elogios quedaron de este lado mientras él se marchaba con una curiosidad: “No sé si Dios existe, pero si existe sé que no se va a molestar por mis dudas”. El “más allá”, eso que vichamos, al menos de reojo, entre las grietas de nuestra condición humana, nos interpela. Benedetti aludió al tema y en su poema “Laberintos” hay rastros de esta pulseada.
Existir es tomar conciencia de estar situado en un laberinto o entrecruzamiento de caminos, donde algunos están cerrados y otros conducen al centro de esta enmarañada construcción. Su complejidad es imagen de la condición humana cuando pierde la “brújula” y no encuentra el “centro” o la fuente de la vida. Para Eliade la misión del laberinto era defender el centro, es decir, el acceso a lo sagrado y la realidad absoluta. Como si un padre le dijera a su hijo: ¡en tu vida hay un tesoro escondido; más que llevarlo, él te lleva a vos; está muy cerca tuyo pero tenés que descubrir las huellas para encontrarlo!
Camuflado con esta imagen, Benedetti es cronista y aventurero de estos espacios por donde cuerpo y alma se internan, a veces juntos, otras distanciados. Así empieza:
“De todos los laberintos el mejor es el que no conduce a nada y ni siquiera va sembrando indicios ya que esos pocos que llevan a alguna parte siempre terminan en la fosa común.” El narrador se bifurca. Su yo se divide. Reconoce huellas, pero decide no decodificarlas porque el laberinto, -se lo dicta su ideología-, termina en una “fosa común”. Pero fosa viene de cavar, por tanto ¿quién dice que no esconda algún tesoro?
Un talante inquisitivo convive con una porción de absurdo, como es “buscar lo inhallable” de modo obstinado. ¿Por qué, entonces, continúa buscando? “Lo mejor es continuar vagando entre pasadizos curvos o sinuosos, meandros existenciales, doctrinas en zigzag, remansos del amor, en obstinada búsqueda de lo inhallable.” Pasadizos, meandros, doctrinas, remansos (“treguas”), reflejan su ritmo oscilante entre los polos de la condición humana: lo apolíneo o geométrico y lo dionisíaco o instinto vital.
Pero Benedetti no pierde el buen olfato; en el laberinto de la vida siempre aparece el factor “sorpresa”: salida, centro o razones ocultas. Así lo plantea:
“Y si en algún momento se avizora la salida prevista o imprevista, lo más aconsejable es retroceder y meterse de nuevo y de lleno en el dédalo que es nuestro refugio.”
¿Miedo? ¿O no contó con gente baquiana, como Dante con Virgilio para travesías oscuras? “Retroceder”, huir y volver al “refugio”. Al recinto ambiguo y protector, trabajando sin pausa. Así el laberinto con ecos de monstruo, vence al héroe, derritiendo las alas de libertad.
Los refugios son ambiguos. Pueden aplazar cuestiones punzantes; así vuelve la incisiva pregunta de la razón de ser de este laberinto. Dice el poeta:
después de todo el laberinto es una forma relativamente amena de aplazar cualquier postrimería.”
La postrimería significa el último período de la vida como el último piso o razón de vivir donde se asienta la condición humana agujereada por la nada. Quien “aplaza” no define; enfría el partido, posterga el examen.
Benedetti queda en la duda. Esta es razonable cuando los argumentos son insuficientes; o bien metódica, como la de un maestro ante sus alumnos; a veces la duda es por falta de observación o temor a las consecuencias: me alejo del médico y no me hago los análisis porque temo. Dice Benedetti:
“…. …. La única fórmula para arrendar la esquiva eternidad es no salir jamás del laberinto, o sea, seguir dudando y bifurcándose y titubeando, o más bien simulando dudas, bifurcaciones y titubeos a fin de que los leviatanes se confundan.”
Benedetti usa un recurso para asir la huidiza eternidad: jugar a las escondidas dentro del laberinto. Oscilando, dudando, bifurcándose, como el juego del gato y el ratón. La duda es simulada, porque, en el fondo, sabe que sabe pero juega a no saber. Así el secreto del laberinto se elude y el jaque mate no llega. Peripecias menores como confundir a los leviatanes, personificación de las fuerzas de la desgracia, sirven de pasatiempo.
Benedetti nos ayuda a pensar.

Junio - Mes Vocacional en el Uruguay


Conferencia Episcopal Uruguaya
Departamento de Vocaciones y Ministerios (DEVYM)
Centro Nacional de Vocaciones

“Jesús te llama a ser su discípulo en comunidad”
Junio – Mes vocacional en el Uruguay – 2009

Queridos hermanos y amigos:
Al escribir una carta como ésta, uno se pregunta a quién dirigirla. Esas tres palabras “Queridos… hermanos… amigos…” (que incluye por cierto a las queridas hermanas y amigas) quieren invitar a los lectores y lectoras a recibir estas líneas de un Obispo hermano y amigo que desea compartir lo que para él evoca este lema elegido para el mes vocacional en el Uruguay 2009: “Jesús te llama a ser su discípulo en comunidad”.
Jesús
Ante todo Jesús. Él es el que llama. No el que llamó, en un pasado que quedó atrás… Jesús sigue llamando. Está presente, vivo, en nuestro tiempo, caminando hoy con nosotros, en su Iglesia… Si al leer en el Evangelio los relatos en que Jesús llama a sus discípulos, sentimos que nos está llamando hoy a nosotros, no es una ilusión. Jesucristo vivo sigue llamando. Su llamado a veces se abre camino entre muchos obstáculos y ruidos que quieren ahogarlo, hasta que por fin toca a la puerta del corazón, y espera una respuesta.
Bordeando el mar de Galilea, vio a Simón y Andrés, el hermano de Simón, echando las redes en el mar, pues eran pescadores.
Jesús les dijo: «Vengan conmigo, y los haré pescadores de hombres».Al instante, dejando las redes, lo siguieron.
Caminando un poco más adelante, vio a Santiago, el de Zebedeo, y a su hermano Juan; estaban también en la barca arreglando las redes; y al instante los llamó. Y ellos, dejando a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros, se fueron tras él.
(Marcos 1,16-20)
Cuando leemos un relato como éste, no es raro que nos preguntemos si todo fue tan sencillo como parece: Jesús llama, los discípulos dejan todo y van tras él. Tal vez sí; tal vez los discípulos estaban esperando ese llamado y por eso no dudaron; tal vez hubo antes otros encuentros y este fue el momento de la decisión. El Evangelio no nos aclara eso. Cuando escuchamos testimonios de personas que han respondido al llamado, vemos que a veces hay una gran seguridad desde el primer momento, y otras veces hay un largo camino antes de seguir a Jesús.
Te llama
Lo que queda claro en este pasaje del Evangelio, es que el llamado es personal: “Jesús te llama” quiere expresar precisamente eso. Jesús no le habla a los muchos pescadores que están en la orilla invitando a que venga el que quiera… los cuatro llamados tienen nombre: Simón, Andrés, Santiago, Juan. Son ellos los que Jesús ha elegido.
No los ha elegido caprichosamente, ni guiándose por apariencias. Tampoco contrató a ninguna empresa de selección de personal. Esos que Él llama se los ha mostrado el Padre. Jesús ha orado pidiendo al Padre que le muestre los que ha elegido (Lc 6,12-13).
El llamado de Jesús nos abre a su relación con el Padre. Nos invita a descubrirnos hijos e hijas del Padre, sus amados. Nos invita a descubrir la Voluntad del Padre, que es voluntad de Vida y Salvación para toda la humanidad, y a ponernos, con Jesús, a su servicio.A ser su discípulo
Jesús llama a cada uno de estos hombres para ser sus discípulos. ¿Qué es un discípulo? El diccionario lo define como “persona que aprende una doctrina, ciencia o arte bajo la dirección de un maestro”. Esto no se aplica del todo a los discípulos de Jesús. Es cierto que Jesús es un maestro. Los discípulos lo llaman así y Él lo acepta… pero pronto van a descubrir que Jesús es mucho más que un maestro, y van a hacerse realmente sus discípulos no porque aprendan un conjunto de enseñanzas sino, sobre todo, porque se van a unir a la persona de Jesús y a su misión de hacer la Voluntad del Padre.
Subió al monte y llamó a los que él quiso; y vinieron donde él.
Instituyó Doce, para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar con poder de expulsar los demonios.
Instituyó a los Doce y puso a Simón el nombre de Pedro; a Santiago el de Zebedeo y a Juan, el hermano de Santiago, a quienes puso por nombre Boanerges, es decir, hijos del trueno; a Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago el de Alfeo, Tadeo, Simón el Cananeo y Judas Iscariote, el mismo que lo entregó.
(Marcos 3,13-19)
Jesús llamó a los Doce “para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar”.Los llamó para estar con Él. No para pasar el rato ni quedarse sentados. Estar con Él significa seguirlo, y Jesús se mueve. Mucho. Los discípulos lo acompañan en su misión, comparten los momentos de buena comida y los de ayuno (Lc 9,13), la hospitalidad de una casa amiga (Lc 10,38) o el descampado porque no quisieron recibirlos (Lc 9,51-53). Después de cierto tiempo los envía a predicar de dos en dos (Mc 6,7-13).
Los discípulos acompañan a Jesús en los momentos de “éxito” de su misión, cuando grandes multitudes lo siguen, pero son también los que se quedan cuando todos se van (Jn 6,66-69). Con todas sus torpezas y dificultades, que hacen que Jesús más de una vez les dirija un dolido reproche (Mc 9,33-34), van a poder escuchar de Jesús, en su Última Cena estas palabras que tienen una enorme carga de significado: “ustedes son los que han perseverado conmigo en mis pruebas” (Lc 22,28). Todavía les queda una prueba decisiva: enfrentar la Pasión y Muerte de Jesús, reencontrarlo resucitado y creer en Él.
Después de todo eso, Jesús los enviará finalmente: “Vayan por todo el mundo y proclamen la Buena Nueva a toda la creación” (Mc 16,15).
Desde el comienzo, el discípulo de Jesús es misionero. Hoy, en América Latina, la Iglesia nos recuerda, a través de la Conferencia de Aparecida, este llamado especialmente urgente para nuestro tiempo, “para que nuestros pueblos en Él tengan Vida”.
En comunidad
El llamado de Jesús integra a los discípulos a un grupo. Los Doce forman un grupo bastante variado, a pesar de que los cuatro primeros eran pescadores. Una gran parte de las enseñanzas de Jesús a los Doce apuntan a las relaciones entre ellos, en las que la fraternidad (Mt 23,8), el perdón (Mc 11,25), la humildad y el servicio tienen un lugar muy importante:
Y saliendo de allí, iban caminando por Galilea; él no quería que se supiera, porque iba enseñando a sus discípulos. Les decía: «El Hijo del hombre será entregado en manos de los hombres; lo matarán y a los tres días de haber muerto resucitará».Pero ellos no entendían lo que les decía y temían preguntarle.Llegaron a Cafarnaúm, y una vez en casa, les preguntaba: «¿De qué discutíais por el camino?»Ellos callaron, pues por el camino habían discutido entre sí quién era el mayor.Entonces se sentó, llamó a los Doce, y les dijo: «Si uno quiere ser el primero, sea el último de todos y el servidor de todos».
(Marcos 9,30-35)
No podemos entender a la Iglesia sin partir de la comunidad que forman los discípulos de Jesús. Es más, eso sigue siendo la Iglesia: la comunidad de los discípulos de Jesús. El llamado de Jesús lo recibimos en y desde la Iglesia, para vivirlo en el mundo, como miembros de esa comunidad.Ese llamado puede tomar formas muy diversas, con diferentes formas de compromiso. Hay hombres llamados al sacerdocio; hombres y mujeres llamados a la vida consagrada, con sus innumerables formas y carismas; laicos y laicas llamados a vivir como cristianos su vida de familia, de trabajo, de actividad en el mundo. Todos discípulos. Todos miembros de la Iglesia. Todos unidos en Jesús. Todos llamados a estar con Él y enviados a predicar.
Que este Mes Vocacional nos ayude a todos los miembros de la Iglesia a tomar una mayor conciencia de nuestra vocación de discípulos de Jesús, de “discípulos misioneros”, para que cada día podamos seguirlo con la misma alegría que conocieron aquellos primeros que “dejando las redes, lo siguieron”.
Un afectuoso saludo a cada uno y a cada una, y que el Señor Jesús los guarde en su Corazón.
Salto, Solemnidad de San José, esposo de María, 2009
+ Heriberto A. Bodeant, obispo Auxiliar de Salto
Presidente del Departamento de Vocaciones y Ministerios
de la Conferencia Episcopal Uruguaya