jueves, 30 de julio de 2020

"Denles ustedes de comer" (Mateo 14,13-21). Domingo XVIII durante el año.







A continuación, el texto de los archivos de audio.
En el video hay algunos aspectos más desarrollados.

A poco del comienzo de la emergencia sanitaria en Uruguay, se hizo conocer a través de distintos medios informativos de la ciudad de Melo, un llamado a la solidaridad desde el Artigas Sportivo Club, una institución centenaria de esta ciudad. Frente a las dificultades que ya estaban sintiendo algunas familias, el club organizó la distribución de canastas de comestibles y pidió a quienes quisieran colaborar la donación de alimentos secos. Ahora bien… ¿cómo se reciben y reparten alimentos en tiempos de coronavirus?
Cuando todavía no se hablaba de protocolos, la asociación implementó el suyo. Indicó un número de teléfono para recibir mensajes. Los donantes debían comunicar su dirección y el momento en que se podía recoger los comestibles. La persona que los recogía avisaba que se encontraba frente a la casa, dentro de un vehículo. La gente salía, dejaba la donación afuera y entraba. Se recogía entonces el paquete, sin contacto alguno con quienes lo ofrecían. 
Para la entrega de las canastas se pedía que fuera una sola persona por familia y se la hacía con la mínima interacción posible. Cuando hay sensibilidad ante la necesidad del otro y se quiere ayudar, hay reservas de ingenio para adaptarse a situaciones nuevas y difíciles. La respuesta de la población fue muy buena y se llegaron a entregar hasta 500 canastas semanales durante dos meses.

Hubo pronto otras iniciativas desde el gobierno departamental y las alcaldías, las organizaciones de la sociedad civil, otras entidades deportivas, comunidades religiosas de distintos credos y aún de familias y personas que se animaron a actuar.
En conjunto, estas ayudas se han mantenido y han contribuido a sostener a muchas familias y personas que se vieron sin la posibilidad de trabajar y contar con el sustento diario.

En ese marco de preocupación por el pan, encontramos este domingo el pasaje del evangelio en el que Jesús alimenta una multitud:
“cinco mil hombres, sin contar las mujeres y los niños”,
que, seguramente, eran muchos más.

¿Desde dónde llegamos a este pasaje del Evangelio? ¿Qué es lo que nos viene contando san Mateo? Desde hace varios domingos venimos escuchando palabras de Jesús; instrucciones a sus discípulos para la misión:
“vayan proclamando que el Reino de los Cielos está cerca” (10,7) 
y en los tres últimos domingos, parábolas que tienen como tema central el Reino (capítulo 13). Mateo organiza su evangelio alternando capítulos de discursos con capítulos de actos, de modo que ahora pasamos de escuchar a Jesús, a verlo en acción, haciendo presente el Reino de Dios que Él y sus discípulos vienen anunciando.

Sin embargo, hay algo más que ha sucedido y que va a incidir en los movimientos de Jesús: el martirio de Juan el Bautista (14,3-12). Los discípulos de Juan le han avisado a Jesús que Herodes (14,13), instigado por Herodías, la mujer de su hermano Filipo, ha hecho matar a Juan. Es esta la circunstancia que lleva a Jesús a un cambio de escenario, a tomar distancia, aunque sin retirarse de la orilla del Mar de Galilea.

Jesús se alejó en una barca a un lugar desierto para estar a solas. Apenas lo supo la gente, dejó las ciudades y lo siguió a pie. Cuando desembarcó, Jesús vio una gran muchedumbre y, compadeciéndose de ella, sanó a los enfermos.

Jesús busca siempre un momento de soledad para hablar con su Padre. Seguramente, al enterarse de la muerte del Bautista, lo necesitaba especialmente. Pero el lugar alejado pronto dejó de ser solitario: una multitud lo siguió.
Jesús se llenó de compasión y curó a los enfermos. A continuación alimentará a esa muchedumbre hambrienta.

La acción de Jesús es provocada por un pedido de los discípulos. Un pedido completamente razonable desde un punto de vista humano:
“despide a la multitud para que vaya a las ciudades a comprarse alimentos”. 
“Comprarse alimentos”: ¿será posible para cada una de esas personas?
Jesús responde
«No es necesario que se vayan, denles de comer ustedes mismos».
Jesús quiere ofrecer un signo del Reino de Dios. La felicidad del Reino se ofrece gratuitamente, como lo recuerdan las palabras que transmite Isaías, en la primera lectura:
¡Vengan a tomar agua, todos los sedientos,
y el que no tenga dinero, venga también!
Coman gratuitamente su ración de trigo,
y sin pagar, tomen vino y leche.

Sin embargo, Jesús no va a realizar su obra sin la colaboración de los discípulos. Dios no nos salva sin nuestra participación, aunque a nosotros nos parezca mínima.
Los discípulos solo tienen cinco panes y dos pescados; pero ése es el punto de partida de la acción de Jesús. Jesús no crea alimento de la nada, ni transforma las piedras en pan, sino que multiplica lo que se le ofrece. Cuando estamos dispuestos a compartir, Él hace que todo sea posible.

Los gestos de Jesús (v. 19) recuerdan a los de la liturgia de la Eucaristía:
-    tomó los cinco panes y los dos pescados: presentación de los dones
-    levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición: plegaria eucarística
-    partió los panes: fracción del pan
-    los dio a sus discípulos, y ellos los distribuyeron entre la multitud: comunión

El relato de la multiplicación permite comprender las dimensiones de la Eucaristía, don de Dios, en la que se revela la bondad inagotable del Padre. La multiplicación de los panes prefigura el banquete pascual: Jesús, Palabra de Dios, hará de su Cuerpo, en la Eucaristía, el Pan de Vida para la humanidad.

Todos comieron hasta saciarse y con los pedazos que sobraron se llenaron doce canastas.
El hecho de que sobraran panes y peces es expresión del
amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor, 
como dice san Pablo en la segunda lectura. Amor que desborda todos nuestros anhelos y que
hace todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos (Efesios 3,20).

Si la multiplicación de los panes es anuncio del banquete del Reino, es también recuerdo de que estamos peregrinando en este mundo, para lo que necesitamos tanto nuestro pan de cada día como el pan vivo bajado del Cielo: Jesús mismo.

Volvamos a nuestro presente: la pandemia no ha terminado y, aunque pase, muchas de sus consecuencias seguirán entre nosotros por un tiempo. La solidaridad que se despertó en el primer momento tiene que continuar.

Amigas y amigos: sigamos cuidándonos y no perdamos la oportunidad de participar, de colaborar con todos aquellos que se han abierto a las necesidades de los más vulnerables. Pongamos allí nuestros cinco panes y dos pescados: sea como alimentos u otros bienes que podamos ofrecer a quienes los necesitan, como con trabajo y servicios que podamos realizar. Estaremos entonces, llevando el fruto de la Eucaristía al mundo y cumpliendo las palabras de Jesús: “denles ustedes de comer”.

Gracias por atención. Que el Señor los bendiga y hasta la próxima semana, si Dios quiere.

Misa - Domingo 26 de julio - XVII durante el año.


Domingo XVII durante el año, ciclo A.
Capilla Nuestra Señora de Guadalupe, barrio El Trampolín, ciudad de Melo.

sábado, 25 de julio de 2020

Salomón: Un corazón comprensivo, sabio y prudente (1 Reyes 3,5-6a.7-12). Domingo XVII durante el año.







Hubo en la antigüedad siete hombres que llegaron a ser conocidos como “los siete sabios de Grecia”. Vivieron unos seiscientos años antes de Cristo.
A cada uno de ellos se le atribuye alguna frase célebre, de ésas que son como grandes principios que orientan la vida, aunque no siempre los tenemos en cuenta.
Más atrás en el tiempo, diez siglos antes de Cristo, hubo un rey que llegó, también, a tener su fama de sabio.
Estamos hablando de Salomón, que reinó en Israel durante cuatro décadas. Hijo del rey David, heredó el trono siendo muy joven. La primera lectura de este domingo recuerda la oración que dirige a Dios al comienzo de su reinado.
Comienza reconociendo su inexperiencia y su necesidad de ayuda, lo que ya es algo sabio:
soy apenas un muchacho y no sé valerme por mí mismo.
Ayuda más que necesaria, porque debe reinar sobre
un pueblo tan numeroso que no se puede contar ni calcular.
¿Qué pide, entonces, Salomón?
un corazón comprensivo, para juzgar a tu pueblo,
para discernir entre el bien y el mal.
Dios responde a la oración de Salomón concediéndole lo que pide:
Te doy un corazón sabio y prudente, de manera que no ha habido nadie como tú antes de ti, ni habrá nadie como tú después de ti.
En el lenguaje de la Biblia, el corazón, más que el lugar de los sentimientos, es el centro de la persona. Es donde se forman sus intenciones, los juicios y las decisiones. El corazón es el lugar de la conciencia.

Salomón pide un corazón -una conciencia, podríamos decir nosotros- que le permita juzgar al pueblo. Notemos que, cuando hace ese pedido a Dios, no dice “para juzgar a mi pueblo”, sino “para juzgar a tu pueblo”. El pueblo no le pertenece al rey: le pertenece a Dios. Y el mismo rey pertenece a Dios y a su pueblo. El rey tiene que hacer justicia escuchando al pueblo: por eso pide un corazón comprensivo. Pero también se podría traducir como “un corazón atento” o “un corazón que escucha”. No sólo atento a la voz del pueblo, a las voces de los que piden justicia, sino también a la voz de Dios, a la voz de la verdad, precisamente para poder discernir entre el bien y el mal.

Puede llamarnos también la atención que Salomón pida sabiduría para juzgar… Nosotros esperaríamos que pidiera sabiduría para gobernar, porque, en definitiva ¿no es eso lo que tiene que hacer el rey? Sin embargo, los jueces tienen una larga tradición en Israel. Ser juez es una función esencial de quien está a la cabeza del pueblo. Moisés ejerció esa función en el desierto:
Se sentó Moisés para juzgar al pueblo; y el pueblo estuvo ante Moisés desde la mañana hasta la noche. (Éxodo 18,13).
Desbordado por esa tarea, siguiendo el consejo de su suegro, Moisés delegó esa función en varios
“hombres temerosos de Dios, fieles e incorruptibles” (Éxodo 18,21)
Josué, sucesor de Moisés, también ejerció la función de juez y quienes lo sucedieron tuvieron como título, precisamente, el de Jueces. Estos Jueces estaban a disposición del pueblo para resolver sus conflictos, como se cuenta de la jueza Débora:
Se sentaba bajo la palmera (…) y los israelitas subían donde ella en busca de justicia. (Jueces 4,5)
Cuando el pueblo, por su desobediencia a Dios, se ponía en situaciones de peligro, los jueces conducían al pueblo para su salvación, como hizo la misma Débora.
El profeta Samuel fue el último de los grandes jueces de Israel. Con avanzada edad, nombró a sus sucesores y se presentó ante el pueblo, disponible a cualquier reclamo que se le quisiera hacer:
“… ¿A quién le he quitado un buey? ¿A quién le he quitado un asno? ¿A quién he oprimido o perjudicado? ¿Por quién me he dejado sobornar para cerrar los ojos? Díganlo, y yo les restituiré".
Ellos respondieron: "Nunca nos has oprimido ni perjudicado, ni has aceptado nada de nadie".
(1 Samuel 12,3-4)

Samuel dejó como sucesores a sus hijos. Sin embargo:
ellos no siguieron su camino: fueron atraídos por el lucro, aceptaron regalos y torcieron el derecho. (1 Samuel 8,3)
La mala fama de sus hijos, ya antes de ser jueces, fue lo que llevó a los israelitas a pedirle a Samuel:
danos un rey para que nos juzgue, como lo tienen todas las naciones (1 Samuel 8,5)
Juzgar al pueblo seguirá siendo, pues, una importante función del rey. Salomón será el tercero de esos reyes, después de Saúl y David.

Aunque los israelitas pidieron un rey “como lo tienen todas las naciones”, sus reyes no podían ser como los demás. Ocho siglos antes de Salomón, un rey de Babilonia, mandó reunir las leyes hasta entonces aplicadas por costumbre y las hizo inscribir en piedra. Así se formó uno de los primeros códigos de leyes de la historia, que conocemos con el nombre de aquel rey: el código de Hammurabi.
Pero en Israel no encontramos algo así: no hay leyes ni códigos promulgados por sus reyes, porque la ley de Israel es la Ley de Dios. Es esa la Ley que tiene que cumplir y hacer cumplir el Rey. Por eso necesita un corazón sabio y prudente. No sólo debe conocer la letra de la Ley, sino que tiene que penetrar en su espíritu… como diríamos hoy, tiene que comprender la intención del legislador, es decir, comprender cuál es el bien que Dios quiere dar al hombre a través de sus preceptos.

Sin embargo, aquel rey sabio, fue declinando con los años:
En la ancianidad de Salomón sus mujeres inclinaron su corazón tras otros dioses, y su corazón no fue por entero de Yahveh su Dios, como el corazón de David su padre. (1 Reyes 11,4)

Aunque no seamos reyes ni nada parecido, cada uno de nosotros puede pedir el mismo don que Salomón. No para ponerse como juez ante los demás, sino para ser rey sobre sus propios actos, para examinar y juzgar su propio corazón, discernir entre el bien y el mal y actuar con conciencia recta. Y, recordando la etapa de decadencia del rey, pedir que esa sabiduría nos acompañe hasta el final de la vida.

Quienes tienen una responsabilidad sobre otras personas, en la familia, en el mundo del trabajo, o en la administración pública tienen aún más necesidad de la ayuda de Dios para escuchar la voz de la verdad y seguir sus indicaciones para que, tanto en nuestras pequeñas como en nuestras grandes decisiones, construyamos la justicia y la paz.

Amigas y amigos, hubo una mujer cuyo corazón estuvo siempre atento a la voluntad de Dios: María, madre de Jesús, “sede de la sabiduría”. A ella le pedimos que interceda por nosotros para que el Señor nos conceda un corazón comprensivo, sabio y prudente.
Gracias por su atención. No dejemos de cuidarnos en este tiempo difícil. Que el Señor los bendiga y hasta la próxima semana si Dios quiere.

jueves, 23 de julio de 2020

La Palabra del Reino. Pasajes bíblicos que guían nuestra vida.


El domingo 12 de julio, a propósito de la parábola del sembrador, pedí a quienes quisieran hacerlo, que compartieran un pasaje de la Biblia que hubiera marcado su vida y algo de su experiencia buscando vivir esa Palabra de Dios, esa "Palabra del Reino", que es la semilla que lanza el sembrador.
Fueron varios los que respondieron por escrito o grabando su propia voz. Busqué darle cabida a todos. Sin embargo, tengo también que disculparme, porque, sin querer, borré alguna de las respuestas. Aquí está disponible el resultado. Espero que les guste.
+ Heriberto

domingo, 19 de julio de 2020

viernes, 17 de julio de 2020

La paciencia de Dios (Mateo 13,24-43). Domingo XVI durante el año.







El 2 de setiembre de 1945 finalizó la segunda guerra mundial y el 24 de octubre de ese año nació la Organización de las Naciones Unidas. Se cumplirán, por lo tanto, 75 años de cada uno de estos eventos. El primero dejó cien millones de muertos y terribles secuelas; el segundo abrió una esperanza de paz y amistad entre las naciones y de progreso y desarrollo para los pueblos.
¿Logró la ONU alcanzar esos objetivos? En estos 75 años se fueron sucediendo la “Guerra fría”, la descolonización de África y Asia, revoluciones, dictaduras, terrorismo… las grandes potencias del Consejo de Seguridad muchas veces defendieron solo sus intereses. Sin embargo, es difícil imaginar qué habría sido del mundo sin la ONU… tal vez una hecatombe nuclear hubiera arrasado todo o gran parte del planeta.

Desde este marco de la historia de la humanidad, en la que se mezclan la violencia y la muerte con profundos anhelos de paz y crecimiento, podemos leer este domingo la parábola del trigo y la cizaña, anuncio de la paciencia de Dios.

Al igual que la semana pasada, Jesús se presenta de nuevo como sembrador. Aquí el problema no está en la tierra, que parece ser toda buena: el problema está en la semilla.
"Señor, ¿no habías sembrado buena semilla en tu campo?
¿Cómo es que ahora hay cizaña en él?"
Él les respondió: "Esto lo ha hecho algún enemigo".
Al explicar la parábola, Jesús manifiesta quién ha sembrado la maleza en medio del trigo:
El enemigo que la siembra es el demonio.

El origen del mal

Dios no es el origen del mal. El origen del mal está en una criatura, un ser espiritual que se ha rebelado contra su Creador.
Nosotros, seres humanos, a medida que vamos creciendo y asumiendo nuestra libertad, vamos tomando decisiones; decisiones parciales y sucesivas, a través de las cuales nos vamos haciendo lo que somos.
No sucede así con esos seres espirituales. Ellos son lo que son por un acto único de su libertad. Frente a su Creador toman la decisión de una vez para siempre: si esa decisión es un Sí, serán ángeles. El “Sí” a Dios, construye al que lo pronuncia. Pero si la decisión del ser espiritual es un “No”, no está diciendo simplemente “yo me voy por mi camino”. No está así construyendo otra identidad, sino destruyendo la relación con su Creador, la relación que lo constituye y le da sentido a su existencia… entonces, ese ser espiritual se desfigura, se desestructura, se despersonaliza: se convierte en demonio. Y así se lanza a destruir todo, ensañándose particularmente con esas criaturas que van caminando en el tiempo, tomando decisiones parciales y sucesivas… es decir, con nosotros, con los seres humanos. (1)
Así podemos entender las palabras de Jesús en el evangelio según san Juan, hablando del Diablo, de Satanás:
Él fue un homicida desde el principio, y no se mantuvo en la verdad porque no hay verdad en él. Cuando dice la mentira, dice de su propia naturaleza, porque es mentiroso y el padre de la mentira. (Juan 8,44)

Trigo o cizaña: nuestra decisión

Los seres humanos no somos ni ángeles ni demonios. Lo que somos se construye con nuestras decisiones; pero no de una vez para siempre. Nuestra vida no es una tragedia, donde todo termina irremediablemente mal, sino un drama, donde nuestra libertad se juega, donde podemos elegir entre el bien y el mal.
“Muchos que terminaron siendo trigo fueron primero cizaña” (2)
dice San Agustín , que habla desde su propia experiencia:
“yo me avergonzaba entre mis compañeros por ser menos desvergonzado que ellos cuando los oía jactarse de sus malas acciones y llenarse de arrogancia cuanto más indecentes eran.
Les satisfacía hacer esas maldades, no solo por el gusto de la acción, sino, sobre todo, por la popularidad que ganaban entre sus compinches. (…)
Yo mismo, para evitar que me humillaran, me iba enviciando progresivamente (…) y hasta inventaba cosas que no había hecho para no parecer más despreciable, por el hecho de ser más inocente” (3)

Paciencia y ayuda de Dios

Los servidores preguntaron al dueño del campo qué debían hacer con la cizaña:
"¿Quieres que vayamos a arrancarla?"
Allí nuestro buen Agustín hubiera marchado al horno. Y no digamos nosotros… Pero la respuesta del dueño fue otra.
"No, porque al arrancar la cizaña, corren el peligro de arrancar también el trigo. Dejen que crezcan juntos hasta la cosecha, y entonces diré a los cosechadores: Arranquen primero la cizaña y átenla en manojos para quemarla, y luego recojan el trigo en mi granero"
Dios sabe esperar. Comentando este texto, dice el Papa Francisco:
“Dios mira el «campo» de la vida de cada persona con paciencia y misericordia: ve mucho mejor que nosotros la suciedad y el mal, pero ve también los brotes de bien y espera con confianza que maduren. (…) La actitud del propietario es la actitud de la esperanza fundada en la certeza de que el mal no tiene ni la primera ni la última palabra. Y es gracias a esta paciente esperanza de Dios que la cizaña misma, es decir el corazón malo con muchos pecados, al final puede llegar a ser buen trigo.” (4)
Más aún, Dios conoce nuestra fragilidad, nuestra inclinación al mal. Por eso san Pablo nos dice, en la segunda lectura:
El Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad porque no sabemos orar como conviene (…) el Espíritu intercede por nosotros.
Con esa ayuda podemos llegar a experimentar que el “sí” al amor, a la verdad, al bien… en definitiva a Dios, fuente de todo bien, me construye como persona y me va ayudando a superar el “no” que podría haber llegado a destruirme.

El juicio

La paciencia evangélica no es indiferente al mal. Es una paciencia que se vive en la esperanza de la victoria final del bien, es decir, de Dios.
Así como se arranca la cizaña y se la quema en el fuego, de la misma manera sucederá al fin del mundo. El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y estos quitarán de su Reino todos los escándalos y a los que hicieron el mal, y los arrojarán en el horno ardiente: allí habrá llanto y rechinar de dientes. Entonces los justos resplandecerán como el sol en el Reino de su Padre.
No es éste el único aviso que nos da Jesús acerca del juicio… nos dice también:
«No juzguen, para no ser juzgados. Porque con el juicio con que juzguen serán juzgados, y con la medida con que midan se les medirá» (Mateo 7,1-2)
Amigas y amigos: Dios no desprecia el esfuerzo humano. Al contrario, nos anima cada día a trabajar por la paz entre los pueblos, por la justicia y el desarrollo integral del ser humano, que incluye la relación con su Creador. No nos dejemos enredar en la cizaña. Abramos el corazón a la buena semilla, para ser trigo de Dios, que Él recogerá en su granero.
Gracias por su atención. Que el Señor los bendiga. Sigamos cuidándonos y hasta la próxima semana, si Dios quiere.

NOTAS:
(1) Cf. Bernard Sesboüé, Jesucristo, el único mediador. Ensayo sobre la redención y la salvación, tomo I. Edición: Secretariado Trinitario, 2010. En el capítulo sobre "Cristo vencedor: la redención", III, hay una extensa cita de E. Pousset, Les créatures invisibles: anges et démons, en G. Gilson - B. Sesboüé, Paroles de foi, paroles d'Église, Limoges, Droguet-Ardant, 1980, p. 85.
(2) San Agustín, Quaest. septend. in Ev. sec. Matth., 12, 4: pl 35, 1371, citado por Benedicto XVI, ángelus, Domingo 17 de julio de 2011.
(3) San Agustín, Confesiones, Libro II, 3, 7.
(4) Papa Francisco, Ángelus, 20 de julio de 2014. Algunos aspectos de esta reflexión están tomados de esta meditación.

miércoles, 15 de julio de 2020

75 años de la ordenación sacerdotal de Mons. Roberto Cáceres

El Padre Roberto Cáceres celebrando la Eucaristía
en su parroquia "la Cruz de Carrasco" (c. 1950)

1945 - 15 de julio - 2020

75 años de la ordenación sacerdotal de Mons. Roberto Cáceres

Mons. Roberto Reinaldo Cáceres González nació en el barrio Almagro, en Buenos Aires, Argentina, de padres uruguayos. Al regresar su familia a Uruguay ingresó al Seminario por la arquidiócesis de Montevideo. Fue ordenado sacerdote el 15 de julio de 1945. Fue vicario en las parroquias de Canelones y Paso del Molino y luego párroco de la Cruz de Carrasco y asesor de Acción Católica.
Fue Obispo de Melo entre 1962 y 1996. Participó de las cuatro sesiones del Concilio Vaticano II.
Falleció en el Hogar Sacerdotal, en Montevideo, el 13 de enero de 2019.

- En la ordenación sacerdotal se nos pregunta: "¿Quieres unirte cada día más estrechamente a Cristo, sumo Sacerdote, que por nosotros se ofreció al Padre como Víctima Santa y con él ofrecerte tú mismo a Dios, para la salvación de los hombres?" ¿Qué significa para usted, desde la perspectiva de trabajador pastoral, esa frase que, seguramente, repercutirá en el corazón del pastor?

- Siempre he tenido como perspectiva la Palabra de Jesús: "Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna" (Juan 3,16) y lo que dice el credo: "que por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo".
Lo grande, lo que entusiasma, lo que le da dinamismo a la vida sacerdotal es tener ese telón de fondo que es toda la Humanidad. Su mismo voto, su mismo celibato lleva al sacerdote a eso: a no casarse con nadie, porque se casa con todo el mundo, porque se casa con toda la Humanidad.
Ama a todos por igual como nos amó Jesús, es la continuación de Cristo cabeza, junto con la continuación -obviamente, y no hay que perderlo de vista- con el sacerdocio del Pueblo, con el sacerdocio de los bautizados.
Los que tenemos el sacerdocio ministerial, los que recibimos el Orden Sagrado, tenemos una particular dedicación y toda nuestra vida tiene como gesto ir extendiendo, ir anunciando: "vayan por todo el mundo", dijo Jesús. Ése ha sido siempre mi objetivo, mi empeño: estar presente en medio de la gente con el mensaje de Jesús, con el Evangelio y hacerlo de la forma más entendible, más captable por la gente.
Juan Pablo II nos impulsó a la Nueva Evangelización: nueva en el ardor, en la exposición, en los métodos: la novedad, no tener miedo al cambio, pero siempre para beneficiar al pueblo, a la gente, que es el destinatario de nuestra vida, de nuestra misión, de nuestra vocación, de nuestro sacerdocio.

- Después de tantos años y habiendo pasado por diferentes etapas en la vida de la Iglesia, ¿cuál es, Monseñor, la clave para mantenerse vivo como sacerdote, como obispo emérito, con ese entusiasmo y esa frescura pastoral?

- El secreto está en asimilar a este Buen Pastor, el único Sacerdote de nuestras almas, el único Obispo de nuestras almas (cf. 1 Pedro 2,25), que es Jesús. No hubo momento de su vida que no estuviera motivado hasta dar su vida, no estuviera motivado con este propósito: la salvación del pueblo. Y lo sigo repitiendo a los sacerdotes, al presbiterio, un poco parafraseando aquellos que los antiguos romanos decían: "la salvación del Pueblo es la suprema ley". Repetía a los sacerdotes y me repetía a mí mismo: la salvación del Pueblo, la evangelización del Pueblo y con ello su salvación eterna, es la suprema ley ante la cual tenemos que inclinar o dejar de lado todo otro interés, toda otra mira. La salvación del Pueblo, la salvación eterna del Pueblo es la suprema ley.

Extracto de la entrevista del P. Fabián Róvere a Mons. Roberto Cáceres, en Radio María, sábado 28 de noviembre de 2009. Del libro "Sembró ayer... hoy seguimos cosechando", recopilación de Nelly Nauar, con la colaboración de Silvia Alemán, Melo, 2010, pp. 128-130.

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Es Cuestión de Fe Diócesis de Melo.

domingo, 12 de julio de 2020

Misa - Domingo 12 de julio de 2020. XV del tiempo durante el año.



Santa Misa - Domingo 12 de julio de 2020
Domingo XV del Tiempo durante el año, ciclo A.
Lugar: "La Casita", Remigio Castellanos 1284, Melo. Oratorio dependiente de la parroquia Catedral Nuestra Señora del Pilar y San Rafael, Melo.
Presidida por Mons. Heriberto Bodeant, Obispo de Melo.
Concelebrante: P. Reynaldo Medina.
Lectores:
Primera lectura: Alfredo Rodríguez Ramundey.
Salmo: Yenny Gularte.
Segunda lectura: Iris Rodríguez.
Canciones: Mara Rodríguez, voz y guitarra.
Solo de guitarra: gentileza de Mario Bodeant.

jueves, 9 de julio de 2020

"Cuando alguien oye la Palabra del Reino…" (Mateo 13,1-23). Domingo XV durante el año.






Recuerdo la primera vez que abrí una Biblia. Yo era todavía un niño. Volvía del cine, donde había visto “Los diez mandamientos”. Empecé a contarle a mi madre la película y ella me dijo: eso está en la Biblia. Me mostró la que teníamos en casa y me puse a leer el libro del Éxodo, en el cual se basó la película.

Aunque era la primera vez que abría una Biblia, no era mi primer contacto con la Palabra de Dios: la escuchaba en Misa todos los domingos y también en la catequesis. Muchas Biblias pasaron por mis manos en distintos momentos y tengo todavía la mayor parte de ellas, con muchos de sus versículos subrayados; a veces, estudiando el texto; otras, para señalar algo que me había llegado especialmente.

Todo esto viene a propósito del evangelio de este domingo, que es nada menos que la parábola del sembrador:

«El sembrador salió a sembrar. Al esparcir las semillas, algunas cayeron al borde del camino y los pájaros las comieron. Otras cayeron en terreno pedregoso, donde no había mucha tierra, y brotaron en seguida, porque la tierra era poco profunda; pero cuando salió el sol, se quemaron y, por falta de raíz, se secaron. Otras cayeron entre espinas, y estas, al crecer, las ahogaron. Otras cayeron en tierra buena y dieron fruto: unas cien, otras sesenta, otras treinta. ¡El que tenga oídos, que oiga!»
No es difícil darse cuenta de que el sembrador es el mismo Jesús. Sólo llama la atención la generosidad con la que distribuye esa semilla, sin mirar si cae o no en la tierra buena; pero no en vano Jesús es el Hijo del “Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos” (Mateo 5,45). La semilla es ofrecida a todos, pródigamente.

¿De qué semilla se trata? Si Jesús es el sembrador, la semilla es… la Palabra de Dios. Pero cuando Jesús comienza a explicar la parábola se expresa de esta manera:
“Cuando alguien oye la Palabra del Reino…”
No dice “Palabra de Dios”, sino “Palabra del Reino”.

El Reino de Dios es el mensaje central de Jesús. No es solo un discurso. Es una realidad que Él trae con su presencia y con sus obras.
En los próximos domingos vamos a escuchar varias parábolas que comienzan diciendo “El Reino de los Cielos se parece a…”

En su evangelio, Mateo utiliza la expresión “Reino de los Cielos”: es solo una forma delicada de nombrar a Dios, sin pronunciar su nombre. Lucas dice directamente “Reino de Dios”. No se trata de un lugar, de un territorio, sino de la acción de reinar: el reinado de Dios, que aparece allí donde se hace su voluntad, “así en la tierra como en el cielo”.

Las bienaventuranzas, que encontramos en el capítulo 5 de san Mateo, son como la ley fundamental del Reino de Dios. Ellas conforman el programa de vida de Jesús y de quien quiera seguirlo. En ellas tenemos el corazón de lo que es “la semilla del Reino”.

Prestemos ahora atención al verbo que más se repite en la explicación de Jesús. Aparece cuatro veces.
  • el que recibió la semilla al borde del camino    
  • el que la recibe en terreno pedregoso
  • el que recibe la semilla entre espinas    
  • el que la recibe en tierra fértil
Eso es lo que importa: ¿cómo he recibido el mensaje de Jesús?

Unido a “recibir” está “comprender”. Aparece al principio y al final de la explicación, para marcar la diferencia entre quien no comprende y quien, sí, comprende la palabra.
«Cuando alguien oye la Palabra del Reino y no la comprende, viene el Maligno y arrebata lo que había sido sembrado en su corazón: este es el que recibió la semilla al borde del camino. (…)
Y el que la recibe en tierra fértil es el hombre que escucha la Palabra y la comprende. Éste produce fruto, ya sea cien, ya sesenta, ya treinta por uno».
Comprender, en el sentido que le da Jesús, es mucho más que entender el significado de las palabras. La siembra va al corazón, es decir, a lo más profundo de la persona, allí donde se toman las decisiones que cambian la vida. Comprender, entonces, es abrazar la Palabra del Reino, hacerla propia, tomarla como norma de conducta; en definitiva, es abrazar y seguir al mismo Jesús, “que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (Benedicto XVI, Deus caritas est, 217). ¿Cómo voy comprendiendo el mensaje de Jesús?

Al borde del camino

En el caso de quien recibe la Palabra al borde del camino, Jesús hace una referencia al Maligno, que “arrebata lo que había sido sembrado” en el corazón del hombre que no comprende. El Maligno es el tentador que intentó apartar a Jesús del camino del Padre y sigue actuando contra el reinado de Dios, buscando apartarnos de Jesús.

En terreno pedregoso

La alegría del evangelio, de la que nos ha hablado el papa Francisco, no es una alegría superficial. Es la alegría de quien ha encontrado al Resucitado pasando a través de la propia cruz. Quien recibe la Palabra como terreno pedregoso solo conoce un entusiasmo pasajero, que no resiste “una tribulación o una persecución”. Es como el hombre que edificó su casa sobre arena (7,26-27).

Entre espinas

Desde la primera bienaventuranza “felices los que tienen espíritu de pobres” (5,3) Jesús llama a sus discípulos a no andar constantemente preocupados por la comida y el vestido sino a buscar primero el Reino de Dios y su justicia, confiándose a la Providencia de Dios (6,25-34). “Las preocupaciones del mundo y la seducción de las riquezas” ahogan la Palabra.

Los cuatro terrenos no son diferentes clases de personas: son actitudes por las que puede pasar la misma persona en distintos momentos de su vida.

En tierra buena

Quien ha comprendido produce frutos. Los frutos no son solamente una acción que en sí es buena, como darle comida al que tiene hambre… es, también, y no es nada menor, el darla con misericordia, con amor, que a veces se expresará simplemente en la sonrisa… o en la mirada, cuando llevamos un tapabocas.

Si en nuestra vida hemos meditado la Palabra de Dios, habremos experimentado que hay pasajes que marcan nuestro caminar y que, cuando los volvemos a leer, continúan diciéndonos algo nuevo, aunque los conozcamos bien. Siempre podemos comprender un poco más, es decir, vivir más profundamente la Palabra y producir más frutos.

Ahora les invito a hacerse esta pregunta: ¿cuál es la palabra de Dios que me ha llegado más, esa palabra que realmente ha tocado mi vida, que hizo que algo cambiara dentro de mí, que me hizo producir frutos? A lo mejor es un versículo que está subrayado en mi Biblia, o que he copiado en un papel para tenerlo a mano, o que he anotado en un diario íntimo… pero, sobre todo, que lo llevo como tatuado en el corazón.

Si tienen ganas de compartirlo y contar brevemente qué significó en su vida… háganmelo llegar, ya sea en forma escrita o grabando un breve mensaje. Me gustaría poner en común toda esa riqueza de fe y de vida.

Gracias, amigas y amigos por su atención. Espero sus mensajes. Que el Señor los bendiga; cuídense mucho y hasta la próxima semana, si Dios quiere.

domingo, 5 de julio de 2020

Misa - Domingo XIV durante el año.



La Misa de hoy, 5 de julio de 2020.
Capilla San Pedro, La Pedrera (Cerro Largo)
Parroquia Nuestra Señora del Pilar y San Rafael (Catedral).
Diócesis de Melo (Cerro Largo y Treinta y Tres, Uruguay)

jueves, 2 de julio de 2020

Un rey manso y humilde (Zacarías 9,9-10 - Mateo 11,25-30). Domingo XIV durante el año.







Entre los muchos monumentos que hay en Montevideo, se encuentran al menos dieciséis estatuas ecuestres, es decir, que representan hombres a caballo. (*)
Allí están nuestros héroes nacionales, comenzando por Artigas, y latinoamericanos como San Martín y Bolívar.
Hay también dos condottieri, mercenarios italianos del siglo XV, el Gattamelata y el Colleoni y hasta una escena donde hombres y equinos se mezclan en el combate: “El entrevero”.
El caballo ha sido compañero del hombre en la paz, en el trabajo, pero también, y mucho, en la guerra. En la antigüedad, los reyes y los generales victoriosos celebraban sus triunfos desfilando en un carro de guerra tirado por caballos.

Este domingo, el profeta Zacarías nos cuenta de un rey que entra a la ciudad montado, pero no en un caballo:
Así habla el Señor:
¡Alégrate mucho, hija de Sión!
¡Grita de júbilo, hija de Jerusalén!
Mira que tu Rey viene hacia ti;
él es justo y victorioso,
es humilde y está montado sobre un asno,
sobre la cría de un asna. (Zacarías 9,9-10)
Ese es el texto que cita el evangelista Mateo al narrar la entrada de Jesús en Jerusalén que recordamos cada Domingo de Ramos. Dice Mateo:
Esto sucedió para que se cumpliera lo anunciado por el Profeta: Digan a la hija de Sión: Mira que tu rey viene hacia ti, humilde y montado sobre un asno, sobre la cría de un animal de carga. (Mateo 21,4-5)
¿Qué recoge Mateo de la profecía de Zacarías que él ve cumplida en Jesús?
-    Tu rey VIENE hacia ti
-    HUMILDE
-    Montado sobre un ASNO
El rey viene hacia ti: visita a su pueblo, se acerca a los suyos.
No suele ser fácil entrar en la presencia de un rey. En cambio, Jesús es el rey que se acerca. Su cabalgadura marca esa cercanía: no es el caballo, donde el guerrero mira desde arriba, sino el burrito de un rey que ofrece la paz de Dios a Jerusalén y a sus habitantes, del que viene a reunirlos…
como una gallina reúne a sus pollitos bajo las alas (Mateo 23,37)
El texto de Zacarías nos prepara para escuchar el Evangelio en el que Jesús se define como…
paciente y humilde de corazón.
Pero Jesús dice mucho más. Vayamos de a poco.

Jesús comienza con una oración al Padre. Nuestra oración más frecuente es la de petición ¿no es verdad? También sabemos dar gracias cuando vemos nuestra oración escuchada y hay momentos en que sentimos la necesidad de pedir perdón.
Pero esta oración de Jesús es una oración de alabanza: un reconocimiento de la obra de Dios.
Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido.
Jesús reconoce como obra de Dios haber revelado “estas cosas” a los pequeños.
“Estas cosas” son los misterios del Reino, la forma en que Dios se va haciendo presente en la vida de los hombres.
Jesús ve como los humildes las han entendido y aceptado; no ha sucedido lo mismo con los “sabios y prudentes”, es decir, los doctores de la ley, los fariseos, aquellos que, se supone, están más preparados para interpretar la voluntad de Dios.
Jesús dice que el Padre “les ha ocultado” esas cosas… Es una manera de expresar lo que está sucediendo.
Son, en realidad, ellos mismos los que se han encerrado en su orgullo y soberbia.
El reino solo se abrirá para ellos si, con humildad, se dejan enseñar por Jesús.

Viene a continuación un versículo con un lenguaje tan similar al del cuarto evangelio, que algunos biblistas lo han llamado “un aerolito caído del cielo de Juan”, aunque también lo encontramos en el evangelio de Lucas (10,22).
Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, así como nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.
El Hijo ha recibido TODO del Padre: tiene la misma sabiduría y el mismo poder que el Padre, porque es también Dios, aunque Dios esté escondido bajo la humanidad de Jesús.
Hay un conocimiento mutuo y profundo entre el Padre y el Hijo; por eso es el Hijo quien puede revelar al Padre.
El querer del Padre y del Hijo es el mismo y va hacia los sencillos.

Jesús concluye con una gran invitación, en la que destacan tres verbos: vengan, carguen y aprendan.
Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y Yo los aliviaré.
El rey ha venido, pero invita a ir hacia Él. Como manso y humilde que es, no impone su presencia.
Pide nuestra decisión: encaminar nuestros pasos hacia Él.
El llamado se dirige especialmente a los afligidos y agobiados.
Muchos podemos sentirnos así hoy… no desoigamos la invitación de Jesús. Su promesa es darnos alivio, aunque también nos dice…
Carguen sobre ustedes mi yugo.
Parece extraño que, después de prometer alivio, la segunda invitación sea a cargarnos con algo.
El yugo, conocido desde tiempos muy antiguos, es una pieza de madera colocada sobre el cuello de un par de animales, generalmente bueyes, para que tiren juntos de un arado o de una carreta.
Colocarse el yugo, en referencia a un maestro, a un rabino, era aceptar su autoridad y sus enseñanzas. Jesús denuncia a aquellos maestros que…
Atan cargas tan pesadas que es imposible soportarlas, y las echan sobre los hombros de los demás, mientras que ellos mismos no quieren tocarlas ni siquiera con un dedo (Mateo 23,4).
No se trata de lo esencial, como los diez mandamientos, sino de innumerables reglas relacionadas con la pureza y el descanso del sábado.
Mucha gente del pueblo faltaba a esas normas Y, a veces, ni siquiera las conocían.
Esas personas sencillas, que se abrieron a la enseñanza de Jesús, eran despreciadas por los supuestos “sabios y entendidos” que decían, crudamente:
“esta gente, que no conoce la ley, está maldita” (Juan 7,49)
La Ley surgida en la alianza de Dios con su pueblo, ley de amor y de libertad, se había convertido en herramienta de dominio y opresión.
“Carguen con mi yugo” no es una imposición:
es un llamado, una invitación de Jesús.
El yugo no es solo una carga. El yugo une a dos en yunta para tirar juntos.
Ese es el sentido de la palabra “cónyuges”: los que están unidos por el mismo yugo; el esposo y la esposa, que se han dado el uno al otro en amor recíproco y están llamados a salir adelante marchando y trabajando juntos, codo a codo.
Más allá de la relación conyugal, el yugo puede entenderse como toda relación de esfuerzo compartido en la familia, en la comunidad, en la sociedad… si, al llamarnos a tomar nuestra cruz,
Jesús se pone adelante llevando la suya ¿no se hará él también nuestro compañero de yugo,
en ayuda de nuestra debilidad?
¿No será así como su yugo se hace suave y su carga liviana, si es Él mismo quien nos ayuda a llevarla? ¿Veo a Cristo en el hermano o la hermana que lleva el yugo junto conmigo? Y esa persona con la que estoy llevando el yugo ¿Puede ver a Cristo en mí?
“Ayúdense mutuamente a llevar sus cargas, y así cumplirán la Ley de Cristo” (Gálatas 6,2)
dice san Pablo. Jesús concluye su enseñanza:
aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga liviana.

Amigas y amigos, en medio de tantas cosas que hoy nos afligen y nos pesan en la vida, Jesús nos llama a seguirlo, escuchándolo y creciendo en unión con Él.
Frente al maestro soberbio y duro de corazón, él es el maestro paciente y humilde del que cada día estamos llamados a aprender.

Gracias por su atención. Que el Señor los bendiga. Sigamos cuidándonos y hasta la próxima semana si Dios quiere.

(*)
1.    José Artigas, 1923, Plaza Independencia. Angel Zanelli, italiano (1879-1942).
2.    El Gaucho, 1927. 18 de Julio y Constituyente
3.    Bruno Mauricio de Zabala, 1931. Plaza Zabala, Ciudad Vieja. Lorenzo Coullant Valera, español (1876-1932) con la colaboración de Pedro Muguruza Otaño, arquitecto español.
4.    La carreta, 1934. Parque Batlle. José Belloni, uruguayo (1882-1965). Un jinete acompaña.
5.    Nuevos rumbos, 1948. Parque Rodó (frente a Rambla Pte. Wilson y Av. Julio María Sosa). José Belloni.
6.    La diligencia, 1952. Parque Prado. José Belloni, uruguayo (1882-1965). Un jinete ayuda a salir del lugar donde el vehículo se ha empantanado.
7.    Aparicio Saravia, 1956. Av. Millán, Dr. Luis Alberto de Herrera y Joaquín Suárez. José Luis Zorrilla de San Martín, uruguayo (1891-1975)
8.    Condottiero Bartolomeo Colleoni, 1958. Bv. Artigas, frente a Facultad de Arquitectura. Calco en bronce del original de Verrocchio (Florencia, h. 1435-Venecia, 1488).
9.    Condottiero Gattamelata (Erasmo de Nami), 1963. Av. Italia y Ricaldoni. Calco del original de Donattello (Florencia, Italia, 1386-1466)
10.    San Martín, 1963. Plaza Soldados Orientales de San Martín, Av. Agraciada en la confluencia de las calles Uruguayana y Grito de Asencio. Edmundo Prati, uruguayo (1889-1970)
11.    El entrevero, 1967. Plaza Ing. Juan Pedro Fabini. José Belloni, uruguayo (1882-1965)
12.    Fructuoso Rivera, 1974. Bv. Artigas y Goes, Terminal Tres Cruces. José Fioravanti, argentino (1896-1970), en colaboración con el arquitecto Carlos de la Corcova, argentino.
13.    Manuel Oribe, 1974. Plaza Oribe, Brandsena, Rivera y 18 de Julio. Federico Moller de Berg, uruguayo (1900 - 1991).
14.    Juan Antonio Lavalleja, 1982. Plaza de los Treinta y Tres. Máximo A. Lamela, uruguayo (1918-)
15.    Francisco Solano López, 1985. Rambla Rep. de Chile y Francisco Solano López. Juan Ulrico Habegger Balparda
16.    Simón Bolívar. Plaza Simón Bolívar, Espacio entre La Cumparsita, Santiago de Chile y Rambla Rca. Argentina. No hay datos de fecha de inauguración. Se decidió erigir este monumento por Ley N° 14.974 del 11 de diciembre de 1979.