viernes, 17 de julio de 2020

La paciencia de Dios (Mateo 13,24-43). Domingo XVI durante el año.







El 2 de setiembre de 1945 finalizó la segunda guerra mundial y el 24 de octubre de ese año nació la Organización de las Naciones Unidas. Se cumplirán, por lo tanto, 75 años de cada uno de estos eventos. El primero dejó cien millones de muertos y terribles secuelas; el segundo abrió una esperanza de paz y amistad entre las naciones y de progreso y desarrollo para los pueblos.
¿Logró la ONU alcanzar esos objetivos? En estos 75 años se fueron sucediendo la “Guerra fría”, la descolonización de África y Asia, revoluciones, dictaduras, terrorismo… las grandes potencias del Consejo de Seguridad muchas veces defendieron solo sus intereses. Sin embargo, es difícil imaginar qué habría sido del mundo sin la ONU… tal vez una hecatombe nuclear hubiera arrasado todo o gran parte del planeta.

Desde este marco de la historia de la humanidad, en la que se mezclan la violencia y la muerte con profundos anhelos de paz y crecimiento, podemos leer este domingo la parábola del trigo y la cizaña, anuncio de la paciencia de Dios.

Al igual que la semana pasada, Jesús se presenta de nuevo como sembrador. Aquí el problema no está en la tierra, que parece ser toda buena: el problema está en la semilla.
"Señor, ¿no habías sembrado buena semilla en tu campo?
¿Cómo es que ahora hay cizaña en él?"
Él les respondió: "Esto lo ha hecho algún enemigo".
Al explicar la parábola, Jesús manifiesta quién ha sembrado la maleza en medio del trigo:
El enemigo que la siembra es el demonio.

El origen del mal

Dios no es el origen del mal. El origen del mal está en una criatura, un ser espiritual que se ha rebelado contra su Creador.
Nosotros, seres humanos, a medida que vamos creciendo y asumiendo nuestra libertad, vamos tomando decisiones; decisiones parciales y sucesivas, a través de las cuales nos vamos haciendo lo que somos.
No sucede así con esos seres espirituales. Ellos son lo que son por un acto único de su libertad. Frente a su Creador toman la decisión de una vez para siempre: si esa decisión es un Sí, serán ángeles. El “Sí” a Dios, construye al que lo pronuncia. Pero si la decisión del ser espiritual es un “No”, no está diciendo simplemente “yo me voy por mi camino”. No está así construyendo otra identidad, sino destruyendo la relación con su Creador, la relación que lo constituye y le da sentido a su existencia… entonces, ese ser espiritual se desfigura, se desestructura, se despersonaliza: se convierte en demonio. Y así se lanza a destruir todo, ensañándose particularmente con esas criaturas que van caminando en el tiempo, tomando decisiones parciales y sucesivas… es decir, con nosotros, con los seres humanos. (1)
Así podemos entender las palabras de Jesús en el evangelio según san Juan, hablando del Diablo, de Satanás:
Él fue un homicida desde el principio, y no se mantuvo en la verdad porque no hay verdad en él. Cuando dice la mentira, dice de su propia naturaleza, porque es mentiroso y el padre de la mentira. (Juan 8,44)

Trigo o cizaña: nuestra decisión

Los seres humanos no somos ni ángeles ni demonios. Lo que somos se construye con nuestras decisiones; pero no de una vez para siempre. Nuestra vida no es una tragedia, donde todo termina irremediablemente mal, sino un drama, donde nuestra libertad se juega, donde podemos elegir entre el bien y el mal.
“Muchos que terminaron siendo trigo fueron primero cizaña” (2)
dice San Agustín , que habla desde su propia experiencia:
“yo me avergonzaba entre mis compañeros por ser menos desvergonzado que ellos cuando los oía jactarse de sus malas acciones y llenarse de arrogancia cuanto más indecentes eran.
Les satisfacía hacer esas maldades, no solo por el gusto de la acción, sino, sobre todo, por la popularidad que ganaban entre sus compinches. (…)
Yo mismo, para evitar que me humillaran, me iba enviciando progresivamente (…) y hasta inventaba cosas que no había hecho para no parecer más despreciable, por el hecho de ser más inocente” (3)

Paciencia y ayuda de Dios

Los servidores preguntaron al dueño del campo qué debían hacer con la cizaña:
"¿Quieres que vayamos a arrancarla?"
Allí nuestro buen Agustín hubiera marchado al horno. Y no digamos nosotros… Pero la respuesta del dueño fue otra.
"No, porque al arrancar la cizaña, corren el peligro de arrancar también el trigo. Dejen que crezcan juntos hasta la cosecha, y entonces diré a los cosechadores: Arranquen primero la cizaña y átenla en manojos para quemarla, y luego recojan el trigo en mi granero"
Dios sabe esperar. Comentando este texto, dice el Papa Francisco:
“Dios mira el «campo» de la vida de cada persona con paciencia y misericordia: ve mucho mejor que nosotros la suciedad y el mal, pero ve también los brotes de bien y espera con confianza que maduren. (…) La actitud del propietario es la actitud de la esperanza fundada en la certeza de que el mal no tiene ni la primera ni la última palabra. Y es gracias a esta paciente esperanza de Dios que la cizaña misma, es decir el corazón malo con muchos pecados, al final puede llegar a ser buen trigo.” (4)
Más aún, Dios conoce nuestra fragilidad, nuestra inclinación al mal. Por eso san Pablo nos dice, en la segunda lectura:
El Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad porque no sabemos orar como conviene (…) el Espíritu intercede por nosotros.
Con esa ayuda podemos llegar a experimentar que el “sí” al amor, a la verdad, al bien… en definitiva a Dios, fuente de todo bien, me construye como persona y me va ayudando a superar el “no” que podría haber llegado a destruirme.

El juicio

La paciencia evangélica no es indiferente al mal. Es una paciencia que se vive en la esperanza de la victoria final del bien, es decir, de Dios.
Así como se arranca la cizaña y se la quema en el fuego, de la misma manera sucederá al fin del mundo. El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y estos quitarán de su Reino todos los escándalos y a los que hicieron el mal, y los arrojarán en el horno ardiente: allí habrá llanto y rechinar de dientes. Entonces los justos resplandecerán como el sol en el Reino de su Padre.
No es éste el único aviso que nos da Jesús acerca del juicio… nos dice también:
«No juzguen, para no ser juzgados. Porque con el juicio con que juzguen serán juzgados, y con la medida con que midan se les medirá» (Mateo 7,1-2)
Amigas y amigos: Dios no desprecia el esfuerzo humano. Al contrario, nos anima cada día a trabajar por la paz entre los pueblos, por la justicia y el desarrollo integral del ser humano, que incluye la relación con su Creador. No nos dejemos enredar en la cizaña. Abramos el corazón a la buena semilla, para ser trigo de Dios, que Él recogerá en su granero.
Gracias por su atención. Que el Señor los bendiga. Sigamos cuidándonos y hasta la próxima semana, si Dios quiere.

NOTAS:
(1) Cf. Bernard Sesboüé, Jesucristo, el único mediador. Ensayo sobre la redención y la salvación, tomo I. Edición: Secretariado Trinitario, 2010. En el capítulo sobre "Cristo vencedor: la redención", III, hay una extensa cita de E. Pousset, Les créatures invisibles: anges et démons, en G. Gilson - B. Sesboüé, Paroles de foi, paroles d'Église, Limoges, Droguet-Ardant, 1980, p. 85.
(2) San Agustín, Quaest. septend. in Ev. sec. Matth., 12, 4: pl 35, 1371, citado por Benedicto XVI, ángelus, Domingo 17 de julio de 2011.
(3) San Agustín, Confesiones, Libro II, 3, 7.
(4) Papa Francisco, Ángelus, 20 de julio de 2014. Algunos aspectos de esta reflexión están tomados de esta meditación.

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