viernes, 6 de marzo de 2020

“Los llevó aparte, a un monte elevado. Allí se transfiguró…” (Mateo 17, 1-9). II Domingo de Cuaresma.





“Camino de mis recuerdos,
tierra roja y pedregal,
bordea'o de cerros parejos
que se empinan al pasar.”
"De Corrales a Tranqueras" - Osiris Rodríguez Castillo
Un camino bordeado de cerros. Los montes están allí, al costado. No cortan el paso, pero llaman la atención del viajero que los contempla desde la ruta. Puede ser el Cerro Largo, que da nombre a nuestra comarca… o el Batoví, cerca de Tacuarembó, con su llamativa corona de piedra… el “Rincón de los Tres Cerros” en Rivera… o el Verdún, o el Arequita cerca de Minas. Ante los hermosos paisajes el transeúnte sueña: “sería lindo subir a ese cerro” … pero no se detiene. Tiene que continuar su camino.

Un día el viajero se decide y se regala el tiempo para llegar hasta el cerro. Un viaje diferente: no va hacia delante sino hacia arriba. Subir es un esfuerzo importante: hay que llevar el peso del propio cuerpo… pero también lo es bajar: hay que soportar ese peso sobre las rodillas. No es únicamente un ejercicio físico… subida y bajada, en silencio, pueden hacerse un viaje al propio interior. La cumbre permite contemplar el mundo con un poco de distancia. Desde el templete de la Virgen del Verdún se observa la ciudad de Minas en su ritmo cotidiano. Desde la Cruz del Cerro Largo se divisa el campo de la batalla de Arbolito (19 de marzo de 1897). Presente y memoria invitan a meditar sobre historia y vida bajo la mirada de Dios.
Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte a un monte elevado.
Así comienza el pasaje del evangelio que leemos este domingo. El evangelista Mateo nos presenta muchas veces a Jesús en lo alto de un monte. El primero es el de las tentaciones, que recordamos el domingo pasado. Sigue luego otro, donde Jesús pronunció su primer largo discurso, conocido como “el sermón de la montaña”.

El “monte elevado” donde Jesús lleva ahora a sus discípulos ha sido tradicionalmente identificado con el Tabor, aunque hay otras posibilidades. Sin embargo, lo que nos ayuda a comprender mejor este relato, es recordar lo que sucedió, mucho antes, en el monte Sinaí, y lo que sucederá, poco después, en el Gólgota.

El Sinaí es la montaña donde Dios entregó a Moisés la Ley de la Alianza, los diez mandamientos. Hasta allí subió Moisés, como lo hará Jesús, acompañado por tres hombres: su hermano Aarón, Nadab y Abihú (Éxodo, 14,1) Había también setenta ancianos, tal vez a más distancia.
Muchos detalles del evangelista Mateo, como éste, quieren mostrarnos a Jesús como el nuevo Moisés, que trae la nueva y definitiva Ley de Dios.
Allí se transfiguró en presencia de ellos: su rostro resplandecía como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz.
Jesús y los discípulos llegan, e inmediatamente ocurre este acontecimiento asombroso. Otra vez, hay un paralelo con Moisés, cuando baja de la montaña con las tablas de la ley. Dice el libro del Éxodo:
la piel de su rostro se había vuelto radiante, por haber hablado con Dios (Éxodo 34,29).
De pronto se les aparecieron Moisés y Elías, hablando con Jesús.
La presencia de Moisés refuerza lo que ya venimos señalando. Moisés presentó los Diez Mandamientos; Jesús presenta la Ley del Reino, expresada en las ocho bienaventuranzas. Elías, que representa a los profetas, tuvo su encuentro con Dios en el monte Horeb (1 Reyes 19,13). Ambos hacen visible “la Ley y los Profetas”, es decir, el conjunto de la Palabra dirigida por Dios a su Pueblo.

Falta todavía un acontecimiento que completa esta manifestación a la que asisten los tres discípulos:
Una nube luminosa los cubrió con su sombra y se oyó una voz que decía desde la nube:
«Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección: escúchenlo.»
La nube nos lleva de nuevo al libro del Éxodo, donde a menudo Dios aparecía en una nube (Éxodo 13,21-22; 34,5; 40,34). Dios hace oír su voz para manifestar que Jesús es su Hijo y llama a escucharlo. El Hijo de Dios ha venido para llevar a su cumplimiento pleno, según el Espíritu de Dios, todo lo que contienen la Ley y los Profetas.

Jesús es el hijo de Dios que se ha hecho hombre. Como rezamos en el credo, es
“Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero”. 
Pero la divinidad de Jesús está escondida debajo de la humanidad que ha asumido. Es la luz divina la que se manifiesta a través del resplandor de su rostro y de sus vestiduras.

Jesús ya ha anunciado su pasión y su muerte. Allí se va a manifestar plenamente su realidad humana. Como hombre de carne y hueso, sufrirá y morirá. En el Gólgota, el rostro no irradiará ninguna luz, sino que estará cubierto de sangre y polvo, como el resto de su piel, que ya no estará vestida con la túnica. En vez de Moisés y Elías, sus compañeros serán dos criminales. En lugar de la nube luminosa y la voz del Padre, sobrevendrá la oscuridad y solo se escuchará el fuerte grito con el que Jesús exhaló el espíritu.

La transfiguración prepara a los discípulos para la dura prueba que sobrevendrá, animándolos en la esperanza de la resurrección. En esa preparación, es esencial que reconozcan a Jesús como Hijo y enviado del Padre y que escuchen su voz.

Pasada la prueba, Jesús resucitado, vencedor de la muerte, volverá a reunirlos:
Los once discípulos fueron a Galilea, al monte donde Jesús los había citado. (Mateo 28,16)
Desde allí Jesús los enviará en misión:
Vayan, pues, y hagan discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo les he mandado. (Mateo 28,19-20)
Esa sigue siendo la misión de la Iglesia, la misión de todos los bautizados: presentar a Jesús, presentar su Evangelio, invitar a encontrarlo, a conocerlo, a seguirlo, a vivir según su Palabra.

El próximo 29 de marzo, V domingo de Cuaresma, la Diócesis de Melo (Cerro Largo y Treinta y Tres) peregrina hasta la Cruz del Cerro Largo. Rezando el Vía Crucis iremos acompañando a Jesús en su subida al Gólgota. Recordando ese camino doloroso, iremos reconociéndolo en los crucificados y abandonados de hoy… a veces nos reconoceremos nosotros mismos, llevando nuestra propia cruz. Acompañándonos unos a otros nos animaremos a seguir a Jesús, a escuchar y a vivir su Palabra y a compartir con otros nuestro camino de fe.

Gracias, amigas y amigos por su atención. Que tengan todos ustedes un fecundo tiempo de Cuaresma. El Señor los bendiga y hasta la próxima semana, si Dios quiere.

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