martes, 24 de marzo de 2020

San Óscar Arnulfo Romero. "¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo? (Romanos 8,31-39)


Hoy la Iglesia celebra la memoria de San Óscar Romero, mártir, arzobispo de San Salvador. Este año se cumplen 40 años de su martirio, en la capilla del Hospital Divina Providencia. En el momento mismo en que se disponía a presentar las ofrendas de pan y vino hizo la ofrenda de su propia vida.

Homilía de Mons. Heriberto en la Misa trasmitida por Facebook.

“¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo?” se pregunta San Pablo en su carta a los Romanos. Y se sigue preguntando sobre algunas de las cosas que podrían (podrían…) separarnos del amor de Jesús.

Pablo menciona primero dos sentimientos, dos sentimientos fuertes que no se sienten porque sí, sino porque algo los provoca: la aflicción y la angustia. Nos afligimos y nos angustiamos cuando nos encontramos sumergidos en situaciones desesperantes, cuando no vemos salida… son sentimientos que pueden ahogar nuestra esperanza.
En El Salvador, a fines de los 70, la opresión y la violencia estaban por todas partes. Las personas vivían angustiadas por lo que le podía pasar a sus seres queridos y a ellos mismos, porque la muerte estaba a la vuelta de la esquina. Hoy podemos también sentirnos así frente a esta pandemia y a todas las consecuencias que vendrán después. Mons. Romero es esa voz profética que sigue llamando a vencer el miedo y en las horas más oscuras sigue anunciando la esperanza.

Recuerda a continuación san Pablo otro peligro: la persecución y, más adelante va a agregar la espada… y no olvidemos que él murió por la espada, le cortaron la cabeza. Ya los primeros cristianos fueron perseguidos. San Pablo, antes de su conversión, fue testigo y hasta cómplice del primer martirio, el de san Esteban, al que mataron arrojándole piedras. Los Hechos de los Apóstoles nos cuentan que Pablo cuidó los mantos que se habían sacado los que lapidaron a Esteban, vio cómo lo mataban y aprobó esa muerte (Hch 7,58 y 8,1).
Mons. Romero se conmovió especialmente por la muerte de tres personas que lo precedieron en el martirio: el P. Rutilio Grande y dos campesinos que iban con él para la celebración de una Misa, el día en que fueron asesinados, 12 de marzo de 1977. Los dos compañeros se llamaban Manuel Solórzano, de 72 años y Nelson Rutilio Lemus de apenas 15. Los quiero nombrar y recordar especialmente porque eran dos laicos, dos miembros de la comunidad que acompañaban al sacerdote, junto con otras personas que sobrevivieron. Manuel era el encargado de cuidar la parroquia y Nelson el campanero.
En la misa con los tres cuerpos presentes, Mons. Romero manifestó: “El amor verdadero es el que trae a Rutilio Grande en su muerte, con dos campesinos de la mano. (…) Murió amando, y sin duda que cuando sintió los primeros impactos que le traían la muerte, pudo decir como Cristo también: "Perdónalos, Padre, no saben, no han comprendido, mi mensaje de amor". “Somos una Iglesia peregrina, expuesta a la incomprensión, a la persecución; pero una Iglesia que camina serena porque lleva esa fuerza del amor”, concluyó diciendo el santo obispo.

Finalmente, Pablo menciona el hambre, la desnudez, el peligro… Uno no puede menos que pensar en todos aquellos que hoy, en nuestro Uruguay en cuarentena, “hacen la diaria”, es decir, no tienen un trabajo estable, viven de changas, pero también se tienen que cuidar, lo que significaría no salir. Gente que no tiene seguro de paro. Entonces… todos ellos están acechados, de nuevo, por la aflicción y la angustia. Pero al mismo tiempo se ve cómo se van implementando ayudas desde los comedores de las escuelas y de las obras sociales, que siguen distribuyendo comida; desde la sociedad civil, donde van apareciendo iniciativas solidarias con el mismo fin.
Se ha comparado esta crisis con una guerra, pero tiene una particularidad: mientras que las guerras tradicionales movilizaban a todo un país, el primer esfuerzo que se nos pide para ganar esta guerra anti virus es desmovilizarnos. Pero eso no quiere decir que nos quedemos tranquilos y no busquemos la forma de ayudar al que nos necesita.
Yo me imagino muy bien a Mons. Romero diciéndole a su pueblo todo eso y animándolo a la solidaridad. San Óscar Romero supo acompañar con amor a su pueblo en medio de una violenta crisis. Ahora sigue acompañándonos a todos e intercediendo por los pueblos de nuestra América Latina. Él creyó firmemente en las palabras que el Espíritu Santo inspiró a san Pablo. Con él nosotros también creemos que “En todo esto vencemos fácilmente por aquel que nos ha amado. Pues estoy convencido de que ni muerte, ni vida… ni presente ni futuro… ni creatura alguna podrá apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro”. Amén.



Los tres mártires precursores de Mons. Romero

El 12 de marzo de 1977 fue ametrallado el vehículo en el que el P. Rutilio Grande SJ y varias personas más se dirigían a la celebración de una Misa.
Junto con el P. Rutilio fallecieron Manuel Solórzano, de 72 años, guardián de su parroquia y Nelson Rutilio Lemus de 15.

Manuel Solórzano nació en 1905. Era un fiel colaborador del P. Grande, uno de los más activos miembros de la parroquia. Su fidelidad resaltó en los últimos momentos de su vida, ya que trató de cubrir al P. Grande y a Nelson durante la balacera, absorbiendo diez impactos de bala sobre su propio cuerpo. Las balas le habían descuajado un brazo.

Nelson Rutilio Lemus nació en 1961. Tenía 15 años. Estaba en el séptimo grado. Su familia ya había sido amenazada por su participación en el movimiento de Delegados de la Palabra en la parroquia. Nelson se ofrecía para ayudar en la iglesia, repicando las campanas y colaborando en el convento y el templo. Nelson también llevó su propia cruz desde su infancia, era epiléptico.

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