jueves, 19 de marzo de 2020

«Lo que sé es que antes yo era ciego y ahora veo» (Juan 9,1-41). IV Domingo de Cuaresma.






El próximo 29 de abril cumplirá 70 años la Unión Nacional de Ciegos del Uruguay (UNCU). Esta asociación, al igual que otras similares que existen en diferentes países, promueve la rehabilitación de las personas con discapacidad visual, es decir, ciegas o con baja visión. Se procura que cada una de ellas alcance el máximo posible de autonomía y de participación en la vida social, educativa y laboral.
¿Cuántas personas hay en el Uruguay con ceguera total? En el censo de 2011 se registraron cuatro mil doscientas diecinueve. Por otra parte, la Organización Mundial de la Salud nos daba en 2010 un número de 39 millones de ciegos.
Las causas de la ceguera son diversas y algunas personas pueden recuperar la visión. Para quienes no es posible, queda la posibilidad de la rehabilitación, que será más eficaz cuanto más temprano comience.
La OMS da también un dato preocupante: el 90% de las personas con discapacidad visual vive en países de ingresos bajos. Para ellas, el acceso a servicios de prevención, educación y tratamiento, así como de rehabilitación, aún no es universal. Para esos ciegos pobres, la realidad no es muy diferente de la que podía vivir un ciego hace dos mil años.

El evangelio de este cuarto domingo de cuaresma nos presenta a un hombre ciego al que Jesús devuelve la vista. El relato nos va dando algunos datos acerca de la situación de este hombre.
Jesús, al pasar, vio a un hombre ciego de nacimiento.
Nació ciego, pues: primer dato. La visión le ha sido totalmente ajena desde siempre.
Poco después de que recupera la vista, los vecinos comentan:
«¿No es este el que se sentaba a pedir limosna?»
Segunda información, que no nos sorprende: vive de la caridad de los demás. Más adelante se menciona a sus padres… posiblemente ellos mismos lo llevaban y lo sentaban en el lugar donde mendigaba.
Sin embargo, hay algo más, algo terrible, que aparece en la pregunta que hacen los discípulos a Jesús:
«Maestro, ¿quién ha pecado, él o sus padres, para que haya nacido ciego?»
La forma de preguntar parte de una afirmación: esa ceguera es castigo de un pecado. Un pecado de sus padres o del propio ciego. Esa última suposición tiene una dificultad ¿se puede pecar antes de nacer? Las autoridades con las que se va a confrontar el hombre curado por Jesús le van a repetir lo que todos piensan:
«Tú naciste lleno de pecado, y ¿quieres darnos lecciones?»
Tenemos, entonces, una persona que parece juntar todas las desgracias… ciego de nacimiento, pobre, dependiente y considerado un castigo o un castigado por Dios.

Sin embargo, Jesús va a presentar las cosas de otra manera. A la pregunta de sus discípulos, responde:
«Ni él ni sus padres han pecado; nació así para que se manifiesten en él las obras de Dios.»
Para la gente de aquel tiempo, la obra de Dios parece ser repartir castigos. Jesús presenta algo muy diferente. Él ha venido a manifestar la voluntad de Dios, a través de sus obras:
«Debemos trabajar en las obras de Aquel que me envió, mientras es de día;
llega la noche, cuando nadie puede trabajar.
Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo.»
Después que dijo esto, escupió en la tierra, hizo barro con la saliva y lo puso sobre los ojos del ciego, diciéndole: «Ve a lavarte a la piscina de Siloé», que significa «Enviado.»
El ciego fue, se lavó y, al regresar, ya veía.
Y aquí podría terminar la historia, con un final feliz; pero, en realidad, recién comienza. Este hombre que había sido ciego, llevado y traído, sentado todo el día a pedir limosna, ha sido puesto de pie por Jesús. A diferencia de otros ciegos a los que Jesús ha devuelto la vista, este hombre no ha pedido nada. La curación ha sido totalmente iniciativa de Jesús.
Además, esto no ha sido un día cualquiera:
Era sábado cuando Jesús hizo barro y le abrió los ojos.
Recordémoslo una vez más: el sábado era el día del gran reposo. Pocas actividades eran permitidas. La curación de un ciego de nacimiento no presentaba particular urgencia ¿Qué diferencia hubiera hecho esperar al día siguiente?
El que había sido ciego fue llevado ante los fariseos.
El hombre comienza a ser interrogado sobre su ceguera y sobre Jesús.
«Ese hombre no viene de Dios, porque no observa el sábado.»
Decían algunos; pero otros se preguntaban:
«¿Cómo un pecador puede hacer semejantes signos?»
Los fariseos razonaban así: Jesús no respeta el sábado, por lo tanto, es un pecador. Si es un pecador ¿será verdad que hubo un milagro? Llaman a los padres, que confirman que sí, que su hijo nació ciego y que no saben por qué ahora ve. Entonces, los fariseos presionan al hombre:
«Glorifica a Dios. Nosotros sabemos que ese hombre es un pecador.»
«¿Qué te ha hecho? ¿Cómo te abrió los ojos?»
El hombre se aferra a la verdad que él conoce mejor que nadie:
«Lo que sé es que antes yo era ciego y ahora veo.»
“Ahora veo”. El hombre que había sido ciego ve mucho más de lo que parece. No sólo se han abierto sus ojos, no solo percibe ahora la luz que nunca había conocido. Se abren también sus ojos interiores: los ojos de la fe. A lo largo del relato vamos escuchando la forma en que se refiere a Jesús. La primera vez habla de él como
«Ese hombre que se llama Jesús»
Más adelante, cuando le preguntan «Y tú, ¿qué dices del que te abrió los ojos?» responde:
«Es un profeta.»
Finalmente, cuando termina de pasar por todos los interrogatorios y peripecias, incluida la expulsión de la sinagoga, se encuentra con Jesús, que le pregunta:
«¿Crees en el Hijo del hombre?»
El respondió: «¿Quién es, Señor, para que crea en él?»
Jesús le dijo: «Tú lo has visto: es el que te está hablando.»
Entonces él exclamó: «Creo, Señor», y se postró ante él.
Del hombre al profeta, del profeta al Señor. Ese es el camino de fe del que había sido ciego y que ahora ve. En cambio, aquellos que siguen negando la obra de Dios van encerrándose en su propia ceguera: no quieren ver.

En este mismo domingo, San Pablo, en su carta a los Efesios, nos ofrece lo que podrían ser versos de un himno que se cantaba en la celebración del bautismo:
«Despiértate, tú que duermes,
levántate de entre los muertos,
y Cristo te iluminará».
La curación del ciego de nacimiento ha sido interpretada como una catequesis bautismal, es decir, una preparación al bautismo. Recordemos que, en los primeros tiempos del cristianismo, la mayor parte de los nuevos bautizados no eran niños pequeños, sino adultos, que se preparaban para ese momento. Muchos de ellos vivieron así su bautismo: como iluminación, como un progresivo abrir los ojos del espíritu.

Todos padecemos en algún momento de cierta forma de ceguera espiritual. Pidamos al Señor que nos ilumine, que nos abra los ojos del corazón. En estos días de pandemia, que podamos abrir los ojos para no minimizar lo que está sucediendo ni eludir nuestra responsabilidad. Abrir los ojos para ver más allá de mi propia seguridad y de mis necesidades y pensar en los demás. Que comprenda que cuidarme es también cuidar de los otros, especialmente de los más vulnerables. Que pueda encontrar en el Señor la paz y ofrecerla a quienes se sienten desbordados y angustiados. Vivamos como hijos de la luz.

Gracias, amigas y amigos, por su atención. Que el Señor los bendiga y hasta la próxima semana si Dios quiere.

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