jueves, 28 de mayo de 2020

"Soplo de Dios viviente" (Hch 2,1-11; Jn 20,19-23). Solemnidad de Pentecostés.







Las posibilidades que tenemos hoy de comunicación instantánea nos hacen olvidar algunos lejanos comienzos… Las cartas manuscritas, enviadas de una persona a otra tienen ya muchos siglos. Pero no quiero remontarme tan atrás en el tiempo.
En el año 1837 aparecieron en Inglaterra y Estados Unidos los primeros servicios de telegrafía por cable, que llegaron en 1855 a Montevideo. Cables submarinos comenzaron a comunicar países y luego continentes, en mensajes emitidos con el código Morse.
Ya en el siglo XIX se aspiraba a una comunicación que hoy llamaríamos inalámbrica.
El italiano Guillermo Marconi logró desarrollar en 1894 un transmisor y un receptor que permitían enviar y recibir las señales telegráficas por medio de ondas de radio. Durante tres décadas, antes de que comenzara la transmisión de voz y de música, la radio se utilizaba únicamente para transmitir esas señales cortas y largas del sistema telegráfico.
Hoy el aire está inundado de todo tipo de señales. La radio fue desarrollando distintos sistemas de ondas como la amplitud modulada y la frecuencia modulada, las viejas y queridas AM y FM, que todavía escuchamos en receptores de radio. Vino luego el despliegue de la televisión, colocando en el aire otras ondas, hasta el vertiginoso desarrollo de la telefonía móvil.
Sí, el aire está inundado de mensajes, sonidos, imágenes… pero ninguno de nuestros sentidos los percibe. No oímos, no vemos, sin la mediación del receptor, sea este el aparato de radio, el televisor o el teléfono móvil.

El próximo domingo recordamos la venida del Espíritu Santo, el acontecimiento que es conocido como Pentecostés. Tal vez esta imagen de la comunicación que hemos evocado nos ayude a comprender esa presencia del Espíritu de Dios en el mundo y nuestra posibilidad de relación con Él.

De todas las imágenes que nos aproximan al Espíritu Santo, que son muchas, la primera es el viento. De hecho, eso es lo que sugiere la palabra espíritu. En hebreo se dice ruah, que se puede traducir como viento o como espíritu. El espíritu de Dios, el soplo de Dios… En la primera lectura que escuchamos este domingo, se cuenta que, estando los discípulos de Jesús reunidos,
De pronto, vino del cielo un ruido, semejante a una fuerte ráfaga de viento, que resonó en toda la casa donde se encontraban.

En el evangelio, se nos cuenta que Jesús sopló sobre sus discípulos diciéndoles
“Reciban el Espíritu Santo”.

Dios entrega su Espíritu. No está en el aire… habla al corazón de cada persona que viene a este mundo. Está presente… pero su señal no siempre es recibida. En este caso, no se necesita ningún aparato. La posibilidad de recibir las señales del Espíritu Santo está dentro de cada uno de nosotros, si nos abrimos a una vida espiritual, a una vida interior.

La cultura del mundo de hoy nos invita a vivir hacia fuera, hacia la superficie. Mario Vargas Llosa escribió hace algunos años un libro titulado “La civilización del espectáculo”, en el que afirma que vivimos en una “cultura del entretenimiento”, donde la vida ya no se vive, sino que se representa.
Nos convertimos en consumidores de ilusiones que no pueden llenar nuestro vacío espiritual. No estamos saboreando la vida desde dentro, precisamente porque hemos perdido la interioridad.

Aún la oración de una persona creyente se puede vaciar de contenido, si no brota desde lo profundo del corazón. Podemos pronunciar plegarias con nuestros labios, pero quedan huecas si nuestro corazón está ausente.

Estos días de confinamiento han sido, tal vez no para todos, pero sí para muchos, la oportunidad de un reencuentro con la propia interioridad, la posibilidad de mirar la vida desde otra perspectiva, la ocasión para un momento de auténtica vida espiritual…
Hay gente que habrá encontrado esos momentos. Habrá quienes ni buscaron, ni encontraron; pero, mientras hay vida siempre hay tiempo. Los invito a que hagamos ese intento, a que encendamos el corazón, a que invoquemos a ese Espíritu Santo que hoy, tal vez sin saberlo, podemos estar necesitando en nuestras vidas.

Ven, Espíritu Santo. Enséñanos a invocar a Dios con ese nombre entrañable de "Padre" que nos enseñó Jesús. Si no sentimos su presencia buena en medio de nosotros, viviremos como huérfanos. Recuérdanos que sólo Jesús es el camino que nos lleva hasta él. Que sólo su vida entregada a los últimos nos muestra su verdadero rostro. Sin Jesús nunca entenderemos su sed de paz, de justicia y dignidad para todos sus hijos e hijas.

Ven, Espíritu Santo. Haznos conocer y caminar en la verdad de Jesús. Con tu luz y tu aliento, conoceremos y nos uniremos a su Proyecto del reino de Dios. Viviremos con profunda alegría y esperanza. Sabremos por qué y para qué seguir a Jesús. Sabremos por qué vivir y, aún, por qué sufrir. Y nos encontraremos trabajando en el Reino.

Ven, Espíritu Santo. Infunde en nosotros la experiencia religiosa de Jesús. Ayúdanos a no perdernos en trivialidades y a vivir de verdad la justicia, la misericordia y la fe. Que nada ni nadie nos distraiga de seguirlo como único Señor.

Ven, Espíritu Santo. Aumenta nuestra fe para experimentar la fuerza de Jesús en el centro mismo de nuestra debilidad. Enséñanos a alimentar nuestra vida del conocimiento interno de su Persona. Que nos dejemos guiar siempre por su Espíritu audaz y creador, no por nuestro instinto de seguridad.

Ven, Espíritu Santo. Atrapados por nuestros miedos e incertidumbres, no somos capaces de escuchar la voz de Jesús ni sentir su aliento. Defiéndenos del riesgo de olvidarlo o desconocerlo. Despierta nuestra adhesión pues, si perdemos el contacto con él, seguirá creciendo en nosotros el nerviosismo y la inseguridad. Ven Espíritu Santo, transforma nuestros corazones y conviértenos a Jesús. (*)


Amigas y amigos, gracias por su atención. Sigamos cuidándonos. Que el Señor los bendiga y hasta la próxima semana si Dios quiere.

(*) Adaptado de una oración formulada por el P. José Antonio Pagola.

Vuelven a suspenderse las Misas con presencia de fieles en Cerro Largo


Frente al surgimiento del primer caso de COVID-19 en nuestro departamento, a la grave situación en el vecino departamento de Rivera y a nuestra propia realidad de frontera, luego de consultar a los sacerdotes, desde la Diócesis de Melo hemos decidido suspender las Misas con presencia de fieles que se habían iniciado en el departamento de Cerro Largo, a partir de hoy mismo, jueves 28 y hasta nuevo aviso. Exhortamos a los católicos a seguir las celebraciones que se transmiten diariamente a través de diferentes medios.

+ Heriberto, Obispo de Melo (Cerro Largo y Treinta y Tres)



De lunes a sábado, a las 16:30 (salvo excepciones) se transmite la Misa desde la página
Fazenda de la Esperanza Uruguay

Los Domingos a las 11 horas:
- Canal 12 de Melo (aire)
- Canal 9 de Melo TV Cable
- Canal 97 de Cable 1 de MeloA
- VERA TV Canal 12 Melo
Desde las 12 horas:
Disponible en el YouTube, en el canal:
Es cuestión de Fe Diócesis de Melo

sábado, 23 de mayo de 2020

"Para que puedas contar y grabar en la memoria" (cf. Exodo 10,2). Mensaje del Papa Francisco para la Jornada de los MCS.


En el video, una reflexión sobre el mensaje. A continuación, el texto del mismo.

 

MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
PARA LA 54 JORNADA MUNDIAL
DE LAS COMUNICACIONES SOCIALES

Para que puedas contar y grabar en la memoria (cf. Ex 10,2)
La vida se hace historia

Quiero dedicar el Mensaje de este año al tema de la narración, porque creo que para no perdernos necesitamos respirar la verdad de las buenas historias: historias que construyan, no que destruyan; historias que ayuden a reencontrar las raíces y la fuerza para avanzar juntos. En medio de la confusión de las voces y de los mensajes que nos rodean, necesitamos una narración humana, que nos hable de nosotros y de la belleza que poseemos. Una narración que sepa mirar al mundo y a los acontecimientos con ternura; que cuente que somos parte de un tejido vivo; que revele el entretejido de los hilos con los que estamos unidos unos con otros.

1. Tejer historias
El hombre es un ser narrador. Desde la infancia tenemos hambre de historias como tenemos hambre de alimentos. Ya sean en forma de cuentos, de novelas, de películas, de canciones, de noticias…, las historias influyen en nuestra vida, aunque no seamos conscientes de ello. A menudo decidimos lo que está bien o mal hacer basándonos en los personajes y en las historias que hemos asimilado. Los relatos nos enseñan; plasman nuestras convicciones y nuestros comportamientos; nos pueden ayudar a entender y a decir quiénes somos.
El hombre no es solamente el único ser que necesita vestirse para cubrir su vulnerabilidad (cf. Gn 3,21), sino que también es el único ser que necesita “revestirse” de historias para custodiar su propia vida. No tejemos sólo ropas, sino también relatos: de hecho, la capacidad humana de “tejer” implica tanto a los tejidos como a los textos. Las historias de cada época tienen un “telar” común: la estructura prevé “héroes”, también actuales, que para llevar a cabo un sueño se enfrentan a situaciones difíciles, luchan contra el mal empujados por una fuerza que les da valentía, la del amor. Sumergiéndonos en las historias, podemos encontrar motivaciones heroicas para enfrentar los retos de la vida.
El hombre es un ser narrador porque es un ser en realización, que se descubre y se enriquece en las tramas de sus días. Pero, desde el principio, nuestro relato se ve amenazado: en la historia serpentea el mal.

2. No todas las historias son buenas
«El día en que comáis de él, […] seréis como Dios» (cf. Gn 3,5). La tentación de la serpiente introduce en la trama de la historia un nudo difícil de deshacer. “Si posees, te convertirás, alcanzarás...”, susurra todavía hoy quien se sirve del llamado storytelling con fines instrumentales. Cuántas historias nos narcotizan, convenciéndonos de que necesitamos continuamente tener, poseer, consumir para ser felices. Casi no nos damos cuenta de cómo nos volvemos ávidos de chismes y de habladurías, de cuánta violencia y falsedad consumimos. A menudo, en los telares de la comunicación, en lugar de relatos constructivos, que son un aglutinante de los lazos sociales y del tejido cultural, se fabrican historias destructivas y provocadoras, que desgastan y rompen los hilos frágiles de la convivencia. Recopilando información no contrastada, repitiendo discursos triviales y falsamente persuasivos, hostigando con proclamas de odio, no se teje la historia humana, sino que se despoja al hombre de la dignidad.
Pero mientras que las historias utilizadas con fines instrumentales y de poder tienen una vida breve, una buena historia es capaz de trascender los límites del espacio y del tiempo. A distancia de siglos sigue siendo actual, porque alimenta la vida. En una época en la que la falsificación es cada vez más sofisticada y alcanza niveles exponenciales (el deepfake), necesitamos sabiduría para recibir y crear relatos bellos, verdaderos y buenos. Necesitamos valor para rechazar los que son falsos y malvados. Necesitamos paciencia y discernimiento para redescubrir historias que nos ayuden a no perder el hilo entre las muchas laceraciones de hoy; historias que saquen a la luz la verdad de lo que somos, incluso en la heroicidad ignorada de la vida cotidiana.

3. La Historia de las historias
La Sagrada Escritura es una Historia de historias. ¡Cuántas vivencias, pueblos, personas nos presenta! Nos muestra desde el principio a un Dios que es creador y narrador al mismo tiempo. En efecto, pronuncia su Palabra y las cosas existen (cf. Gn 1). A través de su narración Dios llama a las cosas a la vida y, como colofón, crea al hombre y a la mujer como sus interlocutores libres, generadores de historia junto a Él. En un salmo, la criatura le dice al Creador: «Tú has creado mis entrañas, me has tejido en el seno materno. Te doy gracias porque son admirables tus obras […], no desconocías mis huesos. Cuando, en lo oculto, me iba formando, y entretejiendo en lo profundo de la tierra» (139,13-15). No nacemos realizados, sino que necesitamos constantemente ser “tejidos” y “bordados”. La vida nos fue dada para invitarnos a seguir tejiendo esa “obra admirable” que somos.
En este sentido, la Biblia es la gran historia de amor entre Dios y la humanidad. En el centro está Jesús: su historia lleva al cumplimiento el amor de Dios por el hombre y, al mismo tiempo, la historia de amor del hombre por Dios. El hombre será llamado así, de generación en generación, a contar y a grabar en su memoria los episodios más significativos de esta Historia de historias, los que puedan comunicar el sentido de lo sucedido.
El título de este Mensaje está tomado del libro del Éxodo, relato bíblico fundamental, en el que Dios interviene en la historia de su pueblo. De hecho, cuando los hijos de Israel estaban esclavizados clamaron a Dios, Él los escuchó y rememoró: «Dios se acordó de su alianza con Abrahán, Isaac y Jacob. Dios se fijó en los hijos de Israel y se les apareció» (Ex 2, 24-25). De la memoria de Dios brota la liberación de la opresión, que tiene lugar a través de signos y prodigios. Es entonces cuando el Señor revela a Moisés el sentido de todos estos signos: «Para que puedas contar [y grabar en la memoria] de tus hijos y nietos […] los signos que realicé en medio de ellos. Así sabréis que yo soy el Señor» (Ex 10,2). La experiencia del Éxodo nos enseña que el conocimiento de Dios se transmite sobre todo contando, de generación en generación, cómo Él sigue haciéndose presente. El Dios de la vida se comunica contando la vida.
El mismo Jesús hablaba de Dios no con discursos abstractos, sino con parábolas, narraciones breves, tomadas de la vida cotidiana. Aquí la vida se hace historia y luego, para el que la escucha, la historia se hace vida: esa narración entra en la vida de quien la escucha y la transforma.
No es casualidad que también los Evangelios sean relatos. Mientras nos informan sobre Jesús, nos “performan[1] a Jesús, nos conforman a Él: el Evangelio pide al lector que participe en la misma fe para compartir la misma vida. El Evangelio de Juan nos dice que el Narrador por excelencia —el Verbo, la Palabra— se hizo narración: «El Hijo único, que está en el seno del Padre, Él lo ha contado» (cf. Jn 1,18). He usado el término “contado” porque el original exeghésato puede traducirse sea como “revelado” que como “contado”. Dios se ha entretejido personalmente en nuestra humanidad, dándonos así una nueva forma de tejer nuestras historias.

4. Una historia que se renueva
La historia de Cristo no es patrimonio del pasado, es nuestra historia, siempre actual. Nos muestra que a Dios le importa tanto el hombre, nuestra carne, nuestra historia, hasta el punto de hacerse hombre, carne e historia. También nos dice que no hay historias humanas insignificantes o pequeñas. Después de que Dios se hizo historia, toda historia humana es, de alguna manera, historia divina. En la historia de cada hombre, el Padre vuelve a ver la historia de su Hijo que bajó a la tierra. Toda historia humana tiene una dignidad que no puede suprimirse. Por lo tanto, la humanidad se merece relatos que estén a su altura, a esa altura vertiginosa y fascinante a la que Jesús la elevó.
Escribía san Pablo: «Sois carta de Cristo […] escrita no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en las tablas de corazones de carne» (2 Co 3,3). El Espíritu Santo, el amor de Dios, escribe en nosotros. Y, al escribir dentro, graba en nosotros el bien, nos lo recuerda. Re-cordar significa efectivamente llevar al corazón, “escribir” en el corazón. Por obra del Espíritu Santo cada historia, incluso la más olvidada, incluso la que parece estar escrita con los renglones más torcidos, puede volverse inspirada, puede renacer como una obra maestra, convirtiéndose en un apéndice del Evangelio. Como las Confesiones de Agustín. Como El Relato del Peregrino de Ignacio. Como la Historia de un alma de Teresita del Niño Jesús. Como Los Novios, como Los Hermanos Karamazov. Como tantas innumerables historias que han escenificado admirablemente el encuentro entre la libertad de Dios y la del hombre. Cada uno de nosotros conoce diferentes historias que huelen a Evangelio, que han dado testimonio del Amor que transforma la vida. Estas historias requieren que se las comparta, se las cuente y se las haga vivir en todas las épocas, con todos los lenguajes y por todos los medios.

5. Una historia que nos renueva
En todo gran relato entra en juego el nuestro. Mientras leemos la Escritura, las historias de los santos, y también esos textos que han sabido leer el alma del hombre y sacar a la luz su belleza, el Espíritu Santo es libre de escribir en nuestro corazón, renovando en nosotros la memoria de lo que somos a los ojos de Dios. Cuando rememoramos el amor que nos creó y nos salvó, cuando ponemos amor en nuestras historias diarias, cuando tejemos de misericordia las tramas de nuestros días, entonces pasamos página. Ya no estamos anudados a los recuerdos y a las tristezas, enlazados a una memoria enferma que nos aprisiona el corazón, sino que abriéndonos a los demás, nos abrimos a la visión misma del Narrador. Contarle a Dios nuestra historia nunca es inútil; aunque la crónica de los acontecimientos permanezca inalterada, cambian el sentido y la perspectiva. Contarse al Señor es entrar en su mirada de amor compasivo hacia nosotros y hacia los demás. A Él podemos narrarle las historias que vivimos, llevarle a las personas, confiarle las situaciones. Con Él podemos anudar el tejido de la vida, remendando los rotos y los jirones. ¡Cuánto lo necesitamos todos!
Con la mirada del Narrador —el único que tiene el punto de vista final— nos acercamos luego a los protagonistas, a nuestros hermanos y hermanas, actores a nuestro lado de la historia de hoy. Sí, porque nadie es un extra en el escenario del mundo y la historia de cada uno está abierta a la posibilidad de cambiar. Incluso cuando contamos el mal podemos aprender a dejar espacio a la redención, podemos reconocer en medio del mal el dinamismo del bien y hacerle sitio.
No se trata, pues, de seguir la lógica del storytelling, ni de hacer o hacerse publicidad, sino de rememorar lo que somos a los ojos de Dios, de dar testimonio de lo que el Espíritu escribe en los corazones, de revelar a cada uno que su historia contiene obras maravillosas. Para ello, nos encomendamos a una mujer que tejió la humanidad de Dios en su seno y —dice el Evangelio— entretejió todo lo que le sucedía. La Virgen María lo guardaba todo, meditándolo en su corazón (cf. Lc 2,19). Pidamos ayuda a aquella que supo deshacer los nudos de la vida con la fuerza suave del amor:

Oh María, mujer y madre, tú tejiste en tu seno la Palabra divina, tú narraste con tu vida las obras magníficas de Dios. Escucha nuestras historias, guárdalas en tu corazón y haz tuyas esas historias que nadie quiere escuchar. Enséñanos a reconocer el hilo bueno que guía la historia. Mira el cúmulo de nudos en que se ha enredado nuestra vida, paralizando nuestra memoria. Tus manos delicadas pueden deshacer cualquier nudo. Mujer del Espíritu, madre de la confianza, inspíranos también a nosotros. Ayúdanos a construir historias de paz, historias de futuro. Y muéstranos el camino para recorrerlas juntos.

Roma, junto a San Juan de Letrán, 24 de enero de 2020, fiesta de san Francisco de Sales.

Franciscus

[1] Cf. Benedicto XVI, Carta enc. Spe salvi, 2: «El mensaje cristiano no era sólo “informativo”, sino “performativo”. Eso significa que el Evangelio no es solamente una comunicación de cosas que se pueden saber, sino una comunicación que comporta hechos y cambia la vida».

jueves, 21 de mayo de 2020

Regresan las Misas con presencia de fieles en Cerro Largo. Carta del Obispo.

A los fieles laicos, personas consagradas, diáconos y sacerdotes de la Diócesis de Melo:

Me alegra poder comunicar que nuevamente se estará celebrando la Misa en forma pública en las parroquias y algunas capillas del departamento de Cerro Largo, con autorización del Gobierno departamental, que así lo comunicó el 15 de mayo a representantes de distintas confesiones religiosas, en reunión en la que estuve presente.

Son muchos los fieles que han sentido profundamente el hecho de no poder participar en las celebraciones y recibir la comunión y que ahora tendrán la posibilidad de hacerlo.

No volvemos todavía a lo que conocíamos. La pandemia continúa y eso obliga a adoptar medidas preventivas, que se encuentran en un protocolo que el Gobierno de Cerro Largo presentó en la reunión ya mencionada a las diferentes comunidades o congregaciones religiosas, a efectos de poder tener de nuevo actos de culto y otras actividades en los templos o lugares de reunión. Ese protocolo se corresponde fundamentalmente con el que la Conferencia Episcopal del Uruguay presentó y que fue aprobado por el Ministerio de Salud Pública.

En el tiempo de cuarentena que ha transcurrido, la actitud de los fieles y de las comunidades ha sido muy variada. Algunas personas optaron por mantenerse en sus hogares, cuidándose y, muchas veces, cuidando también de otros. Muchos colaboraron, en la medida de sus posibilidades, con diferentes iniciativas solidarias que se fueron multiplicando en la sociedad. En algunas comunidades se organizaron servicios de visita a personas solas para ofrecerles asistencia, una línea telefónica de escucha, entrega de canastas. Las obras sociales mantuvieron personal de guardia y entregaron alimentos a niños y familias. Los colegios católicos, al igual que las demás instituciones de enseñanza, mantuvieron por diferentes medios la actividad educativa. Varios sacerdotes y el obispo transmitimos celebraciones a través de las redes sociales o de la televisión.

Poco a poco, al irse reencontrando, las comunidades podrán reflexionar acerca de lo que viene aconteciendo y lo que el Señor nos pide en este momento, sobre todo desde su Presencia entre quienes estén pasando las situaciones más difíciles: “cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo” (Mateo 25,31-46). Eso permitirá consolidar las buenas iniciativas y dar lugar a otras nuevas.

Aliento a todos los fieles que deseen volver a participar en las Misas a hacerlo concurriendo con mascarilla, respetando el necesario distanciamiento y otras normas que se les pedirá seguir durante la celebración. A las personas que consideren que todavía no es prudente salir o no se encuentren bien para hacerlo, las aliento también a seguir la transmisión de las Misas a través de diferentes medios que la ofrecen.

Este domingo es 24 de mayo: celebraremos la Ascensión de Jesús, pero es también el día de María Auxiliadora. A ella nos encomendamos, pidiéndole que interceda por nosotros para que en esta hora escuchemos a su Hijo y sepamos hacer lo que Él nos diga.

Los bendice de corazón:

+ Heriberto, Obispo de Melo (Cerro Largo y Treinta y Tres)

Horarios de Misas de este fin de semana
en el Departamento de Cerro Largo.


Sábado 23

Noblía.
17:00 Capilla Ntra. Sra. de Fátima.

Melo.
09:00 Catedral
16:00 Capilla Ntra. Sra. de Lourdes, Barrio Sóñora (celebración)
16:00 Capilla Virgen de los Treinta y Tres, Barrio Ruiz
18:00 Parroquia Santo Domingo Savio
18:30 Parroquia del Carmen
19:00 Catedral

Transmisiones.
16:30 desde la página de Facebook "Fazenda de la Esperanza Uruguay"



Domingo 24

Aceguá. 
09:30 Parroquia Cristo Rey

Fraile Muerto.
17:00 Parroquia Santísimo Redentor

Río Branco.
09:00 Iglesia de la Inmaculada
11:00 Capilla San José

Tupambaé.
10:00 Parroquia San José

Melo.
08:00 Capilla Sagrada Familia
09:00 Buen Pastor y San Antonio
10:00 Parroquia San José Obrero
10:30 Parroquia del Carmen
11:00 Catedral
17:00 Parroquia San José Obrero
18:00 Parroquia Santo Domingo Savio (celebración)
19:00 Catedral
19:30 Parroquia del Carmen

Transmisiones.
11:00
Canal 12 de Melo
Canal 9 (analógico) u 11 (digital) de Melo TV cable
Canal 97 de Cable 1 de Melo
Vera TV

A partir de las 12:00 la Misa estará disponible en el canal de YouTube:
"Es cuestión de Fe Diócesis de Melo".

“Yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo” (Mateo 28,16-20). Ascensión de Jesús.





Cuando una persona joven sale por primera de su casa y del pueblo o del barrio donde ha vivido hasta ese momento y se ausenta por un cierto tiempo, no es raro que vuelva cambiada. Ha conocido otra gente, otras costumbres, otra manera de hablar, otros puntos de vista… se ha situado en otro paisaje, en otro mundo… y, también, ha podido observar desde la distancia lo que hasta ahora era el mundo que conocía. Si la experiencia ha sido positiva -no siempre lo es, pero suele serlo- significa para el joven o la joven un crecimiento como persona, una transformación pequeña o grande que lo prepara para otros descubrimientos que la vida le traerá.

Este domingo es 24 de mayo y, aunque esta es la fecha en que se celebra María Auxiliadora, en esta ocasión, por ser el séptimo domingo de Pascua, corresponde celebrar la Ascensión de Jesús, a la que seguirá el acontecimiento de Pentecostés, la venida del Espíritu Santo, que recordaremos el próximo domingo 31.

¿Qué significa la Ascensión de Jesús? Para entender, no solo este, sino cualquier acontecimiento de la vida de Jesús la clave nos la da el credo Niceno-Constantinopolitano, el “credo largo”, que dice así: “por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación”.

Si “por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación bajó del cielo” como dice el credo, por la misma causa, Cristo subió al cielo, volvió a la Casa del Padre: por nosotros y por nuestra salvación.

Vamos a reflexionar sobre dos grandes significados de la ascensión: una nueva forma de presencia de Dios entre nosotros y el fortalecimiento de nuestra esperanza de una vida futura en Dios.

Una nueva presencia.
En el evangelio de Juan, capítulo 16, Jesús habla muchas veces de su partida, más aún, de la necesidad de su partida, de su regreso a la Casa del Padre. Ese regreso es necesario, dice Jesús,
“porque si no me voy, el Paráclito no vendrá a ustedes. Pero si me voy, se lo enviaré”.
Varias veces Jesús anuncia esa venida del Espíritu Santo y todo lo que el espíritu obrará en sus discípulos.

Jesús nota que los discípulos se entristecen cuando él habla de partir. Siempre nos apena separarnos de alguien con quien hemos compartido momentos importantes, tal vez los más importantes de nuestra vida, porque son como el cimiento de lo que somos y de lo que vamos a ser. Pero Jesús es el Hijo de Dios que ha asumido nuestra condición humana, menos en el pecado. Dejando ésa, tiene todas nuestras otras limitaciones humanas, empezando por la realidad corporal que hace que no podamos estar más que en un único lugar al mismo tiempo. Jesús ha preparado a sus discípulos para enviarlos por todo el mundo, pero él no irá con ellos; al menos, no irá en la misma forma en que los ha acompañado hasta ahora. El evangelio de Mateo que leemos este domingo, aunque no nos relata la ascensión, como hace Lucas, nos trae estas palabras de despedida de Jesús en su último encuentro con los discípulos:
«Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo.»

Al principio del evangelio de Mateo, como lo recordamos en el primer domingo de esta cuaresma, el tentador llevó a Jesús a lo alto de un monte y le ofreció el poder sobre todos los reinos de la tierra. Ahora Jesús está en lo alto de otro monte y anuncia a sus discípulos que ha recibido todo poder “en el cielo y en la tierra”, y lo ha recibido del Padre Dios. Con ese poder, Jesús los envía a “todos los pueblos”. Necesariamente, los discípulos deben dispersarse para realizar esa gran misión. Sin embargo, Jesús concluye anunciando: “Yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo”. Ésa será la nueva presencia de Jesús: la presencia que hace posible el Espíritu Santo. Ya no hay límites de lugar ni de tiempo. El Espíritu llevará a los discípulos la presencia de Jesús dondequiera que vayan, acompañándolos y animándolos en la misión.

Así, la ascensión abrirá el camino a una nueva presencia de Jesús mientras peregrinamos en este mundo.
Ahora veamos lo que se refiere a la esperanza de una vida futura en Dios.
Igual que el joven del que hablábamos al principio, que regresa cambiado a la casa de sus padres, el Hijo de Dios que bajó del cielo, no vuelve al cielo tal como se fue. El Hijo se encarnó, se hizo hombre. Sin dejar de ser verdadero Dios, se hizo hombre verdadero. El hombre Jesús resucita. Vuelve a la Casa del Padre transformado, llevando algo nuevo: su humanidad, su cuerpo transformado, glorioso, en el que resplandecen sus cinco llagas, como signo de su victoria sobre el dolor y la muerte. Con su ascensión, decía el Papa Benedicto XVI, el Hijo de Dios “que se ha hecho carne y permanece Hombre sin cesar” “ha inaugurado para siempre en Dios el puesto del ser humano”.
Así Jesús cumple su promesa: “Voy a prepararles un lugar”.

Pero esta esperanza de nuestra vida futura en Dios está relacionada también con nuestra fe en el retorno de Cristo: “de nuevo vendrá con Gloria” decimos en el credo.

La primera lectura de este domingo, de los Hechos de los Apóstoles, que nos trae el relato de la ascensión, termina con los discípulos mirando hacia el cielo, y las palabras de “dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron:
«Hombres de Galilea, ¿por qué siguen mirando al cielo? Este Jesús que les ha sido quitado y fue elevado al cielo, vendrá de la misma manera que lo han visto partir.»”

“Vendrá”. Volvamos al comentario del Papa Benedicto, y concluyo: Cristo “llama a todo el mundo a entrar en los brazos abiertos de Dios, para que al final Dios se haga todo en todos, y el Hijo pueda entregar al Padre el mundo entero asumido en Él. Esto implica la certeza en la esperanza de que Dios enjugará toda lágrima, que nada quedará sin sentido, que toda injusticia quedará superada y establecida la justicia. La victoria del amor será la última palabra de la historia del mundo”.

Jesús cumple su promesa. Sigue haciéndose presente entre nosotros y sigue animando nuestra esperanza de una vida plena en Dios. Así, en un mundo a menudo acosado por las fuerzas del mal y en un camino lleno de vicisitudes y dificultades, podemos seguir con confianza nuestro peregrinar de cada día, dejándonos guiar por el Espíritu de Dios para actuar en la bondad y en la justicia.

Amigas, amigos: más que nunca, en este tiempo de pandemia, nos confiamos hoy a María, a quien invocamos como auxilio de los cristianos, María auxiliadora. Ella, que concibió al hijo de Dios “por obra y gracia del Espíritu Santo” nos ayude a escuchar la voz del Espíritu que nos guía en el seguimiento de su Hijo Jesús.

Gracias por su atención. Que el Señor los bendiga y hasta la próxima semana si Dios quiere.

viernes, 15 de mayo de 2020

"No los dejaré huérfanos" (Juan 14, 15-21). VI Domingo de Pascua.




El hombre sabe que le queda poco tiempo. Lo viene presintiendo. La enfermedad ha avanzado y el pronóstico no es difícil. Se irá de un momento a otro. Muchas cosas pasan por su mente. Algunas, que parecían tan importantes, ya no cuentan para nada. Otras se asoman desde algún lugar del olvido, reclamando explicación, sanación, perdón, reconciliación…
Se sienta ante el papel en blanco y toma la lapicera. Piensa. Reflexiona. No se trata de decir para quién es esto ni para quién lo otro. Eso ya fue hecho hace tiempo. Se trata de dejar otra cosa a los suyos, a las personas queridas… un pensamiento, una palabra que inspire, una frase que anime… La respiración le cuesta. El esfuerzo de la mente tensa el cuerpo. Por fin, las palabras asoman… y escribe.

Las palabras de Jesús que nos presenta el evangelio de este domingo son palabras de alguien que sabe que va a morir. Son parte del mensaje que deja a quienes van a quedar sin su guía. Así tenemos que escucharlas. Puede parecer chocante que, en estos días de celebración de la resurrección de Jesús, después de haber leído relatos de sus apariciones, volvamos atrás, a la última cena, a la víspera de su muerte. Sin embargo, no es extraño, porque las palabras que Jesús dijo en aquel momento tomaron su sentido pleno a partir de la resurrección. Jesús sabía que sería así. Sus discípulos no podían comprender lo que Él decía, pero recordarían sus palabras y las entenderían más adelante. Y no faltó Alguien que se las recordaría y los ayudaría a entenderlas: el mismo que sigue hoy ayudándonos a nosotros a recordar, comprender y poner en práctica las palabras de Jesús.

Volvamos al momento de la cena. Jesús ha pasado tres años junto a estos hombres, sus discípulos, a los que ahora llama amigos. Al despedirse, Jesús les anuncia que no los dejará huérfanos, no los dejará solos:
yo rogaré al Padre,
y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes:
el Espíritu de la Verdad.
Jesús anuncia al que vendrá para estar siempre con sus discípulos: es el Espíritu Santo y Jesús dice que será “otro Paráclito”.
«Paráclito» es una palabra griega, que no se traduce, porque es difícil expresar con una sola palabra de nuestra lengua toda la riqueza de su significado. Por eso hay que explicarla.
Paráclito es una persona que es llamada para estar junto a mí, cuando me encuentro en una situación de extrema dificultad, para que me sostenga, me defienda, me proteja, me consuele. Por eso, la palabra es traducida, a veces, como abogado, defensor, consolador.

Aunque Jesús la aplica al Espíritu Santo, al decir “otro paráclito”, está diciendo que ese nombre, o ese título se le aplica también a Él. De hecho, también así lo llama san Juan en una de sus cartas:
…si alguno hubiere pecado, tenemos un paráclito ante el Padre: Jesucristo, el justo (1 Juan 2,1)
De esa manera, Jesús hace ver que el Espíritu viene a continuar, a prolongar la tarea que Él ha llevado adelante. Viene para estar con los discípulos siempre. Y ese siempre incluye los momentos en que los discípulos ya no estarán todos presentes en el mismo lugar. Para estar con Jesús, tal como ellos lo conocieron, en su humanidad, los discípulos tenían que estar juntos, reunidos en torno a Él. Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, al asumir nuestra humanidad, tomó nuestras mismas limitaciones humanas: estar físicamente presente en un único lugar en un momento dado. En cambio, el Espíritu no tiene esos límites. Los discípulos, ya convertidos en apóstoles, es decir, en enviados, de acuerdo con el mandato de Jesús se dispersarán por el mundo para anunciar el evangelio a todos los pueblos; pero el Espíritu estará con ellos, allí donde estén. Los apóstoles experimentarán muchas veces esa presencia del Espíritu como Paráclito, sosteniéndolos, apoyándolos, defendiéndolos y poniendo en su boca las palabras que ellos debían decir.
Pero Jesús le da otro nombre más al Espíritu. Lo llama “el Espíritu de la Verdad”. El Espíritu nos hace posible reconocer la verdad de Dios como Padre y Vida. Es precisamente lo opuesto al que Jesús llamó “el padre de la mentira” (Juan 8,44), el espíritu del mal, aquel que impide que nos comportemos con la libertad de hijos de Dios y que es, lo dice Jesús: “homicida desde el principio” (ídem). En cambio, como anuncia Jesús más adelante:
El Espíritu de la verdad los guiará hasta la verdad completa (Juan 16,13)
Y no olvidemos que la verdad no es solo algo que se conoce, que se sabe, sino, sobre todo, algo que se practica, que se pone en obra:
El que obra la verdad, va a la luz, para que quede de manifiesto que sus obras están hechas según Dios (Juan 3,21)
La carta de Pedro, segunda lectura, nos da algunas pistas para obrar la verdad, para que nuestras obras estén hechas según Dios. No recibimos el Espíritu Paráclito para atrincherarnos y defendernos como únicos poseedores de la verdad frente a todas las amenazas del mundo.
Pedro nos pide estar “siempre dispuestos a dar razón de la esperanza” que tenemos.
Nuestra esperanza está en Jesucristo. El Espíritu Paráclito nos anima para hacernos nosotros mismos “paráclitos” de los demás, hacernos acompañantes y abogados, ser personas que estamos junto a quienes nos necesitan.
No estamos para imponer nuestras ideas:
Al defenderse “háganlo con suavidad y respeto, y con tranquilidad de conciencia”, dice Pedro.
Actuando así, “ustedes se comportan como servidores de Cristo” agrega. Y concluye:
Es preferible sufrir haciendo el bien, si esta es la voluntad de Dios, que haciendo el mal.
Si Jesús “no nos deja huérfanos”, tampoco podemos nosotros abandonar a los que nos necesitan.

La “razón de nuestra esperanza” está en Jesucristo. Así dice Pedro:
“Cristo murió una vez por nuestros pecados
-siendo justo, padeció por los injustos-
para llevarnos a Dios.
Entregado a la muerte en su carne, fue vivificado en el Espíritu.”
Jesús murió para abrirnos el camino hacia su Padre. Fue a la muerte para que tuviéramos vida en Dios. Si el estar vivos es para nosotros un motivo de acción de gracias, cuanto más lo es el don de la Vida eterna, de la vida en Dios, que recibimos por medio de la entrega de Jesucristo. Desde esa gratitud valoramos la vida de los demás, respetamos y recibimos a nuestro prójimo, con sus necesidades, sus sufrimientos, sus proyectos, su vida. “Si Dios visitó la tierra, si por nosotros murió, la vida de cada hombre tiene infinito valor”, dice una vieja canción. Cuando descubrimos el valor infinito de cada vida humana, por la que Cristo se encarnó y por la que fue a la cruz y a la muerte, no podemos aceptar que nadie pretenda ser dueño de las vidas de otros. El derecho a la vida es el primero de los derechos de la persona humana.

Porque queremos seguir con vida, cuidamos también de la vida de los demás; no para cumplir una disposición legal o una norma de higiene, sino, ante todo, por puro y simple amor al prójimo.
Gracias, amigas y amigos por su atención. Que el Señor los bendiga, sigamos cuidándonos y hasta la próxima semana si Dios quiere.

lunes, 11 de mayo de 2020

¿Qué cantar en la Ascensión? "Abranse puertas eternas" (Jerusalén está en fiesta)


Al comienzo del libro de los Hechos de los Apóstoles, Lucas cuenta que Jesús resucitado se apareció a sus discípulos "durante cuarenta días" (Hechos 1,3). Cumplido ese tiempo "fue levantado en presencia de ellos, y una nube lo ocultó a sus ojos" (Hechos 1,9).

La Ascensión, de acuerdo al relato de Lucas, tuvo lugar cuarenta días después de la Pascua. El calendario litúrgico ubica su celebración a partir del Domingo de Pascua. En este año 2020, dado que el Domingo de Pascua fue el 12 de abril, los cuarenta días se cumplen el jueves 21 de mayo y esa es la fecha en que se celebra la Ascensión en varios países.

Sin embargo, en otros, como Uruguay, la fiesta se traslada al domingo siguiente, VII domingo del tiempo pascual, de modo que queda ubicada en el domingo anterior a Pentecostés, solemnidad con la que concluye el tiempo pascual. Este año, entonces, la Ascensión es el domingo 24 de mayo (es también el día de la fiesta de María Auxiliadora, pero ese es otro tema).

¿Qué se puede cantar ese día? ¿Hay algún canto que hable específicamente de la Ascensión de Jesús? En los años 70 se comenzó a publicar en la diócesis de Salto (mi diócesis de origen) un cancionero titulado "Una comunidad que canta". Entre los primeros cantos que aparecían en ese libro, había uno que comenzaba diciendo "Ábranse puertas eternas, ábranse de par en par...". La letra se refería claramente a la Ascensión. Sin embargo, entre los músicos que animaban el canto en distintas comunidades parroquiales, nadie conocía la música. En algún momento, yo mismo llegué a ponerle música, porque me daba pena que ese canto quedara allí, sin sacarle provecho.

El año pasado me acordé de este canto y me puse a buscarlo en internet. Encontré algunas grabadas un poco pobremente para lo que hoy se puede hacer en casa y la música no me impresionó mucho.

Este año volví a buscar y encontré la versión original, que es la que comparto. Esta canción la grabó un grupo chileno formado en 1960 por cuatro formandos de la congregación de los Sagrados Corazones. El grupo se llamaba Los Perales y llegó a grabar discos para el sello Phillips en Chile. Su canción más difundida se canta todavía en nuestras comunidades y es "El peregrino de Emaús": "¿Qué llevabas conversando? / me dijiste buen amigo / y me detuve asombrado / a la vera del camino..."

Realmente me gustó mucho escuchar la versión original, que es la que comparto, pero también descubrí que la canción tiene más texto. También descubrí que el grupo Los Perales volvió a formarse, con viejos y nuevos integrantes.

En cuanto a los autores de "Jerusalén está en fiesta" / "Ábranse, puertas eternas", no encontré los datos precisos; pero podría dar por seguro que el texto pertenece al P. Esteban Gumucio SS CC, sacerdote y poeta chileno, autor de la mayoría de las letras que cantó el grupo original. La música, muy posiblemente es de Andrés Opazo, que musicalizó muchos de los poemas del sacerdote.

JERUSALÉN ESTÁ EN FIESTA


Aleluya, aleluya,
Cristo sube a las alturas.
Aleluya, aleluya,
el Señor entra en su mansión.

Jerusalén está en fiesta,
canta la esposa del Rey;
alzan todos sus coronas,
felices cantando "amén".
Hoy brillan sus cinco llagas,
más puras que el mismo Sol.
Cantan de gozo los mártires,
por el triunfo del Señor.

Ábranse puertas eternas,
ábranse de par en par,
canta el coro de los santos
batiendo palmas de paz.
Hoy entra Rey a los cielos
el siervo que aquí sufrió.
Los ángeles lo reciben,
llévanlo al trono de Dios.

Pasan las penas del mundo,
llega la hora de Dios,
los que fueron despreciados
reciben su galardón.
Felices son los humildes
y los que buscan la paz,
felices los perseguidos
porque con Él reinarán.


jueves, 7 de mayo de 2020

Llegar a casa (Juan 14,1-12). V Domingo de Pascua.






“No sé si habrá una casa”.
Así comienza un poema que leí hace muchos años. (Al pie de esta página aparece completo). Y sigue así:
“no creo que llegue a tener casa”.
En este tiempo en que hemos oído y leído permanentemente el mensaje “Quedate en casa”, me he acordado de estos versos de Carlos Liscano, que se hizo escritor en el penal de Libertad y escribió esto en 1984, pensando en el día, entonces ya cercano, en que estaría fuera… “no sé si habrá una casa”.
¿Cómo le sonarán estas palabras a quien no tiene casa, o habita en un espacio que hace pensar que se estaría mejor afuera y le decimos “quédate en casa”?
El poema sigue, y es como el proceso de quien se va convenciendo de una realidad:
“tal vez ni siquiera sea necesario tener casa”
pero también se va abriendo a una visión diferente:
“Quizá yo mismo llegue a ser mi casa”
 y sigue en esa búsqueda, hasta que imagina cómo será posible un día exclamar:
“He llegado, por fin he llegado a casa.”
“He llegado a casa”. Qué lindo poder decir eso sintiendo un profundo consuelo, una gran alegría… “he llegado a casa” … he llegado allí donde me encuentro con aquellos que quiero, allí donde estoy conmigo mismo, con mi vida, con mi historia… pero también donde es posible empezar de nuevo, entrar en territorios no explorados, descubrir en mí capacidades desconocidas…

Ir desde “no sé si habrá una casa” hasta “he llegado a casa” es un viaje de la angustia a la esperanza. Desde sentir que me falta algo y no sé si lo alcanzaré, hasta descubrir que lo que busqué ya estaba dentro de mí.

Angustia. Angustia sentían los discípulos de Jesús en la noche de la última cena. La reunión tenía clima de despedida. Muchas veces Jesús había anunciado lo que iba a suceder con él… rechazo de las autoridades, traición de un discípulo, condena, pasión, muerte… la resurrección también, pero los discípulos no podían imaginar siquiera una luz al final de las tinieblas que los iban envolviendo.
“No se inquieten” 
les dijo Jesús. “No se turbe su corazón, no se angustien”.
Y agregó:
Crean en Dios y crean también en mí.
En la Casa de mi Padre hay muchas habitaciones;
si no fuera así, se lo habría dicho a ustedes.
Yo voy a prepararles un lugar.
“La Casa de mi Padre”. Hacia allí va Jesús. De allí salió y allí se prepara a volver.
Jesús ya había mencionado “la Casa de mi Padre”, pero con otro sentido.
Lo hizo cuando expulsó del templo a los vendedores de animales y a los cambistas de moneda.
“Saquen esto de aquí. No hagan de la Casa de mi Padre una casa de mercado”. (Juan 2,16)
El templo de Jerusalén, hecho por manos humanas, era el signo de la presencia de Dios en medio de su pueblo.
Pero ese lugar, que Jesús llamó “La Casa de mi Padre” era solo la representación de la Casa verdadera, el templo del Cielo.
Contando este regreso de Jesús a la Casa del Padre, dice la carta a los Hebreos:
Cristo no entró en un santuario hecho por mano de hombre, figura del verdadero,
sino en el mismo Cielo, para presentarse ahora por nosotros ante Dios (Hebreos 9,24)
“Presentarse por nosotros ante Dios”: es otra manera de expresar lo que dice Jesús:
“yo voy a prepararles un lugar”.

Pero aparece la pregunta: ¿cómo vamos a llegar allí?
Tomás le dijo:
«Señor, no sabemos adónde vas. ¿Cómo vamos a conocer el camino?»
Para llegar a cualquier parte se necesita un camino. Hay que hallarlo. En el poema que leíamos al principio, el autor empieza a encontrar el camino hacia su casa, cuando se encuentra con los demás y comienza a compartir su vida con ellos:
Y cuando encuentre a los hombres por el camino
y me detenga a conversar con ellos,
cuando les dé mi nombre y me den el suyo y bebamos
yo de sus botellas y ellos de la mía,
sabré que ellos entonces están en mi casa
y diré: He llegado, por fin he llegado a casa.
Jesús está dispuesto a facilitar las cosas y responde a Tomás:
«Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida.
Nadie va al Padre, sino por mí.»
El camino te lleva a la meta, pero hay que andarlo. El llamado que Jesús hace a sus discípulos al comienzo y al final del evangelio de Juan, la invitación que sigue haciendo hoy a cada persona es
“¡Sígueme!” (Juan 1,43 y 21,22). 
Es un llamado a recorrer el camino.

La verdad se presenta delante de nosotros, no solo para creer en ella, sino para llevarla a la práctica:
El que obra la verdad, va a la luz, para que quede de manifiesto que sus obras están hechas según Dios (Juan 3,21)
La vida que hemos recibido aparece revestida de fragilidad. No necesitábamos una pandemia para recordar lo vulnerables que somos, pero las cifras de muerte en el mundo nos lo recuerdan cada día. La vida se rebela, se defiende, lucha, en el deseo de mantenerse, de conservarse, pero sin empalidecer, sin marchitarse, sin dejar de ser vida que merezca ese nombre…
Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia. (Juan 10,10)
Jesús ofrece esa plenitud de vida que está en nuestros anhelos más profundos.

Pero mientras peregrinamos siguiendo a Jesús hacia la Casa del Padre, seguimos en este mundo, en esta casa común, donde no podemos desentendernos de los demás. Los Hechos de los Apóstoles dan cuenta de un problema de los primeros cristianos: tensiones dentro de una comunidad que iba creciendo, integrando gente de diferentes culturas… pero en medio de esas dificultades, la comunidad no dejó de ver un grupo que había quedado desprotegido: las viudas. Y se pusieron de acuerdo para solucionarlo. Una manera de obrar la verdad, de trabajar por la vida, como tantos esfuerzos solidarios de hoy.

Amigas y amigos: gracias por su atención. Sigamos cuidándonos, sin olvidarnos de los demás, sin dejar de hacer lo que podamos por los que más sufren en este momento. Que el Señor los bendiga y hasta la próxima semana si Dios quiere.

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LA CASA IV

No sé si habrá una casa.
No creo que llegue a tener casa.
Tal vez ni siquiera sea necesario tener casa.
Creo que puedo vivir en esta especie de sedentario nomadismo.
Que puedo llevar conmigo todo lo que tengo.
Quizá yo mismo llegue a ser mi casa.
Y cuando encuentre a los hombres por el camino
y me detenga a conversar con ellos,
cuando les dé mi nombre y me den el suyo y bebamos
yo de sus botellas y ellos de la mía,
sabré que ellos entonces están en mi casa
y diré: He llegado, por fin he llegado a casa.

Carlos Liscano, 1984

miércoles, 6 de mayo de 2020

En el aniversario de la muerte de Mons. Jacinto Vera (1881)


El 6 de mayo es el día de la muerte del Venerable Jacinto Vera.
Él nos ha dejado ejemplos admirables de entrega sacerdotal, presencia del Buen Pastor. 
Testifica el P. I. Yéregui:
“Desde enero de 1868, el mortífero cólera morbus hacía estragos en Montevideo. El señor Vera fue capellán constante de los hospitales y casa particulares, donde acudía de día y de noche, con admirable valor apostólico, a confesar enfermos, aún los más desgraciados y pobres, exponiendo evidentemente su vida a una muerte casi segura. Fundó entonces la Comisión, llamada por él mismo de Socorros a los Pobres, que, compuesta de personas llenas de abnegación y caridad, como su fundador, trabajaron incansablemente en ayudar las desgracias de toda la ciudad… Esta comisión funcionó después con igual celo, en diversas epidemias que atacaron a este pueblo”.  
Nos ilumine con su ejemplo.

(Texto recordado por Mons. Alberto Sanguinetti, Obispo de Canelones).