jueves, 21 de mayo de 2020

“Yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo” (Mateo 28,16-20). Ascensión de Jesús.





Cuando una persona joven sale por primera de su casa y del pueblo o del barrio donde ha vivido hasta ese momento y se ausenta por un cierto tiempo, no es raro que vuelva cambiada. Ha conocido otra gente, otras costumbres, otra manera de hablar, otros puntos de vista… se ha situado en otro paisaje, en otro mundo… y, también, ha podido observar desde la distancia lo que hasta ahora era el mundo que conocía. Si la experiencia ha sido positiva -no siempre lo es, pero suele serlo- significa para el joven o la joven un crecimiento como persona, una transformación pequeña o grande que lo prepara para otros descubrimientos que la vida le traerá.

Este domingo es 24 de mayo y, aunque esta es la fecha en que se celebra María Auxiliadora, en esta ocasión, por ser el séptimo domingo de Pascua, corresponde celebrar la Ascensión de Jesús, a la que seguirá el acontecimiento de Pentecostés, la venida del Espíritu Santo, que recordaremos el próximo domingo 31.

¿Qué significa la Ascensión de Jesús? Para entender, no solo este, sino cualquier acontecimiento de la vida de Jesús la clave nos la da el credo Niceno-Constantinopolitano, el “credo largo”, que dice así: “por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación”.

Si “por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación bajó del cielo” como dice el credo, por la misma causa, Cristo subió al cielo, volvió a la Casa del Padre: por nosotros y por nuestra salvación.

Vamos a reflexionar sobre dos grandes significados de la ascensión: una nueva forma de presencia de Dios entre nosotros y el fortalecimiento de nuestra esperanza de una vida futura en Dios.

Una nueva presencia.
En el evangelio de Juan, capítulo 16, Jesús habla muchas veces de su partida, más aún, de la necesidad de su partida, de su regreso a la Casa del Padre. Ese regreso es necesario, dice Jesús,
“porque si no me voy, el Paráclito no vendrá a ustedes. Pero si me voy, se lo enviaré”.
Varias veces Jesús anuncia esa venida del Espíritu Santo y todo lo que el espíritu obrará en sus discípulos.

Jesús nota que los discípulos se entristecen cuando él habla de partir. Siempre nos apena separarnos de alguien con quien hemos compartido momentos importantes, tal vez los más importantes de nuestra vida, porque son como el cimiento de lo que somos y de lo que vamos a ser. Pero Jesús es el Hijo de Dios que ha asumido nuestra condición humana, menos en el pecado. Dejando ésa, tiene todas nuestras otras limitaciones humanas, empezando por la realidad corporal que hace que no podamos estar más que en un único lugar al mismo tiempo. Jesús ha preparado a sus discípulos para enviarlos por todo el mundo, pero él no irá con ellos; al menos, no irá en la misma forma en que los ha acompañado hasta ahora. El evangelio de Mateo que leemos este domingo, aunque no nos relata la ascensión, como hace Lucas, nos trae estas palabras de despedida de Jesús en su último encuentro con los discípulos:
«Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo.»

Al principio del evangelio de Mateo, como lo recordamos en el primer domingo de esta cuaresma, el tentador llevó a Jesús a lo alto de un monte y le ofreció el poder sobre todos los reinos de la tierra. Ahora Jesús está en lo alto de otro monte y anuncia a sus discípulos que ha recibido todo poder “en el cielo y en la tierra”, y lo ha recibido del Padre Dios. Con ese poder, Jesús los envía a “todos los pueblos”. Necesariamente, los discípulos deben dispersarse para realizar esa gran misión. Sin embargo, Jesús concluye anunciando: “Yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo”. Ésa será la nueva presencia de Jesús: la presencia que hace posible el Espíritu Santo. Ya no hay límites de lugar ni de tiempo. El Espíritu llevará a los discípulos la presencia de Jesús dondequiera que vayan, acompañándolos y animándolos en la misión.

Así, la ascensión abrirá el camino a una nueva presencia de Jesús mientras peregrinamos en este mundo.
Ahora veamos lo que se refiere a la esperanza de una vida futura en Dios.
Igual que el joven del que hablábamos al principio, que regresa cambiado a la casa de sus padres, el Hijo de Dios que bajó del cielo, no vuelve al cielo tal como se fue. El Hijo se encarnó, se hizo hombre. Sin dejar de ser verdadero Dios, se hizo hombre verdadero. El hombre Jesús resucita. Vuelve a la Casa del Padre transformado, llevando algo nuevo: su humanidad, su cuerpo transformado, glorioso, en el que resplandecen sus cinco llagas, como signo de su victoria sobre el dolor y la muerte. Con su ascensión, decía el Papa Benedicto XVI, el Hijo de Dios “que se ha hecho carne y permanece Hombre sin cesar” “ha inaugurado para siempre en Dios el puesto del ser humano”.
Así Jesús cumple su promesa: “Voy a prepararles un lugar”.

Pero esta esperanza de nuestra vida futura en Dios está relacionada también con nuestra fe en el retorno de Cristo: “de nuevo vendrá con Gloria” decimos en el credo.

La primera lectura de este domingo, de los Hechos de los Apóstoles, que nos trae el relato de la ascensión, termina con los discípulos mirando hacia el cielo, y las palabras de “dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron:
«Hombres de Galilea, ¿por qué siguen mirando al cielo? Este Jesús que les ha sido quitado y fue elevado al cielo, vendrá de la misma manera que lo han visto partir.»”

“Vendrá”. Volvamos al comentario del Papa Benedicto, y concluyo: Cristo “llama a todo el mundo a entrar en los brazos abiertos de Dios, para que al final Dios se haga todo en todos, y el Hijo pueda entregar al Padre el mundo entero asumido en Él. Esto implica la certeza en la esperanza de que Dios enjugará toda lágrima, que nada quedará sin sentido, que toda injusticia quedará superada y establecida la justicia. La victoria del amor será la última palabra de la historia del mundo”.

Jesús cumple su promesa. Sigue haciéndose presente entre nosotros y sigue animando nuestra esperanza de una vida plena en Dios. Así, en un mundo a menudo acosado por las fuerzas del mal y en un camino lleno de vicisitudes y dificultades, podemos seguir con confianza nuestro peregrinar de cada día, dejándonos guiar por el Espíritu de Dios para actuar en la bondad y en la justicia.

Amigas, amigos: más que nunca, en este tiempo de pandemia, nos confiamos hoy a María, a quien invocamos como auxilio de los cristianos, María auxiliadora. Ella, que concibió al hijo de Dios “por obra y gracia del Espíritu Santo” nos ayude a escuchar la voz del Espíritu que nos guía en el seguimiento de su Hijo Jesús.

Gracias por su atención. Que el Señor los bendiga y hasta la próxima semana si Dios quiere.

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