jueves, 7 de mayo de 2020

Llegar a casa (Juan 14,1-12). V Domingo de Pascua.






“No sé si habrá una casa”.
Así comienza un poema que leí hace muchos años. (Al pie de esta página aparece completo). Y sigue así:
“no creo que llegue a tener casa”.
En este tiempo en que hemos oído y leído permanentemente el mensaje “Quedate en casa”, me he acordado de estos versos de Carlos Liscano, que se hizo escritor en el penal de Libertad y escribió esto en 1984, pensando en el día, entonces ya cercano, en que estaría fuera… “no sé si habrá una casa”.
¿Cómo le sonarán estas palabras a quien no tiene casa, o habita en un espacio que hace pensar que se estaría mejor afuera y le decimos “quédate en casa”?
El poema sigue, y es como el proceso de quien se va convenciendo de una realidad:
“tal vez ni siquiera sea necesario tener casa”
pero también se va abriendo a una visión diferente:
“Quizá yo mismo llegue a ser mi casa”
 y sigue en esa búsqueda, hasta que imagina cómo será posible un día exclamar:
“He llegado, por fin he llegado a casa.”
“He llegado a casa”. Qué lindo poder decir eso sintiendo un profundo consuelo, una gran alegría… “he llegado a casa” … he llegado allí donde me encuentro con aquellos que quiero, allí donde estoy conmigo mismo, con mi vida, con mi historia… pero también donde es posible empezar de nuevo, entrar en territorios no explorados, descubrir en mí capacidades desconocidas…

Ir desde “no sé si habrá una casa” hasta “he llegado a casa” es un viaje de la angustia a la esperanza. Desde sentir que me falta algo y no sé si lo alcanzaré, hasta descubrir que lo que busqué ya estaba dentro de mí.

Angustia. Angustia sentían los discípulos de Jesús en la noche de la última cena. La reunión tenía clima de despedida. Muchas veces Jesús había anunciado lo que iba a suceder con él… rechazo de las autoridades, traición de un discípulo, condena, pasión, muerte… la resurrección también, pero los discípulos no podían imaginar siquiera una luz al final de las tinieblas que los iban envolviendo.
“No se inquieten” 
les dijo Jesús. “No se turbe su corazón, no se angustien”.
Y agregó:
Crean en Dios y crean también en mí.
En la Casa de mi Padre hay muchas habitaciones;
si no fuera así, se lo habría dicho a ustedes.
Yo voy a prepararles un lugar.
“La Casa de mi Padre”. Hacia allí va Jesús. De allí salió y allí se prepara a volver.
Jesús ya había mencionado “la Casa de mi Padre”, pero con otro sentido.
Lo hizo cuando expulsó del templo a los vendedores de animales y a los cambistas de moneda.
“Saquen esto de aquí. No hagan de la Casa de mi Padre una casa de mercado”. (Juan 2,16)
El templo de Jerusalén, hecho por manos humanas, era el signo de la presencia de Dios en medio de su pueblo.
Pero ese lugar, que Jesús llamó “La Casa de mi Padre” era solo la representación de la Casa verdadera, el templo del Cielo.
Contando este regreso de Jesús a la Casa del Padre, dice la carta a los Hebreos:
Cristo no entró en un santuario hecho por mano de hombre, figura del verdadero,
sino en el mismo Cielo, para presentarse ahora por nosotros ante Dios (Hebreos 9,24)
“Presentarse por nosotros ante Dios”: es otra manera de expresar lo que dice Jesús:
“yo voy a prepararles un lugar”.

Pero aparece la pregunta: ¿cómo vamos a llegar allí?
Tomás le dijo:
«Señor, no sabemos adónde vas. ¿Cómo vamos a conocer el camino?»
Para llegar a cualquier parte se necesita un camino. Hay que hallarlo. En el poema que leíamos al principio, el autor empieza a encontrar el camino hacia su casa, cuando se encuentra con los demás y comienza a compartir su vida con ellos:
Y cuando encuentre a los hombres por el camino
y me detenga a conversar con ellos,
cuando les dé mi nombre y me den el suyo y bebamos
yo de sus botellas y ellos de la mía,
sabré que ellos entonces están en mi casa
y diré: He llegado, por fin he llegado a casa.
Jesús está dispuesto a facilitar las cosas y responde a Tomás:
«Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida.
Nadie va al Padre, sino por mí.»
El camino te lleva a la meta, pero hay que andarlo. El llamado que Jesús hace a sus discípulos al comienzo y al final del evangelio de Juan, la invitación que sigue haciendo hoy a cada persona es
“¡Sígueme!” (Juan 1,43 y 21,22). 
Es un llamado a recorrer el camino.

La verdad se presenta delante de nosotros, no solo para creer en ella, sino para llevarla a la práctica:
El que obra la verdad, va a la luz, para que quede de manifiesto que sus obras están hechas según Dios (Juan 3,21)
La vida que hemos recibido aparece revestida de fragilidad. No necesitábamos una pandemia para recordar lo vulnerables que somos, pero las cifras de muerte en el mundo nos lo recuerdan cada día. La vida se rebela, se defiende, lucha, en el deseo de mantenerse, de conservarse, pero sin empalidecer, sin marchitarse, sin dejar de ser vida que merezca ese nombre…
Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia. (Juan 10,10)
Jesús ofrece esa plenitud de vida que está en nuestros anhelos más profundos.

Pero mientras peregrinamos siguiendo a Jesús hacia la Casa del Padre, seguimos en este mundo, en esta casa común, donde no podemos desentendernos de los demás. Los Hechos de los Apóstoles dan cuenta de un problema de los primeros cristianos: tensiones dentro de una comunidad que iba creciendo, integrando gente de diferentes culturas… pero en medio de esas dificultades, la comunidad no dejó de ver un grupo que había quedado desprotegido: las viudas. Y se pusieron de acuerdo para solucionarlo. Una manera de obrar la verdad, de trabajar por la vida, como tantos esfuerzos solidarios de hoy.

Amigas y amigos: gracias por su atención. Sigamos cuidándonos, sin olvidarnos de los demás, sin dejar de hacer lo que podamos por los que más sufren en este momento. Que el Señor los bendiga y hasta la próxima semana si Dios quiere.

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LA CASA IV

No sé si habrá una casa.
No creo que llegue a tener casa.
Tal vez ni siquiera sea necesario tener casa.
Creo que puedo vivir en esta especie de sedentario nomadismo.
Que puedo llevar conmigo todo lo que tengo.
Quizá yo mismo llegue a ser mi casa.
Y cuando encuentre a los hombres por el camino
y me detenga a conversar con ellos,
cuando les dé mi nombre y me den el suyo y bebamos
yo de sus botellas y ellos de la mía,
sabré que ellos entonces están en mi casa
y diré: He llegado, por fin he llegado a casa.

Carlos Liscano, 1984

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