Las posibilidades que tenemos hoy de comunicación instantánea nos hacen olvidar algunos lejanos comienzos… Las cartas manuscritas, enviadas de una persona a otra tienen ya muchos siglos. Pero no quiero remontarme tan atrás en el tiempo.
En el año 1837 aparecieron en Inglaterra y Estados Unidos los primeros servicios de telegrafía por cable, que llegaron en 1855 a Montevideo. Cables submarinos comenzaron a comunicar países y luego continentes, en mensajes emitidos con el código Morse.
Ya en el siglo XIX se aspiraba a una comunicación que hoy llamaríamos inalámbrica.
El italiano Guillermo Marconi logró desarrollar en 1894 un transmisor y un receptor que permitían enviar y recibir las señales telegráficas por medio de ondas de radio. Durante tres décadas, antes de que comenzara la transmisión de voz y de música, la radio se utilizaba únicamente para transmitir esas señales cortas y largas del sistema telegráfico.
Hoy el aire está inundado de todo tipo de señales. La radio fue desarrollando distintos sistemas de ondas como la amplitud modulada y la frecuencia modulada, las viejas y queridas AM y FM, que todavía escuchamos en receptores de radio. Vino luego el despliegue de la televisión, colocando en el aire otras ondas, hasta el vertiginoso desarrollo de la telefonía móvil.
Sí, el aire está inundado de mensajes, sonidos, imágenes… pero ninguno de nuestros sentidos los percibe. No oímos, no vemos, sin la mediación del receptor, sea este el aparato de radio, el televisor o el teléfono móvil.
El próximo domingo recordamos la venida del Espíritu Santo, el acontecimiento que es conocido como Pentecostés. Tal vez esta imagen de la comunicación que hemos evocado nos ayude a comprender esa presencia del Espíritu de Dios en el mundo y nuestra posibilidad de relación con Él.
De todas las imágenes que nos aproximan al Espíritu Santo, que son muchas, la primera es el viento. De hecho, eso es lo que sugiere la palabra espíritu. En hebreo se dice ruah, que se puede traducir como viento o como espíritu. El espíritu de Dios, el soplo de Dios… En la primera lectura que escuchamos este domingo, se cuenta que, estando los discípulos de Jesús reunidos,
De pronto, vino del cielo un ruido, semejante a una fuerte ráfaga de viento, que resonó en toda la casa donde se encontraban.
En el evangelio, se nos cuenta que Jesús sopló sobre sus discípulos diciéndoles
“Reciban el Espíritu Santo”.
Dios entrega su Espíritu. No está en el aire… habla al corazón de cada persona que viene a este mundo. Está presente… pero su señal no siempre es recibida. En este caso, no se necesita ningún aparato. La posibilidad de recibir las señales del Espíritu Santo está dentro de cada uno de nosotros, si nos abrimos a una vida espiritual, a una vida interior.
La cultura del mundo de hoy nos invita a vivir hacia fuera, hacia la superficie. Mario Vargas Llosa escribió hace algunos años un libro titulado “La civilización del espectáculo”, en el que afirma que vivimos en una “cultura del entretenimiento”, donde la vida ya no se vive, sino que se representa.
Nos convertimos en consumidores de ilusiones que no pueden llenar nuestro vacío espiritual. No estamos saboreando la vida desde dentro, precisamente porque hemos perdido la interioridad.
Aún la oración de una persona creyente se puede vaciar de contenido, si no brota desde lo profundo del corazón. Podemos pronunciar plegarias con nuestros labios, pero quedan huecas si nuestro corazón está ausente.
Estos días de confinamiento han sido, tal vez no para todos, pero sí para muchos, la oportunidad de un reencuentro con la propia interioridad, la posibilidad de mirar la vida desde otra perspectiva, la ocasión para un momento de auténtica vida espiritual…
Hay gente que habrá encontrado esos momentos. Habrá quienes ni buscaron, ni encontraron; pero, mientras hay vida siempre hay tiempo. Los invito a que hagamos ese intento, a que encendamos el corazón, a que invoquemos a ese Espíritu Santo que hoy, tal vez sin saberlo, podemos estar necesitando en nuestras vidas.
Ven, Espíritu Santo. Enséñanos a invocar a Dios con ese nombre entrañable de "Padre" que nos enseñó Jesús. Si no sentimos su presencia buena en medio de nosotros, viviremos como huérfanos. Recuérdanos que sólo Jesús es el camino que nos lleva hasta él. Que sólo su vida entregada a los últimos nos muestra su verdadero rostro. Sin Jesús nunca entenderemos su sed de paz, de justicia y dignidad para todos sus hijos e hijas.
Ven, Espíritu Santo. Haznos conocer y caminar en la verdad de Jesús. Con tu luz y tu aliento, conoceremos y nos uniremos a su Proyecto del reino de Dios. Viviremos con profunda alegría y esperanza. Sabremos por qué y para qué seguir a Jesús. Sabremos por qué vivir y, aún, por qué sufrir. Y nos encontraremos trabajando en el Reino.
Ven, Espíritu Santo. Infunde en nosotros la experiencia religiosa de Jesús. Ayúdanos a no perdernos en trivialidades y a vivir de verdad la justicia, la misericordia y la fe. Que nada ni nadie nos distraiga de seguirlo como único Señor.
Ven, Espíritu Santo. Aumenta nuestra fe para experimentar la fuerza de Jesús en el centro mismo de nuestra debilidad. Enséñanos a alimentar nuestra vida del conocimiento interno de su Persona. Que nos dejemos guiar siempre por su Espíritu audaz y creador, no por nuestro instinto de seguridad.
Ven, Espíritu Santo. Atrapados por nuestros miedos e incertidumbres, no somos capaces de escuchar la voz de Jesús ni sentir su aliento. Defiéndenos del riesgo de olvidarlo o desconocerlo. Despierta nuestra adhesión pues, si perdemos el contacto con él, seguirá creciendo en nosotros el nerviosismo y la inseguridad. Ven Espíritu Santo, transforma nuestros corazones y conviértenos a Jesús. (*)
Amigas y amigos, gracias por su atención. Sigamos cuidándonos. Que el Señor los bendiga y hasta la próxima semana si Dios quiere.
(*) Adaptado de una oración formulada por el P. José Antonio Pagola.
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