domingo, 27 de septiembre de 2020

JORNADA MUNDIAL DEL MIGRANTE Y DEL REFUGIADO 2020


MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
PARA LA 106 JORNADA MUNDIAL DEL MIGRANTE Y DEL REFUGIADO
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[27 de septiembre de 2020]

Como Jesucristo, obligados a huir.
Acoger, proteger, promover e integrar a los desplazados internos

A principios de año, en mi discurso a los miembros del Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede, señalé entre los retos del mundo contemporáneo el drama de los desplazados internos: «Las fricciones y las emergencias humanitarias, agravadas por las perturbaciones del clima, aumentan el número de desplazados y repercuten sobre personas que ya viven en un estado de pobreza extrema. Muchos países golpeados por estas situaciones carecen de estructuras adecuadas que permitan hacer frente a las necesidades de los desplazados» (9 enero 2020).

La Sección Migrantes y Refugiados del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral ha publicado las “Orientaciones Pastorales sobre Desplazados Internos” (Ciudad del Vaticano, 5 mayo 2020) un documento que desea inspirar y animar las acciones pastorales de la Iglesia en este ámbito concreto.

Por ello, decidí dedicar este Mensaje al drama de los desplazados internos, un drama a menudo invisible, que la crisis mundial causada por la pandemia del COVID-19 ha agravado. De hecho, esta crisis, debido a su intensidad, gravedad y extensión geográfica, ha empañado muchas otras emergencias humanitarias que afligen a millones de personas, relegando iniciativas y ayudas internacionales, esenciales y urgentes para salvar vidas, a un segundo plano en las agendas políticas nacionales. Pero «este no es tiempo del olvido. Que la crisis que estamos afrontando no nos haga dejar de lado a tantas otras situaciones de emergencia que llevan consigo el sufrimiento de muchas personas» (Mensaje Urbi et Orbi, 12 abril 2020).

A la luz de los trágicos acontecimientos que han caracterizado el año 2020, extiendo este Mensaje, dedicado a los desplazados internos, a todos los que han experimentado y siguen aún hoy viviendo situaciones de precariedad, de abandono, de marginación y de rechazo a causa del COVID-19.
Quisiera comenzar refiriéndome a la escena que inspiró al papa Pío XII en la redacción de la Constitución Apostólica Exsul Familia (1 agosto 1952). En la huida a Egipto, el niño Jesús experimentó, junto con sus padres, la trágica condición de desplazado y refugiado, «marcada por el miedo, la incertidumbre, las incomodidades (cf. Mt 2,13-15.19-23). Lamentablemente, en nuestros días, millones de familias pueden reconocerse en esta triste realidad. Casi cada día la televisión y los periódicos dan noticias de refugiados que huyen del hambre, de la guerra, de otros peligros graves, en busca de seguridad y de una vida digna para sí mismos y para sus familias» (Ángelus, 29 diciembre 2013). Jesús está presente en cada uno de ellos, obligado —como en tiempos de Herodes— a huir para salvarse. Estamos llamados a reconocer en sus rostros el rostro de Cristo, hambriento, sediento, desnudo, enfermo, forastero y encarcelado, que nos interpela (cf. Mt 25,31-46). Si lo reconocemos, seremos nosotros quienes le agradeceremos el haberlo conocido, amado y servido.

Los desplazados internos nos ofrecen esta oportunidad de encuentro con el Señor, «incluso si a nuestros ojos les cuesta trabajo reconocerlo: con la ropa rota, con los pies sucios, con el rostro deformado, con el cuerpo llagado, incapaz de hablar nuestra lengua» (Homilía, 15 febrero 2019). Se trata de un reto pastoral al que estamos llamados a responder con los cuatro verbos que señalé en el Mensaje para esta misma Jornada en 2018: acoger, proteger, promover e integrar. A estos cuatro, quisiera añadir ahora otras seis parejas de verbos, que se corresponden a acciones muy concretas, vinculadas entre sí en una relación de causa-efecto.

Es necesario conocer para comprender. El conocimiento es un paso necesario hacia la comprensión del otro. Lo enseña Jesús mismo en el episodio de los discípulos de Emaús: «Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo» (Lc 24,15-16). Cuando hablamos de migrantes y desplazados, nos limitamos con demasiada frecuencia a números. ¡Pero no son números, sino personas! Si las encontramos, podremos conocerlas. Y si conocemos sus historias, lograremos comprender. Podremos comprender, por ejemplo, que la precariedad que hemos experimentado con sufrimiento, a causa de la pandemia, es un elemento constante en la vida de los desplazados.

Hay que hacerse prójimo para servir. Parece algo obvio, pero a menudo no lo es. «Pero un samaritano que iba de viaje llegó adonde estaba él y, al verlo, se compadeció, y acercándose, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino, y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó» (Lc 10,33-34). Los miedos y los prejuicios —tantos prejuicios—, nos hacen mantener las distancias con otras personas y a menudo nos impiden “acercarnos como prójimos” y servirles con amor. Acercarse al prójimo significa, a menudo, estar dispuestos a correr riesgos, como nos han enseñado tantos médicos y personal sanitario en los últimos meses. Este estar cerca para servir, va más allá del estricto sentido del deber. El ejemplo más grande nos lo dejó Jesús cuando lavó los pies de sus discípulos: se quitó el manto, se arrodilló y se ensució las manos (cf. Jn 13,1-15).

Para reconciliarse se requiere escuchar. Nos lo enseña Dios mismo, que quiso escuchar el gemido de la humanidad con oídos humanos, enviando a su Hijo al mundo: «Porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él […] tenga vida eterna» (Jn 3,16-17). El amor, el que reconcilia y salva, empieza por una escucha activa. En el mundo de hoy se multiplican los mensajes, pero se está perdiendo la capacidad de escuchar. Sólo a través de una escucha humilde y atenta podremos llegar a reconciliarnos de verdad. Durante el 2020, el silencio se apoderó por semanas enteras de nuestras calles. Un silencio dramático e inquietante, que, sin embargo, nos dio la oportunidad de escuchar el grito de los más vulnerables, de los desplazados y de nuestro planeta gravemente enfermo. Y, gracias a esta escucha, tenemos la oportunidad de reconciliarnos con el prójimo, con tantos descartados, con nosotros mismos y con Dios, que nunca se cansa de ofrecernos su misericordia.

Para crecer hay que compartir. Para la primera comunidad cristiana, la acción de compartir era uno de sus pilares fundamentales: «El grupo de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma: nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía, pues lo poseían todo en común» (Hch 4,32). Dios no quiso que los recursos de nuestro planeta beneficiaran únicamente a unos pocos. ¡No, el Señor no quiso esto! Tenemos que aprender a compartir para crecer juntos, sin dejar fuera a nadie. La pandemia nos ha recordado que todos estamos en el mismo barco. Darnos cuenta que tenemos las mismas preocupaciones y temores comunes, nos ha demostrado, una vez más, que nadie se salva solo. Para crecer realmente, debemos crecer juntos, compartiendo lo que tenemos, como ese muchacho que le ofreció a Jesús cinco panes de cebada y dos peces… ¡Y fueron suficientes para cinco mil personas! (cf. Jn 6,1-15).

Se necesita involucrar para promover. Así hizo Jesús con la mujer samaritana (cf. Jn 4,1-30). El Señor se acercó, la escuchó, habló a su corazón, para después guiarla hacia la verdad y transformarla en anunciadora de la buena nueva: «Venid a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho; ¿será este el Mesías?» (v. 29). A veces, el impulso de servir a los demás nos impide ver sus riquezas. Si queremos realmente promover a las personas a quienes ofrecemos asistencia, tenemos que involucrarlas y hacerlas protagonistas de su propio rescate. La pandemia nos ha recordado cuán esencial es la corresponsabilidad y que sólo con la colaboración de todos —incluso de las categorías a menudo subestimadas— es posible encarar la crisis. Debemos «motivar espacios donde todos puedan sentirse convocados y permitir nuevas formas de hospitalidad, de fraternidad y de solidaridad» (Meditación en la Plaza de San Pedro, 27 marzo 2020).

Es indispensable colaborar para construir. Esto es lo que el apóstol san Pablo recomienda a la comunidad de Corinto: «Os ruego, hermanos, en nombre de nuestro Señor Jesucristo, a que digáis todos lo mismo y que no haya divisiones entre vosotros. Estad bien unidos con un mismo pensar y un mismo sentir» (1 Co 1,10). La construcción del Reino de Dios es un compromiso común de todos los cristianos y por eso se requiere que aprendamos a colaborar, sin dejarnos tentar por los celos, las discordias y las divisiones. Y en el actual contexto, es necesario reiterar que: «Este no es el tiempo del egoísmo, porque el desafío que enfrentamos nos une a todos y no hace acepción de personas» (Mensaje Urbi et Orbi, 12 abril 2020). Para preservar la casa común y hacer todo lo posible para que se parezca, cada vez más, al plan original de Dios, debemos comprometernos a garantizar la cooperación internacional, la solidaridad global y el compromiso local, sin dejar fuera a nadie.
Quisiera concluir con una oración sugerida por el ejemplo de san José, de manera especial cuando se vio obligado a huir a Egipto para salvar al Niño.

Padre, Tú encomendaste a san José lo más valioso que tenías: el Niño Jesús y su madre, para protegerlos de los peligros y de las amenazas de los malvados.
Concédenos, también a nosotros, experimentar su protección y su ayuda. Él, que padeció el sufrimiento de quien huye a causa del odio de los poderosos, haz que pueda consolar y proteger a todos los hermanos y hermanas que, empujados por las guerras, la pobreza y las necesidades, abandonan su hogar y su tierra, para ponerse en camino, como refugiados, hacia lugares más seguros.
Ayúdalos, por su intercesión, a tener la fuerza para seguir adelante, el consuelo en la tristeza, el valor en la prueba.
Da a quienes los acogen un poco de la ternura de este padre justo y sabio, que amó a Jesús como un verdadero hijo y sostuvo a María a lo largo del camino.
Él, que se ganaba el pan con el trabajo de sus manos, pueda proveer de lo necesario a quienes la vida les ha quitado todo, y darles la dignidad de un trabajo y la serenidad de un hogar.
Te lo pedimos por Jesucristo, tu Hijo, que san José salvó al huir a Egipto, y por intercesión de la Virgen María, a quien amó como esposo fiel según tu voluntad. Amén.

Roma, San Juan de Letrán, 13 de mayo de 2020, Memoria de la Bienaventurada Virgen María de Fátima.

Francisco

Misa - Domingo 27 de septiembre de 2020. XXVI Domingo durante el año.



La Misa de hoy, domingo 27 de septiembre de 2020, celebrada en la capilla San Óscar Romero y Mártires Latinoamericanos, Barrio Cirilo Olivera, Río Branco, Cerro Largo, Uruguay.

jueves, 24 de septiembre de 2020

“¿Cuál de los dos cumplió la voluntad de su padre?” (Mateo 21, 28-32), Domingo XXVI durante el año.





1. Si te encomiendan una tarea, hazla.


Mi madre, de cuyo nacimiento se cumplirán en octubre cien años, fue durante mucho tiempo “la” Nurse del Hospital de Young. “La” Nurse, porque era la única… luego tuvo junto a ella alguna otra colega. Su actividad profesional era una parte muy importante de su vida y un permanente tema de conversación en la mesa familiar. Una de sus tareas era organizar el trabajo del personal de enfermería y de servicio. Un día me pidió que le hiciera un cartel para su oficina. Lo puso en un lugar destacado y visible. Un mensaje muy claro y muy directo para quien lo quisiera recibir.

Si te encomiendan una tarea, hazla.
Si te parece imposible, hazla igual.
Si de veras te resulta imposible, pide ayuda.
Si aún así no pudieras realizarla, comunícalo inmediatamente a quien te la encomendó.
Carlos Vaz Ferreira

Esto lo recordé a propósito de la parábola que hoy nos cuenta Jesús, dirigida “a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo”, es decir, a las autoridades judías.

«¿Qué les parece? Un hombre tenía dos hijos y, dirigiéndose al primero, le dijo:
"Hijo, quiero que hoy vayas a trabajar a mi viña".
El respondió: "No quiero". Pero después se arrepintió y fue.
Dirigiéndose al segundo, le dijo lo mismo y este le respondió: "Voy, Señor", pero no fue.
¿Cuál de los dos cumplió la voluntad de su padre?»
«El primero», le respondieron.

“Si te encomiendan una tarea hazla…” ¡Más aún, si dijiste que sí! ¿Vale algo la palabra que has dado? No es difícil entender lo que plantea Jesús: no importa tanto lo que hayas dicho al principio, sino lo que finalmente hagas. Por eso, nadie duda en responderle que el que cumplió la voluntad del padre fue el hijo que primero dijo que no, pero, finalmente sí, fue.

Podemos quedarnos aquí, con la sencillez de este mensaje que nos interpela sobre nuestra fidelidad a los compromisos que asumimos con los demás -no solo los compromisos que hacen quienes aspiran a ser elegidos para un cargo de gobierno, pero ya que estamos, también esos compromisos. Y, para quienes nos definimos como cristianos, nos interpela sobre la coherencia con que tratamos de unir nuestra fe con nuestra vida. El Concilio Vaticano II llamaba la atención sobre esto:
El divorcio entre la fe y la vida diaria de muchos debe ser considerado como uno de los más graves errores de nuestra época. (Gaudium et Spes, 43)
Entonces, busquemos cada día conocer más a Jesús y poner en práctica su Palabra.

2. “Subimos a Jerusalén”


Dicho esto, podemos todavía enriquecer un poco nuestra reflexión mirando el contexto en el que Jesús dice esta parábola. Venimos avanzando en el evangelio de Mateo domingo a domingo, pero la liturgia ha seleccionado las parábolas y ha ido salteando otros pasajes, como los que vamos a recordar enseguida.

El domingo pasado, el evangelio terminaba con la tajante y a la vez misteriosa sentencia de Jesús:
“Así, los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos” (Mateo 20,16)

A continuación, se nos cuenta que Jesús, en camino a Jerusalén, anuncia por tercera vez su pasión:
«Miren que subimos a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado a los sumos sacerdotes y escribas; lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles, para burlarse de él, azotarlo y crucificarlo, y al tercer día resucitará» (Mateo 20,18-19).

Como ven, estamos en el capítulo 20. El capítulo 21 comienza con la entrada de Jesús en Jerusalén, esa entrada que recordamos en el domingo de ramos; por lo tanto, estamos ya en la culminación de la misión de Jesús. Pero antes de llegar a la pasión, Mateo se extenderá sobre sus últimos días en la ciudad santa, contándonos varios incidentes y parábolas. (capítulos 22, 23, 24 y 25)

La última cena comienza en el capítulo 26, versículo 20 y, como sabemos, a partir de allí todo se sucederá rápidamente: la oración en el huerto, el arresto de Jesús, los tribunales, la condena, la pasión y la muerte.

Este es el gran marco en el que están los pasajes del evangelio que escucharemos en lo que nos queda de este año litúrgico, que culminará el 22 de noviembre, con la solemnidad de Cristo Rey, en la que escucharemos la parábola del juicio final, en el capítulo 25 de Mateo. (Mateo 25, 31-46).

3. “¿Con qué autoridad haces esto?”

Ubicados en este gran contexto, vayamos ahora a lo más inmediato, a lo que sucede precisamente antes de que Jesús cuente esta parábola de los dos hijos.

Llegado al Templo, mientras enseñaba se le acercaron los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo diciendo: «¿Con qué autoridad haces esto? ¿Y quién te ha dado tal autoridad?» (Mateo 21,23)

Este pasaje nos ubica en el escenario donde Jesús dirá la parábola que nos ocupa. Jesús está enseñando en el templo de Jerusalén. No nos imaginemos una típica Iglesia nuestra, con los fieles dispuestos como para una Misa. Tampoco una sinagoga, que era un lugar de reunión, cerrado. El templo tenía varios patios, espacios abiertos, donde se podía agrupar la gente al aire libre. Posiblemente en alguno de esos espacios estaba Jesús.
Se le acercaron los sumos sacerdotes y los ancianos: recordemos que esos son los integrantes del Sanedrín, la máxima autoridad judía. Y, precisamente por ser “autoridad”, ellos le preguntaron a Jesús de dónde venía esa autoridad con la que él hablaba.

Ya en el comienzo del evangelio Mateo nos cuenta que, al escuchar a Jesús,
«La gente quedaba asombrada de su doctrina; porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como sus escribas» (Mt 7,28-29).

La gente percibía esa autoridad en Jesús. Los escribas hablaban citando a otros maestros; Jesús, en cambio, hablaba con una palabra propia. Nosotros sabemos y profesamos hoy nuestra fe en Jesús como la Palabra eterna del Padre, la Palabra de Dios hecha hombre: el Verbo Encarnado. La gente que escuchaba a Jesús todavía no llegaba a comprender eso, pero sí veía en Jesús una autoridad proveniente del mismo Dios. Por eso no es extraño que la actividad y las palabras de Jesús preocuparan a las autoridades, porque Jesús comenta y da nuevo significado a lo que dice la Escritura. Veamos un ejemplo.
Ustedes han oído que se dijo: "Ojo por ojo y diente por diente" (Mateo 5,38)
Jesús está aquí citando algo que está escrito, no una, sino dos veces en la Ley de Dios (Éxodo 21,24 y Levítico 24,20). Normalmente un escriba, un maestro de la Ley, haría aquí un comentario presentando las opiniones de grandes maestros sobre el significado, la aplicación y las posibles excepciones a esa ley… pero Jesús hace un comentario propio, introduciéndolo de esta forma:
“Se dijo… (tal cosa) Pues yo les digo (tal otra)”
Las autoridades ven esa forma de expresarse no solo como muy atrevida, sino como directamente blasfema; porque, hablando así, Jesús se está “poniendo en el lugar de Dios”.
En el evangelio de Juan está bien ilustrado ese conflicto. Las autoridades le preguntan:
¿Por quién te tienes a ti mismo?» (Juan 8,53) 
y lo acusan:
tú, siendo hombre, te haces a ti mismo Dios». (Juan 10,33)
Pero así se expresaba Jesús:
Ustedes han oído que se dijo: "Ojo por ojo y diente por diente".
Pues yo les digo: “No resistan al mal; antes bien, al que te abofetee en la mejilla derecha ofrécele también la otra...” (Mateo 5, 38-39)

4. “… les voy a preguntar una cosa”

Volvamos ahora al templo, donde Jesús estaba predicando y las autoridades judías le preguntaron de dónde venía esa autoridad que Jesús manifestaba tener. Recordemos que los sumos sacerdotes y los ancianos son la autoridad máxima del pueblo de Israel; por encima de ellos está el Imperio Romano, representado por Poncio Pilato. Pero, como autoridades del Pueblo de Dios, los sumos sacerdotes y los ancianos son quienes trataban de las cosas de Dios y quienes le decían a la gente lo que correspondía a la voluntad de Dios. Frente a la pregunta de ellos, Jesús les dijo:
«También yo les voy a preguntar una cosa; si me contestan, yo les diré a mi vez con qué autoridad hago esto. El bautismo de Juan, ¿de dónde era?, ¿del cielo o de los hombres?» (Mateo 21,24-25)
La pregunta de Jesús los puso en apuros.
Ellos discurrían entre sí: «Si decimos: "Del cielo", nos dirá: "Entonces ¿por qué no le creyeron?"
Y si decimos: "De los hombres", tenemos miedo a la gente, pues todos tienen a Juan por profeta».
Respondieron, pues, a Jesús: «No sabemos».
Y él les replicó, asimismo: «Tampoco yo les digo con qué autoridad hago esto». (Mateo 21,25-27)

Dichas estas palabras, Jesús pronuncia la parábola que escuchamos en el evangelio de hoy.
Cuando los sumos sacerdotes y los ancianos le respondieron -ahora sí, respondieron- a la pregunta final de Jesús, reconociendo que quien hizo la voluntad del Padre es el hijo que primero dijo que no iba a trabajar, pero después fue, Jesús agrega:
«Les aseguro que los publicanos y las prostitutas llegan antes que ustedes al Reino de Dios. En efecto, Juan vino a ustedes por el camino de la justicia y no creyeron en él; en cambio, los publicanos y las prostitutas creyeron en él. Pero ustedes, ni siquiera al ver este ejemplo, se han arrepentido ni han creído en él».

Los publicanos y las prostitutas eran dos grupos de personas reconocidos por todos como notorios pecadores públicos. Ellos son los que dijeron “no voy”; sin embargo, como señala Jesús, ellos creyeron en el anuncio de Juan, que llamaba a la conversión: el arrepentimiento y el cambio de vida, que se expresaba a través del bautismo para el perdón de los pecados.
El hijo que dijo “sí”, pero después no fue, representa a los sumos sacerdotes y los ancianos que, a pesar de ver el ejemplo de los publicanos y las prostitutas, no se arrepintieron ni creyeron en la palabra de Juan.

El rechazo de las autoridades hacia Jesús se mantendrá hasta el final, al pie mismo de la cruz:
«Los sumos sacerdotes junto con los escribas y los ancianos se burlaban de él diciendo: "... Es Rey de Israel; que baje ahora de la cruz, y creeremos en él"» (Mt 27,41.42).

5. “… con los mismos sentimientos que hay en Cristo Jesús”

Dirigida inicialmente a las autoridades judías, la parábola vuelve ahora hacia nosotros y nos interpela. Nos invita a examinar nuestra conciencia. Podemos considerarnos fieles, piadosos y buenos cristianos… pero ¿estamos abiertos a aceptar que Dios conceda su Gracia a otros y los llame a su servicio en nuestra comunidad? ¿estamos dispuestos a aceptar que Dios tenga planes distintos a los nuestros? En definitiva: ¿estamos abiertos a buscar cada día la voluntad de Dios y a realizarla con la ayuda de su Gracia?

Miremos a Jesús, el único Hijo que dijo “Sí, Señor” y cumplió fielmente la voluntad del Padre. A él debemos imitar, como nos exhorta san Pablo en la primera lectura:
Vivan con los mismos sentimientos que hay en Cristo Jesús. (Filipenses 2,5)
Miremos a su madre, miremos a María. Ella también pronunció su Sí:
“hágase en mí según tu palabra” (Lucas 1,38)

Amigas y amigos: si examinando nuestra conciencia nos damos cuenta de que nuestra vida no está en el camino de Jesús, que no estamos cumpliendo la voluntad del Padre, de alguna manera vale también el consejo de Vaz Ferreira: si te resulta imposible… comunícalo a quien te lo encomendó. Para nosotros, eso significa ponernos en la presencia de Dios, reconocer nuestra debilidad y nuestras faltas, expresar sinceramente nuestro arrepentimiento y pedir perdón, incluso por medio del sacramento de la reconciliación y renovar las fuerzas para seguir el camino del Señor.

Gracias por su atención. Que el Señor los bendiga. Sigamos cuidando unos de otros y hasta la próxima semana, si Dios quiere.

martes, 22 de septiembre de 2020

Un saludo a los maestros en su día.

"Máquina de enseñanza" de Skinner
En el año 1971, cursando el año Preparatorio de Magisterio en el Instituto Normal "Ercilia Guidali de Pisano" de Paysandú, encontré en un libro de pedagogía una referencia a las "máquinas de enseñar", un artefacto mecánico que tiene una historia de casi cien años. Decía allí, también, palabra más, palabra menos, que "cualquier docente que piense que puede ser reemplazado por una máquina, merece ser reemplazado".

Venimos atravesando un tiempo donde los docentes y los alumnos no pudieron estar reunidos físicamente. Sin embargo "las máquinas" o "la tecnología" (esa palabra que engloba con facilismo tantos conceptos) no sustituyeron a los maestros, sino que, por el contrario, hicieron posible la comunicación y el diálogo… en definitiva, otra forma de encuentro.

Suele decirse que "la cultura es lo que queda cuando olvidamos todo lo aprendido"... pero lo que no olvidamos, lo que queda profundamente en el corazón, es lo que recibimos de quienes nos enseñaron con amor, de quienes vivieron en la verdad lo que significan esas dos letras en las alas de la abeja del anillo: A y B, amor y bondad.

Que este tiempo que nos ha replanteado tantas cosas, pero, sobre todo, el valor de cada persona y el valor de la presencia, anime a todos los que ejercemos alguna forma de docencia, a renovar ese amor con el que seguir asumiendo cada día la tarea.

A mis colegas maestras y maestros, un muy feliz día.

+ Heriberto

domingo, 20 de septiembre de 2020

8 de Noviembre - Peregrinación espiritual a la Virgen de los Treinta y Tres


CARTA DEL CONSEJO PERMANENTE DE LA CEU CON MOTIVO DE LA
SOLEMNIDAD DE LA VIRGEN DE LOS TREINTA Y TRES

Queridos hermanos y hermanas:

El próximo domingo 8 de noviembre celebramos la Solemnidad de la Virgen de los Treinta y Tres, Patrona de nuestro Uruguay.
En este año particular, marcado por la pandemia, no realizaremos la tradicional peregrinación al Santuario de nuestra Madre en Florida.
Los Obispos del Uruguay estaremos reunidos allí, en la Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal y celebraremos la misa en la Catedral de Florida, honrando a nuestra Patrona y llevando las intenciones de todas nuestras comunidades.
A las 12 horas rezaremos la Súplica a la Virgen de los Treinta y Tres, que será transmitida por varios medios de comunicación y por las redes sociales, lo que será comunicado oportunamente.
Invitamos, por tanto, a todas las comunidades a celebrar con particular solemnidad ese domingo y a unirse en la oración de la Súplica al mediodía, en comunión con todos los Obispos del Uruguay.
Rezaremos especialmente por el fin de esta pandemia y sus consecuencias, poniendo toda nuestra vida bajo la protección maternal de la Virgen María.
De este modo, aunque no podamos encontrarnos todos en el Santuario, estaremos unidos espiritualmente en la oración y la súplica confiada.
Con la bendición del Señor

+ Arturo FajardoObispo de SaltoPresidente
 

+ Carlos CollazziObispo de MercedesVicepresidente
 

+ Milton TróccoliObispo de Maldonado-Punta del Este- MinasSecretario General
 

Misa - Domingo 20 de septiembre de 2020 - XXV durante el año.


Misa celebrada en la capilla de la Fazenda de la Esperanza femenina "Betania", Melo.

miércoles, 16 de septiembre de 2020

“Así, los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos” (Mateo 19,30 – 20,16). Domingo XXV durante el año.







I. La medición del tiempo


El tiempo es oro y cada minuto cuenta. Más aún… cada segundo. Podemos marcar una alarma en el celular o la duración del tiempo para calentar algo en el microondas con precisión de segundos… incluso podemos detener el horno entre un segundo y otro.
El programa con que se edita este vídeo permite medir hasta una milésima de segundo.
Las horas del día se nos pueden hacer más largas o más cortas, según en qué estemos ocupados… pero todas miden lo mismo: 60 minutos; y cada minuto, sus 60 segundos.

En la antigüedad, en tiempos de Jesús, la hora tenía una duración variable.
El tiempo de sol de la jornada se dividía siempre en doce horas, que se hacían más cortas o más largas según la estación.
Al salir el sol, empezaba a correr la primera hora;
a media mañana llegaba la tercia;
la sexta marcaba el mediodía
y la nona, o novena  -la hora en que murió Jesús-  las tres de la tarde.
La hora duodécima se contaba a la puesta del sol y marcaba el final de la jornada de trabajo.
La hora undécima es, por lo tanto, la última hora de trabajo. Ya volveremos sobre eso.

I
II
III
ter
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IV
V
VI
sex
ta
VII
VIII
IX
no
na
X
XI
undécima
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II. Un Dios que cobra, un Dios que paga


El domingo pasado Jesús nos propuso una parábola que comenzaba diciendo
“el Reino de los Cielos es semejante a un rey que quiso ajustar cuentas con sus siervos” (Mateo 18,23).
Ese rey, Dios, se presentaba, pues, como acreedor. Hoy nos encontramos con otro arreglo de cuentas; pero aquí Dios es el que se compromete a un pago, puesto que Jesús lo presenta como
“un propietario que salió muy de madrugada a contratar obreros para trabajar en su viña. Trató con ellos un denario por día y los envío a su viña.”
Estamos en el tiempo de la vendimia, que, como toda cosecha, debe ser levantada cuando el fruto está maduro, para que no se eche a perder. Eso exige contar con toda la mano de obra necesaria. “La cosecha es abundante, los trabajadores son pocos” (Mateo 9,37), había dicho Jesús en otra ocasión, aludiendo a esa realidad.
Los hombres que buscan trabajo tienen un punto de encuentro dentro de la aldea: la plaza, lugar del mercado o de la feria. Allí se dirigen también quienes necesitan obreros.
El propietario podría haber enviado al mayordomo para esa tarea, pero él sale personalmente a buscar a los trabajadores y, como veremos, parece más preocupado por ellos que por su viña.
“Trató con ellos un denario por día”. Se ajustó, se puso de acuerdo, convino con ellos… dicen otras traducciones: queda claro que hizo un contrato.
El propietario vuelve a salir, varias veces, por más trabajadores:
Volvió a salir a media mañana y, al ver a otros desocupados en la plaza, les dijo: "Vayan ustedes también a mi viña y les pagaré lo que sea justo". Y ellos fueron.
Volvió a salir al mediodía y a media tarde, e hizo lo mismo. Al caer la tarde salió de nuevo y, encontrando todavía a otros, les dijo: "¿Cómo se han quedado todo el día aquí, sin hacer nada?" Ellos le respondieron: "Nadie nos ha contratado". Entonces les dijo: "Vayan también ustedes a mi viña".

Vemos que el propietario iba a la plaza cada tres horas. Lo que rompió ese ritmo fue su salida “al caer la tarde”, o sea, a la hora undécima, las 17 nuestras. Como decíamos, allí queda apenas una hora de trabajo.

Veamos ahora lo que va prometiendo el propietario a los obreros.
Ya dijimos que los primeros fueron contratados, propiamente hablando: se pusieron de acuerdo en el tiempo: una jornada y en el pago: un denario.
En la segunda salida, a media mañana, el propietario llama a otros trabajadores, pero no dice cuánto les pagará, sino que promete darles “lo que sea justo”. Se podría entender que les pagará por las horas trabajadas. Esto se repite al mediodía y a media tarde.
Sin embargo, a los de la última hora, la undécima, no les promete nada. Solo les dice “vayan también ustedes a mi viña”.

III. A cada uno su denario


Y llega el término del día:
El propietario llamó a su mayordomo y le dijo: "Llama a los obreros y págales el jornal, comenzando por los últimos y terminando por los primeros".
Aquí tenemos un primer punto culminante de esta parábola, un primer final.
El propietario ordena al mayordomo pagar el jornal a todos, es decir, un denario a cada uno. ¿Por qué? Porque quiere darle a todos lo que necesitan al terminar el día. Y se lo da, inclusive a los que solo trabajaron una hora.
Esos son los que dijeron “nadie nos ha contratado”; algo que suena como una excusa, porque la pregunta del propietario "¿Cómo se han quedado todo el día aquí, sin hacer nada?" es más bien un reproche. Parece que estos hombres, en realidad, no han hecho mucho esfuerzo por conseguir trabajo: han llegado tarde y se han sentados, en tiempo de cosecha, donde hay trabajo y urgencia por operarios. Tampoco es mucho lo que podrán hacer en el corto tiempo que queda del día. Aun así, el propietario tiene compasión.
El propietario sabe que, si solo les diera el salario de una hora, eso no alcanzará para dar de comer a una familia. Los hijos pasarán hambre. La decisión de pagarles el jornal completo sale del corazón de un hombre generoso y compasivo. Eso es lo que nos quiere transmitir Jesús: así es Dios: ¡tan bueno! Eso es lo que reafirmarán las palabras finales del propietario: “… que yo sea bueno”.

IV. Últimos y primeros


La parábola podría haber terminado allí, pero no olvidemos que el propietario le indicó al mayordomo que hiciera el pago comenzando por los últimos y terminando por los primeros.
Esta indicación nos remite a algo que Jesús dijo a sus discípulos antes de contar esta parábola:
“Muchos de los primeros serán los últimos, y muchos de los últimos serán los primeros”
Más aún, ese dicho, que es casi como un refrán, Jesús lo conecta directamente con la parábola a través de un “porque”:
“Muchos de los primeros serán los últimos, y muchos de los últimos serán los primeros, porque el Reino de los Cielos se parece a un propietario que salió muy de madrugada…”
Y “como no hay dos sin tres”, por tercera vez va a aparecer esta expresión, al final, como conclusión de la parábola:
“Así, los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos”
Esto nos lleva a preguntarnos… ¿últimos… en qué? ¿primeros… en qué?
Veamos qué sucede a la hora del pago:
Fueron entonces los que habían llegado al caer la tarde y recibieron, cada uno, un denario.
No es esto lo que motiva las protestas que vendrán después. Posiblemente ven que el propietario es un hombre generoso, que le está pagando el jornal entero a aquellos que apenas trabajaron una hora, y a la hora de menos calor. Es eso lo que les hace pensar que habría algo más para ellos.
Llegaron después los primeros, creyendo que iban a recibir algo más, pero recibieron igualmente un denario.
Y aquí sí, se desencadena la protesta:
al recibirlo, protestaban contra el propietario, diciendo: "Estos últimos trabajaron nada más que una hora, y tú les das lo mismo que a nosotros, que hemos soportado el peso del trabajo y el calor durante toda la jornada".
Si bien hay que entender que también los que vinieron en los tiempos intermedios recibieron igualmente un denario, el conflicto se plantea claramente en la comparación de los últimos que llegaron, que trabajaron nada más que una hora, y los que fueron primeros y soportaron el peso del trabajo y el calor durante toda la jornada. Lo que les molesta es que el propietario les dé a todos lo mismo. No entienden por qué actúa así y les parece injusto.

V. Fiesta en el Cielo


Esta parábola solo aparece en el evangelio de Mateo. Se la ha comparado con otra, que conocemos bien, que, a su vez, aparece únicamente en el evangelio de Lucas. Es la llamada parábola del Hijo pródigo, o de los dos hijos, pero que es más adecuado llamar la del Padre Misericordioso (Lucas 15,11-32). En la parábola de Lucas sucede algo parecido. Tenemos la historia del hijo que pide su herencia, se va de casa, pierde todo y regresa arrepentido, apenas pidiendo ser recibido como un trabajador más de su padre. Sin embargo, el padre sale a su encuentro (como salió personalmente el propietario a buscar los obreros) y vuelve a darle su lugar de hijo, celebrándolo con una fiesta. La parábola podría haber terminado allí, como cuando los obreros de la última hora reciben su denario. Pero aquí también tenemos un segundo final, porque hay un hijo mayor, que permaneció junto al padre sin desobedecer jamás una sola de sus órdenes y que le reprocha no haberle dado nunca un cabrito para celebrar una fiesta con sus amigos y cuando llega ese hijo suyo… hace matar el ternero gordo. El hermano mayor es como los obreros de la primera hora, que se quejan… nosotros hemos hecho todo, estos no hicieron nada.
El padre misericordioso, el señor que perdona la deuda inmensa -evangelio del domingo pasado-, el propietario de la viña… a través de estos personajes, Jesús muestra el rostro del Padre Dios, que hace fiesta en el Cielo por un pecador que se arrepiente. Un padre bueno que se siente feliz de perdonar.

VI. ¿Fariseísmo en la comunidad?


Las parábolas quedaron en la memoria de los discípulos porque es más fácil recordar una narración que un discurso y porque, en los tres años que estuvieron con Jesús, se las escucharon relatar más de una vez, yendo de pueblo en pueblo.
Algunas de las enseñanzas de Jesús estaban dirigidas a todos; otras, solo a sus discípulos. También a los escribas y fariseos, tanto cuando ellos se acercaban a Jesús para polemizar y discutir, como cuando estaban entre la gente, escuchando. Esta parábola viene al final de una conversación de Jesús con los discípulos y está dirigida a ellos. Todo había empezado con una pregunta de Pedro:
«Ya lo ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido; ¿qué recibiremos, pues?» (Mateo 19,27).
Jesús le respondió que, entre otras cosas, aquel que haya dejado todo por Él “recibirá el ciento por uno y heredará vida eterna”.
Y es aquí donde Jesús introduce la parábola, diciendo:
“Muchos de los primeros serán los últimos, y muchos de los últimos serán los primeros, porque el Reino de los Cielos se parece a un propietario que…”
Esta parábola tiene el tono de aquellas que están dirigidas a los fariseos, a los que consideraban que cumplían a la perfección la ley, como el hijo mayor, que jamás desobedeció, o los obreros de la primera hora, que soportaron todo el peso de la jornada. Son los que consideraban que tenían méritos, que podían reclamarle a Dios un lugar especial… más aún, que Dios no debía ni siquiera recibir a los que se habían apartado… los que murmuraban contra Jesús porque
“come con los publicanos y pecadores” (cf. Mateo 9,11).
Mateo, al organizar su evangelio, ubica esta parábola como dirigida a los discípulos. Tal vez está reflejando la situación de una comunidad donde ha aparecido la tentación del fariseísmo; donde los primeros que llegaron se han olvidado de que están allí por la misericordia de Dios y no por sus méritos; donde, tal vez, haya una actitud cerrada hacia los nuevos miembros y se marca la superioridad de aquellos que estuvieron desde los comienzos. Las dificultades entre los cristianos de origen judío y los de origen pagano, por ejemplo.
La Viña del Señor es la Iglesia, la comunidad de los discípulos, semilla del Reino de Dios. Todos están llamados a entrar en ella.
Mateo nos hace pensar cómo es la vida de nuestras comunidades; sobre todo, para ver si somos una comunidad abierta para recibir a los que se acercan, si les abrimos el mismo espacio que les abre la compasión y la misericordia de Dios y, más aún, si estamos dispuestos a imitar al propietario que sale repetida e incansablemente a buscar a aquellos que también están invitados a entrar en el Reino

VII. No mires con malos ojos


Cuando los trabajadores de la primera hora protestan, el propietario encara a uno de ellos diciéndole:
"Amigo, no soy injusto contigo, ¿acaso no habíamos tratado en un denario? Toma lo que es tuyo y vete. Quiero dar a este que llega último lo mismo que a ti. ¿No tengo derecho a disponer de mis bienes como me parece? ¿Por qué tomas a mal que yo sea bueno?"
“Amigo”: a uno que lo increpa, el propietario no lo trata como enemigo, sino que lo llama “amigo”.
“No soy injusto”, le dice, recordándole que ha cumplido el contrato.
¿Por qué tomas a mal que yo sea bueno? “Tomar a mal”. Tal vez sería mejor traducir “¿por qué ves con malos ojos que yo sea bueno?”, porque traducido a la letra, el propietario dice:
“¿es tu ojo malo porque yo soy bueno?”
Ojo malo = ὀφθαλμὸς πονηρός / ophthalmos ponēros. (cf. Marcos 7,22)
Tomar a mal, ver con malos ojos, es la expresión de la envidia, que suele definirse como la tristeza por el bien del otro. Aquí es peor todavía: es el enojo por el bien del otro. Enojo semejante al del hijo mayor, que no comparte los sentimientos del padre, para quien hay que
“celebrar una fiesta y alegrarse” (Lucas 15,32). 
Esa envidia no les permite disfrutar del bien que han recibido, ni comprender su verdadero valor.

Todos los trabajadores reciben un denario. Todos tienen igual paga.
“Aquel denario representa la vida eterna”
dice san Agustín, y esa es una razón por la que la paga es igual para todos: no puede haber más o menos vida eterna.
Dios quiere dársela a todos; por eso las posibilidades están abiertas hasta último momento, como nos lo recuerda el episodio del llamado buen ladrón, al que Jesús le dice
“Yo te aseguro, hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lucas 23,43). 
Por eso, el propietario siguió yendo a la plaza; no porque fueran necesarios más obreros para terminar la tarea, sino por los obreros mismos.

Amigas y amigos: Dios ofrece su amor sin pedir garantías de ser correspondido. En realidad, hace una apuesta. Pone todo sobre la mesa, todo nos lo ofrece, esperando que su amor nos conmueva, que cambie nuestra vida y nos lleve a una profunda conversión. ¿Creemos en el amor de Dios? ¿Le estamos respondiendo?
¡Busquen al Señor mientras se deja encontrar, llámenlo mientras está cerca! 
nos decía el profeta Isaías, en la primera lectura. En realidad, Dios mismo ha salido a nuestro encuentro: somos nosotros quienes tenemos que dejarnos encontrar.

Gracias por su atención. Que el Señor los bendiga. Sigamos cuidando unos de otros y hasta la próxima semana, si Dios quiere.

domingo, 13 de septiembre de 2020

Misa - Domingo 13 de septiembre - XXIV durante el año



Celebrada en la capilla Nuestra Señora del Cerro, Fraile Muerto, Cerro Largo.

A seis meses de la declaración de emergencia sanitaria por la COVID-19



El 11 de marzo de este año, la Organización Mundial de la Salud, OMS, determinó en su evaluación que la COVID-19 puede caracterizarse como una pandemia. Dos días después, el viernes 13 de marzo, el Gobierno uruguayo declaró el estado de emergencia sanitaria en Uruguay. Si bien nuestro país ha ido pasando bastante bien este tiempo, varios otros, incluídos nuestros vecinos Argentina y Brasil han tenido que llorar numerosos muertos. Países europeos están conociendo rebrotes que indican que el tiempo de alerta no ha terminado. Las investigaciones para lograr una vacuna avanzan, pero necesitan su tiempo para obtener aquella que resulte eficaz y sin contraindicaciones.
Compartimos esta reflexión que fue escrita "a mitad de camino" de estos seis meses que hemos atravesado.

Sobre la COVID-19


He escuchado a muchas personas opinar sobre la COVID-19 (1) y he escuchado conceptos que no comparto y explico las razones.
Se dice que el virus es originado y contagiado por murciélagos (origen animal), que fue creado por los chinos, por los norteamericanos o algún otro, en laboratorios. … No importa su origen, eso se deja para los científicos que lo están estudiando y procurando un antídoto. Lo que realmente importa es que es un virus letal, peligroso, desconocido y sumamente contagioso. Si un ser querido nuestro lo contrae, lo que menos nos va a interesar es su origen, sino que ese amigo o familiar se salve.
Se compara la COVID-19 con otras enfermedades, como el ébola, la gripe, el SIDA y otras que aquejan a nuestro mundo, opinando que mueren muchos más por estas causas. También se dice que en accidentes y en grandes catástrofes naturales ha fallecido mucha más gente; que también las guerras y genocidios provocan que muchas más muertes. Probablemente esto sea así, pero las estadísticas marcan que ningún virus, ni enfermedad, ni catástrofe se expandiera tanto y trajera tantas consecuencias nefastas a todos los niveles y perjudicara en forma masiva a todo el mundo.

Por eso me hago las siguientes preguntas:
  • ¿Qué virus, qué enfermedad, que accidente o catástrofe natural, ha paralizado al mundo?
  • ¿Cuándo han visto ustedes que se cierren fronteras, centros turísticos, salones de fiestas, shoppings, etc., por un virus?
  • ¿Cuándo han visto cruceros de lujo, anclados en los puertos y convertidos en almacenaje de turistas ganados por el miedo y abandonados a su suerte?
  • ¿Cuándo han visto derrumbarse las economías mundiales, aún de las grandes potencias, como ha sucedido ahora?
  • ¿Cuándo ha sucedido que tengamos que aislarnos y distanciarnos por temor a un contagio?
  • ¿Cuándo se ha paralizado el fútbol, el deporte más popular masivo y millonario del mundo?
  • ¿Cuándo el arte, el teatro, el cine y los programas televisivos se han paralizado?
  • ¿Cuándo hemos visto colapsar los sistemas de salud, aún los de los países más desarrollados, cómo sucedió en esta pandemia?
  • ¿Cuándo se han visto cavar fosas comunes para enterrar muertos, porque no hay lugares en los cementerios?
  • ¿Cuándo las personas se confinaron en sus casas y las calles quedaron desiertas por un flagelo?
  • ¿Cuándo vimos al mundo entero quedar en silencio y unirse las naciones en pro de un bien común?
  • ¿Cuándo nos hemos sentido tan vulnerables, tan pequeños, tan indefensos como ahora?
  • ¿Cuándo la soberbia, el poder, la prepotencia, las diferencias raciales, étnicas y sociales se han visto tan inútiles y banales?

Entonces la conclusión es que este virus no tiene punto de comparación con nada de lo que ha vivido la humanidad hasta ahora.
Es un terrible flagelo, con un índice de contagio increíble y lo que más importa, es que no lo conocemos. Puede mutar, puede camuflarse, puede resurgir de sus cenizas con nuevos brotes, como está sucediendo en China y Alemania. Sabemos que puede matar a quienes tienen problemas de salud previos y lo contraen, especialmente a los mayores de 65 años. Pero también ha matado a jóvenes, niños y personas sanas, que no tienen complicaciones.
Siempre he pensado que el Coronavirus, tiene en sí mismo un significado muy acorde a lo que causa. Tiene forma de esfera, o sea, abarca al mundo entero. Está rodeado de cuernitos, y cada uno de ellos representa una crisis ¡Y vaya, que las ha causado de todo tipo y calibre!
Crisis económica: con todas sus consecuencias nefastas para los países.
Crisis Sanitaria: Con todas sus secuelas, algunas sumamente dolorosas y conflictivas.
Crisis Social: mostrando la precariedad, las carencias y falencias de las sociedades mundiales.
Crisis sicológicas y emocionales: con desenlaces y consecuencias imprevisibles y angustiantes.

Hasta que no surja una vacuna, un antídoto contra este virus, tenemos que cumplir con todos los protocolos que ha establecido el gobierno, los servicios sanitarios y los científicos. No podemos descuidarnos, no podemos relajarnos, como dice nuestro presidente, pues pende sobre nuestras cabezas una espada de Damocles. Tenemos que cuidarnos, para cuidar a los demás. Quedémonos en casa, aquellos que podemos hacerlo, para que los que tienen que trabajar puedan hacerlo sin el temor de que nuestra irresponsabilidad los perjudique. Debemos lavarnos las manos frecuentemente y usar tapabocas. Salir solamente por una necesidad y tomando todos los recaudos establecidos. Tomar conciencia de la gravedad de la situación y formar conciencia en los demás. De aquellos que dicen: “a mí no me va a pasar” están llenos los cementerios.
Si este virus se expandiera, con la poca población que tenemos, no va a ver una sola familia en el Uruguay que no llore la pérdida de un ser querido. Pensemos también que los que mueren de COVID-19, lo hacen en soledad, sin poder contar con el apoyo y la contención de su familia y amigos.
Esto desespera, no solamente al enfermo, sino a su entorno. Imagínense si el enfermo fuera un niño. No subestimemos al virus, no hay que ningunearlo, como se dice en la jerga Rioplatense. Si lo hacemos, corremos el riesgo de no mentalizarnos para enfrentarlo, para luchar contra él y así perderíamos la batalla. No hay que entrar en pánico, pero si tener los pies bien plantados en la realidad.
No podemos, tampoco, por nuestra irresponsabilidad, colocar sobre los hombros de nuestros médicos, el compromiso de decidir quien se salva o quién muere, pues eso pasaría si el sistema de salud colapsara, ya que no habría camas, ni respiradores, ni personal sanitario para atender a todos. Ya el personal de la salud ha demostrado que son héroes, a los que hemos aplaudido y agradecido en muchas ocasiones.     No hagamos entonces que se sientan villanos y terminen con secuelas emocionales que los afectarían para siempre.
Está en nosotros que mañana podamos volver a estar todos juntos, volver a abrazarnos, volver a disfrutar de paseos, fiestas, bailes… todo aquello que nos cause dicha y disfrute.

Hay un viejo dicho: “más vale prevenir que lamentar”.
Esta es la “nueva normalidad” a la que tendremos que acostumbrarnos hasta que surja la vacuna, y si Dios quiere, ésta aparecerá antes de lo previsto.
Esto no es para siempre, es una etapa más para la humanidad, quizás la más difícil y conflictiva, pero es eso: una etapa en nuestra vida, en nuestra historia… …
Tratemos cada uno de poner nuestro esfuerzo, nuestro sacrificio y nuestros renunciamientos para que nuestro Uruguay siga siendo ejemplo, no solo para América, sino para el mundo entero.
Somos un País bendecido y amado por Dios.

24 de junio de 2020.
Luz del Alba Da Silva 

(1) COVID-19 es un acrónimo de COrona VIrus Desease-19, es decir enfermedad (desease) producida por el Coronavirus 19. Por eso decimos la COVID-19 y el Coronavirus.

viernes, 11 de septiembre de 2020

"... si no perdonan de corazón a sus hermanos" (Mateo 18,21-35) Domingo XXIV durante el año.







Hay muchas maneras de endeudarse.
Sacar un préstamo para una inversión importante, como comprar una casa o un vehículo, pagar los estudios de un hijo, atender una situación de salud que requiere un gasto grande. Normalmente eso se irá pagando con sacrificios.
Otra, es pedir un crédito para poder atender los gastos básicos, porque con lo que se gana no se llega a fin de mes. Es un camino peligroso, pero a veces no hay otra solución. Se confía en poder mejorar la situación, pagar las deudas y salir adelante.
También se da el comprar a crédito cosas que se desea tener ya, sin medir las consecuencias y encontrándose después con que no se puede pagar… y, a veces, por eso mismo se entra en la forma más terrible de endeudarse…
Pedir prestado para pagar deudas y de esa forma entrar en un juego que, en algún momento, a veces más temprano que tarde, será imposible sostener.

De las deudas se lleva cuenta. Quien pide prestado es el primero que tiene que preocuparse de hacerlo, para no hacer más difícil su situación; pero, aún si no lo hace, el acreedor sí tiene el registro de lo que se le debe… y de los intereses que los retrasos han ido generando.

Desde los comienzos de la humanidad, hay quienes han llevado cuenta de lo que debe o se le adeuda, ya sea en objetos, animales o dinero.
Pero también, desde los comienzos, hay quienes han llevado cuenta del mal que los demás le han hecho, esperando el momento de la venganza.

La venganza es presentada, aún hoy, como un ajuste de cuentas: “me las vas a pagar”... y muchas veces, se cobran con altos intereses. Ya en el libro del Génesis encontramos algunos números…
Caín, el asesino de su propio hermano, tiene miedo de que lo maten:
“cualquiera que me encuentre me matará”
Dios le responde:
“quien matare a Caín, lo pagará siete veces” (Génesis 4,14-15).
Lámek, descendiente de Caín, sigue el mismo camino de su antepasado:
Yo maté a un hombre por una herida que me hizo y a un muchacho por un moretón que recibí.
Pero no es Dios, sino el mismo Lámek quien declara:
Caín será vengado siete veces, mas Lámek lo será setenta y siete». (Génesis 4,23-24)
Desde esta perspectiva, de venganza desproporcionada, podemos comprender la llamada “ley del talión”, que nos parece tan terrible, pero que, sin embargo, lo que hace es poner un límite a la venganza:
… si resultare daño, darás vida por vida,
ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie,
quemadura por quemadura, herida por herida, moretón por moretón. (Éxodo 21,23-25)
El término «talión» deriva de la palabra latina tallos o tale, que significa «idéntico» o «semejante» (de ahí viene la palabra castellana «tal»), de modo que no se refiere a una pena equivalente sino a una pena idéntica: hacer al otro exactamente lo mismo que él hizo.

Nos preocupa la violencia de nuestro tiempo y tendemos, a veces, a pensar que vivimos en la época más violenta de la historia. Sin embargo, no es así. Desde el comienzo de la humanidad la violencia ha estado presente y ha encontrado como respuesta la venganza, formando una “espiral de violencia” que se realimenta permanentemente.

En nuestro programa anterior, recordamos una de las plegarias eucarísticas de la reconciliación, que dice:
Con tu acción eficaz puedes conseguir, Señor,
que el amor venza al odio,
la venganza deje paso a la indulgencia,
y la discordia se convierta en amor mutuo.

¿Es posible, entonces, el camino del perdón y la reconciliación?
El evangelio de hoy nos invita a reflexionar sobre el perdón al hermano y el perdón de Dios.
El disparador es la pregunta de Pedro:
«Señor, ¿cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano las ofensas que me haga? ¿Hasta siete veces?»
La pregunta está en el plano que nos toca más directamente: la relación con “mi hermano”, es decir, con alguien que me es muy cercano. Puede ser un hermano de sangre u otro miembro de la familia, un hermano de comunidad, un amigo, un compañero de trabajo…

La respuesta de los maestros del tiempo de Jesús era “tres veces”.
Para ello se basaban en pasajes del profeta Amós, como éste:
¡Por tres crímenes de Damasco y por cuatro, seré inflexible! (Amós 1,3)
Esta expresión, por tres y por cuatro, se repite en los dos primeros capítulos de Amós. Los maestros interpretaban que Dios estaba dispuesto a perdonar hasta tres “crímenes”, pero que el cuarto traería el castigo.
Visto así, entendemos que la propuesta de Pedro de “siete veces” es generosa.
Pero Jesús responde:
«No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete».
Retoma así Jesús los números que aparecen en el libro del Génesis, referidos a la venganza de Caín y Lámek, pero ahora transformados en números para el perdón. El número de “setenta veces siete” o aún “77”, como el de Lámek, expresa que no cabe “llevar la cuenta” del perdón otorgado.
En ese mismo sentido podemos entender lo que dice san Pablo en el himno de la caridad que encontramos en su primera carta a los corintios:
El amor no lleva cuentas del mal (1 Co 13,5)

En este punto conviene hacer una aclaración. Jesús no está hablando de un perdón que es “dejar pasar”, “ignorar”, “olvidar”, “hacer como que no pasó nada”. No se trata de quedar a la merced de quien no se arrepiente o de una persona sin escrúpulos, ni tampoco de renunciar a un “amor exigente” frente a situaciones que requieren medidas extremas por el bien de todos.
En los versículos anteriores de este capítulo, (Mateo 18,15-20) sobre los que hablamos en el programa anterior, Jesús propone un camino para la corrección de quien está actuando mal. Un camino que puede terminar en la conversión, el cambio de vida de quien tiene la mala conducta o en su expulsión de la comunidad.
Pero, aún así, suponiendo el reconocimiento de las faltas, el arrepentimiento, el propósito de un cambio serio de vida, aquí de lo que se trata es de si hay un límite para ese perdón.
Jesús lo deja claro: no pone límites; pero quiere ir más lejos y dar un fundamento y lo va a hacer a través de una parábola.

Antes de ir a la parábola, vayamos más atrás en el evangelio de Mateo, al momento en que Jesús enseña el padrenuestro.
Hoy, cuando rezamos el padrenuestro decimos “perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. Lo hacemos siguiendo el evangelio de Lucas.
perdónanos nuestros pecados porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe (Lucas 11,4).
En cambio, en el evangelio de Mateo dice:
“perdónanos nuestras deudas, así como nosotros hemos perdonado a nuestros deudores” (6,12).

Vamos a detenernos en esto: nuestros pecados, nuestras faltas, nuestras ofensas a Dios, nos convierten en “deudores” con respecto a él.
Como decíamos al principio, de las deudas se lleva cuenta.
¿Qué cuenta lleva Dios de nuestras faltas?
Vayamos a la primera lectura de este domingo, del libro del Eclesiástico:
El hombre vengativo sufrirá la venganza del Señor, que llevará cuenta exacta de todos sus pecados.
A nosotros se nos escapan muchas cosas, sobre todo si no hacemos con cierta frecuencia un examen de conciencia. Cuando hemos hecho algo muy malo, ese recuerdo nos atormenta, pero es difícil borrarlo… sin embargo, muchas veces nos acostumbramos a cosas como puede ser un actuar descortés y desconsiderado y ya no nos damos cuenta del mal que estamos haciendo, e incluso pretendemos justificar esa conducta.
Pero Dios lleva “cuenta exacta”… y entonces, como dice el salmo:
“Si llevas cuenta de las culpas, Señor, ¿quién podrá resistir?” (Salmo 130,3).

Jesús quiere hacernos ver que, a causa de nuestras faltas, nuestra deuda con Dios es enorme. Así comienza la parábola:
el Reino de los Cielos se parece a un rey que quiso arreglar las cuentas con sus servidores. Comenzada la tarea, le presentaron a uno que debía diez mil talentos.
Diez mil talentos es una inmensa cantidad de dinero.
El talento no era una moneda, sino un determinado peso en plata. Había distintos tipos de talento, según las regiones del mundo antiguo; pero el menor era de 25 kilos de plata.
Para que tengamos una idea, un kilo de plata vale hoy algo más de 800 dólares. Con esa cotización, un talento, UNO SOLO, valdría unos 20.000 dólares. Diez mil talentos serían… 200 millones de dólares. La cantidad es totalmente exagerada, a propósito, para que veamos la enormidad de la deuda y comprendamos también la magnitud del gesto que va a tener el rey.

Como no podía pagar, el rey mandó que fuera vendido junto con su mujer, sus hijos y todo lo que tenía, para saldar la deuda.
Frente a esto ¿qué hace el servidor?
Tomemos nota de su gesto y de sus palabras.
El servidor se arrojó a sus pies, diciéndole: "Dame un plazo y te pagaré todo".
Su actitud tiene un efecto extraordinario:
El rey se compadeció, lo dejó ir y, además, le perdonó la deuda.
El perdón del rey es total. La enorme deuda queda en cero.
En la parábola, el rey representa a Dios, dispuesto siempre a perdonar, aún lo que a nosotros nos parece imperdonable. Dios no rechaza el corazón arrepentido (Salmo 50). Más aún:
“Aunque sus pecados sean como el rojo más vivo,
yo los dejaré blancos como la nieve” (Isaías 1,18).
Sin embargo, algo no salió bien. El servidor fue perdonado, pero el perdón no entró en su corazón. Algo en él quedó cerrado al amor de Dios. Recibió el beneficio, pero no el amor con que le fue dado. Así podemos explicarnos lo que sucede a continuación:
Al salir, este servidor encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, tomándolo del cuello hasta ahogarlo, le dijo: "Págame lo que me debes". El otro se arrojó a sus pies y le suplicó: "Dame un plazo y te pagaré la deuda". Pero él no quiso, sino que lo hizo poner en la cárcel hasta que pagara lo que debía.
Comparemos las situaciones. Cien denarios: cien jornales. Una cantidad importante para un trabajador, que normalmente no tiene guardado ese dinero en su casa. Una cantidad ínfima al lado de los 10.000 talentos.
La agresión física, la exigencia…
Pero, sobre todo, el gesto y las palabras del compañero, son exactamente los mismos que el servidor había tenido ante el rey. Pero se niega, no ya a perdonar la deuda, sino aún a dar un plazo…
Y ahí llegan las consecuencias:
Los demás servidores, al ver lo que había sucedido, se apenaron mucho y fueron a contarlo a su señor. Este lo mandó llamar y le dijo: "¡Miserable! Me suplicaste, y te perdoné la deuda. ¿No debías también tú tener compasión de tu compañero, como yo me compadecí de ti?" E indignado, el rey lo entregó en manos de los verdugos hasta que pagara todo lo que debía.
Jesús concluye la parábola con una fuerte advertencia:
Lo mismo hará también mi Padre celestial con ustedes, si no perdonan de corazón a sus hermanos.

Volvamos al padrenuestro:
“perdónanos nuestras deudas, así como nosotros hemos perdonado a nuestros deudores” (Mateo 6,12).
La forma en que está redactada la petición, nos da la idea de que Dios, antes de perdonarnos, mira si nosotros hemos perdonado.
Sin embargo, la parábola invierte los pasos. Dios perdona primero; toma la iniciativa, “primerea”, como dice el Papa Francisco.
“Amemos, porque él nos amó primero”,
dice San Juan (1 Juan 4,19). Sintiéndonos perdonados y amados por Dios, podemos perdonar de corazón al hermano.
La parábola quiere hacernos ver la grandeza del amor de Dios y su perdón que se desborda para cubrir todas nuestras deudas…

Amigas y amigos: muchas cosas en la vida pueden oscurecer para nosotros el amor de Dios. Otras, en cambio, nos lo pueden hacer ver de un modo refulgente. No dejemos que nuestro corazón se oscurezca con resentimientos, rencores y deseos de venganza. Busquemos, en cambio, que lo ilumine el perdón de Dios, para que podamos, también nosotros, perdonar de corazón.
Gracias por su atención. Que el Señor los bendiga y hasta la próxima semana si Dios quiere.

jueves, 10 de septiembre de 2020

Día de la Educación Católica en Melo









Con delegados de las cinco instituciones de educación católica presentes en la ciudad de Melo, se celebró ayer en la Catedral una Misa con motivo del Día de la Educación Católica.
La Obra Social Salesiana Picapiedras (educación no formal), los Colegios Agustín de la Rosa y Dámaso Antonio Larraña, el Colegio y Liceo María Auxiliadora y el Instituto (secundario) Mons. Lasagna se presentaron con sus directores, algunos docentes y un pequeño número de alumnos, respetando las restricciones de este tiempo de pandemia.
Mons. Bodeant, que presidió la Misa, recordó que existen en la diócesis otras tres instituciones de Educación Católica: el Liceo Nuestra Señora de los Treinta y Tres, en la ciudad de Treinta y Tres, vinculado a las Hermanas Salesianas; y, en Río Branco, los Colegios Nuestra Señora de las Mercedes y Santa Ángela de Mérici, este último a cargo de las Hermanas Ignacianas.
El Obispo recordó que el Día de la Educación Católica se celebra recordando que el 10 de septiembre de 1815 José Artigas, desde su campamento de Purificación, escribió al cabildo de Montevideo solicitando dos sacerdotes para fundar la primera escuela de la Patria.
También se refirió Mons. Bodeant al "Mes de la Palabra de Dios" y al "Tiempo de la Creación", dos propuestas que tienen lugar en este mes.
En el momento de presentación de los dones cada institución, por turno, fue acercando su bandera o distintivo, como forma de ofrecer a Dios el trabajo de cada una de las comunidades educativas.

domingo, 6 de septiembre de 2020

sábado, 5 de septiembre de 2020

42a. Jornada Nacional de la Juventud - Comisión Nacional de P. Juvenil



Comisión Nacional de Pastoral Juvenil – CNPJ-CEU
42ª Jornada Nacional de Pastoral Juvenil
Domingo 6 de setiembre de 2020.

Saludo de Mons. Heriberto Bodeant, Obispo de Melo, presidente de la CNPJ

“Tenemos la esperanza de construir el mañana unidos”. Con ese lema, el domingo 9 de septiembre de 1979 se celebró por primera vez en Uruguay la Jornada Nacional de la Juventud, convocada y organizada por la Comisión Nacional de Pastoral Juvenil de la Conferencia Episcopal del Uruguay.
Cuarenta y un años han pasado, varias generaciones se han sucedido; los jóvenes de aquella primera hora son hoy abuelos de jóvenes de hoy. A lo largo de estos años, la jornada se siguió celebrando, de distintas formas, con el sello propio que cada generación le fue dando.

En este año estaba prevista su celebración en el mes de octubre, en el marco del Quinto Congreso Eucarístico Nacional. La pandemia determinó su suspensión. Volvimos a mirar a este primer domingo de setiembre, el día propio de la jornada, pero, por primera vez, sin contar con una alternativa preparada entre todos, esas cosas típicas de cada jornada: un lema, un tema, una canción, un afiche… En cada diócesis se vio lo que se podía o no hacer. Las realidades son diferentes. Algunos grupos de jóvenes mantuvieron sus vínculos y sus actividades en todas las formas posibles, incluso participando en las distintas formas de solidaridad que surgieron en este tiempo; otros entraron en un paréntesis, una espera, manteniendo el contacto; finalmente, algunos grupos se dispersaron, sin más.

En este día tan significativo, como Obispo presidente de la Comisión Nacional de Pastoral Juvenil, quiero hacer llegar mi saludo a todos los que hacen parte de esta pastoral: los jóvenes, animadores y asesores que participan en la vida de la Iglesia en grupos parroquiales y en diferentes movimientos, y compartir con ustedes una reflexión sobre este tiempo.

Cuando se nos desarman los planes, muchas veces quedamos desconcertados. Yo mismo he pensado en este año que “se me quemaron los papeles”. Sin embargo, como le recuerda san Pablo al joven Timoteo: “la Palabra de Dios no está encadenada” (2 Timoteo 2,9). La Palabra no queda oscurecida por los acontecimientos; al contrario, los ilumina. La Palabra del Padre es Jesús mismo, que nos dice “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Juan 8,12).

Bajo esa luz podemos buscar los desafíos de este tiempo:

- uno inmediato: vivir el presente. Descartar la actitud de espera, de pensar que esto es un paréntesis, que ya pasará y que todo será como antes. No sabemos cómo será después: sabemos cómo es este tiempo de hoy y en él tenemos que seguir viviendo y compartiendo nuestra fe.

- un desafío de siempre: presentar a Jesús. La Iglesia existe para evangelizar: “Vayan por todo el mundo y anuncien la Buena Noticia a toda la creación” (Marcos 16,15). En esa misión, nos lo recuerda el Concilio Vaticano II: “los jóvenes… deben convertirse en los primeros e inmediatos apóstoles de los jóvenes” (AA 12).

- un desafío más allá de la pandemia: asumir la responsabilidad de cuidarnos y cuidar de los demás, a ser vivida no solo bajo la forma pasiva del distanciamiento, sino también encontrando las formas de estar cerca y de ayudar de forma concreta, sobre todo, a los más vulnerables y a los que más sufren.

- un desafío nuestro: fortalecer la Pastoral Juvenil. Fortalecer nuestra vida de comunidad, como grupo juvenil, y su relación con la comunidad eclesial en la que estamos insertos. En la Comisión Nacional, superar el desconcierto y fortalecer nuestra comunión en la que cada diócesis participa con sus fortalezas y sus fragilidades, con sus penas y alegrías, pero siempre con la mirada en Jesús, nuestra Esperanza.

Que en la celebración, el encuentro y la reflexión, esta sea para cada uno de ustedes una buena jornada. Que el Señor los bendiga y nuestra Madre los cuide mucho.

jueves, 3 de septiembre de 2020

“Si te escucha, habrás ganado a tu hermano” (Mateo 18,15-20). Domingo XXIII durante el año.







En 1961, el artista estadounidense Norman Rockwell dio a conocer una obra suya donde pintó un grupo de personas de diferentes edades, razas y religiones. Sobre ella hay un texto que dice, en inglés, “Haz con los demás lo que te gustaría que te hicieran a ti”. Estas palabras son conocidas como “la regla de oro” y es el título de esta pintura. Ya sea en forma positiva, “haz” o en la forma negativa “no hagas con los demás lo que no te gustaría que te hicieran a ti”, esta expresión se encuentra en casi todas las grandes religiones de la humanidad.

También la encontramos en boca de Jesús, como está escrito en Mateo 7,12:
“Todo cuanto ustedes quieran que les hagan los hombres, háganselo también ustedes a ellos”
y agrega Jesús
“porque ésta es la Ley y los Profetas”
es decir, allí está resumida la ley de Dios.

En la segunda lectura de este domingo, es san Pablo quien nos dice:
“el que ama al prójimo ya cumplió toda la Ley” (Romanos 13,8).

 ¿Qué es lo que nos gustaría que los demás hicieran por nosotros y, a la vez, estaríamos dispuestos a hacer por ellos? Nos vienen fácilmente al pensamiento desde cosas agradables, como ser tratados con amabilidad y con respeto, hasta necesidades vitales, como ser ayudados en un momento muy difícil, o ser socorridos en caso de tener un accidente… pensar qué es lo que me gustaría que hicieran por mí en esa situación es lo que me ayuda a ponerme en el lugar del otro y ver qué es lo que yo debería hacer por él.

Sin embargo, no es fácil pensar -por lo menos, no es lo primero que se me ocurre- no es fácil pensar “me gustaría que me corrigieran si me equivoco”. “Me gustaría que me hagan ver que estoy actuando mal” … Creo que, en realidad, preferiríamos darnos cuenta nosotros mismos… pero… ¿y si se trata de algo grave, de algo que puede provocar mucho mal, tanto a otros como a mí mismo? ¿y si me encuentro enceguecido y no alcanzo a ver mi error, o las malas consecuencias de mis acciones? ¿Querría o no ser corregido, ser ayudado a ver lo que sucede?

La experiencia de ser corregidos comienza temprano en nuestra vida. Es una importante tarea educativa de los padres para con sus hijos el enseñarnos lo que debemos hacer y cómo hacerlo bien, así como el evitar que hagamos lo que está mal y lo que puede hacernos daño.
No es lo mismo crecer sabiendo que hay reglas y límites, que ir caminando por la vida pensando que todo se nos debe y que basta con llorar fuerte para que mamá haga lo que queremos con tal de que nos callemos.
Los padres a veces se desesperan porque ven que sus hijos “no les hacen caso” y emprenden caminos torcidos… pero los años ayudan a decantar la verdad de las cosas y el hombre se encuentra muchas veces recordando “ya lo decía mi viejo… y pensar que yo no le hacía caso”.

Si es importante la corrección, no es menos importante el cómo y el porqué. El amor no solo se manifiesta en la caricia, en la bondad, en la dulzura; también se manifiesta en la severidad que puede ser necesaria en alguna circunstancia. La corrección rigurosa encuentra su mejor encuadre en el amor; y el amor, muchas veces, puede y debe hacerse amor exigente, que ayuda a que surja lo mejor de dentro de cada persona.

Jesús propone en el evangelio un itinerario para la corrección fraterna, es decir, para la corrección entre hermanos, entre miembros de la comunidad de discípulos de Jesús.
Estos pasos también pueden ser practicados por otros grupos, como familias o compañeros de trabajo que sientan la misma necesidad de ayudar a uno de sus miembros que está equivocado.
Cuando se trata de hermanos de la comunidad, se parte de la igualdad que viene de la fraternidad: no es la corrección del superior, sino la del hermano; y esa corrección tiene su base en el compromiso que comparten de seguir a Jesús y vivir en coherencia con su evangelio, en coherencia de fe y vida.

Si tu hermano peca, ve y corrígelo en privado. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano.

Jesús pone un claro objetivo a la corrección fraterna: “ganar al hermano”. No se trata de ganarle, vencerlo, sino de ganarlo, es decir, ayudar al hermano a que regrese, a que se corrija de la mala acción que lo está apartando de Jesús y de la comunidad. El primer paso es hablarle en privado, mano a mano, sin testigos.

Curiosamente, eso es lo primero que hizo Pedro cuando, como vimos el domingo pasado, quiso “enmendarle la plana” a Jesús, hacerlo cambiar de parecer. Pedro lo llevó aparte… pero ahí, él era el equivocado, el que necesitaba ser corregido por Jesús.

Esta conversación en privado, sin la presencia de otros, da espacio a la persona que pretendemos corregir para que pueda expresarse y explicarse sin la presión ni la humillación de ser expuesto delante de otros.

Sin embargo, puede suceder que el hermano se cierre:
Si no te escucha, busca una o dos personas más, para que el asunto se decida por la declaración de dos o tres testigos.
Frente a alguien que se ha cerrado, que no quiere ver su falta, puede ser útil la mirada de otros, sobre todo si es una mirada más objetiva, menos apasionada, que pueda ayudarle a ver su error. Pero puede suceder que aún eso no funcione:
Si se niega a hacerles caso, dilo a la comunidad.
Y hasta aquí llega Jesús… ya no hay más donde ir:
Y si tampoco quiere escuchar a la comunidad, considéralo como pagano o publicano.
Eso significa que ese hermano, que se ha obstinado en su error o en su mala conducta, ha quedado fuera… pero debemos recordar todavía cuál fue la actitud de Jesús ante los paganos y los publicanos: una actitud siempre abierta para quienes buscan a Dios. El hermano que se ha apartado tiene abierta la puerta para volver, si se arrepiente de corazón.
Así decía san Juan Pablo II:

… Dios «rico en misericordia» (Efesios 2,4) … no cierra el corazón a ninguno de sus hijos. Él los espera, los busca, los encuentra donde el rechazo de la comunión los hace prisioneros del aislamiento y de la división, los llama a reunirse en torno a su mesa en la alegría de la fiesta del perdón y de la reconciliación. (Reconciliatio et Paenitentia, 10)

“Arrepentirse de corazón” no es un mero sentimiento. Cuando se ha hecho mucho daño, cuando se ha causado un gran sufrimiento a otra persona, no basta con volver y decir “estoy arrepentido…”. Hay que presentar signos de ese arrepentimiento a través de un cambio de vida, de alguna forma de reparación del daño causado y, sobre todo, en el respeto al dolor y a los tiempos de aquellos a los que se ha lastimado, sin pretender un rápido “borrón y cuenta nueva”.

Pero, nuevamente, volviendo a la regla de oro, ante el pedido de perdón que da signos de sinceridad, nos ponemos en lugar del que regresa y nos respondemos que, en su situación, también nosotros desearíamos ser recibidos… y le abrimos la puerta.

Hay llaves que cierran o abren esa puerta. Recordemos, quince días atrás, lo que Jesús le decía a Pedro:
Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo
Ahora Jesús extiende a los demás discípulos la segunda parte de esas palabras:
Les aseguro que todo lo que ustedes aten en la tierra, quedará atado en el cielo,
y lo que desaten en la tierra, quedará desatado en el cielo.
Y esto desemboca en algo muy importante:
También les aseguro que si dos de ustedes se unen en la tierra para pedir algo, mi Padre que está en el cielo se lo concederá. Porque donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, yo estoy presente en medio de ellos.

La vida de la Iglesia y, por tanto, la vida de cada pequeña comunidad que hace parte de ella, solo tiene sentido si se reúne en el nombre de Jesús. Quienes nos reunimos de ese modo, ponemos nuestra confianza en la promesa de Jesús: Él está y estará presente en medio de nosotros. Él presenta al Padre la oración de la Iglesia. Él hace eficaces los signos que la comunidad realiza en su nombre. De este modo, como enseña el Concilio Vaticano II:
[Cristo] Está presente con su fuerza en los Sacramentos, de modo que, cuando alguien bautiza, es Cristo quien bautiza. (Sacrosanctum Concilium, 7)
La presencia de Jesús, la eficacia que da a los sacramentos, hace posible que lo que la Iglesia reunida en la tierra ate o desate, quede atado o desatado en el cielo. Ese es el sentido del sacramento de la Reconciliación, más explícito en el evangelio según san Juan:
«A quienes perdonen los pecados, les quedan perdonados;
a quienes se los retengan, les quedan retenidos». (Juan 20,23)
El poder de atar o desatar es confiado a la Iglesia, pero eso no quiere decir que lo reciba cada uno de los fieles. Jesús lo confió a los apóstoles y, a través de ellos, a quienes reciben el ministerio sacerdotal.
Sin embargo, como lo hiciera ver san Juan Pablo II:
“a toda la comunidad de los creyentes, a todo el conjunto de la Iglesia, le ha sido confiada la palabra de reconciliación, esto es, la tarea de hacer todo lo posible para dar testimonio de la reconciliación y llevarla a cabo en el mundo.” (Reconciliatio et Paenitentia, 8)

Asegurándonos que el Padre nos concederá todo lo que pidamos en su nombre, la comunidad está llamada también a sostener con su oración todos los esfuerzos de reconciliación:
Pues en una humanidad dividida
por las enemistades y las discordias,
sabemos que tú diriges los ánimos
para que se dispongan a la reconciliación.

Por tu Espíritu mueves los corazones de los hombres
para que los enemigos vuelvan a la amistad,
los adversarios se den la mano,
y los pueblos busquen la concordia.

Con tu acción eficaz puedes conseguir, Señor,
que el amor venza al odio,
la venganza deje paso a la indulgencia,
y la discordia se convierta en amor mutuo.
(Prefacio de la P.E. de la reconciliación, 2)

Amigas y amigos, dice un viejo refrán: “de los arrepentidos se sirve Dios”. El Padre Dios siempre tiene la puerta abierta, esperando el regreso de sus hijos e hijas que se han alejado. ¿Dónde estamos hoy? ¿Está lejos de Dios nuestro corazón? ¿Será necesario que alguien nos ayude a ver nuestros errores, o nos animaremos a examinar en soledad y en sinceridad nuestra conciencia? Gracias por su atención. Que el Señor los bendiga y hasta la próxima semana si Dios quiere.