jueves, 24 de septiembre de 2020

“¿Cuál de los dos cumplió la voluntad de su padre?” (Mateo 21, 28-32), Domingo XXVI durante el año.





1. Si te encomiendan una tarea, hazla.


Mi madre, de cuyo nacimiento se cumplirán en octubre cien años, fue durante mucho tiempo “la” Nurse del Hospital de Young. “La” Nurse, porque era la única… luego tuvo junto a ella alguna otra colega. Su actividad profesional era una parte muy importante de su vida y un permanente tema de conversación en la mesa familiar. Una de sus tareas era organizar el trabajo del personal de enfermería y de servicio. Un día me pidió que le hiciera un cartel para su oficina. Lo puso en un lugar destacado y visible. Un mensaje muy claro y muy directo para quien lo quisiera recibir.

Si te encomiendan una tarea, hazla.
Si te parece imposible, hazla igual.
Si de veras te resulta imposible, pide ayuda.
Si aún así no pudieras realizarla, comunícalo inmediatamente a quien te la encomendó.
Carlos Vaz Ferreira

Esto lo recordé a propósito de la parábola que hoy nos cuenta Jesús, dirigida “a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo”, es decir, a las autoridades judías.

«¿Qué les parece? Un hombre tenía dos hijos y, dirigiéndose al primero, le dijo:
"Hijo, quiero que hoy vayas a trabajar a mi viña".
El respondió: "No quiero". Pero después se arrepintió y fue.
Dirigiéndose al segundo, le dijo lo mismo y este le respondió: "Voy, Señor", pero no fue.
¿Cuál de los dos cumplió la voluntad de su padre?»
«El primero», le respondieron.

“Si te encomiendan una tarea hazla…” ¡Más aún, si dijiste que sí! ¿Vale algo la palabra que has dado? No es difícil entender lo que plantea Jesús: no importa tanto lo que hayas dicho al principio, sino lo que finalmente hagas. Por eso, nadie duda en responderle que el que cumplió la voluntad del padre fue el hijo que primero dijo que no, pero, finalmente sí, fue.

Podemos quedarnos aquí, con la sencillez de este mensaje que nos interpela sobre nuestra fidelidad a los compromisos que asumimos con los demás -no solo los compromisos que hacen quienes aspiran a ser elegidos para un cargo de gobierno, pero ya que estamos, también esos compromisos. Y, para quienes nos definimos como cristianos, nos interpela sobre la coherencia con que tratamos de unir nuestra fe con nuestra vida. El Concilio Vaticano II llamaba la atención sobre esto:
El divorcio entre la fe y la vida diaria de muchos debe ser considerado como uno de los más graves errores de nuestra época. (Gaudium et Spes, 43)
Entonces, busquemos cada día conocer más a Jesús y poner en práctica su Palabra.

2. “Subimos a Jerusalén”


Dicho esto, podemos todavía enriquecer un poco nuestra reflexión mirando el contexto en el que Jesús dice esta parábola. Venimos avanzando en el evangelio de Mateo domingo a domingo, pero la liturgia ha seleccionado las parábolas y ha ido salteando otros pasajes, como los que vamos a recordar enseguida.

El domingo pasado, el evangelio terminaba con la tajante y a la vez misteriosa sentencia de Jesús:
“Así, los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos” (Mateo 20,16)

A continuación, se nos cuenta que Jesús, en camino a Jerusalén, anuncia por tercera vez su pasión:
«Miren que subimos a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado a los sumos sacerdotes y escribas; lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles, para burlarse de él, azotarlo y crucificarlo, y al tercer día resucitará» (Mateo 20,18-19).

Como ven, estamos en el capítulo 20. El capítulo 21 comienza con la entrada de Jesús en Jerusalén, esa entrada que recordamos en el domingo de ramos; por lo tanto, estamos ya en la culminación de la misión de Jesús. Pero antes de llegar a la pasión, Mateo se extenderá sobre sus últimos días en la ciudad santa, contándonos varios incidentes y parábolas. (capítulos 22, 23, 24 y 25)

La última cena comienza en el capítulo 26, versículo 20 y, como sabemos, a partir de allí todo se sucederá rápidamente: la oración en el huerto, el arresto de Jesús, los tribunales, la condena, la pasión y la muerte.

Este es el gran marco en el que están los pasajes del evangelio que escucharemos en lo que nos queda de este año litúrgico, que culminará el 22 de noviembre, con la solemnidad de Cristo Rey, en la que escucharemos la parábola del juicio final, en el capítulo 25 de Mateo. (Mateo 25, 31-46).

3. “¿Con qué autoridad haces esto?”

Ubicados en este gran contexto, vayamos ahora a lo más inmediato, a lo que sucede precisamente antes de que Jesús cuente esta parábola de los dos hijos.

Llegado al Templo, mientras enseñaba se le acercaron los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo diciendo: «¿Con qué autoridad haces esto? ¿Y quién te ha dado tal autoridad?» (Mateo 21,23)

Este pasaje nos ubica en el escenario donde Jesús dirá la parábola que nos ocupa. Jesús está enseñando en el templo de Jerusalén. No nos imaginemos una típica Iglesia nuestra, con los fieles dispuestos como para una Misa. Tampoco una sinagoga, que era un lugar de reunión, cerrado. El templo tenía varios patios, espacios abiertos, donde se podía agrupar la gente al aire libre. Posiblemente en alguno de esos espacios estaba Jesús.
Se le acercaron los sumos sacerdotes y los ancianos: recordemos que esos son los integrantes del Sanedrín, la máxima autoridad judía. Y, precisamente por ser “autoridad”, ellos le preguntaron a Jesús de dónde venía esa autoridad con la que él hablaba.

Ya en el comienzo del evangelio Mateo nos cuenta que, al escuchar a Jesús,
«La gente quedaba asombrada de su doctrina; porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como sus escribas» (Mt 7,28-29).

La gente percibía esa autoridad en Jesús. Los escribas hablaban citando a otros maestros; Jesús, en cambio, hablaba con una palabra propia. Nosotros sabemos y profesamos hoy nuestra fe en Jesús como la Palabra eterna del Padre, la Palabra de Dios hecha hombre: el Verbo Encarnado. La gente que escuchaba a Jesús todavía no llegaba a comprender eso, pero sí veía en Jesús una autoridad proveniente del mismo Dios. Por eso no es extraño que la actividad y las palabras de Jesús preocuparan a las autoridades, porque Jesús comenta y da nuevo significado a lo que dice la Escritura. Veamos un ejemplo.
Ustedes han oído que se dijo: "Ojo por ojo y diente por diente" (Mateo 5,38)
Jesús está aquí citando algo que está escrito, no una, sino dos veces en la Ley de Dios (Éxodo 21,24 y Levítico 24,20). Normalmente un escriba, un maestro de la Ley, haría aquí un comentario presentando las opiniones de grandes maestros sobre el significado, la aplicación y las posibles excepciones a esa ley… pero Jesús hace un comentario propio, introduciéndolo de esta forma:
“Se dijo… (tal cosa) Pues yo les digo (tal otra)”
Las autoridades ven esa forma de expresarse no solo como muy atrevida, sino como directamente blasfema; porque, hablando así, Jesús se está “poniendo en el lugar de Dios”.
En el evangelio de Juan está bien ilustrado ese conflicto. Las autoridades le preguntan:
¿Por quién te tienes a ti mismo?» (Juan 8,53) 
y lo acusan:
tú, siendo hombre, te haces a ti mismo Dios». (Juan 10,33)
Pero así se expresaba Jesús:
Ustedes han oído que se dijo: "Ojo por ojo y diente por diente".
Pues yo les digo: “No resistan al mal; antes bien, al que te abofetee en la mejilla derecha ofrécele también la otra...” (Mateo 5, 38-39)

4. “… les voy a preguntar una cosa”

Volvamos ahora al templo, donde Jesús estaba predicando y las autoridades judías le preguntaron de dónde venía esa autoridad que Jesús manifestaba tener. Recordemos que los sumos sacerdotes y los ancianos son la autoridad máxima del pueblo de Israel; por encima de ellos está el Imperio Romano, representado por Poncio Pilato. Pero, como autoridades del Pueblo de Dios, los sumos sacerdotes y los ancianos son quienes trataban de las cosas de Dios y quienes le decían a la gente lo que correspondía a la voluntad de Dios. Frente a la pregunta de ellos, Jesús les dijo:
«También yo les voy a preguntar una cosa; si me contestan, yo les diré a mi vez con qué autoridad hago esto. El bautismo de Juan, ¿de dónde era?, ¿del cielo o de los hombres?» (Mateo 21,24-25)
La pregunta de Jesús los puso en apuros.
Ellos discurrían entre sí: «Si decimos: "Del cielo", nos dirá: "Entonces ¿por qué no le creyeron?"
Y si decimos: "De los hombres", tenemos miedo a la gente, pues todos tienen a Juan por profeta».
Respondieron, pues, a Jesús: «No sabemos».
Y él les replicó, asimismo: «Tampoco yo les digo con qué autoridad hago esto». (Mateo 21,25-27)

Dichas estas palabras, Jesús pronuncia la parábola que escuchamos en el evangelio de hoy.
Cuando los sumos sacerdotes y los ancianos le respondieron -ahora sí, respondieron- a la pregunta final de Jesús, reconociendo que quien hizo la voluntad del Padre es el hijo que primero dijo que no iba a trabajar, pero después fue, Jesús agrega:
«Les aseguro que los publicanos y las prostitutas llegan antes que ustedes al Reino de Dios. En efecto, Juan vino a ustedes por el camino de la justicia y no creyeron en él; en cambio, los publicanos y las prostitutas creyeron en él. Pero ustedes, ni siquiera al ver este ejemplo, se han arrepentido ni han creído en él».

Los publicanos y las prostitutas eran dos grupos de personas reconocidos por todos como notorios pecadores públicos. Ellos son los que dijeron “no voy”; sin embargo, como señala Jesús, ellos creyeron en el anuncio de Juan, que llamaba a la conversión: el arrepentimiento y el cambio de vida, que se expresaba a través del bautismo para el perdón de los pecados.
El hijo que dijo “sí”, pero después no fue, representa a los sumos sacerdotes y los ancianos que, a pesar de ver el ejemplo de los publicanos y las prostitutas, no se arrepintieron ni creyeron en la palabra de Juan.

El rechazo de las autoridades hacia Jesús se mantendrá hasta el final, al pie mismo de la cruz:
«Los sumos sacerdotes junto con los escribas y los ancianos se burlaban de él diciendo: "... Es Rey de Israel; que baje ahora de la cruz, y creeremos en él"» (Mt 27,41.42).

5. “… con los mismos sentimientos que hay en Cristo Jesús”

Dirigida inicialmente a las autoridades judías, la parábola vuelve ahora hacia nosotros y nos interpela. Nos invita a examinar nuestra conciencia. Podemos considerarnos fieles, piadosos y buenos cristianos… pero ¿estamos abiertos a aceptar que Dios conceda su Gracia a otros y los llame a su servicio en nuestra comunidad? ¿estamos dispuestos a aceptar que Dios tenga planes distintos a los nuestros? En definitiva: ¿estamos abiertos a buscar cada día la voluntad de Dios y a realizarla con la ayuda de su Gracia?

Miremos a Jesús, el único Hijo que dijo “Sí, Señor” y cumplió fielmente la voluntad del Padre. A él debemos imitar, como nos exhorta san Pablo en la primera lectura:
Vivan con los mismos sentimientos que hay en Cristo Jesús. (Filipenses 2,5)
Miremos a su madre, miremos a María. Ella también pronunció su Sí:
“hágase en mí según tu palabra” (Lucas 1,38)

Amigas y amigos: si examinando nuestra conciencia nos damos cuenta de que nuestra vida no está en el camino de Jesús, que no estamos cumpliendo la voluntad del Padre, de alguna manera vale también el consejo de Vaz Ferreira: si te resulta imposible… comunícalo a quien te lo encomendó. Para nosotros, eso significa ponernos en la presencia de Dios, reconocer nuestra debilidad y nuestras faltas, expresar sinceramente nuestro arrepentimiento y pedir perdón, incluso por medio del sacramento de la reconciliación y renovar las fuerzas para seguir el camino del Señor.

Gracias por su atención. Que el Señor los bendiga. Sigamos cuidando unos de otros y hasta la próxima semana, si Dios quiere.

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