miércoles, 16 de septiembre de 2020

“Así, los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos” (Mateo 19,30 – 20,16). Domingo XXV durante el año.







I. La medición del tiempo


El tiempo es oro y cada minuto cuenta. Más aún… cada segundo. Podemos marcar una alarma en el celular o la duración del tiempo para calentar algo en el microondas con precisión de segundos… incluso podemos detener el horno entre un segundo y otro.
El programa con que se edita este vídeo permite medir hasta una milésima de segundo.
Las horas del día se nos pueden hacer más largas o más cortas, según en qué estemos ocupados… pero todas miden lo mismo: 60 minutos; y cada minuto, sus 60 segundos.

En la antigüedad, en tiempos de Jesús, la hora tenía una duración variable.
El tiempo de sol de la jornada se dividía siempre en doce horas, que se hacían más cortas o más largas según la estación.
Al salir el sol, empezaba a correr la primera hora;
a media mañana llegaba la tercia;
la sexta marcaba el mediodía
y la nona, o novena  -la hora en que murió Jesús-  las tres de la tarde.
La hora duodécima se contaba a la puesta del sol y marcaba el final de la jornada de trabajo.
La hora undécima es, por lo tanto, la última hora de trabajo. Ya volveremos sobre eso.

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II. Un Dios que cobra, un Dios que paga


El domingo pasado Jesús nos propuso una parábola que comenzaba diciendo
“el Reino de los Cielos es semejante a un rey que quiso ajustar cuentas con sus siervos” (Mateo 18,23).
Ese rey, Dios, se presentaba, pues, como acreedor. Hoy nos encontramos con otro arreglo de cuentas; pero aquí Dios es el que se compromete a un pago, puesto que Jesús lo presenta como
“un propietario que salió muy de madrugada a contratar obreros para trabajar en su viña. Trató con ellos un denario por día y los envío a su viña.”
Estamos en el tiempo de la vendimia, que, como toda cosecha, debe ser levantada cuando el fruto está maduro, para que no se eche a perder. Eso exige contar con toda la mano de obra necesaria. “La cosecha es abundante, los trabajadores son pocos” (Mateo 9,37), había dicho Jesús en otra ocasión, aludiendo a esa realidad.
Los hombres que buscan trabajo tienen un punto de encuentro dentro de la aldea: la plaza, lugar del mercado o de la feria. Allí se dirigen también quienes necesitan obreros.
El propietario podría haber enviado al mayordomo para esa tarea, pero él sale personalmente a buscar a los trabajadores y, como veremos, parece más preocupado por ellos que por su viña.
“Trató con ellos un denario por día”. Se ajustó, se puso de acuerdo, convino con ellos… dicen otras traducciones: queda claro que hizo un contrato.
El propietario vuelve a salir, varias veces, por más trabajadores:
Volvió a salir a media mañana y, al ver a otros desocupados en la plaza, les dijo: "Vayan ustedes también a mi viña y les pagaré lo que sea justo". Y ellos fueron.
Volvió a salir al mediodía y a media tarde, e hizo lo mismo. Al caer la tarde salió de nuevo y, encontrando todavía a otros, les dijo: "¿Cómo se han quedado todo el día aquí, sin hacer nada?" Ellos le respondieron: "Nadie nos ha contratado". Entonces les dijo: "Vayan también ustedes a mi viña".

Vemos que el propietario iba a la plaza cada tres horas. Lo que rompió ese ritmo fue su salida “al caer la tarde”, o sea, a la hora undécima, las 17 nuestras. Como decíamos, allí queda apenas una hora de trabajo.

Veamos ahora lo que va prometiendo el propietario a los obreros.
Ya dijimos que los primeros fueron contratados, propiamente hablando: se pusieron de acuerdo en el tiempo: una jornada y en el pago: un denario.
En la segunda salida, a media mañana, el propietario llama a otros trabajadores, pero no dice cuánto les pagará, sino que promete darles “lo que sea justo”. Se podría entender que les pagará por las horas trabajadas. Esto se repite al mediodía y a media tarde.
Sin embargo, a los de la última hora, la undécima, no les promete nada. Solo les dice “vayan también ustedes a mi viña”.

III. A cada uno su denario


Y llega el término del día:
El propietario llamó a su mayordomo y le dijo: "Llama a los obreros y págales el jornal, comenzando por los últimos y terminando por los primeros".
Aquí tenemos un primer punto culminante de esta parábola, un primer final.
El propietario ordena al mayordomo pagar el jornal a todos, es decir, un denario a cada uno. ¿Por qué? Porque quiere darle a todos lo que necesitan al terminar el día. Y se lo da, inclusive a los que solo trabajaron una hora.
Esos son los que dijeron “nadie nos ha contratado”; algo que suena como una excusa, porque la pregunta del propietario "¿Cómo se han quedado todo el día aquí, sin hacer nada?" es más bien un reproche. Parece que estos hombres, en realidad, no han hecho mucho esfuerzo por conseguir trabajo: han llegado tarde y se han sentados, en tiempo de cosecha, donde hay trabajo y urgencia por operarios. Tampoco es mucho lo que podrán hacer en el corto tiempo que queda del día. Aun así, el propietario tiene compasión.
El propietario sabe que, si solo les diera el salario de una hora, eso no alcanzará para dar de comer a una familia. Los hijos pasarán hambre. La decisión de pagarles el jornal completo sale del corazón de un hombre generoso y compasivo. Eso es lo que nos quiere transmitir Jesús: así es Dios: ¡tan bueno! Eso es lo que reafirmarán las palabras finales del propietario: “… que yo sea bueno”.

IV. Últimos y primeros


La parábola podría haber terminado allí, pero no olvidemos que el propietario le indicó al mayordomo que hiciera el pago comenzando por los últimos y terminando por los primeros.
Esta indicación nos remite a algo que Jesús dijo a sus discípulos antes de contar esta parábola:
“Muchos de los primeros serán los últimos, y muchos de los últimos serán los primeros”
Más aún, ese dicho, que es casi como un refrán, Jesús lo conecta directamente con la parábola a través de un “porque”:
“Muchos de los primeros serán los últimos, y muchos de los últimos serán los primeros, porque el Reino de los Cielos se parece a un propietario que salió muy de madrugada…”
Y “como no hay dos sin tres”, por tercera vez va a aparecer esta expresión, al final, como conclusión de la parábola:
“Así, los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos”
Esto nos lleva a preguntarnos… ¿últimos… en qué? ¿primeros… en qué?
Veamos qué sucede a la hora del pago:
Fueron entonces los que habían llegado al caer la tarde y recibieron, cada uno, un denario.
No es esto lo que motiva las protestas que vendrán después. Posiblemente ven que el propietario es un hombre generoso, que le está pagando el jornal entero a aquellos que apenas trabajaron una hora, y a la hora de menos calor. Es eso lo que les hace pensar que habría algo más para ellos.
Llegaron después los primeros, creyendo que iban a recibir algo más, pero recibieron igualmente un denario.
Y aquí sí, se desencadena la protesta:
al recibirlo, protestaban contra el propietario, diciendo: "Estos últimos trabajaron nada más que una hora, y tú les das lo mismo que a nosotros, que hemos soportado el peso del trabajo y el calor durante toda la jornada".
Si bien hay que entender que también los que vinieron en los tiempos intermedios recibieron igualmente un denario, el conflicto se plantea claramente en la comparación de los últimos que llegaron, que trabajaron nada más que una hora, y los que fueron primeros y soportaron el peso del trabajo y el calor durante toda la jornada. Lo que les molesta es que el propietario les dé a todos lo mismo. No entienden por qué actúa así y les parece injusto.

V. Fiesta en el Cielo


Esta parábola solo aparece en el evangelio de Mateo. Se la ha comparado con otra, que conocemos bien, que, a su vez, aparece únicamente en el evangelio de Lucas. Es la llamada parábola del Hijo pródigo, o de los dos hijos, pero que es más adecuado llamar la del Padre Misericordioso (Lucas 15,11-32). En la parábola de Lucas sucede algo parecido. Tenemos la historia del hijo que pide su herencia, se va de casa, pierde todo y regresa arrepentido, apenas pidiendo ser recibido como un trabajador más de su padre. Sin embargo, el padre sale a su encuentro (como salió personalmente el propietario a buscar los obreros) y vuelve a darle su lugar de hijo, celebrándolo con una fiesta. La parábola podría haber terminado allí, como cuando los obreros de la última hora reciben su denario. Pero aquí también tenemos un segundo final, porque hay un hijo mayor, que permaneció junto al padre sin desobedecer jamás una sola de sus órdenes y que le reprocha no haberle dado nunca un cabrito para celebrar una fiesta con sus amigos y cuando llega ese hijo suyo… hace matar el ternero gordo. El hermano mayor es como los obreros de la primera hora, que se quejan… nosotros hemos hecho todo, estos no hicieron nada.
El padre misericordioso, el señor que perdona la deuda inmensa -evangelio del domingo pasado-, el propietario de la viña… a través de estos personajes, Jesús muestra el rostro del Padre Dios, que hace fiesta en el Cielo por un pecador que se arrepiente. Un padre bueno que se siente feliz de perdonar.

VI. ¿Fariseísmo en la comunidad?


Las parábolas quedaron en la memoria de los discípulos porque es más fácil recordar una narración que un discurso y porque, en los tres años que estuvieron con Jesús, se las escucharon relatar más de una vez, yendo de pueblo en pueblo.
Algunas de las enseñanzas de Jesús estaban dirigidas a todos; otras, solo a sus discípulos. También a los escribas y fariseos, tanto cuando ellos se acercaban a Jesús para polemizar y discutir, como cuando estaban entre la gente, escuchando. Esta parábola viene al final de una conversación de Jesús con los discípulos y está dirigida a ellos. Todo había empezado con una pregunta de Pedro:
«Ya lo ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido; ¿qué recibiremos, pues?» (Mateo 19,27).
Jesús le respondió que, entre otras cosas, aquel que haya dejado todo por Él “recibirá el ciento por uno y heredará vida eterna”.
Y es aquí donde Jesús introduce la parábola, diciendo:
“Muchos de los primeros serán los últimos, y muchos de los últimos serán los primeros, porque el Reino de los Cielos se parece a un propietario que…”
Esta parábola tiene el tono de aquellas que están dirigidas a los fariseos, a los que consideraban que cumplían a la perfección la ley, como el hijo mayor, que jamás desobedeció, o los obreros de la primera hora, que soportaron todo el peso de la jornada. Son los que consideraban que tenían méritos, que podían reclamarle a Dios un lugar especial… más aún, que Dios no debía ni siquiera recibir a los que se habían apartado… los que murmuraban contra Jesús porque
“come con los publicanos y pecadores” (cf. Mateo 9,11).
Mateo, al organizar su evangelio, ubica esta parábola como dirigida a los discípulos. Tal vez está reflejando la situación de una comunidad donde ha aparecido la tentación del fariseísmo; donde los primeros que llegaron se han olvidado de que están allí por la misericordia de Dios y no por sus méritos; donde, tal vez, haya una actitud cerrada hacia los nuevos miembros y se marca la superioridad de aquellos que estuvieron desde los comienzos. Las dificultades entre los cristianos de origen judío y los de origen pagano, por ejemplo.
La Viña del Señor es la Iglesia, la comunidad de los discípulos, semilla del Reino de Dios. Todos están llamados a entrar en ella.
Mateo nos hace pensar cómo es la vida de nuestras comunidades; sobre todo, para ver si somos una comunidad abierta para recibir a los que se acercan, si les abrimos el mismo espacio que les abre la compasión y la misericordia de Dios y, más aún, si estamos dispuestos a imitar al propietario que sale repetida e incansablemente a buscar a aquellos que también están invitados a entrar en el Reino

VII. No mires con malos ojos


Cuando los trabajadores de la primera hora protestan, el propietario encara a uno de ellos diciéndole:
"Amigo, no soy injusto contigo, ¿acaso no habíamos tratado en un denario? Toma lo que es tuyo y vete. Quiero dar a este que llega último lo mismo que a ti. ¿No tengo derecho a disponer de mis bienes como me parece? ¿Por qué tomas a mal que yo sea bueno?"
“Amigo”: a uno que lo increpa, el propietario no lo trata como enemigo, sino que lo llama “amigo”.
“No soy injusto”, le dice, recordándole que ha cumplido el contrato.
¿Por qué tomas a mal que yo sea bueno? “Tomar a mal”. Tal vez sería mejor traducir “¿por qué ves con malos ojos que yo sea bueno?”, porque traducido a la letra, el propietario dice:
“¿es tu ojo malo porque yo soy bueno?”
Ojo malo = ὀφθαλμὸς πονηρός / ophthalmos ponēros. (cf. Marcos 7,22)
Tomar a mal, ver con malos ojos, es la expresión de la envidia, que suele definirse como la tristeza por el bien del otro. Aquí es peor todavía: es el enojo por el bien del otro. Enojo semejante al del hijo mayor, que no comparte los sentimientos del padre, para quien hay que
“celebrar una fiesta y alegrarse” (Lucas 15,32). 
Esa envidia no les permite disfrutar del bien que han recibido, ni comprender su verdadero valor.

Todos los trabajadores reciben un denario. Todos tienen igual paga.
“Aquel denario representa la vida eterna”
dice san Agustín, y esa es una razón por la que la paga es igual para todos: no puede haber más o menos vida eterna.
Dios quiere dársela a todos; por eso las posibilidades están abiertas hasta último momento, como nos lo recuerda el episodio del llamado buen ladrón, al que Jesús le dice
“Yo te aseguro, hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lucas 23,43). 
Por eso, el propietario siguió yendo a la plaza; no porque fueran necesarios más obreros para terminar la tarea, sino por los obreros mismos.

Amigas y amigos: Dios ofrece su amor sin pedir garantías de ser correspondido. En realidad, hace una apuesta. Pone todo sobre la mesa, todo nos lo ofrece, esperando que su amor nos conmueva, que cambie nuestra vida y nos lleve a una profunda conversión. ¿Creemos en el amor de Dios? ¿Le estamos respondiendo?
¡Busquen al Señor mientras se deja encontrar, llámenlo mientras está cerca! 
nos decía el profeta Isaías, en la primera lectura. En realidad, Dios mismo ha salido a nuestro encuentro: somos nosotros quienes tenemos que dejarnos encontrar.

Gracias por su atención. Que el Señor los bendiga. Sigamos cuidando unos de otros y hasta la próxima semana, si Dios quiere.

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