viernes, 11 de septiembre de 2020

"... si no perdonan de corazón a sus hermanos" (Mateo 18,21-35) Domingo XXIV durante el año.







Hay muchas maneras de endeudarse.
Sacar un préstamo para una inversión importante, como comprar una casa o un vehículo, pagar los estudios de un hijo, atender una situación de salud que requiere un gasto grande. Normalmente eso se irá pagando con sacrificios.
Otra, es pedir un crédito para poder atender los gastos básicos, porque con lo que se gana no se llega a fin de mes. Es un camino peligroso, pero a veces no hay otra solución. Se confía en poder mejorar la situación, pagar las deudas y salir adelante.
También se da el comprar a crédito cosas que se desea tener ya, sin medir las consecuencias y encontrándose después con que no se puede pagar… y, a veces, por eso mismo se entra en la forma más terrible de endeudarse…
Pedir prestado para pagar deudas y de esa forma entrar en un juego que, en algún momento, a veces más temprano que tarde, será imposible sostener.

De las deudas se lleva cuenta. Quien pide prestado es el primero que tiene que preocuparse de hacerlo, para no hacer más difícil su situación; pero, aún si no lo hace, el acreedor sí tiene el registro de lo que se le debe… y de los intereses que los retrasos han ido generando.

Desde los comienzos de la humanidad, hay quienes han llevado cuenta de lo que debe o se le adeuda, ya sea en objetos, animales o dinero.
Pero también, desde los comienzos, hay quienes han llevado cuenta del mal que los demás le han hecho, esperando el momento de la venganza.

La venganza es presentada, aún hoy, como un ajuste de cuentas: “me las vas a pagar”... y muchas veces, se cobran con altos intereses. Ya en el libro del Génesis encontramos algunos números…
Caín, el asesino de su propio hermano, tiene miedo de que lo maten:
“cualquiera que me encuentre me matará”
Dios le responde:
“quien matare a Caín, lo pagará siete veces” (Génesis 4,14-15).
Lámek, descendiente de Caín, sigue el mismo camino de su antepasado:
Yo maté a un hombre por una herida que me hizo y a un muchacho por un moretón que recibí.
Pero no es Dios, sino el mismo Lámek quien declara:
Caín será vengado siete veces, mas Lámek lo será setenta y siete». (Génesis 4,23-24)
Desde esta perspectiva, de venganza desproporcionada, podemos comprender la llamada “ley del talión”, que nos parece tan terrible, pero que, sin embargo, lo que hace es poner un límite a la venganza:
… si resultare daño, darás vida por vida,
ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie,
quemadura por quemadura, herida por herida, moretón por moretón. (Éxodo 21,23-25)
El término «talión» deriva de la palabra latina tallos o tale, que significa «idéntico» o «semejante» (de ahí viene la palabra castellana «tal»), de modo que no se refiere a una pena equivalente sino a una pena idéntica: hacer al otro exactamente lo mismo que él hizo.

Nos preocupa la violencia de nuestro tiempo y tendemos, a veces, a pensar que vivimos en la época más violenta de la historia. Sin embargo, no es así. Desde el comienzo de la humanidad la violencia ha estado presente y ha encontrado como respuesta la venganza, formando una “espiral de violencia” que se realimenta permanentemente.

En nuestro programa anterior, recordamos una de las plegarias eucarísticas de la reconciliación, que dice:
Con tu acción eficaz puedes conseguir, Señor,
que el amor venza al odio,
la venganza deje paso a la indulgencia,
y la discordia se convierta en amor mutuo.

¿Es posible, entonces, el camino del perdón y la reconciliación?
El evangelio de hoy nos invita a reflexionar sobre el perdón al hermano y el perdón de Dios.
El disparador es la pregunta de Pedro:
«Señor, ¿cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano las ofensas que me haga? ¿Hasta siete veces?»
La pregunta está en el plano que nos toca más directamente: la relación con “mi hermano”, es decir, con alguien que me es muy cercano. Puede ser un hermano de sangre u otro miembro de la familia, un hermano de comunidad, un amigo, un compañero de trabajo…

La respuesta de los maestros del tiempo de Jesús era “tres veces”.
Para ello se basaban en pasajes del profeta Amós, como éste:
¡Por tres crímenes de Damasco y por cuatro, seré inflexible! (Amós 1,3)
Esta expresión, por tres y por cuatro, se repite en los dos primeros capítulos de Amós. Los maestros interpretaban que Dios estaba dispuesto a perdonar hasta tres “crímenes”, pero que el cuarto traería el castigo.
Visto así, entendemos que la propuesta de Pedro de “siete veces” es generosa.
Pero Jesús responde:
«No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete».
Retoma así Jesús los números que aparecen en el libro del Génesis, referidos a la venganza de Caín y Lámek, pero ahora transformados en números para el perdón. El número de “setenta veces siete” o aún “77”, como el de Lámek, expresa que no cabe “llevar la cuenta” del perdón otorgado.
En ese mismo sentido podemos entender lo que dice san Pablo en el himno de la caridad que encontramos en su primera carta a los corintios:
El amor no lleva cuentas del mal (1 Co 13,5)

En este punto conviene hacer una aclaración. Jesús no está hablando de un perdón que es “dejar pasar”, “ignorar”, “olvidar”, “hacer como que no pasó nada”. No se trata de quedar a la merced de quien no se arrepiente o de una persona sin escrúpulos, ni tampoco de renunciar a un “amor exigente” frente a situaciones que requieren medidas extremas por el bien de todos.
En los versículos anteriores de este capítulo, (Mateo 18,15-20) sobre los que hablamos en el programa anterior, Jesús propone un camino para la corrección de quien está actuando mal. Un camino que puede terminar en la conversión, el cambio de vida de quien tiene la mala conducta o en su expulsión de la comunidad.
Pero, aún así, suponiendo el reconocimiento de las faltas, el arrepentimiento, el propósito de un cambio serio de vida, aquí de lo que se trata es de si hay un límite para ese perdón.
Jesús lo deja claro: no pone límites; pero quiere ir más lejos y dar un fundamento y lo va a hacer a través de una parábola.

Antes de ir a la parábola, vayamos más atrás en el evangelio de Mateo, al momento en que Jesús enseña el padrenuestro.
Hoy, cuando rezamos el padrenuestro decimos “perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. Lo hacemos siguiendo el evangelio de Lucas.
perdónanos nuestros pecados porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe (Lucas 11,4).
En cambio, en el evangelio de Mateo dice:
“perdónanos nuestras deudas, así como nosotros hemos perdonado a nuestros deudores” (6,12).

Vamos a detenernos en esto: nuestros pecados, nuestras faltas, nuestras ofensas a Dios, nos convierten en “deudores” con respecto a él.
Como decíamos al principio, de las deudas se lleva cuenta.
¿Qué cuenta lleva Dios de nuestras faltas?
Vayamos a la primera lectura de este domingo, del libro del Eclesiástico:
El hombre vengativo sufrirá la venganza del Señor, que llevará cuenta exacta de todos sus pecados.
A nosotros se nos escapan muchas cosas, sobre todo si no hacemos con cierta frecuencia un examen de conciencia. Cuando hemos hecho algo muy malo, ese recuerdo nos atormenta, pero es difícil borrarlo… sin embargo, muchas veces nos acostumbramos a cosas como puede ser un actuar descortés y desconsiderado y ya no nos damos cuenta del mal que estamos haciendo, e incluso pretendemos justificar esa conducta.
Pero Dios lleva “cuenta exacta”… y entonces, como dice el salmo:
“Si llevas cuenta de las culpas, Señor, ¿quién podrá resistir?” (Salmo 130,3).

Jesús quiere hacernos ver que, a causa de nuestras faltas, nuestra deuda con Dios es enorme. Así comienza la parábola:
el Reino de los Cielos se parece a un rey que quiso arreglar las cuentas con sus servidores. Comenzada la tarea, le presentaron a uno que debía diez mil talentos.
Diez mil talentos es una inmensa cantidad de dinero.
El talento no era una moneda, sino un determinado peso en plata. Había distintos tipos de talento, según las regiones del mundo antiguo; pero el menor era de 25 kilos de plata.
Para que tengamos una idea, un kilo de plata vale hoy algo más de 800 dólares. Con esa cotización, un talento, UNO SOLO, valdría unos 20.000 dólares. Diez mil talentos serían… 200 millones de dólares. La cantidad es totalmente exagerada, a propósito, para que veamos la enormidad de la deuda y comprendamos también la magnitud del gesto que va a tener el rey.

Como no podía pagar, el rey mandó que fuera vendido junto con su mujer, sus hijos y todo lo que tenía, para saldar la deuda.
Frente a esto ¿qué hace el servidor?
Tomemos nota de su gesto y de sus palabras.
El servidor se arrojó a sus pies, diciéndole: "Dame un plazo y te pagaré todo".
Su actitud tiene un efecto extraordinario:
El rey se compadeció, lo dejó ir y, además, le perdonó la deuda.
El perdón del rey es total. La enorme deuda queda en cero.
En la parábola, el rey representa a Dios, dispuesto siempre a perdonar, aún lo que a nosotros nos parece imperdonable. Dios no rechaza el corazón arrepentido (Salmo 50). Más aún:
“Aunque sus pecados sean como el rojo más vivo,
yo los dejaré blancos como la nieve” (Isaías 1,18).
Sin embargo, algo no salió bien. El servidor fue perdonado, pero el perdón no entró en su corazón. Algo en él quedó cerrado al amor de Dios. Recibió el beneficio, pero no el amor con que le fue dado. Así podemos explicarnos lo que sucede a continuación:
Al salir, este servidor encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, tomándolo del cuello hasta ahogarlo, le dijo: "Págame lo que me debes". El otro se arrojó a sus pies y le suplicó: "Dame un plazo y te pagaré la deuda". Pero él no quiso, sino que lo hizo poner en la cárcel hasta que pagara lo que debía.
Comparemos las situaciones. Cien denarios: cien jornales. Una cantidad importante para un trabajador, que normalmente no tiene guardado ese dinero en su casa. Una cantidad ínfima al lado de los 10.000 talentos.
La agresión física, la exigencia…
Pero, sobre todo, el gesto y las palabras del compañero, son exactamente los mismos que el servidor había tenido ante el rey. Pero se niega, no ya a perdonar la deuda, sino aún a dar un plazo…
Y ahí llegan las consecuencias:
Los demás servidores, al ver lo que había sucedido, se apenaron mucho y fueron a contarlo a su señor. Este lo mandó llamar y le dijo: "¡Miserable! Me suplicaste, y te perdoné la deuda. ¿No debías también tú tener compasión de tu compañero, como yo me compadecí de ti?" E indignado, el rey lo entregó en manos de los verdugos hasta que pagara todo lo que debía.
Jesús concluye la parábola con una fuerte advertencia:
Lo mismo hará también mi Padre celestial con ustedes, si no perdonan de corazón a sus hermanos.

Volvamos al padrenuestro:
“perdónanos nuestras deudas, así como nosotros hemos perdonado a nuestros deudores” (Mateo 6,12).
La forma en que está redactada la petición, nos da la idea de que Dios, antes de perdonarnos, mira si nosotros hemos perdonado.
Sin embargo, la parábola invierte los pasos. Dios perdona primero; toma la iniciativa, “primerea”, como dice el Papa Francisco.
“Amemos, porque él nos amó primero”,
dice San Juan (1 Juan 4,19). Sintiéndonos perdonados y amados por Dios, podemos perdonar de corazón al hermano.
La parábola quiere hacernos ver la grandeza del amor de Dios y su perdón que se desborda para cubrir todas nuestras deudas…

Amigas y amigos: muchas cosas en la vida pueden oscurecer para nosotros el amor de Dios. Otras, en cambio, nos lo pueden hacer ver de un modo refulgente. No dejemos que nuestro corazón se oscurezca con resentimientos, rencores y deseos de venganza. Busquemos, en cambio, que lo ilumine el perdón de Dios, para que podamos, también nosotros, perdonar de corazón.
Gracias por su atención. Que el Señor los bendiga y hasta la próxima semana si Dios quiere.

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