viernes, 11 de julio de 2025

“Lo vio y se conmovió” (Lucas 10,25-37). XV Domingo durante el año.


¿No lo ves? ¿No lo estás viendo? ¿No está delante de tus ojos?
Sí, hay alguien frente a mí… pero mis ojos no ven más allá de lo que aparece ante ellos. Como suele decirse, “vemos caras, no vemos corazones”. Aunque alguna expresión permita suponerlos o adivinarlos, no percibimos los sentimientos de la persona, 
Más aún, nuestra mirada ve en forma distorsionada, porque tenemos delante un cristal de color; y todo se ve según el color del cristal con que se mire.

¿Qué veía un judío del tiempo de Jesús en un samaritano? Ante todo, veía un extranjero. Así se refiere el mismo Jesús al leproso samaritano, el único de los diez que, después de haber sido curados, regresó donde estaba Jesús, que exclamó: 

«¿Ninguno volvió a dar gracias a Dios, sino este extranjero?» ἀλλογενὴς (allogenēs) (Lucas 17,18).

Judíos y samaritanos no se trataban, como lo recuerda el encuentro de Jesús con la mujer samaritana. Cuando él le pide agua, ella le responde: 

«¡Cómo! ¿Tú, que eres judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?» (Juan 4,9). 

Y el evangelista agrega: 

"Los judíos, en efecto, no se trataban con los samaritanos.” (Juan 4,9).

Hablar de “extranjero” nos hace pensar en inmigrantes, personas nacidas en otra tierra, a veces con cultura y lengua muy diferentes… pero aquel leproso, aquella mujer y también el protagonista de la parábola que hoy nos ocupa, habían nacido en la tierra de Jesús. Más aún, llevaban allí siglos… y reclamaban ser descendientes de Abraham, parte de las doce tribus de Jacob. Le dice la samaritana a Jesús: 

«¿Eres acaso más grande que nuestro padre Jacob… ?» (Juan 4,12).

El origen remoto de los samaritanos, de los que aún hoy existe una pequeña comunidad en el Israel moderno, es confuso y tiene que ver con la política imperial de Asiria, en el siglo VIII a. C., que consistía en el desplazamiento de poblaciones de acuerdo a los intereses del imperio. Muchos israelitas -no todos- fueron llevados a Babilonia, pero otros pueblos fueron ubicados en las tierras que quedaron en parte despobladas. Esto cuenta el segundo libro de los Reyes:

El rey de Asiria hizo venir gente de Babilonia, de Cut, de Avá, de Jamat y de Sefarvaim, y la estableció en las ciudades de Samaría, en lugar de los israelitas. Ellos tomaron posesión de Samaría y ocuparon sus ciudades. (2 Reyes 17,24) 

Los pueblos llevados por los asirios se mezclaron con algunos de los israelitas que habían quedado y, en aquellos tiempos confusos, sin sacerdotes ni maestros de la Ley, fueron creando su propia versión de la fe de Israel, con sus propios lugares santos, como el monte Garizim, al que se refiere la samaritana en su diálogo con Jesús:

«Nuestros padres adoraron en esta montaña, y ustedes dicen que es en Jerusalén donde se debe adorar» (Juan 4,20)

Además de ese lugar santo diferente, los samaritanos fueron estableciendo sus propios ritos y libros sagrados. Para los judíos del tiempo de Jesús, pues, el samaritano era una especie de hereje, alguien que pretendía ser como ellos “hijo de Abraham”, pero que no lo era, ni por la sangre ni por la fe. A ese pueblo despreciado pertenece el protagonista de la parábola que Jesús nos trae este domingo y que comienza así:

«Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos ladrones, que lo despojaron de todo, lo hirieron y se fueron, dejándolo medio muerto. Casualmente bajaba por el mismo camino un sacerdote: lo vio y siguió de largo.» (Lucas 10,30-31)

El sacerdote del que nos habla Jesús en esta parábola vio al hombre herido… pero siguió de largo ¿qué es lo que vio? Un problema. Un peligro. Una realidad que podría dejarlo impuro y, por tanto, impedido de realizar ese día su servicio en el templo de Jerusalén, si es que llegaba a tiempo tras haberse detenido. Lo vio, pero siguió de largo. Lo mismo sucedió con el levita que pasó después: “lo vio y siguió su camino”.

«Pero un samaritano que viajaba por allí, al pasar junto a él, lo vio y se conmovió.» (Lucas 10,33)

¿Qué vio el samaritano? ¿Acaso un compatriota, que por eso merecía toda su ayuda?
No. El samaritano vio al hombre herido. ¿Judío? ¿samaritano? ¿acaso un gentil, de otro pueblo? No lo sabemos. Jesús no lo dice. Se trata de un hombre herido; gravemente herido: “medio muerto”.
El samaritano se conmovió. Dejó que lo que veían sus ojos tocara su corazón y actuó en consecuencia.

«Entonces se acercó y vendó sus heridas, cubriéndolas con aceite y vino; después lo puso sobre su propia montura, lo condujo a un albergue y se encargó de cuidarlo. Al día siguiente, sacó dos denarios y se los dio al dueño del albergue, diciéndole: "Cuídalo, y lo que gastes de más, te lo pagaré al volver".» (Lucas 10,34-35)

“¿Quién es mi prójimo?” fue la pregunta de un doctor de la Ley, que motivó que Jesús narrara esta parábola. La respuesta que podría extraerse es “el hombre herido”; ése es mi prójimo, al que debo amar como a mí mismo. Sin embargo, Jesús cambia la perspectiva:

«¿Cuál de los tres te parece que se portó como prójimo del hombre asaltado por los ladrones?» (Lucas 10,36)

Eso significa que no soy yo quien define “¿quién es mi prójimo?”, sino que es la persona necesitada quien llama a que yo me haga su prójimo.

En la parábola, actuó como prójimo el samaritano, el extranjero, aquel que pertenecía a un pueblo que creía en Dios, pero “a su manera”… Pero no es por eso que se hizo prójimo. El doctor de la ley responde adecuadamente a la pregunta sobre quién se comportó como prójimo:

«El que tuvo compasión de él» (Lucas 10,37)

Jesús concluye el diálogo diciendo al doctor de la Ley:

«Ve, y procede tú de la misma manera» (Lucas 10,37)

A través de esta parábola, Jesús nos llama a la compasión haciéndonos “prójimo” de aquel que está en necesidad. A la vez,  nos llama a tener una mirada más profunda, una mirada que atraviese nuestros prejuicios, que haga transparentes nuestros cristales, para reconocer la plena humanidad en la compasión manifestada por el samaritano y actuar de la misma manera.

Los padres de la Iglesia vieron en esta parábola al mismo Jesús que pasó haciendo el bien y curando a la humanidad herida por el pecado. Es esa su misión: curar los corazones con el perdón y la misericordia de Dios. Frente a todo aquello que calificamos como “inconsolable”, “incurable”, “irreparable”, Jesús es quien consuela, cura y repara con su Gracia. 

Él sigue acercándose a cada persona sufriente en cuerpo o en espíritu 

“y cura sus heridas con el aceite del consuelo y el vino de la esperanza” (Prefacio común VIII, Jesús, buen samaritano)

Que, actuando de la misma manera, podamos nosotros hacer presente a Jesús en nuestro mundo necesitado de misericordia.

En esta semana

  • El martes 15 recordamos a San Buenaventura, obispo y doctor de la Iglesia, gran teólogo franciscano.
  • El miércoles 16, Nuestra Señora del Carmen. Es la patrona de las parroquias de Migues y de Toledo.
  • El viernes 18, en el calendario civil, recordamos la Jura de la primera Constitución del Uruguay, en 1830.
  • El domingo 20 se cumple un año del fallecimiento del P. Washington Conde, párroco de San Antonio de Padua, barrio Pueblo Nuevo, ciudad de Las Piedras. Lo recordamos con gratitud y oramos por su descanso eterno.

Gracias, amigas y amigos por su atención. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

jueves, 10 de julio de 2025

El Buen Samaritano, meditación del Papa Francisco en "Fratelli Tutti"

El capítulo 2 de la encíclica Fratelli Tutti está dedicado a la parábola del Buen Samaritano (Lucas 10,25-37).

Como una invitación a leer todo el capítulo, leemos en este audio los números 67.68.80.81 (texto íntegro, voz humana).

Para acceder al texto completo de la encíclica, pulsar el siguiente enlace: FRATELLI TUTTI


Palabra de Vida: Amar de modo libre y gratuito. Mateo 10,7-15


Jueves de la XIV semana durante el año, 10 de julio de 2025.
Estas breves reflexiones han sido preparadas para los internos de la comunidad terapéutica Fazenda de la Esperanza y son una invitación a vivir cada día la Palabra de Dios, invitación que todos podemos recoger y realizar.

miércoles, 9 de julio de 2025

Palabra de Vida: Anunciar el Reino siendo una presencia del bien. Mateo 10,1-7


Palabra de Vida: Anunciar el Reino siendo una presencia del bien. Mateo 10,1-7
Miércoles de la XIV semana durante el año, 9 de julio de 2025.
El dibujo es una creación original de natiilustra.uy (Búscala en Instagram).
Estas breves reflexiones han sido preparadas para los internos de la comunidad terapéutica Fazenda de la Esperanza y son una invitación a vivir cada día la Palabra de Dios, invitación que todos podemos recoger y realizar.

martes, 8 de julio de 2025

Palabra de Vida: Orar por las vocaciones. Mateo 9,32-38


Martes de la XIV semana durante el año, 8 de julio de 2025.
Estas breves reflexiones han sido preparadas para los internos de la comunidad terapéutica Fazenda de la Esperanza y son una invitación a vivir cada día la Palabra de Dios, invitación que todos podemos recoger y realizar.

domingo, 6 de julio de 2025

Palabra de Vida – Julio 2025. “Pero un samaritano que viajaba por allí, al pasar junto a él, lo vio y se conmovió.” (Lucas 10, 33)

Martine viaja en tren en una gran ciudad europea. Todos los pasajeros están concentrados en su celular. Conectados virtualmente, pero en realidad atrapados en el aislamiento. Se pregunta: “¿Es que ya no somos capaces de mirarnos a los ojos?”

Es una experiencia común, sobre todo en las sociedades ricas de bienes materiales pero cada vez más pobres de relaciones humanas. Sin embargo, el Evangelio vuelve siempre con su propuesta original y creativa, capaz de “hacer nuevas todas las cosas” (cf. Ap 21, 5).

En el largo diálogo con el doctor de la Ley que le pregunta qué hacer para heredar la vida eterna (cf. Lc 10, 25-37), Jesús le responde con la famosa parábola del buen samaritano: un sacerdote y un levita, figuras relevantes de la sociedad de aquel tiempo, ven al borde del camino a un hombre agredido por unos salteadores, pero pasan de largo.

“Pero un samaritano que viajaba por allí, al pasar junto a él, lo vio y se conmovió”.

Al doctor de la Ley, que conoce bien el mandamiento divino del amor al prójimo (cf. Dt 6,5; Lv 19, 18), Jesús le pone como ejemplo un extranjero considerado cismático y enemigo: este ve al caminante herido y tiene compasión, un sentimiento que nace de dentro, del interior del corazón humano. Entonces interrumpe su viaje, se acerca a él y lo cuida.

Jesús sabe que toda persona humana está herida por el pecado, y esta es precisamente su misión: curar los corazones con la misericordia y el perdón gratuito de Dios, para que sean a su vez capaces de acercarse y compartir.

“(…) Para aprender a ser misericordiosos como el Padre, perfectos como Él, tenemos que fijarnos en Jesús, revelación plena del amor del Padre. (…) el amor es el valor absoluto que da sentido a todo lo demás, (…) que encuentra su más alta expresión en la misericordia. Una misericordia que ayuda a ver siempre nuevas a las personas con las que vivimos cada día, en la familia, en clase o en el trabajo, sin recordar ya sus defectos ni sus errores; que nos ayuda no solo a no juzgar, sino a perdonar las ofensas sufridas. Incluso a olvidarlas”[1].

“Pero un samaritano que viajaba por allí, al pasar junto a él, lo vio y se conmovió”.

La respuesta final y decisiva se expresa con una clara invitación: “Vete y haz tú lo mismo” (Lc 10, 37). Es lo que Jesús repite a cualquiera que acoja su Palabra: hacerse prójimos, tomando la iniciativa de “tocar” las heridas de las personas con las que nos cruzamos cada día en los caminos de la vida.

Para vivir la proximidad evangélica, pidamos ante todo a Jesús que nos cure de la ceguera de los prejuicios y la indiferencia, que nos impide ver más allá de nosotros mismos.

Luego, aprendamos del Samaritano su capacidad de compasión, que lo empuja a poner en juego su misma vida. Imitemos su prontitud en dar el primer paso hacia el otro y la disponibilidad a escucharlo, a hacer nuestro su dolor, sin juicios y sin la preocupación de estar “perdiendo el tiempo”.

Esa es la experiencia de una joven coreana:

"Traté de ayudar a un adolescente que no era de mi cultura y al que no conocía bien. Sin embargo, aunque no sabía qué hacer ni cómo, me armé de valor y lo hice. Y con sorpresa me di cuenta de que, al prestar esa ayuda, yo misma me sentí ‘curada’ de mis heridas interiores."

Esta Palabra nos ofrece la clave para practicar el humanismo cristiano: nos hace conscientes de nuestra humanidad compartida, en la que se refleja la imagen de Dios, y nos enseña a superar con valentía la categoría de la “cercanía” física y cultural. Desde esta perspectiva es posible ampliar las fronteras del “nosotros” hasta el horizonte del “todos” y recobrar los fundamentos mismos de la vida social.

Letizia Magri y equipo de Palabra de Vida

NOTAS

[1] LUBICH C., Palabra de Vida de junio de 2002.

sábado, 5 de julio de 2025

Palabra de Vida: Con Jesús en medio, renovar la Esperanza. Mateo 9,14-17.


Sábado de la XIII semana durante el año, 5 de julio de 2025.
Estas breves reflexiones han sido preparadas para los internos de la comunidad terapéutica Fazenda de la Esperanza y son una invitación a vivir cada día la Palabra de Dios, invitación que todos podemos recoger y realizar.

viernes, 4 de julio de 2025

Setenta y dos misioneros (Lucas 10,1-12.17-20). Domingo XIV durante el año.

Después de una sucesión de domingos de fiesta, volvemos al tiempo durante el año, el tiempo en el que, siguiendo este año el evangelio de Lucas, vamos acompañando a Jesús y a sus discípulos, atentos a los dichos y hechos del Señor, con el deseo y la disposición de llevar la Palabra a nuestra vida, de ponerla en práctica. Hoy nos encontramos con todo un envío misionero.

Como todos sabemos, desde el comienzo de su misión, Jesús reunió un grupo de doce discípulos “para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar”. El evangelio de hoy comienza contándonos que Jesús agrega a otro grupo, más grande, de discípulos:

El Señor designó a otros setenta y dos, además de los Doce, y los envió de dos en dos para que lo precedieran en todas las ciudades y sitios adonde Él debía ir. (Lucas 10,1)

El número de setenta y dos es como una multiplicación de los doce: seis veces doce. Si el número de doce es fácilmente referible a las 12 tribus de Israel, el número de 72 tiene su correspondencia en el capítulo 10 del libro del Génesis, que es una especie de catálogo de las naciones de la tierra, a partir de los hijos de Noé. Si bien en el evangelio la misión sigue realizándose en la tierra de Jesús, el número 72 está anunciando que esa misión continuará y se extenderá por el mundo, como luego va a contar el mismo Lucas en los Hechos de los Apóstoles.

Jesús los designó; es decir, no solo los llamó, sino que les dio lo que hoy llamaríamos “un nombramiento”, un encargue oficial, formal, de una tarea. Al decir “además de los Doce”, Jesús está marcando una diferencia entre los dos grupos. La designación tiene una clara finalidad: el envío como misioneros. De dos en dos, porque dos testigos dan más credibilidad a lo que se anuncia. Hay también un plan de misión. Jesús los envía a prepararle el camino: van a las ciudades y sitios donde Él va a ir después.

Jesús les da una serie de instrucciones. La primera es la de orar, a partir de una realidad que se impone:

«La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha.» (Lucas 10,2)

La realidad que se impone no es solo la enormidad de la tarea, sino, sobre todo, la urgencia. La cosecha tiene su tiempo. Cuando llega el momento, se debe cosechar sin demora; de no hacerlo, el fruto se pierde. Jesús está desarrollando su misión pero sabe que su tiempo será breve. Más trabajadores harán posible que su mensaje llegue a más personas.

Esa petición de Jesús ha quedado en la memoria de la Iglesia. Más allá de pequeños cambios en la formulación, todos tenemos presente ese pedido: “rueguen al dueño de los sembrados que envíe obreros a la mies”. Hoy sentimos de forma acuciante la falta de sacerdotes y de otros servidores de la comunidad eclesial, incluso de catequistas. Eso nos motiva a la oración; pero nuestra oración como Iglesia no tiene que limitarse sólo a las necesidades de nuestra parroquia o capilla; tenemos que hacerla con el corazón abierto, pensando en la Iglesia en toda su dimensión: en la diócesis, en el país, en el mundo.

¡Vayan! Yo los envío como a ovejas en medio de lobos. No lleven dinero, ni provisiones, ni calzado, y no se detengan a saludar a nadie por el camino.
Al entrar en una casa, digan primero: "¡Que descienda la paz sobre esta casa!" Y si hay allí alguien digno de recibirla, esa paz reposará sobre él; de lo contrario, volverá a ustedes. (Lucas 10,3-6)

“Vayan”: después de la oración, la acción, ponerse en salida, no quedarse quietos. Pero esa salida supone también asumir riesgos, “en medio de lobos”; supone también una actitud de desprendimiento y de confianza en la Providencia; y, finalmente, ir a lo suyo, sin perder tiempo en saludos triviales.

Pero los discípulos sí llevan un saludo, y éste es el de la paz. No es un saludo convencional, de mera cortesía. El saludo que ofrecen los discípulos tiene forma de intercesión: que descienda la paz sobre esta casa es una invocación a Dios, para pedir el don de la paz para esa familia. La paz es un signo de la cercanía del Reino de Dios. Ese don puede ser recibido o rechazado; pero si así sucede, si encuentran rechazo, los discípulos seguirán su camino en paz.

Junto al saludo de la paz, el mensaje de los discípulos se expresa con varias actitudes y con el anuncio del Reino:

Permanezcan en esa misma casa, comiendo y bebiendo de lo que haya, porque el que trabaja merece su salario. No vayan de casa en casa. En las ciudades donde entren y sean recibidos, coman lo que les sirvan; curen a sus enfermos y digan a la gente: "El Reino de Dios está cerca de ustedes". (Lucas 10,7-9)

Jesús les dijo que partieran sin llevar nada, confiados en la Providencia. Los misioneros tienen que aceptar lo que la Providencia les ofrece, a través de las personas con las que se encuentran. Primera actitud, entonces, sencillez en la vida y en el trato con la gente; una acción sanadora: “curen a sus enfermos” y un anuncio: "El Reino de Dios está cerca de ustedes".

La presencia y el anuncio de los discípulos puede ser aceptado o rechazado. El rechazo no debe desesperar a los discípulos. Tienen la libertad para irse, pero tratarán de hacer comprender la responsabilidad que tiene el haber rechazado la Palabra.

La misión, bien vivida, culmina en la alegría:

Los setenta y dos volvieron y le dijeron llenos de gozo: «Señor, hasta los demonios se nos someten en tu Nombre». (Lucas 10,17)

No se trata solo de vivir la alegría del momento, la alegría que pasa después de que se ha compartido los logros realizados. Jesús invita a una alegría más profunda y permanente:

«Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Les he dado poder para caminar sobre serpientes y escorpiones y para vencer todas las fuerzas del enemigo; y nada podrá dañarlos. No se alegren, sin embargo, de que los espíritus se les sometan; alégrense más bien de que sus nombres estén escritos en el cielo» (Lucas 10,18-20)

La alegría interior, la alegría que permanece indestructible, es la que viene de reconocer haber sido llamados por Dios a seguir a su Hijo. La alegría de ser discípulos. Recordemos esa canción que tantas veces cantamos: “Señor, tú me llamas, por mi nombre, desde lejos… por mi nombre, cada día, tú me llamas”. Recuperemos la memoria de nuestro bautismo, el momento en que fuimos llamados por nuestro nombre. Ese nombre quedó escrito en el corazón de Dios Padre. Creceremos en alegría en la medida en que respondamos más y mejor al llamado que el Padre vuelve a hacernos cada día, para seguir a su Hijo como discípulos misioneros.

En esta semana

El viernes 11 es la fiesta de San Benito, Abad. El monasterio Santa María, Madre de la Iglesia, de las hermanas benedictinas, celebra a su santo patrono. Les recuerdo que el monasterio es uno de los lugares jubilares de nuestra diócesis, donde es posible obtener la indulgencia plenaria, comulgando, confesándose antes o después y rezando por las intenciones del Santo Padre. El 11, a las 16:30, celebraremos la Misa con vísperas.

Gracias, amigas y amigos por su atención. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

Palabra de Vida: Jesús en medio, nuestra vocación. Mateo 9,9-13


Viernes de la XIII semana durante el año, 4 de julio de 2025.
Estas breves reflexiones han sido preparadas para los internos de la comunidad terapéutica Fazenda de la Esperanza y son una invitación a vivir cada día la Palabra de Dios, invitación que todos podemos recoger y realizar.