viernes, 15 de marzo de 2024

16 de marzo: San José Gabriel del Rosario Brochero. Una oración del santo cura argentino.

16 de marzo: San José Gabriel del Rosario Brochero.

Una oración del Cura Brochero, con breve introducción. 

Publicada por la Conferencia Episcopal Argentina, en el libro: "El Cura Brochero. Cartas y sermones." Buenos Aires, 1999, pp. 75-76.

+ Heriberto, obispo de Canelones, Uruguay 

miércoles, 13 de marzo de 2024

“Cuando yo sea levantado en alto sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí” (Juan 12, 20-33). V Domingo de Cuaresma.

Estamos a la puerta de la Semana Santa. El domingo pasado comenzamos recordando un pasaje de la Pasión de Jesús, según el evangelio de Juan: el momento en que Jesús declara ante Pilato que Él ha venido a dar testimonio de la verdad.

El domingo que viene, domingo de Ramos, leeremos el relato de la pasión en el evangelio de Marcos, y el Viernes Santo volveremos a escucharlo en el evangelio según san Juan.

La pasión tiene su momento culminante en la crucifixión, cuando Jesús es clavado en la cruz y levantado en alto. Junto con él son crucificados dos delincuentes, configurando el cuadro del Calvario, con sus tres cruces, que ha inspirado a tantos artistas. Para los romanos, la crucifixión era una forma de aplicar la sentencia de muerte a criminales y a revoltosos. La cruz llevaba a la muerte de forma no inmediata, sino lenta, torturante. A la vez, la ejecución se hacía en un lugar público, a la vista de todos; y ser elevados en la cruz hacía aún más visibles a los condenados.

¿Sabía Jesús que caminaba hacia la cruz? El evangelio de Marcos, el más antiguo, nos muestra que Jesús se va identificando con el “Servidor sufriente”, anunciado por el profeta Isaías, que salvaría a su pueblo a través del sufrimiento. En ese evangelio, tres veces anuncia Jesús a sus discípulos que será entregado a los sumos sacerdotes y condenado a muerte. Es lo que llamamos los anuncios de la Pasión. En uno de esos pasajes, Jesús dice que los sumos sacerdotes lo condenarán y luego lo entregarán “a los paganos”, es decir, a los romanos, que son quienes pueden crucificarlo.

Hoy leemos un pasaje del evangelio según san Juan, escrito mucho después que el de Marcos. Es un evangelio en el que la comunidad cristiana, con la ayuda del Espíritu Santo, entra en el misterio de Jesús, verdadero hombre y verdadero Dios. Hijo del hombre e Hijo de Dios, que muere y resucita.

Para muchos creyentes del tiempo de Jesús, que esperaban al Mesías enviado por Dios, la muerte del salvador era impensable; pero la muerte en la cruz era completamente escandalosa. El evangelio de Juan responde a ese escándalo, poniendo énfasis en que es necesario que Jesús sea levantado en lo alto; primero en la cruz, sí; pero para ir aún más alto, como veremos enseguida.

Tres veces encontramos en el evangelio de Juan el anuncio de Jesús de que Él, “el Hijo del hombre”, va a ser levantado en alto, aludiendo a su crucifixión. 

El domingo pasado escuchamos el primero de esos anuncios:

«De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todos los que creen en él tengan Vida eterna.» (Juan 3,14-15)

¿Por qué esa comparación? En el desierto, el Pueblo de Dios fue atacado por serpientes venenosas. Dios indicó a Moisés que hiciera esa serpiente de bronce y la colocara en un palo. Mirando la serpiente de bronce, los que habían sido mordidos por las venenosas, quedaban curados. La serpiente hecha por Moisés fue un signo de la misericordia de Dios. Anunciando que será levantado en alto, Jesús está prometiendo mucho más que una curación milagrosa: está prometiendo que todos los que crean en Él tendrán Vida eterna. Jesús levantado en la cruz será signo de la misericordia de Dios; pero la cruz no será su final, sino el primer peldaño de la escalera por la que sube de regreso al Padre. 

El segundo anuncio de Jesús levantado en alto, lo encontramos en el capítulo 8:

«Cuando ustedes hayan levantado en alto al Hijo del hombre, entonces sabrán que Yo Soy  y que no hago nada por mí mismo, sino que digo lo que el Padre me enseñó. El que me envió está conmigo y no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada.» (8,28-29)

Con estas palabras, Jesús reafirma su unidad con el Padre. Él ha venido a este mundo enviado por su Padre Dios y su elevación, por la cruz y la resurrección, será su regreso al Padre, de quien realmente no se ha separado nunca.

Y llegamos al evangelio de este domingo quinto de Cuaresma, en el que leemos el tercer anuncio:

«Cuando yo sea levantado en alto sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí.» (Juan 12,32)

Jesús atrae a todos, porque es el Hijo de Dios hecho hombre. Ha tomado nuestra humanidad y se ha unido a todos nosotros. A lo largo de los siglos y aún en el mundo presente, una parte de la humanidad ha recibido y sigue recibiendo el anuncio del Evangelio de Jesucristo, de su buena noticia. A otros no ha llegado de esa forma, sino por los misteriosos caminos de Dios, cuya voz resuena en la intimidad de la conciencia de cada persona humana.

Pero aquí estamos en el momento en que la obra de Jesús está cumplida. Esta es la última predicación de Jesús a la multitud. Frente a sus palabras y a sus obras, más aún, frente a su persona misma, estamos llamados a tomar una decisión. Y esa decisión es nuestro juicio: aceptarlo y unirnos a Él o rechazarlo, colocándonos de parte del “príncipe de este mundo”.

Porque en nuestra vida estamos siempre en camino, esa decisión, cualquiera que sea, no está hecha de una vez para siempre.

Cada día estamos llamados a renovar nuestra decisión de seguir a Jesús.

Hagámoslo con este pasaje de la oración del santo cura Brochero ante el crucifijo, que refleja esa lucha permanente contra el tentador y el constante regreso a Jesús.

Jesús mío, no me atrevo a poner mis ojos en el estandarte de la cruz, 
porque en ella veo que nunca te he seguido, 
que nunca te he acompañado en las batallas, 
que toda mi vida (prescindiendo de los pocos días de inocencia) 
he militado bajo la bandera de Lucifer, 
que toda mi vida he ansiado los sueldos de Lucifer (…) 
Pero ya que vuestra bondad quiere vencer mi ingratitud 
y llamarme de nuevo como lo haces ahora, 
aquí me tenéis pronto a ejecutar vuestras órdenes y militar bajo tu cruz.

En esta semana

  • Martes 19, San José, esposo de María, Solemnidad. Copatrono de la parroquia Santa María de los Ángeles en San José de Carrasco.
  • Miércoles 20, aniversario de la ordenación episcopal de nuestro obispo emérito, Mons. Alberto Sanguinetti.
  • Y desde ese día, hasta el viernes, en Bogotá, reunión de Secretarios Generales de Conferencias Episcopales, convocada por el CELAM, en la que estaré participando.

Amigas y amigos: el próximo domingo es Domingo de Ramos, comienzo de la Semana Santa. Dispongámonos a vivirla en profundidad, buscando el encuentro en la fe con el Señor y con los hermanos. Y que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

jueves, 7 de marzo de 2024

“El que obra conforme a la verdad se acerca a la luz” (Juan 3,14-21). IV Domingo de Cuaresma, "Laetare"


Seguimos avanzando en nuestro camino de Cuaresma, ya a quince días del domingo de Ramos, comienzo de la Semana Santa.
El Viernes Santo volveremos a escuchar el relato de la Pasión según san Juan.
Allí, cuando Poncio Pilato le pregunta a Jesús si él es rey, Jesús responde:
«Tú lo dices: yo soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz.» (Juan 18,37).
Jesús afirma que Él es rey y a continuación expone lo que eso significa. 
Y aquí, por favor, dejémonos sorprender. Porque lo esperable es que Jesús explicara lo que significa ser rey diciendo “he venido para reinar sobre este mundo: para hacer actos de gobierno, tomar decisiones sobre la vida del pueblo, promulgar leyes, administrar justicia… ésas, y muchas más, eran las funciones de un rey en tiempos de Jesús. Y las financiaba cobrando tributos a sus súbditos. 
Pero la explicación que Jesús da sobre su realeza es completamente distinta, es algo que sale de otro horizonte: “he venido al mundo para dar testimonio de la verdad”. Para eso es rey. Para dar testimonio de la verdad.

Jesús no dice “hablarles de la verdad” o “enseñarles la verdad”. Él viene como testigo, como testigo de la Verdad y eso significa que conoce la verdad, que la ha visto. Y en la medida en que vamos entrando en el corazón de Jesús, nos damos cuenta de que él tiene una experiencia de la verdad que sobrepasa lo que entendemos normalmente como conocimiento. No es una experiencia humana. Es la experiencia de Dios en el Hijo de Dios.

A esa expresión de Jesús, “dar testimonio de la verdad” Pilato responde en forma escéptica:
¿Qué es la verdad? (Juan 18,38)
Cuando a alguien le toca ejercer la función de juez, una de las tareas más difíciles que tiene es llegar a la verdad. Quienes acusan dicen una cosa y quienes se defienden, normalmente, dicen todo lo contrario. ¿Cómo llegar a la verdad? ¿Cómo discernirla entre exageraciones y mentiras que vienen de una y otra parte? No es extraño que Pilato se mostrara tan escéptico… ¿qué es la verdad? A veces, es muy poco lo que se puede establecer con certeza.
Pero Jesús ha dicho algo muy importante, a lo que Pilato no prestó atención:
“El que es de la verdad, escucha mi voz.” (Juan 18,37)
La verdad que Jesús ofrece no es simplemente la verdad sobre un hecho, algo para afirmar o negar, creer o no creer. La verdad de la que Jesús habla es un profundo llamado. Escuchar la voz de Jesús no significa simplemente escucharlo de cuando en cuando, ver qué dice hoy: “escucharlo” significa poner en práctica su palabra y seguirlo.
Seguir a Jesús, porque Él es la Verdad. La verdad está en la persona de Jesús.
En Jesús encontramos la Verdad última sobre el hombre, la verdad que da sentido a la vida humana.
El Concilio Vaticano II enseña que
El misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado. (Gaudium et Spes, 22)
Las sombras de la realidad humana: nuestra fragilidad, nuestras contradicciones, nuestras pretensiones de ser más de lo que somos, pero también nuestros anhelos más profundos y nuestras mejores capacidades, solo se entienden contemplando a Jesús, Hijo de Dios hecho hombre.
En él encontramos la verdad sobre el hombre, inseparable de la verdad sobre Dios, Creador, Padre de la humanidad.

Al comienzo de su pontificado, San Juan Pablo II llegó por primera vez a América Latina, en México, para inaugurar la tercera asamblea general del episcopado latinoamericano y del Caribe, en la ciudad de Puebla.
En su discurso, el papa señaló como una debilidad de la civilización actual (estábamos en el año 1979) la inadecuada visión del hombre. Los obispos, en sus trabajos de los días siguientes, escribieron acerca de las “visiones inadecuadas del hombre en América Latina” (DP 305-315).

Los años pasaron y algunas de las apreciaciones que hacían entonces los obispos ya son historia, porque correspondían a otro contexto; otras, en cambio, siguen siendo actuales. A la vez el esfuerzo de aquella deliberación nos invita a seguir reflexionando, en nuestro tiempo, sobre el misterio del ser humano y a tratar de entenderlo desde el testimonio de Jesucristo sobre la verdad.

No es posible entender el misterio del hombre separándolo de su Creador. Es imposible interpretar lo que somos negándonos a reconocernos como criaturas.

Si la vida, como la conocemos, especialmente la vida humana, fuera únicamente el resultado del azar, de unas casuales combinaciones que poco a poco fueron dando origen a la vida, nada tiene especial sentido. Si no nos reconocemos como criaturas, si no creemos que nos ha sido dado un propósito de parte de un Creador, entonces tenemos una absoluta libertad para re crearnos, para volver a crearnos nosotros mismos, en la forma que queramos, prescindiendo de cualquier dato de la realidad que no se amolde a lo que sentimos, empezando por el cuerpo que a cada uno le ha sido dado, con todo lo que significa ese cuerpo en su capacidad de amar y de transmitir la vida, en los roles propios de la mujer y el varón, en la maternidad y la paternidad.

Al contrario, si conocemos a nuestro Creador, si creemos en él como Padre Misericordioso, vemos nuestra frágil humanidad bajo una luz que consuela, anima, levanta y fortalece.

“El que es de la verdad escucha mi voz”, dice Jesús a Pilato. Pero la voz de Jesús no se escucha simplemente para saber qué es lo que dice, sino para poner en obra su palabra.
Y así llegamos al pasaje del evangelio de este domingo que hemos elegido como título:
“El que obra conforme a la verdad se acerca a la luz”. (Juan 3,14-21)
Obrar conforme a la verdad, actuar de acuerdo a la verdad, es actuar, poner en obra las palabras de Jesús. Es poner el amor en obra.
Y, hablando del amor, este es el momento de recordar el mensaje central del Evangelio de hoy:
Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en Él no muera, sino que tenga Vida eterna. (Juan 3,14-21)
Ahí está la verdad de Dios: la verdad de su amor.
La verdad del amor del Padre, que entrega a su hijo para la salvación de toda la humanidad; la verdad del amor del Hijo, que entrega en amor su vida, porque, como él mismo dirá en su momento, nadie ama más que quien da la vida por los que ama.

Comunidad Dios Proveerá en Carrasco del Sauce

En esta semana hemos recibido en la parroquia de Toledo a la comunidad Dios Proveerá, de origen brasileño, que colaborará en la vida pastoral parroquial y diocesana. Dos misioneros, a los que se sumará un tercero, se instalarán en la casa contigua a la capilla Inmaculada Concepción, en Carrasco del Sauce. La comunidad los ha recibido con mucho cariño y esperamos que puedan desarrollar muy bien su servicio entre nosotros.

Gracias, amigas y amigos por su atención. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

lunes, 4 de marzo de 2024

“Crea en mí, Dios mío, un corazón puro, y renueva la firmeza de mi espíritu” (Salmo 51 [50], 12). Palabra de vida, Marzo 2024

La frase de la Escritura que se nos propone en este tiempo cuaresmal forma parte del Salmo 51, donde en su versículo 12 encontramos la conmovedora y humilde invocación: 

“Crea en mí, Dios mío, un corazón puro, y renueva la firmeza de mi espíritu”. 

El texto que la contiene es conocido con el nombre de “Miserere” (o Súplica del pecador arrepentido). En él, la mirada del autor se inicia con la exploración de los escondrijos del alma humana para luego captar las fibras más profundas, las de nuestra completa incompatibilidad frente a Dios y, al mismo tiempo, del insaciable anhelo de plena comunión con Aquel de quien procede toda gracia y misericordia.

“Crea en mí, Dios mío, un corazón puro, y renueva la firmeza de mi espíritu”.

El salmo parte de un episodio bien conocido de la vida de David. Llamado por Dios a cuidar al pueblo de Israel y a guiarlo en los caminos de la obediencia a la Alianza, transgrede la propia misión por haber cometido adulterio con Betsabé y mandar a matar en la batalla a su marido, Urías, el hitita, oficial de su ejército. El profeta Natán le marca la gravedad de su culpa y lo ayuda a reconocerla. Es el momento de la confesión del propio pecado y de la reconciliación con Dios.

“Crea en mí, Dios mío, un corazón puro, y renueva la firmeza de mi espíritu”.

El salmista pone en boca del rey invocaciones muy fuertes que surgen de su profundo arrepentimiento y de la total confianza en el perdón divino: “purifícame”, “lávame”, “borra”. En particular en el versículo que nos interesa emplea el verbo “crea” para indicar que la completa liberación de la fragilidad del hombre le es posible únicamente a Dios. Es la conciencia de que sólo él puede hacernos criaturas nuevas, de “corazón puro”, colmándonos con su espíritu vivificante, dándonos la verdadera alegría y transformando radicalmente nuestra relación con Dios (firmeza del espíritu) y con los demás seres vivientes, con la naturaleza y el cosmos.

“Crea en mí, Dios mío, un corazón puro, y renueva la firmeza de mi espíritu”.

¿Cómo poner en práctica esta Palabra de Vida? El primer paso será reconocernos pecadores y necesitados del perdón de Dios, en una actitud de ilimitada confianza frente a él.

Puede suceder que nuestros repetidos errores nos desanimen, nos lleven a cerrarnos en nosotros mismos. Es necesario entonces dejar entreabierta al menos un poco la puerta de nuestro corazón. Escribía Chiara Lubich en los primeros años de la década del 40 a alguien que se sentía incapaz de superar sus propias miserias: 

“Es necesario quitar del alma todo otro pensamiento. Y creer que Jesús se siente atraído por nuestra exposición humilde, confiada y amorosa de nuestros pecados. Nosotros, por nosotros mismos, no hacemos más que miserias. Él, por sí, para con nosotros no tiene sino una sola cualidad: la Misericordia. Nuestra alma puede unirse a Él solamente ofreciéndole como regalo, como único regalo, no las propias virtudes sino los propios pecados. Si Jesús vino a la tierra y se hizo hombre, sólo quiere con ansias ser el Salvador, el Médico. No desea otra cosa” [1].

“Crea en mí, Dios mío, un corazón puro, y renueva la firmeza de mi espíritu”.

Luego, una vez liberados y perdonados, y teniendo presente la ayuda de los hermanos, porque la fuerza del cristiano proviene de la comunidad, pongámonos a amar concretamente al prójimo, sea quien sea. 

“Lo que se nos pide es un amor recíproco, de servicio, de comprensión, de participación de los dolores, las ansias y las alegrías de nuestros hermanos. Un amor que todo lo cubre y lo perdona” [2].

Por su parte, dice el papa Francisco: 

“El perdón de Dios es aquello que necesitamos todos, y es el signo más grande de su misericordia. Un don que todo pecador perdonado está llamado a compartir con cada hermano o hermana que encuentra. Todos los que el Señor nos ha puesto a nuestro lado, los familiares, los amigos, los colegas, los parroquianos… todos, como nosotros, tienen necesidad de la misericordia de Dios. Es bonito ser perdonado, pero también tú, si quieres ser perdonado, debes a su vez perdonar. ¡Perdona! Para ser testigos de su perdón, que purifica el corazón y transforma la vida” [3].

Augusto Parodi Reyes y equipo de Palabra de Vida

NOTAS

[1] Lubich C. Cartas de 1943-1960.

[2] Lubich C. Palabra de Vida mayo 2002.

[3] Papa Francisco. Audiencia general del 30 de marzo 2016.

sábado, 2 de marzo de 2024

3 de marzo de 1879. Hace 145 años, el beato Jacinto Vera confió la parroquia de San Isidro de Las Piedras a los Padres Salesianos.

Invitación a Misa
 
Decreto del beato Jacinto Vera

Del Piamonte a "América"

¿Por dónde empezar a contar esta historia? Me gustaría empezar por la historia de un joven salesiano, en el norte de Italia, allá por el año 1876. Este padrecito tenía 26 años y había sido ordenado sacerdote tres años antes. 
Una tarde de septiembre de ese año, un sacerdote mayor lo encontró desconsolado, llorando, en el patio.
Al preguntarle que le pasaba, el joven respondió:
- Acabo de salir de la oficina de Don Bosco. Me propone marcharme a América, como director del nuevo colegio de Villa Colón. Le expresé mis dificultades y me dijo que a la fuerza nunca me mandaría; pero me dio un plazo de veinticuatro horas para reflexionar.
Ante su amigo mayor, el joven compartió sus sentimientos. La ilusión que le daba la obra en la que estaba trabajando, los hermanos mayores de los que estaba aprendiendo tanto, su temor de irse tan lejos de don Bosco, del santuario de María Auxiliadora y de su patria…
El sacerdote mayor, después de escucharlo, le aconsejó:
- Vuelve a hablar con Don Bosco, plantéale tus dificultades, tus sentimientos y luego déjalo a él disponer lo que crea más conveniente para la gloria de Dios y el bien de tu alma.
Al otro día, volvieron a encontrarse. El joven parecía más tranquilo y resignado.
- ¿Qué pasó? 
- Hice lo que Ud. me aconsejó. Después de escucharme, Don Bosco me dijo: muy bien. Entonces, prepárate para partir. Y yo -concluyó el joven sacerdote- partiré.
Así fue como el P. Luis Lasagna, que era aquel joven sacerdote, llegó a "América", es decir, al Uruguay, para dirigir el colegio de Villa Colón.
Y ahí tenemos a dos de los personajes de esta historia: Don Bosco que lo envió y Luis Lasagna que obedeció y vino. Y pronto fue posible ver que Don Bosco sabía muy bien a quién había enviado y que no se había equivocado para nada.

Una capilla de la parroquia de Las Piedras

Quienquiera que haya leído un poco sobre nuestro beato Jacinto Vera sabrá que fue párroco durante muchos años de Villa Guadalupe, es decir, de la hoy ciudad de Canelones y que, siendo niño ya estuvo vinculado a nuestro departamento, porque sus padres, que vivieron al principio en Maldonado, compraron un campo en la zona de Toledo.
En Toledo los Vera frecuentaban la capilla de Nuestra Señora del Carmen, más conocida como “la capilla de Doña Ana”. Allí Jacinto hizo su primera comunión.
Esa capilla estaba en el territorio de la parroquia de San Isidro y ahí tenemos un primer vínculo de Jacinto con Las Piedras.
Cuando Jacinto se estaba preparando para entrar al seminario, fue fundamental la ayuda del P. Lázaro Gadea, que le dio clases de latín y de otras materias necesarias para los estudios que iba a emprender. El P. Gadea era párroco de Peñarol y hasta allí iba Jacinto desde Toledo, a caballo, dos leguas de ida y dos leguas de vuelta.
Cuando se pidieron informes sobre Jacinto con miras a su posible ordenación sacerdotal, uno de esos informes, muy positivo, lo presenta el párroco de Las Piedras, que era, en ese momento, el P. Lázaro Gadea.
Ya como vicario apostólico, Jacinto fue muchas veces a Las Piedras, sobre todo en mayo, para la fiesta patronal del 15, pero, significativamente, celebró confirmaciones el 18 de mayo, en dos años distintos. 
(El 18 de mayo se celebra en Las Piedras el aniversario de una batalla librada en sus cercanías en el año 1811, en el proceso de independencia del Río de la Plata).
Estuvo también en misión, como lo hizo por tantos lugares del país.

Un obispo urgido por la falta de clero

En un momento dado, la parroquia de San Isidro quedó vacante. El obispo no tenía sacerdotes para enviar a Las Piedras y pidió ayuda a los salesianos. Le escribió a Don Bosco, con quien tuvo una amistosa correspondencia, que muestra el mutuo afecto con que se trataban.

Puede verse allí la falta de sacerdotes de Jacinto y la falta de sacerdotes de Don Bosco, por razones muy distintas: el primero, en tiempos en que la Iglesia en Uruguay se estaba reorganizando; el segundo, en el momento en que la congregación salesiana estaba afianzándose y recibía llamados de todas partes.

Sin recibir respuestas positivas ni encontrar solución en ninguna parte, Monseñor Jacinto tomó una decisión. Por medio de una carta comunicó al Padre Lasagna que lo nombraba administrador parroquial de San Isidro, dejando abierta la posibilidad de que él delegara a los sacerdotes que pudieran atenderla. Y terminaba diciendo: “En la confianza de que no se negará a prestar este servicio a la Iglesia de este país, le ruego pase, el día que pueda, a esa Iglesia parroquial y tome posesión de cuanto pertenece al cargo de Cura.”

Y así empezó esta historia de 145 años de presencia salesiana.

La carta de Mons. Vera al P. Lasagna

Montevideo 3 de marzo de 1879.

Hallándose vacante la parroquia de San Isidro de Las Piedras he resuelto encargar a V. R. la administración de aquella parroquia para que por sí, o por los Padres que designe, se sirva desempeñar ese puesto Ecco. y para el efecto se le conceden todas las facultades y prerrogativas de que por derecho gozan los Curas Párrocos.

En la confianza de que no se negará a prestar este servicio a la Iglesia de este país, le ruego pase, el día que pueda, a esta Iglesia parroquial y tome posesión de cuanto pertenece al cargo de Cura.

Quiera V. R. aceptar las seguridades de mi respeto y consideración.

(firmado) Jacinto Obispo

(sello: Hyacinthus Vera Episcopus Montisvidei)

[Dirigido a] 

Pbro. Dr. D. Luis Lasagna Director del Colegio Pío de Villa Colón.



viernes, 1 de marzo de 2024

“No hagan de la casa de mi Padre una casa de comercio” (Juan 2,13-25). III Domingo de Cuaresma.

Quienes han tenido la gracia de visitar Jerusalén, seguramente estuvieron en el “muro de los lamentos”, vestigio del templo construido por el rey Herodes el Grande, hacia el año 19 antes de Cristo. El templo fue destruido durante la toma de Jerusalén por el general Tito, en el año 70 de nuestra era.
El muro no es una pared del antiguo edificio, sino uno de los cuatro muros de contención erigidos para ampliar la explanada del santuario.

El primer templo de Jerusalén fue construido por Salomón, en el siglo X antes de Cristo y destruido por los babilonios en el año 587. Fue reconstruido al regreso del exilio de Babilonia, en el 536.
Fue el rey Herodes, llamado “el Grande” quien emprendió la construcción de un nuevo templo, en el lugar del viejo, haciendo ampliar la explanada, para dar más relevancia a su obra.
En tiempos de Jesús, todavía estaba fresca la memoria del proceso de construcción de aquella enorme estructura. En el Evangelio de hoy, a propósito de algunas palabras de Jesús, que veremos después, sus oyentes le recuerdan que fueron necesarios cuarenta y seis años para construir ese Templo.

Si buscamos una palabra clave para el evangelio de este domingo, esa palabra es “templo”, que se repite cinco veces. A templo le sumamos “Casa”, dos veces, en el mismo sentido de lugar sagrado: la Casa del Padre, Su Casa.

El episodio ante el que nos encontramos es conocido como “la purificación del templo” y comienza así:
Se acercaba la Pascua de los judíos. Jesús subió a Jerusalén y encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas y a los cambistas sentados delante de sus mesas. Hizo un látigo de cuerdas y los echó a todos del Templo, junto con sus ovejas y sus bueyes; desparramó las monedas de los cambistas, derribó sus mesas y dijo a los vendedores de palomas: «Saquen esto de aquí y no hagan de la casa de mi Padre una casa de comercio.» (Juan 2,13-25)
La descripción que nos hace el evangelista Juan nos hace pensar en una especie de feria, bastante chocante por el lugar en que se encuentra: bueyes, ovejas, palomas, cambistas… Esto no sucede en el interior del templo, sino en la explanada de la que hablábamos, pero que también formaba parte del espacio sagrado. Los animales se vendían como víctimas para los sacrificios. No era, pues, mercancía ajena al templo, sino, de algún modo, necesaria para el culto. Mucha gente venía también a pagar el impuesto al templo, que debía hacerse con una moneda llamada didracma: para eso estaban los cambistas. Pero estos servicios no se hacían con espíritu religioso sino comercial, con comisiones y precios abusivos.

Jesús da razón de su acción en el templo señalando que ese comercio es impropio del lugar donde se encuentran, lugar que él llama “la casa de mi Padre”.
La razón que da Jesús parece insuficiente: 
Los judíos le preguntaron: «¿Qué signo nos das para obrar así?» (Juan 2,13-25)
A lo que Jesús responde en forma bastante enigmática:
«Destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar.» (Juan 2,13-25)
Es aquí que las autoridades (eso es lo que hay que entender cuando el evangelista Juan dice “los judíos”: las autoridades judías) le dicen a Jesús:
«Han sido necesarios cuarenta y seis años para construir este Templo, ¿y Tú lo vas a levantar en tres días?» (Juan 2,13-25)
Un malentendido muy del estilo de Juan. Las palabras de Jesús son interpretadas en forma literal. Pero Jesús, a propósito, no dice “construir” o “reconstruir”, sino “levantar”, el mismo verbo que se traduce también como “resucitar”, tal como aparece en la aclaración que nos da el evangelista:
Él se refería al templo de su cuerpo. Por eso, cuando Jesús resucitó [fue levantado], sus discípulos recordaron que él había dicho esto, y creyeron en la Escritura y en la palabra que había pronunciado.

El templo de su cuerpo. Esto cambia todo. Jesús no deja de tener consideración por el santuario: es la Casa de su Padre, “casa de oración” dice, en otro evangelio. Por eso realiza esta acción de purificación. Al mismo tiempo, al hacer salir a los vendedores de animales para los sacrificios, está anunciando una nueva forma de dar culto a Dios, que no pasa por el derramamiento de sangre de animales. Es lo que dirá después a la mujer samaritana:
«Créeme, mujer, llega la hora en que ni en esta montaña ni en Jerusalén se adorará al Padre.
(…)  la hora se acerca, y ya ha llegado, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque esos son los adoradores que quiere el Padre. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad». (Juan 4,21-24)
El templo no era simplemente una instalación con múltiples altares para ofrecer sacrificios. Era la sede de la presencia de Dios en medio de su pueblo. En el corazón del templo se encontraba el Santísimo, el Santo de los Santos, una pequeña habitación donde solo entraba el sumo sacerdote, que lo hacía una vez al año, el día de las purificaciones, el Yom Kippur. 

Dios no se había “encerrado” ni “recluido” en el templo. Él está siempre presente en todas partes. Pero la presencia en el templo de Jerusalén era una Gracia, un don especial para su pueblo. Sin embargo, la encarnación del Hijo de Dios trae una nueva forma de presencia. Dios se hace presente en su Hijo, particularmente en su cuerpo, es decir, en su realidad humana, de verdadero hombre. Los evangelios presentan numerosos relatos de encuentros de diferentes personas con Jesús. Encontrarlo, verlo, tocarlo, es encontrar, ver y tocar a Dios. Estar en su presencia es estar en la presencia de Dios. Todo lo que una persona recibe de Jesús de Nazaret, lo recibe de Dios.

San Pablo lo resume hermosamente:
Dios quiso que en él residiera toda la Plenitud (…) Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la divinidad (Colosenses 1,19. 2,9)
Esto valía para Jesús en su vida terrena. ¡Cuánto más vale para su cuerpo resucitado! Y esa presencia de Dios se prolonga en su Cuerpo y Sangre presentes en el pan y el vino consagrados en la Misa, presencia real de Jesús resucitado. Y se prolonga también en la Iglesia, Cuerpo de Cristo, que lo hace presente en el mundo.

En nuestro camino de Cuaresma hacia la Semana Santa, hacia la Pascua de Resurrección, pidamos al Señor que aumente nuestra fe: fe en su presencia, fe en su resurrección, para que podamos celebrar con alegría y esperanza.

Misión San Francisco Javier

Desde el sábado 17 al sábado 24 nuestra Diócesis recibió la Misión San Francisco Javier. 105 jóvenes y 6 sacerdotes jesuitas estuvieron en 7 lugares de la Diócesis, en parroquias del decanato Piedras y en Cuchilla de Rocha, de la parroquia de Sauce. Fue la primera etapa de un proyecto que se completará en el año 2026. Los esperamos el año próximo.

P. Rafael Costa SDB (QEPD)

Con fe en Cristo resucitado hemos despedido en estos días al P. Rafael Costa, sacerdote salesiano que falleció en la noche del domingo 25. Hasta el año pasado estuvo presente en la comunidad de Las Piedras, que solo dejó cuando se agravó su enfermedad. Que el Señor premie su vida de generosa entrega y envíe a su congregación nuevas vocaciones.

Gracias, amigas y amigos, por su atención. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

martes, 27 de febrero de 2024

Misa de clausura de la Misión San Francisco Javier en Decanato Piedras.

La misión San Francisco Javier es un proyecto de la Compañía de Jesús que viene realizándose desde hace años en todo el Uruguay.

Este año llegó a la Diócesis de Canelones. El proyecto abarca tres años: 2024-2026.

En el comienzo, este año, durante una semana (sábado 17 a sábado 24) 105 jóvenes uruguayos y argentinos y seis sacerdotes Jesuitas se distribuyeron en siete lugares de la Diócesis, principalmente en el Decanato Piedras: parroquia San Antonio, Rincón del Colorado, Barrio Tiscornia (La Paz), Parroquia San Adolfo y Parque Novoa (ambos en El Dorado, Municipio 18 de Mayo), Progreso y Cuchilla de Rocha, en la parroquia de Sauce.

El sábado 24 se celebró la Misa con la que se cerró la Misión. Cuatro misioneros dejaron en ella los testimonios que pueden escucharse y verse en el video. 

"Cristo es lo único que vale la pena, para no morir de verdad". P. Rafael Costa Diana SDB (1957-2024).


Homilía del P. Andrés Boone SDB, en el sepelio realizado el día 27 de febrero de 2024 en Parque del Recuerdo, ruta 5, departamento de Canelones. 
(El P. Rafael Costa falleció en la noche del domingo 25 al lunes 26.)

Nos hemos reunido para encomendar el alma de nuestro hermano Rafael en el abrazo misericordioso del Padre Dios.

Rafael nació en Montevideo el 7 de julio de 1957. El 11 de julio Don Carlos (su padre) lo inscribió en el registro civil con el nombre de su padre: Rafael.  Fue bautizado en la parroquia del Cordón.  Posteriormente Don Carlos y Doña Ester le regalaron 2 hermanas y 1 hermano que también se hizo sacerdote salesiano.  A los 30 años y después de varios años de servicios profesionales y laborales, entró en el noviciado salesiano.  Fue ordenado sacerdote el 6 de octubre de 1991, por imposición de manos de Mons. Gottardi en el Santuario Nacional de María Auxiliadora de Villa Colón.

En una entrevista después de su ordenación testimoniaba de esta forma lo vivido: 

“En la celebración sentí como que se cumplía el llamado de Dios; no como una culminación, porque es el comienzo de una nueva vida, sino como "cumplimiento del llamado". En ese momento pasaron por mi cabeza cantidad de cosas... desde la relación con Dios que tuve de niño, de la catequesis que tuve en casa con los niños de las quintas, en el Colegio… Después, esos años de separación de la celebración de la Eucaristía y de la Reconciliación, el encuentro nuevo con Dios en los sacramentos... como que se me refrescó todo lo vivido en mi niñez, la presencia muy fuerte de María. Esta imagen que tengo acá era de mi tatarabuelo y de chiquitito yo sentía como que me hablaba... siempre fue una presencia importante, una mirada que me llamó la atención... y (volviendo a la celebración) al estar ahí, frente a la imagen de María Auxiliadora en el patio del Pío un poco sentí esa mirada, pero distinta, en la madurez de la vida cristiana, que me bendecía pero al mismo tiempo me pedía fidelidad a la vida sacerdotal.

El “Rafa”, como le decíamos cariñosamente, fue en sus primeros años de sacerdote encargado de pastoral del Instituto Juan XXIII, para luego ocuparse del Colegio Nuestra Señora del Rosario en Paysandú como director, acompañando también algunas comunidades de la parroquia, prestando un servicio a la comunidad de Quebracho a solicitud del obispo. Luego, en Talleres Don Bosco se ocupó de la dirección de esta casa promoviendo la modernización de los talleres y los programas en bien de la formación de los jóvenes obreros.  En estos tiempos  ya colaboraba como Secretario Ejecutivo en el Departamento de Liturgia de la Conferencia Episcopal del Uruguay, promoviendo varias publicaciones.  A su vez colaboraba en varios servicios a nivel inspectorial, especialmente en la preparación de las semanas pascuales juveniles y otros momentos litúrgicos y de oración importantes de nuestra vida inspectorial.  Él hacía que estos momentos se disfrutaran por los signos y símbolos bien preparados.

En Evangelii Gaudium, en el numeral 167 podemos leer: 

“es bueno que toda catequesis preste una especial atención al “camino de la belleza” (Vía pulchritudinis).  Anunciar a Cristo significa mostrar que creer en Él y seguirlo no es sólo algo verdadero y justo, sino también bello, capaz de colmar la vida de un nuevo resplandor y de un gozo profundo. ..  todas las expresiones de verdadera belleza pueden ser reconocidas como un sendero que ayuda a encontrarse con el Señor Jesús”.

Y si bien este texto es más reciente, ya era algo que ponía en práctica el P. Rafael en la liturgia.  La belleza, la invitación a través de los signos a la interioridad y al encuentro con Cristo.  Un camino que vivió con más intensidad siendo párroco en Colón.  Un camino que no necesitaba de grandes iglesias: el P. Rafael fue capaz de hacer vivir esta belleza también en las capillas barriales.  Aquí en Las Piedras tenía un especial cuidado para los grandes momentos litúrgicos en la capilla Santo Domingo.

Los últimos meses andaba algo perdido y a veces se repetía y olvidaba algo, pero siempre preparaba con esmero la Eucaristía y disfrutaba si en las grandes celebraciones había algún signo, algún gesto... En su Facebook ha publicado como foto de portada una imagen de Cristo Resucitado de un artista de nuestro tiempo.  Y con esto Rafael expresaba, en cierta forma, por un lado el gusto de lo bello, de lo lindo del arte y por el otro lado su fe en la Resurrección

En una entrevista, a poco de ser ordenado, le solicitaron una frase para terminar, y él respondía: 

La de Juan XXIII. En estos años pensé mucho en mi relación personal con el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo y uno va descubriendo cómo ese Jesús que ama tanto al Padre es lo único que fue capaz de dar esa fuerza de amor que es el Espíritu Santo; presencia viva de Cristo en el mundo. la frase es: "Cristo es el único camino para no perderse, la única verdad para no errar, y la única vida para no morirse y Cristo es lo único que vale la pena, para no morir de verdad”.

¡Cuántos buenos momentos vividos a tu lado! ¡Cuánto apoyo en varios momentos de la vida comunitaria! ¡Cuántas palabras al oído sobre cómo ser mejor persona y ayudar a tanta gente que necesita una palabra de apoyo! 

¡Seguro que la Auxiliadora y Don Bosco lo están recibiendo en el paraíso para celebrar la liturgia eterna!



viernes, 23 de febrero de 2024

“Este es mi Hijo muy querido, escúchenlo”. (Marcos 9,2-10). II Domingo de Cuaresma.

Avanzamos en nuestro camino de Cuaresma, preparándonos a la Semana Santa, celebración del gran misterio de la fe cristiana: la Pascua; la muerte y resurrección de Cristo.

El domingo pasado escuchamos al evangelista Marcos decirnos, muy escuetamente, que “el Espíritu llevó a Jesús al desierto, donde fue tentado por Satanás durante cuarenta días”. El pasaje concluye con un breve resumen de la predicación de Jesús, en el que destaca la palabra: “conviértanse”; un llamado que tiene especial significación en la Cuaresma. Convertirse, cambiar de mentalidad, cambiar de vida, dejar de hacer el mal y caminar por la vida como Jesús, que “pasó haciendo el bien”.

Este domingo nos lleva a otro escenario. Dejamos el lago de Galilea, donde Jesús comenzó a predicar y llamó a sus primeros discípulos, y nos trasladamos a un monte, que suele identificarse con el Tabor. 

Jesús ha provocado un desconcierto entre sus discípulos, porque…
… comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar después de tres días (Marcos 8,31)
La fama de Jesús estaba creciendo. La gente estaba convencida de que Él era el Mesías… pero el Mesías que ellos esperaban: un liberador del dominio de los romanos. Jesús, en cambio, se identifica con el Servidor de Dios, el Siervo sufriente, anunciado por el profeta Isaías, que llega para salvar, no sólo al Pueblo elegido, sino a toda la humanidad por medio de su sacrificio redentor.

La incomprensión de la gente respecto a la misión de Jesús y la confusión de sus propios discípulos, que no entienden qué sentido tiene un Mesías maltratado y condenado a muerte, llevan a Jesús a tomar una decisión:
Seis días después, Jesús tomó a Pedro, Santiago y Juan, y los llevó a ellos solos a un monte elevado. Allí se transfiguró en presencia de ellos.
Sus vestiduras se volvieron resplandecientes, tan blancas como nadie en el mundo podría blanquearlas. (Marcos 9,2-3)
¿Por qué hace eso Jesús? La Iglesia nos lo explica en el prefacio de este domingo:
Él mismo, después de anunciar su muerte a los discípulos
les reveló el esplendor de su gloria en la montaña santa,
para que constara, con el testimonio de la Ley y los Profetas,
que, por la pasión, debía llegar a la gloria de la resurrección.
(Prefacio del II domingo de Cuaresma)
Jesús quiso mostrar a sus discípulos una anticipación de su gloria, la que llegará a tener después de la resurrección, para fortalecerlos en la fe y animarlos a seguirlo por el camino de la cruz.

Esta expresión: Jesús “se transfiguró”, que da nombre al episodio de “la transfiguración”, aparece en el evangelio de Marcos y también en el de Mateo. Lucas cuenta el mismo episodio, pero no utiliza ese verbo. Hablando de Jesús, Lucas dice que…
… su rostro cambió de aspecto y sus vestiduras se volvieron de una blancura deslumbrante. (Lucas 9,28-29)
El verbo “transfigurar” aparece dos veces más en el Nuevo Testamento, en dos cartas de San Pablo. En la segunda carta a los Corintios, el apóstol dice:
Nosotros, en cambio, con el rostro descubierto, reflejamos, como en un espejo, la gloria del Señor, y somos transfigurados a su propia imagen con un esplendor cada vez más glorioso, por la acción del Señor, que es Espíritu. (2 Corintios 3,18)
Bastante denso lo que dice san Pablo, pero vamos a tratar de entenderlo. No está hablando de lo que pasó con Jesús, sino de lo que va a pasar con nosotros, creyentes, si perseveramos en la fe. Más aún, no solo que va a pasar, en un futuro, sino que, de alguna manera ya está pasando. San Pablo habla en tiempo presente: “somos transfigurados”. Somos transfigurados a la imagen del Señor; pero es un proceso, es decir, nos vamos configurando con Él, vamos entrando en su Gloria.

Mateo dice que el rostro de Jesús “resplandecía como el sol”; Lucas dice que “su rostro cambió de aspecto”. En la transfiguración, el rostro de Jesús refleja la Gloria del Padre y, a la vez, resplandece en Él su Gloria como Hijo de Dios.
Pablo dice que nosotros “reflejamos, como en un espejo, la gloria del Señor”.
Esa es la meta del camino cuaresmal; más aún, es la meta de nuestra vida: participar en la gloria de Cristo. La transfiguración de Jesús muestra anticipadamente su resurrección, anuncia su resurrección; pero también anuncia la nuestra. Contemplar a Jesús transfigurado es contemplar el destino al que está llamado todo ser humano.

Decíamos que el verbo transfigurar aparece también en otra carta de Pablo, la carta a los Romanos:
No tomen como modelo a este mundo. Por el contrario, transfórmense interiormente renovando su mentalidad, a fin de que puedan discernir cuál es la voluntad de Dios: lo que es bueno, lo que le agrada, lo perfecto. (Romanos 12,2)
Porque puede sonar raro leer “transfigúrense”, el traductor al español prefirió, por claridad, “transfórmense interiormente”. Pero en el original  griego, el verbo es el mismo que se traduce como “transfigurar, transfigurarse”.

Entonces, podríamos decir que para poder ser transfigurados y participar en la Gloria de Dios, en su vida divina, nosotros tenemos que transfigurar nuestra conducta. Eso es obra de Dios, pero también obra nuestra, en la medida en que libremente elegimos a Dios y cumplimos lo que el Padre nos pide en el Evangelio de hoy:
«Este es mi Hijo muy querido, escúchenlo.» (Marcos 9,7)
Escuchar a Jesús para conocer la voluntad de Dios: lo que es bueno, lo que le agrada, lo perfecto y realizarlo en nuestra vida, poniendo en práctica la Palabra.

Gracias, amigas y amigos, por escuchar conmigo la Palabra de Dios. Animémonos unos a otros a ponerla en práctica y que para esto, nos bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

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jueves, 22 de febrero de 2024

Misión "San Francisco Javier", Diócesis de Canelones 2024-2026






Desde hace muchos años, la Compañía de Jesús convoca a jóvenes, alumnos y exalumnos de colegios, universitarios de Argentina y Uruguay, para llevar adelante en una diócesis un proyecto misionero de tres años, que lleva el nombre de "San Francisco Javier", el gran misionero jesuita.

Después de haber recorrido las demás diócesis de Uruguay, el año pasado se ofreció este servicio a la Diócesis de Canelones.

La propuesta fue recibida con entusiasmo por el Decanato Piedras (La Paz, Las Piedras, 18 de Mayo, Progreso) y la parroquia de Sauce.

Es así que el sábado 17 de febrero, ciento cinco jóvenes uruguayos y argentinos, junto a un grupo de sacerdotes jesuitas llegaron a Las Piedras, desde donde se distribuyeron en grupos de quince a los siete lugares de misión.

El lanzamiento de la Misión se dio con la Misa presidida por Mons. Heriberto en la parroquia de San Isidro, el sábado 17.

Los jesuitas que acompañan a los jóvenes misioneros en los diferentes sitios son el Padre provincial, Rafael Velasco (La Paz), el P. Guillermo Blasón en la capilla de Cuchilla de Rocha (parroquia de Sauce), el P. Germán Guidi (El Dorado, donde hay dos grupos: uno en la parroquia San Adolfo y otro en diferente lugar), el P. Oscar Freites (Progreso), el P. Beto Michelena (Rincón del Colorado, capilla de la Parroquia San Antonio de Las Piedras) y el P. Álvaro Pacheco (Parroquia San Antonio).

El cierre de la Misión será con la celebración de la Eucaristía el sábado 24 (en principio, a las 19 horas, en la parroquia San Isidro).