“Alégrense, trabajen para alcanzar la perfección, anímense unos a otros, vivan en armonía y en paz. Y entonces, el Dios del amor y de la paz permanecerá con ustedes” (2 Cor 13,11).
El apóstol Pablo ha seguido con amor el desarrollo de la comunidad cristiana en la ciudad de Corinto; la ha visitado y sostenido en momentos difíciles.
Sin embargo, en un momento dado debe defenderse, con esta carta, de acusaciones de otros predicadores para quienes el estilo de Pablo era discutible, pues no pedía retribución por su trabajo misionero, no hablaba según los cánones de la elocuencia ni se presentaba con cartas de recomendación que afirmasen su autoridad, y proclamaba que comprendía y vivía su propia debilidad a la luz del ejemplo de Jesús.
Con todo, al concluir su carta, Pablo entrega a los corintios un llamamiento lleno de confianza y esperanza:
“Alégrense, trabajen para alcanzar la perfección, anímense unos a otros, vivan en armonía y en paz. Y entonces, el Dios del amor y de la paz permanecerá con ustedes”.
La primera característica que salta a la vista es que sus exhortaciones están dirigidas a la comunidad en su conjunto como lugar en el que se puede experimentar la presencia de Dios. Todas las debilidades humanas que dificultan la comprensión recíproca, la comunicación leal y sincera, la concordia respetuosa de la diversidad de experiencias y de pensamiento pueden ser sanadas por la presencia del Dios de la paz.
Pablo sugiere ciertos comportamientos concretos y coherentes con las exigencias del evangelio: procurar realizar el proyecto de Dios sobre cada uno y sobre todos, como hermanos y hermanas; poner en circulación el mismo amor consolador de Dios que hemos recibido; cuidar los unos de los otros, compartiendo las aspiraciones más profundas; acogerse mutuamente, ofreciendo y recibiendo misericordia y perdón; alimentar la confianza y la escucha.
Son opciones que dependen de nuestra libertad y que a veces requieren la valentía de ser «signo de contradicción» respecto a la mentalidad corriente.
Por eso, el Apóstol recomienda también animarse mutuamente en este esfuerzo. Para él lo que vale es custodiar y testimoniar con alegría el valor inestimable de la unidad y de la paz, en la caridad y en la verdad. Todo, siempre, basado en la roca del amor incondicional de Dios, que acompaña a su pueblo.
“Alégrense, trabajen para alcanzar la perfección, anímense unos a otros, vivan en armonía y en paz. Y entonces, el Dios del amor y de la paz permanecerá con ustedes”.
Para vivir esta Palabra de vida, miremos también nosotros, como Pablo, al ejemplo y los sentimientos de Jesús, que vino a traernos su propia paz (1). Y esa «no es solo ausencia de guerra, de disputas, divisiones o traumas: es plenitud de vida y de alegría, es salvación integral de la persona, es libertad, es fraternidad en el amor entre todos los pueblos. Y ¿qué hizo Jesús para darnos “su” paz? Pagó en persona. Medió entre los contendientes, cargó con los odios y las separaciones, derribó los muros que separaban a los pueblos (2).
«Construir la paz requiere también de nosotros un amor fuerte, capaz de amar incluso a quien no nos corresponde, capaz de perdonar, de superar la categoría del enemigo, de amar la patria del otro como la propia. Además exige de nosotros un corazón y unos ojos nuevos para amar y ver que todos son candidatos a la fraternidad universal. “El mal nace del corazón del hombre –escribía Igino Giordani– (3), y para apartar el peligro de la guerra hace falta desterrar el espíritu de agresión, de explotación y egoísmo del que procede la guerra: hace falta reconstruir una conciencia”» (4).
Bonita Park es un barrio de Hartswater, localidad agrícola de Sudáfrica. Como en el resto del país, persisten los efectos heredados del régimen del Apartheid, sobre todo en el ámbito educativo: el nivel escolar de los jóvenes miembros de las comunidades negras y mestizas es muy inferior al del resto de grupos étnicos, con el consiguiente riesgo de marginación social.
El proyecto The Bridge nace para crear una mediación entre los distintos grupos étnicos del barrio y compensar los desfases y diferencias culturales con la creación de un plan de refuerzo escolar y un pequeño espacio común: un lugar de encuentro entre culturas diversas para niños y adolescentes. La comunidad demuestra un gran deseo de trabajar juntos: Carlo ha ofrecido su vieja camioneta para recoger la madera con la que han fabricado los bancos, y el director de la escuela primaria más cercana ha regalado estanterías, cuadernos y libros. Por su parte, la Iglesia Reformada Holandesa ha donado cincuenta sillas. Cada uno ha hecho su parte para reforzar cada día más este puente entre culturas y etnias (5).
Letizia Magri y el equipo de la Palabra de vida
1. Cf. Jn 14, 27.
2. Cf. Ef 2, 14-18.
3. Giordani, I. (2003). La inutilidad de la guerra. Buenos Aires: Ciudad Nueva.
4. C. Lubich. Palabra de vida, enero de 2004.
5. Cf.:https://www.unitedworldproject.org/workshop/sudafrica-un-ponte-tra-culture; Spazio famiglia, marzo 2019, pp. 10-13.
La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo permanezcan con todos ustedes. (2 Corintios 13,11-13)
Con este saludo de san Pablo concluye la segunda lectura que escuchamos este domingo.
Es un saludo que la liturgia ha recogido y que frecuentemente oímos del sacerdote al comienzo de la Misa. Hace referencia a las tres personas de la Santísima Trinidad, pero no en la forma ni en el orden en que habitualmente las nombramos, Padre, Hijo y Espíritu Santo.
En este saludo, Pablo pone en primer lugar un don, un gran don de Dios, vinculándolo con cada persona: la gracia, el amor, la comunión, deseando que cada uno de esos dones divinos permanezcan con cada uno de los miembros de la comunidad: “con todos ustedes”.
"La gracia del Señor Jesucristo"
Para Pablo, estas palabras no son una teoría ni una fórmula: son su experiencia vital. En otras cartas, Pablo cuenta que él era fariseo y para él todo giraba alrededor de la Ley. La manera de ser un hombre justo ante Dios era cumplir escrupulosamente la Ley. Y él lo hacía, considerando que tenía en eso “una conducta irreprochable” (Filipenses 3,6).
Pero todo se le dio vuelta cuando se encontró con Cristo resucitado, o mejor, como dice él, cuando fue alcanzado por Cristo Jesús. A partir de ahí, su vida ya no va a estar basada en la Ley, sino en la Gracia, es decir, el amor gratuito de Dios.
Pablo descubre que el hombre no se salva a través de la observancia de la Ley, que sería como tener el poder de salvarse a sí mismo. El ser humano es salvado por Cristo, por su muerte y su resurrección. Esa acción salvadora ya está realizada, pero es necesario creer en Jesucristo, conocer y aceptar el amor de Dios que ha sido manifestado en el Hijo de Dios. Es a partir de ese encuentro con Cristo, de esa fe, que el hombre puede cambiar su vida, dejar atrás todas sus faltas y empezar una vida nueva.
Esa es la experiencia de Pablo y de tantos hombres y mujeres santos de todos los tiempos. San Carlos de Foucauld, que vivió una vida bastante desordenada y atormentada, nos dejó una frase en que se sintetiza todo lo que provocó en él el encuentro con el amor de Dios. Una frase que se convirtió en su programa de vida:
«En cuanto creí que existía un Dios, comprendí que no podía hacer otra cosa que vivir sólo para El». (San Ch. de Foucauld, 1883)
Pablo llama a Jesucristo “el Señor”. Otra vez, eso no es un título, no es una fórmula. Pablo vive para Cristo. Más aún, Pablo llega a decir:
“ya no soy yo quien vive, sino que es Cristo quien vive en mí” (Gálatas 2,20)
Y eso es lo que él desea y lo que pide para cada uno de nosotros.
"El amor de Dios"
A continuación, siguiendo con su saludo, Pablo menciona “el amor de Dios”. Si identificamos al Señor Jesucristo como el Hijo, aquí identificamos a Dios como el Padre. La petición que hace Pablo para la comunidad es que el amor de Dios permanezca en ellos. El amor del Padre es inseparable de Jesucristo. El amor de Jesucristo, su gracia, es la manifestación del amor misericordioso del Padre. Del amor del Padre nos habla la primera lectura, del libro del Éxodo:
«El Señor es un Dios compasivo y bondadoso, lento para enojarse, y pródigo en amor y fidelidad.» (Éxodo 34, 4b-6. 8-9)
Ese amor del Padre se manifiesta en la entrega de su propio Hijo, como dice el mismo Jesús:
Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en Él no muera, sino que tenga Vida eterna. (Juan 3, 16-18)
Muchas veces, en el evangelio de Juan, se habla del mundo como el lugar de la maldad, como una amenaza para la vida de los creyentes.
Hablando con aquellos que lo rechazan y se oponen a él, Jesús les dice:
“Ustedes son de este mundo, yo no soy de este mundo” (Juan 8,23)
En cambio, a sus discípulos les manifiesta:
“Si ustedes fueran del mundo, el mundo los amaría como cosa suya. Pero como no son del mundo, sino que yo los elegí y los saqué de él, él mundo los odia” (Juan 15,19)
Pensemos en esto cuando el Papa Francisco nos previene contra la “mundanidad”, el espíritu del mundo… no nos está hablando de algunas cosas vanas, en las que podemos entretenernos… está tomando el lenguaje de Jesús en el evangelio de Juan. Nos está previniendo para que no caigamos en una forma de pensar contraria al evangelio de Jesús.
Pero en el pasaje del evangelio de hoy, el mundo es la totalidad de lo creado, especialmente la humanidad que vive en él. Dios ama su creación, ama el mundo que ha creado y las criaturas que salieron de sus manos. Por eso Jesús dice “tanto amó Dios al mundo…”
En la última cena, en el evangelio de Juan, Jesús ruega por sus discípulos y le dice al Padre:
No te pido que los saques del mundo, sino que los preserves del Maligno. Así como tú me enviaste al mundo, yo también los envío al mundo. (Juan 17,15.18)
Todo esto lo expresa un hermoso himno, en esta estrofa, por cierto, muy trinitaria:
¡Oh Padre! Que amaste tanto a los hombres, que enviaste a tu único Hijo,
derrama sobre nosotros tu Espíritu, para que amemos al mundo al que fuimos enviados.
"La comunión del Espíritu Santo"
Pablo concluye su saludo, pidiendo para la comunidad “la comunión del Espíritu Santo”.
¿Por qué el Espíritu Santo asociado a la comunión? ¿Comunión entre quienes? En primer lugar, entre el Padre y el Hijo. El Espíritu es el espíritu de amor, que va del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, en un continuo vaivén. La persona del Espíritu es el vínculo de amor entre el Padre y el Hijo.
Dios nos ofrece entrar en esa comunidad de amor que es la santísima Trinidad. Esa es la vida eterna que quiere ofrecernos: que participemos de su propia vida, recibiendo su amor por medio del Espíritu. Así dice Pablo en la carta a los Romanos:
El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado. (Romanos 5,5)
Por medio del Espíritu, en esta vida, comenzamos a vivir nuestra comunión con Dios y entre nosotros en cuanto creyentes, miembros de la misma comunidad.
La comunión eucarística es el sacramento, el signo visible y eficaz de esa común-unión espiritual de los creyentes con Dios y entre sí. Si, como creemos, la Eucaristía es fuente y culmen de la vida cristiana, pidamos a Dios la gracia de llegar a comulgar como culminación de muchos encuentros de comunión espiritual con Dios y con nuestra comunidad; y al regresar de comulgar, volver animados a seguir creciendo en esa comunión de todos nosotros con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
En esta semana:
Mañana, lunes 5, los sacerdotes y diáconos de la Diócesis estaremos reunidos en Villa Guadalupe para una jornada de formación permanente. Les pido su oración por este encuentro para que nos ayude a un mejor servicio pastoral y acreciente los lazos fraternos dentro de nuestro clero.
Red mundial de oración del Papa
En junio, el Papa nos pide rezar por la abolición de la tortura. Oremos para que la comunidad internacional se comprometa concretamente en la abolición de la tortura, garantizando el apoyo a las víctimas y sus familias.
Gracias, amigas y amigos, por su atención. Que la gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo permanezcan con todos ustedes. Amén.
Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De pronto, vino del cielo un ruido, semejante a una fuerte ráfaga de viento, que resonó en toda la casa donde se encontraban. Entonces vieron aparecer unas lenguas como de fuego, que descendieron por separado sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en distintas lenguas, según el Espíritu les permitía expresarse. (Hechos de los apóstoles 2,1-11)
Así narra el libro de los Hechos de los Apóstoles el acontecimiento que recordamos y celebramos hoy: el día de Pentecostés; el día en que el Espíritu Santo descendió sobre los discípulos de Jesús, manifestándose primero como viento y luego como lenguas de fuego.
A menudo se habla del Espíritu Santo como “el gran desconocido”. Vamos a intentar conocerlo un poco más.
¿Por dónde empezar? Decimos del Espíritu Santo que es la tercera persona de la Santísima Trinidad. Empecemos por ahí: es una persona, no una persona humana como nosotros; tampoco se hizo hombre, como el Hijo. Es espíritu y está en todas partes… pero al decir que es una persona, hablamos de relación con otras personas. Como persona de la Santísima Trinidad, el Espíritu Santo está en relación con el Padre y el Hijo. Entender eso es importante para adentrarnos en ese misterio de la fe y está bien hacerlo. Ahí descubrimos al Espíritu Santo como el amor que va del Padre al Hijo y del Hijo al Padre. El próximo domingo celebraremos la solemnidad de la Santísima Trinidad y tal vez podamos profundizar un poco en esto.
Pero ahora, prestemos atención a la relación del Espíritu Santo con nosotros.
Una de las formas en que vivimos esa relación, y una forma nada menor, es la oración. ¿Cómo oramos al Espíritu Santo? Mirando varias oraciones dirigidas al Espíritu que habitualmente rezamos en la Iglesia, puede llamarnos la atención que muchas de ellas comienzan diciendo “Ven, Espíritu Santo”, comienzan llamando al Espíritu. En nuestro programa anterior explicamos la palabra paráclito, que se puede traducir como “el que puedo llamar para que esté a mi lado”. La oración de la Iglesia y la oración de cada creyente al Espíritu empieza por llamarlo.
Algunos ejemplos. Así empieza una oración muy conocida, que suele rezarse al comienzo de algunas reuniones eclesiales:
Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles, y enciende en ellos el fuego de tu amor.
Ahí tenemos el llamado que hace la comunidad reunida. La comunidad invoca al Espíritu y pide su presencia… Su presencia no en el aire, sino en lo más profundo de cada persona, en el corazón; y no en un rinconcito del corazón; el pedido es que llene los corazones”. Y, más aún, que los encienda, que genere el ardor, el ardor con que hay que hacer las cosas buenas, las obras de Dios.
Otro ejemplo lo tenemos en la secuencia del Espíritu Santo que se reza en la Misa de Pentecostés, es decir, hoy. Veamos las dos primeras estrofas:
Ven, Espíritu Santo, y envía desde el cielo un rayo de tu luz. Ven, Padre de los pobres, ven a darnos tus dones, ven a darnos tu luz.
“Ven, ven, ven”. Un ruego insistente. Y a continuación el pedido de otras acciones del Espíritu: lava, riega, cura, suaviza, corrige… para terminar pidiendo:
salva nuestras almas, danos la eterna alegría.
Y todo eso, desde dentro de nosotros, obrando en los corazones de los fieles.
Para un último ejemplo nos vamos atrás en el tiempo, al siglo IX, época en la que se compone el himno conocido como “Veni, Creator”. El primer verso dice “Veni, Creator Spiritus”, es decir: “Ven, Espíritu Creador”. Otra vez, la oración comienza con el llamado al Espíritu Santo. Aquí lo nombra como “Creador”, lo que se refiere tanto a la creación del mundo, cuando
La tierra era algo informe y vacío, las tinieblas cubrían el abismo, y el soplo de Dios se cernía sobre las aguas. (Génesis 1,2)
como al Espíritu que engendra a Jesús en el seno de María:
El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios. (Lucas 1,35)
y más directamente para nosotros, como el Espíritu que hace nacer de nuevo al bautizado:
Él nos salvó, haciéndonos renacer por el bautismo y renovándonos por el Espíritu Santo. (Tito 3,5)
La primera estrofa del “Veni, Creator” completa esa idea de la vida nueva en los fieles. Esto es lo que pide:
Ven, Espíritu Creador, visita las almas de tus fieles y llena con tu divina gracia, los corazones que Tú creaste.
El domingo de Pentecostés es precedido en muchos lugares por una vigilia de oración en la noche del sábado. Esa oración continúa en las Misas del domingo. Pidamos al Padre y al Hijo el don del Espíritu Santo que renueve, anime y encienda la vida de nuestras comunidades, llenando y regenerando nuestros corazones. Que el Espíritu lave nuestras manchas, riegue nuestra sequía espiritual, cure nuestras heridas, suavice nuestra dureza, corrija nuestros desvíos. En fin, que nos ayude a convertirnos profundamente y a vivir y comunicar con alegría nuestra fe.
Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles, y enciende en ellos el fuego de tu amor.
En esta semana
Lunes 29. Recordamos a San Pablo VI, el papa que llevó a culminación el Concilio Vaticano II e inauguró los viajes apostólicos que luego continuaría san Juan Pablo II. Dentro de su magisterio, la exhortación apostólica Evangelii Nuntiandi, el anuncio del evangelio, sigue recordándonos que la Iglesia existe para evangelizar.
El martes 30, San Fernando, patrono de nuestra vecina Diócesis de Maldonado-Punta del Este-Minas.
El miércoles 31, Visitación de la Virgen María. Fiesta patronal en el Monasterio de las Salesas, en Progreso.
Jueves 1. San Justino.
Sábado 3. San Carlos Lwanga y compañeros, mártires. En el mismo día recordamos a San Juan XXIII, Papa, que fue quien creó nuestra diócesis de Canelones. También el 3, San Cono, monje, que tiene su santuario en Florida y a quien muchos uruguayos tienen especial devoción.
Amigas y amigos, gracias por su atención. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.
23 y 24 de mayo de 2023 - Uruguaiana, Rio Grande do Sul, Brasil
Tema: “Los vecinos se re-encuentran en la post-pandemia, con memoria agradecida de nuestro caminar juntos, para compartir y vislumbrar el futuro de nuestros encuentros.”
"Los setenta y dos enviados volvieron con gran alegría…
Jesús les dijo: Alégrense porque sus nombres ya están escritos en el cielo”
Lc 10, 17.20
Llenos de gratitud nos hemos convocado y re-encontrado, laicos y laicas, consagradas, diáconos, seminaristas, sacerdotes y obispos, después de cuatro años, para retomar juntos el camino de la fraternidad compartida que nos identifica como vecinos de fronteras. Hemos valorado los encuentros como una experiencia sinodal realizada durante muchos años y la labor de las personas que lo llevaron adelante.
La ciudad de Uruguaiana, Río Grande do Sul, Brasil, fue el lugar donde hemos compartido, en el calor de hermandad que brota del seguimiento a Jesús y del compromiso transformador con el Evangelio. Han sido días de oración, reflexión y experiencias de nuestro caminar como Iglesia.
Como vecinos de fronteras, compartimos en el diálogo y en la escucha atenta, las diversas situaciones suscitadas a partir de la pandemia COVID19 y las múltiples iniciativas que, ante los desafíos, creativamente cada iglesia local debió idear e ingeniar para atravesar esos tiempos tan difíciles. Hoy la Iglesia nos invita a reflexionar sobre nuestro caminar juntos, bajo el lema “Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión”. Hemos hecho memoria del proceso transcurrido donde se han identificado actitudes que impiden y otras que ayudan a transitar el camino sinodal en sus distintas fases: diocesana y continental, en vista a la etapa final, con el anhelo de promover una experiencia de discernimiento, participación y corresponsabilidad.
Agradecidos a Dios Padre porque, convocados como pueblo de hijos y de hermanos en Jesús, después de cuatro años, hemos vuelto a reunirnos y a mirar con esperanza el futuro de estos encuentros, que nos ayudarán a profundizar la misión de servicio y anuncio de nuestras Iglesias diocesanas.
Uruguaiana, 24 de mayo de 2023
Conmemoración de María Auxilio de los Cristianos
Los 46 participantes de los siguientes países y diócesis:
Argentina: Diócesis de Concordia, Corrientes, Formosa y Santo Tomé.
Brasil: Diócesis de Bagé, Pelotas, Santo Ângelo y Uruguaiana.
Una mirada al cuadro de María Auxiliadora que San Juan Bosco encargó al pintor Tomás Andrés Lorenzone (1824-1902), para colocarlo en la Basílica de María Auxiliadora, en Turín.
Las explicaciones han sido tomadas de distintas páginas web de la Familia Salesiana. No todas las interpretaciones coinciden, en especial sobre los colores de las túnicas y los mantos que llevan la Madre y el Hijo.
Felicitaciones a toda la Familia Salesiana. Con muchos de ellos y de ellas hemos ido yendo y seguimos "caminando juntos" con nuestra Iglesia Peregrina, bajo el manto de María.
En todos los sitios de este planeta, en grandes ciudades o en poblaciones muy pequeñas, innumerables personas despidieron a seres queridos esta semana. También recibieron y celebraron nacimientos, como en todo tiempo y lugar desde que somos humanos. Entretanto, otros viven distraídos o ajenos, indiferentes a esta realidad señera de la vida y de la muerte, en un mundo de irrealidades, o de vanidades, como también esta semana hemos podido ver a través de pantallas.
La vida y la muerte coexisten. Muchas veces una misma comunidad o familia, vive casi simultáneamente nacimientos y muertes, bienvenidas y despedidas. Sin ocultar inquietudes e incertidumbres que normalmente provocan, junto con esa mezcla de infinita alegría o de profundo dolor, ¡qué hermoso regalo es cuando se puede vivir en clima de gratitud! Siempre es gratitud por la vida: por la que se nos regala en un recién nacido, llena de posibilidades abiertas, o por la sembrada generosamente por la persona que despedimos, recogiendo su legado como antorcha que ilumina el sentido y el compromiso a seguir.
En esta semana muchos cristianos de Montevideo nos hemos encontrado en velatorios de dos referentes que han iluminado con su vida nuestro horizonte y lo seguirán haciendo: Beatriz Brites y Mario Cayota.
Beatriz Brites era una laica consagrada, pertenecía al Instituto Secular Hijas de la Natividad de María, más conocidas aquí por su presencia en el colegio Obra Banneux que brinda su servicio en un barrio periférico, de “contexto crítico”. Las laicas consagradas tienen una vida en el mundo, más activa e independiente y se mantienen con sus ingresos económicos, pero existen distintas alternativas de vivirla, contaba Beatriz en una entrevista: “Hay dos estilos, uno conlleva estar en grupos o comunidad (algunas viven en la casa contigua al colegio que animan), y el otro es aquel que llamamos en dispersión y que refiere a quienes vivimos solas o con nuestras familias (su caso). Pero en la práctica no dependemos de ninguna comunidad para vivir. Cada laica elige su profesión, su carrera o su oficio, y desde ese lugar da testimonio a través de sus obras, su entrega y de la acción cotidiana”.
Beatriz era una mujer de perfil bajo, y a la vez fuerte, destacada animadora de diferentes iniciativas en favor de mujeres, niños y jóvenes, que son los más vulnerables en ese contexto. Estaba siempre atenta tanto a las necesidades del barrio, como de las organizaciones a las que se podía recurrir para que las acciones sociales contaran con recursos económicos y profesionales, a fin de que fueran eficaces. Lideraba propuestas y talleres que promovieran a las personas y participaba también activamente de la vida pública de la sociedad uruguaya. Cuando se le requería, hablaba a los medios de comunicación con claridad y valentía, denunciaba las violencias que sufrían los moradores de los barrios Marconi y Casavalle. Beatriz señalaba la violencia cotidiana del hambre, de la falta de recursos, de vivienda digna, de educación y futuro para los jóvenes, que muchas veces era la base de las otras violencias de las que la prensa se ocupaba.
Esta mujer comprometida e inserta en el medio popular, amiga, compañera, presente en toda convocatoria a favor de la vida amenazada, nos dejó siendo joven aún, con mucha energía y fe para compartir. El martes pasado nos sorprendió la noticia de su fallecimiento. Alguien escribió invitando a la Eucaristía: “La sonrisa de Bea nos sigue inspirando. Gracias por tu entrega a cuerpo entero al estilo de Jesús, al estilo de Cacho, ¡a tu estilo Beatriz! Tu nueva presencia resucitada nos seguirá alentando a dar lo mejor de cada uno.”
Al día siguiente, 3 de mayo, fiesta de Felipe y Santiago, nuestros santos patronos, nos conmueve la pascua de Mario Cayota, muy conocido por su trayectoria pública a nivel nacional e internacional, puesto que fue embajador uruguayo en el Vaticano por dos períodos. Doctor en Filosofía, fue docente a distintos niveles, en Uruguay, pero también en Brasil, Chile, Italia, dando muchísimas conferencias. Se dedicó especialmente a la investigación histórica, autor de grandes obras, no sólo por su volumen sino por su impronta particular, que denotaba su pasión y su capacidad de investigación. Algunas de sus obras más reconocidas: Siembra entre brumas. Utopía Franciscana y Humanismo Renacentista: una alternativa a la Conquista; Artigas y su derrota, ¿frustración o desafío?; Un pasado que se conjuga en futuro. Pensamiento y acción del Presidente Tabaré Vázquez. Asimismo, ha escrito con frecuencia sobre la espiritualidad franciscana.
Mario Juan Bosco Cayota Zappettini, era su nombre completo, también fue político: Presidente del Partido Demócrata Cristiano y uno de los fundadores del Frente Amplio. Hombre de convicciones políticas arraigadas en un profundo humanismo cristiano y una concepción de “no violencia activa”. Mario era católico práctico y terciario franciscano; fue Ministro de la Orden Franciscana Seglar. También fue Presidente del Centro de Difusión de la Doctrina Social Cristiana… pero no cabe aquí seguir señalando desempeños que se pueden ubicar en internet. Importa sí destacar lo polifacético de este hombre tan comprometido con la vida, la sociedad, la cultura y la Iglesia uruguaya.
La fecundidad y lucidez de sus 86 años han sido un regalo para cuantos, en distintos momentos y ámbitos de la vida del país, lo hemos conocido. Hemos disfrutado tanto sus libros, sus conferencias, como sus charlas informales a la salida de una reunión o Eucaristía: su pura presencia siempre sabia, amable, alegre y humilde, ha sido el mayor regalo. Mario se entregaba enteramente a lo que hacía, fuera escribir una obra monumental, pronunciar un discurso, dar una clase o recitar a dos voces en una esquina de calles aún empedradas, poemas de Líber Falco. Era siempre él y el mismo, hablando o escuchando, aportando su sabiduría y aprendiendo siempre. ¡Era siempre él, como esposo, padre, abuelo, como vecino y parroquiano, un ser entrañable!
Despedimos a Mario Cayota con una Eucaristía a su estilo, sencilla y profunda, leyendo un pasaje de la biografía de San Francisco y el Evangelio de las bienaventuranzas, recordando un texto suyo escrito para una homilía de Monseñor Parteli, así como breves “confesiones de fe” de los asistentes, a partir de haber compartido con él un tramo del camino.
Las muertes de Beatriz y de Mario nos dejan un poco -o un mucho- huérfanos; personas como ellos “hacen falta”, como recitaba Alfredo Zitarrosa en Guitarra negra, los extrañaremos en los espacios habituales, nos parecerá verlos y dolerá el lugar vacío de su figura amiga. Pero, simultáneamente, su modo de hacer falta y de decir presente en la historia no fue para nada posesivo, estoy segura que nos pasan la antorcha confiadamente, con una sonrisa cálida y un “ahora tú… ahora ustedes”. Su ausencia, que será desde ahora otro modo de presencia, y esa confianza, nos comprometen mucho más a vivir con sentido y descentradamente, para otros, aunque queme. “Optar por los pobres, aunque me marquen a hierro”, fue otro de sus libros.
La vida y la muerte coexisten, decíamos al empezar, a la vez que elegimos para encabezar dos textos aparentemente contradictorios, el de Manrique y el de Yupanqui, pero volvemos a subrayar que es de Dios poder acoger y celebrar la vida y la muerte con gratitud. ¡Gracias Beatriz, gracias Mario, por el regalo inmenso de sus vidas! ¡Qué generoso ha sido Dios con nosotros en las personas de ustedes!
Rosa Ramos, Blog
Amerindia, 07.05.23
Difundido por el P. Juan Algorta, Subsidios 20, Domingo 14 de mayo de 2023.
Queridos hermanos y hermanas en el Señor Resucitado:
Con profunda gratitud al Dios de la vida queremos comunicarles la alegría y la esperanza que nos han acompañado durante la 39ª Asamblea General Ordinaria del Consejo Episcopal Latinoamericano y Caribeño, celebrada del 15 al 20 de mayo en la diócesis de Mayagüez, Puerto Rico. Como pastores al servicio de la Iglesia hemos sentido la cercanía de sus oraciones durante estos días de discernimiento, análisis, deliberación y definición de horizontes pastorales en el marco del camino Sinodal al que el Papa Francisco nos sigue invitando a recorrer y que inspira nuestros proyectos y sueños.
Hemos sido recibidos con cariño y extraordinaria hospitalidad por la Iglesia de Puerto Rico y su Conferencia Episcopal, a la diócesis que nos ha acogido y a todos los que han hecho posible este encuentro fraterno. Expresamos nuestra fidelidad y gratitud especial al Santo Padre Francisco por su mensaje de cercanía y confianza, así como a Mons. Robert Prevost, Prefecto del Dicasterio para los Obispos, por su presencia y acompañamiento durante estos días.
Bajo la guía del Espíritu Santo hemos afirmado nuestra vocación a vivir una más plena y profunda “colegialidad, eclesialidad y sinodalidad” a fin de seguir anunciando la vida que proviene del evangelio, tal como reza el lema de nuestra Asamblea. Hemos venido aquí desde distintas realidades de nuestra vasta y diversa región con el objetivo de hacer memoria agradecida por lo vivido en este cuatrienio (2019-2023), y discernir en comunidad los llamados que el Señor nos ha presentado para el ciclo que comienza (2023-2027).
En estos días hemos podido manifestar nuestra cercanía, a través de la oración, con los hermanos obispos y aquellas Iglesias particulares que viven momentos de prueba, confiando en que saldrán fortalecidos al encontrar la luz permanente de la esperanza en el Señor, después de la noche oscura.
En estas intensas jornadas hemos estado atentos a la escucha de las voces del pueblo de Dios que se han hecho presente a través de la relectura de los desafíos de la Primera Asamblea Eclesial de América Latina y el Caribe, los frutos de las Asambleas regionales de la etapa continental del Sínodo, los signos de los tiempos de las diversas realidades de nuestra región, con sus dolores y sus esperanzas. Estas realidades de nuestras comunidades que han marcado este ciclo de reestructuración y renovación del CELAM.
Hemos recibido diversos informes sobre los frutos de la presidencia que culmina su servicio a través del proceso de renovación que ha seguido el mandato de la anterior Asamblea General realizada en Tegucigalpa (2019), de los distintos centros pastorales, en los itinerarios sinodales emprendidos, en el dedicado y cuidadoso manejo y gestión de los recursos que se han encomendado para el bien de la Iglesia, y a través de la nueva sede del CELAM que quiere ser casa de todos.
Asimismo, esta Asamblea ha sido un momento de toma de conciencia y reflexión sobre las dificultades que hemos vivido en este periodo. Reconocemos las fragilidades que nos han impedido hacer un servicio más profundo para acompañar a los miembros de nuestra Iglesia que se han alejado o viven una pérdida de sentido y de aquellos que se han visto abandonados o no escuchados. Asumimos la necesidad de responder más fielmente a quienes sufren condiciones de exclusión, y reconocemos el llamado a tener una voz firme que responda ante los procesos democráticos que están siendo fragilizados, así como a recordar a los gobiernos sobre su prioritaria vocación y compromiso por la justicia y la atención a los más empobrecidos, entre ellos los migrantes. Nos sentimos llamados a tomar posición frente a la polarización y a la imposición de ideologías que desintegran nuestras sociedades. Y, finalmente, hemos prestado atención a los tantos gritos que nos interpelan y nos llaman a no claudicar en el seguimiento de Jesús, en el anuncio del evangelio de la esperanza y en el servicio del santo pueblo fiel de Dios.
Pedimos a todos ustedes se unan con esta Asamblea para expresar nuestra acción de gracias y nuestras oraciones por la nueva presidencia del CELAM que ha sido electa: Presidente: Mons. Jaime Spengler, de Brasil; 1er. vicepresidente: Mons. José Luis Azuaje, de Venezuela; 2do. vicepresidente: José Domingo Ulloa, de Panamá; Presidente del Consejo de Asuntos Económicos: Mons. Santiago Rodríguez, de República Dominicana; y Secretario General: Mons. Lizardo Estrada, de Perú. Que el Señor les sea propicio, les sostenga y acompañe en la importante misión que ahora comienza. Nuestra sincera gratitud, de igual manera, a la presidencia saliente y a todos los equipos que han colaborado con ella, quienes con fe sólida y compromiso permanente han brindado un ejemplar servicio a la Iglesia.
Ponemos a los pies de Santa María de Guadalupe, madre nuestra y guía de la Iglesia, todos los propósitos de esta Asamblea para que, al reconocernos hijos suyos bautizados bajo la conducción del Señor Jesús, seamos capaces de compartir la luz del Evangelio que ilumine a todo nuestro pueblo y nos permita caminar más juntos como Iglesia al servicio del Reino.
Después de haber reflexionado, en años anteriores, sobre los verbos “ir, ver” y “escuchar” como condiciones para una buena comunicación, en este Mensaje para la LVII Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales quisiera centrarme en “hablar con el corazón”. Es el corazón el que nos ha movido a ir, ver y escuchar; y es el corazón el que nos mueve a una comunicación abierta y acogedora. Tras habernos ejercitado en la escucha —que requiere espera y paciencia, así como la renuncia a afirmar de modo prejuicioso nuestro punto de vista—, podemos entrar en la dinámica del diálogo y el intercambio, que es precisamente la de comunicar cordialmente. Una vez que hayamos escuchado al otro con corazón puro, lograremos hablar «en la verdad y en el amor» (cf. Ef 4,15). No debemos tener miedo a proclamar la verdad, aunque a veces sea incómoda, sino a hacerlo sin caridad, sin corazón. Porque «el programa del cristiano —como escribió Benedicto XVI— es un “corazón que ve”» [1]. Un corazón que, con su latido, revela la verdad de nuestro ser, y que por eso hay que escucharlo. Esto lleva a quien escucha a sintonizarse en la misma longitud de onda, hasta el punto de que se llega a sentir en el propio corazón el latido del otro. Entonces se hace posible el milagro del encuentro, que nos permite mirarnos los unos a los otros con compasión, acogiendo con respeto las fragilidades de cada uno, en lugar de juzgar de oídas y sembrar discordia y divisiones.
Jesús nos recuerda que cada árbol se reconoce por su fruto (cf. Lc 6,44), y advierte que «el hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca lo que es bueno; y el hombre malo, de su mal tesoro saca lo que es malo; porque de la abundancia del corazón habla su boca» (v. 45). Por eso, para poder comunicar «en la verdad y en el amor» es necesario purificar el corazón. Sólo escuchando y hablando con un corazón puro podemos ver más allá de las apariencias y superar los ruidos confusos que, también en el campo de la información, no nos ayudan a discernir en la complejidad del mundo en que vivimos. La llamada a hablar con el corazón interpela radicalmente nuestro tiempo, tan propenso a la indiferencia y a la indignación, a veces sobre la base de la desinformación, que falsifica e instrumentaliza la verdad.
Comunicar cordialmente
Comunicar cordialmente quiere decir que quien nos lee o nos escucha capta nuestra participación en las alegrías y los miedos, en las esperanzas y en los sufrimientos de las mujeres y los hombres de nuestro tiempo. Quien habla así quiere bien al otro, porque se preocupa por él y custodia su libertad sin violarla. Podemos ver este estilo en el misterioso Peregrino que dialoga con los discípulos que van hacia Emaús después de la tragedia consumada en el Gólgota. Jesús resucitado les habla con el corazón, acompañando con respeto el camino de su dolor, proponiéndose y no imponiéndose, abriéndoles la mente con amor a la comprensión del sentido profundo de lo sucedido. De hecho, ellos pueden exclamar con alegría que el corazón les ardía en el pecho mientras Él conversaba con ellos a lo largo del camino y les explicaba las Escrituras (cf. Lc 24,32).
En un periodo histórico marcado por polarizaciones y contraposiciones —de las que, lamentablemente, la comunidad eclesial no es inmune—, el compromiso por una comunicación “con el corazón y con los brazos abiertos” no concierne exclusivamente a los profesionales de la información, sino que es responsabilidad de cada uno. Todos estamos llamados a buscar y a decir la verdad, y a hacerlo con caridad. A los cristianos, en especial, se nos exhorta continuamente a guardar la lengua del mal (cf. Sal 34,14), ya que, como enseña la Escritura, con la lengua podemos bendecir al Señor y maldecir a los hombres creados a semejanza de Dios (cf. St 3,9). De nuestra boca no deberían salir palabras malas, sino más bien palabras buenas «que resulten edificantes cuando sea necesario y hagan bien a aquellos que las escuchan» (Ef 4,29).
A veces, el hablar amablemente abre una brecha incluso en los corazones más endurecidos. Tenemos prueba de esto en la literatura. Pienso en aquella página memorable del capítulo XXI de Los novios, en el que Lucía habla con el corazón al Innominado hasta que éste, desarmado y atormentado por una benéfica crisis interior, cede a la fuerza gentil del amor. Lo experimentamos en la convivencia cívica, en la que la amabilidad no es solamente cuestión de buenas maneras, sino un verdadero antídoto contra la crueldad que, lamentablemente, puede envenenar los corazones e intoxicar las relaciones. La necesitamos en el ámbito de los medios para que la comunicación no fomente el rencor que exaspera, genera rabia y lleva al enfrentamiento, sino que ayude a las personas a reflexionar con calma, a descifrar, con espíritu crítico y siempre respetuoso, la realidad en la que viven.
La comunicación de corazón a corazón: “Basta amar bien para decir bien”
Uno de los ejemplos más luminosos y, aún hoy, fascinantes de “hablar con el corazón” está representado en san Francisco de Sales, doctor de la Iglesia, a quien he dedicado recientemente la Carta apostólica Totum amoris est, con motivo de los 400 años de su muerte. Junto a este importante aniversario, me gusta recordar, en esta circunstancia, otro que se celebra en este año 2023: el centenario de su proclamación como patrono de los periodistas católicos por parte de Pío XI con la Encíclica Rerum omnium perturbationem. Intelecto brillante, escritor fecundo, teólogo de gran profundidad, Francisco de Sales fue obispo de Ginebra al inicio del siglo XVII, en años difíciles, marcados por encendidas disputas con los calvinistas. Su actitud apacible, su humanidad, su disposición a dialogar pacientemente con todos, especialmente con quien lo contradecía, lo convirtieron en un testigo extraordinario del amor misericordioso de Dios. De él se podía decir que «las palabras dulces multiplican los amigos y un lenguaje amable favorece las buenas relaciones» ( Si 6,5). Por lo demás, una de sus afirmaciones más célebres, «el corazón habla al corazón», ha inspirado a generaciones de fieles, entre ellos san John Henry Newman, que la eligió como lema, Cor ad cor loquitur. «Basta amar bien para decir bien» era una de sus convicciones. Ello demuestra que para él la comunicación nunca debía reducirse a un artificio —a una estrategia de marketing, diríamos hoy—, sino que tenía que ser el reflejo del ánimo, la superficie visible de un núcleo de amor invisible a los ojos. Para san Francisco de Sales, es precisamente «en el corazón y por medio del corazón donde se realiza ese sutil e intenso proceso unitario en virtud del cual el hombre reconoce a Dios» [2]. “Amando bien”, san Francisco logró comunicarse con el sordomudo Martino, haciéndose su amigo; por eso es recordado como el protector de las personas con discapacidades comunicativas.
A partir de este “criterio del amor”, y a través de sus escritos y del testimonio de su vida, el santo obispo de Ginebra nos recuerda que “somos lo que comunicamos”. Una lección que va contracorriente hoy, en un tiempo en el que, como experimentamos sobre todo en las redes sociales, la comunicación frecuentemente se instrumentaliza, para que el mundo nos vea como querríamos ser y no como somos. San Francisco de Sales repartió numerosas copias de sus escritos en la comunidad ginebrina. Esta intuición “periodística” le valió una fama que superó rápidamente el perímetro de su diócesis y que perdura aún en nuestros días. Sus escritos, observó san Pablo VI, suscitan una lectura «sumamente agradable, instructiva, estimulante» [3]. Si vemos el panorama de la comunicación actual, ¿no son precisamente estas características las que debería tener un artículo, un reportaje, un servicio radiotelevisivo o un post en las redes sociales? Que los profesionales de la comunicación se sientan inspirados por este santo de la ternura, buscando y contando la verdad con valor y libertad, pero rechazando la tentación de usar expresiones llamativas y agresivas.
Hablar con el corazón en el proceso sinodal
Como he podido subrayar, «también en la Iglesia hay mucha necesidad de escuchar y de escucharnos. Es el don más precioso y generativo que podemos ofrecernos los unos a los otros» [4]. De una escucha sin prejuicios, atenta y disponible, nace un hablar conforme al estilo de Dios, que se nutre de cercanía, compasión y ternura. En la Iglesia necesitamos urgentemente una comunicación que encienda los corazones, que sea bálsamo sobre las heridas e ilumine el camino de los hermanos y de las hermanas. Sueño una comunicación eclesial que sepa dejarse guiar por el Espíritu Santo, amable y, al mismo tiempo, profética; que sepa encontrar nuevas formas y modalidades para el maravilloso anuncio que está llamada a dar en el tercer milenio. Una comunicación que ponga en el centro la relación con Dios y con el prójimo, especialmente con el más necesitado, y que sepa encender el fuego de la fe en vez de preservar las cenizas de una identidad autorreferencial. Una comunicación cuyas bases sean la humildad en el escuchar y la parresia en el hablar; que no separe nunca la verdad de la caridad.
Desarmar los ánimos promoviendo un lenguaje de paz
«Una lengua suave quiebra hasta un hueso», dice el libro de los Proverbios (25,15). Hablar con el corazón es hoy muy necesario para promover una cultura de paz allí donde hay guerra; para abrir senderos que permitan el diálogo y la reconciliación allí donde el odio y la enemistad causan estragos. En el dramático contexto del conflicto global que estamos viviendo, es urgente afirmar una comunicación no hostil. Es necesario vencer «la costumbre de desacreditar rápidamente al adversario aplicándole epítetos humillantes, en lugar de enfrentar un diálogo abierto y respetuoso» [5]. Necesitamos comunicadores dispuestos a dialogar, comprometidos a favorecer un desarme integral y que se esfuercen por desmantelar la psicosis bélica que se anida en nuestros corazones; como exhortaba proféticamente san Juan XXIII en la Encíclica Pacem in terris, la paz «verdadera […] puede apoyarse […] únicamente en la confianza recíproca» (n. 113). Una confianza que necesita comunicadores no ensimismados, sino audaces y creativos, dispuestos a arriesgarse para hallar un terreno común donde encontrarse. Como hace sesenta años, vivimos una hora oscura en la que la humanidad teme una escalada bélica que se ha de frenar cuanto antes, también a nivel comunicativo. Uno se queda horrorizado al escuchar con qué facilidad se pronuncian palabras que claman por la destrucción de pueblos y territorios. Palabras que, desgraciadamente, se convierten a menudo en acciones bélicas de cruel violencia. He aquí por qué se ha de rechazar toda retórica belicista, así como cualquier forma de propaganda que manipule la verdad, desfigurándola por razones ideológicas. Se debe promover, en cambio, en todos los niveles, una comunicación que ayude a crear las condiciones para resolver las controversias entre los pueblos.
En cuanto cristianos, sabemos que es precisamente la conversión del corazón la que decide el destino de la paz, ya que el virus de la guerra procede del interior del corazón humano [6]. Del corazón brotan las palabras capaces de disipar las sombras de un mundo cerrado y dividido, para edificar una civilización mejor que la que hemos recibido. Es un esfuerzo que se nos pide a cada uno de nosotros, pero que apela especialmente al sentido de responsabilidad de los operadores de la comunicación, a fin de que desarrollen su profesión como una misión.
Que el Señor Jesús, Palabra pura que surge del corazón del Padre, nos ayude a hacer nuestra comunicación libre, limpia y cordial.
Que el Señor Jesús, Palabra que se hizo carne, nos ayude a escuchar el latido de los corazones, para redescubrirnos hermanos y hermanas, y desarmar la hostilidad que nos divide.
Que el Señor Jesús, Palabra de verdad y de amor, nos ayude a decir la verdad en la caridad, para sentirnos custodios los unos de los otros.
Roma, San Juan de Letrán, 24 de enero de 2023, memoria de san Francisco de Sales.
FRANCISCO
[1] Carta enc. Deus caritas est, 31.
[2] Carta ap. Totum amoris est (28 diciembre 2022).
[3] Epístola ap. Sabaudiae gemma, con motivo del IV Centenario del nacimiento de san Francisco de Sales, doctor de la Iglesia (29 enero 1967).
[4] Mensaje para la LVI Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales (24 enero 2022).
[5] Carta enc. Fratelli tutti (3 octubre 2020), 201.
[6] Cf. Mensaje para la 56 Jornada Mundial de la Paz (1 enero 2023).
La tierra de Jesús, llamada Palestina, en tiempos del Imperio Romano estaba dividida en tres provincias: al sur, Judea, donde estaba el Templo de Jerusalén; en el centro, Samaría y al norte, Galilea. Allí se encuentra Nazaret, donde vivió Jesús. Cerca está Cafarnaúm, junto al mar de Galilea.
El evangelista Mateo recuerda que, desde tiempos antiguos, esta región era llamada “Galilea de las naciones”, una tierra con muchos habitantes que no pertenecían al Pueblo de Dios. Más aún, el profeta Isaías, citado por Mateo, describe a la gente que vivía allí como “el pueblo que se hallaba en tinieblas” (cf. Mateo 4,15-16).
En Galilea empezó Jesús su misión y allí llamó a sus primeros discípulos: cuatro pescadores.
Algunos momentos importantes de la actividad de Jesús se desarrollaron en distintas elevaciones. En un monte, cerca del Mar de Galilea, Jesús proclamó las Bienaventuranzas (cf. Mateo 5, 1-12). A la hora de orar, de encontrarse con el Padre, se retiraba a un monte (cf. Mateo 14, 23). En un monte recibe a las multitudes y cura los enfermos (cf. Mateo 15, 29).
Hoy escuchamos el final del evangelio de San Mateo. El relato comienza así:
En aquel tiempo, los once discípulos fueron a Galilea, al monte donde Jesús los había citado. (Mateo 28,16-20)
Se trata de Jesús resucitado. Los discípulos son once, porque ya no está Judas. Jesús los cita en Galilea, en un monte, lo que anuncia que va a suceder algo significativo, algo importante.
El hecho de encontrarse de nuevo en Galilea tampoco es casual. En el mismo lugar donde Jesús comenzó su misión, comenzará la misión de los discípulos:
“Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado” (Mateo 28,16-20)
Aunque Jesús más de una vez recibió a personas que no pertenecían a su pueblo, el manifestó
«Yo he sido enviado solamente a las ovejas perdidas del pueblo de Israel». (Mateo 15,24)
Ahora, desde esta Galilea de las Naciones, envía a sus discípulos “a todos los pueblos”. Ese envío transforma a los discípulos en apóstoles. Apóstol significa “enviado” y el envío lo hace Jesús. Al extenderse la Iglesia, al formarse nuevos discípulos, los apóstoles y sus sucesores serán quienes envíen, quienes confieran la misión a otros.
La misión no se reduce a dar a conocer una doctrina o reunir adherentes. Jesús pide que los nuevos cristianos sean discípulos suyos, es decir, que hagan un camino de relación con Él, un camino semejante al que hicieron las personas que, de diferentes maneras, estuvieron con Jesús; algunas, acompañándolo; otras, recibiéndolo en su casa, ayudándolo pero, unas y otras, escuchándolo y buscando vivir cada día su Palabra.
Un paso importante, necesario, en el seguimiento de Jesús es recibir el bautismo. Jesús indica a sus discípulos que bauticen “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. Siguiendo ese mandato, desde entonces se celebra este sacramento diciendo primero el nombre de quien va a ser bautizado y a continuación “yo te bautizo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”.
Respondiendo a la predicación de los apóstoles, muchos se hicieron bautizar. Desde los primeros tiempos lo hicieron así familias enteras: padres e hijos. A partir de allí comenzó la costumbre de bautizar a los hijos recién nacidos de familias cristianas. Los bautismos de adultos se fueron haciendo raros. No es así en nuestro tiempo. La semana pasada estuve en una parroquia reunido con un grupo de catequesis de adultos, donde varios de sus integrantes no estaban bautizados y se están preparando para recibir la iniciación cristiana completa: bautismo, confirmación y comunión. Después de una conversación con ellos me contaron que se sentían muy emocionados frente a eso y me preguntaron cómo me sentía yo. Les expresé ante todo mi alegría por esa decisión que habían tomado y esa preparación cuidada y prolongada que venían haciendo. También les manifesté mi esperanza de que siguieran integrándose y participando en la vida de la comunidad y que la fe que los movía a dar este paso estuviera presente en todos los aspectos de su vida.
Porque Jesús, además de decirle a sus discípulos que bauticen, indica que enseñen a cumplir todo lo que Él les ha mandado. El discípulo sigue a Jesús buscando vivir cada día su Palabra, buscando que el Evangelio empape su vida y modele sus acciones, sus actitudes, sus pensamientos y sus sentimientos.
A este envío de Jesús sigue una hermosa promesa de Jesús, que nunca debemos olvidar:
Yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo. (Mateo 28,16-20)
Así concluye el evangelio según san Mateo. Nos queda claro que Jesús envía a sus discípulos en misión: a los Once ayer, a todos nosotros, cristianos, hoy,
Y nos queda claro que Él va a seguir presente.
El evangelista no nos habla de una ascensión al Cielo. Eso lo encontramos en Marcos:
Después de decirles esto, el Señor Jesús fue llevado al cielo y está sentado a la derecha de Dios. (Marcos 16,19)
En la Misa de hoy, nos lo cuenta el libro de los Hechos de los Apóstoles, en la primera lectura:
“… los Apóstoles lo vieron elevarse, y una nube lo ocultó de la vista de ellos.” (Hechos 1,1-11)
La promesa de Jesús de “estar con nosotros”, que nos presenta el evangelista Mateo, es el cumplimiento de lo que se dice en el anuncio del nacimiento de Jesús, al comienzo del evangelio:
"La Virgen concebirá y dará a luz un hijo a quien pondrán el nombre de Emanuel", que traducido significa «Dios con nosotros». (Mateo 1,22-23)
Jesús seguirá presente, pero ya no como lo conocieron los primeros discípulos. Resucitado, está sentado a la derecha del Padre. Su presencia constante y consoladora se realizará a través de su Espíritu, que conduce a la Iglesia, la comunidad de discípulos.
El Espíritu Santo, enviado por Cristo y el Padre, realiza la remisión de los pecados y santifica a todos los que, arrepentidos, se abren con confianza a su don.
Por el Espíritu, Jesús está presente como Resucitado y se manifiesta en la Palabra y en los Sacramentos, en la acción constante e interior del Espíritu Santo.
Jesús, resucitado, glorioso, está sentado a la derecha del Padre pero, igualmente, está todavía y siempre con nosotros. Es de Él de donde viene a nosotros la fuerza, la perseverancia y la alegría: de la presencia de Jesús entre nosotros, con el poder del Espíritu Santo.
Preparémonos, entonces, a celebrar en esta fe, el próximo domingo, el acontecimiento de Pentecostés y pidamos que nuestros corazones estén siempre abiertos para recibir el don del Espíritu Santo que el Señor sigue entregando a sus discípulos.
En esta semana
Hoy se celebra la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales. El Papa Francisco nos ha entregado un mensaje titulado: Hablar con el corazón, «en la verdad y en el amor» (Ef 4,15)
También este domingo, a las 17 horas, en la Catedral de Canelones, celebración de las Bodas de Oro sacerdotales de Mons. Alberto Sanguinetti, nuestro Obispo emérito.
Mañana, lunes 22 de mayo, recordamos a Santa Rita de Cascia, una santa especialmente querida por nuestro pueblo. Casada con un hombre violento, logró llevarlo a la reconciliación con Dios.
María Auxilio de los cristianos: esta advocación especialmente asociada con la familia salesiana, nos convoca el miércoles 24. El colegio de las salesianas en Canelones y varias capillas de la diócesis están bajo su patronazgo.
El sábado 26 recordamos a San Felipe Neri, fundador del Oratorio, lugar de oración e irradiación de la fe en la Roma del siglo XVI.
Y esto es todo por hoy. Gracias, amigas y amigos por su atención: que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.
Avanza el otoño en el hemisferio sur y sigue resonando en nuestros corazones todo lo vivido el sábado 6, en la beatificación de Jacinto Vera, un acontecimiento largamente anhelado por la Iglesia que peregrina en Uruguay, y que fue recordado por el Papa Francisco al día siguiente:
Vamos acercándonos al final del tiempo Pascual. El próximo domingo recordaremos la ascensión de Jesús a los Cielos y dentro de 15 días el acontecimiento de Pentecostés, cuando el Espíritu Santo descendió sobre la Iglesia naciente.
El evangelio de hoy está tomado del discurso de despedida de Jesús, que san Juan ubica, precisamente, en el marco de la última cena y que introduce con estas palabras:
Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, él, que había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el extremo. (Juan 13,1)
Ese amor hasta el extremo, que se cumplió cuando Jesús entregó su vida en la cruz, es la clave para comprender el discurso de Jesús.
Jesús comienza diciendo:
Si ustedes me aman, cumplirán mis mandamientos (Juan 14,15-21)
Si estas palabras pueden parecernos una especie de reclamo, no olvidemos la clave: nos amó hasta el extremo. Si ahora nos reclama algo, es, ante todo, una respuesta. Responder a su amor, cumpliendo sus mandamientos.
¿Cuáles son los mandamientos de Jesús? En primer lugar, son los que llevan la antigua ley a su plenitud. Eso lo hace Jesús por dos caminos, que podríamos llamar interiorización y extensión. Cuando Jesús comenta los mandamientos en el sermón del Monte, evangelio de Mateo, nos queda claro que no se trata solo de cumplirlos exteriormente, -que ya es algo- sino también de cumplirlos de corazón. No basta que no mates a tu hermano; tampoco lo mates en tu corazón. No basta con que no cometas adulterio; tampoco lo cometas en tu corazón. No te ayuda rezar, ayunar y dar algo a los pobres si lo estás haciendo solamente para que te vean: que eso quede entre tú y el Padre, que tu mano izquierda no sepa lo que hace tu derecha.
Por otra parte, las actitudes muy legalistas trataban de restringir el alcance de algunos mandamientos. Cuando Jesús deja claro que el primero de los mandamientos es el amor a Dios y el amor al prójimo, la pregunta del maestro de la Ley “¿Quién es mi prójimo?”, parece expresar la necesidad de delimitar, de marcar hasta dónde llega ese mandamiento. La respuesta de Jesús, la parábola del buen samaritano, borra cualquier frontera. Estamos llamados a cumplir el mandamiento del amor al prójimo, por decirlo al estilo artiguista, “en toda su extensión imaginable”, abarcando incluso a quienes nos rechazan: “amen a sus enemigos”, dice Jesús.
Y a todo esto, Jesús va a agregar un mandamiento propio:
Este es mi mandamiento: Ámense los unos a los otros, como yo los he amado. (Juan 15,12)
Esta consigna tiene dos notas: la reciprocidad (“unos a otros”) y una medida extraordinaria: “como yo los he amado”; es decir, hasta el extremo.
De todo esto se trata cuando Jesús dice “Si ustedes me aman, cumplirán mis mandamientos”.
Pero Jesús no está solamente poniendo a prueba nuestro amor por Él… A continuación de “si ustedes me aman, guardarán mis mandamientos”, viene la gran promesa de Jesús: la promesa del Espíritu Santo, sobre la que volverá cuatro veces más (14,16 – 14,26 – 15,26 – 16,7 – 16,13):
Y yo rogaré al Padre, y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes: el Espíritu de la Verdad (Juan 14,15-21)
Prestemos atención a la dinámica de la Santísima Trinidad: el Hijo dice: “yo rogaré al Padre”. El Padre dará lo que el Hijo pide. Y el don que el Padre entregará es el Espíritu Santo.
Aquí dice Jesús que el Espíritu Santo es “otro” Paráclito. Más adelante lo va a llamar simplemente “el paráclito”, pero aquí dice “otro”. Alguna vez ya explicamos esto. La palabra griega paráclito está formada por “para”, que significa “al lado”, “junto a” y “kletós”, que significa “llamado”. Paráclito es aquel que puedo llamar a mi lado -o que ya está junto a mí- para defenderme, consolarme, ayudarme en todas las dificultades. Hasta ahora, el “paráclito” para los discípulos ha sido Jesús. Él ha estado junto a ellos, cuidándolos, como él mismo le dice al Padre:
Mientras estaba con ellos, cuidaba en tu Nombre a los que me diste; yo los protegía ... (Juan 17,12)
Precisamente, porque Jesús vuelve al Padre, se hace necesario “otro paráclito” para cuidar de los discípulos. Pero ese paráclito será diferente en algo muy importante. Jesús es Hijo de Dios hecho hombre. Al asumir nuestra humanidad, el Hijo de Dios tomó también los límites de nuestro cuerpo: no podía estar en todas partes. El Espíritu Santo, en cambio, acompañará a los discípulos allí donde estén, en una Iglesia que comienza a extenderse por el mundo. Más aún, los acompañará desde adentro de cada uno de ellos. Dice Jesús, al prometer el Espíritu:
Ustedes, en cambio, lo conocen, porque él permanece con ustedes y estará en ustedes. (Juan 14,15-21)
Ustedes lo conocen: Jesús está hablando de sí mismo. Él tiene la plenitud del Espíritu Santo. Por eso, los discípulos lo conocen (aunque no se hayan dado cuenta todavía).
Pero Jesús agrega su promesa: “estará en ustedes”, es decir, estará dentro de ustedes.
Son muchos los testimonios que encontramos en la Escritura sobre esa presencia del Espíritu Santo en nosotros. Tal vez la más bonita expresión es la que encontramos en la carta a los Romanos:
El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado. (Romanos 5,5)
Como decíamos al principio, dentro de quince días celebraremos Pentecostés, la venida del Espíritu Santo. Será un momento oportuno, un tiempo de Dios para hacernos más conscientes del tesoro que llevamos en nuestro corazón, para acompañarnos y fortalecernos en nuestra vida de discípulos misioneros de Jesús.
Nuestro pasaje del evangelio concluye retomando la idea del principio: “si ustedes me aman, cumplirán mis mandamientos”, pero ahora, acompañada de una hermosa promesa:
«El que recibe mis mandamientos y los cumple, ese es el que me ama; y el que me ama será amado por mi Padre, y yo lo amaré y me manifestaré a él.» (Juan 14,15-21)
Para la agenda:
Este domingo 14 se celebra el Día de la Madre. Un día para agradecer y recordar a todas las mamás: las que nos gestaron y nos dieron a luz o a las mamás del corazón o a las que han vivido o viven la maternidad espiritual. Feliz día a todas ellas.
El lunes 15 recordamos a San Isidro Labrador, quien, con su esposa María Toribia, también llamada María de la Cabeza, vivieron santamente como esposos, padres, trabajadores y vecinos cuando la ciudad de Madrid era poco más que un pueblo de campaña, allá por el siglo XII. Isidro no solo es el patrono de Las Piedras, sino también de varias capillas y su imagen está en muchas de las iglesias de nuestra diócesis.
El martes 16 la familia orionita en Uruguay y Argentina recuerda a San Luis Orione, uno de los santos que en vida estuvo en nuestra diócesis, donde él mismo compró los terrenos donde se encuentran el santuario de la Virgen de las Flores y el Cottolengo.
El jueves 18 recordamos la Batalla de Las Piedras, un triunfo militar que se inscribe en el proceso de nuestra independencia y que tuvo lugar en el territorio de nuestra diócesis.
Finalmente, el domingo 21 estamos invitados a concurrir a la catedral, a las 17 horas, para participar en la celebración de las Bodas de Oro sacerdotales de Mons. Alberto Sanguinetti, nuestro Obispo emérito.
Gracias, amigas y amigos, por su atención. Que el Beato Jacinto Vera interceda por sus necesidades y los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.