En este domingo celebramos la solemnidad de la Santísima Trinidad: el misterio de un solo Dios en tres personas, comunidad de amor.
Esto nos da ocasión para hablar del Concilio de Nicea, del cual se están celebrando los 1700 años; un concilio que tuvo mucho que ver con nuestra fe trinitaria.
La ciudad de Nicea se encuentra en el territorio de la actual Turquía, bajo el nombre de Iznik. Recordemos que la península de Anatolia, donde hoy se ubica Turquía, era conocida por los griegos como el Asia Menor, y allí florecieron en los primeros siglos de nuestra era numerosas comunidades cristianas.
Hace 1700 años, Nicea era una de las ciudades del Oriente del Imperio Romano, que había sido reunificado por el Emperador Constantino. El Emperador había promulgado en el año 313 el edicto de Milán, que consolidó la libertad de religión a los cristianos.
Doce años después, el mismo emperador convocó el Concilio de Nicea, en el que participaron más de 200 obispos. Desde el punto de vista político, era interés del gobernante mantener la unidad del cristianismo que, de esa forma, ayudaba a mantener la unidad del imperio. Desde el punto de vista de la Iglesia, era importante superar una muy seria división en la fe.
El cristianismo se encontraba dividido a causa de la doctrina desarrollada por Arrio, un presbítero de Alejandría de Egipto, que negaba la naturaleza divina de Jesucristo y, por lo tanto, atacaba la fe en la Trinidad. Arrio sostenía que el Verbo era una “creatura del Padre” y que no existía desde la eternidad: “hubo un tiempo en que no era”.
Las deliberaciones de los padres conciliares se expresaron en la formulación del Credo que seguimos rezando hasta hoy, elaborado en el Concilio de Nicea y luego perfeccionado en el Concilio de Constantinopla, por lo que es conocido como el credo “niceno-constantinopolitano”.
Frente a las afirmaciones de Arrio, el concilio proclama como fe auténtica que el Hijo es “engendrado, no creado”; “de la misma naturaleza del Padre”, la naturaleza divina; “por quien todo fue hecho”; es decir, que participó en la Creación y no es parte de ella, no es una creatura. A su naturaleza divina, el Hijo suma la naturaleza humana: el Hijo, Palabra eterna del Padre, se encarna, se hace hombre, asume nuestra condición mortal. Por eso, decimos de Él que es verdadero Dios y verdadero hombre; hecho hombre “por nosotros… y por nuestra salvación”, como dice también el credo Niceno.
El evangelio de hoy nos ofrece pasajes de un discurso de Jesús. En uno de ellos expresa su unidad con el Padre:
Todo lo que es del Padre es mío. (Juan 16,15)
Todo lo que existe ha sido creado por el Padre, junto con el Hijo y el Espíritu, el soplo de Dios. Sin embargo, Dios no se interesa en la posesión de las cosas. Lo más importante de Dios es lo que es, o mejor dicho, lo que importa es el SER, el hecho de ser… el SER DIOS, el tener, en lenguaje filosófico, “la naturaleza divina”. Por eso el Hijo es Dios, Dios verdadero; tiene la misma naturaleza que el Padre: “todo lo que es del Padre es mío”.
Tal vez esto nos parezca muy abstracto… pero tenemos que entender que no se trata de cosas, como si el Padre compartiera con el Hijo una riqueza material, unas tierras… No; el Padre se da al Hijo, se da todo Él, en su amor al Hijo; y el Hijo, en su amor al Padre, se da todo al Padre. Todo lo que es del Padre es del Hijo y todo lo que el Hijo tiene, desde la eternidad, es del Padre.
En este mismo pasaje del evangelio, Jesús anuncia, por quinta vez, la venida del Espíritu Santo:
«Todavía tengo muchas cosas que decirles, pero ustedes no las pueden comprender ahora. Cuando venga el Espíritu de la Verdad, Él los introducirá en toda la verdad, porque no hablará por sí mismo, sino que dirá lo que ha oído y les anunciará lo que irá sucediendo. (Juan 16,12-13)
Jesús había dicho antes a los discípulos “… les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre” (Juan 15,15). El Espíritu no comunicará nada nuevo. No traerá ninguna revelación nueva. Su tarea será iluminar a los discípulos para que puedan comprender lo que Jesús ha hecho y ha enseñado. Jesús no explica todo y deja campo para que lo haga el Espíritu, porque los discípulos no están en condiciones de comprender, más aún, podríamos decir, no están en condiciones de soportar el peso de los acontecimientos que vendrán, fundamentalmente la terrible pasión y muerte del Mesías a manos de los impíos.
Esa realidad era inaceptable para la fe de un israelita. Fue la dificultad que encontraron los discípulos de Emaús: no les era posible entender que el Mesías debía padecer para entrar en su gloria. Esa es la verdad imposible de comprender y soportar sin la ayuda del Espíritu.
El Espíritu Santo continúa actuando en la Iglesia. Como decíamos en el programa anterior, nuestra oración al Espíritu suele comenzar con un llamado: “Ven, Espíritu Santo”. Pedimos su presencia en nuestras reuniones, sobre todo cuando es necesario realizar un discernimiento, para aplicar el Evangelio a las situaciones concretas del mundo de hoy.
Jesús ha prometido que el Espíritu Santo nos introducirá en toda la verdad. La verdad más profunda de la Trinidad es el amor y no es posible conocer esa verdad si no es amando. El Espíritu de Amor nos guía en la verdad del amor. Amor verdadero no es el que se apropia, el que se apodera de quien pretende amar, sino el que se da, el que se entrega: el amor de Jesucristo.
Hoy hablamos de sinodalidad, de Iglesia sinodal… la palabra puede parecer novedosa y hasta extraña para muchos, pero expresa un aspecto fundamental del ser de la Iglesia, desde sus comienzos como Pueblo de Dios, en el que fieles y pastores caminan juntos bajo la guía del Espíritu Santo.
En ese caminar, la Iglesia, a la vez santa y necesitada de purificación, va configurándose, cada vez más, tal como lo han expresado los Padres de la Iglesia, en…
«un pueblo reunido en virtud de la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo»
(Concilio Vaticano II, Lumen Gentium, 4)
Ese es el deseo que ha formulado el Papa León XIV, en la Misa con la que se inauguró su ministerio como sucesor de Pedro.
Hermanos y hermanas, quisiera que este fuera nuestro primer gran deseo: una Iglesia unida, signo de unidad y comunión, que se convierta en fermento para un mundo reconciliado. (18 de mayo de 2025, homilía en el inicio de su ministerio petrino)
Contemplemos en este día de fiesta el amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. El amor que circula entre ellos y sale hacia nosotros, hacia el universo todo que ellos han creado, como un llamado a la unidad, para que Dios sea glorificado plenamente.
Gracias, amigas y amigos, por su atención. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.
La Yapa
Gracias por haber llegado hasta el final: a quienes lo han hecho, les dejo esta yapa.
El jueves pasado, en el santuario nacional del Sagrado Corazón de Jesús, en el Cerrito de la Victoria, hicimos la renovación de la consagración del Uruguay al Sagrado Corazón, celebrada por el beato Jacinto Vera hace 150 años. Esta consagración se replicará ahora en cada parroquia del Uruguay, en fechas que pueden ser el próximo domingo, solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, o el día del Sagrado Corazón, viernes 27 de junio o el fin de semana siguiente, 28 y 29.
El jueves 19 conmemoramos el nacimiento de nuestro héroe nacional, José Artigas. Es también el día del abuelo. Nuestras felicitaciones por ese día a todos los abuelos y abuelas.
Entre los santos de la semana destaca San Luis Gonzaga, quien, renunciando a una herencia de príncipe, ingresó a la compañía de Jesús. Apenas adolescente, falleció en Roma, durante una epidemia, en el año 1591, a consecuencia de haber asistido a numerosos enfermos contagiados.
Y ahora sí, nos despedimos: hasta la próxima semana, si Dios quiere.
Estas breves reflexiones han sido preparadas para los internos de la comunidad terapéutica Fazenda de la Esperanza y son una invitación a vivir cada día la Palabra de Dios, invitación que todos podemos recoger y realizar.
9 de junio de 2025. Miércoles de la X semana durante el año.
Estas breves reflexiones han sido preparadas para los internos de la comunidad terapéutica Fazenda de la Esperanza y son una invitación a vivir cada día la Palabra de Dios, invitación que todos podemos recoger y realizar.
El lunes siguiente a Pentecostés celebramos la memoria de la Santísima Virgen María con el título de "Madre de la Iglesia".
La reflexión resume un párrafo del Decreto sobre la celebración de la Bienaventurada Virgen María, Madre de la Iglesia de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, 3 de marzo de 2018.
7 de junio de 2025. Sábado de la VII semana de Pascua.
Estas breves reflexiones han sido preparadas para los internos de la comunidad terapéutica Fazenda de la Esperanza y son una invitación a vivir cada día la Palabra de Dios, invitación que todos podemos recoger y realizar.
Cincuenta días -a eso hace alusión la palabra griega “Pentecostés”- cincuenta días después de Pascua, celebramos la venida del Espíritu Santo.
En los evangelios de los domingos recientes, encontraremos distintas formas en las que se anuncia esa Presencia de Dios.
Hace quince días, escuchábamos estas palabras de Jesús:
«… el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho.» (Juan 14,26 – VI Domingo de Pascua)
Un versículo que nos dice mucho. Primero, el título de “paráclito”, palabra griega que se traduce literalmente al latín como “advocatus”, de donde viene nuestra palabra “abogado”; pero esta expresión enfatiza el hecho de que el Espíritu Santo puede ser llamado (vocatus) para que esté a nuestro lado (ad). Así suelen comenzar las oraciones al Espíritu Santo, como un llamado: “Ven, Espíritu Santo”.
Y no es lo mismo que cuando decimos “Ven, Señor Jesús”; en ese caso, estamos pidiendo al Señor que realice su venida definitiva, como profesamos en nuestra fe: “De nuevo vendrá con gloria…”
En cambio, cuando decimos “Ven, Espíritu Santo”, estamos pidiendo socorro, ayuda inmediata. Lo necesitamos aquí y ahora…
Jesús dice “el Padre [lo] enviará en mi Nombre”, asegurándonos que tendremos el auxilio que necesitamos… pero ¿en qué casos llamar al Espíritu Santo? Seguimos leyendo lo que dice Jesús: “les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho.”
Los discípulos de Jesús, cristianos, bautizados, somos, muchas veces, puestos a prueba en nuestra fe.
Podemos encontrarnos con personas que no creen o tienen creencias muy distintas a las nuestras, gente que nos contradice, que nos considera irracionales, que se burla de nuestra fe. Pero también podemos ser puestos a prueba en nuestro interior, cuando no comprendemos lo que está sucediendo o nos dejamos ahogar por las preocupaciones del mundo o seducir por las tentaciones que se nos presentan.
Frente a esas pruebas, ahí está nuestro abogado, el Espíritu Santo, para ayudarnos a recordar y comprender las palabras de Jesús.
El domingo pasado, antes de su Ascensión, Jesús decía a los discípulos:
«Yo les enviaré lo que mi Padre les ha prometido. Permanezcan en la ciudad, hasta que sean revestidos con la fuerza que viene de lo alto» (Lucas 24,49)
Aquí Jesús dice que Él mismo enviará “lo que el Padre les ha prometido”. Como surge de lo que viene después en el libro de los Hechos, está hablando del Espíritu Santo. De distintas maneras se expresa que ese don llega del Padre y del Hijo, “de lo alto”, desde el trono mismo de Dios.
Los discípulos, dice Jesús, serán “revestidos con la fuerza que viene de lo alto”. Esa fuerza dynamin, en griego, es el poder propio de Dios (Padre todopoderoso). El Espíritu Santo nos hace participar del poder de Dios para que podamos actuar, para que podamos realizar sus obras, para que podamos hacer el bien.
Son muchos los símbolos del Espíritu Santo y las palabras que nos ayudan a describir su acción. Recordemos como cuenta el libro de los Hechos de los Apóstoles la venida del Espíritu en Pentecostés:
De pronto, vino del cielo un ruido, semejante a una fuerte ráfaga de viento, que resonó en toda la casa donde se encontraban. (Hechos 2,2)
El viento, fuerte y ruidoso, como en la manifestación de Dios en el monte Sinaí, antes de entregar a Moisés las tablas de la Ley. El viento, “soplo de Dios viviente”, como dice una conocida canción.
En el evangelio de Juan, Jesús resucitado sopla sobre sus discípulos diciéndoles: “reciban el Espíritu Santo” (Juan 20,22).
Viento que impulsa, que empuja las velas, que permite a la barca de la Iglesia navegar “mar adentro” en la misión.
Sopla Señor, sopla fuerte, envolveme con tu brisa. Y en tu Espíritu renovame, hazme libre en tu sonrisa.
El relato de Pentecostés continúa con otro signo:
Entonces vieron aparecer unas lenguas como de fuego, que descendieron por separado sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo… (Hechos 2,3-4a)
El fuego. Es la energía transformadora que se manifiesta en los profetas. Juan el Bautista anuncia que Cristo "bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego" (Lucas 3,16). Jesús manifiesta como un profundo anhelo "Yo he venido a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo desearía que ya estuviera ardiendo!" (Lucas 12,49). En Pentecostés el fuego del Espíritu llega a los discípulos. Orando al Espíritu Santo hoy pedimos:
“¡Ven Espíritu Santo! Llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor”.
Un hermoso himno litúrgico comienza diciendo “Ven Espíritu Creador” (Veni Creator Spiritus). ¿Por qué “Creador”? Cuando pensamos en la Creación, solemos pensarla como obra del Padre… sin embargo, las personas de la Trinidad nunca actúan solas. El Hijo es el Verbo, la Palabra que el Padre pronuncia: “Dios dijo: «Que exista la luz». Y la luz existió.” (Génesis 1,3). Pero en el versículo anterior del relato de la creación leemos:
“… el soplo de Dios se cernía sobre las aguas.” (Génesis 1,2)
No se trata solamente de que el Espíritu estuvo y actuó en la Creación, como algo de un pasado remoto.
Dios no abandona la creación, sino que la sostiene, la conduce, la renueva. A eso hace alusión el salmo 103, que hace parte de la Liturgia de la Palabra de hoy:
Señor, Dios mío (…) la tierra está llena de tus criaturas! Si les quitas el aliento, expiran y vuelven al polvo. Si envías tu aliento, son creados, y renuevas la superficie de la tierra. Salmo 103 (104),29-30
El Espíritu Creador visita las almas de los fieles, derrama sus dones, llena con su gracia los corazones que él mismo ha creado. Es así que pedimos:
“Oh Señor, envía tu Espíritu que renueve la faz de la tierra”.
Con la plena revelación del Espíritu Santo, Dios nos permite asomarnos a su misterio: un solo Dios, tres personas, comunidad de amor. La Santísima Trinidad, que celebraremos el próximo domingo y cuya bendición invocamos ahora: que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.
Consagración al Sagrado Corazón de Jesús
Les recuerdo que el próximo jueves 12, en Uruguay, renovaremos la consagración al Sagrado Corazón de Jesús, celebrada hace 150 años por el beato Jacinto Vera, primer obispo del Uruguay. Esto será, como hemos dicho, este jueves, 12 de junio de 2025, en la Misa que se celebrará a las 16 horas, en el Santuario nacional del Cerrito de la Victoria, en Montevideo. Ese día, desde las 10 de la mañana sacerdotes y diáconos estarán participando del Jubileo del Clero, en el Colegio de los Hermanos Misericordistas, al pie del Cerrito.
En el calendario de la semana tenemos también:
Miércoles 11: San Bernabé, apóstol.
Viernes 13: San Antonio de Padua, patrono de dos parroquias de la diócesis de Canelones y de varias capillas. Ese viernes acompañaré en su fiesta a la comunidad de pueblo San Antonio, que comienza a las 14:30 con la procesión, seguida de la Misa.
El próximo domingo, 15 de junio, Santísima Trinidad, estaré en la parroquia de Shangrilá, celebrando su fiesta patronal, con Misa a las 10 de la mañana.
Esto es todo por hoy. Gracias, amigas y amigos por su atención. Hasta la próxima semana, si Dios quiere.
6 de junio de 2025. Viernes de la VII semana de Pascua.
Estas breves reflexiones han sido preparadas para los internos de la comunidad terapéutica Fazenda de la Esperanza y son una invitación a vivir cada día la Palabra de Dios, invitación que todos podemos recoger y realizar.