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lunes, 1 de septiembre de 2025

“Alégrense conmigo, porque encontré la oveja que se me había perdido.” (Lc 15, 6). Palabra de Vida. Septiembre 2025. Movimiento de los Focolares.

En el Antiguo Testamento, los pastores contaban las ovejas al volver de los campos, dispuestos a buscar a la que se hubiese perdido. Incluso se internaban en el desierto de noche con tal de encontrar a las ovejas descarriadas.

Esta parábola es una historia de pérdida y hallazgo que pone en el primer plano el amor del pastor. Este se da cuenta de que falta una oveja, la busca, la encuentra y se la carga a hombros porque está debilitada y asustada, quizá herida, y no es capaz de seguir al pastor por sí sola. Es él quien la lleva a resguardo y, por último, lleno de alegría, invita a sus vecinos a celebrarlo con él.

“Alégrense conmigo, porque encontré la oveja que se me había perdido.”

Los temas recurrentes de este relato podemos resumirlos en tres verbos: perderse, encontrar y celebrar.

Perderse. La buena noticia es que el Señor va a buscar a quien se extravía. Muchas veces nos perdemos en los desiertos cercanos, o en los que nos vemos obligados a vivir, o en los que nos refugiamos; son los desiertos del abandono, de la marginación, de la pobreza, de las incomprensiones, de la falta de unidad. El Pastor nos busca también allí, y aunque lo perdamos de vista, él nos encontrará siempre.

Encontrar. Intentemos imaginarnos la escena de la afanosa búsqueda por parte del pastor en el desierto. Es una imagen que impacta por su fuerza expresiva. Podemos entender la alegría tanto del pastor como de la oveja. El encuentro entre ambos devuelve a la oveja la sensación de seguridad por haberse librado del peligro. Por tanto, el «encontrar» es un acto de misericordia divina.

Celebrar. Él reúne a sus amigos para celebrarlo, porque quiere compartir su alegría, tal como ocurre en las otras dos parábolas que siguen a esta, la de la moneda perdida y la del padre misericordioso (cf. Lc 15, 8 y 15, 11). Jesús quiere que entendamos la importancia de participar de la alegría con todos y nos inmuniza contra la tentación de juzgar al otro. Todos somos personas «encontradas».

“Alégrense conmigo, porque encontré la oveja que se me había perdido.”

Esta Palabra de vida es una invitación a ser agradecidos por la misericordia que Dios tiene con todos nosotros personalmente. El hecho de alegrarnos, de gozar juntos, nos presenta una imagen de la unidad donde no hay contraposición entre justos y pecadores, sino que los unos participamos en la alegría de los otros.

Escribe Chiara Lubich: 

«Es una invitación a comprender el corazón de Dios, a creer en su amor. Inclinados como estamos a calcular y a medir, a veces creemos que el amor de Dios por nosotros también podría llegar a cansarse […] La lógica de Dios no es como la nuestra. Dios nos espera siempre; es más, le damos una inmensa alegría cada vez que volvemos a Él, aunque se tratase de un número infinito de veces» [1].

“Alégrense conmigo, porque encontré la oveja que se me había perdido.”

A veces podemos ser nosotros los pastores, los que cuidamos unos de otros y vamos con amor a buscar a quienes se han alejado de nosotros, de nuestra amistad, de nuestra comunidad; a buscar a los marginados, a quienes están perdidos, a los pequeños, aquellos que las pruebas de la vida han apartado a los márgenes de nuestra sociedad.

Nos cuenta una educadora: 

«Había varios alumnos que venían a clase esporádicamente. Durante mis horas libres solía ir por el mercado que está al lado de la escuela, esperando encontrarlos en ese lugar, porque me había enterado de que trabajaban allí para sacarse un dinero. Un día por fin los vi, y ellos se quedaron asombrados de que hubiese ido personalmente a buscarlos, y les impactó ver lo importantes que eran para toda la comunidad educativa. Desde entonces empezaron a venir regularmente a clase y fue en verdad una fiesta para todos».

Patrizia Mazzola y el equipo de la Palabra de Vida

[1] C. Lubich, Palabra de vida de septiembre de 1986: Palabras de Vida/1 (1943-1990) (ed. F. Ciardi), Ciudad Nueva, Madrid 2020, pp. 387-388.

viernes, 8 de agosto de 2025

“Porque allí donde tengan su tesoro, tendrán también su corazón.” (Lc 12, 34). Palabra del mes, Movimiento de los Focolares.

El evangelista Lucas refiere esta enseñanza de Jesús y nos lo muestra con sus discípulos camino de Jerusalén, hacia su Pascua de muerte y resurrección. Por el camino se dirige a ellos llamándolos “pequeño rebaño” (Lc 12, 32), y les confía lo que tiene en el corazón, las disposiciones profundas de su ánimo. Entre estas, el desapego de los bienes terrenos, la confianza en la providencia del Padre y la vigilancia interior, el esperar activamente el Reino de Dios.

En los versículos anteriores, Jesús los anima a desprenderse de todo, hasta de la vida, y a no angustiarse por las necesidades materiales, porque el Padre sabe lo que necesitan. En lugar de eso los invita a buscar el Reino de Dios y los alienta a acumular “un tesoro inagotable en los cielos” (Lc 12, 33). Ciertamente, no es que Jesús exhorte a la pasividad ante las cosas terrenas, a una conducta irresponsable en el trabajo; lo que quiere es quitarnos la ansiedad, la inquietud, el miedo.

“Porque allí donde tengan su tesoro, tendrán también su corazón.”

Aquí, corazón se refiere al centro unificador de la persona, que da sentido a todo lo que vive; es el lugar de la sinceridad, donde no se puede engañar ni disimular. En general indica las intenciones verdaderas, lo que uno piensa, cree y quiere realmente. El tesoro es lo que para nosotros tiene más valor, es decir, nuestra prioridad, lo que creemos que da seguridad al presente y al futuro.

Afirmaba el papa Francisco: 

“Hoy todo se compra y se paga, y parece que la propia sensación de dignidad depende de cosas que se consiguen con el poder del dinero. Solo nos urge acumular, consumir y distraernos, presos de un sistema degradante que no nos permite mirar más allá de nuestras necesidades inmediatas”[1]. 

Pero en lo más íntimo de toda mujer y de todo hombre hay una búsqueda apremiante de esa felicidad verdadera que no defrauda y que ningún bien material puede saciar.

Escribía Chiara Lubich: 

“Sí, existe lo que buscas; hay en tu corazón un anhelo infinito e inmortal; una esperanza que no muere; una fe que traspasa las tinieblas de la muerte y es luz para aquellos que creen: ¡no en vano esperas y crees! ¡No en vano! Tú esperas y crees para Amar”[2].

“Porque allí donde tengan su tesoro, tendrán también su corazón.”

Esta Palabra nos invita a hacer un examen de conciencia: ¿cuál es mi tesoro, lo que más me importa? Este puede adquirir diversos matices, como el estatus económico, pero también la fama, el éxito, el poder. La experiencia nos dice que hace falta volver continuamente a la vida verdadera, la que no pasa, la vida radical y exigente del amor evangélico:

“Para un cristiano no basta con ser bueno, misericordioso, humilde, manso, paciente… Debe tener por los hermanos la caridad que nos enseñó Jesús. […] Porque la caridad no es estar dispuesto a dar la vida. Es dar la vida”[3].

A cada prójimo que se nos cruza durante el día (en la familia, en el trabajo, por todas partes) debemos amarlo con esta medida. Y así vivimos sin pensar en nosotros, sino pensando en los demás, viviendo los demás, y experimentamos una libertad verdadera.

Augusto Parody Reyes y equipo de Palabra de Vida

[1] FRANCISCO, encíclica Dilexit nos, 218.

[2] LUBICH C., “Existe lo que buscas”. Carta de junio de 1944: El primer amor. Cartas de los inicios (1943-1949), Ciudad Nueva, Madrid 2011, p. 54.

[3] Cf. EAD., conexión telefónica 6-12-1984: Juntos en camino, Ciudad Nueva, Buenos Aires 1988, pp. 48-49.

domingo, 6 de julio de 2025

Palabra de Vida – Julio 2025. “Pero un samaritano que viajaba por allí, al pasar junto a él, lo vio y se conmovió.” (Lucas 10, 33)

Martine viaja en tren en una gran ciudad europea. Todos los pasajeros están concentrados en su celular. Conectados virtualmente, pero en realidad atrapados en el aislamiento. Se pregunta: “¿Es que ya no somos capaces de mirarnos a los ojos?”

Es una experiencia común, sobre todo en las sociedades ricas de bienes materiales pero cada vez más pobres de relaciones humanas. Sin embargo, el Evangelio vuelve siempre con su propuesta original y creativa, capaz de “hacer nuevas todas las cosas” (cf. Ap 21, 5).

En el largo diálogo con el doctor de la Ley que le pregunta qué hacer para heredar la vida eterna (cf. Lc 10, 25-37), Jesús le responde con la famosa parábola del buen samaritano: un sacerdote y un levita, figuras relevantes de la sociedad de aquel tiempo, ven al borde del camino a un hombre agredido por unos salteadores, pero pasan de largo.

“Pero un samaritano que viajaba por allí, al pasar junto a él, lo vio y se conmovió”.

Al doctor de la Ley, que conoce bien el mandamiento divino del amor al prójimo (cf. Dt 6,5; Lv 19, 18), Jesús le pone como ejemplo un extranjero considerado cismático y enemigo: este ve al caminante herido y tiene compasión, un sentimiento que nace de dentro, del interior del corazón humano. Entonces interrumpe su viaje, se acerca a él y lo cuida.

Jesús sabe que toda persona humana está herida por el pecado, y esta es precisamente su misión: curar los corazones con la misericordia y el perdón gratuito de Dios, para que sean a su vez capaces de acercarse y compartir.

“(…) Para aprender a ser misericordiosos como el Padre, perfectos como Él, tenemos que fijarnos en Jesús, revelación plena del amor del Padre. (…) el amor es el valor absoluto que da sentido a todo lo demás, (…) que encuentra su más alta expresión en la misericordia. Una misericordia que ayuda a ver siempre nuevas a las personas con las que vivimos cada día, en la familia, en clase o en el trabajo, sin recordar ya sus defectos ni sus errores; que nos ayuda no solo a no juzgar, sino a perdonar las ofensas sufridas. Incluso a olvidarlas”[1].

“Pero un samaritano que viajaba por allí, al pasar junto a él, lo vio y se conmovió”.

La respuesta final y decisiva se expresa con una clara invitación: “Vete y haz tú lo mismo” (Lc 10, 37). Es lo que Jesús repite a cualquiera que acoja su Palabra: hacerse prójimos, tomando la iniciativa de “tocar” las heridas de las personas con las que nos cruzamos cada día en los caminos de la vida.

Para vivir la proximidad evangélica, pidamos ante todo a Jesús que nos cure de la ceguera de los prejuicios y la indiferencia, que nos impide ver más allá de nosotros mismos.

Luego, aprendamos del Samaritano su capacidad de compasión, que lo empuja a poner en juego su misma vida. Imitemos su prontitud en dar el primer paso hacia el otro y la disponibilidad a escucharlo, a hacer nuestro su dolor, sin juicios y sin la preocupación de estar “perdiendo el tiempo”.

Esa es la experiencia de una joven coreana:

"Traté de ayudar a un adolescente que no era de mi cultura y al que no conocía bien. Sin embargo, aunque no sabía qué hacer ni cómo, me armé de valor y lo hice. Y con sorpresa me di cuenta de que, al prestar esa ayuda, yo misma me sentí ‘curada’ de mis heridas interiores."

Esta Palabra nos ofrece la clave para practicar el humanismo cristiano: nos hace conscientes de nuestra humanidad compartida, en la que se refleja la imagen de Dios, y nos enseña a superar con valentía la categoría de la “cercanía” física y cultural. Desde esta perspectiva es posible ampliar las fronteras del “nosotros” hasta el horizonte del “todos” y recobrar los fundamentos mismos de la vida social.

Letizia Magri y equipo de Palabra de Vida

NOTAS

[1] LUBICH C., Palabra de Vida de junio de 2002.

domingo, 1 de junio de 2025

Palabra del Mes, junio 2025: “Denles de comer ustedes mismos” (Lc 9, 13)

Estamos en un lugar solitario cerca de Betsaida, en Galilea. Jesús está hablando del Reino a la muchedumbre. El maestro había ido allí con los apóstoles para que descansasen después de su larga misión por aquella región, en la que habían predicado la conversión “anunciando la Buena Noticia y curando enfermos en todas partes” (Lc 9, 6). Cansados, pero con el corazón rebosante, contaban lo que habían vivido.

Sin embargo, la gente se entera y acude. Jesús acoge a todos: escucha, habla, cuida. La muchedumbre aumenta. Se acerca la noche y empiezan a tener hambre. Los apóstoles se dan cuenta y le proponen al maestro una solución lógica y realista: “Despide a la gente para que vayan a los pueblos y aldeas del contorno y busquen alojamiento y comida”. Después de todo, Jesús ya había hecho mucho… Pero Él les responde:

“Denles de comer ustedes mismos.”

Se quedan desconcertados. Es impensable: solo tienen cinco panes y dos peces para varios miles de personas; no es posible encontrar lo necesario en la pequeña Betsaida, y tampoco tendrían dinero para comprarlo.

Jesús quiere abrirles los ojos. Conmovido por las necesidades y los problemas de las personas, se dispone a dar una solución. Y lo hace partiendo de la realidad y valorando lo que hay. Es cierto, lo que tienen es poco, pero les encomienda una misión: ser instrumentos de la misericordia de Dios, que piensa en sus hijos. El Padre interviene, y sin embargo, los necesita. El milagro requiere nuestra iniciativa y nuestra fe, que de ese modo crecerá.

“Denles de comer ustedes mismos.”

A la objeción de los apóstoles, Jesús responde ocupándose, pero les pide que hagan su parte, aunque sea pequeña. No la desdeña. No resuelve el problema en lugar de ellos. El milagro sucede, pero requiere que participen con todo lo que tienen, con lo que han podido conseguir y han puesto a disposición de Jesús para todos. Esto implica algún sacrificio y confianza en Él.

El maestro parte de la situación para enseñarnos a ocuparnos, juntos, los unos de los otros. Ante las necesidades de los demás no valen excusas (“no nos compete”; “no puedo hacer nada”; “tienen que apañarse, como hacemos todos” …). En la sociedad que Dios ha pensado, son bienaventurados quienes dan de comer a los hambrientos, quienes visten a los pobres y van a ver a quienes lo necesitan (cf. Mt 25, 35-40).

“Denles de comer ustedes mismos.”

La narración de este episodio nos recuerda la imagen del banquete que describe el libro de Isaías, un banquete que Dios mismo ofrece a todas las gentes, cuando Él “enjugará las lágrimas de todos los rostros” (Is 25, 8). Jesús manda que se sienten en grupos de cincuenta, como en las grandes ocasiones. Siendo Hijo, se comporta como el Padre, lo cual subraya su divinidad.

Él mismo lo dará todo hasta hacerse alimento por nosotros en la Eucaristía, el nuevo banquete de la comunión.

Ante tantas necesidades como surgieron en la pandemia del covid-19, la comunidad de los Focolares de Barcelona creó un grupo a través de las redes sociales en el que comparten las necesidades y ponen en común bienes y recursos. Y es impresionante ver cómo circulan muebles, alimentos, medicinas, electrodomésticos… Porque “solos podemos hacer poco –dicen–, pero juntos se puede hacer mucho”. Aún hoy, el grupo Fent família contribuye a que nadie entre ellos pase necesidad, como en las primeras comunidades cristianas (cf. Hch 4, 34).

Silvano Malini y equipo de Palabra de Vida

lunes, 5 de mayo de 2025

“Señor, tú lo sabes todo; sabes que te quiero”. (Juan 21,17)

El último capítulo del Evangelio de Juan nos lleva a Galilea, al lago de Tiberíades. Después de la muerte de Jesús, Pedro, Juan y otros discípulos han vuelto a su trabajo de pescadores, pero por desgracia la noche no ha sido fructífera.

El Resucitado se manifiesta allí por tercera vez y los exhorta a echar de nuevo las redes, y esta vez recogen muchos peces. Luego los invita a compartir la comida en la orilla. Pedro y los demás lo han reconocido, pero no se atreven a dirigirle la palabra.

Jesús toma la iniciativa y se dirige a Pedro con una pregunta muy comprometida: “Simón de Juan, ¿me amas más que estos?”. Es un momento solemne: por tres veces Jesús renueva la llamada a Pedro (cf. Mt 16, 18-19) para cuidar de sus ovejas, de las que Él mismo es el Pastor (Jn 10, 14).

“Señor, tú lo sabes todo; sabes que te quiero”.

Pero Pedro sabe que ha traicionado y esta trágica experiencia no le permite responder positivamente a la pregunta de Jesús. Responde humildemente: “Sabes que te quiero”.

A lo largo del diálogo, Jesús no reprocha a Pedro la traición, no continúa señalando el error. Le tiende la mano a la altura de sus posibilidades, lo lleva a su herida dolorosa, para curarla con su amistad. Lo único que pide es reconstruir la relación en la confianza recíproca. Y de Pedro brota una respuesta que es un acto de conciencia de su propia debilidad y, al mismo tiempo, de confianza ilimitada en el amor acogedor de su Maestro y Señor:

“Señor, tú lo sabes todo; sabes que te quiero”.

También a cada uno de nosotros Jesús le hace la misma pregunta: ¿me amas? ¿Quieres ser mi amigo? Él lo sabe todo: conoce los dones que hemos recibido de Él mismo, y también nuestras debilidades y heridas, a veces sangrantes. Y aun así renueva su confianza, no en nuestras fuerzas, sino en la amistad con Él. En esta amistad Pedro encontrará el valor de testimoniar el amor a Jesús hasta dar la vida.

“Momentos de debilidad, de frustración y de desaliento tenemos todos: […] adversidades, situaciones dolorosas, enfermedades, muertes, pruebas interiores, incomprensiones, tentaciones, fracasos […] Precisamente quien se siente incapaz de superar ciertas pruebas que se abaten sobre el cuerpo y sobre el alma, y por eso no puede contar con sus fuerzas, está en condiciones de fiarse de Dios. Y Él, atraído por esta confianza, interviene. Donde Él actúa, obra cosas grandes, que parecen más grandes precisamente porque brotan de nuestra pequeñez” (1).

En el día a día podemos presentarnos a Dios tal como somos y pedir su amistad, que cura. En este abandono confiado en su misericordia podremos volver a la intimidad con el Señor y reanudar el camino con Él.

“Señor, tú lo sabes todo; sabes que te quiero”.

Esta Palabra de Vida puede convertirse en oración personal, en nuestra respuesta para encomendarnos a Dios con nuestras pocas fuerzas y darle las gracias por los signos de su amor. Escribe Chiara Lubich:

“[…] Te quiero porque has entrado en mi vida más que el aire en mis pulmones, más que la sangre en mis venas. Has entrado donde nadie podía entrar, cuando nadie podía ayudarme, cada vez que nadie podía consolarme. […] Concédeme estarte agradecida –al menos un poco– durante el tiempo que me queda, por este amor que has derramado sobre mí y que me ha obligado a decirte: te quiero” (2).

También en nuestras relaciones familiares, sociales y eclesiales podemos aprender el estilo de Jesús: amar a todos, ser los primeros en amar, “lavar los pies” (cf. Jn 13, 14) a nuestros hermanos, sobre todo a los más pequeños y frágiles. Aprenderemos a acoger a cada uno con humildad y paciencia, sin juzgar, abiertos a pedir y recibir el perdón, para comprender juntos cómo caminar en la vida unos al lado de otros.

Letizia Magri y equipo de Palabra de Vida

[1] C. Lubich, Palabra de vida de julio de 2000: Ciudad Nueva n. 367 (2000/7), p. 24.
[2] C. Lubich, «Gratitud», en Pensamientos (1961): Escritos espirituales/1, Ciudad Nueva, Madrid 1995, pp. 156-157.

sábado, 1 de marzo de 2025

“¿Por qué miras la paja que hay en el ojo de tu hermano y no ves la viga que está en el tuyo?” (Lucas 6,41). Palabra del Mes, Movimiento de los Focolares.

Jesús desciende de la montaña tras una noche de oración y elige a sus discípulos. Al llegar a una llanura les dirige un largo discurso que comienza con la proclamación de las Bienaventuranzas.

En el texto de Lucas, a diferencia del Evangelio de Mateo, son solo cuatro y se refieren a los pobres, los que tienen hambre, los que sufren y los afligidos, con el añadido de otras tantas advertencias a los ricos, los satisfechos y los arrogantes (Lc 6, 20-26). Jesús convierte esta predilección de Dios por los últimos en su misión cuando, en la sinagoga de Nazaret (Lc 4, 16-21), afirma que está lleno del Espíritu del Señor y que trae a los pobres la buena nueva, la liberación a los cautivos y la libertad a los oprimidos.

Luego continúa exhortando a sus discípulos a amar incluso a los enemigos (Lc 6, 27-35), un mensaje que encuentra su motivación última en el comportamiento del Padre celestial: 

“Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso” (Lc 6, 36).

Esta afirmación es también el punto de partida de lo que sigue: 

“No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados” (Lc 6, 37). 

Luego, Jesús amonesta mediante una imagen intencionadamente disparatada:

“¿Por qué miras la paja que hay en el ojo de tu hermano y no ves la viga que está en el tuyo?”

Jesús conoce nuestro corazón de verdad. ¡Cuántas veces en la vida de todos los días hacemos esta triste experiencia! Es fácil criticar –y con rigor– errores y debilidades en un hermano o en una hermana, sin tener en cuenta que de ese modo nos atribuimos una prerrogativa que corresponde solo a Dios. La cuestión es que para «sacarnos la paja» del ojo nos hace falta esa humildad que nace de ser conscientes de que somos pecadores que necesitan continuamente del perdón de Dios. Solo quien tiene la valentía de darse cuenta de su propia «paja», de aquello de lo que tiene que convertirse, podrá entender sin juzgar y sin exagerar las fragilidades y flaquezas propias y de los demás.

Sin embargo, Jesús no invita a cerrar los ojos y dejar correr las cosas. Él quiere que sus seguidores se ayuden mutuamente a avanzar por el camino de una vida nueva. También el apóstol Pablo pide con insistencia que nos preocupemos de los demás: de corregir a los indisciplinados, confortar a los pusilánimes, sostener a los débiles y ser pacientes con todos (cf. 1 Ts 5, 14). Solo el amor es capaz de un servicio semejante.

“¿Por qué miras la paja que hay en el ojo de tu hermano y no ves la viga que está en el tuyo?”

¿Cómo poner en práctica esta Palabra de Vida? Además de lo que ya hemos dicho, empezando por este tiempo de Cuaresma, podemos pedirle a Jesús que nos enseñe a ver a los demás como Él los ve, como Dios los ve. Y Dios ve con los ojos del corazón, porque su mirada es una mirada de amor. Luego, para ayudarnos mutuamente, podríamos restablecer una práctica que fue determinante para el primer grupo de chicas de los Focolares en Trento.

“En los inicios –cuenta Chiara Lubich a un grupo de amigos musulmanes– no siempre era fácil vivir la radicalidad del amor. […] También entre nosotras y en nuestras relaciones podía depositarse algo de polvo, y la unidad podía languidecer. Esto ocurría, por ejemplo, cuando nos dábamos cuenta de los defectos e imperfecciones de los demás y los juzgábamos, de modo que la corriente de amor recíproco se enfriaba. Para reaccionar ante esta situación se nos ocurrió un día sellar un pacto entre nosotras, y lo llamamos «pacto de misericordia». Decidimos, cada mañana, ver nuevo al prójimo con el que nos encontrásemos –en casa, en clase, en el trabajo, etc.– y no recordar en absoluto sus defectos, sino cubrirlo todo con el amor. […] Era un compromiso fuerte, que asumimos todas juntas y que nos ayudaba a ser siempre las primeras en amar, a imitación de Dios misericordioso, el cual perdona y olvida” (1).

Augusto Parodi y equipo de Palabra de Vida

Notas

(1) C. LUBICH, «El amor al prójimo», Charla con un grupo de musulmanes, Castel Gandolfo 1-11-2002. Cf. El amor recíproco, Ciudad Nueva, Buenos Aires 2013, pp. 111-112.

domingo, 2 de febrero de 2025

«Examínenlo todo y quédense con lo bueno» (1 Ts 5, 21) Palabra de Vida de Febrero 2025.

La palabra de este mes está tomada de una serie de recomendaciones finales que el apóstol Pablo dirige a la comunidad de Tesalónica, ciudad portuaria de Grecia: 

“No extingan la acción del Espíritu; no desprecien las profecías; examínenlo todo y quédense con lo bueno. Cuídense del mal en todas sus formas” (Tesalonicenses 5, 19-22.) 

Profecía y discernimiento, diálogo y escucha. Estas son las indicaciones de Pablo a la comunidad que había emprendido poco tiempo antes el camino de la fe.

Entre los varios dones del Espíritu, Pablo estimaba mucho el de la profecía (Cf. Juan Pablo II, 24.6.1992). El profeta no es quien prevé el futuro sino más bien quien tiene el don de ver y de comprender la historia personal y colectiva desde el punto de vista de Dios.

Todos los dones son guiados por el don mayor, la caridad, el amor fraterno (Cf. 1 Corintios 13). Agustín de Hipona afirma que sólo la caridad permite discernir la actitud que se debe asumir frente a las varias situaciones (Cf. Agustín Io. Ep. tr. 7, 8).

“Examínenlo todo y quédense con lo bueno”.

Es necesario estar en grado de mirar no solamente los dones personales, sino también las muchas potencialidades y la complejidad de miradas y opiniones que se abren frente a nosotros en quienes nos están cerca y con los cuales nos confrontamos, incluso quizá en personas encontradas por casualidad. Es importante mantener con todos la autenticidad en el corazón y tener también la conciencia del límite de nuestro punto de vista.

Esta palabra de vida podría ser un lema a adoptar en toda situación de diálogo y de balance. Escuchar al otro, no necesariamente para aceptarlo todo sino sabiendo que es posible encontrar siempre algo bueno en lo que dice, favoreciendo la apertura mental y del corazón. Significa vaciarnos de nosotros mismos por amor y ganar así la posibilidad de construir algo juntos.

“Examínenlo todo y quédense con lo bueno”.

El sacerdote Timothy Raddcliffe, uno de los teólogos presentes en el Sínodo de obispos de la Iglesia católica, afirmó que 

“lo más valioso que podemos hacer en este sínodo es ser sinceros entre nosotros con respecto a nuestras dudas y a nuestros interrogantes, para los cuales no tenemos respuestas claras. Así podremos acercarnos como compañeros de búsqueda, mendigos de la verdad” [1].

En una conversación con algunos miembros del Movimiento, Margaret Karram comentó así esta reflexión: 

“Al pensar en esto, me di cuenta de que muchas veces no tuve la fuerza de decir realmente lo que pensaba por temor de no ser comprendida, quizá por no decir algo completamente diferente de la opinión de la mayoría. Comprendía que ser mendigos de la verdad significa adoptar una actitud de proximidad, los unos con los otros, ya que todos querríamos lo que Dios quiere, y todos juntos podemos buscar el bien” [2].

“Examínenlo todo y quédense con lo bueno”.

Es la experiencia de Antía, que participa del grupo de artes Mosaico, surgido en España en 2017 como Gen Rosso Local Project. Está compuesto por jóvenes que ofrecen con su arte y sus talleres una experiencia de fraternidad.

Antía nos cuenta: 

“Es la conexión con mis valores: un mundo fraterno, en el cual todos (adolescentes, inexpertos, vulnerables…) ofrecen su contribución para este proyecto. Mosaico me permite creer que un mundo más unido no es una utopía, no obstante las dificultades y el trabajo exigido que implica. Crecí trabajando en grupo, con un diálogo que a veces puede parecer demasiado exigido y a menudo tuve que renunciar a mis ideas que yo consideraba las mejores. El resultado es que ‘el bien’ está construido pieza por pieza por todos nosotros”.

Patrizia Mazzola y equipo de Palabra de Vida

[1] Timothy Raddcliffe Meditación n 3 Amistad , Sínodo de obispos, 2.10.2023

[2] Margaret Karram, 3.2.2024