miércoles, 10 de septiembre de 2025

“Levantado en alto” (Juan 3,13-17) Exaltación de la Santa Cruz

Celebramos hoy una fiesta que se superpone al domingo que correspondería hoy, vigésimo cuarto durante el año, porque se trata, como veremos, de una fiesta del Señor.

El título de esta fiesta es llamativo y tal vez desconcertante porque, entre nosotros, el uso más común de “exaltación” es el referido al estado de una persona que manifiesta con excesiva intensidad lo que siente. Decimos de esa persona que está “exaltada”; pero la primera acepción del verbo exaltar es “Elevar a alguien o algo a gran auge o dignidad”. Exaltar la cruz es, pues, darle a ese signo una especial importancia y lo hacemos porque se trata de la cruz de Cristo. Es la Cruz de Cristo porque, a través de su sufrimiento y muerte en la cruz, Él realizó la salvación y fue, a su vez, “exaltado” por el Padre, es decir: fue resucitado y elevado. “Subió al Cielo y está sentado a la derecha del Padre”, rezamos en el Credo.

La cruz es el signo cristiano por excelencia. Sin embargo, no siempre fue así. En los primeros tiempos del cristianismo no la encontramos entre los signos que utilizaban los fieles. De esos tiempos recordamos el signo del pez, en griego ichthys, (IXΘΥΣ) palabra cuyas letras forman la sigla de Jesús – Cristo – Dios – Hijo - Salvador. 

Antes que la imagen del crucificado estaba ya la del Buen Pastor, que evoca las palabras del Salmo 23 “El Señor es mi pastor”, la parábola de la oveja perdida del evangelio de Lucas y, sobre todo, el capítulo diez del evangelio según san Juan, donde Jesús dice “yo soy el buen pastor”.

La cruz y, más aún, el crucifijo, es decir el Cristo clavado en la cruz y sufriendo, no llegó a hacerse parte de las imágenes cristianas sino después de un largo proceso. Mientras la crucifixión siguió siendo en el imperio romano una forma de ejecución, no era fácil para un cristiano ver la imagen de su maestro clavado en la cruz, como se hacía con los más horrendos criminales. Se hablaba de la cruz, no sin tensión, como lo refleja san Pablo cuando dice:

Nosotros predicamos a un Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los paganos (1 Corintios 1,23)

Escándalo y locura: un Dios crucificado, ¡un Dios que sufre! Pero la cruz no puede ser negada. Jesús fue levantado, padeció y murió en ella. Es un misterio y, como tal, será siendo mejor comprendido a medida que la Iglesia vaya profundizando en su fe.

Con el abandono de las crucifixiones como forma de ejecución y la peregrinación de Santa Elena a Jerusalén donde, según la tradición, encontró la verdadera cruz de Jesús, el signo comenzó a aparecer en las iglesias; pero solo la cruz, sin el crucificado. Aparecía hermosamente adornada: una cruz enjoyada, como la de estos mosaicos de antiguas iglesias en Roma y en Ravena.

Un segundo paso fue colocar a Cristo en la cruz; pero se lo representaba triunfante, vestido, sin signos de sufrimiento, como este Cristo de la Sagrada Faz, en Lucca, de fines del siglo VIII. 

Fue hacia el siglo XIII cuando comenzó a afirmarse la representación del crucifijo con el Cristo doliente, un Cristo identificado con una humanidad que sufre, pero que toma ese dolor sobre sí y abre con la cruz la puerta de la eternidad.

La cruz, el objeto material, no tiene que distraer nuestra mirada de modo que olvidemos qué es lo que le da significado. Recordemos el momento de la adoración de la Cruz, en el Viernes Santo. Para invitarnos a ese gesto, el sacerdote canta: “Este es el árbol de la Cruz donde estuvo suspendida la salvación del mundo. Vengan y adoremos.”

Esas palabras nos recuerdan que la cruz tiene valor y significado por lo que sucedió en ella, cumpliendo lo anunciado por Jesús en el evangelio que leemos hoy:

«… es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todos los que creen en Él tengan Vida eterna». (Juan 3,14)

Pero ¿qué es lo que hace Jesús en la cruz? Aparentemente, no puede hacer nada. Pasión habla de “pasividad”. La Pasión se sufre. Clavado en la cruz, fijado a ella, a Jesús no le espera nada más que una muerte que no tardará en acontecer… entonces ¿qué puede hacer?

“… se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz.” (Filipenses 2,8)

Lo que realiza Jesús en la Cruz es hacer de esa ejecución que se le impone, que le impone la fuerza del mal… hacer de esa ejecución un sacrificio, donde él mismo es sacerdote, víctima y altar. Jesús da un sentido a su pasión y muerte en la cruz ofreciendo su vida como manifestación del amor de Dios, el amor infinito de Dios por cada uno de nosotros. 

«Sí, tanto Dios amó al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en Él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él.» (Juan 3,16-17)

Por eso exaltamos la Cruz de Cristo: porque de ella brota la misericordia del Padre que abraza al mundo entero. Es contemplando todo eso que podemos decir “Ave Crux, spes única”: “salve, oh cruz, única esperanza”; porque esa cruz es la cruz de Cristo. La Exaltación de la Santa Cruz nos llama a mirar con nuevos ojos la realidad de cada día y a descubrir, en cada gesto de entrega, una chispa de eternidad.

Nuestra Señora de los Dolores

El 15 de septiembre, día siguiente a la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, se celebra la memoria de Nuestra Señora de los Dolores, recordando como la Madre de Jesús estuvo acompañando a su Hijo al pie de la Cruz y cómo allí, en la persona del discípulo amado, Jesús nos la entrega como Madre.

Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien él amaba, Jesús le dijo: «Mujer, aquí tienes a tu hijo.» Luego dijo al discípulo: «Aquí tienes a tu madre.» Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa. (Juan 19,26-27)

El beato Jacinto Vera, primer obispo del Uruguay, tenía especial devoción a esta imagen de Nuestra Señora de los Dolores que se encuentra hoy en la parroquia San Ignacio de Loyola en Montevideo.

Esa devoción viene sin duda de más lejos, ya que en el territorio de la parroquia donde se casaron sus padres, en la Isla de Lanzarote, había una ermita dedicada a la Dolorosa, en agradecimiento por el fin de una larga erupción volcánica. Hoy hay allí una pequeña capilla donde se celebra Misa los domingos.

En esta semana

Martes 16: Santos Cornelio, papa, y Cipriano, obispo, mártires.

Viernes 19: en Uruguay, beatas Dolores y Consuelo Aguiar-Mella y Díaz, nacidas en Montevideo, vírgenes y mártires en Madrid, en el año 1936, durante la persecución religiosa en España.

Sábado 20: San Andrés Kim, presbítero y san Pablo Chong Hasang y compañeros, mártires en Corea.  

Gracias, amigas y amigos, por su atención. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

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