Estamos en el último domingo de septiembre, Mes de la Biblia en varios países, Mes de la Palabra de Dios en Uruguay. El martes 30 la Iglesia recuerda a San Jerónimo, que vivió entre los siglos IV y V, más o menos contemporáneo de San Agustín.
Jerónimo tradujo la Sagrada Escritura al latín llamado “vulgar”, porque era el latín que hablaba el pueblo y por eso su Biblia es conocida como la “Vulgata”. Fue un gran esfuerzo para que el Pueblo de Dios pudiera escuchar las lecturas bíblicas en su lengua. Digo escuchar, porque no eran tantos los que sabían leer y estábamos muy lejos de la invención de la imprenta, que llegaría diez siglos después.
El evangelio de hoy concluye con un fuerte llamado a escuchar a Moisés y los profetas; esto significa “escuchar la Palabra de Dios”.
En efecto, lo que hoy llamamos Antiguo Testamento o libro de la Primera Alianza, era nombrado mencionando sus tres grandes partes: la Ley, es decir los libros atribuidos a Moisés; los diferentes textos de los profetas y los demás escritos, muchos de ellos de carácter sapiencial. “Moisés y los profetas” es una forma abreviada de mencionar las tres partes de la Palabra de Dios en el tiempo de Jesús.
Pero no nos adelantemos a la conclusión del evangelio. Vayamos a su comienzo o, mejor aún, vayamos más atrás, al texto del profeta Amós que nos presenta la primera lectura. Amós nos describe un grupo de gente rica que está dándose la gran vida,
Acostados en lechos de marfil y apoltronados en sus divanes,
comen los corderos del rebaño (…) Improvisan al son del arpa,
y como David, inventan instrumentos musicales; (…)
beben el vino en grandes copas y se ungen con los mejores aceites… (Amós 6,4-7)
Ya el domingo pasado Amós nos presentaba esa gente enceguecida por la ambición, por el ansia de acumular para sí, sin importarles nada ni nadie, alterando medidas y balanzas para estafar, subiendo los precios, aprovechándose de los pobres…
Con ese telón de fondo, llega la parábola que nos presenta Jesús:
Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino finísimo y cada día hacía espléndidos banquetes. (Lucas 16,19)
Este es el primer personaje: un hombre rico. No se dice su nombre y eso puede tener su significado. El nombre define a la persona. Recordemos como son presentadas por su nombre muchas figuras de la Sagrada Escritura. Aquí, en cambio, lo que se presenta es su lujosa, muy lujosa, forma de vestir y su vida de grandes banquetes diarios. Ese modo de vida nos recuerda a los ricos denunciados por Amós; pero, en cambio, no se dice que sus riquezas sean producto de la explotación, de la estafa o del abuso. Se marca, sí, una manera de vivir con muchos excesos, en gran contraste con el siguiente personaje:
A su puerta, cubierto de llagas, yacía un pobre llamado Lázaro, que ansiaba saciarse con lo que caía de la mesa del rico; y hasta los perros iban a lamer sus llagas. (Lucas 16,20-21)
Este pobre, sí, tiene un nombre, y no es un detalle menor. Su hambre y su desnudez (sus llagas parecen estar a la vista) contrastan fuertemente con la vida que lleva el rico.
Pero, con la muerte, la situación de ambos se va a dar vuelta totalmente.
El pobre murió y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. El rico también murió y fue sepultado. (Lucas 16,22)
El rico se encuentra ahora “en la morada de los muertos”, en medio de tormentos; pero desde allí ve a Abraham y a Lázaro junto a él.
Así como Lázaro en la tierra ansiaba saciarse de lo que caía de su mesa, ahora el rico suplica para recibir por medio de Lázaro una gotita de agua que refresque su lengua. Pero Abraham le responde:
«Hijo mío (…) recuerda que has recibido tus bienes en vida y Lázaro, en cambio, recibió males; ahora él encuentra aquí su consuelo, y tú, el tormento. Además, entre ustedes y nosotros se abre un gran abismo. De manera que los que quieren pasar de aquí hasta allí no pueden hacerlo, y tampoco se puede pasar de allí hasta aquí». (Lucas 16,25-26)
Esta parábola parece una invitación a la resignación. Parece decirle al pobre Lázaro “ahora sufres mientras el rico disfruta; en el otro mundo, todo se dará vuelta. Él sufrirá y tú disfrutarás. Solo ten paciencia”.
Sin embargo, ésta no es la parábola del pobre Lázaro, aunque él es un personaje importante. La mayor parte de la parábola la ocupa el diálogo del rico con Abraham; pero tampoco es la parábola del rico malvado, como los que describía el profeta Amós.
La predicación de Jesús es siempre un llamado a la conversión, a un cambio profundo de vida. ¿Qué cambio de actitud está reclamando Jesús?
Lo primero, no apoltronarnos. No instalarnos en una vida donde lo único que nos importe sea nuestro propio bienestar y terminemos creando alrededor un abismo que nadie pueda cruzar para molestarnos.
Así vivía el rico de la parábola, envuelto en su púrpura y sus banquetes diarios. Había un abismo entre él y el pobre que estaba sentado a su puerta. Ese pobre que para él no tiene nombre, pero que se llama Lázaro, que significa “ayuda de Dios”.
Este es el llamado: mira a tu alrededor, sal de tu burbuja, cruza el abismo y ve al encuentro del otro, ve al encuentro de aquel que Dios te ha puesto como ayuda para no perderte y, encontrándolo, encontrar a Dios y encontrarte a ti mismo.
Pero la parábola continúa. En su diálogo con Abraham, el rico ve que ya no es posible cambiar su situación; pero se acuerda de sus hermanos que, al parecer, están siguiendo el mismo camino que llevó al rico a su situación actual. Por eso suplica:
«Te ruego entonces, padre, que envíes a Lázaro a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos: que él los prevenga, no sea que ellos también caigan en este lugar de tormento» (Lucas 16,27-28)
La respuesta de Abraham es muy importante, y es el segundo llamado de esta parábola:
«Tienen a Moisés y a los Profetas; que los escuchen». (Lucas 16,29)
El rico insiste, diciendo que si alguno va a verlos de entre los muertos, se arrepentirán. Pero la parábola se cierra con esta sentencia de Abraham:
«Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, aunque resucite alguno de entre los muertos, tampoco se convencerán» (Lucas 16,31)
“Si no escuchan a Moisés y a los Profetas…” si no escuchan la Palabra de Dios, nada habrá que cambie su vida.
Para nosotros, cristianos, la escucha de la Palabra de Dios, leída, meditada, rezada y comprendida en Iglesia, es la escucha de Jesucristo, el que resucitó de entre los muertos. La escucha verdadera de la Palabra lleva a ponerla en práctica.
La escucha de la Palabra lleva a la conversión y al seguimiento de Jesús, que no es posible sin vivir el amor al prójimo expresado en gestos concretos, en entrega y servicio, especialmente a los más pobres.
Frente al rico que se encerró en su zona de seguridad y lujo, se contrapone, en la segunda lectura, la figura de alguien que eligió seguir a Jesús: Timoteo, discípulo de Pablo que tomó su decisión ante muchos testigos, tal como lo hizo Jesús ante Pilato y todo el pueblo. A él y a cada uno de nosotros nos dice hoy san Pablo:
"... practica la justicia, la piedad, la fe, el amor, la constancia, la bondad. Pelea el buen combate de la fe, conquista la Vida eterna, a la que has sido llamado y en vista de la cual hiciste una magnífica profesión de fe, en presencia de numerosos testigos. (1 Timoteo 6,11-12)
En esta semana
Lunes 29, Santos Arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael. Fiesta patronal de la parroquia San Miguel, en Los Cerrillos.
Martes 30, San Jerónimo, presbítero y doctor de la Iglesia.
Miércoles 1, Santa Teresita del Niño Jesús, virgen y doctora de la Iglesia; patrona de la parroquia de Juanicó.
Jueves 2, Santos Ángeles Custodios.
Sábado 4, San Francisco de Asís, patrono de las parroquias de Joaquín Suárez y Colonia Nicolich. Fiesta también en los monasterios de las Clarisas franciscanas y las Clarisas capuchinas.
En ese día será ordenado diácono, en camino al sacerdocio, el hermano claretiano Elisio, en la parroquia San Antonio María Claret, en la ciudad de Progreso.
Gracias, amigas y amigos por su atención. Crezcamos en fidelidad a Jesús por la escucha y la práctica de la Palabra. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.
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