domingo, 31 de diciembre de 2023

Inteligencia Artificial y Paz: Mensaje del Papa Francisco para la 57 Jornada Mundial de la Paz. 1 de enero de 2024.

MENSAJE DE SU SANTIDAD FRANCISCO PARA LA CELEBRACIÓN
DE LA 57 JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ, 1 DE ENERO DE 2024

Inteligencia artificial y paz

Al iniciar el año nuevo, tiempo de gracia que el Señor nos da a cada uno de nosotros, quisiera dirigirme al Pueblo de Dios, a las naciones, a los Jefes de Estado y de Gobierno, a los Representantes de las distintas religiones y de la sociedad civil, y a todos los hombres y mujeres de nuestro tiempo para expresarles mis mejores deseos de paz.

1. El progreso de la ciencia y de la tecnología como camino hacia la paz

La Sagrada Escritura atestigua que Dios ha dado a los hombres su Espíritu para que tengan «habilidad, talento y experiencia en la ejecución de toda clase de trabajos» (Ex 35,31). La inteligencia es expresión de la dignidad que nos ha dado el Creador al hacernos a su imagen y semejanza (cf. Gn 1,26) y nos ha hecho capaces de responder a su amor a través de la libertad y del conocimiento. La ciencia y la tecnología manifiestan de modo particular esta cualidad fundamentalmente relacional de la inteligencia humana, ambas son producto extraordinario de su potencial creativo.

En la Constitución pastoral Gaudium et spes, el Concilio Vaticano II ha insistido en esta verdad, declarando que «siempre se ha esforzado el hombre con su trabajo y con su ingenio en perfeccionar su vida». [1] Cuando los seres humanos, «con ayuda de los recursos técnicos», se esfuerzan para que la tierra «llegue a ser morada digna de toda la familia humana», [2] actúan según el designio de Dios y cooperan con su voluntad de llevar a cumplimiento la creación y difundir la paz entre los pueblos. Asimismo, el progreso de la ciencia y de la técnica, en la medida en que contribuye a un mejor orden de la sociedad humana y a acrecentar la libertad y la comunión fraterna, lleva al perfeccionamiento del hombre y a la transformación del mundo.

Nos alegramos justamente y agradecemos las extraordinarias conquistas de la ciencia y de la tecnología, gracias a las cuales se ha podido poner remedio a innumerables males que afectaban a la vida humana y causaban grandes sufrimientos. Al mismo tiempo, los progresos técnico-científicos, haciendo posible el ejercicio de un control sobre la realidad, nunca visto hasta ahora, están poniendo en las manos del hombre una vasta gama de posibilidades, algunas de las cuales representan un riesgo para la supervivencia humana y un peligro para la casa común. [3]

Los notables progresos de las nuevas tecnologías de la información, especialmente en la esfera digital, presentan, por tanto, entusiasmantes oportunidades y graves riesgos, con serias implicaciones para la búsqueda de la justicia y de la armonía entre los pueblos. Por consiguiente, es necesario plantearse algunas preguntas urgentes. ¿Cuáles serán las consecuencias, a medio y a largo plazo, de las nuevas tecnologías digitales? ¿Y qué impacto tendrán sobre la vida de los individuos y de la sociedad, sobre la estabilidad internacional y sobre la paz?

2. El futuro de la inteligencia artificial entre promesas y riesgos

Los progresos de la informática y el desarrollo de las tecnologías digitales en los últimos decenios ya han comenzado a producir profundas transformaciones en la sociedad global y en sus dinámicas. Los nuevos instrumentos digitales están cambiando el rostro de las comunicaciones, de la administración pública, de la instrucción, del consumo, de las interacciones personales y de otros innumerables aspectos de la vida cotidiana.

Además, las tecnologías que usan un gran número de algoritmos pueden extraer, de los rastros digitales dejados en internet, datos que permiten controlar los hábitos mentales y relacionales de las personas con fines comerciales o políticos, frecuentemente sin que ellos lo sepan, limitándoles el ejercicio consciente de la libertad de elección. De hecho, en un espacio como la web, caracterizado por una sobrecarga de información, se puede estructurar el flujo de datos según criterios de selección no siempre percibidos por el usuario.

Debemos recordar que la investigación científica y las innovaciones tecnológicas no están desencarnadas de la realidad ni son «neutrales», [4] sino que están sujetas a las influencias culturales. En cuanto actividades plenamente humanas, las direcciones que toman reflejan decisiones condicionadas por los valores personales, sociales y culturales de cada época. Lo mismo se diga de los resultados que consiguen. Estas, precisamente en cuanto fruto de planteamientos específicamente humanos hacia el mundo circunstante, tienen siempre una dimensión ética, estrictamente ligada a las decisiones de quien proyecta la experimentación y enfoca la producción hacia objetivos particulares.

Esto vale también para las formas de inteligencia artificial, para la cual, hasta hoy, no existe una definición unívoca en el mundo de la ciencia y de la tecnología. El término mismo, que ha entrado ya en el lenguaje común, abraza una variedad de ciencias, teorías y técnicas dirigidas a hacer que las máquinas reproduzcan o imiten, en su funcionamiento, las capacidades cognitivas de los seres humanos. Hablar en plural de “formas de inteligencia” puede ayudar a subrayar sobre todo la brecha infranqueable que existe entre estos sistemas y la persona humana, por más sorprendentes y potentes que sean. Estos son, a fin de cuentas, “fragmentarios”, en el sentido de que sólo pueden imitar o reproducir algunas funciones de la inteligencia humana. El uso del plural pone en evidencia además que estos dispositivos, muy distintos entre sí, se deben considerar siempre como “sistemas socio-técnicos”. En efecto, su impacto, independientemente de la tecnología de base, no sólo depende del proyecto, sino también de los objetivos y de los intereses del que los posee y del que los desarrolla, así como de las situaciones en las que se usan.

La inteligencia artificial, por tanto, debe ser entendida como una galaxia de realidades distintas y no podemos presumir a priori que su desarrollo aporte una contribución benéfica al futuro de la humanidad y a la paz entre los pueblos. Tal resultado positivo sólo será posible si somos capaces de actuar de forma responsable y de respetar los valores humanos fundamentales como «la inclusión, la transparencia, la seguridad, la equidad, la privacidad y la responsabilidad». [5]

No basta ni siquiera suponer, de parte de quien proyecta algoritmos y tecnologías digitales, un compromiso de actuar de forma ética y responsable. Es preciso reforzar o, si es necesario, instituir organismos encargados de examinar las cuestiones éticas emergentes y de tutelar los derechos de los que utilizan formas de inteligencia artificial o reciben su influencia. [6]

La inmensa expansión de la tecnología, por consiguiente, debe ser acompañada, para su desarrollo, por una adecuada formación en la responsabilidad. La libertad y la convivencia pacífica están amenazadas cuando los seres humanos ceden a la tentación del egoísmo, del interés personal, del afán de lucro y de la sed de poder. Tenemos por ello el deber de ensanchar la mirada y de orientar la búsqueda técnico-científica hacia la consecución de la paz y del bien común, al servicio del desarrollo integral del hombre y de la comunidad. [7]

La dignidad intrínseca de cada persona y la fraternidad que nos vincula como miembros de una única familia humana, deben estar en la base del desarrollo de las nuevas tecnologías y servir como criterios indiscutibles para valorarlas antes de su uso, de modo que el progreso digital pueda realizarse en el respeto de la justicia y contribuir a la causa de la paz. Los desarrollos tecnológicos que no llevan a una mejora de la calidad de vida de toda la humanidad, sino que, por el contrario, agravan las desigualdades y los confictos, no podrán ser considerados un verdadero progreso. [8]

La inteligencia artificial será cada vez más importante. Los desafíos que plantea no son sólo técnicos, sino también antropológicos, educativos, sociales y políticos. Promete, por ejemplo, un ahorro de esfuerzos, una producción más eficiente, transportes más ágiles y mercados más dinámicos, además de una revolución en los procesos de recopilación, organización y verificación de los datos. Es necesario ser conscientes de las rápidas transformaciones que están ocurriendo y gestionarlas de modo que se puedan salvaguardar los derechos humanos fundamentales, respetando las instituciones y las leyes que promueven el desarrollo humano integral. La inteligencia artificial debería estar al servicio de un mejor potencial humano y de nuestras más altas aspiraciones, no en competencia con ellos.

3. La tecnología del futuro: máquinas que aprenden solas

En sus múltiples formas la inteligencia artificial, basada en técnicas de aprendizaje automático (machine learning), aunque se encuentre todavía en una fase pionera, ya está introduciendo cambios notables en el tejido de las sociedades, ejercitando una profunda influencia en las culturas, en los comportamientos sociales y en la construcción de la paz.

Desarrollos como el machine learning o como el aprendizaje profundo (deep learning) plantean cuestiones que trascienden los ámbitos de la tecnología y de la ingeniería y tienen que ver con una comprensión estrictamente conectada con el significado de la vida humana, los procesos básicos del conocimiento y la capacidad de la mente de alcanzar la verdad.

La habilidad de algunos dispositivos para producir textos sintáctica y semánticamente coherentes, por ejemplo, no es garantía de confiabilidad. Se dice que pueden “alucinar”, es decir, generar afirmaciones que a primera vista parecen plausibles, pero que en realidad son infundadas o delatan prejuicios. Esto crea un serio problema cuando la inteligencia artificial se emplea en campañas de desinformación que difunden noticias falsas y llevan a una creciente desconfianza hacia los medios de comunicación. La confidencialidad, la posesión de datos y la propiedad intelectual son otros ámbitos en los que las tecnologías en cuestión plantean graves riesgos, a los que se añaden ulteriores consecuencias negativas unidas a su uso impropio, como la discriminación, la interferencia en los procesos electorales, la implantación de una sociedad que vigila y controla a las personas, la exclusión digital y la intensificación de un individualismo cada vez más desvinculado de la colectividad. Todos estos factores corren el riesgo de alimentar los conflictos y de obstaculizar la paz.

4. El sentido del límite en el paradigma tecnocrático

Nuestro mundo es demasiado vasto, variado y complejo para poder ser completamente conocido y clasificado. La mente humana nunca podrá agotar su riqueza, ni siquiera con la ayuda de los algoritmos más avanzados. Estos, de hecho, no ofrecen previsiones garantizadas del futuro, sino sólo aproximaciones estadísticas. No todo puede ser pronosticado, no todo puede ser calculado; al final «la realidad es superior a la idea» [9] y, por más prodigiosa que pueda ser nuestra capacidad de cálculo, habrá siempre un residuo inaccesible que escapa a cualquier intento de cuantificación.

Además, la gran cantidad de datos analizados por las inteligencias artificiales no es de por sí garantía de imparcialidad. Cuando los algoritmos extrapolan informaciones, siempre corren el riesgo de distorsionarlas, reproduciendo las injusticias y los prejuicios de los ambientes en los que se originan. Cuanto más veloces y complejos se vuelven, más difícil es comprender porqué han generado un determinado resultado.

Las máquinas inteligentes pueden efectuar las tareas que se les asignan cada vez con mayor eficiencia, pero el fin y el significado de sus operaciones continuarán siendo determinadas o habilitadas por seres humanos que tienen un propio universo de valores. El riesgo es que los criterios que están en la base de ciertas decisiones se vuelvan menos transparentes, que la responsabilidad decisional se oculte y que los productores puedan eludir la obligación de actuar por el bien de la comunidad. En cierto sentido, esto es favorecido por el sistema tecnocrático, que alía la economía con la tecnología y privilegia el criterio de la eficiencia, tendiendo a ignorar todo aquello que no está vinculado con sus intereses inmediatos. [10]

Esto debe hacernos reflexionar sobre el “sentido del límite”, un aspecto a menudo descuidado en la mentalidad actual, tecnocrática y eficientista, y sin embargo decisivo para el desarrollo personal y social. El ser humano, en efecto, mortal por definición, pensando en sobrepasar todo límite gracias a la técnica, corre el riesgo, en la obsesión de querer controlarlo todo, de perder el control de sí mismo, y en la búsqueda de una libertad absoluta, de caer en la espiral de una dictadura tecnológica. Reconocer y aceptar el propio límite de criatura es para el hombre condición indispensable para conseguir o, mejor, para acoger la plenitud como un don. En cambio, en el contexto ideológico de un paradigma tecnocrático, animado por una prometeica presunción de autosuficiencia, las desigualdades podrían crecer de forma desmesurada, y el conocimiento y la riqueza acumularse en las manos de unos pocos, con graves riesgos para las sociedades democráticas y la coexistencia pacífica. [11]

5. Temas candentes para la ética

En el futuro, la fiabilidad de quien pide un préstamo, la idoneidad de un individuo para un trabajo, la posibilidad de reincidencia de un condenado o el derecho a recibir asilo político o asistencia social podrían ser determinados por sistemas de inteligencia artificial. La falta de niveles diversificados de mediación que estos sistemas introducen está particularmente expuesta a formas de prejuicio y discriminación. Los errores sistémicos pueden multiplicarse fácilmente, produciendo no sólo injusticias en casos concretos sino también, por efecto dominó, auténticas formas de desigualdad social.

Además, con frecuencia las formas de inteligencia artificial parecen capaces de influenciar las decisiones de los individuos por medio de opciones predeterminadas asociadas a estímulos y persuasiones, o mediante sistemas de regulación de las elecciones personales basados en la organización de la información. Estas formas de manipulación o de control social requieren una atención y una supervisión precisas, e implican una clara responsabilidad legal por parte de los productores, de quienes las usan y de las autoridades gubernamentales.

La dependencia de procesos automáticos que clasifican a los individuos, por ejemplo, por medio del uso generalizado de la vigilancia o la adopción de sistemas de crédito social, también podría tener repercusiones profundas en el entramado social, estableciendo categorizaciones impropias entre los ciudadanos. Y estos procesos artificiales de clasificación podrían llevar incluso a conflictos de poder, no sólo en lo que respecta a destinatarios virtuales, sino a personas de carne y hueso. El respeto fundamental por la dignidad humana postula rechazar que la singularidad de la persona sea identificada con un conjunto de datos. No debemos permitir que los algoritmos determinen el modo en el que entendemos los derechos humanos, que dejen a un lado los valores esenciales de la compasión, la misericordia y el perdón o que eliminen la posibilidad de que un individuo cambie y deje atrás el pasado.

En este contexto, no podemos dejar de considerar el impacto de las nuevas tecnologías en el ámbito laboral. Trabajos que en un tiempo eran competencia exclusiva de la mano de obra humana son rápidamente absorbidos por las aplicaciones industriales de la inteligencia artificial. También en este caso se corre el riesgo sustancial de un beneficio desproporcionado para unos pocos a costa del empobrecimiento de muchos. El respeto de la dignidad de los trabajadores y la importancia de la ocupación para el bienestar económico de las personas, las familias y las sociedades, la seguridad de los empleos y la equidad de los salarios deberían constituir una gran prioridad para la comunidad internacional, a medida que estas formas de tecnología se van introduciendo cada vez más en los lugares de trabajo.

6. ¿Transformaremos las espadas en arados?

En estos días, mirando el mundo que nos rodea, no podemos eludir las graves cuestiones éticas vinculadas al sector de los armamentos. La posibilidad de conducir operaciones militares por medio de sistemas de control remoto ha llevado a una percepción menor de la devastación que estos han causado y de la responsabilidad en su uso, contribuyendo a un acercamiento aún más frío y distante a la inmensa tragedia de la guerra. La búsqueda de las tecnologías emergentes en el sector de los denominados “sistemas de armas autónomos letales”, incluido el uso bélico de la inteligencia artificial, es un gran motivo de preocupación ética. Los sistemas de armas autónomos no podrán ser nunca sujetos moralmente responsables. La exclusiva capacidad humana de juicio moral y de decisión ética es más que un complejo conjunto de algoritmos, y dicha capacidad no puede reducirse a la programación de una máquina que, aun siendo “inteligente”, no deja de ser siempre una máquina. Por este motivo, es imperioso garantizar una supervisión humana adecuada, significativa y coherente de los sistemas de armas.

Tampoco podemos ignorar la posibilidad de que armas sofisticadas terminen en las manos equivocadas facilitando, por ejemplo, ataques terroristas o acciones dirigidas a desestabilizar instituciones de gobierno legítimas. En resumen, realmente lo último que el mundo necesita es que las nuevas tecnologías contribuyan al injusto desarrollo del mercado y del comercio de las armas, promoviendo la locura de la guerra. Si lo hace así, no sólo la inteligencia, sino el mismo corazón del hombre correrá el riesgo de volverse cada vez más “artificial”. Las aplicaciones técnicas más avanzadas no deben usarse para facilitar la resolución violenta de los conflictos, sino para pavimentar los caminos de la paz.

En una óptica más positiva, si la inteligencia artificial fuese utilizada para promover el desarrollo humano integral, podría introducir importantes innovaciones en la agricultura, la educación y la cultura, un mejoramiento del nivel de vida de enteras naciones y pueblos, el crecimiento de la fraternidad humana y de la amistad social. En definitiva, el modo en que la usamos para incluir a los últimos, es decir, a los hermanos y las hermanas más débiles y necesitados, es la medida que revela nuestra humanidad.

Una mirada humana y el deseo de un futuro mejor para nuestro mundo llevan a la necesidad de un diálogo interdisciplinar destinado a un desarrollo ético de los algoritmos — la algorética—, en el que los valores orienten los itinerarios de las nuevas tecnologías. [12]Las cuestiones éticas deberían ser tenidas en cuenta desde el inicio de la investigación, así como en las fases de experimentación, planificación, distribución y comercialización. Este es el enfoque de la ética de la planificación, en el que las instituciones educativas y los responsables del proceso decisional tienen un rol esencial que desempeñar.

7. Desafíos para la educación

El desarrollo de una tecnología que respete y esté al servicio de la dignidad humana tiene claras implicaciones para las instituciones educativas y para el mundo de la cultura. Al multiplicar las posibilidades de comunicación, las tecnologías digitales nos han permitido nuevas formas de encuentro. Sin embargo, continúa siendo necesaria una reflexión permanente sobre el tipo de relaciones al que nos está llevando. Los jóvenes están creciendo en ambientes culturales impregnados de la tecnología y esto no puede dejar de cuestionar los métodos de enseñanza y formación.

La educación en el uso de formas de inteligencia artificial debería centrarse sobre todo en promover el pensamiento crítico. Es necesario que los usuarios de todas las edades, pero sobre todo los jóvenes, desarrollen una capacidad de discernimiento en el uso de datos y de contenidos obtenidos en la web o producidos por sistemas de inteligencia artificial. Las escuelas, las universidades y las sociedades científicas están llamadas a ayudar a los estudiantes y a los profesionales a hacer propios los aspectos sociales y éticos del desarrollo y el uso de la tecnología.

La formación en el uso de nuevos instrumentos de comunicación debería considerar no sólo la desinformación, las falsas noticias, sino también el inquietante aumento de «miedos ancestrales que [...] han sabido esconderse y potenciarse detrás de nuevas tecnologías». [13]Lamentablemente, una vez más nos encontramos teniendo que combatir “la tentación de hacer una cultura de muros, de levantar muros para impedir el encuentro con otras culturas, con otra gente” [14]y el desarrollo de una coexistencia pacífica y fraterna.

8. Desafíos para el desarrollo del derecho internacional

El alcance global de la inteligencia artificial hace evidente que, junto a la responsabilidad de los estados soberanos de disciplinar internamente su uso, las organizaciones internacionales pueden desempeñar un rol decisivo en la consecución de acuerdos multilaterales y en la coordinación de su aplicación y actuación. [15]A este propósito, exhorto a la comunidad de las naciones a trabajar unida para adoptar un tratado internacional vinculante, que regule el desarrollo y el uso de la inteligencia artificial en sus múltiples formas. Naturalmente, el objetivo de la reglamentación no debería ser sólo la prevención de las malas prácticas, sino también alentar las mejores prácticas, estimulando planteamientos nuevos y creativos y facilitando iniciativas personales y colectivas. [16]

En definitiva, en la búsqueda de modelos normativos que puedan proporcionar una guía ética a quienes desarrollan tecnologías digitales, es indispensable identificar los valores humanos que deberían estar en la base del compromiso de las sociedades para formular, adoptar y aplicar los marcos legislativos necesarios. El trabajo de redacción de las orientaciones éticas para la producción de formas de inteligencia artificial no puede prescindir de la consideración de cuestiones más profundas, relacionadas con el significado de la existencia humana, la tutela de los derechos humanos fundamentales y la búsqueda de la justicia y de la paz. Este proceso de discernimiento ético y jurídico puede revelarse como una valiosa ocasión para una reflexión compartida sobre el rol que la tecnología debería tener en nuestra vida personal y comunitaria y sobre cómo su uso podría contribuir a la creación de un mundo más justo y humano. Por este motivo, en los debates sobre la reglamentación de la inteligencia artificial, se debería tener en cuenta la voz de todas las partes interesadas, incluidos los pobres, los marginados y otros más que a menudo quedan sin ser escuchados en los procesos decisionales globales.

* * * * *

Espero que esta reflexión anime a hacer que los progresos en el desarrollo de formas de inteligencia artificial contribuyan, en última instancia, a la causa de la fraternidad humana y de la paz. No es responsabilidad de unos pocos, sino de toda la familia humana. La paz, en efecto, es el fruto de relaciones que reconocen y acogen al otro en su dignidad inalienable, y de cooperación y esfuerzo en la búsqueda del desarrollo integral de todas las personas y de todos los pueblos.

Mi oración al comienzo del nuevo año es que el rápido desarrollo de formas de inteligencia artificial no aumente las ya numerosas desigualdades e injusticias presentes en el mundo, sino que ayude a poner fin a las guerras y los conflictos, y a aliviar tantas formas de sufrimiento que afectan a la familia humana. Que los fieles cristianos, los creyentes de distintas religiones y los hombres y mujeres de buena voluntad puedan colaborar en armonía para aprovechar las oportunidades y afrontar los desafíos que plantea la revolución digital, y dejar a las generaciones futuras un mundo más solidario, justo y pacífico.

Vaticano, 8 de diciembre de 2023

FRANCISCO


[1] N. 33.

[2] Ibíd., n. 57.

[3] Cf. Carta enc. Laudato si’ (24 mayo 2015), 104.

[4] Cf. ibíd., 114.

[5] Discurso a los participantes en el encuentro “Minerva Dialogues” (27 marzo 2023).

[6] Cf. ibíd.

[7] Cf. Mensaje al Presidente Ejecutivo del “World Economic Forum” en Davos-Klosters (12 enero 2018).

[8] Cf. Carta enc. Laudato si’, 194; Discurso a los participantes en un Seminario sobre “El bien común en la era digital” (27 septiembre 2019).

[9] Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 233.

[10] Cf. Carta. enc. Laudato si’, 54.

[11] Cf. Discurso a los participantes en la Plenaria de la Pontificia Academia para la Vida (28 febrero 2020).

[12] Cf. ibíd.

[13] Carta enc. Fratelli tutti (3 octubre 2020), 27.

[14] Cf. ibíd.

[15] Cf. ibíd., 170-175.

[16] Cf. Carta enc. Laudato si’, 177.

jueves, 28 de diciembre de 2023

“Mis ojos han visto la salvación” (Lucas 2, 22-40). Fiesta de la Sagrada Familia de Jesús, María y José.

Las lecturas de hoy están marcadas por la presencia de ancianos, de personas que están al término de su vida, pero que miran al futuro llenos de esperanza. La primera lectura, del libro del Génesis y la segunda, de la carta a los Hebreos, hacen referencia a Abraham y Sara, un matrimonio muy entrado en años, al que Dios da por fin un hijo, Isaac. La carta a los Hebreos destaca la fe de ambos esposos:

Por la fe, Abraham, obedeciendo al llamado de Dios, partió hacia el lugar que iba a recibir en herencia, sin saber a dónde iba. También por la fe, Sara recibió el poder de concebir, a pesar de su edad avanzada, porque juzgó digno de fe al que se lo prometía. Y por eso, de un solo hombre, y de un hombre ya cercano a la muerte, nació una descendencia numerosa como las estrellas del cielo e incontable como la arena que está a la orilla del mar. (Hebreos 11, 8. 11-12. 17-19)

Abraham es conocido como “padre de los creyentes” por judíos, cristianos y musulmanes. La “descendencia numerosa”, incontable, no es su descendencia biológica, sino su estirpe espiritual. Los creyentes de cada una de las tres grandes religiones monoteístas somos, en la fe, “hijos de Abraham”. Recordemos las palabras de Juan el Bautista:

No se contenten con decir: «Tenemos por padre a Abraham». Porque yo les digo que de estas piedras Dios puede hacer surgir hijos de Abraham. (Mateo 3,9)

San Pablo, en su carta a los Gálatas, explica el alcance más profundo de la promesa de Dios a Abraham respecto a la descendencia:

Las promesas fueron hechas a Abraham y a su descendencia. La Escritura no dice: «y a los descendientes», como si se tratara de muchos, sino en singular: y a su descendencia, es decir, a Cristo (Gálatas 3,16).

Al igual que Pablo, los primeros cristianos ven las promesas de Dios a Abraham cumplidas, precisamente, en Jesús. Por eso no debe extrañarnos que al escribir la genealogía de Jesucristo, los evangelistas Mateo y Lucas lo presenten como descendiente de Abraham (Mateo 1,1; Lucas 3,34).

Completando su pensamiento, Pablo nos asegura nuestra condición de hijos de Abraham por nuestra fe en Cristo:

Si ustedes pertenecen a Cristo, entonces son descendientes de Abraham. (Gálatas 3,29)

De aquellos esposos creyentes, Abraham y Sara, el evangelio nos lleva al encuentro de otros dos ancianos. El primero de ellos es Simeón:

… que era justo y piadoso, y esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu Santo estaba en él y le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías del Señor. (Lucas 2, 22-40)

A continuación aparece una anciana:

… una profetisa llamada Ana, (…)  mujer ya entrada en años, que, casada en su juventud, había vivido siete años con su marido. Desde entonces había permanecido viuda, y tenía ochenta y cuatro años. No se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día con ayunos y oraciones. (Lucas 2, 22-40)

Tanto Simeón como Ana se encuentran en el templo cuando llegan José y María trayendo al niño para presentarlo a Dios. Ana dio gracias a Dios y comenzó a hablar del niño a todos los que esperaban la llegada del Mesías. Por su parte, Simeón también oró, lleno de gratitud:

«Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido, porque mis ojos han visto la salvación que preparaste delante de todos los pueblos: luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel.» (Lucas 2, 22-40)

Luego, se dirigió a María, la madre, diciéndole:

«Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón. Así se manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos.» (Lucas 2, 22-40)

Caída y elevación. María, en su cántico, su Magnificat, dice que Dios

Derribó a los poderosos de sus tronos y elevó a los humildes. (Lucas 1,52)

Más de veinte siglos después, hemos visto cómo muchos poderosos fueron derribados de sus tronos; sin embargo, quienes los sucedieron, aunque tuvieran origen humilde, terminaron convirtiéndose en opresores, a veces peores que los derribados. Por eso no podemos leer este pasaje del evangelio con una mirada humana. Tenemos que pedir el don del Espíritu y leerlo desde la mirada de Dios. La elevación de los humildes no es su instalación en el trono que han dejado vacíos los poderosos. Jesús no tuvo en este mundo otro trono que la cruz, en la que fue elevado.

Simeón habla de caída y elevación “de muchos”. Serán elevados quienes, como Simeón y Ana, vean la salvación en el hijo de María. Serán elevados quienes se acerquen a Jesús con fe, quienes se dejen tocar por Él y cambien su corazón. Serán derribados aquellos que le cierren su corazón y lo rechacen. Esta es la disyuntiva, la horqueta de caminos que se abre ante toda persona que encuentra a Jesús: reconocerlo como Salvador, o rechazarlo. Cuando Simeón dice “mis ojos han visto la salvación”, está viendo a Jesús. En Él está la salvación.

¿Y que sucedió con Abraham, nuestro padre en la fe? ¿Acaso también sus ojos vieron la salvación? Asombrémonos con lo que dice Jesús:

«Abraham, el padre de ustedes, se estremeció de gozo, esperando ver mi Día: lo vio y se llenó de alegría» (Juan 8,56)

La fe abre los ojos, transforma la mirada y cambia la perspectiva. Antes de que nosotros lo veamos, Dios nos ve. La fe nace del encuentro de nuestra mirada con la mirada compasiva de Dios, que rompe la dureza de nuestro corazón, cura nuestras heridas y nos da una mirada nueva para vernos a nosotros mismos y al mundo. No una mirada ingenua, sino una mirada sabia, que sabe ver adentro y ver más allá, que no se detiene en las apariencias, en lo externo, sino que atraviesa el dolor y la oscuridad para descubrir la presencia de Dios, para ver la salvación.

Amigas y amigos, en este último día del año 2023 y de cara al 2024 que está a la puerta, les ofrezco mis mejores deseos y pido al Señor que, a cada uno de ustedes, le dé su bendición:

"Que el Señor te bendiga y te proteja. 
Que el Señor haga brillar su rostro sobre ti 
y te muestre su gracia. 
Que el Señor te descubra su rostro 
y te conceda la paz."

Y la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre ustedes y permanezca siempre. Amén.

lunes, 25 de diciembre de 2023

¡Feliz Navidad! Hoy nos ha nacido un Salvador. Saludo del Obispo de Canelones.

Es la mañana del 25 de diciembre de 2023. El televisor encendido me ofrece un canal de noticias. Veo imágenes de algunos de los acontecimientos de este año, que van desde eventos deportivos hasta las guerras en Ucrania y Gaza. Mientras una voz va comentando esos diferentes sucesos, titulares de noticias más recientes van cruzando la parte inferior de la pantalla.

En este día, el día de Navidad, ¿qué titular podríamos escribir para anunciar el acontecimiento más trascendental de toda la historia? ¿Podremos convertir en un titular entendible para todos las palabras del ángel? 

HOY, EN LA CIUDAD DE DAVID, 
LES HA NACIDO UN SALVADOR, 
QUE ES EL MESÍAS, EL SEÑOR.

 ¿O nos quedaremos con éste, más de nuestros tiempos? 

MUJER DE UNA PAREJA 
EN SITUACIÓN DE CALLE 
DIO A LUZ EN UN GALPÓN

Sin embargo, a lo largo de veinte siglos, cuántos se han inspirado en la historia que nos contó anoche san Lucas, en la Misa de Nochebuena. Pienso, apenas, en el pintor Murillo, cuyos pastores tienen los rostros familiares de la gente de su pueblo. O en Joseph Mohr y Franz Gruber, que compusieron la letra y la música de “Noche de Paz”. La paz… don de Dios, que no cesamos de pedir para nuestro mundo.

El relato del nacimiento que nos ha dejado Lucas inspira por su hermosura: es cálido, sencillo, incluso en la pobreza de la escena. Pero no hagamos de él una postal navideña romántica. 

Lucas tiene un mensaje más profundo para compartir: la verdad de que Dios vencería todo poder terrenal e invitaría a las personas a vivir una nueva relación: no de poder, sino de amor.

El escenario de Belén, la ciudad natal del rey David, muestra cómo Jesús, como hijo de David e Hijos de Dios, en una forma que nadie había anticipado, cumple las antiguas esperanzas y sueños de Israel. 

Este evento que divide en dos la historia y cambia el mundo merece otro titular, que encontramos en el Evangelio de Juan, y leemos en la Misa de Navidad durante el día de hoy. 

LA PALABRA SE HIZO CARNE 
Y HABITÓ ENTRE NOSOTROS

Esa es la buena noticia que atrajo a San Francisco de Asís. Dios ha entrado en nuestro mundo, ha abrazado nuestra humanidad y ahora está irrevocablemente comprometido a quedarse entre nosotros, para llevarnos hasta Él.

En esta Navidad de 2023 se cumplen 800 años del primer pesebre armado por San Francisco en Greccio, un pueblo que él encontró parecido a Belén.

Con elementos tomados del Evangelio de Lucas, Francisco formó el pesebre para transmitir la verdad proclamada en el Evangelio de Juan.

Él quería que la escena del pesebre despertara en el corazón de las personas lo que habían olvidado, lo que Dios ve y ama, el amor del Padre por el Hijo, ahora visible en una persona humana. 

Allí converge toda la creación. Allí se cruza la profecía con la promesa. 

Contemplar el pesebre en el que creía San Francisco permite captar algo muy profundo sobre Dios y aprender algo profundo sobre nosotros mismos. 

“Dios nos ofrece su amor” haciéndose uno de nosotros, tomando nuestra carne, porque somos sus hijos y cada uno de nosotros es para él de gran valor, porque es único e irremplazable.

Los seres humanos no llegamos a conocer nuestro verdadero valor por nosotros mismos.

Se ha necesitado a Dios para escribir el titular final, escrito en la Palabra hecha carne, dicha por Dios desde la eternidad, pero ahora nacida en el tiempo, metida en nuestra historia y viviendo entre nosotros.

Y es por eso, nada más y nada menos que por eso, que podemos decirnos unos a otros: ¡Feliz Navidad! 

+ Heriberto

jueves, 21 de diciembre de 2023

24 de diciembre de 2023, cuarto domingo de adviento… y Nochebuena. “El Señor está contigo” (Lucas 1,26-38)

Amigas y amigos:

Hoy comienza y termina la cuarta semana del adviento. Una semana que apenas dura un día: desde las vísperas del sábado 23, a las vísperas de este domingo, momento en que comienza el tiempo de Navidad.

Por eso, nuestra reflexión de hoy tratará de tomar en cuenta los dos aspectos de este domingo, bisagra entre el tiempo de adviento y el de Navidad.

En la Misa de adviento, el evangelio nos presenta la escena de la anunciación, el momento en que María recibe el anuncio de que va a ser madre del Salvador y acepta la misión que Dios le ha confiado, diciendo al ángel Gabriel:

«Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho» (Lucas 1,26-38)

En la Misa de Nochebuena, también en el evangelio de Lucas, se nos presenta el nacimiento de Jesús, anunciado por los ángeles a los pastores:

«No teman, porque les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor. Y esto les servirá de señal: encontrarán a un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre.» (Lucas 2, 1-14)

Entre una escena y otra, transcurren los nueve meses de gestación del Hijo de Dios en el seno de María.

Contemplemos esas escenas. San Ignacio de Loyola, en sus ejercicios espirituales, nos impulsa a meternos dentro de las escenas del evangelio utilizando nuestra imaginación; no como una especie de película que pase delante de nuestros ojos, sino poniéndonos también nosotros mismos en la escena. 

Como primer punto para la contemplación del Nacimiento de Jesús, esto propone san Ignacio:

Ver a Nuestra Señora y a José y a la esclava, y al Niño Jesús recién nacido, haciéndome yo un pobrecito y esclavito indigno, mirándolos, contemplándolos y sirviéndoles en lo que necesiten, como si me hallase presente, con todo el acatamiento y reverencia posibles; y después reflexionar en mi interior para sacar algún provecho. (Ejercicios Espirituales, 114)

¿Qué puede necesitar la Sagrada Familia en ese momento? Todo y nada. Todo, porque el niño nace “en suma pobreza”, como dice más adelante San Ignacio; pero, a la vez, nada, porque allí está Dios presente, de una manera completamente nueva, inédita. Y, más que nunca, allí se hace verdad que “solo Dios basta”. Y aunque yo tenga mucho para ofrecer, nada de lo que tengo es necesario y puedo verme así, como decía Ignacio, como “un pobrecito”, porque nada tengo para ofrecerle a Dios y, en cambio, el niño “envuelto en pañales y acostado en un pesebre” tiene todo para darme.

Eso expresa la sabiduría de un viejo villancico:

Al niño recién nacido
todos le ofrecen un don;
yo soy pobre y nada tengo:
le ofrezco mi corazón.

Volvamos a la escena de la anunciación. En su saludo, el ángel Gabriel le dice a María: 

«¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo.»  (Lucas 1,26-38)

El evangelio sigue diciendo:

Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo.  (Lucas 1,26-38)

Es curioso que María no se manifiesta sorprendida porque un ángel aparezca allí y le hable, sino por lo que el mensajero le dice, por la forma en la que la ha saludado.

Este saludo del ángel tiene un lejano antecedente, que encontramos en el libro de los Jueces, en la sección dedicada a Gedeón:

El Ángel del Señor se le apareció a Gedeón y le dijo: 
«El Señor está contigo, valiente guerrero». (Jueces 6,12)

El Pueblo de Dios vivía en aquel momento un sinnúmero de dificultades… la humanidad siempre pasa por tiempos difíciles. Siempre tenemos en nuestra vida algo que nos preocupa, nos amarga, nos angustia. El domingo pasado escuchábamos en la segunda lectura la invitación de san Pablo: “estén siempre alegres”. ¿Cómo estar siempre alegres, con todas las cosas que suceden en el mundo, en la sociedad, en nuestra familia o en nuestra propia vida personal?

Y Gedeón se siente muy afectado por todo lo que está pasando su pueblo. Acaso él también se siente tentado, como los israelitas en el desierto, a preguntarse: 

«¿El Señor está realmente con nosotros, o no?» (Éxodo 17,7). 

Esto es lo que responde Gedeón:

«Perdón, señor; pero si el Señor está con nosotros, ¿por qué nos sucede todo esto? ¿Dónde están todas esas maravillas que nos contaron nuestros padres, cuando nos decían: «El Señor nos hizo subir de Egipto?» Pero ahora él nos ha desamparado y nos ha entregado en manos de Madián». (Jueces 6,13)

Si el Señor está con nosotros ¿por qué nos sucede todo esto?

Pero Gedeón ha sido saludado como “valiente guerrero”. Él es aquel a quien Dios ha elegido para guiar a su gente y sacudir el yugo que otro pueblo le ha impuesto.

El saludo que recibe María también dice algo de ella: “llena de gracia”. Gedeón era el guerrero valiente, que podía liderar el combate, y por eso fue elegido. María es la mujer “llena de gracia”, la creyente, la que puede llevar a cabo una etapa crucial del proyecto salvador de Dios, no ya para un solo pueblo, sino para toda la humanidad: la encarnación del Hijo de Dios, la presencia de Dios hecho hombre, del Emmanuel, el “Dios con nosotros”. “El Señor está contigo”, le dice el ángel; y a través de tu maternidad, Dios se hará presente en el mundo, hombre entre los hombres, como Salvador. 

Algunos esperaban que ese salvador fuera un soldado, como Gedeón. Recuerdo otro villancico: 

“Lo esperaban un guerrero y fue paz toda su guerra; 
lo esperaban rey de reyes y servir fue su reinar”
(Navidad sin pandereta)

María creyó en las palabras del ángel, incluido su saludo. Creyó que el Señor estaba realmente con ella, para que se cumpliera lo anunciado. Por eso, pronuncia su sí, su asentimiento a la voluntad de Dios, haciendo posible ese cumplimiento. Volvamos a escuchar su palabra:

«Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho.»  (Lucas 1,26-38)

María no sabe lo que vendrá: qué riesgos, qué peligros, qué dolores, qué angustias le esperan.

Pero ella es consciente de que es el Señor quien se lo pide y ella se fía totalmente de Él, se pone en sus manos, se abandona a su amor. Esa es la fe de María y ella es espejo para nuestra fe.

Amigas y amigos, preparémonos a celebrar esta Navidad con Jesús, María y José. El Niño de Belén es el Emmanuel, el Dios con nosotros. Es Él quien hace que hoy tengan sentido para cada uno de nosotros las palabras del Ángel: “el Señor está contigo”. Sí, Él está con nosotros, según su promesa. Muy Feliz Navidad, y que la bendición de Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre ustedes y permanezca siempre. Amén.

domingo, 17 de diciembre de 2023

Nuevo diácono permanente para Canelones. Ordenación de Marcelo Villalba en Joaquín Suárez.

El 17 de diciembre de 2023, tercer domingo de Adviento "Gaudete", en la parroquia San Francisco de Asís de Joaquín Suárez, Canelones, Mons. Heriberto Bodeant ordenó diácono permanente a Marcelo Villalba, miembro de esa comunidad. Esta es la homilía del Obispo.  

Queridos hermanos y hermanas:

“Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan.” (Evangelio, Juan 1, 6-8. 19-28)

Así comienza el pasaje del evangelio que hemos escuchado hace un instante. El evangelista nos hace ver que ese hombre no llegó por su cuenta, no se otorgó a sí mismo una misión, sino que la recibió de Dios y la aceptó. 

Y Juan aceptó lo que Dios le encomendó, no como una actividad, sino como aquello que llenó totalmente su ser, que determinó su mismo modo de vida. Como lo señaló Jesús, Juan no fue un hombre vestido con refinamiento, que vivía en los palacios de los reyes (Mateo 11,8). La vida austera que llevó en el desierto, fue su preparación a la misión, en una soledad llena de Dios.

Al comenzar a desarrollar su misión al otro lado del Jordán, el Bautista atrajo multitudes. Ante esto, sacerdotes y levitas fueron enviados para interrogarlo.

«¿Quién eres tú?» le preguntaron. La primera respuesta de Juan salió al encuentro de la gran expectativa de su tiempo: «Yo no soy el Mesías», les dijo. 

Las siguientes respuestas también fueron negativas. Juan declaró que él no era Elías, cuyo regreso se esperaba (Malaquías 3,23), ni tampoco el profeta, a la manera de Moisés, que había sido anunciado (cf. Deuteronomio 18,15).

Con insistencia volvieron a preguntarle: ¿Quién eres? ¿qué dices de ti mismo?

La respuesta de Juan fue 

«Yo soy una voz que grita en el desierto: Allanen el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías.» (Evangelio, Juan 1, 6-8. 19-28)

“Yo soy una voz”. Juan se identifica con su misión. Él es la voz por medio de la cual Dios llama a los hombres a abrirle camino. Un camino para que Dios pueda llegar al corazón de los hombres.

Juan es la voz, no la Palabra. De la Palabra nos habla otro pasaje de este capítulo del evangelio según san Juan. La Palabra es el Hijo de Dios que se hizo carne y habitó entre nosotros: el acontecimiento que nos disponemos a celebrar en Navidad. 

Juan es testigo, testigo de la luz. Testigo de Cristo, Luz del Mundo.

Hermanos y hermanas, el testimonio del Bautista nos habla de nuestra común vocación: la vocación cristiana, la vocación del bautizado. En nuestro bautismo hemos recibido la luz de Cristo. ¿Cómo ser buenos portadores de esa luz? San Pablo nos dice hoy: 

“Estén siempre alegres. Oren sin cesar. Den gracias a Dios en toda ocasión” (Segunda lectura, Tesalonicenses 5,16-24). 

Siempre, sin cesar, en toda ocasión: alegres, orantes, agradecidos. Alegres en el Señor, que nos muestra su salvación, que viene a nosotros con el perdón y la misericordia. Es en Él, y solo en Él, que nuestra vida puede hacerse verdaderamente luminosa, brillando como haces de luz en el mundo, en medio de tanta violencia, corrupción y extravío, ofreciendo a todos la Palabra de Vida (cf. Filipenses 2,15-16).

Querido Marcelo: 

Tú estás hoy aquí porque recibiste el llamado del Señor por medio de la Iglesia, y has respondido, “en forma voluntaria y libre”, como dices en tu carta, y con el apoyo de tu familia. Tú y tu esposa Marita celebran también, hoy, nada menos que 24 años de casados, de modo que este sacramento que vas a recibir, queda particularmente asociado al del matrimonio que desde entonces los ha hecho “un solo ser”.

Has seguido un camino de formación, acompañado por el P. Miguel y por tu párroco, el P. Fabián, y compartiendo distintas instancias con otros compañeros de ruta; tantos quienes ya estaban en el ministerio como quienes, como tú, se preparaban a recibirlo. Sabemos de las exigencias de tu trabajo, pero hemos visto también cómo has buscado equilibrar, en lo posible, los tiempos, para poder servir a la comunidad. A eso tendrás que sumar también la participación en las reuniones de clero y de decanato, que necesitamos todos para caminar juntos como Iglesia diocesana.

En tu invitación a esta celebración tuviste el detalle de recordar que, hace 50 años, se inició en el Uruguay el camino del diaconado permanente, siguiendo las directivas del Concilio Vaticano II, que restableció este ministerio para toda la Iglesia. Algunos todavía se preguntan sobre la identidad o, aún, la necesidad de este ministerio: ¿acaso no pueden hacer los laicos, en algunos casos con un permiso especial, todo lo que hace un diácono? Sí, pero los diáconos lo hacen con la gracia que da el sacramento del Orden. Con esa gracia, el diácono es hecho voz que anuncia la Palabra de Vida, unido a Cristo Servidor, el hijo de la Servidora del Señor.

Precisamente, tú has elegido como lema las palabras de Jesús: 

“No he venido a ser servido, sino a servir” (Mateo 20,28). 

El verbo que aparece en griego en el evangelio es diakonēsai que significa servir y es de donde se deriva la palabra diácono, servidor. Podemos decir que Jesús es el primer diácono, en cuanto se hizo “servidor de todos” (cf. Marcos 9,35).

El diácono es servidor, pero no tiene la exclusividad del servicio. Toda la Iglesia es servidora y servidor es cada uno de sus miembros. San Pablo VI, en su alocución en la última sesión pública del Concilio Vaticano II lo expresaba con mucha fuerza: 

“La Iglesia se ha declarado casi como la sirvienta de la humanidad” (7 de diciembre de 1965). 

El testimonio de servicio de los diáconos anima a toda la comunidad a crecer en el servicio a la humanidad. Llamados desde los orígenes a preocuparse por los pobres, los diáconos ayudan a la comunidad a actuar en favor de los hermanos más necesitados, recordando siempre, como enseñaron los obispos reunidos en Puebla en 1979, que 

“el mejor servicio al hermano es la evangelización que lo dispone a realizarse como hijo de Dios, lo libera de las injusticias y lo promueve integralmente” (Documento de Puebla, 1145).

Finalmente, Marcelo, recuerdo que tú y Marita se han sentido atraídos por la espiritualidad franciscana y han hecho su compromiso en la Tercera Orden. No podemos olvidar que esta parroquia, a la que quedarás adscripto, tiene como patrono a San Francisco de Asís, quien recibió el sacramento del Orden en el grado del diaconado y quiso permanecer en él, sin acceder a la ordenación presbiteral, pese a que podía haberla recibido.

En esta Nochebuena se cumple el octavo centenario del primer pesebre que organizó San Francisco, en el pueblo de Greccio. Allí, según un relato escrito dos años después de su muerte, 

“se celebró junto al pesebre el solemne rito de la Misa y el sacerdote saboreó un consuelo jamás antes gustado. Francisco se vistió como diácono, porque lo era, y cantó en alta voz el santo Evangelio. Aquella voz fuerte y dulce, limpia y sonora, fue para todos una invitación a pensar en la suprema recompensa. Después habló al pueblo y con dulcísimas palabras evocó al Rey recién nacido en la pequeña ciudad de Belén”. (1)

Marcelo, que San Francisco, diácono, hermano de toda la creación, hermano de la humanidad entera, hermano de los pobres, guíe tus pasos en el servicio que hoy asumes, así como en el amor a tu familia, a tu comunidad parroquial, a nuestra diócesis canaria y a la Iglesia toda. Así sea.

Nota:

(1) Tommaso da Celano, 1228. Citado en Francesco d’Assisi diacono a Greccio.

https://www.assisiofm.it/francesco-d-assisi-diacono-a-greccio-74048-1.html

jueves, 14 de diciembre de 2023

“Yo soy una voz que grita en el desierto” (Juan 1,6-8,19-28). Domingo Gaudete, III de Adviento.

Amigas y amigos, hoy, a las 18 horas, aquí, en la parroquia San Francisco de Asís, en Joaquín Suárez, será ordenado diácono Marcelo Villalba. Es la cuarta y última ordenación diaconal de este año. Un diácono en camino al sacerdocio, Sergio, y tres diáconos permanentes: José, Piero y Marcelo.

Agradecemos al Señor este gran don para nuestra diócesis y rogamos para que cada uno de ellos viva intensa y profundamente su ministerio, en el servicio y el amor a Dios y al prójimo.

Hoy, el evangelio nos invita a contemplar la figura de un hombre que respondió fielmente al llamado de Dios: Juan el Bautista.

Cuando abrimos el evangelio según san Juan, en el capítulo uno, encontramos un texto muy solemne y allí, una frase clave:

“Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros” (Juan 1,14)

Ese es el pasaje que leemos en la misa del día de Navidad. Allí, la encarnación del Hijo de Dios y su nacimiento es el gran tema, el gran acontecimiento. Pero este domingo, leemos en el mismo capítulo el momento en que es presentado Juan el Bautista:

“Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan” (Juan 1,6-8,19-28).

El Bautista es, para nosotros, un personaje familiar. Ya hablaba de él el evangelio del domingo pasado, contándonos que apareció “proclamando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados”.

El evangelista Juan, en este pasaje, nos acerca al misterio de este hombre. Lo primero que nos dice el evangelista es que el bautista ha sido “enviado por Dios”. Eso quiere decir que no ha venido por su cuenta, no se ha investido a sí mismo de una misión, sino que la ha recibido y aceptado.

La misión de Juan, sigue diciendo el evangelio, era “dar testimonio de la luz”. 

Si lo pensamos por un instante, es una misión un poco extraña, ya que, de todo lo que existe en la Creación, no hay nada más manifiesto, más evidente, que la luz. Todos nos damos cuenta de que hay luz o de que falta luz… salvo quienes no pueden ver, quienes viven en permanente oscuridad… ¿cuál es la luz de la que ha venido a dar testimonio Juan? ¿Quiénes son los que no pueden ver, los que necesitan recibir el testimonio de la luz?

Los cuatro evangelios nos pintan el retrato de Juan el Bautista. Un hombre que “vivió en lugares desiertos hasta el día en que se manifestó a Israel” (Lucas 1,80). Llevaba una vida austera y predicaba de forma clara y directa, llamando al arrepentimiento a todos los pecadores e increpando a aquellos que se le acercaban con hipocresía. Su aparición despertó muchas expectativas en la gente, que pensaba que él podía ser el Mesías esperado. En nuestro evangelio de hoy vemos cómo las autoridades judías envían sacerdotes y levitas para preguntar a Juan quién era él. Lo primero que Juan dice es “Yo no soy el Mesías”. Después le preguntan si es Elías, el profeta del que se había anunciado que volvería. “No”, responde el Bautista. Todavía queda una posibilidad: “¿Eres el profeta?”. “Tampoco”, responde Juan. Ese profeta sin nombre estaba anunciado en el libro del Éxodo: un profeta a la manera de Moisés.

Frente a esas negativas, los enviados vuelven a preguntar y Juan responde:

Ellos insistieron: «¿Quién eres, para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo?»
Y él les dijo: «Yo soy una voz que grita en el desierto: Allanen el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías.» (Juan 1,6-8,19-28)

“Yo soy una voz”. Así se define Juan. Él ha sido llamado para una misión y ha respondido. El profeta Isaías lo había anunciado de manera misteriosa:

Una voz grita: ¡Preparen en el desierto el camino del Señor, tracen en la estepa un sendero para nuestro Dios! (Isaías 40,3)

Juan se identifica con esa voz que llama a preparar el camino para que el Señor llegue. Un camino al corazón de los hombres.

Juan llegó a ser un personaje importante. El hecho de que las autoridades envíen delegados a preguntarle quién es significa que lo están tomando en serio. El mismo rey Herodes, a pesar de que consentirá en que Juan sea decapitado, también lo tenía en consideración:

Herodes lo respetaba, sabiendo que era un hombre justo y santo, y lo protegía. Cuando lo oía, quedaba perplejo, pero lo escuchaba con gusto. (Marcos 6,20)

El mismo Jesús muestra una alta valoración por el Bautista, aunque también lo ubica en su lugar de bisagra entre dos tiempos de la historia de la salvación:

Les aseguro que no ha nacido ningún hombre más grande que Juan el Bautista; y sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es más grande que él. (Mateo 11,11 cf. Lucas 7,28)

Pese a toda esa importancia, que a otro podría habérsele subido a la cabeza, Juan mantuvo hasta el final su coherencia de vida, sin pretender ocupar el lugar de Aquel a quien él tenía la misión de anunciar. Así lo declara en el evangelio de hoy:

«Yo bautizo con agua, pero en medio de ustedes hay alguien al que ustedes no conocen: él viene después de mí, y yo no soy digno de desatar la correa de su sandalia.» (Juan 1,6-8,19-28)

Esa es la grandeza de Juan: responder al llamado de Dios y ser fiel hasta la muerte. Como testigo de la luz, él anuncia a Jesucristo, Luz del Mundo. Su testimonio comienza a abrir los ojos de los ciegos. Quienes lo escuchen, podrán reconocer en Jesús al Mesías. Otros, en cambio, no querrán ver.

El testimonio del Bautista nos interpela fuertemente, con dos grandes interrogantes: 

Primero: ¿reconocemos a Jesús como el Mesías, el Salvador? Ese reconocimiento, ¿me ha llevado a la conversión, más aún, me ha hecho entrar en un proceso de conversión permanente?

Segundo: ¿cuál es el llamado de Dios para mí? La vocación no es un sentimiento, sino la voz misma de Dios en mi corazón. Su llamado espera una respuesta. La vocación última de cada persona que viene a este mundo es la santidad, que cada una realiza en fidelidad a su vocación particular, que debe procurar descubrir y a la cual debe responder. Hay quienes están llamados a una especial consagración, en el sacerdocio o en la vida religiosa; pero muchos descubren el llamado de Dios en su vida laical, en su vida cotidiana: en la familia, en el trabajo, en la vida en sociedad. El llamado continúa a lo largo de los años, porque la respuesta inicial que dimos a Dios va a ir pidiendo sucesivas respuestas, concretas, cada día de nuestra vida. Que nuestros ojos no estén ciegos a Cristo, porque es bajo su luz que cada uno puede encontrar su vocación y el sentido de su vida.

En esta semana

El próximo domingo es 24 y eso crea una situación especial. Por un lado es el cuarto domingo de Adviento y con él empieza la cuarta semana de este tiempo previo a la Navidad. Pues bien, esa semana será de apenas unas horas, ya que al atardecer empieza la Nochebuena.

Entonces, recordemos que el sábado 23 y el domingo 24 por la mañana, se celebra la Misa del cuarto domingo de adviento; y, a la noche, la Misa de Nochebuena.

Aprovechemos bien, entonces, esta semana que nos queda de preparación a la Navidad, en el espíritu de este tercer domingo, que nos marca la segunda lectura: “Hermanos: Estén siempre alegres. Oren sin cesar. Den gracias a Dios en toda ocasión”.

Y que la bendición de Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre ustedes y permanezca siempre. Amén.

martes, 12 de diciembre de 2023

Alegrándonos con María, Nuestra Señora de Guadalupe

 “Mi espíritu se estremece de gozo en Dios mi salvador”.

María canta su alegría: alegría profunda, alegría del alma. Las emociones fuertes estremecen nuestro cuerpo; seguramente María experimenta también esa sensación, pero el gozo llega hasta lo más hondo de su ser. Por eso dice “mi espíritu se estremece de gozo”.

Dios es la causa de la alegría de María. Su alegría, su gozo, está en Dios.

Pero no en un Dios lejano, abstracto, cuya belleza y misterio se contemplan reverentemente desde la distancia.

María nos habla de un Dios cercano, misericordioso: “Mi espíritu se estremece de gozo en Dios mi salvador”.

Mi salvador; no porque María esté pensando en un salvador individual, con el que cada persona puede relacionarse por su lado, sin especial vínculo ni particular comunión con los otros. María siente a Dios como su salvador en una relación personal, como la siente cada creyente que, a la vez, se sabe miembro del Pueblo de Dios. El cántico de María recuerda la acción salvadora de Dios por su pueblo y, ahora, ella canta, especialmente, esta nueva intervención, totalmente inédita, de la que ha sido hecha parte, al recibir en su seno al Hijo de Dios.

¿Con quién está María? ¿A quién comunica su alegría? A su prima Isabel. Nadie más aparece en la escena. Algunos artistas han imaginado el encuentro entre esas dos mujeres, que están en distintos momentos de su “dulce espera”, rodeadas de cortejos y sirvientes, como si fueran dos damas de alto rango.

Ambas lo son, más aún María, pero no en el sentido del mundo. No son damas de la nobleza o de la alta sociedad. Son dos mujeres elegidas: la joven y humilde servidora y la mujer mayor, que agradece a Dios por haberla librado de la vergüenza de haber sido tanto tiempo estéril.

Entonces, aquí no hay testigos. Es una comunicación íntima, que también se da entre las dos criaturas que están en los vientres de las mamás. El hijo de Isabel salta de alegría al percibir la presencia del Salvador al que él bautizará y presentará ante la multitud.

¡Qué fácil es dejar que la amargura entre en nuestro corazón y cuando lo permitimos qué dura se hace nuestra vida y también, qué amarga se la hacemos a quienes nos rodean!

La alegría vana, la risa fácil, son un placebo, un alivio pasajero cuando la amargura se ha instalado en el fondo de nuestro corazón.

Contemplar a María e Isabel y, hoy, especialmente, contemplar a Nuestra Señora de Guadalupe y a San Juan Diego, convierte nuestro corazón en tierra buena, para que, aún entre el hielo y la escarcha, florezcan nuevamente, milagrosamente, las rosas de la alegría.

¡Feliz fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe, causa de nuestra alegría!

(Homilía de Mons. Heriberto en la solemnidad de Nuestra Señora de Guadalupe, Catedral de Canelones, Santuario Nacional. El video es una pre grabación).

domingo, 10 de diciembre de 2023

Ordenación diaconal en Santa Rosa, Canelones: seminarista Sergio Genta.

El domingo 10 de diciembre, II de Adviento, Mons. Heriberto, obispo de Canelones, ordenó diácono al seminarista Sergio Genta, como paso en su camino al sacerdocio.

Homilía del Obispo 

Queridos hermanos y hermanas:

Juan el Bautista fue un hombre enviado por Dios. Un hombre que no apareció por su propia iniciativa, por su cuenta, que no se otorgó a sí mismo una misión,  sino que la recibió de Dios y la aceptó. 

Aceptó esa misión, no parcialmente, como una parte de sus actividades, tal vez una parte generosa, sino como aquello que llenó totalmente su ser. No solamente algo que ocupó todas sus horas, sino que determinó su mismo modo de vida. Como, en su momento, señaló el mismo Jesús, Juan no iba vestido con refinamiento, ni vivía en los palacios de los reyes (Mateo 11,8). La austera vida que llevó en el desierto, fue su preparación a la misión. Su soledad estuvo llena de Dios.

Él se preocupó, frente a las expectativas de la gente de su tiempo, de aclarar que él no era el Mesías. Él se presentó como esa voz que clama en el desierto, según la palabra del profeta Isaías, esa voz que grita para llamar a preparar los caminos del Señor. En realidad, el profeta Isaías hablaba a un pueblo que quería recorrer un camino y podía pensarse que era necesario preparar ese camino para aquella multitud que debía recorrerlo en el regreso a su tierra, a la tierra prometida. Pero, en cambio, Isaías hablaba ya de preparar un camino para el Señor, que iba al encuentro de su pueblo. Juan vino a allanar el camino del Señor, a preparar ese camino, a preparar un pueblo bien dispuesto para recibir al Señor. Un pueblo que le abriera el camino con la conversión, el cambio profundo del corazón.

La vocación del Bautista nos habla a todos de nuestra común vocación: la vocación cristiana, la vocación del bautizado. En nuestro bautismo hemos recibido la luz de Cristo. Y el mismo Jesús nos dice: 

“así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo” (Mateo 5,16). 

Como el Bautista, todos hemos sido llamados, de diferente manera, según nuestra vocación específica, a ser testigos de la luz, a ser testigos de la luz de Cristo.

Querido Sergio: dentro de la comunidad eclesial, tú has recibido un llamado a seguir al Señor  como presbítero en la Diócesis de Canelones. Estás concluyendo tu tiempo de formación en el Seminario; pero no tu formación, porque esa siempre la tenemos que continuar: ha de ser permanente. 

Hoy vas a recibir hoy el diaconado como paso necesario hacia la ordenación sacerdotal.

Hace unos días, en Pan de Azúcar, en la casa donde el Beato Jacinto Vera concluyó su vida en la tierra, ante tus compañeros y formadores del Seminario, en la Eucaristía que yo presidí, hiciste tu promesa de vivir en celibato; no solo porque la Iglesia te lo pide como una condición para acceder al sacerdocio, sino manifestando tu deseo de vivir una plena entrega al Señor, por el Reino de los Cielos. 

Ejerciendo el ministerio que hoy vas a recibir, tendrás la oportunidad de seguir creciendo en el amor al Señor y al prójimo, a través de tu servicio. Todo eso, sostenido por la oración. Recuerdo la conversación que tuvimos en Florida, cuando yo te pregunté cómo veías tu vocación, cómo imaginabas tu sacerdocio... uno podría haber imaginado que dirías “bueno, en la pastoral, en una parroquia”; en cambio, tu palabra fue poner primero la oración. Y es verdad: porque es la unión con el Señor la que nos sostiene en este caminar. Con él, mucho podemos hacer; pero sin Él, nada podemos hacer.

Al recibir el diaconado, pasas a ser parte del clero diocesano. Eso te llama a crecer en relación fraterna con quienes hoy te reciben, participando en los diferentes encuentros que nos ayudan a caminar juntos, tanto en las reuniones de todo el clero, las reuniones del decanato, los retiros, las instancias de formación y otros momentos que también pueden ser distintos, gratuitos: encuentros de quienes compartimos la labor pastoral.

Al quedar adscripto a la parroquia de San Ramón, en la que has venido haciendo tu práctica pastoral, sigue cultivando la unidad con tu párroco, que recuerda siempre agradecido el auxilio que le brindaste a él y a la comunidad durante el tiempo en que el P. Miguel debió estar ausente. A él ofrécele tu disponibilidad, confronta con él tus iniciativas pastorales, sigue las orientaciones que a él, escuchando a su Consejo y a sus colaboradores, le corresponde señalar, como pastor de la comunidad parroquial.

Como lema para esta vida nueva que vas a comenzar, has elegido un pasaje de la carta de san Pablo a los Filipenses:

“Pongan en práctica lo que han aprendido y recibido, lo que han oído y visto en mí, y el Dios de la paz estará con ustedes” (Filipenses 4,9).

Lo que habían aprendido y recibido los filipenses es lo que Pablo les entregó en cuanto maestro; pero él también se presentó como testigo y los exhortó a hablar y actuar según lo que oyeron y vieron en él. 

Maestro y testigo: San Pablo VI nos dejó estas palabras que siguen plenamente vigentes:

"El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan, o si escuchan a los que enseñan, es porque dan testimonio" (Evangelii Nuntiandi, 41).

San Pablo fue un hombre entregado a Cristo, consciente de que él mismo era un frágil recipiente en el que se había depositado un inmenso bien. 

Es así que dice el apóstol: 

“llevamos ese tesoro en vasos de barro, para que se vea bien que este poder extraordinario no procede de nosotros, sino de Dios” (2 Corintios 4,7).

Sergio, de acuerdo a tu lema, sigue poniendo en práctica, cada día más y mejor, todo lo que has aprendido, recibido, visto y oído del Señor y de quienes lo han seguido en santidad a lo largo de los siglos y, también, de todos aquellos que la Iglesia te ha ofrecido como formadores y acompañantes. Que el Dios del consuelo, de la fortaleza y de la paz esté contigo y te acompañe siempre.





miércoles, 6 de diciembre de 2023

“Una voz grita en el desierto” (Marcos 1,1-8). 2do. domingo de Adviento.

Amigas y amigos, hoy, a las 18 horas, en la parroquia Santa Rosa de Lima, de la ciudad de Santa Rosa, celebraremos la ordenación diaconal del seminarista Sergio Genta, nativo de esta ciudad del santoral canario. Tercera ordenación diaconal en estas últimas semanas; y falta todavía la cuarta, el próximo domingo, en la parroquia San Francisco de Asís, de Joaquín Suárez. Tres diáconos permanentes y un diácono en camino al sacerdocio. Motivos de alegría y esperanza para toda nuestra diócesis en este tiempo de Adviento.

El domingo pasado hablábamos de la vida como un viaje a través de la noche, hacia la luz eterna, la luz de Cristo. Veíamos las más significativas intervenciones salvadoras de Dios en medio de la noche, notablemente el nacimiento de su Hijo, que nos preparamos a celebrar y el acontecimiento de la Pascua: la resurrección del crucificado.

Las lecturas de hoy nos llevan a otro lugar que también nos habla de camino: el desierto. El Pueblo de Dios, al ser liberado de la esclavitud en Egipto, vivió la experiencia de encontrar a Dios en su camino a través del desierto, rumbo a la Tierra Prometida. Es en ese camino donde Dios selló alianza con su Pueblo.

El profeta Isaías, muchos siglos después, recuerda aquel éxodo para dar ánimo al pueblo que vuelve del destierro a reencontrarse con su tierra, aquella Tierra donde habían llegado desde Egipto. Isaías habla de preparar el camino; pero no un camino para esa larga marcha del pueblo, sino un camino para Dios:
¡Preparen en el desierto el camino del Señor,
tracen en la estepa un sendero para nuestro Dios! (Isaías 40, 1-5. 9-11)
No se trata, entonces, de abrir un camino entre rocas y arenas, sino un camino en el corazón.
Cuando salimos en procesión, cuando vamos en peregrinación, rehacemos ese andar del Pueblo de Dios. El esfuerzo físico que realizamos, que algunos hacen mucho mayor andando descalzos o de rodillas, adquiere todo su sentido cuando va acompañado del caminar espiritual, el esfuerzo que abre el camino para que Dios pueda llegar e instalarse en nuestro corazón.

Ese es el esfuerzo de Juan el Bautista, el personaje que encontramos en el evangelio de hoy. 
Él tiene
la misión de preparar para Cristo, el Señor, un pueblo bien dispuesto…
(Oración colecta, Misa del nacimiento de san Juan Bautista, 24 de junio)
El evangelista Marcos, retomando las palabras de Isaías, anuncia la misión de Juan:
«Mira, yo envío a mi mensajero delante de ti
para prepararte el camino.
Una voz grita en el desierto:
Preparen el camino del Señor,
allanen sus senderos,» (Marcos 1,1-8)
Y sigue diciendo Marcos:
así se presentó Juan el Bautista en el desierto, proclamando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados. (Marcos 1,1-8)
Conversión… en esa clave tenemos que entender el mensaje de la voz que grita en el desierto. Convertirse para preparar el camino del Señor.
La noche, el desierto, nos ponen frente a nuestra fragilidad, que tan frecuentemente nos hace caer. San Pablo lo explica con palabras sencillas y contundentes:
“No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero” (Romanos 7,19)
Convertirse es, en primer lugar, reconocer mi propia realidad de pecador. No de forma general, como cuando decimos “todos somos pecadores”, que es verdad. Reconocer mi propia realidad de pecador es poder decir “yo soy pecador por esto, por esto y por esto”, es decir, reconocer, primero ante mí mismo, ante mi propia conciencia, lugar de encuentro con Dios, mis pecados, mis faltas, mis hipocresías. El mal que hice sabiendo que era mal; el mal que pude haber evitado, pero que quise hacer. A partir de ese reconocimiento, con el necesario arrepentimiento y con el deseo de un cambio profundo en mi corazón, me acercaré al sacramento de la Reconciliación.

Pero convertirse no es solo tomar distancia del mal, dejar de hacer el mal, sino pasar a hacer todo el bien posible. Para eso necesito tomar cada día más en serio el mensaje del Evangelio e intentar ponerlo en práctica en mi vida. Y en el centro del Evangelio está el amor a Dios y al prójimo, amor que no se queda en un sentimentalismo, sino que lleva a acciones concretas, en las que pongo amor y busco, ante todo, la felicidad y el bien de las personas que quiero amar.

Un joven que había tenido ya tres o cuatro parejas y siempre terminaba por cortar la relación, me decía: “no encuentro a nadie que me haga feliz”… yo me quedé pensando en sus palabras y se me ocurrió decirle: “tal vez lo que tenés que buscar es alguien a quien vos quieras hacer feliz”. Porque eso es amar. Encontrar mi felicidad en dar, más que en recibir. En dar amor, en dar felicidad.

La conversión es un proceso constante, porque el mal se pone una máscara que le da apariencia de bien, para que nos cueste reconocerlo. El tentador vuelve siempre, y vuelve disfrazado. Por eso, los tiempos de Adviento y de Cuaresma tienen este acento que llamamos penitencial, para que confrontemos con el Evangelio nuestra vida y orientemos o reorientemos más profundamente nuestro corazón hacia Dios.

En esta semana

  • Martes 12, Nuestra Señora de Guadalupe, patrona de la catedral y de nuestra Diócesis. La fiesta patronal se inicia a las 17:30 con el rezo del Rosario; a las 18:00 procesión y, a continuación, la Santa Misa. Al final, un “compartir” en el salón parroquial.
  • Miércoles 13: Santa Lucía. Fiesta patronal en la capilla dedicada a esta santa, en la ciudad del mismo nombre, a las 18:30.
  • Viernes 15: en ese día se cumplirán 66 años de la ordenación sacerdotal de Mons. Orlando Romero, obispo emérito de Canelones. Mons. Orlando está cerca de cumplir 90 años, el jueves 21. Vamos a celebrar todo este viernes, a las 19:30, en la catedral de Canelones. 
  • Sábado 16: la parroquia Santa Rosa de Lima, en El Pinar, Ciudad de la Costa, ha organizado en la capilla Sagrada Familia una cena navideña con varias familias que son ayudadas desde la comunidad.
  • Y como ya les adelantamos, el domingo 17, a las 18 horas, la cuarta ordenación diaconal de este año: Marcelo Villaba, en la Parroquia San Francisco de Asís en Joaquín Suárez.


Gracias, amigas y amigos por su atención. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

martes, 5 de diciembre de 2023

"Anunciaré tu nombre a mis hermanos" (Salmo 21,23). Monseñor Orlando Romero: llegando a sus 90, con 66 años de vida sacerdotal.

 


Monseñor Orlando Romero invita
a celebrar su aniversario sacerdotal y su cumpleaños.

Queridos integrantes de las Comunidades por las que el Señor me llevó servir como sacerdote o como pastor a lo largo de estos 66 años de ordenación, y a todos los afectos cosechados en estos 90 años de vida, quiero invitarlos a acompañarme en la misa de acción de gracias el próximo viernes 15 de diciembre a las 19:30 horas en la Catedral de Canelones.

En este largo recorrido vital que el Señor me ha regalado, son muchos los motivos para dar gracias. Por tantas alegrías y tristezas compartidas, por tantos diálogos profundos o incluso aquellos que pensamos en el momento que eran insignificantes, pero que sin duda nos marcaron de algún modo. Por tantas palabras y tantos silencios. Por esos encuentros que fueron tejiendo fraternidad y me ayudaron a crecer, y también incluso algunos desencuentros que nos dieron la oportunidad de revisarnos, nos ayudaron a crecer en humanidad y fueron dando un sentido profundo a nuestra vida, en toda su sencilla complejidad.

Me gustaría agradecer a cada uno, su impacto en mi vida, y a Dios que en su generosidad me regaló compartir camino con tantos que hicieron que mi vida tuviera y tenga significado.

Los espero y cuento con su oración.

+ Orlando Romero, Obispo emérito de Canelones.

Viernes 15 de diciembre
a las 19:30 horas
en la Catedral de Canelones.


domingo, 3 de diciembre de 2023

Piero Garrone, nuevo diácono permanente para la Diócesis de Canelones.

Homilía de Mons. Heriberto

Queridos hermanos y hermanas:

“Estén siempre alegres en el Señor” es la Palabra con la que hemos sido invitados a participar de esta celebración. Está tomada de la carta de San Pablo a los filipenses (4,4). Es el lema que Piero ha elegido para su ordenación diaconal.

“Estén siempre alegres…” ¿Qué es lo que dice Pablo? ¿Es un buen deseo? ¿Es un mandato? ¿Se puede pedir a los demás que se alegren y, mucho más todavía, qué estén siempre alegres? Y esa alegría ¿cómo se vive? ¿cómo se expresa?

Se puede aprender a sonreír. Es una manera de disponer los labios, moviendo algunos músculos de la cara… Hay personas que trabajan en la atención al público, a las que se les entrena para que estén siempre sonrientes… pero eso no quiere decir que estén siempre alegres. Ni siquiera  significa que estén alegres.

¿Cómo transitar por esta vida “siempre alegres” cuando, día a día, nos encontramos con diversos problemas y contratiempos, con sufrimientos y angustias, tanto en la vida personal como familiar y social? ¿Se trata, acaso, de hacer un esfuerzo por borrar todo eso, por olvidarlo y mantener encendida una alegría artificial? ¿Necesitaría para eso buscar permanentemente sonidos que me aturdan, velocidades de vértigo, emociones colectivas o acaso la ayuda de alguna sustancia que me coloque allí? No. Esos no son caminos.

San Pablo dice “estén siempre alegres en el Señor”. La verdadera alegría tiene un fundamento y ese fundamento es Cristo. “Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría”, nos dice el Papa Francisco en su exhortación Evangelii Gaudium (N° 1).

Los cristianos, igual que todo aquel que viene a este mundo, experimentamos día a día, en nuestra propia carne, dolor, contradicciones, incertidumbres, inseguridad y tantas cosas que pueden atemorizarnos, abrumarnos y entristecernos. Sin embargo, siguiendo a Jesús, podemos aceptar esos sufrimientos como una ocasión única de unirnos a la pasión de Cristo y, como dice San Pablo (Colosenses 1,24), participar de su obra redentora en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia, cuerpo que quiere recibir entre sus miembros a seres humanos “de toda raza, lengua, pueblo y nación” (Apocalipsis 5,9).

En cada sufrimiento humano está presente Cristo crucificado. El domingo pasado escuchábamos al Señor decirnos “lo hicieron conmigo” (Mateo 25,40), si estuvimos atentos y dispuestos para socorrer a aquellos que encontramos con hambre, con sed, con frío, en la enfermedad, en la cárcel… o en lenguaje de nuestros días, “en situación de calle”. Si de alguna manera ayudamos a esas personas, Jesús nos dice “lo hicieron conmigo”. Y eso vale igualmente para otras realidades donde se hace presente Jesús sufriente, Jesús abandonado, esperando ser escuchado, contenido, consolado… en definitiva, ser amado.

Entonces, amando a Jesús crucificado en los sufrientes y abandonados de hoy, o amándolo en el encuentro con él en nuestro propio dolor, encontramos la alegría más profunda. Una alegría que no es superficial, que no se nos impone desde fuera, sino que surge desde dentro, que surge del corazón. 

Por extraño y contradictorio que pueda parecer, el crucificado es la llave de la alegría. Es una ruta que no es fácil elegir; pero es una ruta abierta, sin semáforos ni barreras, hacia el encuentro con Dios. Es el punto de encuentro entre nuestra miseria humana y la obra de la redención: la gloria, la luz, la resurrección, ya en nuestra vida, como un anuncio, como un germen de lo que vendrá en la eternidad. 

Y ahí está el motivo, continuamente nuevo, siempre estimulante y de ninguna manera ingenuo, para estar siempre alegres en el Señor.

El libro de los Hechos (6, 1-6) cuenta que los apóstoles, desbordados por el reclamo de una parte de la comunidad que veía que sus viudas, es decir las mujeres pobres, no eran bien atendidas, eligieron a siete hombres para el servicio de las mesas, para “la distribución diaria de los alimentos”.

Esa fue la misión de los diáconos en sus orígenes: organizar y poner en obra la caridad en la comunidad. Pero no en vano se dice que eran “hombres de buena fama, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría” porque pronto encontramos a uno de ellos, Esteban, anunciando a Cristo hasta recibir la corona del martirio y luego a Felipe, haciendo de la persecución que se ha desatado, una ocasión para llevar el evangelio a Samaría, predicando y bautizando.

Así se fue configurando este ministerio que, en el correr de los siglos, fue convirtiéndose tan solo en un paso necesario y previo a la ordenación presbiteral.

Sin embargo, el Concilio Vaticano II lo recuperó “como grado propio y permanente de la Jerarquía” para servir “al Pueblo de Dios en el ministerio de la liturgia, de la palabra y de la caridad”, “confortados con la gracia sacramental” (Lumen Gentium 29).

Querido Piero, en la alegría de la fe, en este tiempo de Adviento, que reanima nuestra esperanza, apoyado por tu esposa Luciana, has pedido recibir el Sacramento del Orden en el grado del diaconado. Lo pides, como dices en tu carta, para “servir a la Iglesia en lo que Dios disponga, sin dejar de lado la dimensión familiar y laboral, orando siempre para llevar adelante la imagen de Cristo Servidor con humildad y dignidad, siendo fiel al Evangelio”.

Sé que tú y Luciana han hecho un buen camino para llegar a este día, un camino de aceptación del llamado que el Señor te fue haciendo por medio de la Iglesia, primero con el P. Fabio y luego con el P. Washington, camino que los fue llevando a asumir juntos algunos compromisos en la comunidad, como el acompañamiento del grupo de jóvenes, además de tu propia participación en la catequesis de iniciación cristiana y en la preparación de la liturgia, tanto en la parroquia como en la capilla Inmaculada Concepción de Rincón del Colorado.

Hoy mismo, cumplido el ritual de la ordenación, llegado el momento, por primera vez nos invitarás a todos los presentes a que nos saludemos ofreciéndonos mutuamente la paz de Cristo y, al concluir la celebración, será también la primera vez que nos despidas en paz para que salgamos a llevar al mundo lo que hemos celebrado y recibido en esta Eucaristía: al mismo Señor Jesús, que se hizo Servidor de todos. Que así sea.

sábado, 2 de diciembre de 2023

Palabra de Vida: “Estén siempre alegres. Oren sin cesar. Den gracias a Dios en toda ocasión: esto es lo que Dios quiere de todos ustedes, en Cristo Jesús” (I Tesalonicenses, 5, 16-18)

Pablo escribe a los tesalonicenses cuando todavía vivían muchos contemporáneos de Jesús que lo habían visto y escuchado, testigos de la tragedia de su muerte, del asombro de su resurrección y, luego, de su ascensión. Reconocían la huella dejada por Jesús y esperaban su inminente regreso. Por su parte, Pablo amaba a la comunidad de Tesalónica, ejemplar por la vida, el testimonio y los frutos; y escribe esta carta rogándoles que sea leída a todos (5, 27). En ella apunta recomendaciones para que sigan siendo los que “imitaron nuestro ejemplo y el del Señor” (1, 6); y que se resume así:

“Estén siempre alegres. Oren sin cesar. Den gracias a Dios en toda ocasión: esto es lo que Dios quiere de todos ustedes, en Cristo Jesús”.

El hilo conductor de estas exigentes exhortaciones no es solo lo que Dios espera de nosotros, sino cuándo: ininterrumpidamente, siempre, constantemente.

¿Pero puede ordenarse por mandato la alegría? Que la vida nos agreda con problemas y preocupaciones, con sufrimientos y angustias, que la realidad social se muestre árida y desagradable es experiencia de todos. Sin embargo, para Pablo hay una razón que podría volver posible siempre “esa alegría” a la que se hace referencia. Él habla a los cristianos y les recomienda tomar la vida cristiana en serio para que Jesús pueda vivir en ellos con la plenitud prometida después de su resurrección. A veces podemos aprender: él vive en quien ama y en quien puede adentrarse en el camino del amor con el desapego de sí, el amor gratuito hacia los demás, aceptando el sostén de los amigos, manteniendo viva la confianza en que “el amor lo vence todo”.

“Estén siempre alegres. Oren sin cesar. Den gracias a Dios en toda ocasión: esto es lo que Dios quiere de todos ustedes, en Cristo Jesús”.

Dialogar entre fieles de diferentes religiones y personas de diversas convicciones lleva a comprender aún más que rezar es una acción profundamente humana; la oración construye a la persona, la eleva.

¿Y cómo rezar ininterrumpidamente? 

“No alcanza –escribe el teólogo ortodoxo Evdokimov– contar con la oración, con las reglas, con las costumbres; se necesita ser oración encarnada, hacer de la propia vida una liturgia, rezar con las cosas cotidianas”[1]. 

Y Chiara Lubich subraya que 

“se puede amar a Dios como hijos, con el corazón lleno de amor por el Espíritu Santo y de intimidad que lleva a menudo a hablar con él, a decirle nuestras vicisitudes, nuestros propósitos, nuestros proyectos”[2]. 

Hay una manera accesible a todos para poder rezar siempre: detenerse frente a cada acción o poner el objetivo de un “para ti”. Es una práctica simple que transforma desde adentro nuestras actividades y toda nuestra vida en una constante oración

“Estén siempre alegres. Oren sin cesar. Den gracias a Dios en toda ocasión: esto es lo que Dios quiere de todos ustedes, en Cristo Jesús”.

En todo hay que dar gracias. Es la actitud libre y sincera del amor que reconoce a quien, silenciosamente, sostiene y acompaña a los individuos, los pueblos, la historia, el cosmos. Con el agradecimiento hacia los demás que caminan con nosotros y que se vuelven conscientes de no ser autosuficientes.

Gozar, rezar y rendir gracias, tres acciones que se acercan para ser como Dios nos ve y nos quiere, y que enriquecen nuestra relación con él; en la confianza de que 

“el Dios de la paz los santifique plenamente” (1 Tes 5, 23)

Así nos prepararemos a vivir la alegría de la Navidad para mejorar el mundo, para ser constructores de paz dentro de nosotros mismos, en casa, en el trabajo, en las calles. Nada es hoy más necesario y urgente.

Victoria Gómez y equipo de Palabra de Vida

NOTAS

[1] EVDOKIMOV, P. (1997). “La preghiera di Gesù”, en La novità dello Spirito, Milán: Ancora.

[2] LUBICH, C. (2019). Conversazioni. Roma: Città Nuova, p. 552.

jueves, 30 de noviembre de 2023

“Estén prevenidos” (Marcos 13,33-37). Primer domingo de Adviento.

Amigas y amigos, un cordial saludo desde la ciudad de Fray Bentos, donde estuve el lunes pasado, después de participar el domingo en el comienzo del ministerio pastoral de Monseñor Luis Eduardo González, en la Diócesis de Mercedes. Aquí tenemos al fondo el río Uruguay y, a lo lejos se ve la chimenea del antiguo Frigorífico Anglo, declarado por la UNESCO patrimonio mundial de la humanidad, al igual que la ciudad antigua de Colonia y nuestra Iglesia Cristo Obrero en Estación Atlántida.

A mi derecha vemos también un jacarandá florecido y el color de sus flores nos trae la tonalidad de este tiempo que se inicia: el tiempo de Adviento, comienzo del nuevo año litúrgico. Un Adviento, que, este año, será particularmente breve; con cuatro domingos, como es normal, pero de solo tres semanas, porque el cuarto domingo es ya el 24 de diciembre… Durante el día corresponde celebrar la Misa del último domingo de adviento; pero, a partir de la puesta de sol, celebramos la Misa de Nochebuena.

Hoy, 3 de diciembre, recordamos a San Francisco Javier, patrono de las Misiones, junto con Santa Teresita. El domingo de Adviento prevalece sobre esta memoria, pero no queremos dejar de mencionarlo. Y también quiero recordar que hoy tendremos la alegría de ordenar un nuevo diácono permanente, Piero Garrone, en la parroquia San Antonio de Las Piedras.

El tiempo de Adviento tiene dos momentos: los primeros dos domingos nos invitan a estar prevenidos, a estar atentos a la segunda venida de Cristo, al final de los tiempos. El tercer y cuarto domingo, en cambio, ponen el énfasis en la espera del nacimiento del Salvador; no como simple recuerdo de un hecho del pasado, sino mostrándonos que Él sigue viniendo a nosotros cada día y solo podremos reconocerlo si estamos atentos.

Estén prevenidos, entonces, porque no saben cuándo llegará el dueño de casa, si al atardecer, a medianoche, al canto del gallo o por la mañana. No sea que llegue de improviso y los encuentre dormidos. (Marcos 13,33-37)

No sabemos cuándo llegará el Señor, pero en las palabras de Jesús, los momentos posibles de su venida se ubican en relación con la noche: la puesta de sol, la medianoche, el canto del gallo, que se produce todavía en la oscuridad y la salida del sol, con la que termina la oscuridad y comienza el nuevo día. Transitamos por la vida como en una larga noche. Muchas luces artificiales nos envuelven, pero son solo apariencia de luz. Ninguna de ellas es la luz verdadera, la luz plena. 

La noche es un complejo momento del día. Para la mayoría es tiempo del descanso, pero hay quienes velan hasta muy tarde y quienes madrugan mucho antes de la salida del sol. Pienso en quienes están disponibles para servicios que puedan ser requeridos con urgencia: el personal de las emergencias, los bomberos, la policía… La noche es también tiempo de inseguridad, de peligro, un tiempo en que valoramos sentirnos seguros.

Pero la noche es también tiempo de Dios, tiempo de salvación. La Palabra de Dios nos lo recuerda. Leemos en los primeros versículos de la Biblia:

Al principio Dios creó el cielo y la tierra. La tierra era algo informe y vacío, las tinieblas cubrían el abismo, y el soplo de Dios se cernía sobre las aguas.
Entonces Dios dijo: «Que exista la luz». Y la luz existió. (Génesis 1,1-3)

La creación se inicia en la noche, en las tinieblas, que pronto son rasgadas por la luz.

La liberación del Pueblo de Israel, cautivo en Egipto, llega en la noche. Es la Pascua de Israel, que sigue siendo recordada con una vigilia, como dice el libro del Éxodo:

El Señor veló durante aquella noche, para hacerlos salir de Egipto. Por eso, todos los israelitas deberán velar esa misma noche en honor del Señor, a lo largo de las generaciones. (Éxodo 12,42)

Aquel nacimiento de la luz en los primeros tiempos, anticipa el nacimiento de aquel que es la Luz del Mundo, que nace en medio de la noche, y de lo que son testigos aquellos que velaban:

En esa región acampaban unos pastores, que vigilaban por turno sus rebaños durante la noche. De pronto, se les apareció el Ángel del Señor y la gloria del Señor los envolvió con su luz. (Lucas 2,8-9)

Y también en la noche se realiza el acontecimiento central de la salvación, la resurrección de Cristo, tal como se anuncia con el pregón pascual:

Esta es la noche en la que Cristo
rompió las ataduras de la muerte
y surgió victorioso de los abismos.
(Pregón pascual)

Pero al término de la historia de la salvación, cuando todo esté consumado, la noche tendrá su fin. Así lo expresa el libro del Apocalipsis:

Tampoco existirá la noche, ni les hará falta la luz de las lámparas ni la luz del sol, porque el Señor Dios los iluminará, y ellos reinarán por los siglos de los siglos. (Apocalipsis 22,5)

Mientras tanto… seguimos en la noche o, mejor dicho, en una aurora progresiva, una aurora que avanza, porque el Sol de Justicia, Jesucristo, ya está en medio de nosotros, aunque su luz todavía no reine totalmente en el mundo.

La Palabra de Dios, en este comienzo del Adviento, nos hace esperar la Parusía, la venida de Cristo al final de los tiempos, a la vez que nos prepara a la celebración de la Navidad.

Si vemos al mundo envuelto en la noche, en la oscuridad, en las tinieblas, la tentación, igual que para los discípulos en Getsemaní, es la de dormir, de no luchar más, de renunciar al viaje de la vida y no creer más en la obra de Dios, en la luz. Perpetuamente, el Pueblo creyente está invitado a salir, a peregrinar, a realizar el gran viaje de nuestra vida. Ese llamado es una luz, una columna de fuego que avanza delante de nosotros en la noche; es una Palabra, el Verbo de Dios, la Luz que ha venido a este mundo, para guiarnos a la Casa del Padre, donde encontraremos la Vida verdadera, la Vida en plenitud.

En esta semana:

  • Desde mañana comienza una Misión en Toledo y Carrasco del Sauce, llevada adelante por la comunidad “Dios Proveerá”. Misioneros argentinos y brasileños estarán hasta el 10 de diciembre realizando actividades con niños, jóvenes y adultos.
  • Viernes 8 de diciembre, Inmaculada Concepción de María. Fiesta patronal en Pando. Desde las 18:30, procesión desde el Colegio del Huerto y Misa frente al templo parroquial, que será presidida por el Nuncio Apostólico en el Uruguay, Mons. Gianfranco Gallone.
  • El sábado 9 y domingo 10 se realiza la colecta del Fondo Común Diocesano, destinada en esta ocasión al sostenimiento de los gastos de la Curia, en la que varias personas prestan servicios muy necesarios para el funcionamiento de toda la diócesis. Les agradezco su colaboración.
  • Domingo 10: nuestro seminarista Sergio Genta será ordenado diácono, en camino hacia el sacerdocio. A las 18 horas, en la parroquia de Santa Rosa.

Gracias, amigas y amigos por su atención. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.