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jueves, 21 de diciembre de 2023

24 de diciembre de 2023, cuarto domingo de adviento… y Nochebuena. “El Señor está contigo” (Lucas 1,26-38)

Amigas y amigos:

Hoy comienza y termina la cuarta semana del adviento. Una semana que apenas dura un día: desde las vísperas del sábado 23, a las vísperas de este domingo, momento en que comienza el tiempo de Navidad.

Por eso, nuestra reflexión de hoy tratará de tomar en cuenta los dos aspectos de este domingo, bisagra entre el tiempo de adviento y el de Navidad.

En la Misa de adviento, el evangelio nos presenta la escena de la anunciación, el momento en que María recibe el anuncio de que va a ser madre del Salvador y acepta la misión que Dios le ha confiado, diciendo al ángel Gabriel:

«Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho» (Lucas 1,26-38)

En la Misa de Nochebuena, también en el evangelio de Lucas, se nos presenta el nacimiento de Jesús, anunciado por los ángeles a los pastores:

«No teman, porque les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor. Y esto les servirá de señal: encontrarán a un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre.» (Lucas 2, 1-14)

Entre una escena y otra, transcurren los nueve meses de gestación del Hijo de Dios en el seno de María.

Contemplemos esas escenas. San Ignacio de Loyola, en sus ejercicios espirituales, nos impulsa a meternos dentro de las escenas del evangelio utilizando nuestra imaginación; no como una especie de película que pase delante de nuestros ojos, sino poniéndonos también nosotros mismos en la escena. 

Como primer punto para la contemplación del Nacimiento de Jesús, esto propone san Ignacio:

Ver a Nuestra Señora y a José y a la esclava, y al Niño Jesús recién nacido, haciéndome yo un pobrecito y esclavito indigno, mirándolos, contemplándolos y sirviéndoles en lo que necesiten, como si me hallase presente, con todo el acatamiento y reverencia posibles; y después reflexionar en mi interior para sacar algún provecho. (Ejercicios Espirituales, 114)

¿Qué puede necesitar la Sagrada Familia en ese momento? Todo y nada. Todo, porque el niño nace “en suma pobreza”, como dice más adelante San Ignacio; pero, a la vez, nada, porque allí está Dios presente, de una manera completamente nueva, inédita. Y, más que nunca, allí se hace verdad que “solo Dios basta”. Y aunque yo tenga mucho para ofrecer, nada de lo que tengo es necesario y puedo verme así, como decía Ignacio, como “un pobrecito”, porque nada tengo para ofrecerle a Dios y, en cambio, el niño “envuelto en pañales y acostado en un pesebre” tiene todo para darme.

Eso expresa la sabiduría de un viejo villancico:

Al niño recién nacido
todos le ofrecen un don;
yo soy pobre y nada tengo:
le ofrezco mi corazón.

Volvamos a la escena de la anunciación. En su saludo, el ángel Gabriel le dice a María: 

«¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo.»  (Lucas 1,26-38)

El evangelio sigue diciendo:

Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo.  (Lucas 1,26-38)

Es curioso que María no se manifiesta sorprendida porque un ángel aparezca allí y le hable, sino por lo que el mensajero le dice, por la forma en la que la ha saludado.

Este saludo del ángel tiene un lejano antecedente, que encontramos en el libro de los Jueces, en la sección dedicada a Gedeón:

El Ángel del Señor se le apareció a Gedeón y le dijo: 
«El Señor está contigo, valiente guerrero». (Jueces 6,12)

El Pueblo de Dios vivía en aquel momento un sinnúmero de dificultades… la humanidad siempre pasa por tiempos difíciles. Siempre tenemos en nuestra vida algo que nos preocupa, nos amarga, nos angustia. El domingo pasado escuchábamos en la segunda lectura la invitación de san Pablo: “estén siempre alegres”. ¿Cómo estar siempre alegres, con todas las cosas que suceden en el mundo, en la sociedad, en nuestra familia o en nuestra propia vida personal?

Y Gedeón se siente muy afectado por todo lo que está pasando su pueblo. Acaso él también se siente tentado, como los israelitas en el desierto, a preguntarse: 

«¿El Señor está realmente con nosotros, o no?» (Éxodo 17,7). 

Esto es lo que responde Gedeón:

«Perdón, señor; pero si el Señor está con nosotros, ¿por qué nos sucede todo esto? ¿Dónde están todas esas maravillas que nos contaron nuestros padres, cuando nos decían: «El Señor nos hizo subir de Egipto?» Pero ahora él nos ha desamparado y nos ha entregado en manos de Madián». (Jueces 6,13)

Si el Señor está con nosotros ¿por qué nos sucede todo esto?

Pero Gedeón ha sido saludado como “valiente guerrero”. Él es aquel a quien Dios ha elegido para guiar a su gente y sacudir el yugo que otro pueblo le ha impuesto.

El saludo que recibe María también dice algo de ella: “llena de gracia”. Gedeón era el guerrero valiente, que podía liderar el combate, y por eso fue elegido. María es la mujer “llena de gracia”, la creyente, la que puede llevar a cabo una etapa crucial del proyecto salvador de Dios, no ya para un solo pueblo, sino para toda la humanidad: la encarnación del Hijo de Dios, la presencia de Dios hecho hombre, del Emmanuel, el “Dios con nosotros”. “El Señor está contigo”, le dice el ángel; y a través de tu maternidad, Dios se hará presente en el mundo, hombre entre los hombres, como Salvador. 

Algunos esperaban que ese salvador fuera un soldado, como Gedeón. Recuerdo otro villancico: 

“Lo esperaban un guerrero y fue paz toda su guerra; 
lo esperaban rey de reyes y servir fue su reinar”
(Navidad sin pandereta)

María creyó en las palabras del ángel, incluido su saludo. Creyó que el Señor estaba realmente con ella, para que se cumpliera lo anunciado. Por eso, pronuncia su sí, su asentimiento a la voluntad de Dios, haciendo posible ese cumplimiento. Volvamos a escuchar su palabra:

«Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho.»  (Lucas 1,26-38)

María no sabe lo que vendrá: qué riesgos, qué peligros, qué dolores, qué angustias le esperan.

Pero ella es consciente de que es el Señor quien se lo pide y ella se fía totalmente de Él, se pone en sus manos, se abandona a su amor. Esa es la fe de María y ella es espejo para nuestra fe.

Amigas y amigos, preparémonos a celebrar esta Navidad con Jesús, María y José. El Niño de Belén es el Emmanuel, el Dios con nosotros. Es Él quien hace que hoy tengan sentido para cada uno de nosotros las palabras del Ángel: “el Señor está contigo”. Sí, Él está con nosotros, según su promesa. Muy Feliz Navidad, y que la bendición de Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre ustedes y permanezca siempre. Amén.

jueves, 16 de diciembre de 2021

“¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre!” (Lucas 1,39-45). IV domingo de Adviento.

“¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre!”
(Lucas 1,39-45)
Con esas palabras se dirige Isabel a María, que ha llegado a su casa.
El evangelio nos dice que Isabel las pronunció “llena del Espíritu Santo”.
Si decimos de la Sagrada Escritura que es Palabra de Dios; si decimos que los distintos libros y pasajes de la Biblia son textos inspirados, aquí la misma Escritura nos invita a prestar especial atención a esas palabras de Isabel, porque las dijo por inspiración del Espíritu Santo.

Hay tres palabras en la Biblia que expresan distintos aspectos de la bendición.
La primera es, precisamente, el sustantivo “bendición”, en hebreo “beraka” y en griego “eulogia”.
También está el verbo “bendecir” y el adjetivo “bendito, bendita” que es el que aparece en nuestro texto.
Los adjetivos, y perdonen este repaso informal de gramática, los adjetivos informan acerca de cualidades que tienen las cosas, las personas y los demás seres vivos. Algunas de esas cualidades pueden ser secundarias, casi como un adorno, un detalle… otras, en cambio, son toda una definición, como cuando decimos “es una buena persona”, “es un perro fiel”, “es un objeto valioso”.
De las palabras de Isabel surge que María es una mujer bendita y el hijo que se está formando en el útero de la Virgen es un fruto bendito, una criatura bendita.

Hay otro adjetivo importante que ya se ha usado en el mismo evangelio de Lucas al referirse al hijo que nacería de María. Lo dijo el arcángel Gabriel:
“… el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios” (Lucas 1,35)
El santo y el bendito pertenecen a Dios.
“Santo” y “bendito” no significan lo mismo.
“Santo”, ante todo, es Dios. Leemos en el libro de Samuel:
No hay Santo como el Señor, porque no hay nadie fuera de ti, y no hay Roca como nuestro Dios. (1 Samuel 2,2)
Dios, que es santo, santifica. Es decir, comunica su santidad a personas, lugares y cosas, consagrándolas a él, separándolas del mundo profano. En aquello que Dios santifica, la santidad revela, manifiesta, la inaccesible grandeza de Dios. Aquello que Dios ha hecho santo nos ayuda a asomarnos al misterio de Dios, un misterio que no podemos pretender abarcar y mucho menos manipular.

También de Dios decimos que es “bendito”. “Bendito sea Dios” es una expresión que habremos oído y usado muchas veces. Está presente en muchas oraciones.
Pero no tiene el mismo sentido bendecir a Dios que, en cambio, que sea Dios quien nos bendiga. También usamos otra expresión, dirigiéndonos a los demás: “que Dios te bendiga”, “que el Señor te bendiga”.
Pero, así como la santidad puede marcar esa separación, como decíamos, en cambio, la persona bendita se convierte en un punto de unión con Dios y en una fuente de irradiación de la gracia y de la bendición de Dios hacia los demás.
Si el santo nos hace vislumbrar el misterio inaccesible de Dios, el bendito nos hace ver la inagotable generosidad del Señor.

Así podemos entender que, cuando Isabel le dice a María “bendita entre todas las mujeres”, no está indicando que la Virgen está como separada de las demás, sino más bien que Dios la eligió entre todas, para manifestar a través de ella su poder y su generosidad. Dios la eligió para que, a través de ella, se derrame su bendición.

Aquí tenemos que recordar algo que está en los comienzos de la historia de la salvación: la promesa de Dios a Abraham:
“por ti se bendecirán todos los pueblos de la tierra” (Génesis 12,3)
Es en el bendito fruto del vientre de María, en Jesús, el bendito por excelencia, en quien llega a su plenitud esa promesa que Dios hizo a nuestro Padre en la fe.
Si el bendito es punto de unión entre Dios y los hombres, nadie puede serlo más que Jesús, en quien están unidas la divinidad y la humanidad, puesto que es verdadero Dios y verdadero hombre.
Si el bendito es fuente de irradiación del amor, de la gracia, de la misericordia de Dios, no tenemos más que mirar al corazón de Jesús, el corazón traspasado de donde brotan el agua y la sangre que nos lavan y purifican.
En Jesús Dios revela con signos resplandecientes su poder y su bondad, como lo resume Pedro hablando a los paganos en casa de Cornelio:
Dios ungió a Jesús de Nazaret con el Espíritu Santo, llenándolo de poder. El pasó haciendo el bien y curando a todos los que habían caído en poder del demonio, porque Dios estaba con él. (Hechos 10,38)
Nos preparamos a recibir en esta Navidad, al bendito, al que nos trae la bendición amorosa y abundante del Padre.
Recemos juntos:
Señor, Derrama tu gracia en nuestros corazones,
y ya que hemos conocido por el anuncio del Ángel
la encarnación de tu Hijo Jesucristo,
condúcenos por su Pasión y su Cruz,
a la gloria de la resurrección.
Él que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo,
y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.

Amigas y amigos: gracias por su atención. Muy feliz Navidad. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

viernes, 10 de diciembre de 2021

“Viene uno que es más poderoso que yo” (Lucas 3,10-18). III Domingo de Adviento.

 

 

“La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús” (Evangelii Gaudium, 1). 

Así comienza el Papa Francisco uno de sus primeros grandes mensajes, que tiene por título Evangelii Gaudium, precisamente, “la alegría del Evangelio”.
En un mundo donde muchas personas piensan que la religión es un impedimento para ser feliz, este y otros mensajes nos llaman a vivir siempre la alegría de la fe.
De todo esto nos habla hoy la Palabra de Dios.
“Gaudete”, alégrense, es el título que se da a este tercer domingo de adviento. En la Palabra de Dios encontramos esa exhortación a la alegría. Así comienza, por ejemplo, la primera lectura:

¡Grita de alegría, hija de Sión! ¡Aclama, Israel!
¡Alégrate y regocíjate de todo corazón, hija de Jerusalén! (Sofonías 3,14-18a)
A esa invitación respondemos con la antífona del salmo:
¡Aclamemos al Señor con alegría! (Salmo responsorial, Isaías 12, 2-6)
Y san Pablo, en su carta a los Filipenses, reafirma todos esos llamados diciendo:
Hermanos: Alégrense siempre en el Señor. Vuelvo a insistir, alégrense. (Filipenses 4,4-7)
Todo en este domingo llama a la alegría y la razón que nos da san Pablo para ello es: “el Señor está cerca” y entonces, dice Pablo:
La paz de Dios, que supera todo lo que podemos pensar, tomará bajo su cuidado los corazones y los pensamientos de ustedes en Cristo Jesús. (Filipenses 4,4-7)
Todo llama a la alegría… hasta que llegamos al evangelio. Allí cambia el tono. Nos encontramos con Juan el Bautista, con su vida austera y su predicación que anuncia el juicio, señalando qué es lo que debemos hacer… y allí no dice nada de “alégrense”.
Sin embargo, si leemos este evangelio en la clave que nos dan las otras lecturas, también en las indicaciones de Juan el Bautista podremos encontrar una pista para alcanzar la verdadera alegría.
Una de esas pistas está en el abandono de toda soberbia y el reconocimiento de nuestros límites. La humildad. Leamos con atención el mensaje de Juan a dos grupos que se acercan a él: los publicanos y los soldados. Unos y otros están fuera de los esquemas religiosos de la época. Pero, como decíamos el domingo pasado, Lucas afirma, citando al profeta Isaías, que “Todos los hombres verán la salvación de Dios”.
Al igual que la gente que se acerca a Juan, cada uno de estos grupos le hace la misma pregunta:
«¿Qué debemos hacer?»

Preguntar qué debo hacer, qué tengo que hacer en la vida, solo es posible desde la humildad de reconocer que no tengo todas las respuestas y que necesito que alguien me guíe en la vida.
Pero a partir de ese reconocimiento, tengo que estar abierto a lo que pueda traerme esa respuesta. Todos recordamos a aquel hombre que corrió detrás de Jesús para preguntarle: 

“Maestro bueno, ¿qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?” (Mateo 19,16-30; Marcos 10,17-31; Lucas 18,18-30)

pero cuando escuchó la respuesta se alejó entristecido “porque tenía muchos bienes”. Quien se arriesga a preguntar al hombre de Dios qué es lo que debe hacer, debe estar dispuesto a un cambio de vida.
A la gente que pregunta, Juan le responde llamando a la solidaridad:

«El que tenga dos túnicas, dé una al que no tiene; y el que tenga qué comer, haga otro tanto.»
Es muy concreto: el que tiene algo que puede compartir, que lo comparta con el que no tiene.
A los publicanos, recaudadores de impuestos, Juan les responde:
«No exijan más de lo estipulado.»
Parece poco, pero sigue siendo algo concreto. Más adelante, en el mismo evangelio de Lucas, el encuentro con Jesús llevará a Zaqueo, jefe de los cobradores de impuestos, mucho más lejos:
«Señor, voy a dar la mitad de mis bienes a los pobres, y si he perjudicado a alguien, le daré cuatro veces más.» (Lucas 19,8)
Para los soldados, Juan tiene también una respuesta:
«No extorsionen a nadie, no hagan falsas denuncias y conténtense con su sueldo.»
Por aquí van los consejos de Juan. A nadie le pide que cambie de trabajo o de lugar en la sociedad, sino que cambie de actitud en cosas muy determinantes. Un cambio en nuestra relación con lo que tenemos y en nuestra relación con los demás. Un cambio que no es simplemente ponernos otras reglas para regir nuestra vida, sino un cambio que involucra nuestra relación con Dios.
No nos olvidemos del sentido del mensaje de Juan: preparar el camino para Jesús que viene. Esos cambios de conducta están en relación con esa espera. No se trata de algunas pautas para una vida más pacífica en la sociedad, aunque también puedan tener ese efecto benéfico. Se trata de algo más profundo: ese cambio de vida, esa conversión está aplanando el camino para que el Salvador llegue a nuestros corazones.
Juan anuncia:
«Yo los bautizo con agua,
pero viene uno que es más poderoso que yo…
él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego.» (Lucas 3,10-18)
El fuego… En su primera carta a los Corintios, san Pablo dice:
“el fuego probará la obra de cada cual” (1 Corintios 3,13)
Jesús trae un fuego que purifica, que quema todo aquello que sobra, que está de más… Juan el Bautista anuncia el juicio de Dios con la imagen de la trilla. Terminada la cosecha, el Señor recogerá el trigo en su granero,
«Pero consumirá la paja en el fuego inextinguible.» (Lucas 3,10-18)
Nuestro pasaje del evangelio concluye con un resumen:
Y por medio de muchas otras exhortaciones, anunciaba al pueblo la Buena Noticia. (Lucas 3,10-18)
Esa es la última palabra de las lecturas de hoy: evangelio, la buena noticia de la salvación. El motivo final de la alegría.
Recemos juntos:
Dios y Padre nuestro,
que acompañas bondadosamente a tu pueblo
en la fiel espera del nacimiento de tu Hijo,
concédenos festejar con alegría su venida
y alcanzar el gozo que nos da su salvación.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

En esta semana

-    El 12 de diciembre normalmente celebramos a Nuestra Señora de Guadalupe, patrona de la diócesis de Canelones. No lo haremos este año, por coincidir con el tercer domingo de adviento, que prevalece sobre esta fiesta mariana.
-    En el año 1607, Hernando Arias de Saavedra, Hernandarias, gobernador del Río de la Plata, exploraba las costas uruguayas y llegó a la desembocadura de un importante río. Era el día de Santa Lucía, y ese fue el nombre que recibió y sigue llevando esta corriente de agua que nace en las sierras de Minas. Del río toma su nombre la ciudad de Santa Lucía y, si bien su parroquia está dedicada a San Juan Bautista, hay en ella una capilla dedicada a la Virgen y Mártir cuya fiesta se celebra el 13 de diciembre.
-    14 de diciembre: San Juan de la Cruz, presbítero y doctor de la Iglesia
-    El 15 de diciembre, Mons. Orlando Romero, obispo emérito de Canelones, recuerda los 64 años de su ordenación sacerdotal. Felicitamos a Mons. Orlando y agradecemos el testimonio de su vida de entrega al Señor y a los hermanos.
-    El 16 de diciembre comienza la novena de Navidad, con la que nos preparamos a celebrar esta gran fiesta cristiana.
-    162 años cumple la congregación salesiana, que fue fundada el 18 de diciembre por san Juan Bosco.

Jóvenes en misión: colombianos y diocesanos

Cuatro jóvenes de Medellín, Colombia, integrantes de un grupo que se llama “La Mirada de Dios”, llegarán a partir del 13 de diciembre a nuestra diócesis, para desarrollar una misión de Adviento, principalmente en las parroquias de Tala y Pando. Varios jóvenes de nuestra diócesis se han inscripto para trabajar junto con ellos. Recemos por los buenos frutos de esta iniciativa.

Fundación Mons. Orestes Nuti

La fundación Mons. Nuti, creada para apoyar las instituciones educativas católicas de nuestra diócesis -especialmente las más pequeñas y con más dificultades para autosostenerse- ha puesto a la venta un calendario 2022, que Uds. pueden adquirir en las parroquias de nuestra diócesis.

Gracias, amigas y amigos por su atención. Sigamos viviendo intensamente este tiempo de adviento. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

viernes, 26 de noviembre de 2021

“Está por llegarles la liberación” (Lucas 21,25-28.34-36). Domingo I de Adviento.

Mientras comienza a aparecer en muchos lugares comerciales esa decoración que suele llamarse “navideña”, aunque poco nos habla del nacimiento de Jesús, la Iglesia comienza, este domingo, el tiempo de adviento. ¿Es este tiempo nuestra preparación a la Navidad, a esta gran fiesta cristiana? Sí y no: todavía no. Los dos primeros domingos no están en relación con el nacimiento de Jesús en Belén, sino que nos orientan a mirar hacia el futuro, hacia la segunda venida de Cristo, al final de los tiempos.

Dos domingos atrás, leíamos este anuncio que hacía Jesús en el Evangelio de Marcos:

se verá al Hijo del hombre venir sobre las nubes, lleno de poder y de gloria (Marcos 13,24-32)
Con palabras semejantes se repite este anuncio en Mateo y en Lucas, haciendo también referencia a grandes señales cósmicas.
Sin embargo, solo en el evangelio de Lucas encontramos estas palabras que Jesús agrega:
Cuando comience a suceder esto, tengan ánimo y levanten la cabeza, porque está por llegarles la liberación.
Liberación… el sueño del que sufre cualquier clase de opresión, de esclavitud… el sueño del Pueblo de Dios, esclavo en Egipto, finalmente liberado por la poderosa intervención de Dios en la primera Pascua. Anhelo profundo de todo ser humano. Ilusión que, a veces, se vuelve espejismo: la revolución que derriba al sangriento tirano pero que luego deriva en pesada y prolongada dictadura; la apuesta por libertades que terminan produciendo extremas desigualdades e injusticias; el quiebre de normas que parecían oprimir a la persona humana pero que termina dejándola prisionera de nuevas esclavitudes. “El sueño eterno como viene se va”, decía una vieja canción. La primera parte del adviento anuncia la liberación definitiva de la humanidad, con la venida de Cristo en su gloria.

Esa es la clave del evangelio de este domingo. Las señales apocalípticas en este mundo siempre han ocurrido y seguirán ocurriendo: catástrofes naturales, pandemias, hambre, guerras, etc. Frente a ello, Lucas nos invita a escuchar lo que Dios nos ofrece. Jesús nos dice “¡ánimo! ¡levanten la cabeza!”. No es la hora del miedo: es la hora de renovar la esperanza.

Los signos negativos pueden provocar una actitud de huida, que se refleja en 

dejarse aturdir por los excesos, la embriaguez y las preocupaciones de la vida
La actitud adecuada, en cambio, es la vigilancia en la oración:
Estén prevenidos y oren incesantemente (…)
Así podrán comparecer seguros ante el Hijo del hombre
El evangelio de Lucas, que leeremos en los domingos de este año litúrgico que hoy se inicia, pone especial acento en la misericordia; por eso, en este pasaje que anuncia la venida de Jesús, lo presenta más como salvador que como juez, al que hay que mirar con menos temor y más esperanza.
Las señales apocalípticas, tanto las que relata el evangelio como las que percibimos a nuestro alrededor, pueden producirnos una profunda conmoción, provocando sentimientos de desamparo y depresión, de desesperación y hasta de desesperanza. Frente a esos sentimientos, Lucas nos pone delante las palabras de Jesús para que nuestra actitud sea vigilar y no aturdirnos; creer y esperar, porque del Padre de Jesús nos llega la salvación y su Hijo es nuestro redentor, nuestro liberador.

Concluyo con las palabras de san Pablo a los Tesalonicenses, que son como una intercesión por ellos, pero también por todos nosotros:

Que el Señor los haga crecer cada vez más en el amor mutuo y hacia todos los demás, semejante al que nosotros tenemos por ustedes. Que él fortalezca sus corazones en la santidad y los haga irreprochables delante de Dios, nuestro Padre, el Día de la Venida del Señor Jesús con todos sus santos.
Amén.

Asamblea Eclesial

Culmina este domingo la Asamblea Eclesial de América Latina y el Caribe. Desde el domingo pasado hemos estado virtualmente reunidos obispos, sacerdotes, diáconos, personas consagradas, laicos y laicas: alrededor de mil fieles. Una parte importante del trabajo se hizo en pequeños grupos, lo que hizo posible un encuentro más cercano, aún a través de las pantallas, con hermanos y hermanas de diferentes países y estados de vida.
Día a día fuimos haciendo camino juntos guiados y animados por la Palabra de Dios. Así, comenzamos por disponer el corazón para discernir en común. A continuación, enfocamos nuestra mirada sobre los desafíos para la Iglesia en América Latina y El Caribe, recogiendo las voces de todos aquellos que participaron en la etapa de escucha. Luego buscamos identificar y proponer las invitaciones que nos hace el Señor, para plasmarlas en Orientaciones Pastorales Continentales. Finalmente nos comprometimos a emprender como discípulos misioneros de Jesús, estos nuevos caminos eclesiales en América Latina y El Caribe bajo el amparo de María de Guadalupe.

Jacinto Vera hacia los altares

Ha habido importantes avances en el proceso de canonización de Mons. Jacinto Vera, el primer obispo del Uruguay. Don Jacinto fue un misionero infatigable, pastor cercano al pueblo, que se hizo presente en todo nuestro territorio, como lo atestiguan los libros parroquiales de la época, donde dejó estampada su firma. Su beatificación puede estar cercana, pero necesita también de nuestro apoyo: difundir el conocimiento de su vida, fomentar su devoción y, muy especialmente, cuando se ha recibido una gracia por su intercesión, comunicarla por correo electrónico a jverapostulacion@icm.org.uy

Santos de esta semana

El martes 30 recordamos a San Andrés, apóstol, uno de los primeros llamados por Jesús para ser “pescador de hombres”. El evangelio de Juan nos cuenta que fue él quien llevó a su hermano Pedro al encuentro de Jesús (Juan 1,40-42).
El viernes 3 de diciembre, San Francisco Javier, patrono de las misiones.
El sábado 4, San Juan Damasceno, presbítero y doctor de la Iglesia.

Fondo Común Diocesano

El próximo fin de semana en todas las comunidades se distribuirán sobres para la colecta del Fondo Común Diocesano, que se realizará el 11 y 12 de diciembre. Su colaboración será una forma de ayudar a sostener distintos servicios que, desde el Obispado, se prestan a toda la Diócesis. Agradezco desde ya su respuesta generosa.

Y esto es todo por hoy, amigas y amigos. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

viernes, 11 de diciembre de 2020

“En medio de ustedes hay alguien al que ustedes no conocen” (Juan 1,6-8.19-28). III Domingo de Adviento.

 

Ya el sol se había escondido detrás del horizonte. En la media luz del crepúsculo, doña Eulalia comenzó a encender, con cuidado, la lámpara “Aladdin”. La mecha de la vieja lámpara a querosén iluminaría su casa hasta la hora en que la apagaría para irse a dormir.

Aunque todavía hay quien tiene alguna de esas lámparas y las usa en una emergencia o en un campamento, la facilidad con que hoy disponemos de luz en la noche puede hacernos olvidar el largo camino de la humanidad para vencer la oscuridad, comenzando por el dominio del fuego alrededor del cual se reunía la tribu.

Desde que el ser humano comenzó a ponerles nombres a las cosas, luz y tiniebla empezaron a ser usadas también como imágenes que podían describir un estado del alma. La luz evoca alegría, paz, bien, seguridad… la oscuridad tristeza, inquietud, amenaza del mal... La llegada del día, después de una larga noche, reanima el corazón, trayéndole alegría y esperanza.

Alégrense siempre

La alegría es la tónica de este tercer domingo de adviento, llamado “Gaudete” a partir de las palabras de san Pablo en la segunda lectura, de la primera carta a los Tesalonicenses:

¡Estén siempre alegres!
Que en latín es 

Semper gaudete (1 Tesalonicenses 5,16).

Desde las otras lecturas nos llega también esa tonalidad de alegría. En la primera, del profeta Isaías.

Yo desbordo de alegría en el Señor, mi alma se regocija en mi Dios.
(cf. Isaías 61, 1-2a. 10-11, primera lectura)
Y a continuación, el cántico de María, a modo de salmo responsorial:
Mi alma canta la grandeza del Señor,
y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador,
(Cf. Lucas 1, 46-50. 53-54, Salmo responsorial)
La invitación, pues, es a la alegría en Dios, a la alegría por la salvación de Dios, por la obra del salvador que anuncia Isaías, enviado
a llevar la buena noticia a los pobres, a vendar los corazones heridos, a proclamar la liberación a los cautivos y la libertad a los prisioneros, a proclamar un año de gracia del Señor. (cf. Isaías 61, 1-2a. 10-11, primera lectura)

Testigo de la luz

En el evangelio, en cambio, no encontramos expresiones de gozo y alegría; sin embargo, encontramos su fundamento: la luz de Cristo.

Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. Él no era la luz, sino el testigo de la luz. (Juan 1, 6-8. 19-28)
Estos versículos nos explican el particular lugar de Juan en el proyecto de Dios. Puede sorprendernos hoy que se aclare que “él no era la luz”. En el momento en que fue escrito el Evangelio, era, seguramente, una aclaración necesaria y pertinente. La figura de Juan el Bautista se había destacado ampliamente. A su muerte quedaron discípulos que lo consideraban el Mesías y seguían bautizando como él lo había hecho.
Hay algo más que necesita ser aclarado: ¿por qué la luz necesita un testigo? Más aún, parece que ese fuera un testimonio esencial: “para que todos creyeran por medio de él”. Jesucristo es la luz del mundo (Juan 8,12). De Él va a dar testimonio Juan. Ese testimonio es necesario, porque “la Palabra se hizo carne”. El Hijo de Dios, “luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero”, la Palabra eterna del Padre, se hizo carne:

“se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su aspecto como hombre” (Filipenses 2,7). 

La realidad del hijo de Dios encarnado, la luz divina presente en el hombre Jesús de Nazaret, hace necesario el testimonio de Juan: “(Juan) no era la luz, sino el testigo de la luz”.

¿Quién eres tú?

Este es el testimonio que dio Juan, cuando los judíos enviaron sacerdotes y levitas desde Jerusalén, para preguntarle: «¿Quién eres tú?» El confesó y no lo ocultó, sino que dijo claramente: «Yo no soy el Mesías.»

«¿Quién eres, entonces?», le preguntaron: «¿Eres Elías?» Juan dijo: «No.»
«¿Eres el Profeta?» «Tampoco», respondió.
Como hemos señalado en reflexiones anteriores, Juan aparece en tiempos de expectativa. Se esperaba el retorno de Elías, la llegada del Mesías o la de un misterioso profeta.

Desde el templo de Jerusalén llegó un grupo para interrogar a Juan. Su primera pregunta fue totalmente abierta: ¿quién eres tú? Juan vio detrás de ella una suposición: que él fuera el Mesías. Por eso, de entrada, aclaró: “Yo no soy el Mesías”.
Continuaron interrogándolo:
«¿Quién eres, entonces?», le preguntaron: «¿Eres Elías?» Juan dijo: «No.»
«¿Eres el Profeta?» «Tampoco», respondió.
En el programa anterior hablamos del anuncio del regreso de Elías: 

“He aquí que yo les envío al profeta Elías antes que llegue el Día de Yahveh, grande y terrible” (Malaquías 3,23).


“¿Eres el profeta?”

Despierta la curiosidad la otra pregunta, a la que Juan también responde negativamente: “¿Eres el profeta?”. No le preguntan si es un profeta, un profeta más, sino el profeta. ¿De qué profeta se trata?

En el libro del Deuteronomio encontramos, en un discurso de Moisés, el anuncio de un profeta semejante al propio Moisés:

Yahveh tu Dios suscitará, de en medio de ti, entre tus hermanos, un profeta como yo, a quien ustedes escucharán.
Es exactamente lo que tú pediste a Yahveh tu Dios en el Horeb, el día de la Asamblea, diciendo: «Para no morir, no volveré a escuchar la voz de Yahveh mi Dios, ni miraré más a este gran fuego».
Y Yahveh me dijo a mí: «Bien está lo que han dicho. Yo les suscitaré, de en medio de sus hermanos, un profeta semejante a ti, pondré mis palabras en su boca, y él les dirá todo lo que yo le mande. (Deuteronomio 18,15-18)
Si bien esas expresiones pueden referirse a cada uno de los profetas que vinieron después de Moisés, el anuncio está en singular: “suscitaré un profeta”. Aunque viniesen, como efectivamente sucedió, muchos profetas, se esperaba uno que sería el profeta, un profeta semejante a Moisés. En el plan de Dios, Moisés tuvo un lugar muy destacado y único. Es, sin duda, el profeta más grande de la primera alianza. Al relatar la muerte de Moisés, el libro del Deuteronomio dice:
No ha vuelto a surgir en Israel un profeta como Moisés, a quien Yahveh trataba cara a cara (Deuteronomio 34,10)
La espera de ese profeta anunciado era otra forma de la expectativa mesiánica que hemos mencionado en programas anteriores. Esa profecía se cumple en Jesús, en quien está la plenitud de la unción, la plenitud del Espíritu Santo. El evangelio de Mateo se preocupa particularmente de marcar las semejanzas entre Jesús y Moisés y, al mismo tiempo, señalar la superioridad de Jesús. Lo mismo hace Juan en un versículo muy cercano a nuestro evangelio de hoy:
La Ley fue dada por medio de Moisés;
la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo. (Juan 1,17)
Cuando los enviados del Templo le preguntan a Juan si él es el profeta, le están preguntando si es él ese profeta semejante a Moisés que estaba anunciado desde tanto tiempo atrás. Una nueva respuesta negativa de Juan hace que se vuelva a la pregunta inicial:

¿Qué dices de ti mismo?

Ellos insistieron: «¿Quién eres, para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo?»
Y Juan responde:
«Yo soy una voz que grita en el desierto: Allanen el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías.»
Juan se presenta con las palabras de Isaías que ya comentamos la semana pasada.
(Cf, Mateo 3,3 – Marcos 1,3 – Lucas 3,4 – Juan 1,23)
Los cuatro evangelios citan a Isaías de la misma forma: el desierto es el lugar donde grita la voz. El texto hebreo de Isaías dice, en cambio, que el desierto es el lugar donde hay que preparar el camino. Los cuatro evangelistas no citan a Isaías según el texto hebreo sino según la traducción al griego conocida como la Biblia de los LXX, (siglos III-II a. C.). Esta traducción corresponde mejor a la figura del Bautista que predica en el desierto junto al Jordán, arrastrando hacia allí multitudes.

Lo importante, de todos modos, es que Juan se presenta como “la voz”. En el Oficio de lecturas de este domingo encontramos un sermón de san Agustín que comienza diciendo, precisamente, eso:
Juan era la voz; pero el Señor era la Palabra que existía ya al comienzo de las cosas. Juan era una voz pasajera, Cristo la Palabra eterna desde el principio.
(Sermón 293, 3: PL 38, 1328-1329)
Como explica san Agustín, la voz está al servicio de la palabra, como si dijera:
«Soy la voz cuyo sonido no hace sino introducir la Palabra en el corazón; pero, si ustedes no le preparan el camino, la Palabra no vendrá adonde yo quiero que ella entre.»
La identidad y la misión de Juan queda así aclarada. Pero queda todavía otra pregunta, que viene de otra parte del grupo que ha ido a interrogar al Bautista:

¿Por qué bautizas?

Algunos de los enviados eran fariseos, y volvieron a preguntarle: «¿Por qué bautizas, entonces, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?»
Que esta pregunta la hagan los fariseos nos recuerda, como explicábamos la semana pasada, que ellos también bautizaban. Era un rito que se aplicaba a los paganos que llegaban a la fe en Yahveh. Por otra parte, esta pregunta era importante para las comunidades cristianas del tiempo en el que se escribe el evangelio. Ya dijimos que algunos discípulos de Juan el Bautista creían que él era el Mesías. El libro de los Hechos de los apóstoles nos cuenta de personas encaminadas en la fe cristiana, que solo conocían el bautismo de Juan. Por ejemplo, un judío llamado Apolo, que llegó a Éfeso.
Había sido instruido en el Camino del Señor y con fervor de espíritu hablaba y enseñaba con todo esmero lo referente a Jesús, aunque solamente conocía el bautismo de Juan. (Hechos 18,25)
También en Éfeso encontró Pablo un grupo de discípulos que no había oído hablar del Espíritu Santo. Pablo les preguntó:
«¿Entonces, qué bautismo han recibido?» - «El bautismo de Juan», respondieron. (Hechos 19,3)
La respuesta de Juan a la pregunta de por qué bautiza es, entonces, muy importante.
«Yo bautizo con agua, pero en medio de ustedes hay alguien al que ustedes no conocen: él viene después de mí, y yo no soy digno de desatar la correa de su sandalia.»
En los evangelios y en los Hechos de los apóstoles hay respuestas más completas, incluso en labios del propio Bautista, acerca del significado del bautismo de Juan y del bautismo cristiano. Aquí, la afirmación importante es el anuncio de la llegada de Jesús.
La respuesta parece simple, parece no decir muchas cosas… sin embargo, no es así. Vayamos de a poco.

Alguien al que ustedes no conocen

“En medio de ustedes hay alguien al que ustedes no conocen”. Juan anuncia a “alguien” que ya está allí. No está en un lugar apartado, escondido, preparándose para salir a escena: está “en medio de ustedes”, allí, como uno más. Los enviados pueden mirar a la multitud. Aquel por el que tanto preguntan ya está allí; pero ellos no lo conocen, no pueden distinguirlo.
Llama la atención que Juan dice “alguien”. No utiliza ninguno de los títulos por los que le preguntaron: el Mesías, Elías, el profeta… es alguien “al que ustedes no conocen”, porque la realidad de Jesús, desde la humildad de su encarnación, que lo hace confundirse con la multitud, sobrepasa el conocimiento humano y desborda aún lo anunciado por los profetas.
La frase “Él viene después de mí” ubica a Juan el Bautista como precursor; pero él mismo agrega más adelante:
Este es por quien yo dije: Detrás de mí viene un hombre, que se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo. (Juan 1,30)

Desatar la correa de su sandalia

Nuestro evangelio de hoy concluye con la expresión en la que Juan reconoce la superioridad de Jesús: “no soy digno de desatar la correa de su sandalia”
Los cuatro evangelios, con pequeñas variantes, hacen referencia a estas palabras.
(Cf. Mateo 3,11 - Marcos 1,7 - Lucas 3,16 – Juan 1,27)
Ayudar al Señor a quitarse las sandalias era tarea de esclavos. Recordemos que ofrecer a los invitados el lavado de los pies era un gesto de hospitalidad. En una ocasión, Jesús hizo notar que hubiera sido bueno tener esa cortesía con él, diciendo al que lo había invitado: “Entré en tu casa y no me diste agua para los pies” (Lucas 7,44). El dueño de casa, como era costumbre, debería haber ordenado a sus esclavos lavar los pies de los presentes.
En cambio, en la última cena, cuando Jesús fue el anfitrión, él mismo se colocó el delantal del servidor y comenzó a lavar los pies de sus discípulos (Juan 13,4-5).
Desde esa perspectiva entendemos la fuerte afirmación de Juan: no soy ni siquiera digno de ser el esclavo, de ser el más humilde servidor de Jesús.

Señalar a Jesús entre nosotros

La figura de Juan el Bautista nos interpela a todos. Su total entrega a Dios, su vida austera, su fuerte llamado a la conversión y, sobre todo, su papel de precursor, su anuncio de Jesús ya presente, al que, en su momento señalará entre los hombres.
Jesús sigue estando en medio de nosotros y muchas veces no lo conocemos o no lo reconocemos. Todo cristiano puede hacer suya la misión del Bautista anunciando e indicando a los demás el camino hacia el encuentro con Jesús. 

Amigas y amigos, en este tiempo donde tanta oscuridad nos amenaza, dejémonos conducir por Juan hacia aquel que es la Luz del Mundo, aquel que ilumina y da sentido a nuestra vida, aquel por el que Pablo nos sigue diciendo “Semper gaudete” ¡Estén siempre alegres!

En la diócesis de Melo seguimos nuestra campaña para entregar 150 canastas a otras tantas familias. Todavía nos faltan unas cuántas. Hasta el viernes 18, inclusive, es posible colaborar. 

Sigamos cuidándonos unos a otros, en este tiempo que se está poniendo cada vez más difícil.
Que el Señor los bendiga y hasta la próxima semana si Dios quiere.

viernes, 27 de noviembre de 2020

¡Estén prevenidos! (Marcos 13,33-37). Primer domingo de Adviento.

“El tiempo que va pasando”


“El tiempo que va pasando / como la vida no vuelve más…”
Tal vez los más jóvenes no reconozcan esos versos, pero la gente de mi generación recordará haberlos cantado, porque hacen parte de “Zamba de mi esperanza”, pieza obligada para quienes se iban iniciando en el canto y acompañamiento con guitarra.

Esa experiencia del tiempo que pasa, inevitablemente, corresponde a lo que los griegos expresaban con la palabra “chronos”, que era, además, el nombre del dios que personificaba el tiempo. La compañera de Chronos era Ananké, a su vez, personificación de lo inevitable.
Del griego cronos nos vienen palabras como cronológico, crónica y cronista, que hacen referencia al orden de los acontecimientos en el tiempo, el relato de eventos históricos o de actualidad y a la persona que reúne y narra esos sucesos.

Los griegos, sin embargo, tenían otra palabra con la que se nombraba el tiempo, pero con un sentido distinto. Esa palabra era “kairós” y designaba un momento especialmente oportuno y favorable, un regalo de los dioses que el hombre debía aprovechar.

Kairós: tiempo de salvación


Para el pueblo israelita, el pueblo de la primera Alianza y para la fe cristiana, el tiempo tiene un significado distinto. No es solo una sucesión de eventos, sino que está pautado por el encuentro entre Dios que se revela y el hombre que peregrina en la historia. El tiempo bíblico es tiempo de Dios, es historia de salvación.

Cuando el libro de la primera alianza o antiguo testamento fue traducido al griego, los traductores encontraron interesante la palabra kairós y su significado y la emplearon repetidamente para expresar el tiempo de salvación. En los escritos del nuevo testamento, “kairós” se volvió recurrente.

Una gran parte de los libros de la Biblia son históricos. Hay, inclusive, un libro que se llama “Crónicas”. Pero ninguno de esos libros es propiamente una crónica, aunque nos relaten una sucesión de eventos, porque siempre está detrás la fe de una comunidad que interpreta los acontecimientos con la luz del Espíritu Santo, descubriendo en ellos la manifestación de Dios, Señor del tiempo:

Porque mil años delante de tus ojos
Son como el día de ayer, que pasó,
Y como una de las vigilias de la noche. (Salmo 90,4)
A veces se piensa en el profeta como alguien que predice el futuro. No es así. El profeta contempla los acontecimientos pasados y presentes, así como los que anuncia para el futuro, interpretándolos a la luz de Dios. El profeta señala el kairós, el tiempo favorable, el tiempo en el que Dios ofrece al hombre, de un modo especial, su amor y su misericordia.

La plenitud de los tiempos

Con el recuerdo siempre renovado de las distintas intervenciones de Dios en la historia de la salvación, se fue formando la expectativa de una intervención grandiosa de Dios en la historia de los hombres. El Pueblo de Dios esperaba la llegada del Mesías, que se impondría sobre las fuerzas del mal e instauraría el Reino de Dios. Esa era la gran expectativa en tiempos de Jesús, expresada en los últimos escritos del Antiguo Testamento y en las creencias de diferentes movimientos religiosos dentro del judaísmo que se preparaban para ese acontecimiento final.

El cristianismo trae una gran novedad: finalmente, el tiempo se ha cumplido y el gran acontecimiento es la encarnación del Hijo de Dios:

al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer (Gálatas 4,4)
Ese acontecimiento inicia un nuevo kairós, el kairós definitivo. El misterio pascual de Cristo es la hora decisiva de ese tiempo.
En efecto, cuando todavía estábamos sin fuerzas, en el tiempo señalado, Cristo murió por los impíos (Romanos 5,6)
Desde su encarnación hasta su resurrección, toda la vida de Jesús es acontecimiento de salvación. Todo eso hace parte de su primera venida, de su venida “en la carne”, como recuerda el primer prefacio de este tiempo de adviento:
Él vino por primera vez en la humildad de nuestra carne,
para realizar el plan de redención trazado desde antiguo,
y nos abrió el camino de la salvación;
La primera venida nos pone en tensión hacia la segunda, tal como continúa diciendo el mismo prefacio:
para que, cuando venga por segunda vez
en el esplendor de su grandeza,
podamos recibir los bienes prometidos
que ahora aguardamos en vigilante espera.

Tiempo de Adviento

Este domingo iniciamos un nuevo año litúrgico. El año litúrgico, en la Iglesia Católica, es el ciclo anual en el que celebramos el misterio de Cristo, es decir la obra salvadora del Hijo de Dios. Está dividido en cinco tiempos, que abarcan varias semanas cada uno: Adviento y Navidad, Cuaresma y Pascua. El tiempo ordinario o tiempo durante el año se distribuye en el resto del calendario. Cada tiempo tiene sus acentos, su fuerza. Como decíamos hace poco los obispos uruguayos, “siempre es tiempo de Dios”, pero en cada tiempo el llamado de Dios se presenta en forma distinta, tocando las diferentes circunstancias de nuestra vida.

En el año litúrgico el domingo tiene un lugar principal. Es el día de la resurrección, el primer día de la semana (aunque se viva como el último, con la expresión “fin de semana”). Cada domingo leemos la Palabra de Dios organizada en tres ciclos: el A, con el evangelio de Mateo, el B, con el de Marcos y el C, con el de Lucas. El evangelio según san Juan se distribuye dentro de los tres ciclos. Con el Adviento de este año comenzamos el ciclo B, de modo que Marcos será nuestro guía para la celebración del Misterio de Cristo.

Adviento significa “venida”. ¿A qué venida se refiere? A veces, de manera un poco rápida, se define el Adviento como el tiempo de preparación a la Navidad, celebración de la primera venida de Cristo. No es exactamente así. El Adviento tiene dos partes bien definidas. La primera nos invita a poner la mirada en la segunda venida de Cristo. La otra parte, desde el día 17 de diciembre, nos encamina hacia la Navidad.

Vayamos ahora a este primer domingo de Adviento, donde aparece claramente la orientación hacia la segunda venida de Cristo.

Marcos 13: discurso escatológico

El evangelio que escuchamos este domingo es el final del capítulo 13 de san Marcos. Antes de entrar en nuestra lectura de hoy, veamos de qué trata este capítulo. Marcos 13 es conocido como el “discurso escatológico”. Escatológico viene del griego ἔσχᾰτος (éschatos) que significa último y λόγος (logos): ‘estudio’. La escatología es el tratado sobre las cosas últimas, tanto las que se refieren al destino final del universo y de la totalidad de la humanidad, como al estado de cada persona humana después de la muerte.

El discurso está puesto en boca de Jesús, aunque no es seguro que allí esté recogida directamente una enseñanza del maestro, sino, más bien, la reflexión de la comunidad a la que está vinculado Marcos. Tiene muchos parecidos con la literatura del judaísmo de la época, muy marcada por la espera del Mesías y del juicio de las naciones. Sin embargo, forma parte del Evangelio y, por lo tanto, se reconoce en el discurso la inspiración del Espíritu Santo, en respuesta a nuevas situaciones y a momentos críticos de la comunidad, al parecer en tiempos del emperador Calígula (años 37-41). Los judíos habían derribado un altar pagano en Yamnia, y el emperador mandó hacer en el templo de Jerusalén un altar a Zeus, lo que constituye una terrible profanación del lugar sagrado. Había todavía comunidades cristianas que permanecían vinculadas al judaísmo y al templo, por lo que estos hechos las afectaban también.

El capítulo 13 comienza con el comentario lleno de admiración por el templo de parte de uno de los discípulos. A ese comentario Jesús responde drásticamente:

No quedará piedra sobre piedra (13,2)
Pedro y Andrés, Santiago y Juan, es decir, los primeros cuatro discípulos, interrogan a Jesús aparte de los demás:
«Dinos cuándo sucederá eso, y cuál será la señal de que todas estas cosas están para cumplirse». (13,4)
Jesús da una serie de advertencias sobre falsas presencias suyas y de señales que no serán definitivas, tales como guerras, terremotos y hambre…
Las situaciones críticas -como la pandemia que estamos atravesando- se prestan a interpretaciones religiosas extremas de parte de grupos sectarios o dan origen a la formación de esas sectas. El discurso busca alejar el interés por los aspectos llamativos y centrar la atención de los discípulos sobre lo más importante.
Les anuncia que sufrirán persecuciones, pero también que
es preciso que antes sea proclamada la Buena Nueva a todas las naciones (13,10)
Anuncia otros signos, más inminentes, pero, nuevamente, advierte sobre la presencia de falsos cristos y falsos profetas y, entonces, finalmente:
verán al Hijo del hombre que viene entre nubes con gran poder y gloria (13,26)
Ése es, propiamente, el anuncio de la segunda venida de Jesús. Pero…
de aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre. (13,32)
Al negarse a dar a conocer el día y la hora, el discurso escatológico previene la acción de quienes buscan atemorizar a la gente y manipularla.
El miedo no es lo que debe ocupar el corazón de los discípulos, sino la actitud de vigilancia, la preparación. Precisamente, porque nadie conoce el día y la hora, viene al caso la parábola con la que Jesús nos invita a estar atentos, en vigilia, prevenidos.

“¡Estén prevenidos!”

“¡Estén prevenidos!”: tres veces repite Jesús esa advertencia, en relación con su segunda venida. Lo hace por medio de una parábola que dirige a los cuatro discípulos, pero que, al final, extiende como mandato a todos:

«Tengan cuidado y estén prevenidos, porque no saben cuándo llegará el momento. Será como un hombre que se va de viaje, deja su casa al cuidado de sus servidores, asigna a cada uno su tarea, y recomienda al portero que permanezca en vela.
Estén prevenidos, entonces, porque no saben cuándo llegará el dueño de casa, si al atardecer, a medianoche, al canto del gallo o por la mañana. No sea que llegue de improviso y los encuentre dormidos.
Y esto que les digo a ustedes, lo digo a todos: ¡Estén prevenidos!». (Marcos 13,33-37)
La espera no es pasiva. Tampoco se trata de ocuparse de algo como para entretenerse o “matar el tiempo”. El Señor “asigna a cada uno su tarea”. Recordemos la parábola de los talentos, que comentamos hace poco. Todo lo que somos y tenemos lo debemos a Dios y a Él debemos rendir cuentas. Estar prevenido es tener esa conciencia. En cambio, está dormido el que vive ajeno a Dios, en una falsa autosuficiencia, como si todo dependiera únicamente de él mismo.
“Recuerde el alma dormida / avive el seso y despierte…”,
escribía el caballero Jorge Manrique a la muerte de su padre, a fines del siglo XV. Son palabras que Manrique dirige a sus lectores, pero, ante todo, se dirige a sí mismo, porque la muerte de su padre lo ha despertado de su inconsciencia y lo ha sacado de su vida superficial. Sus coplas pueden ser un buen manual para el adviento.

En tiempos de Jesús, la noche estaba dividida en tramos de tres horas cada uno, tal como los menciona la parábola: el atardecer, la media noche, el canto del gallo y el inicio de la mañana. Así se establecían los turnos de guardia. Hacer una guardia supone despertarse y disponerse a estar en vela hasta que llegue el relevo. Jesús pide a sus discípulos tener esa misma actitud con su vida, vigilar su propio corazón para que se mantenga fiel al Señor, en su puesto y en su tarea.

Tenemos que esperar la segunda venida de Cristo en su doble dimensión: la que nos toca directamente a cada uno, en el encuentro personal al término de nuestra vida y la que vivirá la humanidad al final de los tiempos. Esperar en la confianza de que este mundo creado y redimido por Dios no se quedará en el vacío ni prisionero de un tiempo interminable, pero sin alcanzar la plenitud de la eternidad. Dios, por Jesucristo, consumará la historia como solo Él sabe hacerlo y no como los poderosos de este mundo, que navegan en el tiempo que no vuelve más.
La esperanza cristiana que nos trae el Adviento es esta: todo acabará bien, en las manos de Dios.

Gracias, amigas y amigos, por su atención. Nuevamente les invito a colaborar en las canastas que estamos preparando para entregar en Navidad a algunas familias de nuestra diócesis. Pueden ver los detalles al pie de este vídeo. Que el Señor los bendiga y hasta la próxima semana, si Dios quiere.

domingo, 22 de diciembre de 2019

“Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús” (Mateo 1,18-24). IV Domingo de Adviento.






Más de una vez he oído la historia de un hombre que se casa con una muchacha embarazada, sabiendo muy bien que ella espera un hijo de una pareja anterior. Muchas veces esas historias se cuentan con un poco de sorna, con un dejo de compasión hacia ese hombre que parece hacer algo tonto: hacerse cargo del hijo de otro. Sin embargo, hay que ver cómo siguen las cosas, porque a veces salen muy bien, cuando ese niño es recibido como hijo propio y encuentra un papá verdadero, que sabe quererlo y responsabilizarse de él.
Jesucristo fue engendrado así:
María, su madre, estaba comprometida con José y, cuando todavía no habían vivido juntos, concibió un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era un hombre justo y no quería denunciarla públicamente, resolvió abandonarla en secreto.
Hace dos mil años, en la pequeña ciudad de Nazaret de Galilea, José, el carpintero, estaba comprometido con una joven llamada María. En realidad, estaban más que comprometidos. Según las costumbres de su pueblo, habían firmado un contrato matrimonial: estaban legalmente casados, aunque todavía no había llegado el momento en que él la llevara a su casa y comenzaran su vida conyugal.

De pronto, se hizo evidente que María estaba embarazada. Para José no había explicación. Él sabía que el hijo no era suyo, porque no habían tenido relaciones. Humanamente solo había dos posibilidades: la joven había cometido adulterio o había sido forzada.
Se nos dice que José era un hombre justo. Esto significa que cumplía la Ley de Dios. Creía en la santidad del matrimonio y esa nueva situación ya no lo hacía posible en la forma que él entendía que debía ser. Decidió, entonces, romper el contrato y no llevar a María a su casa. Sin embargo, planeó hacer eso en secreto, es decir, sin juicio público. José se guiaba por la Ley de Dios, pero la Ley no excluye la misericordia. Desapareciendo discretamente de la vida de María, José quería evitarle una vergonzosa exposición ante todo el pueblo.

María sabía bien de dónde venía su embarazo. Nosotros también. Hace quince días escuchamos el relato de la anunciación a María, cuando el arcángel Gabriel le comunicó que iba a quedar embarazada por obra del Espíritu Santo y tendría un hijo del Dios altísimo. Escuchamos como María aceptó participar en el plan de Dios manifestando “yo soy la servidora del Señor; hágase en mí según tu palabra”.

La escena de la anunciación a María ha sido muchas veces plasmada por los artistas que han intentado representar la disponibilidad de María para hacer la voluntad de Dios. Muchas postales reproducen obras de distintos pintores que representan ese momento.
Sin embargo, hay otra anunciación, menos conocida y mucho menos representada: es la dirigida a José, que, como vimos, está a punto de tomar una decisión dramática.
Mientras pensaba en esto, el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo. Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados.»
Frente a José, Dios interviene de una manera muy particular, que se va a repetir más adelante.
José está dormido y sueña con un ángel que le dice que el hijo que espera María “proviene del Espíritu Santo”. Esto es lo que José necesita escuchar. Las dudas se aclaran y José es animado a recibir a María en su casa, lo que hará inmediatamente.

La presencia de José junto a María y al niño que va a nacer formará la Sagrada Familia. María necesita un esposo y el niño necesita un padre: alguien que se haga cargo de ellos, que los proteja (y habrá muchos momentos en que necesiten ser protegidos, como veremos la próxima semana) y que los sostenga con su trabajo.

Pero hay otro papel muy importante que cumplirá José. El niño que espera María es el Mesías, el salvador prometido por Dios a su pueblo. Las profecías decían que el Mesías sería “hijo de David”, es decir, descendiente del Rey David. Al comienzo de su obra, el evangelista Mateo nos presenta la genealogía de Jesús. Desde el comienzo se nos dice que Jesús es “hijo de David”. En el desarrollo de la genealogía, claramente aparece que José es descendiente de David. Las genealogías que aparecen en la Biblia tienen una fórmula monótona y así aparece en la de Jesús:
Aquim engendró a Eliud, Eliud engendró a Eleazar, Eleazar engendró a Mattán…
Así viene, hasta que llegamos a José:
Mattán engendró a Jacob, y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la que nació Jesús, llamado Cristo (Mateo 1,15-16)
Claramente no se dice que José engendró a Jesús; se dice que José fue “el esposo de María, de la que nació Jesús”.

Entonces, ¿en qué sentido es Jesús “hijo de David”? En el anuncio del ángel hay una palabra clave, que puede pasarnos desapercibida en todo su significado. A José se le indica que él es quien pondrá el nombre del niño. Se le dice que le pondrá por nombre Jesús, pero, aunque el nombre esté indicado, es José quien tiene que poner ese nombre. Esa es una función del padre. Aquel que le da el nombre a un niño que acaba de nacer, está actuando como padre, está reconociendo a ese hijo como suyo. Poniéndole nombre al hijo de María, José se convierte en el padre legal de ese niño. Ese niño entra en su familia. Jesús no es descendiente de David según la sangre, pero entra en la familia de David por ese acto de José. Así se cumple lo que anunció el profeta Isaías:
Saldrá un vástago del tronco de Jesé, y un retoño brotará de sus raíces (Isaías 11,1)
Jesé es el padre del rey David; por lo tanto, Jesús, es el retoño, el “hijo de David”, el descendiente de David.

El nombre de Jesús tiene un significado. El filósofo judío Filón, que vivió en tiempos del Nuevo Testamento, traduce “Jesús” como “salvación del Señor”. Las palabras del ángel van más lejos en la explicación de esa salvación: “él salvará a su Pueblo de todos sus pecados”. A través de Moisés, Dios había salvado al pueblo elegido de la esclavitud en Egipto. A través de Jesús, Dios salvará a un nuevo pueblo, formado de todas las naciones de la tierra, de la esclavitud del pecado.

José aporta mucho en esta historia, asumiendo la paternidad legal del hijo de María. Pero hay algo más que José tiene que asumir y en lo que él no tiene parte: ese niño tiene otro nombre: Emanuel, Dios con nosotros. Las últimas palabras de Jesús en la tierra, antes de ser elevado a los cielos son
“Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”. 
Con solo invocar el nombre de Jesús, recordamos que Él está siempre presente y nos abrimos a su acción salvadora en nosotros.

Amigas y amigos, san José escuchó la voz de Dios mientras dormía. Después se levantó y actuó en consecuencia. Una vez que hemos oído la voz de Dios, eso es lo que tenemos que hacer: levantarnos y poner manos a la obra. La fe no nos separa del mundo, sino que nos ayuda a entrar en él llevando la fuerza de la esperanza y del amor que recibimos de Dios.

Gracias por su atención. Que el Señor los bendiga: que tengan una muy feliz Navidad y hasta la próxima semana si Dios quiere.

viernes, 20 de diciembre de 2019

No hay nada imposible para Dios (la anunciación a María)


Este breve video, como los otros que venimos publicando en estos días de Adviento (excepto los domingos) fue grabado con voces de jóvenes mujeres de la Fazenda de la Esperanza femenina Betania, en Melo, Uruguay.
La Fazenda es una comunidad terapéutica para la recuperación de adicciones.
Contacto en Facebook: Fazenda de la Esperanza Uruguay

domingo, 15 de diciembre de 2019

"Yo envío a mi mensajero delante de ti, para prepararte el camino" (Mateo 11,2-11). Tercer domingo de Adviento.






Les cuento una vieja historia, de cuando las redes sociales eran relaciones personales, cara a cara, sin pantallas…
José era un jovencito que gustaba mucho de Ana Laura, una compañera de Liceo. Pero José era muy tímido y no se animaba a hablar con ella. Ella, por otra parte, estaba para él como en un mundo inalcanzable, siempre rodeada de sus amigas… José tenía un amigo que se llamaba Juan. Un muy buen amigo. Un día, José le contó a Juan sus cuitas y Juan le prometió que lo ayudaría. Él le haría saber a Ana Laura los sentimientos de José. Así empezó Juan a hacer un acercamiento… pero el resultado fue que Ana Laura se interesó en Juan y no en José. Juan era un buen amigo, no estaba interesado en la chica, pero ella no quería saber nada de José: ella se había fijado en Juan.
Tras mucha insistencia de Juan, Ana Laura salió por fin con José. Allí descubrió tres cosas: José no era como le había contado Juan; José tampoco era como pensaba ella y José… le resultó alguien muy interesante.

Algo así, pero no tan así, sucedió con Juan el Bautista. Fue enviado por Dios para preparar la llegada de Jesús. Así lo reconoció el mismo Jesús, que vio en la predicación de Juan el cumplimiento del antiguo anuncio del profeta Malaquías:
"Yo envío a mi mensajero delante de ti, para prepararte el camino" (Malaquías 3,1)
Jesús dijo que Juan es “más que un profeta” y agregó:
Les aseguro que no ha nacido ningún hombre más grande que Juan el Bautista.
En verdad, la aparición de Juan el Bautista provocó una gran movilización entre los israelitas de su tiempo. El pueblo con el que Dios hizo la primera alianza esperaba la llegada del Mesías, el salvador prometido. Muchos pensaron que era Juan, pero él dijo claramente “Yo no soy el Mesías”.
Juan predicaba con mucha fuerza, llamando a la conversión, a menudo con un tono amenazante:
Conviértanse porque ha llegado el Reino de los Cielos (Mateo 3,2)
Ya está el hacha puesta a la raíz de los árboles;
y todo árbol que no dé buen fruto
será cortado y arrojado al fuego (Mateo 3,10).
Con todo, la gente iba a escuchar a Juan, se arrepentía y se hacía bautizar.
Alrededor de Juan se formó un grupo de discípulos.
Sin embargo, Juan recordaba siempre que él no era el Mesías, sino el mensajero que debía prepararle el camino. Y presentaba al Mesías como aquel que venía con una trilladora, a separar la paja del trigo:
recogerá su trigo en el granero, pero quemará la paja con fuego que no se apaga
(Mateo 3,12)
Juan anunciaba un Mesías que venía a juzgar, a premiar y castigar, sin más trámite.
La predicación de Juan, recordando a los hombres sus graves faltas, terminó por incomodar al rey Herodes, que tenía muchas cosas que arreglar en su vida.
Entonces Herodes encerró a Juan en la fortaleza de Maqueronte.
Mientras tanto, Jesús, que se había hecho bautizar por Juan, comenzó a anunciar el Reino de Dios a través de sus palabras y obras.
Sin embargo, lo que Jesús hacía no coincidía exactamente con lo que Juan había anunciado.
Así dice el evangelio de este domingo:
Juan el Bautista oyó hablar en la cárcel de las obras de Cristo, y mandó a dos de sus discípulos para preguntarle: «¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?»
Es una pregunta muy seria. Juan es el amigo que preparó a la novia, o sea, al Pueblo de Dios, para el encuentro con el novio, es decir, el Mesías… pero ahora parece que lo que él anunció no es lo que está sucediendo. ¿Cuál es la respuesta de Jesús?
«Vayan a contar a Juan lo que ustedes oyen y ven: los ciegos ven y los paralíticos caminan; los leprosos son purificados y los sordos oyen; los muertos resucitan y la Buena Noticia es anunciada a los pobres. ¡Y feliz aquel para quien yo no sea motivo de tropiezo!»
Un primer mensaje que podemos sacar de este Evangelio es que Dios nunca dejará de sorprendernos, si lo escuchamos y lo miramos sin prejuicios. Podemos hacernos nuestra idea de Dios, no necesariamente equivocada, pero sí limitada. Nos hacemos esa idea quedándonos con un aspecto, con una cara, pero no abarcamos la totalidad del misterio.
Juan veía la maldad presente en la sociedad de su tiempo. Sentía un profundo anhelo por la justicia de Dios. Llamaba intensamente a los hombres a entrar en esa justicia, a abandonar su vida de maldad, bautizándose como un signo de arrepentimiento y penitencia, para empezar de nuevo y hacerse justos.
Pero Juan pensaba también en aquellos que pretendían zafar del juicio sin un verdadero cambio. Con ellos tuvo palabras muy duras:
“Raza de víboras, ¿quién les ha enseñado a huir de la ira inminente?” (Mateo 3,7)
Juan esperaba el cumplimiento de su anuncio. Con la llegada del Mesías, el Juicio de Dios empezaría inmediatamente.

Jesús sorprendió a Juan porque mostró otro rostro de Dios. La gente oía y veía cosas nuevas. Antes de hablar del juicio que, sí, llegará a su tiempo, el Mesías comenzó por anunciar la misericordia de Dios, a través de varios signos: dando la vista a los ciegos, haciendo andar a los paralíticos, limpiando a los leprosos, devolviendo el oído a los sordos, resucitando a los muertos… y resumiendo todo en que la Buena Noticia era anunciada a los pobres, los excluidos, los marginados, los descartados…

Las palabras con que Jesús resumió su acción fueron tomadas de distintos pasajes del profeta Isaías. Con ello Jesús se identificó con el Servidor de Dios anunciado por el profeta. Eso iba a tener otras consecuencias, porque ese hombre de Dios se caracteriza por ser el Servidor sufriente, aquel que rescataría a la multitud a través de su propio sufrimiento… todavía faltaba tiempo para que eso ocurriera, pero Jesús mostró la compasión de Dios por las heridas y los dolores de la humanidad.

Aquí hay un segundo mensaje que podemos tomar de este evangelio. Mostrándose compasivo, curando las heridas, Jesús nos dice que por allí tenemos que ir los que hemos escuchado su llamado y queremos seguirlo. Seguirlo trabajando y colaborando en todo lo que hace la vida más humana, apoyando todo lo que de verdad humanice al hombre. De muchas formas podemos colaborar con la acción de Dios, que humaniza restaurando su imagen en cada persona humana, la imagen que el pecado ha desfigurado.

En ese seguimiento de Jesús, el Papa Francisco ha señalado una tarea especialmente urgente:
Curar heridas...
Veo con claridad que lo que la Iglesia necesita con mayor urgencia hoy
es una capacidad de curar heridas y dar calor a los corazones… cercanía, proximidad.
Hacerse cargo de las personas, acompañándolas como el buen samaritano
que lava, limpia y consuela a su prójimo.
Devolver la vista a los ciegos, hacer oír a los sordos y los demás milagros realizados por Jesús no están a nuestro alcance si los tomamos al pie de la letra… sin embargo, todos podemos ayudar a otros a ver la vida de una manera esperanzada, a escuchar una palabra que levanta y anima, todos podemos ayudar a quienes van perdidos a encontrar caminos de verdadera vida.

Amigas y amigos, en este tiempo de preparación a la Navidad, Jesús está en las personas heridas que encontramos en nuestro camino. No pasemos de largo.
Gracias por su atención. Que el Señor los bendiga y hasta la próxima semana si Dios quiere.