Amigas y amigos:
Hoy comienza y termina la cuarta semana del adviento. Una semana que apenas dura un día: desde las vísperas del sábado 23, a las vísperas de este domingo, momento en que comienza el tiempo de Navidad.
Por eso, nuestra reflexión de hoy tratará de tomar en cuenta los dos aspectos de este domingo, bisagra entre el tiempo de adviento y el de Navidad.
En la Misa de adviento, el evangelio nos presenta la escena de la anunciación, el momento en que María recibe el anuncio de que va a ser madre del Salvador y acepta la misión que Dios le ha confiado, diciendo al ángel Gabriel:
«Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho» (Lucas 1,26-38)
En la Misa de Nochebuena, también en el evangelio de Lucas, se nos presenta el nacimiento de Jesús, anunciado por los ángeles a los pastores:
«No teman, porque les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor. Y esto les servirá de señal: encontrarán a un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre.» (Lucas 2, 1-14)
Entre una escena y otra, transcurren los nueve meses de gestación del Hijo de Dios en el seno de María.
Contemplemos esas escenas. San Ignacio de Loyola, en sus ejercicios espirituales, nos impulsa a meternos dentro de las escenas del evangelio utilizando nuestra imaginación; no como una especie de película que pase delante de nuestros ojos, sino poniéndonos también nosotros mismos en la escena.
Como primer punto para la contemplación del Nacimiento de Jesús, esto propone san Ignacio:
Ver a Nuestra Señora y a José y a la esclava, y al Niño Jesús recién nacido, haciéndome yo un pobrecito y esclavito indigno, mirándolos, contemplándolos y sirviéndoles en lo que necesiten, como si me hallase presente, con todo el acatamiento y reverencia posibles; y después reflexionar en mi interior para sacar algún provecho. (Ejercicios Espirituales, 114)
¿Qué puede necesitar la Sagrada Familia en ese momento? Todo y nada. Todo, porque el niño nace “en suma pobreza”, como dice más adelante San Ignacio; pero, a la vez, nada, porque allí está Dios presente, de una manera completamente nueva, inédita. Y, más que nunca, allí se hace verdad que “solo Dios basta”. Y aunque yo tenga mucho para ofrecer, nada de lo que tengo es necesario y puedo verme así, como decía Ignacio, como “un pobrecito”, porque nada tengo para ofrecerle a Dios y, en cambio, el niño “envuelto en pañales y acostado en un pesebre” tiene todo para darme.
Eso expresa la sabiduría de un viejo villancico:
Al niño recién nacido
todos le ofrecen un don;
yo soy pobre y nada tengo:
le ofrezco mi corazón.
Volvamos a la escena de la anunciación. En su saludo, el ángel Gabriel le dice a María:
«¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo.» (Lucas 1,26-38)
El evangelio sigue diciendo:
Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo. (Lucas 1,26-38)
Es curioso que María no se manifiesta sorprendida porque un ángel aparezca allí y le hable, sino por lo que el mensajero le dice, por la forma en la que la ha saludado.
Este saludo del ángel tiene un lejano antecedente, que encontramos en el libro de los Jueces, en la sección dedicada a Gedeón:
El Ángel del Señor se le apareció a Gedeón y le dijo:
«El Señor está contigo, valiente guerrero». (Jueces 6,12)
El Pueblo de Dios vivía en aquel momento un sinnúmero de dificultades… la humanidad siempre pasa por tiempos difíciles. Siempre tenemos en nuestra vida algo que nos preocupa, nos amarga, nos angustia. El domingo pasado escuchábamos en la segunda lectura la invitación de san Pablo: “estén siempre alegres”. ¿Cómo estar siempre alegres, con todas las cosas que suceden en el mundo, en la sociedad, en nuestra familia o en nuestra propia vida personal?
Y Gedeón se siente muy afectado por todo lo que está pasando su pueblo. Acaso él también se siente tentado, como los israelitas en el desierto, a preguntarse:
«¿El Señor está realmente con nosotros, o no?» (Éxodo 17,7).
Esto es lo que responde Gedeón:
«Perdón, señor; pero si el Señor está con nosotros, ¿por qué nos sucede todo esto? ¿Dónde están todas esas maravillas que nos contaron nuestros padres, cuando nos decían: «El Señor nos hizo subir de Egipto?» Pero ahora él nos ha desamparado y nos ha entregado en manos de Madián». (Jueces 6,13)
Si el Señor está con nosotros ¿por qué nos sucede todo esto?
Pero Gedeón ha sido saludado como “valiente guerrero”. Él es aquel a quien Dios ha elegido para guiar a su gente y sacudir el yugo que otro pueblo le ha impuesto.
El saludo que recibe María también dice algo de ella: “llena de gracia”. Gedeón era el guerrero valiente, que podía liderar el combate, y por eso fue elegido. María es la mujer “llena de gracia”, la creyente, la que puede llevar a cabo una etapa crucial del proyecto salvador de Dios, no ya para un solo pueblo, sino para toda la humanidad: la encarnación del Hijo de Dios, la presencia de Dios hecho hombre, del Emmanuel, el “Dios con nosotros”. “El Señor está contigo”, le dice el ángel; y a través de tu maternidad, Dios se hará presente en el mundo, hombre entre los hombres, como Salvador.
Algunos esperaban que ese salvador fuera un soldado, como Gedeón. Recuerdo otro villancico:
“Lo esperaban un guerrero y fue paz toda su guerra;
lo esperaban rey de reyes y servir fue su reinar”
(Navidad sin pandereta)
María creyó en las palabras del ángel, incluido su saludo. Creyó que el Señor estaba realmente con ella, para que se cumpliera lo anunciado. Por eso, pronuncia su sí, su asentimiento a la voluntad de Dios, haciendo posible ese cumplimiento. Volvamos a escuchar su palabra:
«Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho.» (Lucas 1,26-38)
María no sabe lo que vendrá: qué riesgos, qué peligros, qué dolores, qué angustias le esperan.
Pero ella es consciente de que es el Señor quien se lo pide y ella se fía totalmente de Él, se pone en sus manos, se abandona a su amor. Esa es la fe de María y ella es espejo para nuestra fe.
Amigas y amigos, preparémonos a celebrar esta Navidad con Jesús, María y José. El Niño de Belén es el Emmanuel, el Dios con nosotros. Es Él quien hace que hoy tengan sentido para cada uno de nosotros las palabras del Ángel: “el Señor está contigo”. Sí, Él está con nosotros, según su promesa. Muy Feliz Navidad, y que la bendición de Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre ustedes y permanezca siempre. Amén.
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