“Mi espíritu se estremece de gozo en Dios mi salvador”.
María canta su alegría: alegría profunda, alegría del alma. Las emociones fuertes estremecen nuestro cuerpo; seguramente María experimenta también esa sensación, pero el gozo llega hasta lo más hondo de su ser. Por eso dice “mi espíritu se estremece de gozo”.
Dios es la causa de la alegría de María. Su alegría, su gozo, está en Dios.
Pero no en un Dios lejano, abstracto, cuya belleza y misterio se contemplan reverentemente desde la distancia.
María nos habla de un Dios cercano, misericordioso: “Mi espíritu se estremece de gozo en Dios mi salvador”.
Mi salvador; no porque María esté pensando en un salvador individual, con el que cada persona puede relacionarse por su lado, sin especial vínculo ni particular comunión con los otros. María siente a Dios como su salvador en una relación personal, como la siente cada creyente que, a la vez, se sabe miembro del Pueblo de Dios. El cántico de María recuerda la acción salvadora de Dios por su pueblo y, ahora, ella canta, especialmente, esta nueva intervención, totalmente inédita, de la que ha sido hecha parte, al recibir en su seno al Hijo de Dios.
¿Con quién está María? ¿A quién comunica su alegría? A su prima Isabel. Nadie más aparece en la escena. Algunos artistas han imaginado el encuentro entre esas dos mujeres, que están en distintos momentos de su “dulce espera”, rodeadas de cortejos y sirvientes, como si fueran dos damas de alto rango.
Ambas lo son, más aún María, pero no en el sentido del mundo. No son damas de la nobleza o de la alta sociedad. Son dos mujeres elegidas: la joven y humilde servidora y la mujer mayor, que agradece a Dios por haberla librado de la vergüenza de haber sido tanto tiempo estéril.
Entonces, aquí no hay testigos. Es una comunicación íntima, que también se da entre las dos criaturas que están en los vientres de las mamás. El hijo de Isabel salta de alegría al percibir la presencia del Salvador al que él bautizará y presentará ante la multitud.
¡Qué fácil es dejar que la amargura entre en nuestro corazón y cuando lo permitimos qué dura se hace nuestra vida y también, qué amarga se la hacemos a quienes nos rodean!
La alegría vana, la risa fácil, son un placebo, un alivio pasajero cuando la amargura se ha instalado en el fondo de nuestro corazón.
Contemplar a María e Isabel y, hoy, especialmente, contemplar a Nuestra Señora de Guadalupe y a San Juan Diego, convierte nuestro corazón en tierra buena, para que, aún entre el hielo y la escarcha, florezcan nuevamente, milagrosamente, las rosas de la alegría.
¡Feliz fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe, causa de nuestra alegría!
(Homilía de Mons. Heriberto en la solemnidad de Nuestra Señora de Guadalupe, Catedral de Canelones, Santuario Nacional. El video es una pre grabación).
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