El 17 de diciembre de 2023, tercer domingo de Adviento "Gaudete", en la parroquia San Francisco de Asís de Joaquín Suárez, Canelones, Mons. Heriberto Bodeant ordenó diácono permanente a Marcelo Villalba, miembro de esa comunidad. Esta es la homilía del Obispo.
Queridos hermanos y hermanas:
“Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan.” (Evangelio, Juan 1, 6-8. 19-28)
Así comienza el pasaje del evangelio que hemos escuchado hace un instante. El evangelista nos hace ver que ese hombre no llegó por su cuenta, no se otorgó a sí mismo una misión, sino que la recibió de Dios y la aceptó.
Y Juan aceptó lo que Dios le encomendó, no como una actividad, sino como aquello que llenó totalmente su ser, que determinó su mismo modo de vida. Como lo señaló Jesús, Juan no fue un hombre vestido con refinamiento, que vivía en los palacios de los reyes (Mateo 11,8). La vida austera que llevó en el desierto, fue su preparación a la misión, en una soledad llena de Dios.
Al comenzar a desarrollar su misión al otro lado del Jordán, el Bautista atrajo multitudes. Ante esto, sacerdotes y levitas fueron enviados para interrogarlo.
«¿Quién eres tú?» le preguntaron. La primera respuesta de Juan salió al encuentro de la gran expectativa de su tiempo: «Yo no soy el Mesías», les dijo.
Las siguientes respuestas también fueron negativas. Juan declaró que él no era Elías, cuyo regreso se esperaba (Malaquías 3,23), ni tampoco el profeta, a la manera de Moisés, que había sido anunciado (cf. Deuteronomio 18,15).
Con insistencia volvieron a preguntarle: ¿Quién eres? ¿qué dices de ti mismo?
La respuesta de Juan fue
«Yo soy una voz que grita en el desierto: Allanen el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías.» (Evangelio, Juan 1, 6-8. 19-28)
“Yo soy una voz”. Juan se identifica con su misión. Él es la voz por medio de la cual Dios llama a los hombres a abrirle camino. Un camino para que Dios pueda llegar al corazón de los hombres.
Juan es la voz, no la Palabra. De la Palabra nos habla otro pasaje de este capítulo del evangelio según san Juan. La Palabra es el Hijo de Dios que se hizo carne y habitó entre nosotros: el acontecimiento que nos disponemos a celebrar en Navidad.
Juan es testigo, testigo de la luz. Testigo de Cristo, Luz del Mundo.
Hermanos y hermanas, el testimonio del Bautista nos habla de nuestra común vocación: la vocación cristiana, la vocación del bautizado. En nuestro bautismo hemos recibido la luz de Cristo. ¿Cómo ser buenos portadores de esa luz? San Pablo nos dice hoy:
“Estén siempre alegres. Oren sin cesar. Den gracias a Dios en toda ocasión” (Segunda lectura, Tesalonicenses 5,16-24).
Siempre, sin cesar, en toda ocasión: alegres, orantes, agradecidos. Alegres en el Señor, que nos muestra su salvación, que viene a nosotros con el perdón y la misericordia. Es en Él, y solo en Él, que nuestra vida puede hacerse verdaderamente luminosa, brillando como haces de luz en el mundo, en medio de tanta violencia, corrupción y extravío, ofreciendo a todos la Palabra de Vida (cf. Filipenses 2,15-16).
Querido Marcelo:
Tú estás hoy aquí porque recibiste el llamado del Señor por medio de la Iglesia, y has respondido, “en forma voluntaria y libre”, como dices en tu carta, y con el apoyo de tu familia. Tú y tu esposa Marita celebran también, hoy, nada menos que 24 años de casados, de modo que este sacramento que vas a recibir, queda particularmente asociado al del matrimonio que desde entonces los ha hecho “un solo ser”.
Has seguido un camino de formación, acompañado por el P. Miguel y por tu párroco, el P. Fabián, y compartiendo distintas instancias con otros compañeros de ruta; tantos quienes ya estaban en el ministerio como quienes, como tú, se preparaban a recibirlo. Sabemos de las exigencias de tu trabajo, pero hemos visto también cómo has buscado equilibrar, en lo posible, los tiempos, para poder servir a la comunidad. A eso tendrás que sumar también la participación en las reuniones de clero y de decanato, que necesitamos todos para caminar juntos como Iglesia diocesana.
En tu invitación a esta celebración tuviste el detalle de recordar que, hace 50 años, se inició en el Uruguay el camino del diaconado permanente, siguiendo las directivas del Concilio Vaticano II, que restableció este ministerio para toda la Iglesia. Algunos todavía se preguntan sobre la identidad o, aún, la necesidad de este ministerio: ¿acaso no pueden hacer los laicos, en algunos casos con un permiso especial, todo lo que hace un diácono? Sí, pero los diáconos lo hacen con la gracia que da el sacramento del Orden. Con esa gracia, el diácono es hecho voz que anuncia la Palabra de Vida, unido a Cristo Servidor, el hijo de la Servidora del Señor.
Precisamente, tú has elegido como lema las palabras de Jesús:
“No he venido a ser servido, sino a servir” (Mateo 20,28).
El verbo que aparece en griego en el evangelio es diakonēsai que significa servir y es de donde se deriva la palabra diácono, servidor. Podemos decir que Jesús es el primer diácono, en cuanto se hizo “servidor de todos” (cf. Marcos 9,35).
El diácono es servidor, pero no tiene la exclusividad del servicio. Toda la Iglesia es servidora y servidor es cada uno de sus miembros. San Pablo VI, en su alocución en la última sesión pública del Concilio Vaticano II lo expresaba con mucha fuerza:
“La Iglesia se ha declarado casi como la sirvienta de la humanidad” (7 de diciembre de 1965).
El testimonio de servicio de los diáconos anima a toda la comunidad a crecer en el servicio a la humanidad. Llamados desde los orígenes a preocuparse por los pobres, los diáconos ayudan a la comunidad a actuar en favor de los hermanos más necesitados, recordando siempre, como enseñaron los obispos reunidos en Puebla en 1979, que
“el mejor servicio al hermano es la evangelización que lo dispone a realizarse como hijo de Dios, lo libera de las injusticias y lo promueve integralmente” (Documento de Puebla, 1145).
Finalmente, Marcelo, recuerdo que tú y Marita se han sentido atraídos por la espiritualidad franciscana y han hecho su compromiso en la Tercera Orden. No podemos olvidar que esta parroquia, a la que quedarás adscripto, tiene como patrono a San Francisco de Asís, quien recibió el sacramento del Orden en el grado del diaconado y quiso permanecer en él, sin acceder a la ordenación presbiteral, pese a que podía haberla recibido.
En esta Nochebuena se cumple el octavo centenario del primer pesebre que organizó San Francisco, en el pueblo de Greccio. Allí, según un relato escrito dos años después de su muerte,
“se celebró junto al pesebre el solemne rito de la Misa y el sacerdote saboreó un consuelo jamás antes gustado. Francisco se vistió como diácono, porque lo era, y cantó en alta voz el santo Evangelio. Aquella voz fuerte y dulce, limpia y sonora, fue para todos una invitación a pensar en la suprema recompensa. Después habló al pueblo y con dulcísimas palabras evocó al Rey recién nacido en la pequeña ciudad de Belén”. (1)
Marcelo, que San Francisco, diácono, hermano de toda la creación, hermano de la humanidad entera, hermano de los pobres, guíe tus pasos en el servicio que hoy asumes, así como en el amor a tu familia, a tu comunidad parroquial, a nuestra diócesis canaria y a la Iglesia toda. Así sea.
Nota:
(1) Tommaso da Celano, 1228. Citado en Francesco d’Assisi diacono a Greccio.
https://www.assisiofm.it/francesco-d-assisi-diacono-a-greccio-74048-1.html
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