jueves, 30 de diciembre de 2021

Jornada Mundial de la Paz 2022. Mensaje del Papa Francisco.

MENSAJE DEL SANTO PADRE
FRANCISCO
PARA LA CELEBRACIÓN DE LA
55 JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ

1 DE ENERO DE 2022

Diálogo entre generaciones, educación y trabajo:
instrumentos para construir una paz duradera

 

1. «¡Qué hermosos son sobre las montañas los pasos del mensajero que proclama la paz!» (Is 52,7).

Las palabras del profeta Isaías expresan el consuelo, el suspiro de alivio de un pueblo exiliado, agotado por la violencia y los abusos, expuesto a la indignidad y la muerte. El profeta Baruc se preguntaba al respecto: «¿Por qué, Israel, estás en una tierra de enemigos y envejeciste en un país extranjero? ¿Por qué te manchaste con cadáveres y te cuentas entre los que bajan a la fosa?» (3,10-11). Para este pueblo, la llegada del mensajero de la paz significaba la esperanza de un renacimiento de los escombros de la historia, el comienzo de un futuro prometedor.

Todavía hoy, el camino de la paz, que san Pablo VI denominó con el nuevo nombre de desarrollo integral [1],permanece desafortunadamente alejado de la vida real de muchos hombres y mujeres y, por tanto, de la familia humana, que está totalmente interconectada. A pesar de los numerosos esfuerzos encaminados a un diálogo constructivo entre las naciones, el ruido ensordecedor de las guerras y los conflictos se amplifica, mientras se propagan enfermedades de proporciones pandémicas, se agravan los efectos del cambio climático y de la degradación del medioambiente, empeora la tragedia del hambre y la sed, y sigue dominando un modelo económico que se basa más en el individualismo que en el compartir solidario. Como en el tiempo de los antiguos profetas, el clamor de los pobres y de la tierra [2] sigue elevándose hoy, implorando justicia y paz.

En cada época, la paz es tanto un don de lo alto como el fruto de un compromiso compartido. Existe, en efecto, una “arquitectura” de la paz, en la que intervienen las distintas instituciones de la sociedad, y existe un “artesanado” de la paz que nos involucra a cada uno de nosotros personalmente. [3] Todos pueden colaborar en la construcción de un mundo más pacífico: partiendo del propio corazón y de las relaciones en la familia, en la sociedad y con el medioambiente, hasta las relaciones entre los pueblos y entre los Estados.

Aquí me gustaría proponer tres caminos para construir una paz duradera. En primer lugar, el diálogo entre las generaciones, como base para la realización de proyectos compartidos. En segundo lugar, la educación, como factor de libertad, responsabilidad y desarrollo. Y, por último, el trabajo para una plena realización de la dignidad humana. Estos tres elementos son esenciales para «la gestación de un pacto social» [4], sin el cual todo proyecto de paz es insustancial.  

2. Diálogo entre generaciones para construir la paz

En un mundo todavía atenazado por las garras de la pandemia, que ha causado demasiados problemas, «algunos tratan de huir de la realidad refugiándose en mundos privados, y otros la enfrentan con violencia destructiva, pero entre la indiferencia egoísta y la protesta violenta, siempre hay una opción posible: el diálogo. El diálogo entre las generaciones» [5].

Todo diálogo sincero, aunque no esté exento de una dialéctica justa y positiva, requiere siempre una confianza básica entre los interlocutores. Debemos recuperar esta confianza mutua. La actual crisis sanitaria ha aumentado en todos la sensación de soledad y el repliegue sobre uno mismo. La soledad de los mayores va acompañada en los jóvenes de un sentimiento de impotencia y de la falta de una idea común de futuro. Esta crisis es ciertamente dolorosa. Pero también puede hacer emerger lo mejor de las personas. De hecho, durante la pandemia hemos visto generosos ejemplos de compasión, colaboración y solidaridad en todo el mundo.

Dialogar significa escucharse, confrontarse, ponerse de acuerdo y caminar juntos. Fomentar todo esto entre las generaciones significa labrar la dura y estéril tierra del conflicto y la exclusión para cultivar allí las semillas de una paz duradera y compartida.

Aunque el desarrollo tecnológico y económico haya dividido a menudo a las generaciones, las crisis contemporáneas revelan la urgencia de que se alíen. Por un lado, los jóvenes necesitan la experiencia existencial, sapiencial y espiritual de los mayores; por el otro, los mayores necesitan el apoyo, el afecto, la creatividad y el dinamismo de los jóvenes.

Los grandes retos sociales y los procesos de construcción de la paz no pueden prescindir del diálogo entre los depositarios de la memoria ―los mayores― y los continuadores de la historia ―los jóvenes―; tampoco pueden prescindir de la voluntad de cada uno de nosotros de dar cabida al otro, de no pretender ocupar todo el escenario persiguiendo los propios intereses inmediatos como si no hubiera pasado ni futuro. La crisis global que vivimos nos muestra que el encuentro y el diálogo entre generaciones es la fuerza propulsora de una política sana, que no se contenta con administrar la situación existente «con parches o soluciones rápidas» [6], sino que se ofrece como forma eminente de amor al otro [7], en la búsqueda de proyectos compartidos y sostenibles.

Si sabemos practicar este diálogo intergeneracional en medio de las dificultades, «podremos estar bien arraigados en el presente, y desde aquí frecuentar el pasado y el futuro: frecuentar el pasado, para aprender de la historia y para sanar las heridas que a veces nos condicionan; frecuentar el futuro, para alimentar el entusiasmo, hacer germinar sueños, suscitar profecías, hacer florecer esperanzas. De ese modo, unidos, podremos aprender unos de otros» [8]. Sin raíces, ¿cómo podrían los árboles crecer y dar fruto?

Sólo hay que pensar en la cuestión del cuidado de nuestra casa común. De hecho, el propio medioambiente «es un préstamo que cada generación recibe y debe transmitir a la generación siguiente» [9]. Por ello, tenemos que apreciar y alentar a los numerosos jóvenes que se esfuerzan por un mundo más justo y atento a la salvaguarda de la creación, confiada a nuestro cuidado. Lo hacen con preocupación y entusiasmo y, sobre todo, con sentido de responsabilidad ante el urgente cambio de rumbo [10] que nos imponen las dificultades derivadas de la crisis ética y socio-ambiental actual [11].

Por otra parte, la oportunidad de construir juntos caminos hacia la paz no puede prescindir de la educación y el trabajo, lugares y contextos privilegiados para el diálogo intergeneracional. Es la educación la que proporciona la gramática para el diálogo entre las generaciones, y es en la experiencia del trabajo donde hombres y mujeres de diferentes generaciones se encuentran ayudándose mutuamente, intercambiando conocimientos, experiencias y habilidades para el bien común.

3.  La instrucción y la educación como motores de la paz

El presupuesto para la instrucción y la educación, consideradas como un gasto más que como una inversión, ha disminuido significativamente a nivel mundial en los últimos años. Sin embargo, estas constituyen los principales vectores de un desarrollo humano integral: hacen a la persona más libre y responsable, y son indispensables para la defensa y la promoción de la paz. En otras palabras, la instrucción y la educación son las bases de una sociedad cohesionada, civil, capaz de generar esperanza, riqueza y progreso.

Los gastos militares, en cambio, han aumentado, superando el nivel registrado al final de la “guerra fría”, y parecen destinados a crecer de modo exorbitante [12].

Por tanto, es oportuno y urgente que cuantos tienen responsabilidades de gobierno elaboren políticas económicas que prevean un cambio en la relación entre las inversiones públicas destinadas a la educación y los fondos reservados a los armamentos. Por otra parte, la búsqueda de un proceso real de desarme internacional no puede sino causar grandes beneficios al desarrollo de pueblos y naciones, liberando recursos financieros que se empleen de manera más apropiada para la salud, la escuela, las infraestructuras y el cuidado del territorio, entre otros. 

Me gustaría que la inversión en la educación estuviera acompañada por un compromiso más consistente orientado a promover la cultura del cuidado [13]. Esta cultura, frente a las fracturas de la sociedad y a la inercia de las instituciones, puede convertirse en el lenguaje común que rompa las barreras y construya puentes. «Un país crece cuando sus diversas riquezas culturales dialogan de manera constructiva: la cultura popular, la universitaria, la juvenil, la artística, la tecnológica, la cultura económica, la cultura de la familia y de los medios de comunicación» [14]. Por consiguiente, es necesario forjar un nuevo paradigma cultural a través de «un pacto educativo global para y con las generaciones más jóvenes, que involucre en la formación de personas maduras a las familias, comunidades, escuelas y universidades, instituciones, religiones, gobernantes, a toda la humanidad» [15]. Un pacto que promueva la educación a la ecología integral según un modelo cultural de paz, de desarrollo y de sostenibilidad, centrado en la fraternidad y en la alianza entre el ser humano y su entorno [16].

Invertir en la instrucción y en la educación de las jóvenes generaciones es el camino principal que las conduce, por medio de una preparación específica, a ocupar de manera provechosa un lugar adecuado en el mundo del trabajo [17].

4. Promover y asegurar el trabajo construye la paz

El trabajo es un factor indispensable para construir y mantener la paz; es expresión de uno mismo y de los propios dones, pero también es compromiso, esfuerzo, colaboración con otros, porque se trabaja siempre con o por alguien. En esta perspectiva marcadamente social, el trabajo es el lugar donde aprendemos a ofrecer nuestra contribución por un mundo más habitable y hermoso.  

La situación del mundo del trabajo, que ya estaba afrontando múltiples desafíos, se ha visto agravada por la pandemia de Covid-19. Millones de actividades económicas y productivas han quebrado; los trabajadores precarios son cada vez más vulnerables; muchos de aquellos que desarrollan servicios esenciales permanecen aún más ocultos a la conciencia pública y política; la instrucción a distancia ha provocado en muchos casos una regresión en el aprendizaje y en los programas educativos. Asimismo, los jóvenes que se asoman al mercado profesional y los adultos que han caído en la desocupación afrontan actualmente perspectivas dramáticas.

El impacto de la crisis sobre la economía informal, que a menudo afecta a los trabajadores migrantes, ha sido particularmente devastador. A muchos de ellos las leyes nacionales no los reconocen, es como si no existieran. Tanto ellos como sus familias viven en condiciones muy precarias, expuestos a diversas formas de esclavitud y privados de un sistema de asistencia social que los proteja. A eso se agrega que actualmente sólo un tercio de la población mundial en edad laboral goza de un sistema de seguridad social, o puede beneficiarse de él sólo de manera restringida. La violencia y la criminalidad organizada aumentan en muchos países, sofocando la libertad y la dignidad de las personas, envenenando la economía e impidiendo que se fomente el bien común. La respuesta a esta situación sólo puede venir a través de una mayor oferta de las oportunidades de trabajo digno.

El trabajo, en efecto, es la base sobre la cual se construyen en toda comunidad la justicia y la solidaridad. Por eso, «no debe buscarse que el progreso tecnológico reemplace cada vez más el trabajo humano, con lo cual la humanidad se dañaría a sí misma. El trabajo es una necesidad, parte del sentido de la vida en esta tierra, camino de maduración, de desarrollo humano y de realización personal» [18]. Tenemos que unir las ideas y los esfuerzos para crear las condiciones e inventar soluciones, para que todo ser humano en edad de trabajar tenga la oportunidad de contribuir con su propio trabajo a la vida de la familia y de la sociedad.

Es más urgente que nunca que se promuevan en todo el mundo condiciones laborales decentes y dignas, orientadas al bien común y al cuidado de la creación. Es necesario asegurar y sostener la libertad de las iniciativas empresariales y, al mismo tiempo, impulsar una responsabilidad social renovada, para que el beneficio no sea el único principio rector.

En esta perspectiva hay que estimular, acoger y sostener las iniciativas que instan a las empresas al respeto de los derechos humanos fundamentales de las trabajadoras y los trabajadores, sensibilizando en ese sentido no sólo a las instituciones, sino también a los consumidores, a la sociedad civil y a las realidades empresariales. Estas últimas, cuanto más conscientes son de su función social, más se convierten en lugares en los que se ejercita la dignidad humana, participando así a su vez en la construcción de la paz. En este aspecto la política está llamada a desempeñar un rol activo, promoviendo un justo equilibrio entre la libertad económica y la justicia social. Y todos aquellos que actúan en este campo, comenzando por los trabajadores y los empresarios católicos, pueden encontrar orientaciones seguras en la doctrina social de la Iglesia.  

Queridos hermanos y hermanas: Mientras intentamos unir los esfuerzos para salir de la pandemia, quisiera renovar mi agradecimiento a cuantos se han comprometido y continúan dedicándose con generosidad y responsabilidad a garantizar la instrucción, la seguridad y la tutela de los derechos, para ofrecer la atención médica, para facilitar el encuentro entre familiares y enfermos, para brindar ayuda económica a las personas indigentes o que han perdido el trabajo. Aseguro mi recuerdo en la oración por todas las víctimas y sus familias.

A los gobernantes y a cuantos tienen responsabilidades políticas y sociales, a los pastores y a los animadores de las comunidades eclesiales, como también a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, hago un llamamiento para que sigamos avanzando juntos con valentía y creatividad por estos tres caminos: el diálogo entre las generaciones, la educación y el trabajo. Que sean cada vez más numerosos quienes, sin hacer ruido, con humildad y perseverancia, se conviertan cada día en artesanos de paz. Y que siempre los preceda y acompañe la bendición del Dios de la paz.

Vaticano, 8 de diciembre de 2021

Francisco

 

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[1] Cf. Carta enc. Populorum progressio (26 marzo 1967), 76ss.

[2] Cf. Carta enc. Laudato si’ (24 mayo 2015), 49 .

[3] Cf. Carta enc. Fratelli tutti (3 octubre 2020), 231.

[4] Ibíd., 218.

[5] Ibíd., 199.

[6] Ibíd., 179.

[7] Cf. ibíd., 180.

[8] Exhort. ap. postsin. Christus vivit (25 marzo 2019), 199.

[9] Carta enc. Laudato si’ (24 mayo 2015), 159.

[10] Cf. ibíd., 163; 202.

[11] Cf. ibíd., 139.

[12] Cf. Mensaje a los participantes en el 4º Foro de París sobre la paz, 11-13 noviembre 2021.

[14] Carta enc. Fratelli tutti (3 octubre 2020), 199.

[17] Cf. S. Juan Pablo II, Carta enc. Laborem exercens (14 septiembre 1981), 18.

[18] Carta enc. Laudato si’ (24 mayo 2015), 128.

“Luz verdadera que ilumina a todo hombre” (Juan 1,1-18). Domingo II de Navidad.

 

Amigas y amigos: muy feliz año nuevo. Venimos de celebrar el nacimiento de Jesús, a partir del cual se cuentan los años de nuestro tiempo. Entramos al “año del Señor” 2022… Que pueda ser vivido así por todos: para nosotros, creyentes, en coherencia con nuestra fe; para quienes no creen en nuestro Dios, un tiempo de Gracia para descubrir su amor y su presencia entre nosotros.

Esa presencia nos llega por medio de Jesucristo. El evangelio de hoy nos dice, en un versículo muy citado y conocido:

“la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros” (Juan 1,14)
¿Qué significa esto?
La palabra -o el verbo, como decían anteriores traducciones- es el Hijo de Dios, el Hijo eterno del Padre. El Hijo de Dios se hizo hombre.
“Hombre”: eso es lo que significa “carne”: el ser humano.
Entonces, podríamos preguntarnos… ¿por qué no dice simplemente, “el Hijo de Dios se hizo hombre”?
Porque la expresión elegida por el evangelista, “la palabra se hizo carne” tiene profundidad; nos dice de la misión del Hijo de Dios y nos dice algo de nuestra propia humanidad.
También podemos detenernos luego en el significado de ese “habitó entre nosotros”.

Al nombrar al Hijo de Dios como “la Palabra”, Juan está poniendo un especial énfasis en la comunicación de Dios. ¿Cómo entender humanamente esa comunicación de Dios? Porque la Palabra de Dios es diferente de las palabras humanas. Tal vez podamos entenderlo cuando nuestras palabras expresan un compromiso real, cuando decimos “te doy mi palabra”, dispuestos a hacer lo que sea, con tal de cumplir esa promesa. Dar a alguien mi palabra, darla de verdad, es darme yo mismo. Cuando Dios da su palabra, eso es lo que hace: darse él mismo. Dios se da a la humanidad a través de su Hijo. Leemos, más adelante, en el mismo evangelio de Juan:
“Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna” (Juan 3,16)
Con su Palabra, Dios crea todas las cosas; llama a Abraham; libera a su Pueblo de la esclavitud; manifiesta su voluntad por medio de los profetas… y finalmente se da plenamente en su Hijo. La Palabra de Dios realiza lo que comunica. La Palabra de Dios es salvación.

La palabra se hizo carne. ¿Por qué “carne”? En el lenguaje de la Biblia, “carne” es una forma de referirse a la condición humana, poniendo énfasis en la fragilidad, tanto del cuerpo como del espíritu. Así, por ejemplo, dice el profeta Isaías:
Toda carne es hierba y toda su consistencia, como la flor de los campos:
la hierba se seca, la flor se marchita (Isaías 40,6-7)
El Hijo de Dios se encarna, se hace carne, toma nuestra condición de seres vulnerables, que podemos ser lastimados, que podemos ser heridos en el cuerpo y en el espíritu, que tenemos en este mundo una vida que acabará por extinguirse… Solo hay un aspecto de nuestra fragilidad que no tomó el Hijo de Dios. Así enseña el Concilio Vaticano II:
Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejante en todo a nosotros, excepto en el pecado (Gaudium et Spes, 22).
Desde el misterio de la encarnación, podemos entender mejor el significado de ese “habitó”, “habitó entre nosotros”. Algunos traducen “acampó” o “puso su tienda -armó su carpa- entre nosotros”. La carpa es una vivienda precaria. Es la casa del nómade, del que no tiene residencia definitiva en este mundo. Es imagen de lo provisorio de la vida. Dice un cántico del Antiguo Testamento:
Levantan y enrollan mi vida como una tienda de pastores (Isaías 38,12)

San Pablo retoma esa imagen de la carpa como símbolo de la fragilidad humana, pero también como símbolo de nuestra condición de peregrinos. Así escribe a los corintios:

… si esta tienda de campaña –nuestra morada terrenal– es destruida, tenemos una casa permanente en el cielo, no construida por el hombre, sino por Dios.
(2 Corintios 5,1)
La Palabra de Dios, el Hijo de Dios, entonces, tomó nuestra fragilidad humana, nuestra “carne” y “puso su tienda entre nosotros”, es decir, se instaló tan precariamente, tan de paso, como estamos todos en esta vida, caminando hacia la casa permanente, hacia la Casa del Padre, en el cielo.

Y, en definitiva, ¿qué significa todo esto? Dice el Concilio Vaticano II:
El misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado. (Gaudium et Spes, 22)
El hijo de Dios, la Palabra eterna del Padre, haciéndose hombre, tomando nuestra fragilidad, acampando entre nosotros, esclarece, ilumina, el misterio de nuestra existencia. Es así como Él es
“la Luz verdadera que ilumina a todo hombre”
Ilumina nuestra vida, mostrando que nuestra existencia tiene sentido. No somos producto de ningún azar. Hemos salido de las manos amorosas del Padre y estamos llamados a volver a Él. Ese es el sentido de nuestra vida. En Jesús encontramos el camino hacia el Padre. No es un camino cómodo, no es un camino fácil. Pasa por el reconocimiento de nuestra otra fragilidad, la que Jesús no vivió, pero con la que cargó en la cruz:
Él fue traspasado por nuestras rebeldías y triturado por nuestras iniquidades.
El castigo que nos da la paz recayó sobre él y por sus heridas fuimos sanados (Isaías 53,5).
O como lo expresa san Pablo:
A aquel que no conoció el pecado, Dios lo identificó con el pecado en favor nuestro, a fin de que nosotros seamos justificados por él. (2 Corintios 5,21)
Por eso el llamado a la conversión, a un cambio de vida, a volver nuestro corazón a Dios, con todas las consecuencias que eso tiene en nuestra vida; no sólo en relación con Dios, sino también en nuestra relación con el prójimo y aún con nuestros bienes. Así lo resume san Pablo:
Porque todos debemos comparecer ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba, de acuerdo con sus obras buenas o malas, lo que mereció durante su vida mortal. (2 Corintios 5,10)

Concluyamos rezando juntos:
Dios todopoderoso y eterno,
que iluminas a quienes creen en ti,
llena la tierra de tu gloria
y manifiéstate a todos los pueblos por la claridad de tu luz.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,
que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo,
y es Dios, por los siglos de los siglos.
Gracias, amigas y amigos por su atención. De nuevo, muy feliz año a todos. Y que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

sábado, 25 de diciembre de 2021

“Él regresó con sus padres a Nazaret y vivía sujeto a ellos” (Lucas 2,41-52). Sagrada Familia de Nazaret.

 Hoy es el domingo siguiente, en este caso inmediatamente siguiente, al día de Navidad. En este día celebramos a la Sagrada Familia, conformada por Jesús, María y José. A la Sagrada Familia está dedicada la parroquia de Sauce y algunas capillas en nuestra diócesis. También nos hace presente esta fiesta a tres congregaciones religiosas: las pequeñas hermanas de la Sagrada Familia en Progreso, las Hermanas de la Sagrada Familia de Urgel en Las Piedras y los Hermanos de la Sagrada Familia, que siguen vinculados a nuestra diócesis.
Es, también, el último domingo del año, y eso nos hace poner la mirada en el final de este 2021, segundo año de pandemia. Miramos al viernes 31, último día del año y al sábado 1ro., Solemnidad de Santa María Madre de Dios, ocho días después de Navidad. Ese primero de enero es también el día en que se celebra la Jornada Mundial de la Paz, inaugurada en 1968 por San Pablo VI. Este año nuevo el Papa Francisco nos propone en su mensaje “Diálogo entre generaciones, educación y trabajo: instrumentos para construir una paz duradera”.

El fin de año nos invita a mirar al pasado con gratitud. Por más que nos hayan tocado acontecimientos ingratos, del tipo que hayan sido, no dejemos de rescatar todo aquello que podamos agradecer, tanto de personas que estuvieron cerca de nosotros en momentos difíciles, como de acontecimientos y momentos felices. Agradecer, en definitiva, la presencia de Dios en cada momento de nuestra vida.

Vayamos ahora al evangelio de hoy. Se le conoce como “el niño perdido y hallado en el templo”. Creo que todos recordamos esa historia: Jesús ya ha cumplido doce años, va en peregrinación desde Nazaret a Jerusalén con sus padres y otros familiares y vecinos. Al regreso, José y María creen que Jesús viene con alguno de los parientes, pero después de un día de camino se dan cuenta de que no está en el grupo. El viaje a pie duraba por lo menos seis días, posiblemente más, si iban también niños y personas mayores. Los padres de Jesús regresaron a Jerusalén y al tercer día encontraron a su hijo en el templo, en gran conversación con los maestros de la ley. Ahí sigue un diálogo, sobre el que volveremos y el relato concluye con estas palabras:

“Él regresó con sus padres a Nazaret y vivía sujeto a ellos”. (Lucas 2,41-52)
Este cierre podría hacernos pensar que el relato es apenas una anécdota de un jovencito que hizo una escapada, pero que después da ejemplo de obediencia a sus padres.
Hay algunos biblistas que piensan, inclusive, que este pasaje se agregó un poco tardíamente al resto de los relatos de la infancia de Jesús, lo que le restaría algo de importancia.
Sin embargo, este pasaje tiene mucho para decirnos si lo vamos recorriendo con detenimiento.
Tiene mucho para decirnos, empecemos por ahí, porque aquí es el mismo Jesús quien habla:
«¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?» (Lucas 2,41-52)
Esas son las primeras palabras que aparecen en boca de Jesús en el evangelio de Lucas. Hasta ahora, otros han hablado por él o han hablado de él. Ahora, él comienza a decir su palabra. No podemos menos que prestar atención a lo que Jesús dice. Ya volveremos sobre esto.

Veamos ahora algunos detalles del relato que nos dan mucho que pensar. La escena, igual que la anterior de la purificación (Lucas 2,22-40) tiene lugar en Jerusalén.
¿Cómo escucharían esta historia los primeros cristianos? Jerusalén puede ser para nosotros un lugar muy lejano en la geografía y en el tiempo; para ellos, en cambio, era el lugar de un acontecimiento ocurrido recientemente: la pasión, muerte y resurrección de Jesús.
Pensemos también en el detalle, nada menor, de que el encuentro se produce “al tercer día”, igual que las apariciones del resucitado. La angustia que expresa María ante la desaparición de Jesús anticipa la angustia de los discípulos y discípulas de Jesús ante la muerte del maestro. Este relato es una prefiguración de la vida de Jesús que, pasando por la muerte, llega a la resurrección.
Entendiéndolo así, no miraremos los relatos de la infancia que presenta Lucas como una serie de anécdotas tiernas y simpáticas, sino como una introducción teológica a su evangelio. Y en esa introducción, este relato es el punto culminante; y, dentro del mismo, la mayor altura está en las palabras de Jesús:
“yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre”
Jesús está entre los Maestros de la Ley, porque debe discutir con ellos, precisamente, acerca de la Ley, de los preceptos y mandatos que ellos interpretan. El relato de nuestro evangelio es amable. Jesús escucha y hace preguntas a los maestros; pero él también responde:
Y todos los que lo oían estaban asombrados de su inteligencia y sus respuestas.
Los cuatro evangelios nos mostrarán después que los siguientes encuentros entre Jesús y los Maestros serán cada vez más ásperos y acabarán por ser una de las causas por las que Jesús será acusado y condenado.

Al decir que debe ocuparse de las cosas de su Padre, Jesús nos está diciendo quién es y qué hace. Al llamar a Dios su Padre, indirectamente está afirmando que Él es el Hijo de Dios. Al decir que debe ocuparse de los asuntos de su Padre, está haciendo ver que no se ha perdido ni se ha escapado, sino que ha dado su primer paso, un paso verdaderamente suyo en el camino de su misión como Hijo de Dios entre los hombres.

Sin embargo, este primer paso no es seguido por otros del mismo tipo. Aquí no comienza la vida pública de Jesús, que iniciará después de su bautismo, ya plenamente adulto. Sin embargo, lo que sigue no es simplemente una pausa ni mucho menos un paso atrás. Jesús regresó a Nazaret con María y José y les obedeció porque él era miembro de esa familia.
Dios se ha revelado y se ha hecho hombre en el seno de una familia, viviendo las relaciones afectivas de unos padres, causando alegría, sí, pero también preocupaciones y angustias por la forma en que vivió su misión y por los acontecimientos muchas veces complejos en los que se vio envuelto. No sabemos por cuánto tiempo siguió presente la figura de José al lado de Jesús y María; pero la Madre vivió y lo acompañó hasta el final. Conoció el dolor de la espada que atravesó su corazón, al ver a su hijo en el calvario, pero también la inmensa alegría de reencontrarlo resucitado, ya sin angustias ni preguntas.
¿Cómo hubiera sido la vida del Hijo de Dios entre nosotros si hubiera aparecido ya hecho hombre, sin haber sido gestado, sin haber sido dado a luz, sin haber crecido y aprendido de María y José?
No lo sabemos. El Padre Dios dio todo su valor a la familia humana. Para que Jesús se ocupara de sus cosas, de los asuntos del Padre Dios, debió nacer, vivir en una casa, respetar y venerar a sus padres… y un día, emprender finalmente su camino, dejarlos para dedicarse a lo que Dios, su Padre, le pedía: anunciar y hacer presente el Reinado de Dios.

Concluyamos rezando juntos:
Dios y Padre nuestro, que en la Sagrada Familia
nos ofreces un verdadero modelo de vida,
concédenos que, imitando en nuestros hogares las mismas virtudes
y unidos por el amor,
podamos llegar, todos juntos,
a gozar de los premios eternos en la casa del cielo.
Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
Gracias, amigas y amigos por su atención. Que en el nuevo año 2022 el Señor nos dé a todos paz y, muy especialmente, salud. Feliz Año Nuevo y que la bendición de Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre ustedes y permanezca siempre, amén.

jueves, 23 de diciembre de 2021

“Les ha nacido un Salvador” (Lucas 2,1-14). Nochebuena y Navidad.

Queridas hermanas, queridos hermanos: ¡muy feliz Navidad! Que la Paz de Dios, que supera todo lo que podemos imaginar, tome bajo su cuidado los corazones y los pensamientos de ustedes en Cristo Jesús (Cf. Filipenses 4,7).

No teman, porque les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor. (Lucas 2,1-14
Así comienza el saludo del ángel a los pastores en aquella primera nochebuena. Aleja el temor, invita a la alegría, para todo el pueblo. El motivo: les ha nacido un Salvador.
Ha nacido “en la ciudad de David”. No la nombra, y muchos la habrían identificado con Jerusalén, que fue la capital del recordado rey de Israel; sin embargo, los pastores no se equivocarán al interpretar el anuncio y se dirigirán a Belén, la ciudad natal de David. Fue allí donde lo buscó el profeta Samuel que debía ungirlo como futuro rey de Israel (1 Samuel 16,1). Al llegar a la casa de Jesé, padre de David, Samuel preguntó si estaban allí todos los hijos y le respondieron:
«Todavía falta el más pequeño, que está guardando el rebaño». (1 Samuel 16,11)
Ante el asombro de su padre y sus hermanos, Samuel manifestó que aquel jovencito, el menor de sus hermanos, el pastorcito, era el que Dios había elegido para que, en su momento, fuera el guía de su pueblo. Los pastores de nuestro evangelio recordaban bien los humildes orígenes del rey David, que fue pastor, igual que ellos.

Salvador, Mesías, Señor… tres grandes títulos se acumulan en el anuncio del ángel: el título de “Señor” indica la divinidad, el misterio de Dios, el Señor, que se hace presente en la historia de los hombres.
“Mesías” es la palabra hebrea que significa “ungido”, que se traduce al griego como “Cristo”. La unción con aceite, como la que hizo el profeta Samuel con el futuro rey David sella la elección que hace Dios de una persona determinada y le comunica los dones que necesita para su misión.
Tomó Samuel el cuerno de aceite y lo ungió en medio de sus hermanos.
Y a partir de entonces, vino sobre David el espíritu de Yahveh (1 Samuel 16,13).
Lo que hace al Mesías no es el hecho de que se unja su cabeza con aceite, sino el efecto de esa unción: el Espíritu de Dios, el Espíritu Santo se hace presente en la persona elegida.
Por eso, todo aquel en quien se manifestara el Espíritu, como sucedió tantas veces con los profetas, era considerado ungido, aunque no hubiera pasado el aceite por su cabeza, porque todos reconocían que el Espíritu de Dios estaba en él.
En Jesús está la plenitud del Espíritu Santo y por eso él es el Mesías, el Cristo, que comunica su Espíritu a quienes creen en Él. Pensemos desde aquí en lo que significa el sacramento de la Confirmación donde somos “ungidos” y recibimos por esa señal el don del Espíritu Santo, configurándonos con Cristo, Mesías, Señor.

Pero el primer título que usó el ángel para hablar del recién nacido es el de “Salvador”. “Les ha nacido un salvador”.
Todo aquel que tuvo en grave peligro su vida y fue rescatado por otros, entiende que ha sido salvado y reconoce a su salvador o sus salvadores. Muchas veces pedimos de Dios esa salvación: ser liberados de una situación que nos abruma, que no podemos resolver… enfermedad, duelo, problemas familiares, apuros económicos… Pedimos la intercesión de los santos, hacemos promesas… Está bien; pero tenemos que mirar más allá. El salvador que anuncian los ángeles es el Salvador con mayúscula, el que viene a rescatar a la humanidad del pecado y de todas sus consecuencias y a ofrecerle un reencuentro definitivo con Dios.
Dios viene al encuentro de sus creaturas y les ofrece participar en su misma vida divina: la vida eterna, la felicidad absoluta, la que nadie podrá ya arrebatar.
A veces perdemos de vista esa dimensión de la salvación. La quisiéramos ya en este mundo, olvidando que pesa sobre nosotros nuestra condición humana y que, aunque valga siempre la pena luchar por una vida mejor en la Tierra, aunque trabajemos para que el ser humano viva con la dignidad que corresponde a los hijos e hijas de Dios, no podemos olvidar que Jesús nos salva por su muerte y su resurrección y nos abre así el camino hacia la Casa del Padre, en la que “hay muchas moradas” (Juan 14,2) en la que tenemos un lugar.
San Pablo VI lo expresó de esta forma en su gran exhortación sobre el anuncio del Evangelio:
En Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre, muerto y resucitado, se ofrece la salvación a todos los hombres, como don de la gracia y de la misericordia de Dios. No una salvación puramente inmanente, a medida de las necesidades materiales o incluso espirituales que se agotan en el cuadro de la existencia temporal (…) sino una salvación que desborda todos estos límites para realizarse en una comunión con el único Absoluto Dios, salvación trascendente, escatológica, que comienza ciertamente en esta vida, pero que tiene su cumplimiento en la eternidad. (Evangelii Nuntiandi, 27)
Amigas y amigos: en esta Navidad les invito a contemplar al Niño Jesús. Él nos llama a vivir la Navidad como apertura a lo que nace, recibimiento de lo que llega, curación para lo herido, ternura hacia lo vulnerable. A vivirla con una alegría profunda y serena, creciente. Con una esperanza que se desborda, más allá de nuestra corta mirada. Con asombro ante el misterio de Dios, que se hace uno de nosotros, y comienza por hacerse niño.
En el Niño Jesús, como dice la tradicional canción “Dios nos ofrece su amor”; pero también se ofrece como alguien a quien amar, a quien amar con nuestro corazón humano, porque humano se ha hecho él también.
Amando a Dios hecho Niño, aprendemos a amar al único Absoluto Dios y aprendemos también a amar a nuestro prójimo en su fragilidad e indefensión.
Amando a Dios hecho Niño, dejándonos tocar por su ternura, renovamos nuestro camino de seguimiento de Jesús, nuestro camino de permanente conversión para entrar en su Reino.
De nuevo, hermanos y hermanas queridos, muy feliz Navidad. Que la Paz del Señor esté en sus corazones y que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.


jueves, 16 de diciembre de 2021

“¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre!” (Lucas 1,39-45). IV domingo de Adviento.

“¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre!”
(Lucas 1,39-45)
Con esas palabras se dirige Isabel a María, que ha llegado a su casa.
El evangelio nos dice que Isabel las pronunció “llena del Espíritu Santo”.
Si decimos de la Sagrada Escritura que es Palabra de Dios; si decimos que los distintos libros y pasajes de la Biblia son textos inspirados, aquí la misma Escritura nos invita a prestar especial atención a esas palabras de Isabel, porque las dijo por inspiración del Espíritu Santo.

Hay tres palabras en la Biblia que expresan distintos aspectos de la bendición.
La primera es, precisamente, el sustantivo “bendición”, en hebreo “beraka” y en griego “eulogia”.
También está el verbo “bendecir” y el adjetivo “bendito, bendita” que es el que aparece en nuestro texto.
Los adjetivos, y perdonen este repaso informal de gramática, los adjetivos informan acerca de cualidades que tienen las cosas, las personas y los demás seres vivos. Algunas de esas cualidades pueden ser secundarias, casi como un adorno, un detalle… otras, en cambio, son toda una definición, como cuando decimos “es una buena persona”, “es un perro fiel”, “es un objeto valioso”.
De las palabras de Isabel surge que María es una mujer bendita y el hijo que se está formando en el útero de la Virgen es un fruto bendito, una criatura bendita.

Hay otro adjetivo importante que ya se ha usado en el mismo evangelio de Lucas al referirse al hijo que nacería de María. Lo dijo el arcángel Gabriel:
“… el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios” (Lucas 1,35)
El santo y el bendito pertenecen a Dios.
“Santo” y “bendito” no significan lo mismo.
“Santo”, ante todo, es Dios. Leemos en el libro de Samuel:
No hay Santo como el Señor, porque no hay nadie fuera de ti, y no hay Roca como nuestro Dios. (1 Samuel 2,2)
Dios, que es santo, santifica. Es decir, comunica su santidad a personas, lugares y cosas, consagrándolas a él, separándolas del mundo profano. En aquello que Dios santifica, la santidad revela, manifiesta, la inaccesible grandeza de Dios. Aquello que Dios ha hecho santo nos ayuda a asomarnos al misterio de Dios, un misterio que no podemos pretender abarcar y mucho menos manipular.

También de Dios decimos que es “bendito”. “Bendito sea Dios” es una expresión que habremos oído y usado muchas veces. Está presente en muchas oraciones.
Pero no tiene el mismo sentido bendecir a Dios que, en cambio, que sea Dios quien nos bendiga. También usamos otra expresión, dirigiéndonos a los demás: “que Dios te bendiga”, “que el Señor te bendiga”.
Pero, así como la santidad puede marcar esa separación, como decíamos, en cambio, la persona bendita se convierte en un punto de unión con Dios y en una fuente de irradiación de la gracia y de la bendición de Dios hacia los demás.
Si el santo nos hace vislumbrar el misterio inaccesible de Dios, el bendito nos hace ver la inagotable generosidad del Señor.

Así podemos entender que, cuando Isabel le dice a María “bendita entre todas las mujeres”, no está indicando que la Virgen está como separada de las demás, sino más bien que Dios la eligió entre todas, para manifestar a través de ella su poder y su generosidad. Dios la eligió para que, a través de ella, se derrame su bendición.

Aquí tenemos que recordar algo que está en los comienzos de la historia de la salvación: la promesa de Dios a Abraham:
“por ti se bendecirán todos los pueblos de la tierra” (Génesis 12,3)
Es en el bendito fruto del vientre de María, en Jesús, el bendito por excelencia, en quien llega a su plenitud esa promesa que Dios hizo a nuestro Padre en la fe.
Si el bendito es punto de unión entre Dios y los hombres, nadie puede serlo más que Jesús, en quien están unidas la divinidad y la humanidad, puesto que es verdadero Dios y verdadero hombre.
Si el bendito es fuente de irradiación del amor, de la gracia, de la misericordia de Dios, no tenemos más que mirar al corazón de Jesús, el corazón traspasado de donde brotan el agua y la sangre que nos lavan y purifican.
En Jesús Dios revela con signos resplandecientes su poder y su bondad, como lo resume Pedro hablando a los paganos en casa de Cornelio:
Dios ungió a Jesús de Nazaret con el Espíritu Santo, llenándolo de poder. El pasó haciendo el bien y curando a todos los que habían caído en poder del demonio, porque Dios estaba con él. (Hechos 10,38)
Nos preparamos a recibir en esta Navidad, al bendito, al que nos trae la bendición amorosa y abundante del Padre.
Recemos juntos:
Señor, Derrama tu gracia en nuestros corazones,
y ya que hemos conocido por el anuncio del Ángel
la encarnación de tu Hijo Jesucristo,
condúcenos por su Pasión y su Cruz,
a la gloria de la resurrección.
Él que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo,
y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.

Amigas y amigos: gracias por su atención. Muy feliz Navidad. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

viernes, 10 de diciembre de 2021

“Viene uno que es más poderoso que yo” (Lucas 3,10-18). III Domingo de Adviento.

 

 

“La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús” (Evangelii Gaudium, 1). 

Así comienza el Papa Francisco uno de sus primeros grandes mensajes, que tiene por título Evangelii Gaudium, precisamente, “la alegría del Evangelio”.
En un mundo donde muchas personas piensan que la religión es un impedimento para ser feliz, este y otros mensajes nos llaman a vivir siempre la alegría de la fe.
De todo esto nos habla hoy la Palabra de Dios.
“Gaudete”, alégrense, es el título que se da a este tercer domingo de adviento. En la Palabra de Dios encontramos esa exhortación a la alegría. Así comienza, por ejemplo, la primera lectura:

¡Grita de alegría, hija de Sión! ¡Aclama, Israel!
¡Alégrate y regocíjate de todo corazón, hija de Jerusalén! (Sofonías 3,14-18a)
A esa invitación respondemos con la antífona del salmo:
¡Aclamemos al Señor con alegría! (Salmo responsorial, Isaías 12, 2-6)
Y san Pablo, en su carta a los Filipenses, reafirma todos esos llamados diciendo:
Hermanos: Alégrense siempre en el Señor. Vuelvo a insistir, alégrense. (Filipenses 4,4-7)
Todo en este domingo llama a la alegría y la razón que nos da san Pablo para ello es: “el Señor está cerca” y entonces, dice Pablo:
La paz de Dios, que supera todo lo que podemos pensar, tomará bajo su cuidado los corazones y los pensamientos de ustedes en Cristo Jesús. (Filipenses 4,4-7)
Todo llama a la alegría… hasta que llegamos al evangelio. Allí cambia el tono. Nos encontramos con Juan el Bautista, con su vida austera y su predicación que anuncia el juicio, señalando qué es lo que debemos hacer… y allí no dice nada de “alégrense”.
Sin embargo, si leemos este evangelio en la clave que nos dan las otras lecturas, también en las indicaciones de Juan el Bautista podremos encontrar una pista para alcanzar la verdadera alegría.
Una de esas pistas está en el abandono de toda soberbia y el reconocimiento de nuestros límites. La humildad. Leamos con atención el mensaje de Juan a dos grupos que se acercan a él: los publicanos y los soldados. Unos y otros están fuera de los esquemas religiosos de la época. Pero, como decíamos el domingo pasado, Lucas afirma, citando al profeta Isaías, que “Todos los hombres verán la salvación de Dios”.
Al igual que la gente que se acerca a Juan, cada uno de estos grupos le hace la misma pregunta:
«¿Qué debemos hacer?»

Preguntar qué debo hacer, qué tengo que hacer en la vida, solo es posible desde la humildad de reconocer que no tengo todas las respuestas y que necesito que alguien me guíe en la vida.
Pero a partir de ese reconocimiento, tengo que estar abierto a lo que pueda traerme esa respuesta. Todos recordamos a aquel hombre que corrió detrás de Jesús para preguntarle: 

“Maestro bueno, ¿qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?” (Mateo 19,16-30; Marcos 10,17-31; Lucas 18,18-30)

pero cuando escuchó la respuesta se alejó entristecido “porque tenía muchos bienes”. Quien se arriesga a preguntar al hombre de Dios qué es lo que debe hacer, debe estar dispuesto a un cambio de vida.
A la gente que pregunta, Juan le responde llamando a la solidaridad:

«El que tenga dos túnicas, dé una al que no tiene; y el que tenga qué comer, haga otro tanto.»
Es muy concreto: el que tiene algo que puede compartir, que lo comparta con el que no tiene.
A los publicanos, recaudadores de impuestos, Juan les responde:
«No exijan más de lo estipulado.»
Parece poco, pero sigue siendo algo concreto. Más adelante, en el mismo evangelio de Lucas, el encuentro con Jesús llevará a Zaqueo, jefe de los cobradores de impuestos, mucho más lejos:
«Señor, voy a dar la mitad de mis bienes a los pobres, y si he perjudicado a alguien, le daré cuatro veces más.» (Lucas 19,8)
Para los soldados, Juan tiene también una respuesta:
«No extorsionen a nadie, no hagan falsas denuncias y conténtense con su sueldo.»
Por aquí van los consejos de Juan. A nadie le pide que cambie de trabajo o de lugar en la sociedad, sino que cambie de actitud en cosas muy determinantes. Un cambio en nuestra relación con lo que tenemos y en nuestra relación con los demás. Un cambio que no es simplemente ponernos otras reglas para regir nuestra vida, sino un cambio que involucra nuestra relación con Dios.
No nos olvidemos del sentido del mensaje de Juan: preparar el camino para Jesús que viene. Esos cambios de conducta están en relación con esa espera. No se trata de algunas pautas para una vida más pacífica en la sociedad, aunque también puedan tener ese efecto benéfico. Se trata de algo más profundo: ese cambio de vida, esa conversión está aplanando el camino para que el Salvador llegue a nuestros corazones.
Juan anuncia:
«Yo los bautizo con agua,
pero viene uno que es más poderoso que yo…
él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego.» (Lucas 3,10-18)
El fuego… En su primera carta a los Corintios, san Pablo dice:
“el fuego probará la obra de cada cual” (1 Corintios 3,13)
Jesús trae un fuego que purifica, que quema todo aquello que sobra, que está de más… Juan el Bautista anuncia el juicio de Dios con la imagen de la trilla. Terminada la cosecha, el Señor recogerá el trigo en su granero,
«Pero consumirá la paja en el fuego inextinguible.» (Lucas 3,10-18)
Nuestro pasaje del evangelio concluye con un resumen:
Y por medio de muchas otras exhortaciones, anunciaba al pueblo la Buena Noticia. (Lucas 3,10-18)
Esa es la última palabra de las lecturas de hoy: evangelio, la buena noticia de la salvación. El motivo final de la alegría.
Recemos juntos:
Dios y Padre nuestro,
que acompañas bondadosamente a tu pueblo
en la fiel espera del nacimiento de tu Hijo,
concédenos festejar con alegría su venida
y alcanzar el gozo que nos da su salvación.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

En esta semana

-    El 12 de diciembre normalmente celebramos a Nuestra Señora de Guadalupe, patrona de la diócesis de Canelones. No lo haremos este año, por coincidir con el tercer domingo de adviento, que prevalece sobre esta fiesta mariana.
-    En el año 1607, Hernando Arias de Saavedra, Hernandarias, gobernador del Río de la Plata, exploraba las costas uruguayas y llegó a la desembocadura de un importante río. Era el día de Santa Lucía, y ese fue el nombre que recibió y sigue llevando esta corriente de agua que nace en las sierras de Minas. Del río toma su nombre la ciudad de Santa Lucía y, si bien su parroquia está dedicada a San Juan Bautista, hay en ella una capilla dedicada a la Virgen y Mártir cuya fiesta se celebra el 13 de diciembre.
-    14 de diciembre: San Juan de la Cruz, presbítero y doctor de la Iglesia
-    El 15 de diciembre, Mons. Orlando Romero, obispo emérito de Canelones, recuerda los 64 años de su ordenación sacerdotal. Felicitamos a Mons. Orlando y agradecemos el testimonio de su vida de entrega al Señor y a los hermanos.
-    El 16 de diciembre comienza la novena de Navidad, con la que nos preparamos a celebrar esta gran fiesta cristiana.
-    162 años cumple la congregación salesiana, que fue fundada el 18 de diciembre por san Juan Bosco.

Jóvenes en misión: colombianos y diocesanos

Cuatro jóvenes de Medellín, Colombia, integrantes de un grupo que se llama “La Mirada de Dios”, llegarán a partir del 13 de diciembre a nuestra diócesis, para desarrollar una misión de Adviento, principalmente en las parroquias de Tala y Pando. Varios jóvenes de nuestra diócesis se han inscripto para trabajar junto con ellos. Recemos por los buenos frutos de esta iniciativa.

Fundación Mons. Orestes Nuti

La fundación Mons. Nuti, creada para apoyar las instituciones educativas católicas de nuestra diócesis -especialmente las más pequeñas y con más dificultades para autosostenerse- ha puesto a la venta un calendario 2022, que Uds. pueden adquirir en las parroquias de nuestra diócesis.

Gracias, amigas y amigos por su atención. Sigamos viviendo intensamente este tiempo de adviento. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

viernes, 3 de diciembre de 2021

"Todos los hombres verán la Salvación de Dios" (Lucas 3,1-6). II Domingo de Adviento.

Decíamos la semana pasada que el tiempo de Adviento tiene dos momentos: el tercer y el cuarto domingo nos preparan directamente para la celebración de la Navidad, el nacimiento de Jesús.
En cambio, el primero y el segundo apuntan más bien a la segunda venida de Cristo. Eso es lo que anunciaba el evangelio que leímos el domingo pasado: la venida del Hijo del Hombre, es decir, de Cristo, al final de los tiempos. En medio de anuncios de cataclismos, se nos decía:
Cuando comience a suceder esto, tengan ánimo y levanten la cabeza, porque está por llegarles la liberación.
Hoy, el evangelio no parece hablarnos de futuro. Al contrario, comienza con una referencia histórica:
El año decimoquinto del reinado del emperador Tiberio, cuando Poncio Pilato gobernaba la Judea, siendo Herodes tetrarca de Galilea, su hermano Filipo tetrarca de Iturea y Traconítide, y Lisanias tetrarca de Abilene, bajo el pontificado de Anás y Caifás…
El evangelista Lucas es sumamente prolijo. Habla de algo que aconteció en un lugar del imperio romano y nombra las autoridades de la época. De esa manera ubica en la historia y en la geografía un acontecimiento extraordinario, una intervención de Dios.
Desde el momento en que el Hijo de Dios se hace hombre, entra a compartir la historia de los hombres. Jesús no es un mito, ni una idea, ni una “energía” difusa: es un ser humano, de carne y hueso. Es la Palabra Eterna de Dios que se ha hecho uno de nosotros: “la Palabra se hizo Carne” (Juan 1,14). Jesucristo tiene una biografía; aunque los evangelios no sean exactamente relatos biográficos, sino el anuncio de la Salvación de Dios obrada por medio de su Hijo.
Dios dirigió su palabra a Juan, hijo de Zacarías, que estaba en el desierto. Este comenzó entonces a recorrer toda la región del río Jordán, anunciando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados
Ese es el acontecimiento puntual, pero significativo, que Lucas ubica en el tiempo y en el espacio: la predicación de Juan el Bautista. Juan tiene la misión de preparar el camino para Jesús. Sabemos cómo continúa esta historia: Jesús será bautizado por Juan y comenzará su vida pública, anunciando el reino de Dios con sus palabras y sus obras.
Pero, no nos olvidemos. Estamos en el tiempo de Adviento. Aquí no llegaremos al bautismo de Jesús. El evangelista Lucas nos dice que Juan está haciendo lo que había anunciado el profeta Isaías.
«Una voz grita en desierto:
Preparen el camino del Señor,
allanen sus senderos.
Los valles serán rellenados,
las montañas y las colinas serán aplanadas.
Serán enderezados los senderos sinuosos
y nivelados los caminos desparejos».
Juan ha venido a preparar el camino para Jesús que llega, que va a hacerse presente. Allanar los senderos y rellenar los valles es un trabajo interior que cada uno tiene que hacer en su corazón o, mejor aún, dejar que Dios haga en su corazón, borrando todo rechazo y resistencia al Salvador que viene.
El evangelista Mateo también cita este pasaje del profeta Isaías, pero lo hace brevemente. Se detiene en las primeras líneas. Lucas, en cambio, sigue adelante, para llegar hasta el anuncio de la salvación universal:
«Entonces, todos los hombres verán la Salvación de Dios».
Con esta cita de Isaías, Lucas quiere hacernos ver que, con Juan el Bautista, la salvación ya está a la puerta.
Juan el Bautista es uno de los personajes siempre presentes en el tiempo de Adviento. Su actuación es como una bisagra, un engarce entre el antiguo y el nuevo testamento, entre la primera alianza de Dios con su pueblo y la nueva alianza sellada en Jesucristo.
El antiguo testamento está lleno de intervenciones salvadoras de Dios. Eso es lo que recuerda la antífona del salmo:
¡Grandes cosas hizo el Señor por nosotros!
El recuerdo de esas acciones de Dios da pie a la confianza en su promesa de una salvación definitiva, abierta a todos los pueblos.
Esto quiere subrayarlo Lucas. Desde el comienzo de su evangelio, quiere mostrarnos que con Jesús llega la salvación a los hombres. Así lo anuncian los ángeles a los pastores, en el momento del nacimiento:
“Les ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor” (Lucas 2,11)
La salvación se ofrece a toda la humanidad, a cada persona humana. Todos los hombres verán la salvación de Dios. Verla no es mirarla pasar; es participar de la salvación, recibir la salvación. Para eso es necesario realizar lo que el profeta indica antes: preparen el camino del Señor, allanen los senderos, rellenen los valles. En definitiva, es necesaria la conversión, un profundo cambio de vida.
Dios todopoderoso y eterno,
te rogamos que la práctica de las buenas obras
nos permita salir al encuentro de tu Hijo
que viene hacia nosotros,
para que merezcamos estar en el Reino de los cielos junto a Él,
que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.
(De la oración colecta, segundo domingo de Adviento).

Los jóvenes, primera prioridad

El domingo pasado finalizó la Asamblea Eclesial de América Latina y el Caribe, en la que se determinaron 12 grandes desafíos pastorales para el continente. No voy a leerles los doce, pero sí el que aparece en primer lugar, porque creo que es muy significativo que esté allí, porque se refiere al lugar de los jóvenes en la Iglesia y en la sociedad. Dice así:
1. Reconocer y valorar el protagonismo de los jóvenes en la comunidad eclesial y en la sociedad como agentes de transformación.

Gruta de Lourdes, Etcheverría: 50 años

El 8 de diciembre cumple medio siglo la Gruta de Lourdes que se encuentra en Etcheverría, cerca de la ciudad de Canelones, junto al monasterio de las Clarisas Capuchinas. Los invitamos a participar en la Misa vespertina que presidirá Mons. Hermes Garín, obispo auxiliar de Canelones, ese día 8, a las 20 horas, en la Gruta.

Santos de la semana

El lunes 6 de diciembre recordamos a San Nicolás de Bari, obispo, un santo muy relacionado con la Navidad, porque es a partir de él que se construye el personaje de Papá Noel, que distribuye regalos.
Martes 7, San Ambrosio de Milán, obispo y doctor de la Iglesia, maestro de San Agustín.
El miércoles 8 de diciembre celebramos la Inmaculada Concepción de María. Es la fiesta patronal de Pando y de varias capillas dedicadas a la Inmaculada.
Jueves 9 de diciembre – San Juan Diego Cuauhtlatoatzin, el indio chichimeca al que se le apareció la Virgen, en la advocación que hoy conocemos como María de Guadalupe.
Sábado 11 San Dámaso I, Papa.

A los fieles de nuestra diócesis de Canelones, les recuerdo que el 11 y 12 se realiza la colecta del Fondo Común Diocesano. Gracias por su colaboración.
Amigas y amigos todos, que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo, Amén.