sábado, 25 de diciembre de 2021

“Él regresó con sus padres a Nazaret y vivía sujeto a ellos” (Lucas 2,41-52). Sagrada Familia de Nazaret.

 Hoy es el domingo siguiente, en este caso inmediatamente siguiente, al día de Navidad. En este día celebramos a la Sagrada Familia, conformada por Jesús, María y José. A la Sagrada Familia está dedicada la parroquia de Sauce y algunas capillas en nuestra diócesis. También nos hace presente esta fiesta a tres congregaciones religiosas: las pequeñas hermanas de la Sagrada Familia en Progreso, las Hermanas de la Sagrada Familia de Urgel en Las Piedras y los Hermanos de la Sagrada Familia, que siguen vinculados a nuestra diócesis.
Es, también, el último domingo del año, y eso nos hace poner la mirada en el final de este 2021, segundo año de pandemia. Miramos al viernes 31, último día del año y al sábado 1ro., Solemnidad de Santa María Madre de Dios, ocho días después de Navidad. Ese primero de enero es también el día en que se celebra la Jornada Mundial de la Paz, inaugurada en 1968 por San Pablo VI. Este año nuevo el Papa Francisco nos propone en su mensaje “Diálogo entre generaciones, educación y trabajo: instrumentos para construir una paz duradera”.

El fin de año nos invita a mirar al pasado con gratitud. Por más que nos hayan tocado acontecimientos ingratos, del tipo que hayan sido, no dejemos de rescatar todo aquello que podamos agradecer, tanto de personas que estuvieron cerca de nosotros en momentos difíciles, como de acontecimientos y momentos felices. Agradecer, en definitiva, la presencia de Dios en cada momento de nuestra vida.

Vayamos ahora al evangelio de hoy. Se le conoce como “el niño perdido y hallado en el templo”. Creo que todos recordamos esa historia: Jesús ya ha cumplido doce años, va en peregrinación desde Nazaret a Jerusalén con sus padres y otros familiares y vecinos. Al regreso, José y María creen que Jesús viene con alguno de los parientes, pero después de un día de camino se dan cuenta de que no está en el grupo. El viaje a pie duraba por lo menos seis días, posiblemente más, si iban también niños y personas mayores. Los padres de Jesús regresaron a Jerusalén y al tercer día encontraron a su hijo en el templo, en gran conversación con los maestros de la ley. Ahí sigue un diálogo, sobre el que volveremos y el relato concluye con estas palabras:

“Él regresó con sus padres a Nazaret y vivía sujeto a ellos”. (Lucas 2,41-52)
Este cierre podría hacernos pensar que el relato es apenas una anécdota de un jovencito que hizo una escapada, pero que después da ejemplo de obediencia a sus padres.
Hay algunos biblistas que piensan, inclusive, que este pasaje se agregó un poco tardíamente al resto de los relatos de la infancia de Jesús, lo que le restaría algo de importancia.
Sin embargo, este pasaje tiene mucho para decirnos si lo vamos recorriendo con detenimiento.
Tiene mucho para decirnos, empecemos por ahí, porque aquí es el mismo Jesús quien habla:
«¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?» (Lucas 2,41-52)
Esas son las primeras palabras que aparecen en boca de Jesús en el evangelio de Lucas. Hasta ahora, otros han hablado por él o han hablado de él. Ahora, él comienza a decir su palabra. No podemos menos que prestar atención a lo que Jesús dice. Ya volveremos sobre esto.

Veamos ahora algunos detalles del relato que nos dan mucho que pensar. La escena, igual que la anterior de la purificación (Lucas 2,22-40) tiene lugar en Jerusalén.
¿Cómo escucharían esta historia los primeros cristianos? Jerusalén puede ser para nosotros un lugar muy lejano en la geografía y en el tiempo; para ellos, en cambio, era el lugar de un acontecimiento ocurrido recientemente: la pasión, muerte y resurrección de Jesús.
Pensemos también en el detalle, nada menor, de que el encuentro se produce “al tercer día”, igual que las apariciones del resucitado. La angustia que expresa María ante la desaparición de Jesús anticipa la angustia de los discípulos y discípulas de Jesús ante la muerte del maestro. Este relato es una prefiguración de la vida de Jesús que, pasando por la muerte, llega a la resurrección.
Entendiéndolo así, no miraremos los relatos de la infancia que presenta Lucas como una serie de anécdotas tiernas y simpáticas, sino como una introducción teológica a su evangelio. Y en esa introducción, este relato es el punto culminante; y, dentro del mismo, la mayor altura está en las palabras de Jesús:
“yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre”
Jesús está entre los Maestros de la Ley, porque debe discutir con ellos, precisamente, acerca de la Ley, de los preceptos y mandatos que ellos interpretan. El relato de nuestro evangelio es amable. Jesús escucha y hace preguntas a los maestros; pero él también responde:
Y todos los que lo oían estaban asombrados de su inteligencia y sus respuestas.
Los cuatro evangelios nos mostrarán después que los siguientes encuentros entre Jesús y los Maestros serán cada vez más ásperos y acabarán por ser una de las causas por las que Jesús será acusado y condenado.

Al decir que debe ocuparse de las cosas de su Padre, Jesús nos está diciendo quién es y qué hace. Al llamar a Dios su Padre, indirectamente está afirmando que Él es el Hijo de Dios. Al decir que debe ocuparse de los asuntos de su Padre, está haciendo ver que no se ha perdido ni se ha escapado, sino que ha dado su primer paso, un paso verdaderamente suyo en el camino de su misión como Hijo de Dios entre los hombres.

Sin embargo, este primer paso no es seguido por otros del mismo tipo. Aquí no comienza la vida pública de Jesús, que iniciará después de su bautismo, ya plenamente adulto. Sin embargo, lo que sigue no es simplemente una pausa ni mucho menos un paso atrás. Jesús regresó a Nazaret con María y José y les obedeció porque él era miembro de esa familia.
Dios se ha revelado y se ha hecho hombre en el seno de una familia, viviendo las relaciones afectivas de unos padres, causando alegría, sí, pero también preocupaciones y angustias por la forma en que vivió su misión y por los acontecimientos muchas veces complejos en los que se vio envuelto. No sabemos por cuánto tiempo siguió presente la figura de José al lado de Jesús y María; pero la Madre vivió y lo acompañó hasta el final. Conoció el dolor de la espada que atravesó su corazón, al ver a su hijo en el calvario, pero también la inmensa alegría de reencontrarlo resucitado, ya sin angustias ni preguntas.
¿Cómo hubiera sido la vida del Hijo de Dios entre nosotros si hubiera aparecido ya hecho hombre, sin haber sido gestado, sin haber sido dado a luz, sin haber crecido y aprendido de María y José?
No lo sabemos. El Padre Dios dio todo su valor a la familia humana. Para que Jesús se ocupara de sus cosas, de los asuntos del Padre Dios, debió nacer, vivir en una casa, respetar y venerar a sus padres… y un día, emprender finalmente su camino, dejarlos para dedicarse a lo que Dios, su Padre, le pedía: anunciar y hacer presente el Reinado de Dios.

Concluyamos rezando juntos:
Dios y Padre nuestro, que en la Sagrada Familia
nos ofreces un verdadero modelo de vida,
concédenos que, imitando en nuestros hogares las mismas virtudes
y unidos por el amor,
podamos llegar, todos juntos,
a gozar de los premios eternos en la casa del cielo.
Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
Gracias, amigas y amigos por su atención. Que en el nuevo año 2022 el Señor nos dé a todos paz y, muy especialmente, salud. Feliz Año Nuevo y que la bendición de Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre ustedes y permanezca siempre, amén.

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