Llegó hace muchos años para quedarse por siempre. Sintió nuestra tierra como suya. Se apropió de nuestro pueblo y lo hizo propio, porque desde siempre se sintió tan uruguaya como nacida acá.
Trajo en su valija muy pocas cosas, pero muy grandes para ella. Su tesoro eran los recuerdos. Atrás quedaba su abuelita, con la que se crió y fue un eslabón muy importante en su vida y con la que aprendió sus primeras lecciones. También estaba su papá, un militar recio al que quiso mucho. Luego llega al convento, de donde tantas anécdotas recordó siempre, aprendizajes que nunca olvidó.
Llegada a nuestro país, primero se vino a Cerro Chato, donde conquistó muchas amistades, hasta que llega a nuestro Colegio, donde ella recordaba que no había ni sillas donde sentarse. Comienza otra nueva etapa de su vida, de ma´s de cuarenta años, donde convivió con muchas generaciones.
Recordamos sus bicicleteadas a la mañana muy temprano, donde los vecinos veían pasar a la monjita con sus pollerones en bicicleta, siempre rodeada por algunos de los pupilos que vivían allí. Verla recorrer los corredores, los salones o el patio, muy ágil y siempre activa. Y siempre citando alguna historia anterior para hacernos entender la forma acertada de actuar frente a una situación. Sabia disfrutar de un buen libro, o de la charla de los conocidos, o pasar largo rato en silencio y en oración en el patio del Colegio, escuchando también a sus amados pajaritos.
Siempre nos recordaba: "recen", recen por todo, por sus necesidades, por sus problemas o por sus alegrías.
Todavía nos parece verla llegar con su pasito, últimamente algo cansado, pero sin aflojar, derecho al salón donde hasta el último momento impartió sus enseñanzas hacia su fiel y único amigo verdadero: Jesús.
Gracias, Padre, por haber puesto en nuestro camino a la Hermana Elena.
Gracias, Hermana Elena por tu servicio, por tus consejos y por enseñarnos con tu ejemplo, a amar a Dios.
Colegio Dámaso Antonio Larrañaga
Melo, setiembre 2013
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