miércoles, 16 de octubre de 2019

"Orar siempre sin desanimarse" (Lucas 18,1-8). Domingo XXIX del Tiempo durante el año.







“¿Qué es lo que deseas? Heme aquí dispuesto a obedecer tus órdenes como el más humilde de los esclavos.”
Así le habló el genio al azorado joven del antiguo cuento “Aladino o la lámpara maravillosa”, que se encuentra en el libro de Las mil y una noches, abriéndole al muchacho posibilidades totalmente inauditas para él.
“¿Qué es lo que deseas?”
A propósito del deseo, escribe el filósofo español Julián Marías:
“Se puede desear todo: lo posible y lo imposible, lo inconciliable, lo presente, lo futuro y hasta lo pasado; lo que se quiere, lo que no se quiere y hasta lo que no se puede querer. El deseo (…) es la fuente de la vitalidad, el principio que nos mueve a todo…” (Antropología Metafísica)
Se puede desear todo… pero no es lo mismo desear que querer. La pregunta del genio sería más propiamente “¿Qué es lo que quieres?”, porque él, en la ficción, tiene el poder de hacerlo realidad. El deseo es más amplio que el querer, como explicaba el filósofo: se puede desear lo imposible, se puede desear algo sobre el pasado, que ya no puede volver a suceder ni ser cambiado.
El deseo impulsa, abre horizontes… el querer elige, define, hace tomar caminos en la vida. Lleva a concretar lo posible, lo realizable; pero el deseo hace que no nos convirtamos en “una máquina de optar, de juzgar, de decidir”, como dice también Julián Marías.

En el Evangelio de este domingo, Jesús nos habla de la oración de petición.
Jesús enseñó con una parábola que era necesario orar siempre sin desanimarse:
Orar sin desanimarse… el asunto es qué pedir. A veces esperamos que Dios actúe como el genio de la lámpara, dispuesto a cumplir todos nuestros deseos transformados en voluntad: “yo quiero…”
Sin embargo, aunque desearíamos ser favorecidos por un gran premio en la lotería o que nuestro equipo favorito ganara todos los partidos, nos damos cuenta de que ésas no son peticiones adecuadas… ¿por qué Dios tendría que favorecer, en cualquiera de esos casos, mi petición y no la de otros que piden ser los afortunados, o los hinchas del club contrario que ruegan por un triunfo?

Es diferente cuando pedimos por un bien inestimable que está en juego: la salud y la vida de nuestras personas más queridas. Rezamos unos por otros, hacemos cadenas y grupos de oración, pedimos que se recen Misas por esas personas… sin embargo, sabemos que tenemos que dejar espacio a la voluntad de Dios. San Pablo expresa esto con mucha sabiduría y confianza:
“sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman” (Romanos 8,28)
Dios interviene para bien, enseña Pablo. El bien puede no ser evidente para nosotros. Nosotros lo vemos de otra forma. Lo vemos en el alivio del sufrimiento, en la curación inmediata, en la recuperación que parece imposible, en la permanencia de la vida que se está retirando rápida e inexorablemente. Dios no deja de ver como un bien lo que pedimos, porque lo es. La vida y la salud son dos grandes bienes. Pero el proyecto de Dios apunta a un bien todavía mayor: al reencuentro y la reconciliación con Él y en Él de toda la familia humana, desde ahora y para la eternidad. Nosotros hacemos nuestra petición desde el breve tiempo de nuestra existencia. Dios quiere que entremos en su proyecto de salvación, que abarca mucho más que nuestro tiempo. Dice el salmo 102:
Los días del hombre duran lo que la hierba (…)
Pero la misericordia del Señor dura por siempre;
su justicia pasa de hijos a nietos, para los que guardan la alianza…
(Salmo 102,15.17)

Hace quince días, la oración inicial de la Misa tenía dos frases que pueden ayudarnos en esta reflexión. La oración comienza así:
Dios todopoderoso y eterno, que con amor generoso
sobrepasas los méritos y los deseos de los que te suplican,
Dejo de lado lo de los méritos, que es todo otro tema, y les hago notar esa referencia a los deseos: Dios sobrepasa nuestros deseos; es decir, tiene para nosotros algo que va más allá de lo que podemos desear. Si nuestros deseos pueden ser tan amplios, tan abarcadores como dice Marías, mucho más son los deseos de Dios para nosotros. Leemos en la primera carta de Juan:
“Miren que amor nos ha tenido el Padre… ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos” (1 Juan 3,1-2)
La oración de la que estábamos hablando continúa así:
derrama sobre nosotros tu misericordia
perdonando lo que inquieta nuestra conciencia
y concediéndonos aún aquello que no nos atrevemos a pedir.
¿Qué es lo que no nos atrevemos a pedir? ¿Algo inadecuado? No es eso lo que Dios nos va a dar... Creo que no nos atrevemos a pedir aquello que realmente puede cambiar nuestra vida… una verdadera conversión, la fuerza para abandonar nuestras conductas destructivas para con los demás y para con nosotros mismos… nuestros egoísmos y apegos, nuestras actitudes posesivas y manipuladoras, nuestra pereza espiritual…

Hay otro pasaje del evangelio de Lucas donde Jesús dice:
“pidan, y se les dará; busquen, y encontrarán; llamen, y se les abrirá” (Lucas 11,9)
Y más adelante, después de algunos ejemplos, Jesús concluye:
“Si ustedes, siendo malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, cuanto más el Padre del Cielo dará el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan” (11,13)
Pedir el Espíritu Santo… nos asusta. Sin embargo, es allí donde Dios sobrepasa nuestros deseos y nos concede aún lo que no nos atrevemos a pedir. El Espíritu Santo es la presencia de Dios mismo en nosotros, para ayudarnos a recordar y comprender las palabras de Jesús y a ponerlas en práctica. Es el maestro interior que guía nuestra vida, que anima nuestra fe y nuestra esperanza, que ensancha nuestra capacidad de amar derribando los límites que nosotros ponemos.

Con un ejemplo de insistencia -la viuda pobre que pide justicia al juez injusto- Jesús nos anima en este domingo a presentar al Padre nuestras peticiones, levantando hacia Él nuestro corazón, poniéndonos en sintonía con sus deseos para nosotros… para todo eso se necesita fe. No es posible orar sin fe, aunque sea tan pequeña como un grano de mostaza. Jesús concluye sus palabras con una promesa y un desafío:
Les aseguro que en un abrir y cerrar de ojos [Dios] les hará justicia.
Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?»
Amigas y amigos, este 20 de octubre, la Iglesia celebra el Domingo universal de las Misiones, llamado DOMUND. Este año, todo el mes de octubre es un Mes misionero extraordinario, para que los católicos tomemos conciencia de nuestra condición de bautizados y enviados por Jesús en misión al mundo, a dar testimonio de su Evangelio. En nuestra oración recordemos con gratitud a todos los misioneros que hemos recibido en nuestra diócesis y a todos aquellos que desde aquí hemos enviado.

Gracias por su atención. Que el Señor los bendiga y hasta la próxima semana si Dios quiere.

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