miércoles, 30 de octubre de 2019

"Hoy ha llegado la salvación a esta casa" (Lucas 19, 1-10). Domingo XXXI del Tiempo durante el año.




La constitución de Estados Unidos es una de las más antiguas actualmente vigentes en el mundo. Cuando entró en vigor en 1787, Benjamín Franklin, uno de los “padres de la nación” norteamericana, escribió:
“por lo que parece, nuestra nueva constitución promete quedar firme;
pero en este mundo solo hay dos cosas seguras: la muerte y los impuestos”.
Para Franklin, eran las únicas dos cosas inevitables. Aquí en el sur, muchos dirían que la muerte es la única segura… pero la verdad es que, de una forma u otra, todos pagamos impuestos, desde que las sociedades humanas se fueron dando formas de gobierno. Los reyes cobraban impuestos a sus súbditos. Los imperios pedían tributos a los pueblos que iban conquistando.

Así sucedía en el Imperio Romano. Los encargados de recaudar impuestos eran conocidos como “publicanos”. Los romanos no tenían una Dirección General Impositiva, con empleados e inspectores. Hoy diríamos que era un sistema tercerizado. Se llamaba a licitación para recaudar impuestos en una región determinada. Los interesados hacían sus ofertas y se adjudicaba al mejor postor. Los publicanos cobraban lo suficiente para cubrir lo que se entregaba al imperio
y para tener su propia ganancia… y ganaban bien.

Seguramente en ningún lugar del Imperio Romano los publicanos eran personas queridas y populares. Pero en la provincia de Palestina, en la tierra de Jesús, el juicio de la gente era terrible: su oficio era considerado pecaminoso. Los rabinos tenían cuatro listas, de malo a peor, de diferentes ocupaciones consideradas despreciables. Los publicanos estaban en la cuarta lista: la de los más despreciados.

La razón: los publicanos se enriquecían de modo injusto. Pero, además, si en un momento un publicano hubiera querido realmente cambiar de vida, pedir perdón, hacer penitencia, no podía hacerla, porque debía dar una reparación a todos aquellos a quienes había dañado o engañado…
y ni siquiera sabía quiénes eran.

Pero en la sociedad judía, el castigo para los publicanos no era solo ser despreciados y detestados. Perdían toda consideración y derecho dentro del ámbito judío. Si un fariseo se hacía recaudador de impuestos, era inmediatamente expulsado del movimiento. Un publicano no podía ser juez dentro de la sociedad judía; ni siquiera podía ser testigo y en eso era equiparado al esclavo. Pensemos también qué sucedería con su familia, su esposa, sus hijos, en la vida social o, si era aún soltero ¿qué padre piadoso aceptaría como marido para su hija a semejante individuo, por más rico que fuera? Por eso la conducta de Jesús que recibía a los publicanos y pecadores y comía con ellos era escandalosa, especialmente para los fariseos.

El domingo pasado escuchamos la historia del fariseo y el publicano; este domingo nos encontramos con un jefe de publicanos.
Jesús entró en Jericó y atravesaba la ciudad.
Allí vivía un hombre muy rico llamado Zaqueo, que era jefe de los publicanos.
Jericó era una ciudad importante, en el camino a Jerusalén. Por eso no es raro que hubiera allí un jefe de publicanos. El hombre se llama Zaqueo, con “zeta”. Es una abreviatura de Zacarías, que significa “el justo” (1). Sin embargo, Zaqueo se dedicaba al “saqueo”, con “ese”: a quedarse con lo que no es suyo, a enriquecerse a costa de los demás.
Era un hombre muy rico. Jesús advirtió muchas veces sobre el peligro del dinero convertido en un ídolo, cuando el hombre solo vive para acumular tesoros en la tierra y no es rico ante Dios.
¿Podrá el evangelio de Jesús tocar el corazón de este hombre?
Él quería ver quién era Jesús,
pero no podía a causa de la multitud,
porque era de baja estatura.
Entonces se adelantó y subió a un sicomoro para poder verlo,
porque iba a pasar por allí.
Zaqueo quería ver a Jesús… ¿por qué? ¿para qué? Las intenciones de su corazón se revelarán cuando se encuentren. Para ver a Jesús tiene que superar obstáculos. Por su baja estatura se sube a un árbol, algo que no parece muy digno de un personaje importante. Podemos imaginarnos los comentarios de la gente al descubrirlo entre las ramas… más de uno habrá deseado que la rama se rompa.
Al llegar a ese lugar, Jesús miró hacia arriba y le dijo:
«Zaqueo, baja pronto, porque hoy tengo que alojarme en tu casa».
Zaqueo ve a Jesús, tal como él deseaba; pero también Jesús lo ve a él.
Y ahí sucede lo inesperado: Jesús lo llama por su nombre
y anuncia que ese día va a quedarse en su casa.
Jesús le ha dicho “baja pronto”, y Zaqueo no se demora:
Zaqueo bajó rápidamente y lo recibió con alegría.
La gente reacciona ante este acontecimiento inaudito:
Al ver esto, todos murmuraban, diciendo:
«Se ha ido a alojar en casa de un pecador».
Para la gente ya es incomprensible (imaginemos cómo reaccionarían los fariseos); pero Zaqueo ha comprendido bien. Su búsqueda de Jesús ha adquirido sentido. Él ha encontrado a Jesús y Jesús lo ha encontrado. Ya en la casa, Zaqueo anuncia una decisión que ha tomado:
Zaqueo dijo resueltamente al Señor:
«Señor, voy a dar la mitad de mis bienes a los pobres,
y si he perjudicado a alguien, le daré cuatro veces más».
Sus palabras anuncian un profundo cambio de vida.
Al llamar a Jesús “Señor”, expresa su fe en Él.
Lleno de gratitud, se desborda en generosidad: va a dar la mitad de sus bienes a los pobres, mucho más que la quinta parte, que se consideraba un acto de caridad.
A quienes ha perjudicado, les dará cuatro veces más; reconoce su culpa y hará la reparación que la ley le indica.
Jesús le dijo: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa,
ya que también este hombre es un hijo de Abraham,
porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido»
Jesús es el buen pastor, que ha salido a buscar a la oveja perdida. Ahí está la explicación de su gesto escandaloso: alojarse en casa de un pecador.
Jesús describe a Zaqueo como “un hijo de Abraham”. Aunque por su sangre pertenece al Pueblo judío, al pueblo de la primera alianza, Zaqueo es un hijo de Abraham, sobre todo porque Abraham es el padre de los creyentes. Los cristianos seguimos hoy reconociendo a Abraham como nuestro padre en la fe.

Jesús dice “HOY ha llegado la salvación a esta casa”. Antes había dicho “HOY tengo que alojarme en tu casa”.
El tiempo de la salvación, el tiempo de Dios es siempre presente: es siempre HOY.
Recordemos a San Expedito, aquel soldado romano que se convirtió al cristianismo y deseaba hacer su camino para recibir el bautismo cuanto antes.
Se cuenta que el demonio, en forma de cuervo, le decía “CRAS, CRAS” que, aunque parece un graznido, significa en latín “mañana, mañana”. A eso, Expedito respondió, aplastando al cuervo con su pie: HOY.

Amigas y amigos: como dice el refrán, “no dejes para mañana lo que puedes hacer hoy”. No demoremos nuestra respuesta a la invitación de Jesús. Él nos busca HOY. Vayamos a su encuentro.
Gracias por su atención. Que el Señor los bendiga y hasta la próxima semana si Dios quiere.

(1) Ver 2 Macabeos 10,19.

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