A cierta altura de la vida: ¿qué es lo que nos hace levantar cada mañana y volver a encontrarnos con la vida de cada día, con nuestros compromisos y deberes? ¿Qué es lo que puede hacer que se disipe la niebla que produce en nuestro corazón todo aquello que no tenemos ganas de volver a encontrar o de volver a hacer? Más todavía ¿qué es lo que puede hacer que, aún en medio de la cerrazón, nuestro día sea luminoso?
Todos necesitamos algo que sea en nuestra vida una fuente de sentido, de energía, de profunda alegría… una fuerza suprema que nos impulse.
Todos creemos en algo. Aunque alguien se diga ateo, todo el mundo tiene un dios, en cuanto hay algo que ocupa en su vida el primer lugar: puede ser el amor, las personas queridas: pareja, hijos, familia; puede ser dinero, fama, poder; puede ser la carrera, los logros; puede ser un equipo de fútbol; puede ser la figura de un líder, un partido, una causa, una ideología, un ideal… de cualquiera de esas cosas esperamos que nos inspire y nos sostenga.
Si el primer lugar en tu vida lo ocupa un ser verdaderamente trascendente, alguien que está más allá de tus límites humanos, tendrás un Dios con mayúscula. Si, en cambio, es una cosa de tu mundo o de tu mente, será un dios con minúscula; pero, en cualquier caso, lo que pongas primero en tu vida será algo que para ti es divino. Divino, en el sentido fuerte de la palabra, no como cuando decimos ¡qué divino! como podríamos decir “que bonito”. Divino, porque es Dios o porque lo hemos puesto en el lugar de un dios.(1)
En nuestro Uruguay que, comparado con otros países de América Latina no se destaca por ser muy religioso, hay un 75% de personas que cree en Dios. Muchas de ellas se manifiestan creyentes, pero sin adherir a una religión determinada. Pero ¿qué es creer?
“Creer”. En hebreo, el idioma en que fue escrita la primera parte de la Biblia, el verbo que significa “creer” es “amán” (2).
Muchas veces la historia de una palabra nos ayuda a comprender su sentido. Amán significaba al principio “agarrar o sujetar a alguien, para que no se caiga”. Una forma de ese verbo se convierte en un sustantivo que significa “columnas” o “pilares”, o sea esas partes de una construcción que sostienen paredes y techo.
También de ese verbo deriva una palabra que significa “maestro”, entendiendo al educador como el “apoyo” del educando.
Vamos viendo porqué amán va a llegar al significado de “creer”: siempre aparece expresando esta idea de apoyo, de algo que no te deja caer.
Otra forma de amán significa “ser o estar firme”, “permanecer”. Cuando el sujeto de ese verbo es Dios, entonces significa “Dios permanece”, “Dios es fiel”, “Dios es digno de fe”.
Finalmente, amán llega a significar lo que traducimos como “creer”: confiar, tener fe; creer en una persona humana, pero, especialmente, creer en Dios. Aunque nuestra fe no sea muy firme, no tenemos que perder nunca la certeza de que Dios es fiel. Antes que nosotros creyésemos en Dios, Dios cree en nosotros: Dios es fiel.
Eso es lo que significa, en su sentido más profundo nuestra palabra “amén”. Digo nuestra palabra, porque está en la lengua castellana: pero viene de ese antiguo verbo hebreo “amán”, después de haber pasado, sin modificarse, por el griego y por el latín. Decir “amén”, que a veces traducimos como “así sea” es decir: en eso creo; creo en Dios, en Dios confío, me apoyo en Dios seguro y fiel. Amén.
¿Qué dice Jesús acerca de la fe?
Muy a menudo, Jesús pone en relación la fe de la persona con el milagro que él hace; pero no se trata de que la gente crea en Jesús porque hace milagros, sino que Jesús hace milagros porque la gente cree en Él.
“Viendo Jesús la fe de ellos” (Lucas 5,20) es el comienzo del relato de la curación de un paralítico. Jesús se admira de la fe del centurión: “ni en Israel he encontrado una fe tan grande” (Lucas 7,9). Frecuentemente dice: “tu fe te ha salvado” (Lucas 7,50; 8,48).
También se sorprende de la ausencia de fe: “no pudo hacer allí ningún milagro, a excepción de unos pocos enfermos a quienes curó imponiéndoles las manos. Y se maravillaba de su falta de fe” (Marcos 6,5-6).
Cuando Jesús manifiesta que “todo es posible para el que cree” (Marcos 9,23)
un padre grita desesperado diciendo: “¡Creo, pero ayuda a mi poca fe!” (Marcos 9,24).
Con respecto a los discípulos, es frecuente el reproche de Jesús por su falta de fe.
En el evangelio que escuchamos este domingo, los discípulos piden:
«Auméntanos la fe».La petición de los discípulos es muy breve y puede parecernos simple; pero esto no se dice porque sí. Los discípulos sienten que necesitan más fe porque encuentran difíciles de vivir las exigencias de Jesús. Pidiendo la fe, la reconocen como un don de Dios. La piden y se disponen a recibirla, pero es cuestión de Dios el darla.
La respuesta de Jesús al pedido de los discípulos parece dura, hasta irónica…
Si ustedes tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, y dijeran a esa morera que está ahí: "Arráncate de raíz y plántate en el mar", ella les obedecería.El grano de mostaza es la semilla más pequeña. Su tamaño contrasta con el de la morera, un gran árbol. La fe, aún pequeña, tiene un gran poder, dice Jesús. Pero se trata de la fe en Dios, no la fe en sí mismo o en los poderes de este mundo. La fe de los apóstoles crecerá después de la resurrección de Jesús y los llevará incluso a dar la vida por Él.
“Aumenta mi fe” es una petición que muchas veces hacemos, con ésas o parecidas palabras. Lo pedimos frente a lo desconcertante, frente a situaciones que se presentan como un túnel de sombras, que parece no llevarnos a ninguna parte más que a la oscuridad o el vacío.
Jesús, auméntanos la fe, para que, creyendo en ti,
nos dejemos cambiar por tu Palabra,
vivamos con tu estilo de vida y sigamos tus pasos.
Cristo Jesús, auméntanos la fe, para renovar cada día nuestro encuentro contigo c
omo Maestro y Señor que se ha hecho servidor de todos
y contigo nos hagamos servidores.
Señor Jesús, auméntanos la fe, para reconocer la presencia de tu Reino que crece
y colaborar contigo en hacer la vida más humana, como lo quiere el Padre.
Jesús, auméntanos la fe, para vivir con pasión por Dios
y actuar con compasión por el ser humano sufriente.
Cristo Jesús, auméntanos la fe, para reconocer tu cruz y seguirte,
tomando cada día la nuestra.
Señor Jesús, auméntanos la fe, para que experimentemos en nuestras comunidades
y en nuestras vidas la fuerza de tu resurrección
y llevemos a todos la alegría de una vida nueva.
Gracias, amigas y amigos, por su atención.
Que el Señor los bendiga y hasta la próxima semana si Dios quiere.
(1) Cfr. Albert Nolan, “¿Quién es este hombre?” Jesús, antes del cristianismo. Sal Terrae, Santander, 1981, p. 221.
(2) Cfr. Manuel Iglesias, Las Palabra y las palabras. Pequeño vocabulario hebreo para uso espiritual. B.A.C., Madrid, 2013, p. 25.
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