“Dar a cada uno lo que le corresponde”.Así definía la justicia el jurista romano Ulpiano, que vivió entre finales del siglo dos y comienzos del siglo tres de la era cristiana.
La palabra justicia nos evoca la figura del juez, que dicta sentencia haciendo respetar la ley. Ahí entra el “dar a cada uno lo que le corresponde”: la devolución de un bien a su dueño legítimo, el castigo a quien ha trasgredido la ley, la declaración de inocencia de quien había sido acusado injustamente… etc. Todavía, una elevada idea de justicia no olvida que toda persona tiene derecho a que se reconozca su dignidad, incluso aunque haya cometido actos brutalmente indignos. El respeto a esa dignidad humana es el fundamento del artículo 26 de nuestra constitución, que dice que “a nadie se aplicará la pena de muerte” y que las cárceles no deben servir para mortificar sino para reeducar. Hasta hace poco el Catecismo de la Iglesia Católica aceptaba en determinados casos la pena de muerte, aunque recomendaba no aplicarla nunca. Recientemente el Papa Francisco cambió la redacción de ese artículo, afirmando que
“la pena de muerte es inadmisible, porque atenta contra la inviolabilidad y la dignidad de la persona”.Medios de detención más eficaces garantizan la necesaria defensa de los ciudadanos sin quitarle al reo la posibilidad de redimirse definitivamente. Cabe también a quien ha delinquido tener esa última posibilidad.
Con respecto a Dios, también tendemos a pensar en Él como juez. Cuando alguien burla la justicia humana, esperamos que no escape de la justicia divina. Jesús anuncia el juicio de Dios; pero los criterios de ese Juez no son los mismos que los de la justicia humana. Más aún, la justicia de Dios es mucho más grande que el juicio. Vamos a asomarnos a ver de qué se trata.
Este domingo la Iglesia celebra el Bautismo de Jesús. El evangelio está tomado del capítulo 3 de san Mateo y, atención al detalle: recién aquí -capítulo 3- encontramos las primeras palabras que el evangelista pone en boca de Jesús.
«Ahora déjame hacer esto, porque conviene que así cumplamos toda justicia»¿Con quién está hablando Jesús? ¿De qué está hablando?
Jesús está dialogando con Juan el Bautista, precisamente a propósito del bautismo que Jesús quiere recibir.
Jesús fue desde Galilea hasta el Jordán y se presentó a Juan para ser bautizado por él.El bautista no comprendía ese pedido:
Juan se resistía, diciéndole: «Soy yo el que tiene necesidad de ser bautizado por ti, ¡y eres tú el que viene a mi encuentro!»Y ahí vienen las palabras de Jesús, que quiere cumplir “toda justicia” o “todo lo que es justo”, como dicen otras traducciones.
Llama la atención que Jesús hable de cumplir “lo que es justo” o de cumplir “toda justicia” en relación con su bautismo. Eso nos hace pensar que Jesús está hablando de justicia en otro sentido.
Así es… no es la justicia humana (que sigue siendo necesaria en nuestra vida). Es la justicia divina, la justicia de Dios, en su sentido más amplio.
Si esas son las primeras palabras de Jesús en el evangelio de Mateo, tenemos que ver en ellas un programa, el programa de Jesús: llevar a su cumplimiento toda justicia.
Veamos como Jesús sigue refiriéndose a esto en el Evangelio de Mateo… por ejemplo:
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos serán saciados. (Mateo 5,6)
Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. (Mateo 5,10)
Busquen primero el Reino de Dios y su justicia, y todas esas cosas se les darán por añadidura. (Mateo 6:33)
La finalidad de la justicia de Dios no es la condena sino la salvación del hombre. Quienes creemos en Dios estamos llamados a buscar “el Reino de Dios y su justicia” por encima de todo. Estamos llamados a vivir y a dar testimonio de su justicia.
En nuestra relación con Dios, la justicia va de la mano de la santidad.
En la relación con los demás, la justicia de Dios se vive en el amor al prójimo, con una especial atención a los débiles, indefensos y maltratados, aquellos que claman:
Hazme justicia, oh Dios, defiende mi causa contra gente sin piedad,
sálvame del hombre traidor y malvado. (Salmo 42,1)
La primera lectura, del profeta Isaías, nos presenta uno de los cánticos del servidor sufriente, misterioso personaje con quien Jesús se identificará después. A este servidor, Dios le dice:
Yo, el Señor, te llamé en la justiciaY agrega algunas de las obras en las que se manifestará la justicia de Dios por la acción de su servidor:
abrir los ojos de los ciegos,
hacer salir de la prisión a los cautivos.
Todo esto es el programa de Jesús, a partir de sus primeras palabras. Pero Jesús no dice “es necesario que yo cumpla lo que es justo” sino “es necesario que cumplamos lo que es justo”.
Sus palabras involucran al Bautista; Jesús necesita su colaboración. Pero también nos involucran a todos los que hemos sido bautizados.
Frente a eso, podemos sentirnos superados, desbordados. Ser hombres y mujeres justos, santos, viviendo en la justicia de Dios… ¿podemos llegar realmente a eso? pero Jesús tampoco dice “es necesario que ustedes cumplan lo que es justo”, sino que utiliza el nosotros: que cumplamos. Él también se involucra. Es en unidad con Él que podemos realizar su programa, para que se puedan aplicar a nosotros las palabras de Pedro en la segunda lectura:
“en cualquier nación, todo el que teme a Dios y practica la justicia es agradable a Él”
En la vida de Jesús, en su entrega cotidiana, en su cumplimiento de toda justicia, se refleja lo que queda establecido después de su bautismo:
Apenas fue bautizado, Jesús salió del agua. En ese momento se abrieron los cielos, y vio al Espíritu de Dios descender como una paloma y dirigirse hacia Él. Y se oyó una voz del cielo que decía: «Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección».
Amigas y amigos: esas palabras del Padre Dios son también para cada uno de nosotros: “tú eres mi hijo, tú eres mi hija”. Caminemos buscando vivir cada día más en la justicia de Dios.
Gracias por su atención. Que el Señor los bendiga y hasta la próxima semana si Dios quiere.
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