miércoles, 22 de enero de 2020

“Síganme, y Yo los haré pescadores de hombres”. (Mateo 4,12-23). III Domingo del Tiempo ordinario.






Hay personas que no saben delegar cosas. Puede ocurrir en una familia o en una empresa, en un club… o en un ministerio de gobierno. Esas personas se justifican diciendo “es que, si no lo hago yo, nadie lo hace” o “no lo hacen como tiene que ser” (o sea, como yo lo haría). Así es como se cargan de tareas, se sienten desbordadas y se quejan “nadie me ayuda”. Los demás, a su alrededor, se descansan, dejan hacer. Se les priva, pero ellos también se privan de la posibilidad de participar y aprender.

En este domingo, el evangelio de Mateo nos presenta el inicio de la misión de Jesús y el llamado a sus primeros discípulos.

Jesús había estado muy cerca de Jerusalén, la ciudad santa. Había sido bautizado por Juan en el río Jordán. Luego se había retirado al desierto. Al regresar, recibió noticias que lo decidieron a marcharse.
Cuando Jesús se enteró de que Juan Bautista había sido arrestado, se retiró a Galilea. Y, dejando Nazaret, se estableció en Cafarnaúm, a orillas del lago, en los confines de Zabulón y Neftalí.
El lago es el “Mar de Galilea” o “Mar de Tiberíades.
Cafarnaúm se traduce como “el pueblo de Nahum” y podría haber sido la patria chica del profeta de ese nombre. Al contrario de otros lugares bíblicos como Nazaret, Belén o Jerusalén, hoy no existe Cafarnaúm como ciudad. Sin embargo, en el siglo XIX los arqueólogos ubicaron el lugar y, sobre todo, las ruinas de una sinagoga que el evangelio menciona.
Zabulón y Neftalí eran dos de las doce tribus de Israel. Les había tocado un territorio bastante al norte, en contacto con otros pueblos y, por tanto, tentados de abandonar la fe de Israel. Fueron los primeros territorios que cayeron en manos de los Asirios, en tiempos del rey Tiglatpileser III. Todo eso hizo que se la considerara una región en la oscuridad, como “dejada de la mano de Dios”. Mateo recoge una consoladora profecía de Isaías y señala que la llegada de Jesús a Cafarnaúm es el momento de su cumplimiento:
«¡Tierra de Zabulón, tierra de Neftalí,
camino del mar, país de la Transjordania, Galilea de las naciones!
El pueblo que se hallaba en tinieblas vio una gran luz;
sobre los que vivían en las oscuras regiones de la muerte, se levantó una luz».
Desde allí comenzó Jesús a predicar:
«Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca».
Ya tenemos establecido el lugar de comienzo de la misión de Jesús. Una pequeña aldea de pescadores en una zona de poca y mala fama. Lo interesante es que, desde el comienzo de su misión, Jesús formó el grupo de discípulos. Los rabíes del tiempo de Jesús tenían discípulos, pero no salían a buscarlos. Muchos se presentaban solicitando ser discípulos y el maestro seleccionaba. Jesús, en cambio, salió a buscar a los suyos. Eligió y llamó a algunos para estar con él, escucharlo y verlo de cerca, para luego ser sus colaboradores en la misión.
Mientras caminaba a orillas del mar de Galilea, Jesús vio a dos hermanos: a Simón, llamado Pedro, y a su hermano Andrés, que echaban las redes al mar porque eran pescadores. Entonces les dijo: «Síganme, y yo los haré pescadores de hombres».
Inmediatamente, ellos dejaron las redes y lo siguieron.
Continuando su camino, vio a otros dos hermanos: a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca con Zebedeo, su padre, arreglando las redes; y Jesús los llamó. Inmediatamente, ellos dejaron la barca y a su padre, y lo siguieron.
El grupo llegaría a completarse en doce discípulos. Los primeros cuatro que Jesús llamó eran dos pares de hermanos, que se conocían bien entre sí. Los cuatro eran pescadores, oficio que exige estar dispuesto a colaborar y ayudarse mutuamente. Su trabajo tenía riesgos. El mar de Galilea no siempre era calmo. El evangelio nos cuenta episodios en que la barca donde iban Jesús y los doce fue zarandeada por la tormenta, generando el pánico de los discípulos. Son hombres sencillos, de trabajo, con una vida de cosas concretas y prácticas.
   
La palabra con que los llama Jesús es “síganme”. Seguir a Jesús es lo que define al discípulo. No es un “alumno”, que aprende en un aula, sentado y pasivo.
En la antigua Grecia, el filósofo Aristóteles tuvo un grupo de discípulos a los que les enseñaba mientras caminaban por los jardines de un templo. Un espacio agradable, un recorrido limitado. Un caminar seguramente pausado, para no perder las palabras del maestro. Los discípulos de Aristóteles fueron llamados “peripatéticos”, algo así como “paseanderos”. Seguir a Jesús, en cambio, no era un paseo. Los discípulos lo seguían por el camino, de pueblo en pueblo, donde Jesús iba desarrollando su misión. Observaban lo que Jesús hacía. Escuchaban sus palabras. Si hoy podemos leer las enseñanzas de Jesús es porque los discípulos las memorizaron y meditaron. ¿Cuántas veces habrán escuchado las bienaventuranzas, o la parábola del sembrador? Muchas de las frases de Jesús, dichas en su lengua, sonaban como nuestros viejos refranes, con cierto ritmo; a veces con rima, lo que facilitaba su memorización.
Entre pueblo y pueblo, el camino. Los discípulos hablaban entre ellos. Jesús escuchaba. A veces le hacían preguntas y él aclaraba el sentido de lo había enseñado. A veces, él corregía a los discípulos cuando percibía que ellos se estaban desviando del camino, malentendiendo y deformando la misión de Jesús.

Jesús no sólo les digo “síganme”. Les dijo que haría de ellos “pescadores de hombres”. La expresión es muy conocida, pero ¿qué quiere decir? No se trata de “pescar incautos”, sino de rescatar a los hombres (y a las mujeres) del mar de la confusión, del pecado, de la lejanía de Dios. Sacarlos del agua no para que mueran, sino para que vivan, para que encuentren en Jesús vida plena.

Llegará el día en que los discípulos comiencen a colaborar con Jesús. Saldrán en misión, de dos en dos, con instrucciones muy precisas. Al final del evangelio de Mateo, Jesús, muerto y resucitado, a punto de volver al Padre, les deja la gran misión:
Vayan, pues, y hagan discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo les he mandado. Y he aquí que yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo (Mateo 28,19-20)
Amigas y amigos: Jesús ha salido a buscarnos y nos invita a seguirlo en pensamiento, palabra y obra. Necesitamos pasar tiempo con Él, poniendo no solo la cabeza, sino, sobre todo el corazón, para hacernos uno con Él y en Él.

Gracias por su atención. Que el Señor los bendiga y hasta la próxima semana si Dios quiere.

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