lunes, 13 de enero de 2020

"Este es el que ama a sus hermanos; el que ora mucho por su pueblo". Primer aniversario del fallecimiento de Mons. Roberto Cáceres.


Homilía de Mons. Heriberto Bodeant en el primer aniversario del fallecimiento de Mons. Roberto Cáceres, Obispo emérito de Melo. Catedral de Melo, 13 de enero, a las 20 horas.
“El trece de este mes partiré”.
Me sorprendió la frase. La encontré buscando algunas palabras de Mons. Roberto en el libro que le dedicó nuestra también querida y recordada Nelly Nauar: “Sembró ayer… y seguimos cosechando”.
Pero no se trataba del trece de enero, ni del año 2019. Era setiembre y corría el año 1989. Mons. Roberto se despedía de la Diócesis porque viajaba a Roma, a la visita Ad Limina Apostolorum, el encuentro de los Obispos con el Santo Padre. El Papa era en ese momento san Juan Pablo II, y Mons. Roberto le contaba a los fieles de la diócesis todo lo que pensaba llevarle:
“el cariñoso y filial saludo de todos ustedes, la inquebrantable adhesión a sus enseñanzas y la simpatía que suscita su misión de Mensajero de la Paz. Le diré cuánto rezamos por él (y) le haré presente la inmensa gratitud de todo el pueblo de Cerro Largo y Treinta y Tres por su visita del año pasado (…) Le diré que, poco a poco, con paciencia y humildad, nuestro pueblo quiere vivir la fe en un Dios Padre de todos y que a todos nos quiere ver hermanos. Que anhelamos vivir la fe en su enviado Jesucristo y en el Espíritu con cuyo vigor e inspiración iremos construyendo su Reino de Paz, de Justicia y Amor, en los departamentos hermanos de Cerro Largo y Treinta y Tres, incentivando la Nueva Evangelización (…) guiados de la mano por “la Madre de todos” la Virgen del Pilar”.
Elegí este párrafo porque allí Mons. Roberto muestra lo que llevaba en su corazón, todo aquello por lo que sentía un enorme afecto: el pueblo de Cerro Largo y Treinta Tres; el caminar de la Iglesia en su misión y la respuesta de los que se abren a la fe; el Papa, la Virgen, las tres Personas divinas… Ese era su equipaje, un equipaje que no se pierde en los despachos de valijas, porque lo llevaba y lo sigue llevando en el alma. Es el equipaje que se llevó consigo, sin quitarnos nada, sino dándonos todo; porque se trata de los bienes que se acrecientan, que se multiplican cuando se comparten.

El evangelio que escuchamos hoy, con la llamada de Jesús a los cuatro primeros discípulos, nos pone en un marco vocacional. ¿Cómo entendió y vivió Mons. Roberto su vocación sacerdotal? El 15 de julio de 1995 celebró sus bodas de oro sacerdotales. En las palabras con las que él invitó a toda nuestra diócesis a acompañarlo, trasluce sus sentimientos. Decía así:

“En la oración del atardecer, llamada ‘vísperas’ se ora una y otra vez: ‘este es el que ama a sus hermanos; el que ora mucho por su pueblo’. (…) Esta misión la cumple también [el sacerdote o el obispo] cuando, en nombre de Cristo, preside y administra los sacramentos: Bautismo, Confirmación, Eucaristía, Penitencia. Cuando el sacerdote bautiza, es Cristo quien bautiza; cuando preside la Eucaristía, cuando perdona, es Cristo quien lo hace, no el sacerdote. Cumple así el cometido de Jesús, distribuye el Pan de la Palabra de Dios. No son sus opiniones o conclusiones las que comunica cuando enseña desde el ambón o la cátedra, o en la catequesis. [Es lo que Cristo dejó como misión a sus discípulos:] ‘Vayan por todo el mundo y anuncien lo que yo les he enseñado’.
Por último, ocupa, no por arrogancia o por ‘sórdido’ interés, el lugar de Jesús, como servidor y pastor del rebaño, de la comunidad, parroquias o diócesis. Identificado con el Único Buen Pastor de nuestras almas que es Jesús.”

Y concluía Mons. Roberto:
“Estos son algunos rasgos y funciones sacerdotales que Dios, de quien nos viene todo bien, se ha dignado confiarme durante 50 años”.
Y fueron todavía más de 23 años. El año pasado hubiera alcanzado los 74 años en el ministerio sacerdotal, si el Pastor Eterno no lo hubiera llamado a seguir ejerciendo su sacerdocio, pero ahora unido a la liturgia del cielo.

La primera lectura nos habla de Ana, una mujer que no podía tener hijos y que rogó intensamente a Dios poder quedar embarazada. Cuando por fin sucedió y nació el pequeño Samuel, ella lo puso al servicio de Dios en el templo. ¡Cómo no recordar también aquí a Doña Teresa, que supo estar al lado de su hijo, animándolo siempre en su vocación!

No dudemos que Mons. Roberto sigue siendo “el que ama a sus hermanos; el que ora mucho por su pueblo”. Sigue acompañándonos. Sigamos recordándolo con gratitud y dejando que la luz de su mirada siga iluminando nuestra esperanza.

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