“Yo no lo conocía…” ¿hasta dónde conocemos realmente a alguien? Aún entre personas que han sido muy cercanas, que han convivido mucho tiempo, hay espacio para las sorpresas. Hay aspectos de la personalidad que son desconocidos hasta para uno mismo, aspectos que se manifiestan cuando se dan situaciones nuevas, sobre todo situaciones que exigen una acción, una respuesta. Es grato poder decir que esa persona que creíamos conocer mostró unas cualidades que no le conocíamos. Como suele decirse, “supo estar a la altura de las circunstancias”: se hizo cargo, actuó, de la mejor manera posible, a pesar de que nadie hubiera esperado que lo hiciera.
“Yo no lo conocía…”Eso dice Juan el Bautista a propósito de Jesús.
El evangelio de Lucas nos narra el tierno episodio de la visitación, donde María, que ya está esperando a Jesús, visita a su pariente Isabel, que lleva ya seis meses de embarazo, esperando al futuro bautista.
“Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi vientre”, dice Isabel.El pequeño Juan, formándose en el útero de su madre, se mueve al percibir la presencia del que se está formando en el seno de María. Muchos artistas representaron a los dos niños, ya nacidos, jugando juntos.
Muchas familias tienen esas historias de primos que comparten muchas cosas siendo niños, pero después se separan, para reencontrarse ya adultos. Se conocen… pero no se conocen. El reencuentro es un redescubrimiento.
Dos veces dice Juan el Bautista “yo no lo conocía”, refiriéndose a Jesús ya adulto, que acaba de ser bautizado por él.
Juan dio este testimonio: «He visto al Espíritu descender del cielo en forma de paloma y permanecer sobre Él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: "Aquel sobre el que veas descender el Espíritu y permanecer sobre Él, ese es el que bautiza en el Espíritu Santo". Yo lo he visto y doy testimonio de que Él es el Hijo de Dios».Juan da testimonio. No es una opinión, no es algo que se imagina: es algo que le ha sido revelado, para que él lo manifieste. Ese testimonio concluye diciendo que Jesús “es el Hijo de Dios” y asegura que Jesús “bautiza en el Espíritu Santo”. Juan muestra así la diferencia entre su bautismo y el de Jesús:
Yo no lo conocía, pero he venido a bautizar con agua para que Él fuera manifestado a Israel.El bautismo que da Juan es una preparación. El bautismo que dará Jesús es el que ofrecerá vida plena a la humanidad, una vez que Jesús haya resucitado.
Pero no hay resurrección sin sacrificio. Juan comienza su testimonio señalando a Jesús y diciendo:
Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.Esas palabras de Juan el Bautista son repetidas en cada Misa por el sacerdote, al presentar a la asamblea la Hostia consagrada, el Cuerpo de Cristo.
A veces, cuando celebro la Misa para gente que no participa habitualmente, yo me pregunto de qué forma entenderán esas palabras.
Juan el Bautista las pronuncia para mostrar a Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, allí presente. Para sus oyentes “Cordero de Dios” es una expresión que tiene un profundo significado. Recuerda de inmediato al cordero que habían comido los israelitas en la noche de la primera Pascua, la noche de su liberación de la esclavitud en Egipto.
Esa noche, cada familia sacrificó un cordero. Recogió su sangre y marcó con ella la puerta de su casa. Comieron luego el cordero asado, consumiéndolo totalmente. Esa cena se siguió haciendo en cada Pascua, para conmemorar la intervención liberadora de Dios.
Igual que el cordero pascual, Jesús sería inmolado.
Antes de eso, en la última cena, ofrecería a sus discípulos, bajo la forma de pan y de vino, su cuerpo y su sangre, separados, para que fueran consumidos.
Cuando en la Misa el sacerdote dice “Este es el cordero de Dios” está manifestando el significado escondido en la primera pascua, la pascua de Israel, revelado plenamente en la Pascua de Jesús, cordero de Dios.
El cordero de Dios hace también referencia al misterioso personaje anunciado por el profeta Isaías, del que habla la primera lectura, al que Dios se dirige diciéndole:
“Tú eres mi servidor”Y el profeta agregará más adelante:
Fue oprimido, y él se humilló y no abrió la boca. Como un cordero al degüello era llevado, y como oveja que está muda ante los que la trasquilan, tampoco él abrió la boca. (Isaías 53,7)El cordero de Dios, el servidor de Dios, Jesús en la cruz… todo habla de sacrificio. Se trata de un sacrificio cruento, sacrificio de una vida.
Un sacrificio es la renuncia a un bien para alcanzar un bien mayor. En el sacrificio de Jesús, la renuncia es a la propia vida, el bien más grande que tiene un ser humano. ¿Cuál es el bien que quiere alcanzar Jesús, entregando su vida?
Esto es lo que dice Dios a su servidor, al final de la lectura de Isaías:
Yo te destino a ser la luz de las naciones,“Este es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. Jesús se sacrifica para redimir, rescatar, liberar a la humanidad de la esclavitud del pecado y conducirla a la vida plena en Dios: para eso “bautiza en el Espíritu Santo”. Jesús es el Servidor de Dios que viene a traer a los hombres la salvación.
para que llegue mi salvación hasta los confines de la tierra.
Juan el Bautista presentó a Jesús a los demás. Se le llama “el precursor”. Para poder presentarlo, tuvo que profundizar su conocimiento de él, adentrarse en su misterio… Lo mismo tuvo que hacer san Pablo, que saluda a los Corintios -segunda lectura- hablándoles de “Jesucristo, nuestro Señor”.
Como Juan, como Pablo, en la medida en que hemos encontrado a Jesús y lo hemos ido conociendo, somos también precursores, que pueden presentar a Jesús a los demás.
Amigas y amigos, acerquémonos un poco más al misterio de Jesús. Animémonos a abrir el Evangelio, a acercarnos a la Misa, a buscarlo en nuestra oración… dejemos que Él sea luz en nuestra vida y ayudemos a otros a encontrarlo y conocerlo.
Gracias por su atención. Que el Señor los bendiga y hasta la próxima semana si Dios quiere.
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