miércoles, 1 de marzo de 2023

“Este es mi Hijo muy querido... Escúchenlo” (Mateo 17,1-9). II Domingo de Cuaresma.

Amigas y amigos:

Desde hace cinco domingos hemos ido caminando con Jesús que nos ha llevado por diferentes cerros: durante cuatro domingos, el cerro de las bienaventuranzas; el domingo pasado, el cerro de las tentaciones. Muchas veces, cuando Jesús quiere comunicar o realizar algo importante, lo hace en un monte. La altura, en muchas religiones, es un lugar privilegiado para el encuentro con Dios. Hoy, Jesús nos hace, nuevamente, la invitación a subir con Él:
Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte a un monte elevado. (Mateo 17,1-9)
Buscando un paisaje nuestro que nos acompañe en esta reflexión, estuvimos en el salto del Penitente, en Lavalleja. Con la sequía, la pequeña caída de agua no está visible; en cambio, sí vemos las rocas que semejan dos manos unidas en oración, por las que se dio nombre a este lugar. Oración y penitencia son buenas compañeras para este tiempo de Cuaresma.

Y bien: ¿Para que llevó Jesús a sus discípulos a aquel cerro?
Allí se transfiguró en presencia de ellos: su rostro resplandecía como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz. De pronto se les aparecieron Moisés y Elías, hablando con Jesús. (Mateo 17,1-9)
¿Qué significa este acontecimiento? Para entenderlo mejor encontramos ayuda en el contexto del evangelio. En el pasaje anterior al que estamos leyendo, Jesús había anunciado a sus discípulos 
... que debía ir a Jerusalén, y sufrir mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar al tercer día. (Mateo 16,21)
Este anuncio de Jesús presenta lo que está en el centro mismo de la fe cristiana: la Pascua de Cristo, su muerte y resurrección. La muerte de Jesús en la cruz, muerte acompañada de indecibles sufrimientos, sigue siendo un punto difícil de asumir si no comprendemos el sentido que el mismo Jesús le dio: una entrega de amor, una ofrenda total de su vida por toda la humanidad. Es precisamente en la cruz donde el amor vence a la muerte y abre camino a la resurrección.

El anuncio de Jesús encontró resistencia en sus discípulos. Pedro se le puso delante y comenzó a increparlo, diciéndole que no debía suceder nada de eso. Jesús, que ya se había enfrentado al tentador, como vimos el domingo pasado, vio en las palabras de Pedro una nueva emboscada de Satanás y colocó a Pedro en su lugar: “ponte detrás de mí”. Porque el discípulo sigue al maestro, y no al revés.

Después de este episodio llegamos a la transfiguración. 
Otra pista para interpretar este acontecimiento nos la da la liturgia. El prefacio de la Misa dice:
Él mismo, después de anunciar su muerte a los discípulos
les reveló el esplendor de su gloria en la montaña santa,
para que constara, con el testimonio de la Ley y los Profetas,
que, por la pasión, debía llegar a la gloria de la resurrección.
(Prefacio del II domingo de Cuaresma)
¿Por qué los discípulos se resisten a aceptar el anuncio de la pasión?
Su expectativa respecto a Jesús no era diferente de la de muchos otros en Israel. Se esperaba un Mesías glorioso, que sometería a sus enemigos, triunfaría sobre los poderes de este mundo y establecería, con toda su fuerza, el Reino de Dios en la tierra.

En cambio, los discípulos escuchan, sí, un anuncio de gloria, pero no exactamente lo que ellos esperan. Más aún: para llegar a esa gloria, la gloria de la resurrección, el Mesías debía pasar por la pasión y la cruz. Pero Jesús también les había dicho: 
“El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga” (Mateo 16,24)
Los discípulos que han acompañado a Jesús al monte de la transfiguración empiezan a comprender que el destino de cada uno de ellos no sería diferente al del maestro. 

Pero, entonces, ¿cómo creer que Jesús es el Mesías, un Mesías que camina hacia el sufrimiento y la muerte y que conduce a sus discípulos al mismo destino? ¿quién es Jesús, realmente? ¿Es el salvador esperado o es un hombre dominado por la locura, que en su alienación arrastra a otros a un desgraciado final?

Jesús había preguntado qué decía la gente sobre él: ¿quién dice la gente que soy yo? Luego, hizo la misma pregunta a sus discípulos: Y ustedes ¿quién dicen que soy yo? Ahora, la respuesta completa va a venir desde lo alto:
... una nube luminosa los cubrió con su sombra y se oyó una voz que decía desde la nube: 
«Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección: escúchenlo» 
(Mateo 17,1-9)
Esta voz del cielo ya se había oído en el bautismo de Jesús. Ahora se agrega una palabra muy importante: “¡escúchenlo!”. 

Pero, cuidado: cuando se trata de la voz de Dios, escuchar no significa solamente recibir el mensaje sino “obedecer”, “poner en práctica”. Escuchar a Jesús y poner en práctica sus enseñanzas.
Antes de que se oyera la voz del Cielo, la voz del Padre, Pedro había propuesto hacer tres carpas: una para Jesús, otra para Moisés y otra para Elías. Sin darse cuenta, al proponer eso, Pedro está poniendo en el mismo plano a Jesús, Moisés y Elías. Pero Jesús no es un profeta más, no es otro como Moisés; no es otro como Elías y los demás profetas, como pensaba la gente. 
Jesús es el Hijo de Dios, el Hijo predilecto. El Padre habla desde el cielo para dejar eso en claro. Más aún: al oír esa voz
... los discípulos cayeron con el rostro en tierra, llenos de temor. Jesús se acercó a ellos y, tocándolos, les dijo: «Levántense, no tengan miedo.»
Cuando alzaron los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús solo. (Mateo 17,1-9)
Moisés y Elías han desaparecido: ya han cumplido su misión: han presentado al Mesías. 
Moisés, en su momento, recibió y entregó al Pueblo la Ley de Dios; Jesús es quien va a llevar la Ley a su plenitud. 

Elías, como lo hicieron los demás profetas, presentó la Palabra de Dios. Jesús no es un profeta más: él mismo es la Palabra de Dios hecha hombre, el Verbo hecho carne. Es a Él solo a quien los discípulos de ayer y de hoy tenemos que escuchar y obedecer; no en una forma individual y aislada, sino en Iglesia, comunidad de los discípulos de Jesús.

Encuentro del Cono Sur en el camino sinodal

18 uruguayos: fieles laicos, personas consagradas, un diácono, presbíteros y obispos estaremos reunidos en la capital de Brasil a partir de mañana, lunes 6, durante toda la semana, para continuar el trabajo del Sínodo 2023-2024 convocado por el Papa Francisco. Esta instancia reúne a 200 delegados de los países del Cono Sur: Argentina, Brasil, Chile, Paraguay y Uruguay.
Sínodo significa “caminar juntos”, tomando conciencia de que todos los miembros del Pueblo de Dios tenemos nuestro lugar en la misión de la Iglesia: “anunciar a Cristo muerto y resucitado para la salvación del mundo”, mostrar el rostro de Dios que da “su propia vida para que nosotros la tengamos en abundancia”.
A todos los fieles de nuestra diócesis pido sus oraciones para que los participantes escuchemos la voz del Espíritu Santo en nuestros corazones y podamos hacer un aporte que enriquezca y fortalezca el camino de la Iglesia en nuestros países.

Gracias, amigas y amigos por su atención. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

No hay comentarios: