En octubre se cumplen 50 años de la muerte del filósofo francés Gabriel Marcel, un hombre que buscó vivir su fe cristiana en armonía con la razón. Lo he recordado a propósito de la que tal vez es su frase más citada; y miren qué bonita es: “amar a alguien es decirle: tú no morirás jamás”. Con esa frase tan llena de esperanza y con este fondo que nos recuerda la realidad de la muerte, nos vamos a acercar al evangelio de hoy, que nos cuenta la resurrección o, más bien, la reanimación de Lázaro.
Lázaro y sus hermanas Marta y María eran amigos de Jesús. Su casa, en Betania, era un lugar donde Jesús y sus discípulos recalaban de tanto en tanto. Cuando Lázaro se enfermó, las dos hermanas le mandaron a avisar a Jesús:
«Señor, el que tú amas, está enfermo» (Juan 11,1-45)
A continuación, el evangelista agrega:
Jesús quería mucho a Marta, a su hermana y a Lázaro. Sin embargo, cuando oyó que éste se encontraba enfermo, se quedó dos días más en el lugar donde estaba. (Juan 11,1-45)
Se subraya el amor de Jesús por los tres hermanos y, al mismo tiempo, cierta extrañeza de que no acudiera enseguida; pero pasados los dos días, Jesús dijo a sus discípulos “volvamos a Judea”.
Lázaro había muerto. Jesús lo sabía. Betania no estaba cerca y demoraron otros dos días, de modo que llegaron al cuarto día de la muerte de Lázaro. Ese detalle es importante, porque, en tiempos de Jesús, se creía que la persona no estaba realmente muerta durante los tres primeros días; pero, al cuarto, la vida abandonaba al muerto en forma definitiva.
Marta y María estaban en duelo, acompañadas por mucha gente. Después de un diálogo con Marta, sobre el que volveremos, Jesús hizo llamar a María, que había quedado en la casa. María llegó a donde estaba Jesús y, al verlo, se postró a sus pies y le dijo:
«Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto» (Juan 11,1-45)
Jesús, conmovido y turbado, pidió que le mostraran la tumba.
Y Jesús lloró.
Los judíos dijeron: «¡Cómo lo amaba!»
Pero algunos decían: «Este que abrió los ojos del ciego de nacimiento, ¿no podría impedir que Lázaro muriera?» (Juan 11,1-45)
Sí. La actitud de Jesús suscita preguntas. Impresiona su llanto, que hace exclamar a algunos “miren como lo amaba”. Pero, siendo así, ¿por qué Jesús demoró en ir cuando le avisaron que Lázaro estaba enfermo? Las dos hermanas le dijeron que si Él hubiera estado ahí, Lázaro no habría muerto.
El llanto de Jesús es la muestra de su amor por el amigo que ha perecido. A veces se ve el llanto por un difunto como una falta de fe, razonando que, si creemos en Dios, creemos que el hermano que ha dejado este mundo ha entrado en la vida eterna; que Dios, en su misericordia, lo ha recibido y, entonces, no deberíamos llorar.
Sin embargo, la fe no nos hace insensibles ante una separación que no deja de ser dolorosa. En Galicia, cuando partían los emigrantes, como tantos que llegaron a Uruguay, las campanas de la Iglesia tocaban a duelo, igual que cuando moría alguien. No se puede no derramar lágrimas cuando una persona querida nos deja de una forma o de otra. Y cuando la persona querida muere, aunque creamos que vive y está junto a Dios y que un día volveremos a reunirnos, no podemos evitar la tristeza causada por la separación.
Pero Jesús no ha venido únicamente para llorar ante la tumba de Lázaro y consolar a sus hermanas. Y aquí volvemos a la frase del filósofo francés. Si amar a alguien es decirle “tú no morirás jamás”, sabemos que, por más que amemos a una persona, no está en nosotros retenerla en esta vida cuando ha llegado su hora; ni, mucho menos, darle una vida para siempre.
Jesús ha ido a casa de sus amigos para anunciar lo que Él trae a la humanidad. El diálogo de Jesús y Marta está en el centro de este pasaje del Evangelio:
Marta dio a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero yo sé que aun ahora, Dios te concederá todo lo que le pidas.»
Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará.»
Marta le respondió: «Sé que resucitará en la resurrección del último día.»
Jesús le dijo: «Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?»
Ella le respondió: «Sí, Señor, creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que debía venir al mundo.» (Juan 11,1-45)
Quien cree en Jesús, no muere: se transforma. La muerte es el paso a una existencia nueva: la vida eterna. La vida en Dios. No tenemos palabras para describirla; apenas podemos avizorarla a través de lo que Jesús mostró de su propia vida entre nosotros. Pero, como dice san Pablo:
… nadie vio ni oyó y ni siquiera pudo pensar, aquello que Dios preparó para los que lo aman. (1 Corintios 2,9)
Quien cree en Jesús. Esa es la cuestión. Jesús le dice a Marta “Yo soy la resurrección y la vida…” y luego le pregunta “¿Crees esto?”. La pregunta está dirigida también a nosotros. Si respondemos “sí, creo”, estamos reconociendo a Jesús como aquel que nos ofrece mucho más que prolongar nuestra vida en la tierra; nos promete la vida eterna, entrar en la vida de Dios. Decir “Sí, creo” es aceptar el amor que Jesús nos ofrece. Es asumir que solo Él es quien, amándonos, puede decir y hacer verdad las palabras de Gabriel Marcel: “tú no morirás jamás”.
La última indicación de Jesús es:
«Desátenlo para que pueda caminar» (Juan 11,1-45)
Lázaro estaba aún envuelto en los vendajes con que se preparaba el cuerpo para la sepultura.
Desatarlo y dejarlo caminar es a veces una manera de desatarnos nosotros mismos de una manera de recordar a nuestros difuntos que termina por hacernos daño. Pasado el tiempo de duelo, es necesario que prevalezca la fe que nos anima a creer lo que el libro del Apocalipsis dice con sugestivas expresiones:
(Dios) secará todas sus lágrimas, y no habrá más muerte, ni pena, ni queja, ni dolor, porque todo lo de antes pasó. (Apocalipsis 21,4)
Amigas y amigos: ya estamos a las puertas de la Semana Santa. El 2 de abril es domingo de Ramos. Acerquémonos a nuestras parroquias en estos días de Gracia. Contemplemos nuevamente la Pasión del Señor, participemos de su última cena con los discípulos, veneremos la Cruz en la que dio su vida por nosotros, para dejarnos inundar por la alegría de la Pascua.
Ultreya diocesana abierta
En esta semana
El viernes 31, Mons. Hermes Garín, obispo auxiliar emérito de Canelones, cumple 50 años de su ordenación sacerdotal. Los celebrará con mucha sencillez en la parroquia de San Jacinto, en la Eucaristía de las 19 horas.
Gracias amigas y amigos por su atención. Que tengan una buena semana y los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
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