Una cosa muy útil que me enseñaron la primera vez que fui a Brasil es que los brasileños, cuando dicen “a gente”, no quieren decir lo mismo que nosotros cuando decimos “la gente”. Por ejemplo: cuando una persona dice “a gente esta sofrendo”, no quiere decir “la gente está sufriendo”, sino “yo estoy sufriendo” o “nosotros estamos sufriendo”. Un sacerdote me dijo: “si estás confesando y un hombre te dice “Padre, a gente pecou” no está hablando de los demás: te está diciendo “yo pequé”.
El título que le pusimos a nuestra reflexión de hoy es una pregunta que Jesús le hace a un hombre, ciego de nacimiento, al que Jesús le ha devuelto la vista: “¿Crees en el Hijo del hombre?”.
En la manera común de hablar en tiempos de Jesús, la expresión “hijo del hombre” era una manera de referirse a sí mismo, como cuando el brasileño dice “a gente” o cuando alguien nosotros dice “uno”, hablando de sí mismo. Y así podría entenderse lo que dice Jesús: “¿crees en mí?”
Pero “Hijo del hombre” tiene también otro significado: se refiere a una profecía que encontramos en el libro de Daniel, Antiguo Testamento, donde se anuncia lo siguiente:
Vi que venía sobre las nubes del cielo como un Hijo de hombre (…) Y le fue dado el dominio, la gloria y el reino (…) Su dominio es un dominio eterno que no pasará, y su reino no será destruido.
(Daniel 7,13-14)
Aquí el Hijo del hombre aparece como el salvador que viene a establecer el reinado de Dios para siempre. Estas palabras del libro de Daniel son interpretadas por los cristianos como el anuncio de la segunda venida de Cristo, tal como lo expresamos en el Credo:
y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos
y su reino no tendrá fin. (Credo Niceno-Constantinopolitano)
Entonces, cuando Jesús le pregunta al hombre que ha recuperado la vista si cree en el Hijo del hombre, le está preguntando si cree en el que le está hablando: si cree en Jesús como ese Salvador anunciado desde tiempos antiguos. Pero el hombre, que ahora ve, le hace una pregunta:
«¿Quién es, Señor, para que crea en él?» (Juan 9,1-41)
Es que Jesús no hizo este milagro de forma inmediata. Nos cuenta el evangelio que Jesús hizo barro con su saliva, lo untó en los ojos del ciego y lo envió a lavarse a la piscina de Siloé. El ciego fue, se lavó y recuperó la vista; pero Jesús no estaba allí. El hombre no lo había visto. Por eso, cabe su pregunta: “¿quién es?”… “¿quién es… para que crea en él?”. Jesús le responde:
«Tú lo has visto: es el que te está hablando.»
Entonces él exclamó: «Creo, Señor», y se postró ante él. (Juan 9,1-41)
El que había sido ciego ahora puede ver. Puede ver y ve. Y ve en más de un sentido. Puede ver lo que tiene delante, lo exterior; pero su mirada tiene también otra profundidad, porque ve con los ojos de la fe. No solo ve delante de él al hombre Jesús, sino que ve delante de él al salvador.
Jesús es quien lo ha liberado de la ceguera material, que mantenía a ese hombre en una situación miserable, pidiendo limosna, visto como alguien que Dios ha maldecido, sea por el pecado de sus padres o por su propio pecado. Más aún, Jesús ha dado a este hombre esa mirada interior que lo hace participar de la mirada de Dios, tal como se describe en la primera lectura:
Dios no mira como mira el hombre; porque el hombre ve las apariencias, pero Dios ve el corazón. (1 Samuel 16,1b.4a.6-7.10-13a)
Yendo más lejos todavía, Jesús deja entender que él es el salvador que vendrá al final de los tiempos, a juzgar a vivos y muertos; pero también dice que ese juicio ya ha comenzado.
«He venido a este mundo para un juicio:
Para que vean los que no ven y queden ciegos los que ven» (Juan 9,1-41)
La historia del ciego de nacimiento abarca todo el capítulo 9 del evangelio según san Juan. No nos hemos detenido en los detalles, que son muchos. A partir del momento en que recuperó la vista, el hombre pasará por varios interrogatorios de parte de las autoridades religiosas, que no creían en lo que había sucedido. Cuando Jesús habla del juicio, los fariseos están presentes y le preguntan:
«¿Acaso también nosotros somos ciegos?» (Juan 9,1-41)
Jesús les responde:
«Si ustedes fueran ciegos, no tendrían pecado,
pero como dicen: "Vemos", su pecado permanece.» (Juan 9,1-41)
Como dice el refrán popular: “no hay peor ciego que el que no quiere ver”.
Ya es bueno que nos preguntemos si realmente queremos ver, si queremos ver las cosas con profundidad y no quedarnos con nuestros prejuicios o nuestras miradas superficiales. Eso ya puede ayudarnos bastante en esta vida.
Pero Jesús quiere mostrarnos mucho más. Quiere hacernos descubrir la verdad sobre él como salvador. Como el ciego que ha recobrado la vista, podemos preguntarle “¿quién eres, para que crea en ti?” y él nos responde:
«Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la Vida». (Juan 8,12)
Recemos juntos esta oración:
Padre, que iluminas a toda persona que viene a este mundo,
te pedimos que alumbres nuestros corazones
con el esplendor de tu gracia,
para que nuestros pensamientos sean dignos de ti
y aprendamos a amarte de todo corazón.
Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
En esta semana
- Este domingo de Cuaresma es conocido como “domingo laetáre”, domingo que nos invita a la alegría. En esta semana tenemos también dos grandes solemnidades que interrumpen con alegría y fiesta la sobriedad de este tiempo de Cuaresma.
- Mañana, lunes 20, solemnidad de San José, esposo de María, que no se puede celebrar hoy, por ser domingo de Cuaresma;
- y el sábado 25, solemnidad de la Anunciación del Señor.
- A los fieles de Canelones, les recuerdo que hoy se recogen los sobres de la colecta del fondo común diocesano, destinada a los gastos del Seminario. Gracias por su colaboración.
Amigas y amigos, que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.
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