viernes, 24 de febrero de 2023

“Adorarás al Señor, tu Dios, y a Él sólo rendirás culto” (Mateo 4,1-11). I Domingo de Cuaresma.

Amigas y amigos, dejamos ya los paisajes del Cerro Largo, que nos acompañaron por cuatro domingos, mientras meditábamos las enseñanzas de Jesús en el sermón del Monte.

El miércoles pasado, miércoles de ceniza, entramos en el tiempo de Cuaresma. En este domingo encontramos a Jesús en el desierto y en otro monte: el de las tentaciones.

Detrás de mi vemos uno de los cerros de la zona del salto del Penitente, un cerro de cima rocosa al que la sequía que venimos atravesando le da un aspecto desértico, aunque más cerca hay algo de verde que nos hace presente la esperanza.

Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el demonio (Mateo 4,1-11)

Así empieza el relato de Mateo y de aquí surge la primera reflexión. Muchas veces nos metemos en situaciones donde sabemos que la tentación va a aparecer: malas compañías, malas conversaciones, mal uso de las redes sociales, en fin… Jesús no entra así al desierto. Él va conducido por el Espíritu Santo y va a entrar en combate con el tentador.

Después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, sintió hambre (Mateo 4,1-11)

El desierto y el número cuarenta son dos referencias a un acontecimiento que los israelitas evocaban fácilmente: los cuarenta años de travesía en el desierto, luego de la salida de Egipto. En ese camino se presentaron varias tentaciones, que, de alguna manera, Jesús también vivirá. La primera tentación aparece frente al hambre:

el tentador, acercándose, le dijo: 
«Si tú eres Hijo de Dios, manda que estas piedras se conviertan en panes» (Mateo 4,1-11)

Comer y beber agua es imprescindible para la subsistencia. A esas necesidades básicas el desarrollo humano ha ido agregando otras, como las que se registran en los censos de Uruguay: vivienda decorosa, abastecimiento de agua potable, servicio sanitario, energía eléctrica, artefactos básicos de confort y educación. Otros agregan también afecto, identidad, libertad, participación en la sociedad, recreación. La tentación siempre presente en el ser humano es ir mucho más allá de esas necesidades básicas y entonces acumular, aprovecharse de los otros, derrochar en el lujo y en lo superfluo, mientras a tantos les falta lo más básico y necesario para vivir. La respuesta de Jesús presenta otra necesidad, la más profunda que él siente y vive:

Está escrito: 

«El hombre no vive solamente de pan,
sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mateo 4,1-11)

La cuaresma nos desafía a evaluar la manera en que usamos los bienes de este mundo. Si lo pensamos con respecto a la comida, la pregunta podría ser si comemos para vivir o vivimos para comer… y así con cada una de las cosas que forman parte de nuestra vida cotidiana. También podemos preguntarnos sobre nuestra capacidad de compartir, de ayudar de una forma efectiva a quienes están en situaciones difíciles. La “limosna” del evangelio no consiste en dar una monedita al pasar, sino en una ayuda donde también se reconoce al otro como persona, como hermano o hermana, hijos todos del Padre Dios. Todo eso es posible verlo y realizarlo a la luz de la Palabra de Dios, la Palabra que nos alimenta y nos da vida verdadera.

Segunda tentación. El Pueblo de Dios, en el camino del desierto se quejaba por la falta de agua y comida; pero esa queja reflejaba una carencia más profunda: la falta de confianza en Dios. El Pueblo llegó a preguntar: 

“El Señor ¿está o no está con nosotros?” (Éxodo 17,7).

En la primera lectura de este domingo escuchamos el relato del primer pecado, el pecado original. El primer hombre y la primera mujer llegan a cometerlo porque el tentador logró que desconfiaran de Dios. Dios les había dicho que no comieran del árbol del bien y del mal, porque morirían. El tentador les dijo:

«No, no morirán. Dios sabe muy bien que cuando ustedes coman de ese árbol, se les abrirán los ojos y serán como dioses, conocedores del bien y del mal.» (Génesis 2, 7-9; 3, 1-7)

Los ojos de Adán y Eva, efectivamente se abrieron, pero solo para descubrir su desnudez, es decir, su fragilidad. No eran dioses, sino creaturas, obra del Dios creador.

En esta segunda tentación, el demonio lleva a Jesús a la parte más alta del templo y le dice lo siguiente:

Si tú eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito:
«Dios dará órdenes a sus ángeles, y ellos te llevarán en sus manos
para que tu pie no tropiece con ninguna piedra». (Mateo 4,1-11)
Por segunda vez, el tentador ha provocado a Jesús diciéndole “si tú eres el Hijo de Dios”. 

Jesús responde:

También está escrito: «No tentarás al Señor, tu Dios» (Mateo 4,1-11)

Ante esta tentación, nos podemos preguntar sobre nuestra relación con Dios. Satanás no duda de que Jesús sea el Hijo de Dios. Lo que quiere hacer es provocar la duda en Jesús sobre lo que significa su relación con el Padre: ¿no será necesario que el Padre manifieste, con un milagro extraordinario hasta donde ama a su Hijo?

¿Qué pasa con nosotros? He escuchado a más de una persona decir que perdió la fe frente a situaciones dolorosas, donde solo sintió a Dios como ausente. Jesús viene a fortalecer nuestra fe y nuestra confianza. Él es “el testigo fiel” que nunca dudó de la fidelidad del Padre, ni siquiera en la cruz, donde libra su último combate, para finalmente entregar su vida poniéndola en manos del Padre. Jesús crucificado es el signo del amor de Dios. Hay un momento en que solo puedo llevar mi cruz contemplando a Jesús crucificado.

Tercera tentación.

El demonio lo llevó luego a una montaña muy alta; desde allí le hizo ver todos los reinos del mundo con todo su esplendor, y le dijo: «Te daré todo esto, si te postras para adorarme.» (Mateo 4,1-11)

Volvamos a las tentaciones del Pueblo de Dios en el desierto. Hubo un momento en que construyeron un ídolo, un becerro de oro y lo adoraron diciendo: 

«Este es tu Dios, Israel, el que te hizo salir de Egipto» (Éxodo 32,4). 

Jesús responde al tentador:

Retírate, Satanás, porque está escrito:
«Adorarás al Señor, Dios, y a Él solo rendirás culto» (Mateo 4,1-11)

Jesús no se inclinó jamás ante ningún ídolo. No se dejó seducir por el poder, las riquezas, las armas, los poderosos ni por ninguna ambición de éxitos y glorias de este mundo. Para Jesús, la única palabra y la única voz a seguir son las del Padre.

Examinemos en este tiempo nuestra relación con los demás. Hay personas increíblemente ricas y poderosas, pero todos los seres humanos, en cuanto tenemos al menos algún conocimiento útil, alguna capacidad, tenemos allí una cuota de poder: una posibilidad de “adorar al ídolo” y dominar a los demás o una posibilidad de adorar al Dios verdadero y servir a los demás.

Amigas y amigos: vivamos este tiempo con todas las posibilidades que nos ofrece para una profunda revisión de nuestra vida en nuestra relación con las cosas de este mundo, con nuestro prójimo y con nuestro Dios que nos ama y nos recibe con misericordia en el sacramento de la Reconciliación.

Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo, Amén.


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